Capítulo único

Había una vez un vampiro....

Ok, que forma tan patética de empezar. Lo que sea, ya he empezado y, como ven, no soy muy buena, así que no se pongan quisquillosos. Ahora a ver que me invento para que sigan leyendo...Tal vez decirles que lo que hicimos se me grabó a mordidas en la piel sea suficiente incentivo, y sí, me refiero al vampiro y yo.

No nos voy a complicar más la vida, el clic de la cosa es que me lo follé. Sí, como lo leen. Y sí, es ese follar de que te empotran contra una superficie no muy suave y te dan hasta reordenarte las neuronas.

Sin dramas como en Crepúsculo, sin complicaciones como en El Diario de un Vampiro y sin balas como en The Underworld. Solo sexo y pasión, y sexo; sin historia.

Lo de que era un vampiro no era broma, lo descubrí cuando follábamos. Uuff, y como follamos.

Ese día llovía horrores y me estaba cagando en todo ser divino que viviese en las alturas y se ocultaba como rata; no se confundan, soy atea, pero eso no es lo importante. Lo importante es que estaba empapada y esperando un milagro llamado taxi que pasara por ahí. Cosa difícil ya que estaba bastante lejos de la civilización luego de haber tenido una muy buena fiesta en un descampado cerca del fin del mundo. Alcohol, drogas y apuestas. Sí, estaba un poco borracha.

Esperen, no creían que era una niña buena, ¿verdad? Espero que no porque ninguna niña buena aceptaría el beso de un desconocido que se encontró a mitad de camino cuando volvía a casa, ¿o si?

No empiecen a juzgarme desde tan pronto. Me entenderían si llevaran una semana sin follar y el que te come la boca es un Adonis de pelo negro. No me pregunten mucho más, porque la verdad tampoco me fijé en sus rasgos. Solo sé que su lengua casi me llegaba hasta la garganta.

En fin, hasta el principio, para que entiendan como terminé follando contra un árbol en mitad de la nada con un vampiro.

La fiesta por amor al arte, sin arte, a no ser que mujeres con muy poca ropa y hombres vulgares puedan ser llamados arte; se terminó por el torrencial y la falta de techo que tenía el descampado. Mis amigos, claro, si es que las personas que te inducen al juego, te quitan el dinero y te presentan un camello se pueden llamar amigos; entonces me corrijo, como en los momentos de lucidez en los que quiero ser sabia; los hijos de puta que me llamaban amiga tenían otros planes que no era darme un aventón en el auto en que vinieron. Entonces, sin muchas más opciones porque ni drogada me iba con un desconocido que me quería meter la polla y pegarme una enfermedad, comencé a andar bajo el torrencial.

Mis converse aguantaban la tortura del diluvio y el fango del camino como todos unos guerreros de mil victorias; sí, estaban viejos. Como mi pantalón, mi camisa y mi chaqueta. Nada de penas, yo soy la que no se quiere más que a unas absurdas pastillas.

Retomando la historia...

El vampiro salió del bosque al camino. Estaba condenadamente oscuro así que solo vi como acomodaba su cabello cuando estuve a tres pasos de él. No hablamos, yo no iba a hablar, no era tan sociable, así que lo pasé de largo sabiendo que me estaba mirando el culo. No tenía ganas ni de insultarlo a pesar de estar de un humor terrible y, en silencio, continué con el largo camino y mis insultos al cielo. Hasta que él me tomó del codo y tiró con gran fuerza de mí, comiéndome la boca justo como les contaba arriba.

Era agresivo, pero eso no le quitaba el mérito de besar de infarto. Mordía mi lengua y mis labios hasta provocar un escozor exitante y placentero que me daban ganas de violarlo. Yo no era ninguna pasiva, así que le devolví los besos con la misma brutalidad. Aguantando su nuca, tirándo de su cabello, robándole el aliento y disfrutando del sutil sabor a sangre en las lenguas.

El chico probablemente estaba drogado o tan borracho como yo. Su aliento fuerte, de un hombre que ha ligado más de una bebida para saciarse, era suficiente pista. Y... me importaba muy poco su estado. También que hubiese un frío de muerte y que no hubiese tenido oportunidad ni de intercambiar un "¿follamos?" como saludo. Era responsable de haberme encendido y ahora iba a aplacar el fuego en forma de latigazos en mi vagina.

Bajé mi mano de su nuca a su polla, apretando, comprobando que estaba tan duro como una roca. Gruñó en mis labios por mi acción brusca y rompió el beso, devolviendo el apretón en mi entrepierna.

Aguantándolo de la polla, lo pegué al árbol más cercano fuera de la carretera. Nos miramos sin mirarnos porque entre los árboles era más la oscuridad, pero sentía la intensidad con que lo hacía, tan intensa como la lluvia que no tenía planes de darnos un respiro, deseosa de ser la tercera en un juego de dos.

Iba a por sus labios con la misma demanda con que lo estampé en el árbol, pero el muy hijo de puta tiró de mi cabello hacia atrás. Gruñí como un animal y sentí la mordida en mi cuello. Dolió como se espera que duela que te perforen la piel, pero fue momentáneo. También es que yo ya estaba más que acostumbrada al dolor y su mordida era un juego de niños para mí.

Una línea caliente rodó hasta mi sostén; la sentí porque el contraste del agua fría con la sangre caliente era bastante evidente. No me asusté como se esperaría que alguien lo haga en este tipo de situación, sino que no veía el momento de arrancarle la ropa y hacerlo de una vez. Así que, resaltando lo impaciente que soy, solté el botón de sus vaqueros y bajé el cíper. Tiré de la ropa entre maldiciones y jadeos por su lengua jugando con las heridas ardiendo en mi garganta y saqué su más que dotado miembro.

Lo primero que pensé es que era una chica con suerte, y lo segundo, que me la iba a comer con todo el puto gusto.

Estaba por ponerme de rodillas y tragar esa cabeza inchada, palpitante y necesitada cuando lo sentí subir mi camisa hasta mi boca. Mordí la tela como intuí que quería y con brusquedad sacó mis pechos del sostén.

Suspiré y gemí cuando su boca apresó uno de mis botones rosados. Sus dientes mordieron hasta el dolor que mojó mis bragas y su lengua succionó mitigando esa tortura y dándome otra nueva. Sus manos también se deshicieron de los cierres de mi pantalón y sus dedos alcanzaron, maestros, el punto débil entre mis piernas.

Me abrí, dándole más acceso, disfrutando de sus pellizcos sobre mi clítoris, de su dedo entrando y saliendo y de mi mano masturbando su más que dura carne.

Por lo que sentía, era grande, gorda y venosa, como me gustaba. El Adonis estaba muy exitado y eso me prendía mejor que cerilla en gasolinera, más que su presemen empegostando mis dedos y más que tres de los suyos entrando y saliendo de mi hinchado agujero.

Tomó mi muñeca con fuerza, esa que trabajaba sin cansancio para darle placer, y de un movimiento era yo la que estaba de cara contra el árbol. Solté una barbaridad por el impacto brusco de mi hombro contra el tronco, pero de inmediato mis sentidos fueron a la parte baja de mi cuerpo, donde bajaba mi ropa hasta mitad del muslo y buscaba mi entrada con la punta apetitosa que tanto deseaba saborear.

Cuando la empujó, tuve que aguantarme bien del tronco porque, como se esperaba, fue tosco y desmedido. Mordí mi labio para mitigar los jadeos que saldrían como gritos de mi garganta por sus embates brutales. No me dio tiempo ni de acostumbrarme a su dolorosa intromisión. Su cadera se movió con demencia en cuanto estuvo dentro.

Sus manos se cerraron en mi cintura, tirando de mí hacia él, profundizando sus embestidas con exigencia, como si me odiara, como si fuese un castigo cruel lo que me hacía. Pero no, para mí no era un castigo.

Estaba teniendo el mejor sexo de mi más que jodida vida. La lluvia, el frío y la oscuridad potenciaban las sensaciones. Hacían más vivido el calor de sus manos, o la humedad entre mis piernas o la intensidad de los toques. Me gustaba. Cada cosa que me hacía, cada gruñido, cada gemido y cada embestida. Era la gloria para mí.

Tan brusco como ya había demostrado ser, apartó toda la tela que cubría mi cuello y hombro y volvió a morder. Mordió sin compasión, volviendo a perforar la carne y ejerciendo preción para succionar. Grité por las sensaciones, no por el dolor. Gemí como poseída por el encanto de sentirme tan completa.

Tomo mis pechos cuando pasó su lengua por donde mismo mordió. Los apretó y pelliscó mis pezones. Sentí mis piernas debilitarse, mi cabeza dar vueltas y mi vientre contraerse; me iba a correr. Lo retuve, retuve el orgasmo que deseaba porque más era mi deseo de seguir sintiéndolo entre mis paredes, abriéndome con ese dolor sutil que me hechizaba. Así que aguanté.

Me deshice entre gemido, incoherencias, maldiciones y súplicas. Lo sostuve de la nuca, del pelo y me moví contra él con desespero. Recibí con deleite cada una de sus mordidas, de sus embestidas. Y rogué para que siguiera y no parara a pesar de estar al límite.

Al final no pude soportarlo más, eran demasiadas las sensaciones y terminé por correrme sin poder hacer nada. Era demente el sentirlo en todas partes. Mi cuerpo necesitado no podía seguir conteniendo su liberación y con gran escándalo me dejé ir.

Él siguió a pesar de mi clímax. Yo estaba hipersensible y con gran esfuerzo no me fallaban las rodillas. No era consciente ni de que la lluvia había menguado, solo de que él seguía arremetiendo contra mí sin descanso.

Lo sentí tensarse, suspirar, apretar mi cintura y volver a morder antes de correrse dentro de mí, soltando todo su semen caliente bien en el fondo. Ambos respirábamos como toros. Con las sensaciones a flor de piel. Con el extasis envolviéndonos.

La estampa era fabulosa.

Él se retiró despacio y, antes de salir, se volvió a hundir con fuerza haciendo que gimiera y me encogiera. Su lengua seguía sobre las heridas que me hizo, esas que aumentaban con creces el placer que me daba. Mis manos escocían, tal vez por los raspones que me dí al aguantarme tan fuerte del árbol. Mi cuerpo reaccionaba con temblores a cada suspiro que me daba en la nuca.

Salió de mí. Yo no tenía el equilibrio que se requería para girarme, ni la fuerza para subir y cerrar mi pantalón. También me sentía un poco mareada y desestabilizada. Lo escuché moverse mientras yo seguía recomponiéndome contra el árbol. Contra todo pronóstico, me giró, me subió la ropa y me besó con toda la demanda que lo caracterizaba. Yo respondí a duras penas, con mis pulmones agonizando por la necesidad de aire, pero sin perderme ni de una succión.

Había cerrado mis ojos por el beso, así que solo lo sentí alejarse y luego desapareció. Cuando lo busqué entre la penumbra, ya no estaba. Se esfumó en la misma nada de la que salió.

Recuerdo que pensé que así mejor. Ya les dije, sin complicaciones ni historia, solo sexo. Cuando llegué a mi casa, lo hice satisfecha y bien follada, dándome un baño para que se llevara la suciedad, pensando en todo lo que ese vampiro me había hecho.

A día de hoy, tres días después del recuerdo, conservo las marcas de las mordidas y los besos. He vuelto a tener sexo, y orgasmos, pero nada se compara con el Nirvana que alcancé esa noche. Imposible se me ha hecho no comparar a todos con él.

Y ahora estoy aquí, contándote la follada de mi vida. Y tú leyendo, sin poder controlar tu morbo. Espero que encuentres a alguien que te de un buen orgasmo. Se que lo necesitas.

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