EXTRA: Rata | parte 2


Omar fue entrenado en Assassin por su hermano mayor, el líder de los Profesionales. Solo ellos dos se habían quedado allí, el resto de la familia se había instalado en distintas casas para trabajar luego junto a su madre en la agencia de Barrenderos.

A los doce años Omar era tan bueno que fue considerado, por el mismo Jonathan Moms, como el mejor de los novatos en todo D.E.A.T.H., y fue nombrado líder de los novatos de Assassin, aunque ese puesto le trajo muchos enemigos de novatos que llevaban años siéndolo. Eran mayores que él y se negaban a obedecerlo.

Ese mismo año habían comenzado a correr muchos rumores en Assassin. Se hablaba de una mujer que había debilitado a Kasch Wolff, y también se hablaba de una amante que tenía Jonathan, lo que le traía muchos problemas con su esposa Ingrid.

En esos años dos hermanos más de Omar fallecieron en un intento por deshacerse de los Barrenderos por parte de distintos grupos criminales, aunque Jonathan Moms no estuvo involucrado y le envió sus respetos a Marta.

Solo quedaban cinco Leiva con vida. Solo cinco, de once que eran originalmente.

Cuando Omar cumplió los quince años, fue nombrado Profesional y pasó a entrenar junto a estos. Aunque no estaba al nivel de su hermano mayor, por ser este el líder, ahora podían hablar de igual a igual, y el respeto hacia él era mucho mayor.

—Vamos, Lauchita, mamá organizó una gran fiesta en tu honor —dijo su hermano Raúl al palmearle la espalda con cariño.

—¿Y nos van a permitir salir?

—Se lo pedí a Jonathan en persona —dijo con una sonrisa torcida—. Tenemos autorización. Ni vos ni yo cometemos errores, ni desobedecemos órdenes. Podemos salir tranquilamente.

Omar asintió con una sonrisa y se cruzó de brazos. Tenía la misma altura que su hermano Raúl, teniendo uno treinta y seis años y el otro solo quince recién cumplidos. No pudo evitar sonreír de forma bromista por eso.

Aunque aún no tenía la inmensa musculatura de su hermano, Omar tenía un cuerpo grande y fuerte, y una voz grave que lo hacía parecer mayor edad de la que tenía.

Luego de darse un baño y cambiarse de ropa, fue junto a su hermano que aprovechó el viaje para enseñarle a manejar. Le mostró los cambios, el funcionamiento del auto y fue enseñándoles las reglas de tránsito durante el trayecto.

—Ya cumpliste quince, desde Óscar que se impuso el Rito en los mejores —dijo Raúl y lo miró de reojo—. ¿El señor Moms te ha enviado para el Rito?

—No, no lo necesito.

—¡¿Cómo que no?! —chilló—. ¡Todos los mejores deben hacer el Rito para convertirse en espías!

Omar comenzó a reírse y se cruzó de brazos, con una sonrisa egocéntrica.

—¿En serio pensabas que sigo siendo virgen, Raúl? Sos más inocente de lo que creía.

Su hermano le dio un empujón y estacionó el auto frente a la inmensa casa de su madre, tan bonita y elegante.

—Pendejo precoz de mierda, ¿ya cogiste y todo? La puta madre, ayer mismo te estaba cambiando los putos pañales —siseó Raúl y se bajó del auto.

—Mamá me cambiaba los pañales, estúpido.

Azotó la puerta del auto y se acercó a él, que colocaba la llave en la blanca puerta de entrada.

—Y cuando mamá se iba con un hombre, o a misiones, ¿quién carajo pensás que te cuidaba, pendejo?

—Mis hermanas.

Omar se rió con ánimo, porque le divertía molestar a su hermano, pues este siempre se enojaba mucho cuando negaba sus cuidados.

Recorrieron el amplio pasillo de paredes blancas, con bonitos cuadros. El piso era de porcelanato, pero cuando entraron en la inmensa sala de estar donde todos estaban reunidos, vio que allí el piso era de parquet. Sonrió ampliamente al ver a su madre, quien se puso de pie enseguida para poder recibirlo. Ella lo tomó del rostro con cariño y le besó las mejillas.

—Mi ratoncito, mi ratita hermosa —le dijo y volvió a besarle una mejilla—. Quince años y ya un profesional.

Sus hermanos le palmearon la espalda con cariño y le dieron algunos golpes en medio de risitas, pero la única que lo abrazó fue su hermana María. Omar respondió el abrazo al instante y hundió su rostro en el cabello de ella, porque hacía meses que no la veía y la extrañaba una infinidad.

—Te extrañé, hermanito —le dijo ella con una sonrisa y se alejó para acunar su rostro entre las manos.

—También te extrañé, Mari.

Pasaron todos hacia el comedor, donde la cena ya estaba lista. Entre todos ayudaron a servir la lasagna y permitieron que su madre se quedara cómoda en su asiento. Uno le sirvió vino en una copa, otro ubicó el plato con comida para ella, y solo cuando su madre les indicó que podían empezar a comer, fue que todos se acomodaron para degustar la cena.

Ella estaba en la cabecera de la mesa, a su derecha estaba Raúl, y junto a él estaba Omar. A la izquierda de su madre estaba María, pues era la única hija mujer que le quedaba con vida, y tenía un trato preferencial en la familia que todos estaban dispuestos a darle.

Conversaron sobre el entrenamiento de Omar, sobre su adaptación a los profesionales, y también hablaron de los trabajos como Barrenderos. Omar aún no había comenzado a trabajar con ellos, pero trataba de ser lo más limpio posible en sus misiones.

Brindaron por los logros del menor de los Leiva, y bebieron entre risas y bromas. A veces Marta los miraba a todos reír, con una gran sonrisa, y sus ojos se llenaban de lágrimas al recordar a sus seis hijos fallecidos. Luego apretaba la mandíbula con fuerza y alzaba la barbilla, mirando con orgullo a los presentes. Sus bebés que sobrevivían a cada crisis.

—¿Se enteraron de las noticias? —preguntó Marta luego de beber un trago de vino.

—¿Qué noticias, madre? —preguntó uno de sus hijos.

Ella se mantuvo en silencio por un momento, observando el contenido de su copa.

—Me habría gustado tener más hijos, o que sus hermanos estuvieran con vida para disfrutar de esta gran mesa —dijo con un gesto triste y alzó la mirada—. Wolff fue padre esta misma tarde, ha tenido un varón junto a su esposa.

—Ese hijo de puta —gruñó Aníbal, el segundo mayor.

—Dicen que está cambiado, que el amor por esa mujer lo cambió —agregó María—. Tal vez ya no sea un hijo de puta.

—Ojalá se muera —gruñó Omar con odio mientras presionaba en su mano la copa de vino—. Ojalá se muera esta misma noche su hijo de mierda, para que sepa lo que es que le arrebaten un ser querido.

—¡Omar! —lo regañó Raúl—. ¡Estás hablando de un bebé, cosete los labios primero!

—¡Me importa un puto carajo! —golpeó la mesa con su mano, con furia—. ¡Vos no viste cómo le quebró el cuello a Fabricio con una sola mano, o cómo lo hizo con Malena! ¡Con Male, Raúl, con tu maldita hermana!

—Hijo —Marta dirigió su mirada hacia Omar, con el rostro serio y frío, y entonces agregó—: En esta familia no lastimamos infantes, no nos metemos con infantes, y no les deseamos el mal tampoco. Podés odiar a Kasch todo lo que quieras, pero su hijo no tiene la culpa de las decisiones que su padre tomó.

—No me importa —dijo entre dientes—. Ojalá se muera.

Marta se puso de pie enseguida y caminó directo hacia él, para luego darle un cachetazo tan fuerte que le dio vuelta el rostro.

—¡Mañana vas a venir conmigo a Mörder y vamos a ir a presentar nuestros respetos por su nacimiento! —le gritó—. En esta familia los niños se protegen, y si me entero que intentaste dañar a uno solo, si intentaste lastimar a ese niño, entonces ya no vas a ser mi hijo ni parte de esta familia.

—Voy con vos, madre —dijo Raúl con voz suave—. A presentar nuestro respeto.

Omar tomó un trago de vino pero se refregó la mejilla con sorpresa, era la primera vez que su madre le levantaba la mano. Y con eso odió incluso más al recién nacido.

María cambió el tema de la conversación, para que dejara de centrarse en su hermanito o en Wolff, y decidió contar públicamente que estaba saliendo con un chico ruso de Naemniki. Eso creó un caos incluso peor, pues tenía dieciocho años y muchos hermanos mayores que tenían, en ese momento, el plan de salir en grupo a golpearlo. Sin embargo no pasó de amenazas y terminaron por reírse a carcajadas.

Luego de unas horas todo el ambiente se normalizó, y Omar se sintió mucho más tranquilo y cómodo. Se mantuvo junto a su querida hermana, quien había apoyado su cabeza en el hombro de él. Ella era tan hermosa, había heredado toda la belleza de su madre, su cabello ondulado y oscuro, sus grandes ojos avellana, sus labios carnosos y rasgos finos, y también sus curvas abundantes.

—Mari —susurró él—. Sí ese ruso te rompe el corazón, le voy a arrancar el suyo y se lo voy meter por la boca.

Ella se rió y le dio un beso en la mejilla.

—Te quiero, ratita —le dijo con cariño y volvió a apoyarse en su hombro.

—También te quiero, mi corazón.

Y no mentía. Omar quería a todos en su familia, adoraba a Raúl que era más su padre que su propio padre –quien, a pesar de estar en los Barrenderos, jamás le prestó atención–. Adoraba a Aníbal que era tan malhumorado siempre y eso lo hacía reír. A Mauro, que era siempre tan gracioso y divertido. A Román, que le ayudaba cuando tenía algún problema. Adoraba especialmente a su madre, que le había dado el regalo de la vida, pero ninguno de ellos podía competir en su corazón con el amor que él sentía por su única hermana viva.

María no habitaba en su corazón, ella era su corazón.

~ • ~

Al siguiente día, y de muy mala gana, Omar tuvo que ir en el auto con su hermano mayor hacia Mörder. Fue cruzado de brazos y mascullando cientos de insultos en distintas lenguas, pues Óscar Moms le había enseñado a hablar alemán, ruso, inglés y también chino mandarín.

Iba en el asiento trasero mirando por la ventanilla, mientras oía la conversación casual que tenía su hermano y su madre. Hablaban del clima frío, de los distintos nacimientos de sus hermanos, que la ponía a ella bastante nostálgica.

—Cuando vos naciste, ratoncito, hacía mucho calor —dijo Marta con alegría.

—Mamá estaba con contracciones y ni aún así dejó de trabajar, ¡tuve que llevarla de prepo! —dijo Raúl con una risotada—. Acababa de darte a luz y me preguntó si alguien había terminado el trabajo por ella, porque dejar todo sucio iba a arruinar su imagen. Ay, mami.

—Vieja loca —dijo Omar con una risita—. Pudiste matarnos.

—Conozco mis límites, y limpiar no iba a matarnos. Y mirate, quince añitos y ya sos un profesional.

Estacionaron dentro del edificio de Mörder, en el estacionamiento. Solo bastó con que Marta enseñara su anillo-sello de oro en su mano para que pudiera tener aquel acceso. Raúl tomó un gran ramo de flores en su mano, mientras que Marta una canasta con obsequios, y entonces caminaron uno junto al otro, con ella por delante, como si fueran los mismísimos dueños de ese lugar.

Fue Gretchen Moms, con siete años, quien los recibió. Estaba de pie firme con sus manos tomadas al frente, su espalda recta y su rostro serio.

—Disculpen la ausencia de mi padre, no estábamos al tanto de su visita —dijo ella y asintió con respeto hacia Marta—. Lamentablemente mi madre ha «fallecido», por lo que mi padre está haciendo uso de su tiempo de «luto».

Lo pronunció de una forma tan fría y extraña que llamó la atención de Omar, quien dirigió su mirada hacia la niña que tenía su cabello negro recogido en un rodete ajustado. Era tan pálida que incluso parecía enferma, y tan delgada que se veía débil y enclenque. Omar sabía que, por ser la única heredera Moms, de débil no tenía nada.

—Lo siento mucho, querida —dijo Marta con una mano en su pecho, con pesar—. No sabía lo de tu madre.

—Sí, bueno. Fue sorpresivo —dijo ella y les dio la espalda—. ¿Vienen a ver a Wolff? Permítame guiarlos, por favor.

—Haré averiguaciones —le susurró Raúl a su madre en el oído.

Ella solo asintió para luego seguir a Gretchen por esos pasillos. Era una simple niña, pero tenía el respeto de los asesinos y solo bastaba un movimiento de su mano para que estos se hicieran a un lado.

Se detuvieron frente a la puerta de una gran habitación aislada, lejos de todas las demás. Se oía el llanto de un recién nacido. Gretchen, entonces, golpeteó la puerta pidiendo entrar. Casi al instante el inmenso alemán de cabello rubio abrió la puerta.

—No es un buen momento, señorita —dijo él y dirigió su mirada con curiosidad hacia Marta.

—Buenas tardes, Wolff. Quise venir a presentar mis respetos y mis felicitaciones por el nacimiento de su primogénito —dijo Marta y enseñó los obsequios—. Trajimos unos presentes para tu esposa y tu hijo.

—Extraño.

—Yo no soy asesina de niños, yo los traigo a la vida —dijo Marta alzando la barbilla con orgullo.

Con un suspiro Kasch los invitó a entrar, después de todo él era el mejor elemento de todo D.E.A.T.H. y, por supuesto, no permitiría que nadie le hiciera daño a su familia.

Sentada en una gran cama matrimonial estaba Valeria, una bella mujer de cabello castaño oscuro que en ese momento se encontraba despeinada y con grandes ojeras bajo sus ojos café. Era muy hermosa, era la primera vez que Omar la veía y pudo comprender por qué alguien tan cruel y odioso como Kasch se había enamorado de ella. Valeria les dirigió una sonrisa amable al invitarlos a pasar, sostenía en sus brazos a su pequeño bebé.

—Bienvenidos, disculpen… todo, aún no sé muchas cosas respecto al bebé —dijo.

Raúl le enseñó a Kasch el ramo de flores y este, luego de mirarlo con atención, como si quisiera asegurarse de que no había nada extraño, asintió para permitir que se acerque a ella. Raúl lo observó por un instante y se acercó a un costado de la cama para poder enseñarle el gran ramo a Valeria.

—Muchas felicidades —le dijo con una sonrisa y apoyó el ramo en un modular a un costado—. ¿Puedo verlo?

Valeria asintió con una sonrisa y descubrió un poco a su hijo. Era muy pequeño y estaba envuelto en una manta celeste. Su cabello se veía tan claro que parecía no tener cejas ni pestañas.

—Es hermoso, felicidades nuevamente —dijo Raúl con una sonrisa amable.

Kasch indicó con su mano que podían sentarse en los sillones a un lado, pues era una habitación suite. Se la había ganado por ser el mejor elemento de todo D.E.A.T.H. Era como un pequeño departamento dentro de las mismas instalaciones de Mörder, con una sala de estar muy cómoda y un baño privado.

Raúl se sentó junto a Kasch para conversar con él, como si fueran amigos de toda la vida en vez de rivales que se detestan. Sin embargo, Marta le dio un empujón a Omar para que se acerque a Valeria a presentar sus respetos.

—Felicidades —dijo él de mala gana y observó al bebé que parecía querer llorar nuevamente.

—¡Querida! Te traje muchos obsequios, te serán muy útiles —dijo Marta con una sonrisa enorme y apoyó la canasta sobre el modular—. Ropita, pañales, objetos de higiene y otras cositas muy útiles para un bebé. Y por supuesto, no me olvidé de vos. Te traje la salvación, apósitos para tus mamas.

—No se aferra bien, por eso llora tanto. No sé cómo darle el pecho —dijo Valeria con angustia.

Alzó a su bebé contra el pecho y le dió palmaditas en la espalda, porque había comenzado a llorar nuevamente y ella no sabía cómo consolarlo.

—Bueno, tenés una profesional a tu lado, querida —dijo Marta con una sonrisa—. Dejame mostrarte, once hijos con lactancia materna no es poco.

Le ayudó a acomodar el bebé en los brazos, colocando una almohada sobre su regazo. La hizo sacar un seno y mostrar cómo es que intentaba amamantar, y de esa forma pudo ver lo que había que corregir. Acomodó el agarre del niño y le enseñó otras posiciones más cómodas para amamantar.

—Muchas gracias, no conseguía darle y creí… creí que no podría —dijo Valeria y tuvo que parpadear para eliminar las lágrimas en sus ojos.

—Cuando necesites ayuda podés llamarme, decile a tu esposo que me busque. No tengo problema alguno, ¡amo los bebés! —dijo Marta con una gran sonrisa—. ¿Cómo se llama?

—Jack.

—Jack Wolff, ¿eh? Qué belleza —sonrió al acariciarle la cabecita—. Que tenga una vida hermosa, que no le falte el cariño ni la calidez de su familia nunca.

—Marta.

Ella giró hacia Kasch al oír su grave y profunda voz, él la miraba distinto, ya no con esa frialdad y crueldad típica, sino con amabilidad e incluso gratitud. Marta jamás creyó poder ver amabilidad en él.

Danke sehr —dijo él y parpadeó para eliminar el empañe en sus ojos.

—Lo digo en serio, Kasch. Si necesitan ayuda pueden llamarme, ¿quién mejor que yo para guiarlos con un bebé?

Omar rodó los ojos con fastidio, quería irse de allí. No comprendía por qué Raúl conversaba con el asesino de sus hermanos como si nada, o por qué su madre ofrecía ayuda, luego de todo el sufrimiento que pasó por su culpa.

Cuando el bebé se quedó dormido luego de ser amamantado, Valeria permitió que Marta lo tomara en sus brazos. Ella lo sostuvo con una gran sonrisa y se lo enseñó a Omar.

—Mirá esta carita, hijo —susurró al ver ese pequeño rostro lleno de paz—. Mirá la paz, la tranquilidad. Sin miedos ni preocupaciones, solo paz. Mirá la pureza y la bondad natas, libre de maldad y pecado.

Omar, con fastidio, miró el rostro del pequeño. Tenía su cabello claro y sus gestos relajados, durmiendo sin ninguna clase de preocupación. Era bonito, pese a que para Omar los bebés recién nacidos eran algo horrendo, ese bebé le pareció bonito. Y aunque quiso evitarlo porque seguía enojado, sonrió al verlo.

—Jack, ¿eh? —dijo y le tocó la naricita—. Este va a ser terrible.

—Espero que no, espero sea un niño tranquilo y feliz —dijo Valeria con una sonrisa.

Marta se lo quiso devolver a su madre, pero ella le pidió que lo colocara en su cunita a un lado. Con cariño y mucha suavidad lo recostó en esas suaves sábanas y mantas, con pequeños colgantes de peluche en un musical.

Kasch se puso de pie para poder acercarse hasta allí, y se encorvó para depositar un tierno beso en la cabeza de su hijo. Luego se acercó a su esposa para besarla en los labios con cariño.

—Descansa, mein Liebling, has trabajado muy duro. Descansa —sonrió al hacerle una caricia en el cabello.

Valeria se recostó para poder descansar. Había tenido un parto muy largo y difícil la tarde anterior, y por la noche había sido imposible dormir, pues el bebé lloraba todo el tiempo.

Kasch invitó a los Leiva a salir con él, para poder darle espacio y tranquilidad a su adorada esposa. Fueron entonces en dirección hacia la cafetería de Mörder, para poder beber algo con ellos.

Los Leiva eran respetados, pero la forma en que los asesinos de Mörder se inclinaban ante Kasch, o se hacían a un lado, sorprendió a Omar.

Se acomodaron en una mesa, donde Kasch ofreció café. Todos tomaron una taza en silencio, aunque el inmenso alemán observaba fijo a la fuerte mujer frente a él.

—Sé que me odia, y que le he hecho mucho daño —comenzó a decir, con su marcado acento alemán—. He hecho mucho daño a innumerables personas de todas las edades, y he arrebatado muchos niños de los brazos de sus madres.

Omar apretó los dedos con tanta fuerza que incluso crujieron.

—Lo lamento, Marta. No espero que me crea, ni que me perdone —dijo con los ojos celestes fijos en los avellana de ella—. Pero en verdad lo lamento.

Raúl, al notar la tensión en su hermano, se disculpó un instante para ir con él en busca de otra taza de café.

—Claro que te odio, Kasch. Mataste a mis bebés, pero eso no quita que sincera y honestamente me alegro por vos, y que también sincera y honestamente te ofrezco mi guía para ese lindo bebé —dijo ella y observó de reojo como sus hijos se alejaban—. Pero tu esposa me cae bien. Tu esposa parece ser un ser de luz lleno de amabilidad. ¿Cómo es que el diablo mismo terminó casado con ese ángel?

Kasch sonrió y luego comenzó a reírse.

—No tengo ni idea, Marta. Ni idea —dijo con una risotada—. Me lo pregunto cada día cuando despierto y veo su perfecto rostro durmiendo a mi lado. ¿Qué vio mein engel en mi negro y podrido corazón? No lo sé.

De lejos, mientras se servían café, Omar y Raúl vieron cómo su madre y Kasch Wolff, el mismo Kasch Wolff que había matado a sus hermanos, se daban la mano con una sonrisa.

—¿Lo lamenta dice? Su puta madre lo lamenta —gruñó Omar al verlos—. Que se pudra y sufra un infierno en vida.

—Lauchita —dijo Raúl con voz suave y sorbió un trago de café—. Ya vive un infierno en vida. Ya tiene su castigo. Empezó a tenerlo desde el momento en que sostuvo a su hijo en los brazos por primera vez.

—¿Estás diciendo que un hijo es un castigo? Que no te escuche mamá —se burló.

—No. Un hijo no es un castigo, un castigo es el miedo que nace en tu corazón en el mismo instante en que lo tenés en los brazos. Un miedo que jamás creíste que podrías sentir —dijo y suspiró—. Somos asesinos, caminamos siempre junto a la muerte, pero jamás hemos tenido verdadero miedo a esta. Tener un hijo en los brazos te crea un terror inhumano a la muerte. Miedo a que deje de respirar, miedo a que se vaya por la noche y por eso te levantás veinte mil veces para ver que esté bien. Miedo a que se enferme y algo malo le pase. Miedo a que te lo quiten y no volver a verlo. Miedo, incluso, a morir vos y que tu hijo se quede solo y desamparado. Simplemente miedos que jamás habías sentido antes.

—Raúl, vos no tenés hijos, dejá de inventar, ¿o tenés alguno escondido? —se rió Omar.

—No, es verdad. No tengo hijos —dijo con una sonrisa y apoyó la mano en el hombro de su hermano—. Pero te tengo a vos, lauchita.

Omar lo miró con sorpresa, con sus ojos abiertos de par en par. Su hermano mayor lo miraba con cariño, pero Raúl al instante corrió la mirada para observar de lejos a su madre que conversaba con el temible asesino alemán. Omar tragó en seco, porque sabía que su hermano tenía veintiún años cuando él nació, que lo había criado y cuidado desde siempre, y que tanto por edad como por crianza podía ser su padre, pero jamás creyó que Raúl se sintiera de esa forma con él, con esos miedos.

Ninguno dijo nada más, regresaron a buscar a su madre para poder salir de allí. Tenían otras cosas importantes que hacer y no podían abusar de la buena voluntad de Jonathan.

En el auto, de camino a dejar a su madre en su gran casa, ella rompió el silencio.

—Wolff me ha contado algo muy importante —dijo Marta con seriedad—. Dentro de poco todo el mundo lo sabrá, por eso decirlo no es considerado traición.

—¿Qué cosa? —preguntó Omar con curiosidad.

—Jonathan Moms asesinó a su propia esposa, Ingrid Von Weissenberg —explicó con calma—. Al parecer ya no le servía más. El «luto» del que hablaba su hija se trata del traspaso de papeles para poder traer a su amante de Italia. Dentro de poco habrá una nueva líder en D.E.A.T.H., y según el mismo Kasch Wolff, esa mujer es incluso más peligrosa que Jonathan. Tendremos que ser cuidadosos.

—Pero ¿qué tenemos que ver nosotros? —preguntó Omar.

—Somos una agencia aparte, si ella nos considera una amenaza Jonathan no va a dudar en eliminarnos. Sean obedientes, sean respetuosos, y tengan siempre los ojos abiertos.

Luego de dejar a su madre en la casa, ambos regresaron a Assassin. Ellos dos no compartían habitación desde que las reglas habían cambiado en el mandato de Jonathan, donde todos los asesinos se mezclaban por sus rangos y recibían trato igualitario.

—Lauchita —dijo Raúl al posar su mano en el hombro de su hermanito—. Jonathan no tiene piedad con nadie, mató a su propia familia, a la esposa que dio a luz a su hija, y no dudo de que sería capaz de matar a la misma Gretchen si con eso obtuviera un beneficio. Vos y yo, todos los asesinos, somos descartables. ¿Lo entendés?

—Lo entiendo —resopló—. No me voy a meter en líos.

—Lo dudo, amás meterte en problemas —suspiró—. Al menos si vas a meterte en quilombos tratá de superarme. Tenés que ser mejor que yo, para que el día en que cometas errores valgas mucho más vivo que muerto.

Omar solo asintió y sonrió al ver la sonrisa cálida en el rostro de su hermano mayor, quien le dio una caricia en la cabeza para despeinarlo.

Se separaron para poder ir a sus respectivas habitaciones, aunque Raúl primero debía cumplir sus responsabilidades como líder de los profesionales.

Recostado en su cama con los brazos tras la nuca, Omar observó el techo, muy pensativo. Sus compañeros de habitación entraban y salían, y él no les prestó especial importancia. Pensó en Kasch, que incluso su mirada había cambiado de odio y crueldad a amabilidad y cariño. Pensó en su madre, que lo era capaz de todo por sus hijos. Y pensó, también, en Jonathan Moms, que lo era capaz de todo por el poder.

Assassin estaba mejor administrado por Óscar, pues desde que Jonathan había tomado el poder a la fuerza les faltaban insumos y comodidades, pues toda su atención se centraba en Mörder.

Pensó que tal vez Jonathan era un buen asesino, temible e imponente, pero que era un pésimo líder. Y pensó, también, que incluso él siendo un muchachito podría cuidar mejor de su gente en Assassin.

Decirlo en voz alta era traición, por eso solo lo dejó en un pensamiento que escondió en lo más profundo de su mente.

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