Capítulo Nº 7 |Parte 1


El timbre de reuniones había comenzado a sonar por todo el lugar, rebotaba el sonido entre las avejentadas y roídas paredes de Mörder. Gretchen los estaba llamando a todos en el centro del lugar, donde se efectuaban todas las reuniones. Con pereza y bastante dolor, Erica se levantó de la cama apenas rozando sus moretones en las piernas, producto de su duro entrenamiento.

El reloj digital daba apenas las 3:35 A.M.

Erica llevó una mano hacia su espalda, quería rascarse las cáscaras de sus azotes, le picaban, le dolían y también le estaban ardiendo demasiado, todo a la vez en un conjunto que se le hacía hasta infernal. Aunque las heridas estaban cicatrizando a buen ritmo, la picazón le era insoportable.

Chris la tomó de la cintura con suavidad mientras caminaban por el pasillo, la hacía a un lado para que los otros asesinos no la chocaran en el bullicio de gente que se había formado, ya que aunque Erica estaba despierta seguía adormilada y torpe. Él se encargaría de protegerla durante el trayecto al centro de reuniones.

Gretchen se encontraba allí de pie con sus manos tras la espalda, recta e imponente. Su mirada, impasible, escrutaba a todos los presentes, buscaba a los distraídos y a los faltantes, pero pronto suspiró cuando el lugar se llenó. No estaba segura de si estaban todos presentes, pero al menos sí estaba segura de que los más importantes o necesarios se encontraban allí.

—Se preguntarán qué hacen despiertos a esta hora de la madrugada y por qué he armado esta reunión —dijo y sus ojos comenzaron a revolotear por todo el lugar, por cada rostro que la miraba con ansias y absoluta atención—. Pues dejen de hacerse preguntas estúpidas, si les digo que cacareen, ¡entonces cacarean! Si les digo que bailen, ¡lo hacen! —gritó con dureza, luego chasqueó la lengua, suspiró y continuó explicando—. Hemos recibido una jugosa propuesta de un cliente para una misión, y el pago será dividido entre los cinco elegidos para esta movilización. El cliente no ha contratado a nadie en especial y ha asegurado que desea total sigilo, completa cautela.

Susurros comenzaron a oírse desparramados por todo el lugar, muchos comenzaban a tronar sus huesos e incluso curvar sus labios en una sonrisa codiciosa, dispuestos a ganar esa recompensa, esa parte jugosa de la gran paga. Y Gretchen lo sabía, ella era consciente de la batalla campal que se originaría ahí en el centro para conseguir a los cinco asesinos capaces de cumplir con la misión, y quizá era por eso que sus cejas estaban fruncidas y sus labios curvados en una sonrisa de locura total.

Erica solo miraba a todos allí, entusiasmados ante la idea de ganar mucho dinero solo con una misión, incluso vio a Chris allí con una mirada entusiasta. Hasta a él le atraía la idea de matar por mucho dinero.

—Se preguntarán ahora cómo serán elegidos los cinco para la misión —Gretchen sonrió y levantó su mano en un movimiento delicado, para luego chasquear sus dedos—. Los cinco que lleguen primeros a la estación de trenes sin ser vistos por nadie serán los adecuados para la misión. El Loco, Sabatini y Martín se encargarán de evaluarlos en sus rangos.

—¿Qué hay de los obligados? —preguntó una muchacha entre la gente, a la cual Gretchen le dirigió su mirada.

—¿Qué hay con ellos? —añadió—. Un obligado no cobra por su servicio, ni siquiera disfruta de esto. No tienen un representante y es probable que ninguno pase la prueba. En caso de que un obligado lo haga, entonces podrán tomar un líder entre ellos que los represente, como El Loco en los locos, Sabatini con los profesionales o Martín con los novatos.

Nadie añadió ni preguntó nada más, aunque las dudas se arremolinaban en el aire, el lugar quedó en absoluto silencio, atentos a la explicación de Gretchen y las reglas del juego. El violento juego donde, era claro, muchos asesinos caerían gravemente heridos.

—Nada de motos, nada de autos y nada de colectivos. Llegarán a la estación de trenes a pie, corriendo o caminando, pero a pie. Los cinco primeros serán los ganadores de este desafío, y los últimos cinco serán castigados severamente. Ahora vayan, el desafío empieza ya.

Los asesinos comenzaron a correr a gran velocidad, se empujaban entre sí y corrían por sobre los caídos. Erica era chocada por cada asesino que pasaba por su lado, al menos hasta que la mano de Chris capturó la suya y la obligó a correr. Ella no pensaba participar en ese desafío, pero pensó que quizá Chris no quería ser testigo de su severo castigo por ser de las últimas cinco.

La calle se había abarrotado de gente que corría tomando diferentes caminos, se chocaban entre sí y muchos dirigían fuertes puñetazos, patadas e incluso llaves de sumisión para hacer caer a sus compañeros y avanzar unos cuantos pasos. Las armas no habían sido prohibidas en el juego, así que Erica podía apostar a que esa noche habría varios heridos en la enfermería de Noelia.

—¿Querés ganar? —se animó Erica a preguntar al correr junto a Chris por las oscuras calles de Retiro.

—Por supuesto que quiero ganar —dijo él de forma seca, apenas si le dirigió una pequeña mirada—. Dinero es dinero en cualquier parte y de cualquier forma.

Erica decidió no responder, por alguna razón se sentía decepcionada. Sin embargo, no tuvo tiempo a pensar mucho más en la actitud y respuesta de Chris, él se detuvo en una esquina y la tironeó del brazo para empujarla hasta la pared. La estaba reteniendo de avanzar. Colocó su dedo índice en su boca para pedirle silencio, y allí se vio pasar a Martín, el representante de los novatos, con una motocicleta. Parecía estar buscando a los jugadores y, según podía verse entre algunos asesinos con manchas en su ropa, los había encontrado.

—Al menos no son balas de verdad —dijo Erica con una mueca.

—No tendría sentido matar a los que te hacen ganar dinero.

Chris le dio una palmada en el vientre, sin mirarla, para indicarle que debían volver a movilizarse. Cruzaron corriendo la calle, era complicado debido a que algunos autos ya comenzaban a aparecer por el lugar y, supuestamente, no debían ser vistos por ninguno.

Chris estaba seguro de que él no estaría entre los primeros cinco, pero se conformaba con estar al menos entre los primeros diez. Giró entonces a ver a Erica, parecía atenta a todos los sonidos a su alrededor pero, a su vez, la notaba distraída y temerosa.

—Tenemos que separarnos —le dijo y ella enseguida dirigió su mirada hacia él.

—¿Separarnos?

—A tu lado no podré llegar con los primeros diez —dijo sin ninguna clase de pena—. Necesito estar entre los primeros diez.

—¡¿Me pensás dejar acá en medio de la calle, en plena madrugada y rodeada de locos que quieren violarme?!

—Sí.

Esa respuesta la hizo tragar saliva y solo pudo verlo con pena, Chris no la estaba mirando, se concentraba en esconderse.

—No voy a estar siempre ahí para evitar que te maten o te hagan daño, yo también tengo cosas que hacer y lo sabés. —Giró hacia ella y la vio de arriba hacia abajo, su aspecto agotado y dolorido, entonces suspiró—. No podés depender ni de mí ni de nadie, nadie que no seas vos. Así que mové el culo, corré, y llegá entre las primeras diez, y te prometo que si llegás entre las primeras diez te voy a invitar unos tragos con mis puntos.

—Que sea un vestido y unos tragos —acotó ella.

—¿Un vestido? —Chris le enseñó una muestra de asco y ella solo pudo encogerse de hombros—. Un vestido y tragos serán. Nos vemos en la estación.

Diciendo eso, él comenzó a correr en otra dirección, se aseguraba de no ser visto por nadie. Las cámaras no le importaban, supuso que no entraban como parte del juego, pero de todas formas las tomaba con respeto y evitaba cuanto podía al divisarlas. Erica, por su parte, tomó otro camino hacia la estación. A diferencia del resto, Erica era de Retiro, y aunque no vivía exactamente por esa zona, el ser tan curiosa la había hecho memorizar las calles de su ciudad, principalmente por aquella época en que corría carreras ilegales con uno de sus ex novios.

Trataba de no ser vista, de actuar con sumo sigilo, era buena para pasar desapercibida a pesar de su altura, quizá por su temor, quizá por la timidez. Vio pasar en un momento a Aaron en motocicleta con el arma de pintura en su mano, no estaba segura de si él sería capaz de ayudarla o si, por el contrario, le dispararía una bala de pintura para descalificarla, como un juez objetivo. Prefirió esconderse de él entre las columnas de las edificaciones antiguas hasta que lo vio alejarse en busca de otros miembros.

Erica miró la hora en su reloj, eran las 3:45 A.M., necesitaba llegar entre los primeros diez si quería que dejaran de molestarla, que al menos sus castigos aminoraran un poco por su falta de habilidad para la pelea.

Algunos miembros de Mörder parecían más preocupados por golpearse entre sí en medio de la calle, que por ser sigilosos. Y, según la luz que comenzaba a aparecer de a poco en el cielo, Erica estaba segura de que pronto aparecían policías si alguien llegaba a verlos. No solo la misión estaría arruinada para ellos, sino que podrían perjudicar al resto de los miembros de Mörder que intentaban apegarse a las reglas y llegar pronto a la estación sin ser notados o vistos por nadie.

Erica solo pudo suspirar y se concentró en cumplir con el pedido de Chris: llegar entre las primeras diez. Fue golpeada repetidas veces en su trayecto por otros asesinos que buscaban retenerla, fue sujetada con fuerza e incluso cortada con un cuchillo en el brazo, sin embargo ella se las ingenió para huir y correr a mayor velocidad. Su brazo le dolía, la herida ardía y sintió, incluso, que de no haber escapado a tiempo su vida habría terminado en ese instante. Por suerte para ella, sus adversarios eran hombres, y ante la desesperación de querer huir y llegar pronto a la estación, su pie apuntaba justo a la entrepierna de cada agresor.

Su corazón latía tan fuerte que comenzó a sentir que pronto moriría. Sus oídos comenzaban a arder al igual que sus músculos, y cada vez sentía que le faltaba más la respiración. No era por el cansancio, no, eran los nervios, era el miedo al fracaso y el miedo a decepcionar a Chris, incluso a su hermana que probablemente se encontraba en aquella carrera.

Oyó un disparo, luego otro. Corrió entonces a mayor velocidad sintiendo sus ojos llenarse de lágrimas, era algo peligroso acercarse cada vez más a la meta y ella, claramente, no deseaba morir en el intento. Miró a cada costado e incluso las sombras parecían moverse, habían asesinos muy experimentados en el grupo que eran capaces de volverse uno con las sombras. Erica nunca sabría de dónde la atacaron si alguno de ellos quisiera deshacerse de ella.

Su corazón bombeaba más y más mientras más se acercaba a la meta, de donde provenían los disparos. Quería darse la vuelta y regresar por donde vino en el instante en que vio a dos inmensos hombres pelearse frente a la estación de trenes, pero se detuvo en seco –casi a punto de caer al suelo y oyendo su propio palpitar de corazón– cuando vio al Loco allí, con una motocicleta y un arma de pintura apuntada hacia los asesinos que allí peleaban con pistolas en sus manos. Los descalificó enseguida-

El Loco giró hacia ella, su mirada le produjo pavor, pero Erica se escondió entre las columnas de la estación para intentar no ser vista.

«Tu-tump, tu-tump», su corazón parecía querer estallar cuando el Loco dio la vuelta con su motocicleta para tomar esa calle.

«Tu-tum, tu-tump, tu-tump», oía mientras más se acercaba, más acelerado, más desesperado.

Intentó esconderse entre las sombras e incluso se cubrió el rostro con su remera negra, para que no resaltara tanto entre las sombras y, también, para que su jadeo no la delatara.

«Tu-tump, tu-tump, tu-tump, tu-tump», más rápido, más acelerado.

El Loco pasó a su lado.

No la vio.

Erica suspiró con alivio y esperó a que se alejara un poco más para animarse a correr hacia la entrada. Gente salía como una estampida salvaje de allí, el lugar parecía que se había llenado de policías, atentos a todos los presentes. Erica se dirigió rápidamente hacia el centro, trataba de esquivar a los pasajeros que intentaban irse, de huir de aquel lugar donde gente extraña se estaba matando entre sí en medio de disparos y cortadas. Caminó, con su corazón aún acelerado, y se sentó en uno de los bancos disponibles en el centro.

Sus manos temblaban demasiado, estaba aterrada por lo que podría suceder si los policías intentaran interrogarla. ¿Sería capaz de mentir, como los profesionales hacían?

Sintió una mano apoyarse en su hombro y estuvo a punto de lanzar un grito, pero la misma mano le cubrió la boca con rapidez.

—Número ocho.

Era Martín, el representante de los novatos. Erica suspiró, ese muchacho le agradaba, no parecía ser como los demás asesinos, sin embargo él mostró su rostro serio cuando le extendió un número.

—¿Número ocho? —repitió ella en un jadeo entre agotado y asustado al ver ese número en su mano.

—Significa que sos la octava en llegar a la estación. Ocho de cien participantes, es un buen número.

Erica miró el número en sus manos y luego a los policías que se acercaban, sus manos regresaron a temblar de forma incontrolable, pero Martín se sentó a su lado y pasó el brazo tras el cuello de Erica. La hizo girar y la besó profundamente en los labios. Erica estaba sorprendida, más aun cuando él se alejó y susurró.

—Son aliados, pero si te ven sospechosa te llevarán por orden de Gretchen, así que callate y disimulá.

Erica no supo con exactitud cómo responder, solo pudo sonreír y encogerse de hombros. Martín era bastante atractivo, quizá demasiado bajo en estatura para su gusto, pero fingir estar con él en ese momento no le pareció una mala idea.

Vio pasar a los policías que le hicieron una seña a Martín que ella pudo reconocer de los propios maestros en Mörder: zona liberada. Con un suspiro aliviado giró a ver a Martín, quien se levantó del asiento y movió su cabello –castaño y largo por los hombros– hacia atrás, como una actitud de cansancio.

—Vení, no entraste entre los cinco pero por pertenecer a los diez primeros podés presenciar la reunión, además se te dará una recompensa.

El muchacho le dirigió una seña con sus dedos para que lo siguiera, y como una niña pequeña Erica lo siguió sin rechistar. Para ella era casi imposible no sonreír al caminar tras él, le llevaba al menos una cabeza de altura de diferencia, pero lo que él no tenía en gran altura lo compensaba con músculos fuertes y una atractiva espalda ancha, acompañada de una pequeña cintura. Fue inevitable para ella bajar su mirada para verlo mejor.

Al notar que estaban saliendo de la estación, Erica quedó perpleja, trataba de encontrarle una explicación a ello, pero no se animó a preguntarle algo al muchacho, lo veía concentrado en hacer su trabajo, incluso llamaba con su mano a otros miembros de los diez primeros para que lo siguieran, entre ellos: Chris.

—Ey —dijo él al colocarse a su lado con una caminata tranquila y sus manos en los bolsillos—. Diez primeros, ¿eh?

—¿Qué número tenés? —preguntó Erica con entusiasmo y él, con pereza, sacó una mano del bolsillo para enseñarle su número, y al verlo ella no pudo evitar chillar—. ¡¿Tres?! ¡¿Es en serio?!

—Al parecer un simple obligado es mejor que muchos novatos y profesionales —bromeó—. A Gretchen no le gustará saberlo, y adoro eso. Pensar que le voy a borrar la sonrisa del rostro me hace muy feliz.

—Dejen de hablar —dijo Martín y giró levemente para verlos, con su ceño fruncido—. Y no debería sorprenderles que un obligado logre el puesto tres en una carrera.

—¿Por qué no? —preguntó una muchacha en el grupo, la número siete entre los diez primeros.

—Porque yo fui el número uno como obligado en una carrera anterior.

Erica se detuvo y solo pudo verlo caminar delante de todos, con su espalda firme y su caminata dura, trabada como todo un profesional. Estaba anonadada, había visto a ese muchacho entrenar a los otros novatos, lo había visto junto a su hermana Celeste, incluso siendo muy amable con ella. Nunca supo por qué, pero él desde un principio le había agradado. Erica, en ese momento, supo exactamente por qué: él, aun siendo el representante de los novatos, era como ella y el resto de los obligados.

Siguieron el camino hasta una edificación en construcción, donde no dudaron en ingresar tras él. Dentro, luego de subir unas escaleras empolvadas y con un nauseabundo hedor a cal y cemento, se encontraban el Loco y Aaron con otros miembros de los diez y algunos extras que Erica no podía reconocer.

El Loco clavó su mirada en ella, intensa y de una forma que le volvió la piel de gallina, pero ella se concentró en ver a ese Aaron firme allí, con sus manos posadas sobre una mesa.

—Interesante —dijo el Loco con una sonrisa al ver a Erica y Chris—, Gretchen estará gustosa de ver obligados entre los diez primeros.

—Ahora que estamos todos presentes podemos empezar, traigan sus números —dijo Aaron con seriedad.

Cada uno de los diez primeros se acercaron a Aaron para llevar sus números, él examinó cada uno de ellos y lo anotó en una laptop que tenía allí. Luego, con diferentes sellos en rojo, fue marcando uno por uno en el antebrazo izquierdo con su número de llegada. Pareció enojado cuando le tocó marcar a Chris, y por su parte él se mostró a gusto con su resultado. Sin embargo, cuando tocó el turno de marcar a Erica pareció sorprenderse de verla entre los diez, como si antes ni siquiera hubiera notado su existencia en el lugar. Le dirigió una sonrisa y, al marcarla, le acarició la muñeca. Erica se sintió extrañamente incómoda por ello.

Cuando hubo finalizado de sellar a todos, tomó nuevamente la palabra y señaló a las otras personas que estaban allí, quienes llevaban un pañuelo cubriendo sus bocas para no ser reconocidos. Uno de ellos, de sexo femenino, clavó su mirada en cada uno de los presentes y se detuvo en Erica. Ella se sintió intimidada por esa fría mirada.

—Ellos representan al cliente —dijo Aaron al señalarlos—. El contrato ya fue cerrado con Gretchen, sin embargo ellos acá seleccionarán el orden de los cinco primeros para la misión. El plan será nuestro, las órdenes serán suyas.

—Los que tienen los cinco números acérquense —dijo la mujer, con sus manos apoyadas en la cadera—, necesito examinarlos.

—¿Examinarnos? —inquirió Chris con desconfianza.

—La misión será en un gran Teatro, necesito examinarlos para verificar que dan con la excelencia que se nos prometió —acotó un hombre junto a ella.

Chris no añadió nada más, solo chasqueó la lengua y se acercó cuando su número fue llamado. Mientras tanto, los otros cinco solo observaban, Erica los miraba a todos con atención, en especial a la mujer, esa mujer le recordaba un poco a Gretchen por su mirada de témpano de hielo.

La misión no fue explicada con claridad, quizá por los ojos y oídos curiosos de los cinco sobrantes, pero para satisfacer su curiosidad se explicó que sería en un gran Teatro, una mujer sería la encargada de la misión, el resto sería el apoyo. Una mujer de rango profesional, la número dos en llegar a la estación, fue la elegida para la misión por su altura y figura. El resto, principalmente los hombres, serían solo el apoyo de ella.

—¿Cuándo será la misión? —preguntó la profesional a la representante del cliente.

—Dentro de dos semanas. Durante dos semanas, me encargaré de formarte para esta misión.

—Pueden retirarse —acotó Aaron con seriedad—. No más explicaciones, regresen a Mörder —Giró para ver al Loco allí de pie con sus brazos cruzados—. Wolff, que vayan de regreso sin distracciones.

—¿Pensás que voy a obedecer tus órdenes? —respondió el Loco con asco.

—Gretchen me nombró a mí representante de la misión, así que sí. Tenés que obedecer mis órdenes.

—Y quizá porque te eligió a vos, Pollito, es que ahora hay cincuenta de los nuestros heridos —escupió.

—Y quizá si te hubiera elegido a vos habrían trescientos muertos —se quejó Aaron.

El Loco solo lanzó una gran carcajada y se dirigió a la salida. Con un movimiento de mano le indicó a los finalistas que lo siguieran, regresarían en diferentes vehículos, uno de ellos manejados por Martín. Dividió los grupos en dos, según los finalistas: los primeros cinco irían con Martín, los otros irían con él. El Loco no se mostraba para nada gustoso con aquella misión, por lo cual Erica creyó que se debía a no haber sido seleccionado para ella, a diferencia de las misiones más importantes de Mörder.

Erica se sentó exactamente tras él, no quería viajar a su lado o en algún punto donde él pudiera verla por el espejo retrovisor. Apoyó entonces su cabeza en la almohadilla del asiento y suspiró. La carrera había terminado, la misión no le correspondía a ninguno de los presentes allí y se había librado de los castigos de Gretchen, al menos por unos días. Y, para aumentar su sonrisa, había ganado un vestido y bebida gratis.

—¿Por qué se alegran tanto? —dijo el Loco con su ronca voz y observó a los de atrás, salvo por Erica, por el espejo retrovisor—. ¿Creen que ser de los primeros diez, pero no de los primeros cinco, es solo llegar y no hacer nada?

—Pero... la misión es para los primeros cinco, uno de acción y cuatro de soporte —dijo un muchacho que se encontraba junto a Erica.

—¿Realmente creen que Gretchen no los pondrá a trabajar? —se rio y luego agregó—. Par de imbéciles que son. Esto recién empieza.

—Esto no era parte del trato —dijo Erica con fastidio.

—El trato es que obedecen y se callan o Gretchen se deshace de ustedes. Es el único trato en Mörder, cualquier otro trato es falso.

—¿Y qué nos tocaría hacer? —preguntó la muchacha en el asiento del acompañante.

—El trabajo sucio.

El Loco no añadió nada más, no dio explicaciones ni volvió a agregar una sola palabra. Toda conversación había terminado en ese instante, y la paz que Erica pudo sentir por unos segundos se desvaneció instantáneamente ante las palabras de él. Y, por sobre todas las cosas, Erica estaba segura de que Gretchen le daría el peor trabajo de todos.

Haber llegado entre las primeras diez había sido una pésima elección. Lo supo cuando llegaron a Mörder y vio cómo la sonrisa de Gretchen se borraba de su rostro, vio sus cejas caer con furia al notar que Chris fue el tercero y que Erica fue la octava. Especialmente al ver a Erica allí, llegando junto al Loco entre los primeros diez.

—Bienvenidos a Mörder.

Algo en sus palabras, más frías de lo normal, obligó a Erica a tragar saliva con temor. Quizá no recibiría el castigo de los cinco últimos, pero la mirada de Gretchen le indicaba que, al menos para ella, no sería un paraíso ser la número ocho. Algo en su mirada le indicó que ser la octava sería el peor error de su vida.

Y fue por ese mismo motivo que Erica, entre temerosa y furiosa ante el engaño del juego, le devolvió la mirada. Decidida a ganarle otra vez, y a hacer el trabajo sucio de la mejor manera para borrarle para siempre la sonrisa del rostro.

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