Capítulo Nº 2

—Ahora este es tu nuevo celular, solo podrás comunicarte a través de esto y cada mensaje, llamada e incluso tus búsquedas en internet serán siempre revisadas por mi gente.

Diciendo eso Gretchen le había entregado un nuevo teléfono celular con el mismo número que Erica siempre había utilizado, incluso con la lista de amigos y familiares o la memoria de sus fotos y videos. Todo estaba allí, pero todo lo que hiciera sería vigilado con atención para asegurarse de su lealtad.

—¿Eso significa que puedo hablar con mi familia? —se animó a preguntar.

—Podrás hablar con una persona fuera de estas instalaciones solo los domingos, así que tendrás que pensar muy bien a quién elegirás para hablar. —Gretchen clavó su mirada oscura en ella y eso le produjo un incómodo escalofrío en la espina dorsal, puesto que sin mucho esfuerzo podía congelar al más fuerte soldado de tanta dureza—. Supongo que es innecesario decirte que si nombrás algo acerca de nuestras misiones, de D.E.A.T.H. o la ubicación de Mörder tanto vos como tus familiares y la persona que haya recibido ese mensaje desaparecerán de la faz de La Tierra, y creeme, nena, podemos desaparecer a una persona y que jamás se encuentre rastro de su existencia, e incluso podemos borrar rastros de que esa persona haya existido alguna vez.

Erica solo pudo tragar en seco ante tan ferviente amenaza, deseaba creer que solo eran exageraciones por parte de su nueva e indeseable jefa, pero siendo que con tanta facilidad había engañado a su ilusa madre y tenía a su merced a una buena cantidad de asesinos, podía llegar a creerle cualquier cosa.

Se quedó en silencio todo el tiempo que Gretchen empleó para explicarle el funcionamiento del lugar, desde hablarle sobre las otras sedes de D.E.A.T.H: Naemniki, sede aliada a Rusia y Francia manejada por su hermanastro Héctor, y Assassin, sede aliada a Japón y Francia manejada por su medio hermano Julio. Ella, como era de esperarse, era la jefa de Mörder, la sede aliada a Alemania e Italia, pero tras esos tres hermanos se escondía el verdadero jefe de todos los asesinos: Jonathan Moms, el hombre más cruel existente.

En ningún momento alguien le había siquiera enseñado una foto de ese hombre, pero Erica observaba el rostro que ponían los asesinos del lugar o la forma en que la propia Gretchen parecía estremecerse ante la pronunciación de su nombre. Pensaba que si una mujer tan imponente como ella se mostraba temeroso a su propio padre, este hombre sería alguien de en verdad a temer.

Fue llevada junto a los otros obligados y nuevos novatos en la sede, allí su nueva líder le haría la primera prueba de aptitudes, mostrar sus habilidades de pelea y sus reflejos ante el resto de los que estaban allí para lo mismo.

Erica no se consideraba una buena peleadora, era sin dudas solo una chica más a la que su padre la había obligado a aprender defensa personal, pero solo conocía lo básico y solo lo básico, jamás estaría al nivel de un peleador profesional como lo eran todos los que estaban allí. Incluso los nuevos novatos y algunos obligados parecían tener más capacidad que ella.

—Te he visto luchar y aunque sos brusca tenés potencial —dijo Gretchen al sentarse en un banco del gimnasio, donde cruzó sus piernas con elegancia y depositó sus manos con dedos entrelazados sobre las rodillas. No dudó en lanzarle esa fría y escalofriante sonrisa—. Tus ojos me enseñaron un secreto que escondés y te negás a admitir, demostrame que no he apostado en vos en vano.

—Yo no soy buena en esto —masculló Erica y se encogió de hombros ya en el centro del lugar, en un círculo de pelea.

—Tus manitos no dudaron en colocar un cuchillo en la garganta de una desconocida —respondió con sequedad—. Eso una persona normal no lo haría, ni siquiera ante el miedo a morir. Una persona normal tiende a asustarse, paralizarse, llorar e incluso salir corriendo, son pocas las personas que ante la adrenalina deciden atacar. Mörder está llena de esas personas. Ahora cerrá tu boquita y defendete.

—¿Defenderme de q...?

Erica no pudo terminar su pregunta puesto que un puñetazo se impregnó en su pómulo, eso la hizo perder el equilibrio y terminó por caer al suelo. Oía los reproches de los demás, las bufadas y burlas por haber caído al suelo, terminó por refregarse la mejilla y se puso de pie. Frente a ella se encontraba una muchacha corpulenta que parecía tener la capacidad de destrozarla en segundos, pero trató de no intimidarse ante su presencia y su fuerte mirada. Si había algo que tenía Erica era el ser demasiado orgullosa, y aunque a veces podía jugarle en contra en ese momento podría incluso salvarle la vida.

Trató de recordar las clases de su maestro, así que cuando la chica se acercó a ella y le propinó otro fuerte golpe en los labios que no tardaron en sangrar, cegada por la ira Erica no dudó en patearle el tobillo para hacerla caer al suelo, y con odio no dudó tampoco en comenzar a patearla en las costillas una y otra vez hasta sentirse satisfecha. No sabía pelear en sí, pero siempre conseguía la forma de ganar con juegos sucios.

—Veo que de técnicas tenés cero idea —suspiró Gretchen—, pero tenés el carácter y la ira necesaria. Con entrenamiento podrías mejorar, ahora andá a la enfermería y pedí que te den hielo para desinflamar tu cara. Ya te he mostrado cuál será tu habitación, hemos dejado unos cambios básicos de ropa para que tengas, descansá, porque mañana comenzará el verdadero entrenamiento.

Sin decir más Gretchen señaló con su dedo la salida, no quería a Erica en el lugar y ella, complacida por eso, salió con rapidez del gimnasio y recorrió esos avejentados pasillos. Analizaba su alrededor, no había ninguna puerta en ningún lugar que no fueran los baños, Gretchen le había explicado que eso era por la poca confianza que había entre los asesinos, al tener tantos problemas entre sí temían sufrir ataques nocturnos. Por ese motivo era que dejaban todo sin puertas para poder vigilarse constantemente. Algo desagradable para Erica y para cualquier otra persona que deseara algo de intimidad.

A pesar de ser una edificación gubernamental todo parecía caerse a pedazos, las paredes que –se suponía– debían ser blancas se veían de un tono beige, algunas partes de los techos tenían humedad y el polvo se notaba en ciertas superficies. Lo único que parecía importarles más que la limpieza o la elegancia era la seguridad: cámaras se encontraban en prácticamente todos los rincones, sin dejar puntos ciegos o al menos eso era lo que Erica creyó al observar, no era que fuera una sabia en eso pero si eran tan buenos en todo no era difícil de creer que los vigilaran al mejor estilo Big Brother.

Estaba tan concentrada observando a su alrededor que no notó el instante en que se chocó contra alguien, no hasta que este la empujó con odio para poder hacerla a un lado.

—Movete, nena, no obstruyas el paso.

Por un instante ella lo observó, podía ser agresivo pero era un chico atractivo, por lo que no dudó en sonreírle.

—¿Qué mirás? Salí de mi camino de una puta vez.

El chico volvió a hacerla a un lado y se alejó con un paso confiado, parecía tener una buena autoestima. Colocó en sus labios un cigarrillo y lo encendió al alejarse de ella de esa forma confiada, como si ese lugar fuera su hogar. Tatuajes se notaban en sus brazos y un chaleco de jean claro era lo único que parecía tener color en él, pero Erica decidió no darle mucha importancia, estaba segura de que lo olvidaría, no era como si le importara toda la gente de ese «mugroso» lugar.

Ingresó en la enfermería que Gretchen le había enseñado, una mujer se encontraba atendiendo la herida en el brazo de un inmenso hombre al que Erica sí podía reconocer, lo había visto esa tarde asesinar a un compañero con un tenedor, lo llamaban «el Loco». Tragó saliva y se acercó a la enfermera que vendaba el brazo de ese hombre, no quiso observarlo mucho por miedo a lo que él podría llegar a hacerle, así que solo se ubicó en un banquito de espera junto a aquella camilla y comenzó a refregarse con cierto nerviosismo la tela de su ropa.

—¿Podrías dejar de zapatear? Es realmente molesto —dijo la enfermera con un chasquido de lengua y ella entonces dejó sus piernas quietas.

El Loco giró hacia ella y clavó en Erica su mirada, pero ella intentaba no observarlo, se encogió aún más y comenzó a sentir cómo el sudor la recorría, refregaba aún más sus piernas y brazos y retorcía entre sus dedos la tela de su vestimenta.

—Atendela a ella, schlampe, está sudando como un cerdo —dijo con una risa, su voz era grave y ronca.

—Pero te dispararon, debo atender bien esto —se quejó ella—. Tardaste horas en venir a verme ¿y encima no querés que te sane?

—¿Creés que soy un inútil que no puede vendarse a sí mismo? —gruñó con asco y la enfermera retrocedió un paso—. Eso creí.

Le enfermera llamó con su dedo a Erica y cuando el Loco se puso de pie, la obligó a sentarse en la camilla. Él se hizo a un lado y, con Erica viéndolo fijo, comenzó a vendar su propio brazo.

—A ver tu rostro, nena —dijo la enfermera con cierto desdén, la sujetó con dureza, con la dureza que no solían tener las enfermeras salvo que tuvieran un pésimo día—. No es nada, no me quites el tiempo.

—Gretchen dijo que viniera y...

—A Gretchen le gusta joderme la vida —masculló con odio—. Qué debilucha, ¿y te vencieron con esto?

—En realidad yo gané —acotó ella con el ceño fruncido.

Tanto la enfermera como el Loco levantaron sus cejas con sorpresa, no parecían creerla capaz de ganar una pelea. La enfermera entonces, luego de suspirar, se alejó para tomar los objetos necesarios. Erica aprovechó esos momentos para observar a su alrededor, en una camilla cercana se encontraba su hermana Celeste, seguía inconsciente pero parecía estar en buen estado. Sintió un nudo en su garganta, sabía que no le permitirían acercarse a ella, no hasta que demostrara su lealtad a Mörder. Cortinas de plástico blancas dividían las camillas, cada una con un pequeño banco a un costado. Estanterías se veían por todas partes con utensilios médicos, pero lo que más llamó su atención era un cuchillo con dos frasquitos extraños colocados en un vitral cercano. Entrecerró los ojos como una forma de esforzar a su vista para poder ver mejor, había una fecha en una placa metálica bajo este pero no llegaba a ver bien.

—Este no es lugar para un pollito asustado —dijo el Loco con su grave voz que terminó por sobresaltarla y casi hacerla caer de la camilla—. Debiste haber elegido morir.

—No me hables —Giró para verlo a los ojos celestes con el ceño fruncido—, no vine a hacer amigos, no me importa lo que opine alguien como vos. No me hables, no me mires, no pienses siquiera que existo.

El Loco levantó sus cejas otra vez y comenzó a reírse a carcajadas, momento en el que ella no dudó en mantenerle la fuerte mirada. Lo observó bien, lo hizo porque no quería olvidar sus rasgos, él y Gretchen eran los únicos de Mörder a los que no quería olvidar, eran peligrosos y pensaba mantenerlos a distancia.

Los ojos de ese inmenso hombre eran de un celeste claro, su cabello estaba rapado casi al ras, quizá en uno en escala de corte, parecía castaño claro como sus cejas. Aunque tenía un rostro varonil y cuadrado, la nariz partida llamaba su atención, le hacía creer que había tenido unas cuantas peleas, lo mismo delataban en él las muchas cicatrices que podía observar en sus cejas, mentón, pómulos e incluso en la nariz.

Él entonces le dirigió una sonrisa tan perturbadora que ella no tuvo más opción que correrle la mirada, justo en el mismo instante en que la enfermera llegaba con unas gasas nuevas y una compresa fría para la inflamación.

Luego de que la enfermera había terminado de atenderla y darle una serie de explicaciones sobre cómo evitarle la molestia de atenderla, Erica se había dirigido hacia su nueva habitación. No le gustaba la idea de dormir sin una puerta, y mucho menos la idea de dormir con otros obligados y novatos como ella en los que para nada podía confiar.

Le había tocado, por ser la nueva, la cama que estaba frente a la puerta. Había otras tres camas en el lugar, una junto a la pared –junto a la de ella– y las otras dos frente a estas anteriores, ninguno había elegido, por cuestiones obvias, la cama frente a la puerta. Erica era en ese momento el conejillo de indias, a quien todos verían al pasar por el pasillo y a quien probablemente más de uno intentaría atacar.

Sin prestarle mucha atención a sus compañeros de cuarto revisó la cajonera que tenía junto a su cama donde Gretchen había ordenado que le dejaran ropa. Todo era básico, realmente básico. Erica era una persona de colores vibrantes y llamativos, ver todas esas calzas y ropas deportivas en tonos grises, negros y blanco le producía repulsión. Estaba acostumbrada a los escotes y todo allí era de cuello redondo, un martirio para ella.

«Genial, estás encerrada en un edificio lleno de asesinos donde te obligarán a trabajar para ellos y lo único en lo que pensás es en la ropa, genial, Erica, muy genial de tu parte», se dijo a sí misma en la mente.

Trató de no prestar atención a la mirada de halcón que le lanzaba el muchacho junto a su cama y se quitó su vestimenta para poder colocarse algo limpio. Su ropa olía a sangre y eso le molestaba.

—En realidad todo huele a sangre... —susurró.

—Bienvenida a Mörder —bromeó una chica con mala gana, quien se recostó en su cama con fastidio.

Gretchen no le había mentido la noche anterior al pedirle que descansara bien por el entrenamiento duro al día siguiente, pero descansar había sido casi imposible, los sonidos jamás cesaban en el lugar, desde parejas teniendo sexo hasta disparos y gritos de pelea. Esos nunca frenaban, ni de día ni de noche, y el entrenamiento era demasiado duro tal y como su jefa había prometido.

La fría mujer de pocas expresiones sostenía en su mano una vara, obligaba a Erica y a otros muchachos más –quienes eran obligados como ella– a correr diez minutos sin cesar. Quien frenaba recibía un fuerte golpe en sus piernas y Erica ya había recibido cinco de esos golpes por chocar contra otra chica al doblar en una curva, tenía buena resistencia pero no la capacidad de sortear obstáculos, eso la metía en buenos problemas con los demás.

Luego de un descanso de diez minutos donde se les permitió beber una bebida isotónica para recuperar energías, casi sin darles tiempo a respirar comenzaron a entrenarlos en el arte de la pelea.

—¡Posición defensiva! —gritó Gretchen al pasar frente a ellos y observar la posición de cada uno—. ¡Patéticos!

Dio un golpe a cada uno en la espalda y volvió a gritar su orden. Todos intentaron ponerse en una posición de defensa que consideraban adecuada, según películas o programas de pelea que habían visto. De las veinte personas allí presentes solo dos habían conseguido hacer una buena posición de defensa, y estos dos debieron enseñarle al resto esa posición para que pudieran imitarlos.

—¡Posición ofensiva! —volvió a gritar Gretchen y todos intentaron ponerse en una posición correcta para no recibir otro golpe—. Bien, bastante bien, ¡lástima que sus piernas son tan débiles!

Golpeó a cada uno en las piernas, tras sus rodillas, y muchos cayeron al suelo. Erica no estaba entre ellos.

—Ah, la princesita cree que puede mantenerse de pie frente a mí —dijo Gretchen y le dio otro golpe, pero Erica no cayó, eso la obligó a agacharse un poco y sujetar una de las piernas de Erica con fuerza—. Buenos músculos... Sos pésima peleando pero tenés músculos desarrollados, no al nivel de un luchador pero sí de buena forma.

—Soy bailarina —acotó Erica y Gretchen la miró en silencio, al menos hasta que comenzó a reírse casi a carcajadas.

—¡¿Bailarina?! —repitió con su risa—. ¡Estarás muerta en un mes, princesita!

Gretchen se alejó y continuó probando a los otros obligados. Les enseñó técnicas básicas de pelea y defensa, puesto que con los días el nivel de intensidad aumentaría y otros profesionales se encargarían de su entrenamiento, Gretchen solo se encargaba de aquellos que eran realmente buenos y aquellos que eran realmente malos.

Los que estaban avanzados ya eran puestos a prueba en un círculo, donde peleaban contra otros en un «todos contra todos» empleando las técnicas que habían aprendido. El vencedor ganaba diez puntos por cada perdedor, eso se lo habían explicado a Erica el día anterior. Si uno llegaba a juntar cien puntos esos cien puntos podían convertirse en cien pesos, se podía elegir gastarlos en vestimenta o armamento e incluso acumularlos para invertir en algo mejor.

Erica pensaba acumularlos e invertirlos en vestimenta, porque las armas no le interesaban para nada.

Por un instante se sintió observada, primero había creído que se trataba de Gretchen pero esta estaba demasiado concentrada en humillar a una chica que lloraba en el suelo por el golpe que le habían efectuado. Miró a su alrededor, estaba segura de que alguien la observaba, era extraña la sensación y no estaba segura de por qué podía reconocerlo, pero por alguna extraña razón se sentía como una presa, como un venado siendo asechado por un lobo. Uno por uno observó a los presentes en el lugar, eran como ellas, personas temerosas que no fijaban su vista en nadie por miedo a lo que podría sucederles, ninguno de ellos era capaz de hacerla sentir así. Y entonces dio con ese lobo que la asechaba, unos ojos celestes se clavaron en ella con intensidad, con dureza, lo que le produjo un molesto escalofrío en la espina dorsal. El Loco estaba allí, apoyado en el marco de la entrada y la observaba con los brazos cruzados, la observaba como si ella fuera su siguiente presa, con una mirada que no podía descifrar pero que conseguía hacerla temer y retroceder.

Ese hombre era tenebroso, peligroso y su mirada le hacía creer que no dudaría en asesinarla en cuanto se distrajera.

Por distraerse recibió un puñetazo en su vientre que le quitó la respiración, luego otro en su rostro que la hizo caer al suelo y enseguida comenzó a recibir tantas patadas que le hicieron perder la consciencia de una forma tan humillante que llegó a creer que Gretchen se arrepentiría de tomarla como aprendiz.

Pero no fue así, cuando Erica abrió los ojos se encontraba en una camilla y lo primero que vio fueron unos grandes y redondos ojos café llenos de lágrimas. Los propios ojos de Erica, grises como los de su padre, se llenaron de lágrimas e ignorando su propio dolor se aferró al cuello de su hermana menor. No le importaron los murmullos de aquellos que presenciaban la situación en la enfermería, no le importaron las risas y las humillaciones por llorar, su hermana estaba de pie junto a ella, era todo lo que necesitaba para seguir adelante.

—Me explicaron todo —susurró Celeste al abrazarla con fuerza—. ¿Tendremos que asesinar personas?

—Tendremos —respondió Erica como si acabara de caer en lo que implicaba estar allí.

—¿No podemos negarnos?

—Nos matarán —Sus manos comenzaron a temblar de una forma incontrolable y con lentitud las llevó a su cabello, el cual sujetó con pánico—. Nos matarán si nos negamos, nos harán desaparecer de la faz de La Tierra.

Esa respuesta hizo que Celeste comenzara a llorar con más fuerza, por lo que Erica regresó a abrazarla, no pensaba soltarla por nada del mundo. Estaba decidida y segura de lo que debía hacer:

—Haré lo que sea necesario para que estés bien —dijo con decisión—, aunque eso signifique hacer el mal.

—«Hacer el mal» —repitió la enfermera a su lado con una risa—. ¿Qué es hacer el mal? «No matarás, no pecarás, bla, bla, bla», ¿toda esa mierdecita de iglesia es hacer el mal? ¿Quién dice que está bien o qué está mal?

—No es correcto quitarle la vida a otra persona —se quejó Erica.

—¿Pero sí es correcto quitársela a un insecto?

—No es lo mismo.

—Claro que lo es, matás a un insecto porque sos superior, sos más fuerte, porque podés. Es lo mismo con otro ser humano, sos más fuerte que él —La enfermera sonrió y luego llevó sus manos hacia el rostro ovalado de Erica y la acunó con falso cariño—. Si te negás a matar morirás, pequeñita, serás el insecto aplastado. ¿Qué querés ser, el insecto o el humano?

Erica la miró en silencio, la enfermera tenía el cabello negro y largo recogido en una colita, su rostro era alargado y su nariz aguileña resaltaba sus ojos azules. Era una mujer de belleza extraña, actuaba de forma seductora al contonear sus caderas, su mirada era igual de sexy, pero Eria no estaba del todo segura de si en verdad era una mujer hermosa o si la veía así por su actitud.

—¿Cuál es tu nombre? —se animó a preguntarle.

—Noelia —respondió con seriedad—. ¿Cuál es el tuyo, nena?

—Erica...

—Bien, Erica —Noelia la tomó del rostro otra vez, pero de una forma brusca que le hizo doler justo en las heridas que tenía—. No te metas en la vida de nadie en Mörder y estarás a salvo, porque incluso las enfermeras no dudamos en matar a quien se mete mucho en nuestro territorio, y solo como un consejo: en la enfermería quien decide quién vive o quién muere soy yo.

Sin decir más Noelia entonces palmeó la espalda de Erica y con un movimiento de cabeza la obligó a levantarse, la estaba echando del lugar. Habían profesionales y novatos que necesitaban atención.

Pudo estar con su hermana un poco más, al menos hasta que fueron obligadas a separarse para poder ir cada una a su nueva habitación.

Erica se recostó cuando se lo permitieron luego de más entrenamiento, solo se quedó mirando el techo con humedad sobre ella, con una grieta que parecía que le daría problemas en el futuro si es que llovía. Solo pensaba en lo que pasaría de allí en adelante, de cómo reaccionaría en el instante en que la obligaran a arrebatarle la vida a otra persona, consciente de lo que le pasaría a su familia al negarse a obedecer.

«Son insectos y yo soy el humano, son insectos y yo soy el humano», se repitió a sí misma en su mente hasta poder dormir.

No era cierto pero quería convencerse a sí misma de que así era, solo así podría ser capaz de hacerlo. No entendía por qué Gretchen la había elegido para estar ahí, por qué decidió decirle el lema de los obligados en vez de solo deshacerse de ella. Erica estaba segura de ser débil, asustadiza, lo suficiente buena como para no hacerle mal a alguien, pero Gretchen decía ver algo en ella, algo que escondía, algo que Erica no sabía reconocer. Si ese «algo» saliera a flote, entonces tendría una oportunidad de vivir y salvar a su hermana.

Aquí abajo colocaré el glosario de las palabras en otros idiomas que aparezcan la historia.

Aclaro, desde ya, que este capítulo es completamente inédito, eso significa que es nuevo tanto para los viejos lectores como para los nuevos. No se preocupen, no colocaré notas siempre

GLOSARIO:

Schlampe:  Puta (alemán).

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