Capítulo N° 59 | parte 2
Cuando llegó a la casa y tocó el timbre, se dio cuenta enseguida por qué el Loco, pese a sus celos, le había pedido que fuera a verlo. Fosa le abrió la puerta y la miró de arriba abajo con una expresión desganada, con su cabello hacia adelante y desordenado, con su olor a cigarrillo y alcohol, cuando él siempre olía a finas colonias y a limpio. Todo empeoró cuando él la hizo pasar luego de permitirle guardar la moto en el garage, pues al ingresar en la cocina Erica solo vio caos, un caos que necesitaba limpiar en ese mismo instante.
Supuso que los pensamientos obsesivos de Fosa estaban enfocados en Serge en ese momento, y no justamente en la limpieza como en el resto de los días, por eso se puso guantes de cocina al ignorar a su maestro quejarse y comenzó a lavar y limpiar todo allí.
—No necesito tu ayuda —gruñó él tras ella.
—Me haría muy bien destrozar algún cadáver, pero como no hay ningún trabajo en este momento voy a descargarme con esta suciedad —dijo mientras lavaba los platos—. Después que termine vas a bañarte, vas a abrir un vino y lo vamos a tomar juntos, ¿está claro?
Él se sentó a la mesa con fastidio y se encendió un cigarrillo mientras la veía limpiar. Erica también se veía ojerosa y cansada, igual que él, quien la observó en silencio por varios minutos mientras que ella terminaba con los platos y comenzaba a refregar con ímpetu la bacha, para luego limpiar muy bien toda la mesada.
—Estuve ignorando las llamadas, puede que sí haya algún trabajo —dijo al soplar el humo de su cigarrillo.
—Qué casualidad, justo esta noche estoy libre.
Mientras que Fosa se bañaba en su baño privado en la habitación, Erica se dedicó a limpiar toda la casa. Barrió y pasó el trapo por todos lados, limpió con un trapito humedecido con un poco de lavandina por todas las superficies, incluyendo las sillas, las alacenas y bajo mesada. Pasó el plumero por todos los rincones y cuadros. Luego ingresó en la habitación de él, quien le había dado antes permiso para limpiar allí. Quitó las sábanas y colchas y las introdujo en el lavarropas en un lavado rápido, mientras barría allí. No estaba tan desordenado o sucio como el resto de la casa, pero aún así se enfocó en que quedara impecable.
Había encontrado armas por todos lados, las cuales no movió de lugar, y se sorprendió cuando encontró al mover la cama un paquetito abierto de condón, y se alegró de que este no estuviese por ningún lado.
—Okay, esto es raro —fue lo único que dijo.
Lo arrojó a la bolsa donde estaba tirando todo lo que barría y luego pasó su trapo con desinfectante por todas las superficies. Se dio el gusto de abrir el placard empotrado para poder tomar sábanas y una colcha limpia. Tuvo que detenerse un instante porque estaba cansada, y solo luego de respirar hondo fue que acomodó las sábanas en la cama y acomodó las almohadas a la manera que Fosa solía hacer. Luego se sentó en el mullido asiento que estaba junto a la ventana, para poder descansar.
Sabía que él no iba a hablar respecto a la muerte de Serge, y ella tampoco tenía deseos de hacerlo, pues si a ella le dolía tanto su pérdida no quería siquiera imaginar lo mucho que le dolía a él, que había ayudado a criarlo y lo veía como a un hijo.
Fosa salió del baño con una toalla envuelta en su cintura y con un movimiento de cabeza le indicó a Erica que se fuera, ella solo asintió al suspirar con cansancio y se puso de pie para salir de allí, pero antes de salir lo miró fijo. Él tenía su cabello mojado y el cuerpo musculoso con gotitas de agua, pero aún tenía esas ojeras bajo sus párpados y sus ojos seguían teniendo una mirada perdida.
—Te espero en la cocina —dijo ella y salió de allí.
Fosa miró la habitación impecable y solo hizo un sonido de aprobación.
Erica preparó café para mantenerse despierta, lo hizo fuerte justo por eso y se sentó en una banqueta alta de la isla de mármol para poder beber allí mientras meneaba sus hombros. El Loco tenía motivos para preocuparse por Fosa, pero ella esperaba que su presencia hiciera el cambio, que su ayuda sirviera lo suficiente para que volviera a ser el mismo malhumorado y temible Fosa de siempre. Cuando él ingresó en la cocina la encontró bebiendo café, por lo que él también se sirvió un poco.
—¿Vamos? —preguntó ella y apenas si dirigió su mirada hacia él.
Fosa terminó de beber el contenido de la taza, la cual lavó enseguida y entonces se alejó hacia el garage, esperando que ella lo siguiera. Erica solo tomó su teléfono y billetera antes de seguirlo, y allí lo vio tomar un bolso de un gran armario de metal contra la pared. Quitó la alarma de su auto y con su mano, en un movimiento educado, la invitó a subirse. Viajaron en silencio, sin música siquiera, y cada tanto se oía la voz al responder alguna llamada, pues su teléfono no dejaba de sonar y vibrar.
Cuando llegaron al lugar de trabajo se encontraron con diez cadáveres acribillados a balas, habían enfrentado a su jefe -el anciano de la funeraria- y todo terminó realmente mal. Ambos, con sus mamelucos ya puestos, sus guantes y mascarillas comenzaron a trabajar por separado. Erica no pudo evitar sonreír al ver que algunos debían sí o sí ser cortados, por ello cuando Fosa le pasó un hacha, ella se desabrochó el mameluco para atarlo en su cintura y poder tener más movilidad con sus brazos. Sus músculos se trabaron ante cada golpe, mientras que él la miraba trabajar con atención. El cuerpo de Erica era fuerte y ante cada hachazo sus músculos en los brazos se marcaban con fuerza.
Fosa la imitó, tomó la siguiente hacha y comenzó a separar los miembros en distintas partes con rápidos y fuertes movimientos que marcaban todos los músculos de sus brazos y espalda. Una vez ambos terminaron con ello se dedicaron a envolver las partes de la forma correcta para luego colocarlo en una bolsa resistente. Quitaron el plástico que habían colocado bajo los cuerpos y también lo guardaron en la bolsa, para luego solo dedicarse a envolver los cadáveres que estaban en mejor estado.
Mientras él trapeaba para quitar la sangre del suelo de mármol, Erica se dedicó a limpiar las superficies salpicadas en los muebles con una suave música de piano que ayudaba a que estuviesen tranquilos.
No supieron en realidad cuánto tardaron, pero habían finalizado muy rápido con todo el trabajo y transportaron los cuerpos hacia la camioneta del anciano de la morgue, ellos mismos se encargarían de llevarlo, pero la limpieza era algo que estaba fuera de su alcance. Esta vez Fosa no tuvo que pagarles por la cremación, pero sí recibieron su paga por el trabajo de limpieza, incluso les permitieron a ambos darse una ducha allí para quitarse la sangre en sus cuerpos.
Erica estaba segura de que eso la hacía quedar como un monstruo, y que no tenía derecho alguno a llamar de esa forma a otras personas, pues el trabajo de barrendera, desmembrar un cuerpo y limpiar la sangre de cada superficie, había logrado lo que el entrenamiento, un té de tilo o un abrazo no consiguieron: relajarla.
Se quedaron sentados en el auto en silencio antes de siquiera encenderlo, a ambos les había hecho bien trabajar, por ello Fosa dirigió su mirada hacia ella.
—Gracias, Bombita —dijo en un susurro—. Estuve... en el vacío un tiempo y creí que me quedaría ahí otra vez.
Erica se miró los nudillos de las manos, con cáscaras y lastimados por golpear sin parar la bolsa de boxeo, incluso tenía partes que comenzaban a ponerse moradas.
—Creo que también estuve en el vacío —susurró y dirigió su mirada hacia los ojos celeste grisáceo de él—. Me gustaría comer algo rico, puedo cocinar yo si no te molesta.
—Ya estoy mejor, Bombita —dijo con una sonrisa de lado y llevó su mano hacia la cabeza de ella, para hacerle una caricia—. Puedo hacerlo yo.
Erica solo sonrió como respuesta y asintió mientras él encendía el auto para manejar hacia la casa. Su teléfono había vibrado en el bolsillo y sonrió al ver que se trataba del Loco, le preguntaba cómo iba todo, si estaba bien y cómo se encontraba Fosa. Estuvo escribiéndose con él durante el viaje, para tranquilizarlo un poco, pues sabía que estaba preocupado por su amigo y también por ella.
Cuando llegaron a la casa y estacionaron el auto en el garage, se sorprendieron los dos al oír música de heavy metal y el aroma a comida llegó hasta ellos. Ninguno tomó sus armas para apuntar, la música era suficiente para saber quién estaba ahí.
—Veo que te dignaste a volver —dijo Fosa con el rostro serio al ver a Rata allí, en la cocina.
—Dejé a Tahi con mi gente, podemos comer tranquilos sin que lo mires con asco —respondió él sin voltear para verlo.
—¿Ahora es «tu gente»? —gruñó Fosa con fastidio.
—Siempre lo fue —Rata giró para verlo y alzó sus cejas con sorpresa al ver a Erica, para luego curvar sus labios en una amplia sonrisa—. ¡Bombita querida! ¿Cómo estás?
—Sobreviviendo.
—Estamos todos en las mismas según parece —dijo con una risita y se cruzó de brazos, luego volvió a dirigir su mirada hacia Fosa—. Te ves mejor, ¿debería agradecerle a la Bombita?
Fosa lo ignoró y tomó un vino que comenzó a descorchar, para luego servir en dos copas, una se la extendió a Erica y la otra la bebió casi de un trago, para luego servirse otra.
—No me voy a quedar mucho tiempo, en una hora debo irme otra vez —dijo Rata al ver que a él no le había ofrecido vino.
—Lo supuse.
—Voy a dejarte la mansión Moms a vos, para que la uses como base de los Barrenderos —dijo y pensaba agregar algo más, pero Erica interrumpió.
—Tenemos hambre, ¿qué cocinaste?
Rata entonces sonrió y mostró una fuente con salmón, luego otra con papas al horno y un revuelto de espárragos verdes con otras verduras.
—Ya está listo, vayan a lavarse las manos mientras lo sirvo.
Pese a que ambos estaban limpios, fueron al baño a lavarse por separado. Erica cada tanto miraba de reojo a Fosa, todo lo mejor que lo había notado luego de trabajar había desaparecido ante la presencia de Rata, y aunque él no decía nada al respecto ella se dio cuenta que el problema era la acumulación de emociones que Fosa no sabía cómo expresar: había perdido a Gretchen, a Serge y, para colmo, en el mismo día había perdido a Rata, pues pese a que seguía estando ahí las cosas ya no serían como antes.
Cenaron los tres juntos con Erica y Rata conversando entre sí, pues Fosa no habló en ningún momento. Rata le contaba a ella los cambios que estaba haciendo y aseguró que les daría su libertad a ella, al Loco y a todo quien lo quisiera, ya que no pensaba ser como Jonathan o como ningún Moms. Erica sonrió, estaba segura de que él podría ser un buen líder y que también se aseguraría de que no volviera a suceder lo que vivió Fosa con Jonathan, o siquiera los castigos con azotes que la marcaron a ella y el Loco. Estaba segura de que sería un mejor líder y que sus asesinos serían respetados y apreciados.
—Tengo que irme —dijo Rata al mirar su reloj de muñeca y se acercó a Fosa, quien había finalizado de lavar los platos—, volveré en unos días a ver que estés bien.
—No quiero tu lástima.
—Aunque seas un imbécil hijo de perra —dijo Rata con el rostro serio—, sos mi mejor amigo y no voy a dejarte solo. Dame tiempo a resolver todos estos asuntos, nada más.
Quiso apoyar su mano en el hombro de Fosa, pero este le corrió la mano con agresividad, con una expresión furiosa y asqueada en el rostro. Erica solo bebió su vino y los miró de reojo, en esa situación ella era neutral, porque podía entender a los dos. Rata no insistió en tocarlo, se despidió de ambos y luego se fue de allí, aunque primero fue a su habitación y a buscar un poco de ropa y juguetes de Tahiel.
Erica sirvió otro poco de vino para Fosa, quien se sentó frente a ella y encendió un cigarrillo, para luego separar el dinero de la paga por el trabajo y darle la mitad.
—Es más de lo que me pagás siempre —dijo ella con sorpresa.
—Porque siempre se divide la paga entre todos los involucrados, aunque por supuesto, la mayor parte era mía o de Rata —siseó al pronunciar su nombre de barrendero—, esta noche solo fuimos vos y yo.
Ella tomó el dinero en la mesa y la guardó en su mochila, para luego tomar vino con él con una música muy distinta a la que estaban escuchando con Rata presente, esta vez suave música de violín sonaba allí.
—Sé que tenés esas órdenes en tu cabeza —comenzó a decir Erica al mirarlo fijo—, y que no podés expresar lo que sentís, pero ¿querés hablar?
—No tengo nada de qué hablar —respondió al soplar el humo de su cigarrillo.
—¿Es eso o lo otro? —dijo para no decir exactamente los nombres, no preguntar si se debía a Serge o a Rata, pero que de todas formas él pudiera entenderle.
—Es volver a estar solo.
—Lo otro entonces —suspiró Erica y sorbió un trago de vino—. No estás solo, estoy yo.
—Estás ahora, pero en la noche cuando el vacío vuelva a tragarme voy a seguir estando solo.
No hablaron mucho más, acabaron de tomar el vino juntos, lavaron las copas y se sentaron a mirar el vacío y disfrutar la música, y luego de dejar todo en orden en la cocina ambos fueron a acostarse a dormir, estaban agotados y necesitaban descansar. Erica especialmente había estado en movimiento todo el día, no había parado en casi ningún momento, por eso no bien apoyó su cabeza en la almohada quedó dormida al instante.
En la madrugada, con la luna en lo alto y su cuerpo aún agotado y resentido ante la idea de moverse, el sonido del violín la despertó. Por lo general su violín no la despertaba, pero pensó que quizá seguía en alerta y por eso pudo escucharlo. Con cuidado se colocó las pantuflas y la bata de satén lila que había llevado, luego abrió despacio la puerta de la habitación y vio que la luz del pasilo estaba encendida, y al fondo frente a la puerta que daba al patio estaba él tocando el violín, con la brisa de la pronta primavera entrando suavemente.
—¿Qué hora es? —le preguntó mientras se acercaba a él.
—No sé, no me importa.
Llegó hasta él, estaba con sus ojos cerrados al tocar el violín, su ceño fruncido y sus expresiones duras, agotadas, incluso tristes. Erica lo miró en silencio, llevaba su ropa de dormir, un simple jogger suelto y una remera blanca, y pese a sus usuales quejas por marcar el suelo, estaba descalzo.
—¿Qué estás tocando?
—Vivaldi.
Se apoyó contra la pared del pasillo cruzada de brazos para poder verlo tocar y apreciar la bonita música, la cual al principio se oía dramática y enérgica, pero luego se volvió lenta e incluso triste. Solo cuando finalizó de tocar es que él bajó el violín y habló, pero sin mirarla, concentrado en ver el cielo nocturno.
—Estar solo me recuerda al vacío, y sin darme cuenta termino en esa oscuridad otra vez —dijo en un susurro—. Por eso odio el negro.
—Lo sé.
—Vos estuviste solo una hora, yo estuve días y noches enteras con descansos intermedios, durante todo un año. Solo, completamente solo.
Erica no agregó nada, lo dejó hablar tranquilo, descargar sus dolores sin nadie que lo interrumpiera ni juzgara, pues ambos sabían que nadie podría entender el vacío mejor que ella.
—Gretchen me sacaba una o dos horas, jugaba con Jack y luego volvía a estar solo —susurró—. Luego cuando me quitaron para siempre del encierro, años después, dormía con otros asesinos en una habitación y seguía estando solo, porque Jonathan me cambiaba de cuarto cada semana para que no formara lazos con nadie. Gretchen... era mi mejor amiga, pero incluso así al verme veía una poderosa arma que podía usar como quería, total podía ordenar que me suicidara que yo lo hubiese hecho sin titubear.
—Estoy segura de que ella te quería —murmuró Erica.
—Lo hacía, pero incluso así fui su arma, su monstruo de las sombras.
Ella apretó los labios y Fosa giró para verla, su rostro serio e impasible, sus ojos que no mostraban absolutamente nada, ese era el monstruo que Jonathan Moms había creado, el asesino perfecto.
—Incluso mis padres se esforzaron en convertirme en el mejor violinista desde muy pequeño, fui siempre, toda mi existencia, solo una herramienta de los sueños y deseos ajenos —La miró a los ojos grises—. ¿Sabés por qué Jack, Omar y yo nos llevamos bien a pesar de querer arrancarnos la cabeza cientos de veces?
Erica no respondió.
—Porque ambos también estuvieron solos toda su vida y ambos también solo fueron un arma.
—Pero ninguno como vos —susurró ella y él asintió.
—Ninguno como yo —admitió con un asentimiento de cabeza—. Vivir con alguien que no me tiene miedo y que se anima a insultarme, a ponerme una pistola en la cabeza, que no me trata como si fuera Nahuel, sino simplemente como Nahui. ¿Vos entendés, Bombita, que tengo treinta y tres años en este momento y que comencé a vivir solamente cuando Omar me trajo a vivir con él hace casi seis años? De treinta y tres años, solo viví en verdad seis años. Seis.
Erica quería ofrecerle tomar otro vino juntos, pero no deseaba interrumpirlo, por eso solo lo escuchó con mucha atención.
—Cuidar de Serge me hacía sentir vivo y ahora él ya no está, tampoco está Gretchy, y Omar... Omar también se va, y yo vuelvo otra vez a estar en el vacío solo como estuve toda mi vida.
Pronunció cada palabra con tanto dolor, que las emociones que él no podía expresar por esas órdenes en su cabeza las sintió todas Erica, sintió ese nudo en su garganta lleno de angustia, sintió sus ojos cristalizarse en lágrimas, y entonces lo abrazó. Fosa se mantuvo estático por un rato, como si aún estuviese analizando si abrazarla o no era una buena idea. Terminó por devolver el abrazo y Erica apoyó su mejilla en el pecho de él, podía oír su corazón, no era un robot, no era la máquina de matar que Jonathan había creado.
—Él no te va a dejar —susurró y se aferró a él con más fuerza.
—Lo va a hacer, no ahora quizás, pero cuando ir y venir de casa a la sede se vuelva insostenible, va a mudarse a Assassin y yo voy a tener que irme de acá —dijo con mucho dolor en su tono de voz—. Jack te tiene a vos, Omar tiene a Tahi, yo... no tengo a nadie. Acá, con él, soy solo Nahui, allá afuera... soy Nahuel Pietrzak, y voy a ser el monstruo de las sombras por siempre.
—Jonathan está muerto, ya no es necesario que sigas siendo el monstruo de las sombras, podés ser simplemente Fosa, mi maestro —dijo ella y lo soltó para poder verlo a los ojos—. Estoy segura de que Rata no te va a dar misiones y va a hacer todo lo posible para que no vuelvas a ser una herramienta.
—Hasta tu esposo quiere usarme como herramienta.
—No es lo mismo pedirle ayuda a un amigo que querer utilizarte como una herramienta —explicó ella con suavidad—. Para Vanya Volkov yo soy una herramienta, pero cuando vos me llamaste para una misión... yo era una compañera, no un arma.
Fosa dejó ir un suspiro y comenzó a caminar hacia la cocina, iba prendiendo todas las luces en el camino, porque aunque la oscuridad no le daba miedo y podía estar en ella, prefería la luz, especialmente en esas situaciones donde se sentía tan cercano al vacío. Erica lo siguió por detrás hasta que él giró para verla con una ceja alzada.
—¿Vas a perseguirme por toda la casa?
—Sí.
Él resopló mientras tomaba un vino para comenzar a descorcharlo, la miró a ella de reojo y tomó dos copas, sirvió un poco en cada una.
—¿Qué te tiene en el vacío a vos? —le preguntó luego de beber un sorbo de vino.
Erica se quedó en silencio, solo mirando el contenido de la copa.
—El miedo a quedarme sola —admitió con tristeza—, por no poder salvar a los que amo. Por ser tan débil e inútil de no poder salvarlos.
—No somos superhéroes —dijo él con su rostro serio—, somos simples humanos, ni siquiera yo pude salvar a Serge, no llegué a tiempo porque tengo límites como ser humano.
—Y eso te duele, ¿verdad?
—Me desgarra por dentro.
—A mí me desgarra no haber estado ahí —admitió con mucho dolor.
Ambos sorbieron el vino hasta acabar la copa y él volvió a rellenarlas, se quedaron sentados uno frente al otro en esas banquetas altas de la isla. Él suspiró y sorbió otro trago de vino, para luego encenderse un cigarrillo.
El silencio volvió a reinar entre ellos, solo bebían sus copas sin mirarse, pero ella no podía dejar de pensar en Jonathan, en el vacío y en todo el daño que le había hecho a Fosa.
—¿Se consideraría vandalismo romper a hachazos el ataúd de Jonathan? —preguntó Erica de repente y él parpadeó, algo confundido—. Es que tengo muchas ganas de romperlo a hachazos.
Fosa trató de aguantarse la risa pero fue imposible, comenzó a reírse primero suave, luego con ánimo, a carcajadas con esa estruendosa y contagiosa risa que pocas veces se oía tan natural. Erica terminó por reírse también, solo porque la risa de él se había contagiado en ella con fuerza.
—Estoy hablando en serio —se rio ella.
—Lo sé —dijo, tratando de dejar de reír—. Lo sé...
Se mantuvieron allí tentados de la risa, hasta que poco a poco comenzaron a respirar mejor, hasta que ambos se sintieron por primera vez en día en paz. Luego de terminar los contenidos de sus copas y de lavarlas y dejar todo acomodado, cada uno regresó a su habitación, y no hubo violín sonando, ni vacío, ni oscuridad por el resto de la noche.
En la mañana se permitieron descansar más de lo normal, se levantaron cerca del mediodía justo para preparar el almuerzo. No había ojeras en ninguno ni palidez en el rostro, Fosa estaba bien peinado, con su ropa prolija y su elegante y exquisito aroma a colonia fina, y Erica no sintió el deseo de golpear algo hasta romperse los nudillos ni se salteó el almuerzo para encerrarse a entrenar como llevaba haciendo los últimos días.
Almorzaron un abundante plato variado, carne, papas, ensalada, verduras al vapor y luego se dieron el gusto de comer una buena porción de postre de chocolate que Erica había encargado en una aplicación.
—Fosa...
—Nahui.
Erica sonrió.
—Nahui —corrigió con una sonrisa mientras él lavaba los platos—. Yo sé hacer salmón.
Él giró para verla con sus cejas alzadas, algo confundido.
—Si Omar en verdad se va un día, yo sé hacer salmón y los viernes de salmón pueden seguir siéndolo, yo puedo venir cada viernes a cenar, tomar un vino y salir a destrozar algún cadáver juntos.
—¿Y tu libertad?
—Puedo ser libre y seguir siendo tu pupila, ¿verdad?
—Prefiero «amiga» —dijo él y aunque su rostro estaba serio, sus ojos parecían brillar.
—Entonces... —comenzó a decir ella arrastrando la palabra—, voy a ser libre, voy a tener mi propia familia aunque me pongas caras por eso, voy a venir cada viernes a comer salmón con vos y seguiremos siendo amigos hasta que te hartes de mí y me eches de la casa, y es probable que incluso así siga molestándote.
Él curvó sus labios en una sonrisa y se secó las manos con cuidado, apoyado contra la mesada.
—Vamos a ver por cuánto tiempo sos capaz de soportarme —dijo él con una sonrisa de lado.
Erica lo apuntó con su dedo índice en una amenaza, con una ceja levantada.
—Ahora voy a volver a mi casa junto a mi sanguinario pero amado esposo, y el próximo viernes si Rata no viene vas a llamarme, ¿está claro?
Fosa se rio y se acercó hacia ella solo para poder apoyar su mano, sin guantes, sobre su cabeza y así hacerle una caricia, luego llevó esa misma mano a su rostro y lo apretó como siempre solía hacer.
—Andá, Bombita, o tu esposo va a romper mi puerta a patadas y voy a tener que matarlo.
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