EXTRA: Rata | parte 4


Todo lo que se murmuraba sobre Nahuel Pietrzak era cierto. Todo lo que Omar había oído sobre él, era la pura verdad. Estaba jadeante frente a ese muchacho de mirada fría como el mismísimo invierno ruso. Una mirada tan cruel y helada como la de Jonathan Moms.

Llevaban peleando solo quince minutos y ya estaba cansado, porque Nahuel era realmente bueno. Lograr impactar un golpe era un gran reto, y llave de sumisión que le hacía era una llave que él rompía al instante al dislocarse los huesos. Incluso la posición de pelea de Nahuel era distinta a las demás, nunca había visto una pose como esa, tanto ofensiva como defensiva.

Era tan rápido, tan ágil, tan habilidoso, que Omar supo en ese mismo instante que en verdad podría morir en sus manos si se descuidaba.

Le había quebrado un brazo a Pietrzak y este aún continuaba peleando. Omar mismo tenía un hombro dislocado y la nariz partida, pero no iba a dejar de pelear hasta que uno de los dos cayera. Por eso, cuando Nahuel volvió a atacar a gran velocidad, Omar le frenó el brazo bueno y de un golpe seco se lo quebró, sin embargo Nahuel dio un giro muy habilidoso en el aire y enredó sus piernas en el cuello de Omar para arrojarlo al suelo en una llave de estrangulación.

Tomó entonces un cuchillo de su pierna y lo clavó en la pierna del muchacho, pero ni así este dejó de presionar con sus músculos para entrangularlo.

Ambos estaban muy heridos, llenos de sangre, pero Omar estaba en verdad muy cansado de esa vida. Con el poco oxígeno que le quedaba miró al rostro a Nahuel Pietrzak, de rasgos atractivos pero gestos enfadados y llenos de odio, con sus pequeños ojos azules grisáceos que ansiaban matarlo.

Omar dejó de defenderse, si moría le daba igual. Si vivía, también le daba igual. Y si vivía, no lo iba a hacer como el ganador. Once años como el mejor elemento era suficiente para él, que fuera el insoportable Nahuel quien tomara esa responsabilidad. Sin embargo no se rindió, dejó que fuera Pietrzak el que decidiera su vida.

Nahuel Pietrzak aflojó su agarre antes de dejar inconsciente a Omar y se hizo a un lado. Miró con su rostro furioso hacia Jonathan.

—Gané —le dijo.

—Así es, hijo. No esperaba menos —dijo Jonathan con orgullo.

Omar tuvo que toser para poder respirar y recuperar algo de oxígeno. Tanto él como Nahuel Pietrzak tuvieron que ser atendidos enseguida, por las múltiples heridas en sus cuerpos. Fue Raúl quien le acomodó el hombro dislocado a su hermano, quien lanzó un fuerte alarido de dolor.

—¡La recalcada concha de tu hermana! —gritó Omar—. Ese pendejo hijo de mil puta se dislocaba y acomodaba los huesos como si nada, es un puto monstruo.

—Lo es —admitió Raúl y se sentó junto a su hermano mientras una enfermera sanaba las heridas en Omar—. Lauchita… ¿en verdad perdiste?

—¿Vos qué carajo creés? Me encanta tener los huesos dislocados, y no soy un fetichista de la estrangulación —bromeó él—. Aunque si es una mujer muy sexy tal vez lo acepte, ¿eh?

—Andate —ordenó Raúl a la enfermera con una mirada intimidante—. Yo me encargo.

Ella se alejó enseguida para dejar a los Leiva solos. Raúl comenzó a desinfectar las heridas en su hermano menor, mientras este continuaba bromeando.

—Hablo en serio, Omar. ¿En verdad perdiste?

—¿Vos pensás que le dejaría ganar a ese engreído hijo de puta?

Raúl entrecerró los ojos para analizar a su hermano. Era cierto que Nahuel Pietrzak era un monstruo, algo único creado por el mismísimo Jonathan Moms, pero también era cierto que Omar era el talento nato y que tenía muchísima más experiencia que el muchacho.

—Ya no importa —suspiró Raúl—. Mañana ya me voy de Assassin. Al menos me voy feliz de saber que sobreviviste a Pietrzak.

Le dio una palmada cariñosa a su hermanito y luego lo acompañó a su habitación en la mansión Moms, que utilizaría por esa noche. Raúl no se quedó mucho allí, le dio un vino como regalo y luego se fue. Omar quería descorchar ese vino y tomarlo en el mismo instante, sin embargo tenía que tener su brazo lo más quieto posible con una férula por lo del hombro dislocado.

Se recostó en la cama a fumar. Observó el techo blanco y toda la decoración elegante. Le pareció asqueroso ese derroche, en especial porque las decoraciones se veían polvosas. Él había aprendido de su madre a limpiar no solo los cadáveres y escenas de crimen, sino también a mantener una correcta limpieza del hogar. Ver todo ese polvo lo ponía nervioso.

Oyó su puerta ser golpeada y tomó al instante la pistola. Se levantó lentamente de la cama mientras preguntaba quién estaba ahí.

—Soy Gretchen.

Le sorprendió oírla, y por eso desconfío incluso más. Se colocó junto a la puerta y la abrió muy rápido, pero no bien ella entró la puso contra la pared con la pistola en la frente.

—Mirá vos, si es en serio la princesita —dijo él con una sonrisa torcida—. ¿Te envió tu papi a matarme?

—Tal vez.

Sintió una pistola apoyarse contra su abdomen y Gretchen alzó la barbilla.

—Soy la heredera Moms, ¿pensabas que ando desarmada, o que soy una inútil?

—Imposible, princesita. Alguien que salió de los huevos de Jonathan no podría ser una inútil.

Gretchen alzó una ceja y luego comenzó a reírse. Hizo a un lado la pistola y Omar imitó el movimiento, para luego asomarse por la puerta y ver si no había alguien más por allí.

—¿Y tus guardaespaldas?

—No tengo guardaespaldas —dijo ella mientras se acercaba a un asiento para poder acomodarse—. Si te referís a Nahuel, está siendo atendido. Lo dejaste bastante malherido. Y si te referís a mi novio, Jack, está ocupado matando a su tío Schultz.

—Bien merecido la muerte de Schultz.

—Completamente de acuerdo —dijo ella con una sonrisa—. Era un imbécil.

—Te ofrecería vino, princesita, pero resulta que no puedo descorchar un puto vino.

Ella tomó la botella en sus manos y comenzó a descorcharlo con el rostro serio, mientras hablaba con él.

—Fui entrenada por mi padre. Mi estúpido hermano Julio y yo fuimos duramente entrenados por él —comenzó a decir y entonces sirvió en dos copas. Dio un sorbo antes de agregar—: Por eso sé cuando alguien no lo da todo en una pelea. Si mi padre se dio cuenta o no, no lo sé. Yo sí me di cuenta.

—No sé de qué me hablás, Gretchen, pero dame ese vino o la cosa se va a poner peligrosa —dijo él con una sonrisa torcida y estiró su mano para recibir la copa.

—¿Peligrosa?

—Llevo una hora queriendo ese vino, si te lo tomás todo voy a tener que sacártelo de los labios.

Ella alzó una ceja y meneó la copa en su mano con una sonrisa torcida, pero de igual forma le extendió la otra copa.

—Peligroso sería para vos intentarlo, Omar.

Él lo aceptó sin dejar de mirarla fijo a los ojos oscuros. Sorbió un trago de ese delicioso vino, cortesía de su hermano mayor, y entonces la miró con curiosidad. Gretchen era la jefa líder de Mörder con veintitrés años, y tenía la lealtad de sus asesinos que recibían un mejor trato del que les daba su padre. Estaba cruzada de piernas y llevaba bonitos stilettos negros, una falda tubo de igual color y una blusa escotada pero elegante que parecía ser de seda negra.

—Hoy parece que todos dudan de la capacidad de Pietrzak, ¿tan poco confiás en tu hermano que estás acá? —dijo Omar y sorbió un trago de vino.

—No. Nahuel pudo matarte pero eligió no hacerlo, y vos pudiste matarlo al apuñalarlo en los riñones o las arterias, y buscaste hacerlo en una zona segura —dijo ella y también sorbió un trago de vino—. No me importa si te dejaste ganar, después de todo Nahuel merece ese puesto mucho más que vos.

—Con moñito y todo se lo dejo al pendejito mimado —se rió él y colocó un cigarrillo en sus labios para poder encenderlo, mientras se sentaba en la cama—. ¿Qué querés, Gretchen?

—Que trabajes para mí. Que dejes Assassin y vengas a Mörder —Lo miró fijo a los ojos café con los suyos tan oscuros como las sombras de la habitación, y entonces agregó—. Mi padre no supo valorar tu talento, dejame compensar eso. Si venís conmigo podés tener tu propia habitación, podrás ver a tu familia cuando desees, y yo les doy a mis asesinos los domingos libres.

—Uhm, es una buena oferta —sopló el humo de su cigarrillo y la escrutó entera.

Miró con atención los músculos en las piernas de Gretchen, que demostraba estar bien entrenada. Miró también su escote, porque tenía unos bonitos senos redondos y firmes. Alzó una ceja ante eso.

—Si deja de verme las tetas y responde sería más rápido —dijo ella y sorbió otro trago de vino.

Omar se puso de pie para poder servirse un poco más de vino, y con un movimiento educado le pidió la copa a Gretchen para poder rellenarla.

—Solo voy a decir una cosa, princesita Moms —dijo y sorbió un trago mirándola fijo—. Tomalo como un consejo. Si dejan de tratarnos como cosas descartables, te aseguro que nos tendrían a sus pies dispuestos a morir por ustedes. Si vos te convertís en la primera en darte cuenta de eso, tendrías todo el poder.

—Peligroso ese pensamiento, que no te escuche mi padre —dijo y lo miró fijo—. Darle más poder a los asesinos es perder el propio. En eso yo le doy la razón a él.

—Demasiado hermosa y demasiado ciega también —sonrió al sujetarla de la barbilla—. Creo que aún sos demasiado joven para verlo.

—Cuidado, Leiva. Está diciendo bastantes cosas por las que podría ser acusado de traición.

—Gretchen, ya que no querés tomar mi anterior consejo te daré otro más —Levantó suavemente la barbilla de ella para verla fijo a los ojos negros—. Les das los domingos libres para poder visitar a sus seres queridos. Es un buen gesto de tu parte, debo admitirlo. ¿Qué hay de las fiestas? ¿Cenan siempre cada año lejos de sus madres, de sus hijos, de sus hermanos?

Gretchen lo miró fijo a los ojos café que eran tan oscuros como los de ella. Omar no era especialmente atractivo, tenía el rostro cuadrado pero las mejillas hundidas. Sus ojos eran pequeños y su nariz grande y bulbosa. Sus labios finos y apretados, pero Omar sabía que esa barba bien prolija le otorgaba una imagen más atractiva para las mujeres.

—¿Y qué opina el antiguo mejor elemento entonces? —inquirió ella con una sonrisa torcida—. ¿Qué tal si le otorgo diez días de vacaciones desde el veinte de diciembre hasta el treinta? ¿Eso me brindaría suficiente poder y confianza en mi gente?

—Lo vas entendiendo —dijo él y la soltó para poder concentrarse en su vino—. ¿No querés darles poder? Tratalos como humanos entonces. Noto que tus asesinos te importan, sino no les darías los domingos ni permisos de ver a sus familias. Vacaciones es perfecto, es un buen movimiento de ajedrez.

—Estuve pensando en otras cosas pero tal vez sea algo demasiado ambicioso —Tamborileó sus dedos en el apoya brazos, con una sonrisa perspicaz—. Tal vez yo no sea tan ciega como creés, Omar. Tal vez llevo pensando cosas desde muy pequeña.

—Solo somos vos y yo, y yo justamente no pienso ir a contarle nada a Jon —se rió, meneando la copa de vino—. Y claramente vos no vas a ir a decirle nada, porque te implicarías en actos de traición por los que serías desheredada. Así que, princesita, ¿cuáles son esos planes?

—No puedo darle un sueldo a los obligados, y tampoco un sueldo alto a los novatos. Llevo pensando hace años una forma de equilibrar la balanza. ¿Los novatos estarían conformes con un sueldo mensual estándar?

—Unas monedas es mejor que nada.

—Y un sistema de puntos para los obligados, que pueden ser invertidos en lo que deseen. ¿Eso los animaría más?

—Creo que a los obligados les animaría más ver a sus familias, pero el sistema de puntos es un buen comienzo —admitió Omar con una sonrisa—. Vas a hacer crecer Mörder, lo puedo ver, pero lamentablemente debo rechazar tu oferta.

El rostro de Gretchen se volvió más oscuro, sus cejas negras caían sobre sus ojos de forma intimidante, y su mandíbula se presionaba con fuerza.

—¿En verdad preferís trabajar para Julio, que tiene solo trece años y no sabe ni hacerse la puta paja? ¿Es en serio?

—Voy a unirme a los Barrenderos. Mi hermano y mi madre están demasiado grandes y viejos para hacerlo solos —dijo Omar con una sonrisa que torció para volverla más pícara—. No me extrañes, Gretchy. Lamento romperte el corazón, lo nuestro es imposible.

Ella curvó sus labios en una sonrisa, porque Omar era un tremendo insolente al que podría castigar por sus bromitas, pero la hacía reír. La hacía reír en un mundo donde ella debía mantenerse seria constantemente, donde debía verse cada vez más fuerte para no ser asesinada por su padre.

—¿Vas a desperdiciar todo tu talento para limpiar cadáveres?

—Y sangre, limpiar la sangre —acotó Omar con su dedo alzado—. Para vos debe ser un trabajo horrible y degradante, para nosotros es fascinante. Nuestras habilidades nos permite matar y deshacernos de las pruebas. Podría matarte ahora mismo y tendría la habilidad de deshacerme de tu cuerpo, sin que tu padre sepa jamás que fui yo.

Gretchen lo miró fijo, con intensidad.

—No sé si es una amenaza, una provocación, o solo un jueguito tuyo. ¿Siempre sos tan imbécil?

—La mayor parte del tiempo, cuando no le quiebro los brazos a tu hermano adoptivo —bromeó con una sonrisa provocadora—. El resto del tiempo le estoy dando orgasmos a mujeres.

—Sos muy atrevido, Leiva. Un completo insolente.

—Oh, lo lamento, princesita. Es lo que hacemos los hombres de verdad —se rió—. Pero como salís con un niñito de dieciséis años dudo que sepas lo que es un orgasmo.

—Te sorprendería los talentos que tiene mi Jack en la cama.

—Lo dudo, sino no tendrías esa carita seria.

Gretchen se puso de pie y apoyó con suavidad la copa de vino en el mueble donde estaba la botella. Luego miró la habitación, no era tan fina y elegante como la de ella pero se veía bien para uno de los mejores de D.E.A.T.H. Giró entonces para verlo, Omar tenía esa férula en su brazo izquierdo que había sido dislocado, y su mano derecha estaba posada en su cadera con un gesto egocéntrico típico en él.

—Entonces vine a hablar con las paredes, si vas a irte a limpiar cadáveres no tiene sentido que yo esté acá —dijo ella con el rostro serio—. Una pena, Omar, me habrías servido bien en Mörder.

—Puedo servirte muy bien en la cama, princesita.

—No estoy de humor para bromas.

—¿Quién dice que estoy bromeando? —sonrió al escrutarla de forma lasciva—. Qué bien come Wolff, ¿no le sobra un trozo? Le va a doler el estómago por comer solo semejante pedazo de mujer.

Gretchen le dio un puñetazo al rostro que lo hizo escupir sangre, y Omar sonrió con sus dientes rojos.

—Así me gustan, bien rudas.

Ella volvió a darle otro puñetazo con el ceño fruncido y, con una risotada, Omar la tomó de la cintura para acercarla a él. La besó aún con sangre en la boca, el sabor a hierro se mezclaba con el de Gretchen, que le dio otro puñetazo con fuerza.

—¡Atrevido!

Gretchen lo empujó hacia la cama y Omar se quejó por el dolor, pues había caído sobre su brazo izquierdo con la férula. Ella se ubicó al instante sobre él, quien volvió a besarla para compartir su sabor. Rozaron sus lenguas húmedas y Omar se quitó la férula por la cabeza para poder estar más cómodo cuando la volteó.

—¿Y tu hombro? —preguntó Gretchen, jadeante, al ver que se lo había quitado.

—Ay, mi pobre hombrito —dijo él y comenzó a besarle el cuello mientras recorría con su mano el abdomen de Gretchen, hasta introducirla bajo su falda—. Una buena cogida lo va a sanar.

Gretchen se rió al darle un golpe, su sonrisa era blanca y radiante, hacía brillar sus oscuros ojos. Era tan raro verla reír que a Omar le encantó esa imagen bajo él.

Disfrutó, también, de ver el cuerpo desnudo de Gretchen, cubierto de cicatrices por todas partes. Castigos de su propio padre, tanto ante errores como por su entrenamiento. Omar besó gran parte de esas cicatrices y luego suspiró de placer cuando se introdujo en ella. Capturó sus labios para disfrutar de su sabor y de la calidez de su lengua, mientras se ocupaba de estimularla con su mano para aumentar más las sensaciones en ella.

Los gemidos de Gretchen lo encendían mucho más, por eso luego del primer orgasmo la volteó en el aire como si fuera una muñeca de trapo para poder ponerla en cuatro. Se dio cuenta que, al igual que a él, a Gretchen le gustaba rudo, por lo que no se privó de palmearle el culo con fuerza ni de sujetarla del cuello o del cabello.

Solo cuando ella quedó temblorosa sobre las sábanas fue que él se hizo a un lado, complacido, y tomó su cajetilla de cigarros para poder encender uno. Ese era el mejor cigarrillo del día, luego de una buena cogida.

—¿Ves? Ahora sí estás sonriendo —dijo él y sopló el humo de su cigarrillo.

—Estúpido —dijo ella y le dio un golpe, aún jadeante.

—Un estúpido que te deja temblando de placer.

Gretchen se sentó en la cama, con su largo cabello negro y lacio que caía como una cascada en su espalda. No cubrió su cuerpo, por lo que Omar se dio el gusto de volver a apreciar su desnudez y sus perfectos senos. Ella, a su vez, apreció el musculoso torso marcado de él, con fuertes pectorales y abdomen marcado. Sus bíceps eran tan grandes que dejaban en vergüenza a la mayoría de los asesinos, y lucían con orgullo grandes tatuajes.

—Algunos barrenderos aceptan hacer misiones también —dijo ella y sonrió—. ¿Serás de esos, Omar? ¿Puedo llamarte para algo importante?

—Solo si ese algo importante es meterme entre tus piernas, por supuesto.

—Tal vez pueda llamarte para trabajar y para meterte entre mis piernas.

Omar sonrió al alzar sus cejas.

—Sí que sabés ofrecer buenos tratos, ¿eh? —dijo con una risotada y se sentó para poder acariciar ese cabello negro que parecía seda al caer por su espalda—. De acuerdo, princesita. Podés llamarme para algo importante siempre que incluya esto —rozó con sus dedos la entrepierna de Gretchen, lo que a ella le dio una ligera sensación placentera.

Gretchen se alejó para poder tomar su ropa, mientras que Omar finalizaba su cigarrillo. La observó con atención, el largo de esas piernas blancas y la gracia de cada uno de sus movimientos.

—¿Por qué no te quedás conmigo, Gretchen? —propuso con una sonrisa—. Podría hacerte despertar con una sonrisa…

—Tengo que irme, Omar. Tengo que aparecer en Mörder para ver si Jack ya acabó con Schultz y poner algo de orden —suspiró mientras se acomodaba la falda tubo—. Tal vez la próxima, ¿quién sabe?

Él sonrió incluso más y la devoró entera con la mirada. La observó abrocharse el sostén y acomodar esa blusa de seda negra. Sin embargo, antes de irse, ella se acercó a Omar para despedirlo con un beso en los labios que era una promesa a futuro.

Al otro día de su enfrentamiento con Nahuel Pietrzak, Omar dio el aviso a Julio Moms, su jefe, que se uniría a los Barrenderos. Julio era pequeño, solo un niño de trece años sentado en un gran asiento de oficina. Sin embargo la mirada en él no era la de un niño, era la de un gran estratega. Era una mirada fría y cruel como la de su padre y como la de, también, Nahuel Pietrzak.

—Está bien, Leiva. Serás bienvenido siempre en Assassin, y seguirás respondiendo ante mí —dijo Julio con seriedad.

Omar intentó no reírse, porque era muy gracioso que ese niño le estuviera hablando de esa forma. Pensó que podía torcerle el cuello con facilidad de tan pequeño que era.

—Por supuesto, «señor» Moms —dijo con una sonrisa torcida—. Este es mi hogar, siempre estaré para mi familia.

—¿Tiene usted alguna recomendación de profesional para el puesto de líder?

—Puedo ir a verlos entrenar y le diré quién podría ocupar ese puesto —asintió Omar.

Fue junto a Julio. Omar hacía su mejor esfuerzo por no reírse al caminar junto al chico, quien le llegaba hasta el hombro en altura. Julio estaba entrenado físicamente, pero seguía pareciendo un niño delgado. Sin embargo, notó que él observaba todo con suma atención. Observaba cómo se dirigía Omar a las personas, cómo actuaban con él.

«Este va a superar a Gretchen» pensó al ver que el chico era observador y analizaba todo.

Observaron juntos el entrenamiento de los profesionales. Había varios que eran realmente buenos, algunos hombres y también una mujer de cabello corto y negro que llamó su atención. Ella era fuerte y derrotaba a todo quien la enfrentaba, era alta y ágil.

—Ella —dijo Omar al verla—. No recuerdo su nombre, pero ella.

—¿Pamela? —Julio la miró con atención—. Está bien, ella será.

Julio despidió con respeto a Omar, al igual que la gente de Assassin. Muchos lo abrazaban con fuerza, le daban palmadas afectuosas y sus buenos deseos. Otros, en cambio, se alejaron muy ofendidos, pues sentían que él los estaba abandonando.

Omar nunca creyó que le podría doler tanto dejar a su gente. Que su corazón de piedra, desde que había perdido a María, podría doler así. Por eso decidió regresar cada cierto tiempo para asegurarse de que todo estaba bien.

~ • ~

Había sido llamado un par de veces por Gretchen para misiones de Élite que, debido a la condición de sus brazos, Nahuel no podía hacer. Y cada vez que regresaba a ella por su paga terminaban revolcándose en la primera superficie que se cruzaban.

Él prefería trabajar junto a su familia. Era más feliz al limpiar con su madre, quien había impuesto la idea de utilizar apodos para reservar la identidad de los miembros. Ella, con todo su amor, lo llamaba Ratoncito. Marta era «La Matriarca», mientras que Raúl era «El Oso» debido a su tamaño, aún cuando Omar lo había superado también en eso.

Trabajó dos años junto a su madre allí, quien cada vez tenía más y más poder. Muchos asesinos de D.E.A.T.H. abandonaban las sedes para unirse a ellos, pues el trato de los Barrenderos era mil veces mejor que el de Mörder o Naemniki.

Sin embargo, para sorpresa de todos, Julio había aprendido muy rápido cómo funcionaba Assassin. Había comprendido las dinámicas de familia, había entendido que él ahí no era un jefe que daba órdenes, sino un padre que cuidaba de sus hijos, o un hermano que protegía a sus otros hermanos. Julio había entendido lo que su padre y hermanos no, que era cómo ganarse a su gente. Y así, Julio había obtenido la verdadera lealtad. Una que ni Jonathan, ni Ornella, ni mucho menos Gretchen y Héctor tenían. Los asesinos de ellos obedecían por dinero, actuaban por dinero, mientras que en Assassin lo hacían por lealtad.

Lamentablemente para Omar y Marta, Raúl falleció por la noche mientras dormía. Sin explicación, solo se acostó a dormir luego de saludar a su familia y ya no despertó. Fue el único de sus hermanos que murió en paz, libre de sangre y dolor. Con una sonrisa tranquila y relajada. Omar lo lloró con tanta fuerza que sintió que moriría allí en ese mismo instante. Se había aferrado al cuerpo de su hermano. De su padre.

—Papá… —sollozó al abrazarlo mientras depositaba besos en la frente de su hermano mayor, que lo había criado y cuidado desde su nacimiento.

—Se fue en paz, hijo. El único que se fue en paz —Había dicho Marta al acariciarle el cabello a su hijo mayor—. Ahora puede descansar. Mi bebé, mi bebito chiquito se fue en paz.

Omar soltó a su hermano solo para poder contener a su anciana madre. La abrazó con fuerza para jamás soltarla, pues ella era todo lo que le quedaba en el mundo.

—Voy a venir a vivir con vos, má —le dijo con cariño—. Mi reina madre.

Omar entendió con el paso de los años por qué todos y cada uno de sus hermanos se ponían prácticamente de rodillas ante ella. Su madre era una mujer fuerte que le había dado a D.E.A.T.H. la fama que tenía. Había criado a once hijos, y seguía imponiendo miedo en el bajo mundo. Marta tenía espías en todas partes y un poder que podía dejar en ridículo a los Moms.

Omar se convirtió, en algún punto de su vida, en uno de los que se ponía de rodillas ante ella.

~ • ~

Una noche, un año después de la partida de Raúl, Omar había ido a reunirse con Jack Wolff, quien lo había llamado para contratar sus servicios personalizados. Era algo que muchos asesinos habían comenzado a hacer, pagarle a un solo barrendero que se encargara de su limpieza, con un sueldo más alto.

Estaban sentados en un bar, habían pedido una cerveza cada uno y se miraban con atención. Jack ya no era ese niño que Omar había conocido, pues pese a tener diecinueve años era una bestia inmensa con una musculatura que avergonzaba a los demás. Jack Wolff, incluso, había comenzado a ser llamado «el Loco» por su forma de trabajar.

—No va a ser barato, Wolffcito, sos muy sucio al trabajar y toda mi gente odia ir a tus escenas —dijo Omar y sorbió un trago de cerveza.

—Que me chupen la pija todos esos imbéciles, por algo le estoy hablando al mejor de los barrenderos —dijo Jack, de brazos cruzados—. La plata no es un problema. Vos solo decime un número, el que desees, y esa plata será tuya.

Sonrió al oírlo y alzó sus cejas.

—Está bien, mis servicios son caros pero si estás dispuesto igual, entonces tenemos un trato —dijo y colocó un cigarrillo en sus labios que no tardó en encender—. Vas a tener mi número privado, ahí vas a mandarme un mensaje con la ubicación exacta y la cantidad de cuerpos.

—¿Algo más? ¿Nivel de dificultad?

—Con vos todo es nivel Alfa —dijo con una risotada—. ¡¿Cómo mierda podés ser tan sucio?!

—Soy muy limpio, solo me gusta la sangre —se rió él—. Hace que me tengan más miedo, ¿verdad? Y funciona.

—Bueno, no me da miedo el imbécil hijo de perra de Pietrzak, menos miedo me vas a dar vos —sopló el humo de su cigarrillo y le dedicó una sonrisa a ese muchacho de ojos celestes y corto cabello castaño claro—. Oí que no te llevás muy bien con él.

—Es un imbécil hijo de perra que le haría mejor al mundo estando muerto que vivo.

Omar se rió tan fuerte que llamó la atención de las demás personas en el bar. Entonces le dio una palmadita amistosa en el rostro, con una sonrisa.

—Nos vamos a llevar muy bien vos y yo.

—Te recomiendo no tomar más pedidos personalizados, conmigo ya es suficiente —Jack alzó la barbilla con orgullo antes de agregar—: Somos Nahuel y yo los más solicitados.

—Y pensar que deseé que murieras —se rió.

—No sos el único, ponete en la fila —dijo Jack con una risotada—. Pero no recomiendo ponerse contra mí.

—Tenés a Gretchen contra vos —dijo con una sonrisa provocadora.

Jack frunció el ceño con molestía.

—No acepta que ya se terminó —siseó—. Me pegó un tiro la hija de mil puta. Pero Dios, qué sexy que es la arpía maldita.

Omar soltó otra gran risotada que hizo otra vez que todos los presentes dirigieran su mirada hacia él.

Pese a que se suponía que era una reunión profesional, descubrieron que tenían mucho en común y tomaron más cervezas juntos. Supieron en ese instante que tendrían una buena relación laboral.

Cuando Omar regresó a la casa donde vivía con su madre, luego de unas cuantas cervezas con Wolff, estacionó el auto en la entrada y quiso colocar las llaves, pero notó que la puerta estaba abierta. Al instante tomó la pistola de su cadera y entró lentamente. Todo estaba a oscuras, todo parecía también en orden, pero no era usual que su anciana madre dejara la puerta abierta.

Cuando ingresó en la sala de estar vio una sola luz encendida, y allí en el suelo el cuerpo de su madre con un disparo limpio en la frente. Su primer impulso fue correr hacia ella, sin embargo primero analizó el lugar. Revisó la casa entera para ver si ya estaba vacía, y encendió las luces para descubrir quién había sido el imbécil que osó hacer eso.

Por el disparo tan limpio en la frente y la falta de sangre junto al cuerpo, que demostraba haber sido limpiado, Omar apretó la mandíbula con odio.

—¡Pietrzak!

Todo estaba limpio, no había ni una gota de sangre en ningún lado, ni siquiera en la herida, y solo Nahuel Pietrzak era tan obsesivo y engreído como para hacer algo así.

Se puso de rodillas frente a ella y llamó a los demás Barrenderos con su teléfono. Quería llorar pero ni una lágrima salía de él, porque solo la furia lo dominaba. Estaba tan enojado que era incapaz de derramar una sola lágrima.

—Te puso el anillo de oro y el prendedor —dijo entre dientes al acariciarle el cabello a su madre. Junto a ella estaba su bastón, también muy limpio—. Esto era personal, mi reina madre. Esto no fue cualquier cosa, esto era personal.

Su madre era tan fuerte, pese a ser una anciana, que podía contra cualquier asesino, pero no contra un monstruo como Nahuel.

Comenzó a revisar las cámaras de seguridad. Nahuel era conocido por no dejar prueba alguna, no dejaba cámaras ni filmaciones, sin embargo allí estaba el vídeo de él ingresando en la sala de estar con su ropa y guantes negros. Se escondía entre las sombras.

La señora Ornella le envía sus saludos.

Había dicho Nahuel antes de disparar.

La furia en él creció mil veces más. Su rostro estaba rojo de tanta ira, sus dedos crujían por el fuerte apretar. Habían dejado la puerta abierta a propósito, también el cuerpo allí y la grabación, porque Ornella Vannucci quería que él viera todo eso. Tal vez para controlarlo, tal vez porque creyó que así él se pondría de rodillas ante ella.

Cuando los demás Barrenderos llegaron, todos quedaron atónitos y consternados por la muerte de su jefa. Algunos derramaron las lágrimas que Omar, aún, no se permitía derramar. Permitió que ellos se llevaran el cuerpo a la funeraria, le harían un largo velatorio, pues era muy querida, antes de ponerla en el gran mausoleo de los Leiva.

Él sabía que estaba en manos seguras, por eso salió de la casa y manejó en dirección a la mansión Moms. Era la medianoche, y no le importaba despertar a todos allí, en especial a Jonathan y Ornella. En especial a la maldita perra de Ornella.

Entró en la mansión con tanta habilidad que fue imperceptible para los demás. Era probable que el mismo Nahuel estuviese por ahí, pero tampoco le importaba. Se dirigió directo a la oficina de Ornella, a sabiendas de que los Moms siempre eran los últimos en terminar de trabajar. Pateó la puerta con fuerza, lo que hizo sobresaltar a la mujer que, en ese momento, se besaba de forma apasionada con Jonathan.

Jonathan la puso al instante tras él y alzó una pistola hacia Omar, sin embargo este también lo tenía apuntado.

—¡Son neutrales! —gritó Jonathan con odio.

—¡Lo soy, maldito hijo de un camión de putas! —gritó Omar—. ¡Porque los Barrenderos tenemos ética, y códigos que basura como ustedes jamás tendrá!

—¿Viniste a vengar a tu mamita? —se rió Ornella.

—Oh, no. Aunque claro que me gustaría hacerlo. ¿Vos creés que el día que mueras, tus hijos van a llorar? ¿Van a querer vengarte? ¿Julio y Héctor van a ir con un arma a apuntar a tu asesino? —dijo él con una risita—. Tus hijos van a brindar el día de tu muerte, prostituta asquerosa.

—Ustedes obedecen mis órdenes, así que si no querés que me deshaga de todos ustedes, Omar, bajá esa pistola y andate —dijo Jonathan con el rostro serio e impasible.

—¡Ya no más, hijo de puta, ya no más! —se rió Omar—. A partir de este momento dejás de tener poder en los Barrenderos, vas a contratar nuestros servicios como cualquier cliente, y vas a pagarnos como cualquier cliente. No somos parte de D.E.A.T.H. y no vas a tener ninguna clase de poder sobre mi gente.

—Estás jugando con fuego, Omar.

—«Rata» —dijo con la mirada llena de odio—. Ni Omar, ni lauchita, ni ratoncito. Una maldita Rata asquerosa y grotesca.

Gatilló la pistola al cambiar de blanco hacia Ornella, en vez de a Jonathan.

—Si cualquiera de tus asesinos vuelve a acercarse a mi gente, voy a matar a cada uno de tus hijos, empezando por Julio. Es tu preferido, ¿verdad? —se rió—. Y luego voy a cortarle la cabeza a la prostituta de tu esposa y vas a presenciar cómo lo hago. Poneme a prueba, Jonathan. ¡Acercate nuevamente a mi gente y vas a ver de lo que soy capaz!

—Tu neutralidad es una farsa.

—Oh, no —sonrió—. De no ser porque soy neutral ustedes ya estarían muertos desde antes de saber que estaba acá. Ni siquiera se habrían dado cuenta. Cada vez que llamen por los servicios de los Barrenderos se van a comunicar conmigo como «Rata». Cada asesino que mandes a matarme va a llegar a vos en distintas cajas que repartiré por las sedes. En pedazos te los voy a devolver.

—Creo que no sos consciente de lo que estás diciendo —se rió Jonathan.

—Poneme a prueba. Hacelo, Jonathan. Te los voy a enviar en cajas —dijo con odio—. Y cuando recibas esas cajas, acordate que te lo advertí. Perdiste todo el poder sobre los Barrenderos en el momento en que tu perra decidió matar a mi madre.

—Marta tenía que ser neutralizada —dijo Ornella.

—¿Qué pasa, asquerosa? —dijo con una gran sonrisa al mirarla—. ¿Envidia de que mi madre se ganó todo sola, sin necesidad de casarse con nadie? Vos no valés ni un cuarto que ella, no serías capaz de soportar un enfrentamiento con Gretchen, mucho menos con una sello de oro. ¡Una sello de oro, hija de puta! ¡Una maldita sello de oro!

—Tengo otro sello de oro —dijo Jonathan con soberbia—. No te creas tanto, «Rata».

—Estás advertido, Jonathan. No querés entrar en guerra contra los Barrenderos.

Diciendo eso salió de allí.

Esa noche Omar tuvo la visita de varios asesinos, por haber amenazado a los Moms. Y tal y como lo había dicho, los cortó en partes con tanto placer que incluso se rió al hacerlo. Envió un popurrí de miembros humanos a Gretchen, aunque a ella le envió un champagne en la caja, como cortesía. Le envió otra caja a Julio, y otra dirigida a Héctor. Las cabezas las dejó en la puerta de la mansión Moms, como advertencia a futuro.

La única forma de eliminarlo sería enviando tras él a Nahuel Pietrzak, y Omar ni siquiera estaba seguro de cuál de los dos moriría.

Luego de la tercera vez que Omar les envió los obsequios, dejó de recibir intentos de asesinato y, en su lugar, recibió una visita de alguien inesperado.

—¿Te envió tu padre? —preguntó con asco al ver a Gretchen.

—No. Julio lo convenció de dar un paso atrás, y aunque nos llevamos muy mal, Julio, Héctor y yo decidimos aceptar su independencia —dijo ella al cruzarse de brazos—. Son independientes, Rata.

—¿Y tu padre?

—No le quedó más opción que aceptar nuestras decisiones, después de todo quienes manejamos las sedes somos nosotros —dijo y lo miró fijo a los ojos llenos de odio—. Y Omar…

—¿Qué? —gruñó.

—Lo siento mucho.

La mirada de Gretchen se había suavizado. Lo miraba con pena y también con comprensión, con la comprensión de saber lo que se sentía que mataran a su madre.

—Tenés prohibida la entrada a Mörder, Naemniki y la mansión Moms —dijo ella con un suspiro y la mirada baja.

—¿Assassin no? —preguntó con sorpresa.

—Assassin no —asintió y luego le dedicó una sonrisa—. Por alguna extraña razón Julio te sigue aceptando.

«Porque sabe que se va a poner a todos en contra si no lo hace» pensó Omar.

—Nos vemos, Gretchen. A partir de ahora solo negocios, ya no más misiones con final feliz —dijo él con una sonrisa torcida.

Ella se rió, dedicándole una sonrisa brillante y alegre antes de irse de ahí.

—Nos vemos, Rata.

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