EXTRA: Rata | parte 6

La convivencia con Nahuel era terrible. Era quisquilloso, malhumorado, obsesivo e incapaz de aceptar crítica alguna. Sin embargo, aunque discutían todo el tiempo, también tenía sus buenos momentos porque estaban aprendiendo a convivir con el otro. Aprendían a conocerse y a llevarse mejor, aunque poco a poco.

Nahuel había comenzado a trabajar con los barrenderos bajo el nombre de Fosa, que se lo había dado Omar. Jack, sin embargo, lo llamaba Gusano. Él aceptaba ambos nombres sin problema.

Omar había continuado saliendo con Pamela a beber algo, aunque ya no tan seguido para no dejar solo a Nahuel, pues él tenía ataques de pánico de vez en cuando por la misma soledad.

—Escuchame, Nahuel —comenzó a decir mientras se colocaba colonia—, voy a salir. Cualquier cosa llamá a Wolffcito. No sé a qué hora regreso.

—¿Qué soy, tu hijo que me das una lista de advertencias? —se quejó Nahuel.

—No hagas que te re cague a trompadas, Nahuel. Te ponés insoportable.

—Vos sos insoportable.

Omar solo dejó ir un suspiro y miró la hora en su reloj. Le dio una palmadita en la espalda a Nahuel antes de salir, aunque él siempre lo hacía a un lado con un gesto asqueado por el tacto. Sabía que le molestaba el contacto físico, pero para él era muy difícil no hacerlo cuando su manera de mostrar afecto era con contacto.

Subió en su auto y viajó hacia Assassin mientras oía música, aunque tamborileó con sus dedos en el volante al pensar en Nahuel. No le gustaba dejarlo solo, porque aunque él se mostraba arisco y agresivo también era muy frágil y sensible.

—Jamás pensé que me terminaría cayendo bien ese hijo de puta —murmuró con un chasquido de lengua.

Se detuvo en el estacionamiento de Assassin y saludó a los guardias con buen ánimo, quienes aún no podían creer que en verdad Pamela saliera con él a cenar sin problema alguno. Cuando ella apareció en el estacionamiento, Omar dirigió su mirada hacia allí para verla con una sonrisa. Pamela lucía un bonito vestido corto terracota, con hombros descubiertos, se veía tan hermosa que ni siquiera pudo hacer una de sus bromas.

—¿Qué tal estuvo tu semana, palomita? —preguntó mientras viajaban hacia un bar.

—Mis aprendices son muy lloronas, o tal vez yo soy demasiado estricta —suspiró—. Así que fue una semana complicada.

—¿Las torturás hasta que lo hagan bien?

—¡¿Qué?! ¡No! —chilló al verlo con consternación.

—Entonces quedate tranquila, no sos demasiado estricta.

Pamela lo observó con curiosidad, pues él manejaba con una ligera sonrisa tranquila, sin darle mayor importancia a lo que dijo.

—¿A vos te lo hacían? —se animó a preguntarle.

—Óscar sí, me daba choques eléctricos con una picana. Dolía como la re putísima madre —admitió con un suspiro—. A veces me golpeaba con un fierro, prefería eso. Después empecé a ser entrenado por mi hermano y el trato fue completamente distinto.

—Qué horror…

—Ñe, pudo ser peor —murmuró, pensando en Nahuel y todo lo que había pasado en su entrenamiento.

Dejaron el auto en un estacionamiento para poder caminar hacia un bar cercano. Trataban de variar los bares a los que iban, para no ser predecibles en caso de que alguien quisiera atacarlos. Especialmente Omar que ya había recibido amenazas de un nuevo grupo de limpiadores que querían apoderarse del mercado.

Pidieron unas cervezas y continuaron sus conversaciones, que eran por lo general de trabajo o de música. También hablaban de sus familias, pues ambos eran los únicos sobrevivientes de sus familias.

Siempre hablaban de todo tema y se reían mucho de los chistes de Omar, pero cada vez que él sentía curiosidad por el hecho de que ella solo le enseñaba a mujeres, Pamela solía cambiar de tema al instante. Sin embargo, esa noche, ella se quedó en silencio mirando el contenido de su vaso.

—No es necesario que me cuentes, solo me da curiosidad porque hay muchos novatos talentosos que con tus enseñanzas podrían ser mejores.

—Entreno novatas porque son las que pueden sufrir abusos, y nadie les enseña cómo defenderse de secuestros o intentos de violación —dijo con su mirada fija en la cerveza—. No quiero decir que los hombres no lo sufren tampoco, pero es en menor medida y no existe una sola chica que no haya pasado por un acoso antes.

—Mi hermana, mi corazoncito —comenzó a decir él—, era muy hermosa. No se parecía a mí, que sé que no soy lindo. Ella se parecía a mi mamá que era la belleza reencarnada en mujer. Y Mari sufría muchos acosos, incluso… murió por lo mismo. Así que tengo que darte la razón.

—En ninguna de las sedes nos enseñan específicamente a defendernos de eso. Sabemos matar, sabemos pelear, pero no sabemos qué hacer en caso de que alguien más fuerte quiera propasarse —dijo, encogida de hombros—. Quiero ser la primera maestra en darle la importancia que se merece.

—Está bien, palomita, me parece muy bien.

Pamela sorbió un trago de cerveza y miró a la gente del lugar. Habían parejas, grupos de amigos y amigas de diversas edades que conversaban y reían en sus mesas. Se oía la música de Rammstein en el lugar, oscuro pero iluminado por luces cálidas sobre las mesas.

—Creo que somos amigos —dijo Pamela al verlo fijo a los ojos marrones—. Que no me llevás a comer solo porque querés coger conmigo.

—¡Claro que somos amigos, palomita! Aunque por supuesto, fantaseo mucho con darte una mordida —dijo con una risita—. Pero somos amigos, no lo dudes.

Ella apretó los labios y sorbió otro trago de cerveza, para luego tomar unas papas fritas de la mesa e introducirlas en su boca, como si necesitara distraerse.

—¿Conocés a Adamiak?

—El pervertido, sí —dijo Omar y bebió un trago de cerveza—. Gretchen lo odia.

—Hace unos años, cuando Julio era aún muy novato en esto de manejar Assassin —comenzó a decir—, me envió a una misión muy importante. Debía recuperar algo que le habían quitado a Adamiak, pues es uno de los mayores clientes de D.E.A.T.H. Y… cuando fui a recuperar el «paquete», resultó que eran chicas de trata.

Omar asintió lentamente para darle a entender que la estaba oyendo.

—Yo… no me veía así en esa época, era más delgada y tenía tetas grandes —dijo al posar sus manos sobre sus senos pequeños, que eran más pectorales que senos en ese momento—. Y les pareció buena idea que yo también formara parte de la colección.

Los gestos en el rostro de Omar cambiaron por completo, se volvieron oscuros e incluso enderezó su espalda, lo que lo hacía ver más grande en tamaño.

—¿Se atrevieron a hacerte algo? —dijo entre dientes.

Ella asintió con la mirada baja.

—La líder de los profesionales, la mejor profesional de Assassin, entrenada desde niña, y no pude hacer nada porque me drogaron y encadenaron —dijo sin querer mirarlo fijo, y concentró su mirada en otra parte—. Por eso luego renuncié a ser líder. Qué vergüenza, era una vergüenza que la líder no hubiese podido hacer nada…

—Palomita —dijo con voz suave y posó su mano sobre la de ella—, no tenés nada de qué avergonzarte.

—¿No? ¿Y de qué me sirvió tanto entrenamiento o ser la mejor? De nada, absolutamente nada.

—A mí tampoco me entrenaron para pelear estando drogado, a ninguno de nosotros. Tal vez Pietrzak sí porque es un monstruo de otro mundo, pero el resto no, y no quita que seamos los mejores —dijo y con el pulgar le acarició la mano—. No tenés nada de qué avergonzarte.

Ella alzó la vista para verlo fijo a los ojos marrones que se veían tan furiosos como comprensivos.

—Estuve cuatro días allí, Julio incluso creyó que había desertado, hasta que logré liberarme y saqué a esas chicas de ahí —dijo y meneó un hombro—. No se las di a Adamiak, mentí diciendo que ya no estaban. Pagué por cada una de ellas por fallar mi misión, y luego renuncié.

—¿Y Julio no hizo preguntas? —inquirió con el ceño fruncido.

—Le conté lo que me habían hecho, para que no me ejecute. Él comenzó una investigación para mandarlos a matar, pero habían cambiado de localización y no pudo hacerlo —suspiró—. Da igual, en ese momento Julio era un adolescente y no tenía tanta experiencia, el Julio de hoy los habría encontrado en un parpadeo.

Omar, por supuesto, los encontraría en un parpadeo, aunque no le dijo nada. Pidió más cerveza y respetó que ella quisiera cambiar de tema.

Luego, más tarde, ella no quiso regresar a Assassin, pues tenía la autorización de Julio de regresar cuando deseara. Por ello fue que Omar llamó a Nahuel para ver si estaba en la casa.

No, estoy con Jack en el galpón —dijo Nahuel con molestia—. ¿Me vas a hacer dormir en otro lugar, hijo de puta?

—Sí, a menos que quieras que Pamela te vea la horrible cara.

Si me ve la cara tendré que matarla, buscate un hotel.

—¡No es por sexo, imbécil! —gruñó Omar—. Voy a dejarle la habitación de al lado por esta noche. Vos hacé lo que se te cante, pero ella no tiene que verte la cara.

¿Y si uso la máscara? Ella no conoce mi voz.

Omar se quedó en silencio por unos instantes.

—Sí, la máscara está bien. Saludos al imbécil de Jack, decile que ya se muera.

Diciendo eso colgó la llamada y se acercó a la bella y fuerte mujer que lo esperaba a lo lejos apoyada en el auto. Le dedicó una sonrisa para luego subir juntos, mientras que Omar le explicaba que podía quedarse en la casa de él, aunque también debió advertirle que podría llegar a aparecer su compañero de hogar.

Cuando llegaron a la casa, Pamela quedó impresionada con la belleza del lugar, con todo tan perfecto, limpio y organizado. Omar la invitó a sentarse en los sillones de la sala de estar mientras le ofrecía algún trago a beber.

Y mientras que él servía su bebida en un vaso, ella se concentró en mirar el gran cuadro pintado de Marta Leiva. Estaba sentada en un gran asiento de oro con su anillo-sello en la mano, su prendedor en el pecho y su barbilla en alto. Se veía joven y hermosa, con sus abundantes curvas despampanantes. De bellos ojos avellana de mirada sensual, y una sonrisa cargada de orgullo.

—La mandé a pintar cuando murió —dijo Omar al acercarse con los vasos en la mano—. Era bellísima, ¿verdad? No por nada tenía a Óscar y Máximo Moms en la palma de su mano.

—¿No hiciste de tus hermanos?

Él se rió.

—Era el menor de once hermanos, si tuviera que hacer una pintura por cada uno no tendría paredes donde colgarlas —dijo con una risita—. Pero sí tengo una de María, que era el amor de mi vida, y también de Raúl, que era mi padre. La de Mari está en el comedor, y la de él está arriba en el gimnasio, para sentir que me caga a pedos cuando me mando una cagada.

Ella sonrió al oírlo y tomó el vaso en la mano, para luego acomodarse en uno de los sillones. Omar se ubicó junto a ella.

—¿Te parecías a ellos? —preguntó con curiosidad.

—Nah. Lamentablemente me parezco a mi padre biológico —suspiró—. Si me pareciera a Raúl te tendría a mis pies de tanta facha, no sabés lo lindo que era mi hermano.

—A mí me parecés lindo.

—Es mi gran truco, hacerlas reír hasta que me vean lindo —dijo con una risotada.

Pamela solo se rió, porque al principio él le parecía desagradable por su insistencia, pero ya llevaban un año conociéndose y él ya no le producía desprecio. Le parecía atractivo, y mucho más gracioso.

—Insisto, a mí me parecés muy lindo.

Él la miró con un gesto cargado de sorpresa, pero luego sonrió con auténtica alegría de que, de todas las personas del mundo, sea ella quien lo considerara así.

Conversaron un rato más bebiendo sus tragos, con música de Los Redondos sonando allí, pues era lo que a Pamela le gustaba. Luego, ya más cansados por todo el trabajo del día, él la guió hacia la habitación junto a la suya para que pudiera descansar allí.

—Son muchas habitaciones —dijo ella con sorpresa.

—Cuatro, la mía —señaló su habitación, para luego señalar la de Nahuel en frente—. La de Fosa, la que será tuya el tiempo que desees, y una cuarta que está vacía porque no sé para qué utilizarla.

—Bueno, solo necesito una.

Diciendo eso Pamela lo tomó del rostro para besarlo, luego se alejó unos centímetros para ver el gracioso gesto de sorpresa en él.

—Sos un tarado, mirá tu cara —se rió.

—¿Me besaste?

—Estoy hace tres horas insinuádome, tenía que hacer algo porque no cazaste ni una sola indirecta.

—¡¿Me besaste?!

—No, besé a Fosa —se burló ella con una ceja alzada.

—Cosa que no te recomiendo a menos que quieras morir.

Omar entonces la tomó del rostro para besarla de forma suave, pues quería disfrutar de ese momento. Saborear sus labios suaves y bonitos, disfrutar de su sabor y textura. Trataba de ser suave, de dejar sus manos –siempre tan traviesas– quietas para respetarla, pues sabía por lo que había pasado y cómo los demás hombres la presionaban. Sin embargo ella rompió el beso para poder besarle el cuello, mientras que con sus manos recorría toda su gran espalda.

Con cuidado, pero mirándola de forma intensa, Omar la tomó de los muslos para levantarla como si no pesara nada, aún cuando ella pesaba ochenta y cinco kilos de puro músculo. Pateó la puerta de su habitación para poder entrar con ella así, sin dejar de besarla, y entonces la recostó con suavidad en la cama.

—Palomita, si no estás segura podés decirme —dijo contra su piel.

—Si no estuviera segura no estaría acá, tigre.

Se dio el gusto de besar sus piernas completas, esos grandes músculos que lo volvían loco. Y más disfrutó de complacerla con sus labios y lengua, en compañía de sus dedos para poder estimular su punto G. Cada sonido placentero que Pamela hacía se oía como música para él, pues la había deseado por tanto tiempo, y también la quería tanto.

La adoraba tanto que sentía que no podría vivir un solo día sin ella.

Luego de que ella se retorció ante sus atenciones comenzó a prestarle suma atención a sus pechos, pequeños y que en ese momento eran más músculo que grasa. Solo luego de darse el gusto con ellos es que tomó un condón para poder acomodarse sobre ella. La besó con cariño pero también con deseo.

Para él no existía un momento más especial que ese, y para Pamela tampoco, pues nadie la había tratado como él antes.

Durmieron juntos y abrazados, para aprovechar el calor del otro, y a veces él abría los ojos solo para asegurarse de que era real, y que Pamela en verdad estaba ahí con él.

Por la mañana ella solo se colocó una de las remeras de él y fue hacia el baño privado para poder higienizarse, mientras que Omar se vestía para ir hacia la cocina a preparar el desayuno.

Cuando ella salió de la habitación fue hacia la cocina, pero en el camino oyó la voz de otro hombre. Era grave aunque no tanto como la de Omar, y tenía un tono más agresivo que él.

—¿En serio, dos putas horas?

—¿A qué hora llegaste, hijo de puta? —dijo Omar con molestia.

—Como a las tres de la mañana, eran las cinco y seguían. Pobre mujer, le debe arder toda la vagina.

—Existe el sexo oral y la masturbación, qué vas a saber vos de eso si no cogés ni aunque te paguen.

—Si me pagan, hasta orgías hago.

Pamela ingresó en la cocina solo para ver al tan famoso Fosa, del que todos siempre hablaban. Allí había un hombre alto de cuerpo fuerte que estaba vestido con ropa casual, un jogging gris y una remera blanca que marcaba sus músculos. Sin embargo tenía cicatrices de quemaduras en su brazo izquierdo y usaba guantes negros, además de una extraña máscara de igual color.

—¿Siempre discuten en las mañanas? —preguntó con una ceja alzada.

—¡Palomita! —dijo Omar con una sonrisa alegre—. Este imbécil enmascarado es Fosa, un completo hijo de puta al que mejor hay que tener lejos.

—Pamela —dijo Nahuel y la miró de arriba hacia abajo—. La mejor de Assassin, la más fuerte.

—Dejé de ser la mejor.

—Renunciaste a un puesto, no a ser la mejor.

—¿Siempre quiere ganar? —le preguntó a Omar.

Él se rió al asentir y la invitó a sentarse en la isla mientras preparaba su desayuno. Ella miró con curiosidad al misterioso Fosa mientras que él preparaba su propio desayuno, pero no se sentó junto a ellos, fue hacia el comedor. Quizá para dejarlos a solas, o quizá porque él prefería estar solo.

Luego Omar la llevó de regreso a Assassin, pero en el estacionamiento del lugar la detuvo al tomarla de la mano, antes de que pudiera bajar.

—Palomita —comenzó a decir al mirarla fijo—, en verdad me gustás mucho. Estás en mis pensamientos a cada momento, y quisiera seguir saliendo con vos.

—Podemos seguir saliendo, también me gustás mucho, tigre —dijo ella con una sonrisa—. Pero no quiero ser la novia ni la esposa de nadie, ¿eso está bien para vos?

—Siempre que pueda seguir con vos, podés ser lo que quieras —se acercó para depositar un beso en sus labios—. Podés estar con los hombres que quieras siempre, sin sentir que me estás fallando. No quiero que sientas culpas de nada.

—Vos también, Omar. Podés estar con quien quieras sin pensar en que vas a lastimarme —dijo y apoyó su palma en la mejilla de él—. Siempre que regreses a mí. Ahora… si me cambiás por otra y dejás de prestarme atención porque ya no te sirvo, voy a matarte.

Él se rió y volvió a besarla con cariño, en medio de su sonrisa.

—¿Al amor de mi vida? Jamás.

Pamela sonrió, y sus ojos verdes parecían brillar junto al sol de la mañana.

Una vez que ella ingresó para comenzar a trabajar, Omar fue de regreso a la casa. Buscó a Nahuel por todas partes hasta que lo encontró entrenando arriba, en el gimnasio. Levantaba su propio peso en la barra varias veces, lo que hizo sonreír a Omar porque gracias a eso consiguió salir con Pamela.

—Hijo de perra, necesito tu ayuda.

Nahuel lo miró con atención y un gesto cargado de sorpresa, por lo que solo asintió para acercarse a él una vez bajó de la barra. Tomaron un café juntos mientras que Omar le contaba lo que Pamela le había dicho la noche anterior.

—Vos estabas siempre junto a Gretchen y Jonathan, debés saber quiénes le robaron a Adamiak —dijo Omar con molestia—. Solo necesito saber su ubicación actual, nada más.

Sin decir nada, Nahuel se colocó un cigarrillo en los labios que encendió enseguida y se fue en busca de su laptop, donde comenzó a teclear rápidamente.

Luego de una pequeña búsqueda, Nahuel miró a Omar con una ceja alzada.

—Sí, Nahuel, te voy a hacer salmón —resopló.

—Bien —anotó una dirección y se la pasó por la mesa—. Esa chica es demasiado para vos, ¿lo sabías?

Con la dirección en su bolsillo fue en busca del estuche de su rifle y algunas armas, para luego subir en la camioneta. Él podría haber conseguido solo la dirección, pero sabía que a Nahuel no le tomaba más que un rato encontrar a sus blancos, por eso era el asesino más eficaz.

Luego de sobornar al guardia de la puerta con unos cuantos dólares, Omar se colocó en la ventana de un hotel mientras armaba el rifle. Acomodó los clicks de la mira y comenzó a observar el edificio de enfrente, donde estaban los traidores de Adamiak que Julio, años atrás, había perdido.

Se encendió un cigarrillo y con tranquilidad buscó a los jefes, siempre tan sencillos de reconocer. Disparó uno por uno a todos ellos desde la distancia. Quería matarlos de frente y hacerlos sufrir, pero era más efectivo en ese momento no involucrar a nadie y matarlos a la distancia. Sopló el humo mientras los cazaba como hormigas, aunque para él unas hormigas valían más.

Luego guardó el rifle al desarmarlo y se colocó una mascarilla para bajar por el ascensor, con la música que sonaba allí. Volvió a darle dólares al guardia y salió.

Se mantuvo en el auto por largos minutos, a la espera de ver si alguno había sobrevivido o quizá no lo había visto. No llegó ninguna policía, no autos de la mafia, ni salió tampoco nadie de allí.

—Bien, sigo teniendo talento —dijo con una risita y salió de allí con el auto.

Aprovechó un semáforo para poder escribirle a Pamela:

Omar: Ya están muertos ;) podés quedarte en paz, palomita.

Ella tardó un par de minutos en responder.

Palomita <3 : PARÁ UN TOQUE OMAR, ME ESTÁS HABLANDO DE LOS TIPOS ESOS?!

Omar: Obvio ;)

Palomita <3 : PASARON DOS HORAS DE QUE ME FUI DE AHÍ!!!!

Omar: El mejor elemento por once años, reina. Aunque Fosa me ayudó con la dirección, el resto fue trabajo mío <3

El semáforo cambió por lo que tuvo que dejar el teléfono a un lado mientras manejaba hasta la casa otra vez. Estaba de buen humor, así que fue tarareando una canción mientras tamborileaba con los dedos en el volante.

Cuando ingresó en la casa vio que Pamela le había respondido, y sonrió al leer:

Palomita <3 : Ese es mi hombre <3

Con un cigarrillo sin encender en los labios, tecleó rápidamente:

Omar: Tuyo, palomita, hasta el fin de los tiempos.

—Tardaste —dijo Nahuel mientras preparaba el almuerzo.

—Había tráfico.

Nahuel giró para verlo con una sonrisa torcida, y aunque no se lo diría jamás, por supuesto que estaba orgulloso de que su compañero siguiera siendo igual de talentoso.

~ • ~

Omar y Pamela se negaban a tener una relación tradicional, pero se amaban tanto como si lo fueran. Ella era la única persona que, luego de un año más saliendo con Omar, supo que Nahuel seguía con vida. Fue el mismo Nahuel quien mostró su rostro, pues Pamela iba cada vez más seguido y a él lo agotaba usar la máscara dentro de la casa.

—Si alguien se entera, Rata no va a poder protegerte porque va a ser el primero en morir —le había dicho a ella con odio.

—Siempre tan engreído, a nadie le importa tu existencia, superalo, imbécil —gruñó ella—. Ahora pasame la cerveza, Nahuel. No te la acapares.

Pese a que ella era malhumorada igual que él, a Nahuel le caía bien y la trataba mucho mejor que al promedio.

Esa noche Omar y ella saldrían a festejar lo que ellos llamaban «el aniversario del No-noviazgo», y regresaron los dos tan borrachos y tropezándose con todo, que fue Nahuel quien tuvo que llevarlos uno por uno a la cama, con fastidio.

—Uhm, sos sexy, Nahui, hagamos un trío —dijo Pamela al palmearle el rostro con una risita—. Por suerte tengo dos huecos, podés elegir el chiquito o el húmedo.

—No.

—Aw, pero imaginalo, mi tigre dándome duro y yo te la chupo entera —se rió al decirlo y capturó el brazo de Nahuel, como si fuera una de las almohadas.

—No, gracias, ya suficiente tengo con ver a Omar en pelotas cuando pasea por la casa —dijo él y le dio una palmadita en la cabeza cuando liberó su brazo—. Dormite, Pam.

Luego ayudó a su amigo a llegar hasta la cama también, quien se reía a carcajadas por tropezarse con todo, y más se rió Omar al ver a su adorada Pamela ahí a su lado.

—¡Nahuel! —gritó antes de que este saliera.

—¿Qué querés ahora? No pienso limpiar vómito, no me voy a unir a ningún trío, no voy a ser espectador.

—Ponete auriculares.

Nahuel torció el rostro en un gesto sumamente asqueado y salió de allí justo cuando Pamela se lanzó sobre Omar para besarlo.

—Bárbaros salvajes —murmuró al irse hacia su habitación—. Son tal para cual.

Allí, entre risas por la torpeza, Omar y Pamela se besaron y disfrutaron del contacto con el otro, de cada toque y cada suspiro.

Solo bastó de un mes para que ella comenzara a sentirse mal. No podía entrenar, ni trabajar, pues sus vómitos eran insoportables, además de los aromas asquerosos de Assassin que la obligaban a vomitar incluso más. Le comunicó sobre sus malestares a Omar, y decidieron hacer juntos un test de embarazo.

Ella estaba asustada, sin embargo él se mantuvo calmado en todo momento y sostuvo su mano cuando vieron el positivo.

—Está bien, palomita, vamos a hacer lo que vos quieras —le dijo al besarla con cariño—. Yo estoy con vos.

—Quiero tenerlo, pero no sé si vos…

—Hablemos con Julio, quiero que vengas a vivir durante todo el embarazo acá conmigo, y luego los primeros meses del bebé. Cuando esté más grandecito podés volver a Assassin. Dejame cuidarte, palomita.

Ella solo asintió y lo abrazó. Ambos sabían que Julio les daría el permiso, pues los embarazos eran muy difíciles de mantener en Assassin, especialmente si el padre era alguien como Omar, que podía matarlos a todos.

Pamela se mudó junto a él, aunque sería solo por un año. Los ocho meses que faltaban de embarazo más los primeros meses de vida del bebé.

Para Nahuel era más sencillo convivir con Pamela que con Omar, pues ella a pesar de ser malhumorada no se entrometía en sus cosas ni lo molestaba. Por eso cuando a Omar le tocaba una limpieza de Wolff, era Nahuel quien se encargaba de los cuidados de Pamela. No soportaba a los niños, pero a ella le tenía mucho respeto.

Sin embargo Omar era tan meloso con Pamela por el embarazo, que Nahuel siempre lo miraba con un gesto asqueado por eso. Y lo cariñoso y meloso que era empeoró cuando nació Tahiel, pues además de llenar de besos a Pamela y al bebé, también les hablaba con una voz chistosa y aguda.

—Estoy a esto —dijo Nahuel enseñando algo pequeño con sus dedos—, de pegarme un tiro en la sien si tu monstruo sigue llorando cada puta noche.

—Es un bebé, Nahuel. Tu padre seguro quiso cortarse los huevos con tu llanto al nacer —se burló Omar, con su hijo en los brazos—. Además es hermoso, miralo. ¿No es la criatura más bella del mundo?

—Alegrate de que se parece a Pam y no a vos.

—Vas a romper muchos corazones, el más fachero de todos —le dijo con una voz chistosa a Tahiel—. No vas a dejar tanga puesta, inundadas van a quedar.

—¡Omar, es un bebé recién nacido, dejate de decir asquerosidades! —lo regañó Nahuel al darle un manotazo en la cabeza.

Omar solo se rió y le dio un beso en la frente a su hijo. Lo estaba cuidando para que Pamela pudiera descansar, pues Tahiel lloraba mucho por las noches. Lo llevó hasta la sala de estar, donde estaba el cuadro de su madre, y entonces se la enseñó.

—Esa era tu abuela, estaba sexy la vieja, ¿eh? No dejaba calzoncillo puesto —dijo con una risita y miró los ojos avellana de su madre en la pintura—. Mirá, mami. Hice un bebé. Te hice un nieto muy lindo.

Se sentó en el sillón para acunarlo contra su pecho. Tenía un aroma tan lindo, inspiró varias veces el aroma de Tahiel y sintió su corazón hincharse de felicidad. Y mientras lo observaba dormir y le hacía pequeñas caricias en la manito, sintió tanto miedo de perderlo. Miedo de ya no verlo o no estar ahí para él, de que algo malo le sucediera. Tanto miedo que sus ojos se llenaron de lágrimas y debió parpadear varias veces.

—Tenías razón, Raúl —susurró al aire y depositó un beso en la cabecita del bebé—. Tenías razón.

Pese a las quejas de Nahuel por los ruidos molestos y los olores, Pamela, Tahiel y Omar convivieron como una familia hasta tres meses después del nacimiento. Ese era el tiempo que le había dado Julio para regresar, por lo que disfrutaron cada día juntos.

La última noche antes de que Pamela tuviera que volver a Assassin, Omar bañó a su hijo con mucho cariño, le colocó su pañal y lo vistió mientras lo llenaba de besos.

—Tigre, solo tengo que volver a trabajar, vas a ver a Tahi todo el tiempo —dijo Pamela al apoyar su mano en la espalda de él.

—Lo sé, pero me duele tanto. ¿Y si les pasa algo?

—No nos va a pasar nada. Vamos a hablar todos los días, podés visitarnos siempre, y también voy a venir a verte con Tahi —dijo ella con una sonrisa dulce, y lo tomó del rostro para poder verlo a los ojos marrones empañados en lágrimas—. Te amo, Omar, no nos vas a perder nunca.

—Perdí a toda mi familia, palomita —dijo con mucho dolor, con su voz quebrada por la angustia—. A todos y cada uno de ellos, si te pierdo a vos o a Tahi no voy a poder soportarlo.

Durmieron esa noche los tres juntos en la cama, aunque Omar no cerró los ojos para no dormirse. Acariciaba el rostro de Pamela con una sonrisa, para luego ver a su hijo allí en medio, mamando del seno de su madre con mucha paz.

—Te amo, mi palomita —le susurró, mientras corría un mechón de cabello teñido de rojo a un lado—. Nadie jamás va a ocupar el lugar que es tuyo en mi corazón.

Disfrutó de ver sus rostros al dormir y los abrazó con cariño, queriendo que ese momento fuera eterno. Sin embargo, aunque quiso evitar dormirme, terminó por cerrar los ojos del cansancio y se durmió junto a ellos.

Por la mañana sostuvo en sus brazos a Tahiel mientras servía café para Pamela, quien lo miraba con una sonrisa en el rostro. Ambos sentían algo de tristeza, pues luego del desayuno ella debía regresar a Assassin.

—Nos vemos, Nahui, tenele paciencia a mi tigre —dijo Pamela al despedirse de él—. Gracias por soportarme un año entero.

—¿Puede irse Omar y te quedás vos? —dijo él con una sonrisa torcida—. Cuidate, Pam.

Con tristeza, Omar manejó hasta la sede, con los objetos de Pamela y Tahiel en el baúl, aunque no todos porque la mayoría quedaría en la casa. Ella iba conversando para aligerar el ambiente, aunque nada lograba quitar el rostro preocupado y serio en él.

—Te amo —le dijo al besarla múltiples veces en los labios—, te amo, mi palomita hermosa, mi amor, mi mejor amiga, la mamá de mi hijito.

—También te amo, tigre —dijo ella con una sonrisa y posó su mano en la mejilla de él—. Vamos a estar bien, voy a venir seguido. Te escribo todos los días y te mando fotos y videos de Tahi, ¿está bien?

Volvió a besarla en los labios para luego alzar en los brazos a Tahiel y entrar junto con ella en la sede. Los recibieron con alegría y algunos asesinos incluso tenían regalos para ellos, que habían preparado con anticipación. Omar cargó al bebé en un brazo, y algunos bolsos en su otro brazo y en la espalda. Pamela llevaba también otros objetos personales encima.

Julio en persona fue a recibirlos, estaba acompañado por un chico muy bello que Omar conocía muy bien, pues era un amigo de la familia Moms. El hijo adoptivo de Gretchen y Nahuel, Serge Leblanc. Lo miró con atención para poder describírselo a Nahuel, a sabiendas de lo mucho que lo quería.

Julio, en compañía de su amistad, los guiaron hacia la habitación nueva que usaría Pamela. Era privada, tenía una gran cama en el centro y una cuna lista a un costado, además del suelo alfombrado para evitar accidentes para el pequeño.

—También tiene un pequeño baño privado, no es muy grande pero servirá para mantener limpio a tu hijo sin necesidad de que esté rodeado de los demás —explicó Julio al enseñar el lugar—. Espero sea de tu agrado, Pamela, también Leiva. Felicidades a los dos.

Omar recostó a su hijo en la cunita luego de darle un beso, y ayudó a Pamela a guardar todos los objetos. A veces miraba de reojo a Serge, con su cabello oscuro bien peinado y sus ojos azules fijos en Tahiel, a quien le dirigía una sonrisa amable.

Solo cuando finalizó de guardar los objetos es que se alejó con Julio y lo tomó del cuello contra la pared.

—Si algo les pasa voy a cortarte la puta cabeza —dijo entredientes.

Julio le puso una pistola en el abdomen y quitó el seguro.

—Seguís… respondiendo ante mí, Leiva —dijo con la mirada fría.

—Necesitás mejores guardias, podría haberte matado —siseó al soltarlo.

—Tengo a los mejores —tosió para poder respirar bien—, pero les ordené mantener distancia porque sabía que harías algo así.

Omar no volvió a atacar a Julio, estaba seguro de que sus guardias lo seguían de cerca, pero sí advirtió que estaría atento a cual cosa que le sucediera a su hijo o su mujer.

Luego de despedirse de ambos, con mucho dolor y una fuerte angustia que lo atormentaba, regresó a la casa. La enorme casa que había heredado de su madre se sentía inmensa y vacía sin la presencia de Pamela y Tahiel.

~ • ~

Con el paso de los días fue adaptándose a la idea de que su familia estaba bien y a salvo, sin embargo aún le dolía demasiado estar lejos de ellos. Se concentraba en trabajar mucho más para mantener su mente distraída, y así fue como se encontraba trabajando en una gran limpieza, cuando un barrendero cayó al suelo por un disparo.

Todos se cubrieron y Omar tomó su pistola de la cadera para mirar por la ventana con cuidado. Estaban en una mansión, con una limpieza privada, no debería nadie conocer su ubicación.

Más disparos comenzaron a llegar, por lo que Omar defendió a su gente de los ataques. Afuera había personas con traje gris y una máscara blanca que tenía una lágrima roja bajo un ojo. Eran el nuevo grupo de limpiadores que llevaba tanto tiempo amenazando a Omar.

—¡Pónganse a salvo! —gritó a los barrenderos—. Quieren deshacerse de mí, no de ustedes.

—No en mi presencia —dijo Nahuel de repente.

Sopló el humo de su cigarrillo, con la máscara negra levantada solo hasta su nariz, y luego apagó el cigarrillo en la suela de su bota. Tomó dos pistolas de su cadera y todos esperaron a la inminente llegada de los intrusos.

Se reventaron un par de ventanas por donde ingresaron los atacantes, y tanto Omar como Nahuel dispararon a todos y cada uno de ellos. Sin embargo Nahuel era más rápido, más ágil y mucho más perceptivo, pues parecía adivinar de dónde saldría el próximo asesino.

Omar fue herido en un brazo y uno de los Barrenderos hizo presión allí para ayudarle, mientras que en pocos movimientos Nahuel se deshacía de todos.

—Parece… —murmuró el barrendero al ver a Nahuel trabajar.

—No lo digas —gruñó Omar y lo tomó del cuello con fuerza—. No digas estupideces.

Él hombre solo asintió rápidamente sin comprender qué estaba pasando, porque Fosa luchaba igual que Nahuel Pietrzak.

—Rata, hay veinte más ahora —dijo Nahuel al guardar las pistolas en sus fundas—. Nadie nos va a pagar por eso.

—Yo lo voy a hacer —acotó Omar con un gesto de dolor.

Se puso de pie con una improvisada venda en su brazo y miró el suelo del lugar, lleno de vidrios rotos, de sangre y distintos cuerpos. Miró entonces por la ventana, las camionetas que habían llegado con ellos desaparecieron con la misma velocidad con que habían aparecido.

Miró, entonces, hacia Nahuel que daba órdenes y no tenía ninguna herida en su cuerpo, como sí él o los demás. Era un gran limpiador, incluso mejor que él, por lo que había conseguido el respeto de los demás Barrenderos no bien comenzó a trabajar con ellos. Y era, también, un completo monstruo imparable que había matado a tantos asesinos él solo, y sin sudar.

Los que estaban sanos comenzaron a ocuparse de la limpieza, mientras que los heridos eran atendidos en la clínica aliada. A excepción de Omar, que se quedó allí en la mansión del cliente para vigilar de cerca la limpieza, con Nahuel que atendía la herida de bala en su brazo.

—Los Barrenderos desde siempre fuimos una amenaza —gruñó Omar mientras que Nahuel le desinfectaba la herida—. Por eso mataste a mi viejita.

—La maté porque me pagaron veinte millones de dólares por hacerlo —siseó Nahuel—, no fue personal.

—¡Ya lo sé, imbécil, pero Ornella Vannucci te pagó esa abominación porque temía al poder de mi viejita! —gritó con molestia.

Nahuel solo dejó ir un largo suspiro, concentrado en coser la herida en el brazo de su amigo.

—Van a enviar más, quieren deshacerse de vos por ser el jefe.

—Menos mal que mi palomita y Tahi ya no viven conmigo —gruñó con molestia—. Y que solo somos vos y yo.

—El suicida que entre en la casa a intentar matarte va a ser cortado en cien partes —dijo Nahuel con seriedad—. Los voy a cortar en cien partes.

Le dio una palmadita en el hombro a Omar y se alejó para revisar el perímetro. Nahuel quería asegurarse de que todo estaba en orden y no había ningún asesino o espía escondido por allí.

Omar lo miraba de lejos, pues la profesionalidad de Nahuel era única. Estaba muy enojado pero también tranquilo mientras se aseguraba de que todo estuviera en orden.

Más tarde, mientras iban en el auto hasta la casa, sufrieron otro ataque y Nahuel se encargó de todos tan rápido que no tuvieron siquiera tiempo de pensar.

—Necesito bañarme, ya —repitió Nahuel varias veces en el trayecto.

Y en la casa, mientras que él se bañaba tardando cerca de una hora, Omar se sirvió un vaso de whisky y miró el contenido de su vaso en silencio, muy pensativo. Algunos de sus hermanos habían muerto solo por ser bastardos Moms, como Fabri que era su mejor amigo. Otros habían muerto de forma accidental, como Aníbal por ir borracho en auto y Mauro por sobredosis, ambos por no soportar la muerte de su hermana María. El resto había sido en misiones, pues el único que murió de forma natural había sido Raúl.

—Desde un principio fuimos una amenaza —murmuró al mirar el contenido de su vaso—. La mujer más poderosa, la más fuerte y respetada, no podía tener once hijos igual de fuertes y respetados…

Comenzó a pensar que, salvo Raúl, Aníbal y Mauro, el resto había sido asesinado por órdenes de arriba, simulados como celos o misiones fallidas.

—Este es mi turno, ¿eh?

—No mientras yo esté acá.

Dirigió la mirada hacia su compañero, que entraba a la sala de estar donde Omar estaba sentado frente al cuadro de su madre. Nahuel tenía el tonificado y definido torso desnudo, y su cabello húmedo.

—No me debés nada, Nahuel. Te traje a vivir acá porque no tenías dónde ir —suspiró.

—Les debo la vida a vos y a Jack —siseó—. Pero más allá de eso, a pesar de que sos insoportable e irrespetuoso, sos mi amigo.

Era la primera vez que Nahuel decía abiertamente que eran amigos, por eso Omar abrió los ojos con sorpresa.

—Fui el mejor elemento por once años, es un poco humillante que mi reemplazo tenga que protegerme —se rió Omar.

—No es tu culpa que sea mejor que vos —suspiró y se sirvió un vaso de whisky—. De no ser porque Jonathan me llevó y me torturó por años, entrenándome personalmente, tal vez solo sería un violinista.

—Hablando de eso…

Omar se puso de pie y dejó en la mesita junto al sillón el vaso de whisky, para luego acercarse a un mueble del que tomó una funda negra de violín. Nahuel lo miró algo confundido, con el ceño fruncido, especialmente cuando Omar se lo extendió.

—No es el tuyo, así que no es el que te regalaron tus padres —comenzó a decir—, pero nunca te escuché tocar y dicen que sos muy bueno.

Nahuel tomó el estuche con sus manos temblorosas y lo abrió, nervioso, para ver el instrumento dentro. Era bueno, para profesionales como él. Lo tomó en sus manos y lentamente se aseguró de que estuviera afinado, luego lo colocó sobre su hombro, en el cuello y comenzó a tocar Czardas, de Vittorio Monti.

Omar lo miró con atención, pues tras Nahuel estaba la pintura de su madre, la gran Marta Leiva. Él, el asesino de su madre, estaba tocando esa hermosa pieza con un violín que el mismo Omar le había regalado.

Sintió una fuerte angustia que lo atormentaba en la garganta y sus ojos se llenaron de lágrimas por la bella música, por la irónica imagen de Nahuel frente a ese cuadro, pero también porque extrañaba a Pamela y Tahiel. Extrañaba a sus hermanos, a su bella madre, y también porque nunca había tenido amigos. Con Jack salían a beber seguido, pero jamás se habían nombrado mutuamente como amigos, y ahora era Nahuel, el asesino de su madre, el primero en serlo.

—Estoy un poco fuera de forma, tengo que volver a practicar —dijo Nahuel y dirigió su mirada hacia el inmenso hombre allí que se secaba las lágrimas—. Tampoco es para tanto, Omar.

—Es un conjunto de cosas —se rió él mientras secaba sus lágrimas y miró fijo a los ojos celestes grisáceos de Nahuel—. Tocá un poco más si querés, o sentate y tomá un trago conmigo. El violín es un regalo.

Nahuel entonces siguió tocando un par de piezas más, con una sonrisa entusiasmada en el rostro, pues hacía tres años que no tocaba el violín.

—Los Barrenderos —comenzó a decir Omar—, es tuyo. Te dejo mi puesto.

Nahuel dejó el violín al instante y lo miró.

—¡¿De qué carajo estás hablando?! ¡Sos el heredero, es tu puesto, y no podés abandonar porque unos imbéciles quisieron matarte!

—No es por los enmascarados, es porque sos mejor que yo —suspiró y bebió un trago de whisky—. Sos mejor que yo, Nahuel. Mejor asesino, mejor barrendero. Simplemente sos mejor, y es justo que el mejor limpiador sea el jefe.

—¡¿Te volviste loco, estúpido?!

—Si no querés solo tenés que decirlo, pero todos pensamos que sos mejor y estás más capacitado para ese puesto —suspiró nuevamente—. Fui un buen jefe y tengo el respeto de todos, pero con vos al mando podríamos crecer mucho más.

—¡¿Maté a tu puta madre y me querés dar su puesto?!

—Ella respetaba el talento, habría estado de acuerdo —se rió mientras tomaba un cigarrillo para poder encenderlo—. Ya te conté que le compró regalos a Jack cuando nació, después de que Kasch mató a mis hermanos.

—Estaba desquiciada. Yo no le tendría ni una pizca de respeto a quien dañe a Gretchen —gruñó Nahuel—. Los mataría sin dudar.

—Te sorprendería lo que el cariño y el respeto al talento ajeno puede lograr.

—No voy a dejar que te maten, Omar. No necesitás renunciar a tu puesto.

—Bueno, es oficial. Renuncio a ser el jefe. A partir de mañana vos, Fosa, pasás a ser el jefe de los barrenderos —sopló el humo de su cigarrillo y con una sonrisa torcida agregó—: Pero sigo siendo el dueño de todo, así que si te quiero partir la puta cara tengo todo el derecho del mundo. Voy a obedecer tus órdenes, pero cuando las encuentre inadecuadas voy a actuar bajo mi percepción de lo que es correcto.

—Está bien, te voy a hacer limpiar los cuerpos más asquerosos —bromeó Nahuel.

—Ya lo hago, soy el barrendero personal de Jack —dijo con una risotada.

Se sentaron a beber unos tragos juntos, mientras hacían planes para los Barrenderos y Omar le daba sus mejores consejos para poder manejar la agencia.

Y aunque habían comenzado siendo rivales y luego enemigos, ambos se sintieron complacidos de disfrutar de unos tragos junto a su amigo. El único amigo que habían hecho en su vida.

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