Capítulo 1
Si existía un momento crítico en la vida de una adolescente, para Ash fue mirar la fecha de caducidad marcada en el envase de su yogur de coco. Los dígitos se modificaban automáticamente dependiendo del estado del producto y aseguraban que era apto para consumo hasta finales de semana. Aquel estúpido yogur te- nía una esperanza de vida más larga que la suya.
Meses atrás, al trasladarse desde Pentace, había creído que lle- gar a la academia para portentos informáticos de Noé y gustarle a la gente de su edad, era lo más dramático que le había ocurrido.
Se daba cuenta ahora de que estaba a punto de viajar a la Tierra con la misión de salvar la vida de todas las personas de Noé y sus plataformas auxiliares.
La Tierra estaba ocupada por el bando enemigo, los progresis- tas, que resultaron victoriosos de la Guerra Ambiental. Mientras que los naturalistas habían tenido que exiliarse al espacio.
Pero ahora que los progresistas habían localizado y destruido Kaudalon, el planeta de agua que hacía posible la vida en Noé; a Noé le quedaba menos de un mes de vida.
En menos de 48 horas, Ash entraría en territorio enemigo para hackear su sistema de defensa, con la ayuda de unos supues- tos aliados naturalistas.
¿Pero qué sabían de ese grupo de resistencia?
23
La única comunicación con ellos había sido un breve mensa- je pidiendo ayuda. Un mensaje que bien podía ser una trampa progresista para que salieran de su escondite espacial y poder terminar con ellos.
Era una misión suicida, y estaba segura de que los demás tam- bién lo pensaban, pero continuaban con el plan por pura deses- peración.
A pesar de la funesta situación en la que se encontraba, lo que más le preocupaba en esos momentos era que le habían ordenado que seleccionara a uno de sus compañeros de clase para acompa- ñarla en su incierto destino y quizá morir con ella.
Morir un mes antes que el resto de habitantes de Noé.
En realidad, tampoco veía gran diferencia. Cuatro semanas no significaban nada en toda una vida y, aun así, se sentía inca- paz de elegir a alguien.
Pero Ash no quería ver a su amiga morir de forma violenta, torturada por el enemigo, o incluso peor, de hambre y desespera- ción, perdidas en algún lugar recóndito de la Tierra.
Con los meses había aprendido a querer a la joven y le desea- ba una muerte digna y apacible, con las píldoras para el suicidio colectivo, que el gobierno repartiría cuando toda esperanza se apagara.
Por esa razón, llevaba días evitándola, al igual que a Lozis, el director de la academia. Intentando retrasar lo inevitable.
Pero no podría esconderse por mucho tiempo. Tarde o tem- prano tendría que enfrentarse a las reacciones que desencadena- ría la decisión que había tomado. Tendría que explicarle a Sooz que no iba a permitir que ni ella ni nadie la acompañara a su funesto destino.
24
Conociéndola, sabía que aquella decisión supondría perderla como amiga; pero prefería eso a presenciar cómo el enemigo la torturaba para descubrir las coordenadas de Noé.
El día anterior, había pasado trece horas en su habitación con Gato, el mejor espía de Noé. La reunión con él había levanta- do mucha expectación, e incluso envidia, entre sus compañeros; cuando ella lo único que deseaba era meterse en su cama con un buen libro y una taza humeante de té.
Pero Ash ya no tenía tiempo para ser introvertida, ni Gato lo tenía para aleccionarla en soportar la tortura o escapar de su enemigo.
En lugar de eso, durante su clase de Introducción al Espio- naje para Dummies, Gato la ató en diferentes posiciones hasta que Ash había aprendido a desprender la píldora de placebo que llevaba en la cavidad de una muela para tragársela.
Gato tenía diez años menos que sus padres. Era muy rubio, casi albino; y bajito si lo comparaba con los actores que solían hacer de espías en las películas como James Bond. Pero tenía una forma grácil de moverse... A Ash le recordaba a una pantera.
Él le había contado historias de torturas espeluznantes de sus años de servicio durante la Guerra Ambiental. Se mostró amis- toso y parlanchín. Pero Ash estaba segura de que le contaba esas historias para que, de caer en manos del enemigo, no se lo pen- sara dos veces antes de tragarse esa píldora.
—Llevo horas buscándote —la voz de la persona a la que ha- bía estado evitando le llegó a su espalda—. ¿Podrías dejar de blo- quear tu ubicación? Me es imposible rastrearte cuando lo haces.
—Sooz, esa es exactamente la razón por la que bloqueo mi ubicación —respondió Ash, con tono cansado.
25
La había encontrado en el laboratorio de la academia. La falsa luz del sol de la tarde irradiaba a través de las cristaleras. A esas horas aquella ala de la escuela estaba desierta.
—Guárdate tu sarcasmo conmigo, señorita —espetó Sooz, a pesar de que no había nada de sarcástico en ello—. Te están bus- cando para que anuncies a tu compañero de expedición. Cuanto lo hagas antes empezarán a prepararme. Se nos acaba el tiempo,
¿sabes?
Ash giró en el asiento de su taburete para enfrentarse a la joven. Su expresión era mortalmente sería y portaba toda la de- terminación de la que su carácter inseguro era capaz.
—Sooz —comenzó, pero la joven la interrumpió.
—¿Qué estabas haciendo? ¿No tienes otra sesión con Gato? Ash depositó el yogur vacío sobre la mesa llena de piezas suel-
—Estoy estudiando lo último en escudos protectores. ¿Sabías que han empezado a usar chips Kivri para programarlos en lugar de los Toppers de toda la vida?
Sooz arrugó el entrecejo y se inclinó para echar un vistazo sobre la imagen holográfica del microordenador que Ash había dejado sobre la abarrotada mesa.
—¿Pero el Kivri no da problemas a la hora de detectar objetos?
—Al parecer no, si está en contacto con nitrógeno. El ni- trógeno vuelve muy sensible las piezas que codifican el Kivri
—le explicó, mientras cogía una de esas piezas de la mesa y se la enseñaba.
—¿Crees que el escudo protector de la Tierra estará hecho de Kivris?
26
Ash suspiró, dejando la pieza al lado de otras tres posibilidades.
—Mi padre dice que la atmósfera está hecha de un 78% de nitrógeno. Tendría sentido que utilizaran el Kivri.
Sooz se sentó en la banqueta frente a Ash y pasó sus dedos por varias de las piezas.
—Sabes cómo neutralizarlo entonces.
No fue una pregunta sino una afirmación. Ash soltó una risa nasal que salió más como un resoplido.
—No tengo ni idea de cómo neutralizarlo, Sooz. ¡No sé nada de bioquímica! —se levantó de sopetón y su banqueta cayó es- truendosamente al suelo. Al levantarla reparó en el azulado cielo a través de los enormes ventanales del laboratorio.
Así había creado el secbra de la mano de los mejores especia- listas en neurología y biología. Pero todos parecían olvidar eso y creer que ella sola podría sustituir a un grupo de científicos. Que era una experta en todos los ámbitos de la ciencia.
Se volvió a sentar en la banqueta ante la atenta mirada de Sooz.
—Esto es ridículo —declaró antes de enterrar el rostro en la palma de las manos.
—¿Qué lo es?
Hizo un aspaviento para señalar a su alrededor.
—Esto lo es. ¡La misión! No puedo hacerlo sola. Yo entien- do de piezas y cómo se programan..., pero quieren que yo sola piense como un astronauta, como un biólogo y como un espía...
27
Sus manos temblaban mientras hablaba y Sooz lo notó. Se las cubrió con las suyas y le dio un apretón.
—Tu padre es bioquímico, nos lo llevaremos con nosotras. Ash rio indignada y le apartó la mano.
Las naves interespaciales eran demasiado grandes para entrar en la Tierra, pues aún con el escudo apagado por la macrocele- bración progresista, alguien podría vislumbrarla en el cielo y dar la voz de alarma.
No, viajarían con una nave personal como las que les ense- ñaban a pilotar en la academia. Esas tenían capacidad para tres personas como mucho.
Al parecer, una de las plazas sería para el mejor piloto natura- lista; y así garantizar que entraban y salían de la zona del escudo a tiempo sin ser detectados. La otra para Ash; y la tercera para ese alumno de la academia que ella escogiera.
El rostro de su amiga se congeló en una mueca de increduli- dad.
—¿De qué estás hablando? —inquirió, con voz chillona. Su expresión mostraba que esa posibilidad ni siquiera se le había pasado por la cabeza—. Sabes que soy tu mejor opción. Puede que Gábor me supere en ciertos aspectos informáticos, pero el castigo por organizar el juego de escape le excluye de tu lista de posibilidades. Sabes que tienes que elegirme a mí. ¡No puedo creer que te plantees no hacerlo!
Como había esperado, la muchacha se había ido crispando a medida que hablaba. Su voz alzada y sus aspavientos eran sínto- mas de su indignación.
—Esto es increíble. ¿A quién piensas llevarte en mi lugar?
28
—No lo entiendes —la tranquilizó antes de perder el con- trol de la disputa por completo—. No voy a elegir a nadie en tu lugar. No voy a llevarme a ningún estudiante de la academia conmigo. Esta misión es demasiado peligrosa como para arries- gar más vidas.
Sooz empezó a sacudir la cabeza con vehemencia.
Ash alzó la voz adivinando que intentaría convencerla de lo contrario. Esta vez lo que tenía que decir era demasiado impor- tante como para dejarse enmudecer por nadie. Esta vez la tímida dentro de sí iba a tener que gritar.
—Me voy sola.
—Esa no es tu decisión —la interrumpió Sooz. Era demasia- do tarde, se estaban chillando.
—No te das cuenta de que no voy a volver —gritó, dando por fin forma sintáctica al fantasma con túnica negra y manos esqueléticas, que llevaba dos días besándole la nuca.
—No me importa morir allí —le aseguró, con una deter- minación envidiable—. Tú no decides quién arriesga su vida y quién no.
Eso era cierto. Si tuviera cartas en el asunto tampoco se habría elegido a sí misma. Pero había nacido con lo que muchos deno- minaban un don, y todo don conlleva una responsabilidad con el mismo peso. Y el suyo era casi insoportable.
—Tú no decides quién tiene la oportunidad de ser una he- roína y quién no —continuó Sooz, con ese tono autoritario y seguro que tanto envidiaba en ella—. Esto no es un juego, Ash. Cuando estés ahí abajo vas a necesitarme y no voy a permitir que me dejes atrás solo para que mi vida continúe siendo una nube
29
de algodón rosa. Sé que crees que es tu responsabilidad arriesgar- te por todos nosotros, porque has nacido para ello, y es cierto. Eres tan inteligente que puedes llegar a salvarnos a todos, pero yo también tengo mis dones. He sentido desde pequeña que he nacido para algo más. Soy osada, persistente y decidida. Soy to- das las cosas que te faltan. ¿Crees que es una casualidad que nos conociéramos? ¿Que castigaran a Gábor? Nada es casual. Estoy tan destinada a esta misión como tú. Porque yo te complemento, Ash. Sabes que cuando estés ahí abajo vas a necesitarme a tu lado para hacer todo aquello a lo que tú no te atrevas. Para empujarte cuando te haga falta.
No pudo evitarlo, las lágrimas comenzaron a caer por sus me- jillas. Era un llanto de alivio ante la sola fantasía de pasar por todo aquello con Sooz a su lado. El panorama le parecía conside- rablemente menos desolador si contaba con el brazo de su amiga para apoyarse.
Sooz se aproximó a ella y la sostuvo por los hombros. Su sem- blante se había animado considerablemente, a pesar de que ella también estaba llorando.
—No tengo miedo —le prometió, mientras sacudía ligera- mente la cabeza—. Por eso tienes que llevarme contigo. No tie- nes por qué pasar por esto sola. Juntas somos mucho más fuertes. Juntas tenemos una oportunidad de sobrevivir a todo esto.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top