Capítulo N° 62
Todo era niebla y oscuridad, incluso podía oír esas gotas en su frente.
Ploc. Ploc. Ploc.
Oía las palabras de Fosa, «sos fuerte, sos valiente, sos inquebrantable»
«Inquebrantable», pero Erica estaba quebrada, había entrado en el vacío por el dolor, su mente se había quebrado por completo, se volvió solo niebla, solo humo. Ella ya no estaba allí, flotaba en la nada misma, entre las sombras de sus pensamientos, entre recuerdos que se acercaban a ella como fantasmas.
Oyó un disparo, luego otro. También oyó gritos, pero no le importaba.
—¡Erica!
Continuaba mirando los hermosos ojos de su amado esposo, ojos vacíos, pero a su vez no lo estaba viendo, pues ella no estaba allí. Era un fantasma, solo un fantasma.
—¡Erica, carajo!
—Soy fuerte, soy valiente, soy inquebrantable —murmuró.
—¡Erica, pensá en Jackie, por Dios!
Jackie, Jackie, Jackie.
La imagen de ese pequeño niño de solo dos años llegó hacia ella como niebla, como un fantasma. Su cabello rubio, sus bonitos ojos celestes, su sonrisa brillante y su tierna voz. Incluso pudo oírlo, pudo oír su voz diciéndole «mami Ica». Lo veía corretear y abrazarla, lo veía reírse y acurrucarse contra su pecho cuando le leía cuentos. Lo veía saborear sus comidas saludables con su carita sucia y manchada, pero con una amplia sonrisa llena de felicidad.
—Jackie —susurró, en medio de esa niebla—. Soy fuerte, soy valiente, soy inquebrantable. Soy inquebrantable, inquebrantable.
Repitió la última palabra incontables veces, y a su alrededor seguían oyéndose insultos y disparos. Había alguien allí, Erica no sabía quién era, pues su voz se había oído muy lejos. Repitió varias veces más, inquebrantable, inquebrantable, y entonces parpadeó. Parpadeó y ya no estaba en el vacío, frente a ella estaba el cuerpo de su amado con Hund recostado en su pecho. Giró entonces la cabeza y pudo ver a Chris peleando contra Aaron, Chris estaba herido, aunque no parecía ser gracias a su rival, pues la sangre en él estaba seca.
Entonces se puso de pie y tomó el cuchillo negro del Loco, le dio un beso en la empuñadura y se dio la vuelta. No había nada en su rostro, sus ojos no mostraban nada, era un cadáver viviente, solo un fantasma. Era el vacío mismo.
—Chris —dijo en lo alto—. Andate.
—¡No te voy a dejar, estúpida! —gritó al sujetarse de sus heridas.
—No lo voy a repetir, andate.
Él la miró algo confundido, pero allí no estaba Erica, no estaba la Princesa, no estaba su amiga, ni siquiera estaba la Bombita. Era otra cosa, otro ser que él no conocía pero que le heló la sangre de solo ver su mirada de hielo. Entonces dio una voltereta y se alejó para cubrirse tras una columna y poder recargar su pistola.
—Voy a quedarme acá, no voy a irme, pero te daré espacio.
—Como quieras.
Aaron la miraba con una sonrisa socarrona, la apuntó directo a la frente y disparó, pero ya no tenía balas, las había gastado con Chris, entonces con fastidio arrojó la pistola al suelo y se preparó para esquivar sus ataques. Erica, sin embargo, se quitó los cuchillos de las piernas y los arrojó al suelo, se quedó solamente con el cuchillo negro del Loco, el que había pertenecido a su padre.
—¿Qué pasa, Princesa? Creí que llorarías más, te veo muy tranquila —dijo con una sonrisa—, ¿será que no lo amabas tanto como creías?
—Estoy harta de escuchar tu asquerosa voz.
Diciendo eso Erica corrió hacia él, quien se preparó para defenderse de su ataque físico, sin embargo ella cambió al instante su posición y lo golpeó una y otra y otra vez en el rostro con su puño izquierdo. Lo golpeó con el codo en el pecho, lo tomó entonces del brazo cuando él quiso golpearla y de un rápido movimiento, tal y como hacía Nahuel, le quebró el brazo por el codo. La vio a los ojos grises, el odio estaba ahí, pero también la fría concentración y crueldad de Nahuel.
El gesto de dolor que hizo Aaron la hizo sonreír, le causó casi placer oírlo quejarse por ese dolor entre mascullos indescifrables y lágrimas acumuladas en sus ojos.
—Awww, ¿al Pollito le duele? Estás llorando, pobre cosita.
Aaron la insultó e intentó golpearla para poder aplicarle una técnica de sumisión, pero ella salió de encima de él dando una voltereta en el suelo. No veía miedo en ella, ni una sola pizca de miedo, ni desesperación, ni siquiera dolor.
Erica tenía el poder allí, no él, quien había abierto los ojos con miedo al reconocer en su mirada a otra persona, a esa persona que él intentó matar seis años atrás.
—La Princesita le da una paliza al Pollito, ¿cómo era que te llamaban, «El Inexorable», «El Milagroso»?
—¡Yo te creé! —le gritó él con odio, le lanzó fuertes golpes al rostro pero ella le sonrió con esa mirada, esa que demostraba control total, locura, odio, crueldad, todo junto. Estaba tranquila, su cuerpo lo demostraba, pero sus ojos, sus ojos mostraban una locura que le produjo escalofríos—. ¡Una inútil como vos nunca podrá contra mí, una simple mujer, una basura como vos!
Erica no le respondió, esquivó cada uno de sus ataques y le lanzó un puñetazo en las costillas.
—Cuando acabe con vos voy a gozarte como hice con la puta de tu hermanita —le dijo entre dientes con una sonrisa.
—Para eso primero tenés que sobrevivir, Pollito.
Aaron le lanzó un puñetazo con fuerza y ella se lo frenó al doblarlo hacia atrás como siempre hizo, solo que ahora le devolvió el favor: lo arrojó al suelo y enredó sus piernas en el brazo de él, girando para quebrándoselo. El grito que él lanzó llenó too el lugar, eso la hizo reír, la divierte. Y allí en el suelo, allí bajo ella, ella lo pateó una y otra vez en las costillas, como él le hizo a ella meses atrás. Se divirtió al verlo retorcerse, y cuando él intentó frenarle una pierna con las suyas, ella le sonríe de una forma tan siniestra que él solo pudo alejarse hacia atrás.
—Sin los brazos, sin una pierna... ¿qué podés hacer más que morir? —le dijo ella y se alejó de él para poder buscar la katana de Ruriko y cumplir el trato que su amado había hecho con ella—. Espero que Ruriko esté cerca, así puede oír tus ruegos.
—Nunca rogaría nada —le gruñó él con esfuerzo, porque aunque intentaba mantenerse duro, apenas podía moverse y el dolor apenas le permitía pensar.
—Oh, eso decís ahora, pero vas a rogar.
Erica sujetó en su mano la katana de Ruriko, viendo el pánico en el rostro de Aaron, quien sintió su muerte demasiado pronto, pero ella negó con un movimiento de cabeza que indicaba que no pensaba darle una muerte rápida. Merecía una muerte donde el dolor fuera más y más fuerte. Así que se ubicó sobre él, inmóvil y atemorizado, y le mostró el cuchillo negro del Loco.
Para evitar que se moviera apretó bien sus piernas en las de él, y pese a que tenía sus brazos quebrados, tomó dos cuchillos que estaban cerca y los clavó en cada palma para mantenerlo fijo. El pecho de él se levantaba con miedo, no por el dolor que estaba sintiendo, sino por esos ojos, por esa mirada. Lo que estaba allí sobre él era un monstruo.
Erica frunció el ceño y le produjo un corte en el pecho, clavó el cuchillo desgarrando la carne. Le produjo múltiples cortes en el cuerpo, lo veía retorcerse de dolor y casi llorar, pero tal y como él dijo, no rogó. Mucho no le importó a Erica que rogara o no, con solo saber que estaba sufriendo ella era feliz, se sentía satisfecha de ver sus lágrimas.
Cuando tomó la katana de Ruriko para acabar con la vida de su peor enemigo, su peor pesadilla, la puerta se abrió y un grito se oyó en el lugar. Erica se detuvo al oír la voz de Lucas, sus manos comenzaron a temblar porque temía que él conociera esa parte de ella, esa parte asesina, esa que estaba por torturar a Aaron hasta la muerte para luego cortarlo en pedazos.
Oyó el llanto angustiado de Lucas cuando vio al Loco, oyó sus palabras y sus ruegos, todo su dolor.
—Lucas... —murmuró Erica, sin mirarlo—, necesito que te vayas en este instante.
—¡¿Estás loca?!
Él, haciendo caso omiso, se acercó a ella, viendo a un Aaron destrozado y cubierto de sangre bajo ella, que sostenía la katana en sus manos, sobre el pecho de su enemigo. Vio el dolor, la vida casi esfumarse de él.
—No te voy a dejar.
—¡ANDATE! Y llevate a Hund de acá...
Ni Lucas ni Hund parecían querer irse. Ambos estaban muy heridos, y en la puerta, observando desde lejos, estaba Misha junto con Vanyusha. Erica apenas si miró a Misha allí, que parecía consternado de ver al Loco en el suelo, sin moverse.
—Los treinta millones —dijo ella entre dientes—, van a ser cincuenta si te llevás a Lucas de acá, Misha.
Lucas apuntó con una pistola instantáneamente hacia Misha.
—Ni te atrevas a acercarte a mí, ruso —luego giró para ver a Erica—. No me voy a ir, lo que vayas a hacer, lo harás conmigo al lado.
—No quiero que me veas como un monstruo —gruñó ella con lágrimas en sus ojos.
—No sos un monstruo —dijo Lucas con tristeza—. Y si lo fueras, serías el monstruo más bello del mundo.
Erica no quería tener espectadores, pero parecía que no le quedaba otra opción, pues de a poco la vida se escapaba de Aaron y ella quería hacerlo con él aún vivo. Quería que sufriera el máximo dolor posible, quería destrozarlo en vida, por ello, con Lucas ahí, con Chris que se había acercado, con Misha y Vanyusha que se habían colocado junto al Loco para comprobar su cuerpo, ella miró a Aaron fijo a los ojos, y todo fue niebla otra vez. No había nadie más allí, solo ella y él.
—Te diría que reines en el infierno, pero allá te espera el verdadero rey —le gruñó con odio y le escupió el rostro, con asco—, ¡hasta en el infierno serás opacado! Nunca serás nada y tu nombre será olvidado, Pollito. Me encargaré de que todos te olviden.
Erica le sonrió y clavó la katana en su pecho, abriendo la herida al mover el filo hacia los costados. La sangre brotó con fuerza y él lanzó un alarido débil de dolor, pero ni aún así se detuvo. Lo oyó chillar y gemir de dolor, lo oyó murmurar algo aunque no comprendía qué, tampoco le importaba. Le abrió el pecho por completo y metió sus manos para retorcerle los órganos, pero esa en realidad no era su finalidad. Tomó el cuchillo para ayudarse y con paciencia, con mucho cuidado, comenzó a levantar su caja torácica, separó las costillas con total precisión para poder abrirlo como si fuera una ventana. Si había alguien allí, mirándola, no le importó.
Con su pecho abierto clavó el cuchillo negro en su rostro e hizo un corte que rodeaba toda su cara, su asquerosa y maldita cara, e introdujo sus dedos. El Loco no había llegado a enseñarle cómo hacerlo, pero ella en ese momento, sintiéndose en el vacío y con sus conocimientos como barrendera, supo exactamente cómo hacerlo. Le arrancó la cara como si no valiera nada y luego se puso de pie para admirarlo, como si fuera una obra de arte.
Estiró su mano hacia atrás, no sabía a quién se lo estaba pidiendo, ni siquiera si había alguien allí. Quizá estaba sola, quizá la miraban con pánico, quizá con admiración, pero alguien obedeció a su pedido y un hacha fue colocada en su mano. Miró de soslayo y vio cabello rubio.
—Somos dos monstruos entonces —dijo él con el rostro serio.
Erica tenía un brazo con una bala, estaba herida aunque no sentía el dolor, pero levantó su hacha y sus músculos se tensaron. Cortó cada miembro con asco, con odio, y entonces las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, y luego su dolor, sus gritos. Lanzó un fuerte alarido que le escoció la garganta, no podía ver nada a causa de las lágrimas y sus propios gritos la ensordecían, pero continuó impulsando su hacha hacia él una y otra vez, hasta que alguien le frenó la mano, hasta que alguien la detuvo.
—Ya es suficiente, Bombita.
Ella giró para ver a Fosa ahí, lo miró con sus ojos grises empañados, con su rostro lleno de sangre y de lágrimas, con sus gemidos de dolor que era incapaz de controlar.
—Nosotros nos encargamos ahora, Bombita —dijo Rata y apoyó con cariño su mano en el hombro de ella.
Erica los miró y luego corrió hacia el cuerpo de su amado, Lucas estaba allí, con su rostro lleno de sangre y de lágrimas. Lloraba tanto como ella, quien abrazó el cuerpo de su amado esposo dejando ir todo su lamento, todo su dolor en gimoteos y gritos guturales de dolor.
—Rubiecito —dijo Rata con el rostro serio—. Váyanse, están heridos y necesitan atención médica. Vayan a la clínica donde está Akihiko, será todo confidencial.
—No voy a dejarlo —gimoteó Erica—. No voy a dejarlo, no voy a hacerlo.
—Bombita, creeme, limpiar el cuerpo de un ser querido es un dolor imposible de superar —dijo Rata con una mirada compasiva—, sé de lo que hablo.
—Si no te vas ya mismo, estúpida, te voy a matar yo mismo —escupió Fosa.
Entre Chris y Lucas se llevaron a Erica a rastras, quien gritaba y pataleaba, al menos hasta que Misha se interpuso y le dio un fuerte golpe en la nuca que la durmió, por orden de Vanyusha. Se la llevaron de allí junto al resto de los heridos para poder ser tratados en una clínica aliada.
Los asesinos poco a poco comenzaron a irse ante las órdenes de Rata, y todos los seguidores de Aaron serían perseguidos si es que lograron escapar, y ejecutados los que aún estaban en la sede. Rata controló la situación mientras que Fosa daba órdenes a los barrenderos de ocuparse de todos los cadáveres, excepto los dos de esa habitación, esos eran suyos.
Fosa dejó en el suelo su bolso con herramientas para la limpieza, y mientras que Rata miraba el trabajo de Erica, él se acercó al Loco. Lo miró en silencio, su cuerpo pálido cubierto de sangre, aún con esa tonta sonrisa en su rostro. Se arrodilló frente a él para cerrarle los ojos con cuidado, con respeto, y lo miró. Lo miró entero, de todos los ángulos. ¿Siempre había sido tan enorme, tan pesado?
Y lo miró, y lo miró, mientras Rata le hablaba, mientras lo oía limpiar el cuerpo de Sabatini, lo oía cortarlo más y terminar el trabajo de Erica por lo que le había hecho a su adorada Pamela.
Y siguió mirándolo. Se había quitado los guantes para tocarle el rostro ensangrentado con sus ojos bien abiertos. Recorrió con sus dedos cada rasgo de su rostro, de su cabeza rapada en uno, de sus cicatrices y esa nariz partida. Sus manos sin guantes tocaban la sangre sin él, porque en la mente de Fosa todo era niebla y oscuridad, parecía no percatarse de que en verdad estaba tocando sangre.
—Hay que apurarnos, lo mejor será llevarlo —dijo Rata mientras acomodaba unos elementos en el suelo.
—¿Cómo pudo... pasar? —masculló Fosa.
Rata levantó la mirada hacia él, pues su voz se oía extraña. El pecho de Fosa se levantaba de forma acelerada, motivo por el que él se quitó rápidamente la corbata y desabotonó su camisa con las manos temblorosas.
—Nahuel...
Fosa estaba jadeante y parecía incluso hiperventilar, con su pecho que se levantaba una y otra vez, sin una sola bocanada de aire llegando a sus pulmones. Sus ojos estaban bien abiertos mientras se rascaba el cuello con ansiedad, con sus manos temblorosas.
—No puedo respirar bien.
—Nahuel.
Fosa levantó la vista para ver a Rata allí que lo miraba con pena, mientras continuaba refregándose el cuello y el pecho como si quisiera de esa forma que el aire llegase a sus pulmones, como si quisiera arrancarse la garganta y el pecho con los dedos.
—Sí, hay que apurarnos —dijo, jadeante y se puso de pie enseguida.
Sin embargo perdió el equilibrio por un instante donde su amigo lo tomó de la muñeca para evitar que tropezara. Estaba mareado.
—Nahuel, a mí me conociste de adulto —dijo Rata con un tono de voz bajo y suave, con su mirada compasiva—, a él lo conociste siendo niños...
—Lo sé, maldito estúpido de mierda, lo sé —gruñó y pateó el cuerpo del Loco allí.
—Las emociones no son una debilidad, es lo que demuestra que estás vivo —añadió—, no escuches la voz de Jon en tu cabeza. Llorar no te va a hacer más débil.
—Dije que lo cortaría en cien partes...
—Nahuel, sos un humano, no un robot.
—Siempre decís que soy un hijo de perra insensible —jadeó Fosa rascándose el cuello con fuerza—, es lo que soy, es lo que me hicieron.
Con sus manos temblorosas se tomó del cabello, jadeante y con un intenso dolor en su pecho que parecía querer tragarlo por completo. Sentía un huracán espinoso que lo desgarraba desde adentro y le impedía respirar, era una bola de espinas que lo laceraba y desangraba poco a poco, un agujero que crecía a cada segundo y amenazaba con tragarlo por completo, como el vacío. Era el vacío, estaba seguro de que era el vacío.
—Ese hijo de puta mató a mis papás —había dicho con lágrimas en los ojos.
—¿Sos nuevo? —había sollozado ese niño a su lado mientras aferraba un autito de juguete hacia su pecho—. Yo soy Jack... Mis papás... Él también mató a mis papás...
Nahuel lo había visto a los ojos celestes que estaban llenos de lágrimas, era un niño pequeño que se veía muy asustado, uno que estaba igual de solo que él.
—Yo soy Nahuel, podés decirme Nahui si querés...
Jack lo había mirado fijo a los ojos para luego esbozar una triste sonrisa que él no dudó en devolver, porque en ese momento, ese pequeño instante, se habían entendido más que nadie.
Entonces poco a poco sus ojos de celeste grisáceo comenzaron a llenarse de lágrimas que, pese a sus intentos y a esas órdenes que se repetían en su cabeza, a la voz de Jonathan que le decían que las emociones eran debilidad, a sus torturas físicas, a esos golpes que sentía cada vez que intentaba expresar algo. Pese a todo eso, sus lágrimas comenzaron a caer por su rostro una a una, en una carrera sin fin.
—Está bien, Nahui, está bien —susurró Rata al apoyar su mano con cuidado en la espalda de él—. No hay nadie más acá, solo somos nosotros tres, como siempre. Solo nosotros tres.
Fosa se dejó caer de rodillas al suelo y lentamente apoyó su frente sobre la del Loco.
—¡Maldito imbécil! —gimoteó, con un llanto desesperado.
Gritó tan fuerte que su garganta comenzó a doler, sus ojos le ardían como nunca antes, ni siquiera ante el humo de ese incendio que casi acabó con él. La presión en su pecho, ese alambre de púas que se enredaba y lo desgarraba en el pecho, lo obligaban a gemir de dolor con sus miembros temblorosos. No podía controlar ninguno de sus movimientos, no podía dejar de llorar, intentó con todas sus fuerzas retener esas lágrimas, pero pese a ese voz en su cabeza, la voz de Jack de niño era más fuerte que la de Jonathan. «Soy Jack», solo esas dos palabras, solo ese sonido era más fuerte que la voz de Jonathan, que sus órdenes, que el vacío mismo, que las torturas.
Se refregó el pecho con dolor y llevó sus temblorosas manos hasta su cuello, hacia ese escozor en su garganta, luego hacia su rostro quemado y cubierto de esa agua salada, para después detenerse en su cabello que sujetó con fuerza.
Rata se agachó a su lado y lo abrazó, hundió la cabeza de su amigo en el pecho para aferrarlo con fuerza, mientras Nahuel, el asesino perfecto, el monstruo de las sombras, la máquina que Jonathan había creado, se deshacía contra él, se quebraba por completo en medio de lágrimas y gemidos de dolor.
La voz de Lucas a su lado llamó su atención, él la miraba con una sonrisa alegre, pero una sonrisa que intentaba ocultar todo el dolor que sentía en su cuerpo y alma. Parecía sonreír solo como forma de no llorar, o quizá como forma de evitar que ella lo hiciera. Apoyó su mano en el hombro de Erica, con cariño, e intentó decir algo, pero las palabras quedaron atoradas en sus labios y solo lágrimas comenzaron a salir de él, junto a un sonido gutural que brotó de su garganta, producto del dolor. Erica se sentía demasiado mareada, no comprendía qué sucedía ni dónde estaba..
—¿Alguien... me explica qué sucede? —dijo Erica, sintiendo un intenso dolor de cabeza.
Allí había un médico, pero también un hombre de traje gris.
—Señorita Núñez, me presento, soy el doctor Strauss, su abogado —dijo el hombre de traje con el rostro serio.
—No pedí ningún abogado.
—Usted no, el señor Wolff sí... —Vio el rostro impactado de Erica y sus ojos empañándose en lágrimas, así que decidió continuar—. Me encargaré de limpiar su nombre, señorita, por ahora manténgase tranquila, no queremos que sufra más riesgos.
—¿Más riesgos? —Erica lo miró sin comprender a qué se refería, gira su cabeza hacia Lucas pero notó que él tampoco sabía de qué habla.
—Hicimos lo posible, por ahora se encuentra estable —dijo el médico que la estuvo atendiendo—, pero debe descansar, estuvo bajo mucha presión y estrés, sus heridas y golpes pudieron empeorarlo aún más. Por ahora vemos que todo está bien, pero necesitamos asegurarnos con una ecografía y la mantendremos en observación.
—¿Qué...? —Erica abrió los ojos con pánico.
—Lo que oyó, debe descansar para no perder su embarazo. Necesita hacer reposo pero debemos hacer una ecografía para ver el estado de su embarazo.
—No, se equivoca, yo no estoy embarazada, es imposible —se rió, negando con la cabeza—, tuve mi periodo todo el tiempo.
El médico y el abogado se miraron entre sí.
—Eso se llama «pérdidas», son muy peligrosas en un embarazo, le hicimos un estudio de sangre que dio positivo, señorita. Necesitamos hacer una ecografía y ver el estado, si está de acuerdo podemos hacerlo ahora mismo.
Erica comenzó a jadear de nuevo, con las lágrimas resbalando por su rostro hinchado por golpes. No le interesaba que la oyeran ahí, no le importaba molestar a otras personas con sus gritos, solo quería descargar su dolor, solo quería llorar, gritar e insultar a Aaron por haberle arrebatado a su amado, quería volver a Mörder y seguir despedazando su cuerpo, pedacito a pedacito.
Lucas intentó tranquilizarse para evitar que lo sedaran y poder tranquilizarla a ella. La convenció de hacerse la ecografía, diciendo que quizá el estudio de sangre se equivocó, pero él sabía que era cierto, lo sabía por los comportamientos de Erica, por su agotamiento, su forma de comer, lo distinta que se veía.
«Cuidala, Rubio, cuidala bien»
Podía oír la voz del Loco en su mente como un eco que lo torturaba, obligándolo a sujetarse de la cabeza para intentar borrar esa ronca voz que le dejó una carga tan grande, pero respiró hondo y tomó la mano de Erica con fuerza cuando le hicieron una ecografía transvaginal.
Embarazo de doce semanas, hematoma uterino. Era un embarazo de riesgo, con riesgo de aborto, y por ello debía hacer reposo absoluto. Ni un solo esfuerzo, absolutamente nada.
—No estás sola, Eri, no estás sola —le dijo Lucas, pues temía que ella se dejara ir también—. Estamos Chris y yo, está Jackie, por favor, Eri. No estás sola...
Erica volvió a llorar con desesperación, y muy pronto se quedó sin voz. Sentía su mundo cayéndose a los pies, ya no había fuerza alguna, solo dolor, y deseó estar en el vacío, deseó con todas sus fuerzas que el vacío la tragara para siempre y perder cada una de sus emociones para ya no sentir nada.
Erica se quedó allí en observación por unos días, días donde no dijo una sola palabra, solo lloró deseando morir. Habían ido Chris y Rata a verla, ninguno había logrado mucho más, ninguno había logrado que ella dejase de llorar o de decir que deseaba morir. Lucas también iba a verla, pero él, pese a su propio dolor, se estaba encargando del cuidado del pequeño Jack y de Hund, quien estaba herido.
Varias veces Erica tuvo que ser sedada, pues no había otra forma de tranquilizarla, y solo cuando sus heridas mejoraron un poco fue que le dieron el alta. Rata mismo la había llevado hasta la casa, la había alzado en sus brazos y recostado en esa gran cama que ella había compartido junto al Loco por tanto tiempo. Jackie la había recibido con lágrimas y una gran sonrisa, pues hacía días que no veía a su Mami Ica, y tampoco a su padre.
—Te amo tanto, Jackie, tanto —le dijo Erica al aferrarlo con fuerza, con su garganta adolorida por la angustia.
—Mami Ica no va —lloró él.
Rata le había dicho que el cuerpo del Loco estaba a salvo, por si ella deseaba velarlo, pero Erica no quiso verlo, solo pidió que lo ubicaran en el mausoleo de los Wolff, junto a sus amados padres. Ella se quedó aferrada al pequeño niño que no quería soltarla por nada del mundo, el pequeño Jackie que había logrado sacarla del vacío en Mörder.
Lucas y Chris se habían quedado con ella para acompañarla en todo momento, se turnaban para cocinar, limpiar y cuidar de Jack, y se turnaban también para dormir con ella. Ninguno de los dos quería dejarla sola, pues ambos sabían que en cualquier parpadeo ella podría desaparecer, especialmente porque se negaba a comer y a beber agua, y solo conseguían alimentarla en contra de su voluntad cuando Chris la sostenía con fuerza y Lucas le introducía la comida en la boca y se la cerraba antes de que ella pudiera escupirla.
Fosa no había ido a verla ni una sola vez, en ningún momento, y Erica se alegró de eso. Se alegró porque él habría visto un muerto más en ella, en su rostro pálido, en sus ojos sin vida.
Erica había muerto esa noche en Mörder junto a su amado Jack Wolff.
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