Introducción

El aire apestaba a sangre, pólvora y muerte.

El revólver parecía quemar en sus manos, le temblaban de forma espasmódica, incontrolable, y su propia arma parecía pesar más de lo normal gracias a su hombro dislocado. La punta del cañón seguía caliente por los continuos disparos, y aunque detestaba ese momento se esforzó en intentar distraer a su enemigo mientras recargaba el tambor. Aferró con firmeza sus dedos a la que ahora era su única esperanza de vida. Sus dientes castañeaban de la ira acumulada en él por ver tantas armas apuntadas hacia ese pequeño niño en la  habitación, donde el dolor y el derramamiento de sangre parecían ser la única decoración posible.

Sabía que no había escapatoria alguna. Estaba perdido, perdido por soñar. La libertad parecía ser solo una mentira en aquel lugar, pero él aun sin esperanzas estaba ahí de pie con su revólver, dispuesto a todo.

—La libertad es una sensación fugaz, ¿realmente vale la pena perderlo todo solo por ella?

—La libertad lo vale todo —respondió él con firmeza. Analizaba la situación, buscaba un modo de librarse de esa. No era la primera vez que se encontraba en una situación límite y salía airoso de ella, esa no sería la excepción—. El ser humano nació para ser libre. Si nos ocultas tras las sombras harás que en el momento en que llegue un pequeño rayo de sol lo sigamos con curiosidad. Seguiremos la luz y es algo que nunca podrás detener, es el orden de la naturaleza y así es como las cosas deben ser. La oscuridad atrae a la luz y esta no parará hasta iluminar cada parte de nosotros, cursi ¿cierto? Pero una hermosa e hiriente realidad. Podrás privarnos de la libertad, pero ¿qué puedes hacer con respecto a la luz creciente, Moms?

El hombre no respondió, apretó con fuerza sus labios y el músculo de su mandíbula se tensó, lleno de ira. Fue entonces cuando dio la orden de disparar, y aunque las balas se dirigían a él, aquel soñador, su risa llenaba la habitación. Daba volteretas por el suelo, entre cadáveres y balas, para esquivar los ataques y defenderse de los golpes físicos, con una sencillez que sorprendía a cualquiera él conseguía derribar a todo enemigo y someterlo ante su enorme musculatura. No por nada él era el mejor asesino del lugar y parecía, incluso, que solo buscaba divertirse en esa situación límite.

Debía llegar frente a Moms, frente con frente, y vencerlo de una vez por todas. Solo de esa forma podría sonreír de verdad.

—¡La libertad lo vale todo!

Gritó y entonces los disparos continuaron resonando en el lugar. Hacían eco entre esas paredes grises, testigos de la traición. Cuerpos se esparcían aleatoriamente por el suelo, acompañaban a los gritos desesperados de un inocente en el lugar, un pequeño ser que veía aquella escena desde un rincón mientras sostenía entre sus manos temblorosas un cuchillo de empuñadura y hoja negra. La fuerte y ronca voz de Moms lo hacía llorar, y sus ojos celestes estaban abiertos de par en par mientras observaba la muerte en primera fila.

—En Mörder la libertad no existe.

Moms disparó y le dirigió su mirada impasible a aquel soñador, acabando de una vez por todas con aquella pequeña luz en el lugar. Nunca permitiría que ninguna luz volviera a surgir, jamás.

Era hora de limpiar toda esa sangre derramada, de cremar esos cadáveres que llenaban el lugar para poder seguir derramando más sangre con el paso del tiempo, sin que nadie pudiera impedírselos jamás.

A eso se dedicaba Mörder. Obedecer, matar y esconder sus huellas.

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