Capítulo N° 42
Era de noche y el viento soplaba fuerte, golpeaba los vidrios que, aunque eran reforzados, se azotaban de una forma que los sobresaltaba. Era una tormenta aproximándose, así que Erica descolgó la ropa del fondo para evitar que se mojara, con ayuda de Lucas la transportaban hacia el interior de la casa, y en el lavadero se dedicaron juntos a doblar y dividir en pilas la ropa de cada uno.
La mayor pila de ropa era de Jack, la cual Erica acomodó en la cajonera de la habitación donde ubicaban todas sus pertenencias, sus pañales y chupetes, e incluso sus cuentos. La pila de Erica fue llevada hacia su habitación y la dejó sobre la cama, mientras que la de Lucas, quien ya había salido de la casa junto al Loco para comprarse ropa, se quedó allí acomodado en un clóset hasta encontrar una mejor ubicación. Erica entonces tomó la pila con ropa del Loco y la llevó hacia el sótano.
Bajó las escaleras, donde él estaba entrenando desde hacía un par de horas. Una vez abajo lo vio colgado de la barra, donde levantaba su peso una y otra vez. Su tatuaje de alas de ángel se contraía en su espalda por los músculos trabados, parecían incluso extenderse para volar, y el sudor hacía brillar su piel. Lo observó levantar su peso un par de veces más mientras se acercaba para poder dejar la ropa sobre su cama.
«Le creció el cabello, también un poco la barba, se ve... distinto...»
Pensó Erica al verlo, ya no tenía su cabeza rapada casi al ras, su cabello estaba algo crecido aunque aún muy corto, pero lo suficiente largo como para que se notara su tono castaño claro. Tenía una pequeña barba de unos días que le sentaba realmente bien, hacía resaltar sus ojos celestes y sus bellos rasgos.
El Loco la miró, pero no abandonó su trabajo, la miró fijamente mientras levantaba su peso, y cada vez que lo hacía sus músculos se marcaban.
—¿Qué sucede, engel?
—Va a haber tormenta, con Lu entramos todo, así que te traje tu ropa —explicó al señalar con su mano la ropa doblada sobre la cama.
Él bajó de la barra, algo jadeante y tomó una botellita de agua para beber.
—Gracias, mein engel, aunque no era necesario. Podía hacerlo yo.
—No me costaba nada —dijo ella con una sonrisa y lo miró en silencio—. Tu pelo...
—Ya tengo que raparlo —admitió con un suspiro al pasar su mano por la cabeza, luego llevó la misma mano hacia sus mejillas—, y afeitarme. Estuve algo ocupado y me olvidé.
—Me gusta cómo se ve —dijo Erica con una sonrisa—, resaltan más tus ojos.
—Me lo cortaba porque era incómodo para trabajar, pero... ya no estoy en Mörder, podría... dejarlo crecer —dijo en un murmullo mientras miraba hacia otro lado.
—Fosa dijo que tengo que aprender a lanzar cuchillos, tal vez podrías enseñarme —dijo encogida de hombros—, si no te molesta, sino puedo decirle a la Babu que...
Él la tomó de una mano para poder acercarla hacia sí, lo que sorprendió un poco a Erica, algo nerviosa, con su corazón latiendo más rápido de lo normal.
—Vení, engel —dijo y la colocó frente a sí, le extendió con cuidado un cuchillo de lanzar—. Quiero que intentes clavarlo ahí —le señaló un blanco a lo lejos.
—Pero... yo no sé hacerlo...
—Te voy a ayudar.
Erica lo miró en silencio, él le dedicó una sonrisa tratando de darle confianza, así que ella respiró hondo y arrojó el cuchillo, que golpeó en la pared para luego caer al suelo, bastante alejado del blanco. Se encogió de hombros sin querer mirarlo, pues creyó que él se burlaría de ella por su ineptitud, pero para sorpresa suya el Loco le habló con suavidad y sin risas de por medio.
—Mirá cómo lo hago yo.
Ella lo observó con atención, la posición en que él estaba parado, sus músculos relajados, levantó el brazo irguiendo la espalda y con un ligero movimiento de muñeca arrojó el cuchillo, dándole en el blanco. Erica lo miró con sorpresa y admiración a la vez, nunca lo había visto arrojar cuchillos de cerca, le parecía realmente increíble.
El Loco le pidió que lo intentara nuevamente, y ella con cierto nerviosismo lo hizo pero otra vez el cuchillo chocó contra la pared para después caer al suelo. Se colocó entonces tras ella para sujetarla de la cintura con una mano y con la otra le acomodó el cuchillo en la otra mano, casi como una caricia. Así de cerca podía oler el dulce aroma de su cabello y trató de tranquilizarse, de normalizar su corazón para poder ayudarle a hacerlo bien.
—Tenés que relajarte, mein engel, estás muy tensa —dijo en un susurro.
—Estás muy cerca mío...
—Necesito poder demostrarte correctamente.
El Loco acarició suavemente su mano, pegado a ella, la guió para que levantara el cuchillo, le ayudó a acomodarlo de forma correcta para poder hacer un tiro con giro, y con un movimiento fuerte pero suave en la muñeca arrojaron el cuchillo juntos. Erica no llegó a dar al blanco, aún con el Loco guiándola, pero sí un círculo cerca, lo que la hizo saltar de felicidad y abrazar al Loco con emoción al grito de:
—Lo hice, ¡lo hice!
El Loco solo sonrió para después responder el abrazo, pero ella enseguida se alejó, aclaró rápidamente su garganta y miró hacia el blanco, algo nerviosa.
—Eso es un tiro con giro, cada tres pasos el cuchillo gira, estamos a nueve pasos así que dio tres giros para llegar al blanco —explicó lento y con suavidad—, si la distancia no te permite llegar con un giro completo lo tomás así de la hoja.
Le mostró con otro cuchillo como tomarlo y antes de lanzarlo le explicó en qué momento debía soltarlo.
—Es difícil —dijo Erica al pensar en los cálculos que debía hacer.
—Es práctica. Una vez domines los tiros con giro te voy a enseñar a hacerlos horizontales, que son un poco más complicados.
—Supongo que debo practicar, ¿no?
—Exacto, dicen que la práctica hace al maestro —le dedicó una sonrisa—. ¿Debo ayudarte de nuevo?
—No, puedo hacerlo sola, creo... —se encogió de hombros.
Él la observó lanzar nuevamente, le costaba dar en el blanco pero al menos lograba hacer que el cuchillo se clavara en la madera.
—Me gustaría empezar a entrenar al Rubio —dijo él y le dio la espalda para acercarse a la bolsa de boxeo.
—Está sano ya, pero... ¿por qué querés entrenarlo? —preguntó con sorpresa y algo de dudas.
—Mejoró en salud física y mental, gracias a la terapia, vos también estás mejor en eso —explicó con una sonrisa—, y creo que ser capaz de defenderse le va a servir para recuperar autoconfianza.
El Loco puso algo de música allí, la pasó de su teléfono a un parlante, mientras lanzaba golpes combinados a la bolsa. Erica había dejado de lanzar cuchillos para observarlo, la posición del Loco era muy distinta a la de Aaron o incluso Fosa, parecía ser más ofensivo que defensivo, pero sus golpes eran fuertes y rápidos. Con cada golpe se marcaban sus músculos en brazos y espalda, lo que hacía su piel brillar por el sudor.
—¿Qué es eso que escuchás? —Erica se acercó a él, pero el Loco no giró para verla
—Savin' me, de Nickelback. Descubrí esa banda por Moira y me gusta bastante —dijo y lanzó un par de golpes más.
—¿Qué dice la canción? Se oye bonita...
El Loco la miró por un instante, oyó la voz en el pequeño parlante y dejó ir un suspiro, así que tradujo para ella al recitar, sin cantar.
—«Muéstrame cómo es ser el último en mantenerse de pie, enséñame la diferencia entre el bien y el mal, y te demostraré lo que puedo ser...» —la miró intensamente a los ojos, haciendo que el corazón de Erica se detuviera por un instante—. «...dilo por mí, dímelo, y dejaré esta vida atrás. Dime que vale la pena salvarme...»
El Loco la miró de forma intensa, su mirada se veía con una mezcla de tristeza pero lleno de amor a la vez, Erica le corrió la mirada con cierto nerviosismo, no podía mantenerle la mirada y no lograba entender el porqué. Llevaba unas semanas así.
—¿Querés que llame a Lucas? Tengo que cocinar —dijo Erica sin mirarlo.
—Sí, si es posible.
Erica lo miró de reojo, el torso del Loco era ancho y fuerte, sus músculos se notaban en él, era más grande que otros asesinos y mucho más trabajado que ellos. Subió rápidamente las escaleras para poder buscar a Lucas y dedicarse a cocinar, se sentía algo mareada.
Lucas se sorprendió por el llamado, pero de igual forma se recogió la mitad del cabello, que le llegaba a los hombros, en una media colita para despejar sus ojos.
—No estás obligado a entrenar, Lu —le dijo ella.
—El terapeuta dijo que trate de ejercitarme regularmente, además... —Lucas bajó la mirada con tristeza—, si supiera luchar de verdad, si desde un principio no hubiese sido un debilucho de mierda... Nada habría pasado.
—No sos un debilucho —dijo Erica con suavidad.
—Lo soy, y estoy harto de serlo. No puedo seguir siendo un inútil —dijo y levantó la mirada para verla—, necesito poder defenderme, no siempre vas a estar ahí para ayudarme, Eri. Necesito poder hacerlo solo.
Ella sonrió con tristeza pero asintió para darle la razón. Se miraron por un instante a los ojos, y luego él bajó las escaleras para encontrarse con el Loco.
Una vez abajo, Lucas vio al Loco bebiendo agua de una botellita, por lo que se acercó a él.
—Quiero que entrenes —le dijo el Loco luego de beber agua, algo jadeante—. ¿Cómo sentís tu cuerpo?
—Aún algo débil pero estoy bien, sería divertido entrenar —dijo con una sonrisa y se cruzó de brazos—. ¿Qué se supone que aprenderé?
—Pelea cuerpo a cuerpo y a utilizar un arma —Lo miró de arriba hacia abajo, porque Lucas tenía sus músculos algo trabajados pese a ser delgado, por lo que aumentarlos no sería muy difícil—. Erica puede enseñarte un poco también, ella es buena.
—Lo sé, la vi pelear una vez —admitió con una sonrisa—, evitó que me partieran la cabeza de un botellazo.
—Es muy buena, y puede ser incluso mejor —dijo él con una sonrisa y asintió—. Puedo hacer que seas igual de bueno.
Lo primero que hizo el Loco fue inspeccionar su cuerpo, qué tanto había que trabajar sus músculos y cuánto esfuerzo podría llegar a soportar. Luego de ver que todo estaba en orden y que no había ninguna misteriosa herida sin sanar, comenzó a enseñarle las posiciones básicas, empezando por sus piernas.
Lucas de por sí no era malo al luchar, pero le faltaba técnica, y el Loco le ayudó justo en eso, a mejorar la posición de sus piernas y a dar golpes certeros sin lastimarse. Se concentró en la defensa más que en el ataque, en que Lucas aprendiera cómo defenderse correctamente.
—Tal vez sea bueno que luego aprendas a someter —dijo el Loco y se rió al ver el gesto de Lucas—, o sea a hacer llaves de sumisión. El mejor en eso es el francés, pero yo también soy bueno en ello, Erica es bastante buena también.
No quería exigirle demasiado, por lo que no entrenaron más de media hora. Debía empezar de a poco con él, con lo básico y poco a poco aumentar la dificultad y la carga horaria. Y sonrió al ver que Lucas se veía realmente contento, aunque algo agotado.
Tomó una botellita de agua de la heladera allí y se la extendió a Lucas, quien bebió un largo trago, jadeante. El Loco también bebió un trago, se sentó en los sillones y observó a Lucas con su cabello apenas recogido. Ahora que estaba sano, Lucas se veía realmente atractivo, su piel se veía más sana en color, su cabello algo largo le sentaba bien, y el hecho de haberle comprado ropa nueva hacia que tuviera más estilo.
«Carajo, está dable»
Con el permiso del Loco, Lucas se alejó para poder subir las escaleras y darse una ducha. Él lo imitó también, entró en el pequeño baño de allí abajo para poder ducharse y así deshacerse del sudor en su cuerpo. Dejó que el agua caliente aflojara la tensión de sus músculos, y rotó sus hombros para ayudar a que el calor lo hiciera sentir mejor. Le dolía bastante un hombro, aunque no recordaba haber hecho un mal movimiento.
Secó su cuerpo rápidamente para poder vestirse con un sencillo jogger gris, pero se sentó en la cama para poder masajear un poco ese hombro que le molestaba bastante. Lo hizo rotar al igual que su cuello, mientras pensaba en qué momento pudo haber sido.
—¿Jack?
—¿Sí, mein engel?
Erica bajó las escaleras y se acercó lentamente hacia él, que estaba con su torso desnudo para poder masajearse el hombro.
—Ya va a estar la cena, quería saber si comés con nosotros o lo vas a hacer acá abajo como anoche —dijo ella, cruzada de brazos frente a él.
—Con ustedes, ahora subo —dijo e hizo un gesto de dolor.
—¿Estás bien? ¿Te lastimaste?
—Me duele el hombro y parte del omóplato, debo haber hecho un mal movimiento —explicó con un suspiro.
Erica lo observó por un instante y se alejó para subir las escaleras, pero cuando el Loco ya pensaba subir a cenar, ella bajó nuevamente con una crema en la mano.
—No tiene un delicioso aroma que digamos pero me ayuda bastante —dijo ella con una sonrisa y se acercó hasta él—. ¿Puedo?
Él dudó un segundo pero terminó por asentir, mientras que Erica se sentaba tras él y colocaba algo de esa crema en sus manos, que olía a menta. Con cuidado comenzó a pasarlo por su hombro y omóplato en un delicado masaje para ayudar a descontracturar su músculo.
—¿Está mejor? —preguntó Erica mientras masajeaba la zona.
—Sí, gracias, engel.
Erica sintió algo extraño en su omóplato al pasar su mano, se detuvo allí un instante, sobre el tatuaje de alas de ángel. Sintió en él algo familiar, cicatrices, largas y gruesas cicatrices que no parecían ser de simples cortes. Llevó sus dedos suavemente por su espalda, esas cicatrices se sentían por todos lados.
—Jack... —susurró con algo de sorpresa y pena—. ¿Te azotaron...? ¿Por qué?
Él se quedó en silencio por unos instantes, sin decir nada mientras movía su hombro, que se sentía más ligero. Luego de un suspiro él se acomodó de tal forma de poder verla al rostro.
—No siempre fui el mejor, ¿sabés? —dijo el Loco al fin, y luego de una pequeña pausa continuó—. Cuando era más chico, no sé... ¿once años quizás? Era... bastante inquieto, siempre fui muy inquieto y curioso —suspiró—. Pero bueno, no solo era inquieto, sino que no suelo callarme ante nadie, ni siquiera frente a Jonathan Moms, algo... bastante complicado.
—Oh, entiendo —Erica torció la boca en un gesto extraño, porque Jonathan fue alguien realmente intimidante.
—No me gustaba la forma en que me trataba, me culpaba de haber perdido al mejor asesino, y yo... aún siendo un niño no me callaba la boca —suspiró y se estiró para poder tomar su paquete de cigarrillos y encender uno—. Desde los once a los quince años me azotó, pero en ese momento me convertí en el segundo mejor y dejó de hacerlo, además para ese momento Gretchen ya manejaba Mörder y, como sabrás, en esa época salíamos, dudo que si hubiera tenido que azotarme lo habría hecho, estaba demasiado enamorada de mí.
—¿Por eso te hiciste el tatuaje de alas de ángel? —preguntó con suavidad.
—En parte sí, quería cubrir las cicatrices, costó mucho porque no todas las cicatrices pueden taparse, fue doloroso y duró varias sesiones —dijo y sopló el humo de su cigarrillo—. Pero también me lo hice porque me hacía recordar a mi mamá...
Erica lo entendía muy bien, por eso dejó ir un suspiro mientras cerraba el pote con crema. Vio un tatuaje en su brazo derecho que nunca se lo había visto, lo miró con curiosidad y el Loco se percató de que estaba viendo el tatuaje, por lo que acercó su brazo hacia ella para que pudiera apreciarlo mejor, era un bello ángel cubriéndose los pechos con los brazos, rodeada de jazmines.
—Qué hermoso, le falta terminar, ¿verdad? —sonrió al rozar el tatuaje.
—Sí, falta que se defina su rostro —la miró de forma intensa—. Estoy esperando.
—¿Qué esperás?
—Algo.
—Esa respuesta no me ayuda, ¿sabés? —se rió ella.
—Espero algo que quizá nunca suceda, pero si sucede el ángel tendrá rostro. Supongo que solo me queda esperar...
Erica lo miró sin comprender, pero le sonrió y se puso de pie para poder servir la cena, diciendo que lo esperaría arriba. Él la siguió con la mirada, con una sonrisa, para después llevar una de sus manos hacia la espalda. Podía sentir sus propios azotes, así que dejó ir un suspiro antes de colocarse una remera para poder subir las escaleras y cenar junto a ellos como una familia.
Como la familia diferente que eran.
En Assassin, Ruriko se divertía torturando a otros presos que tenía Julio en el lugar, personas que no quisieron pagar su deuda con él, o personas que quisieron traicionarlo. Por orden general dejaría a Aaron por unos días, aunque Ruriko estaba en contra de ello. Pero cuando vio que su hermano Akihiko se estaba arreglando para salir, lo miró extrañada.
—¿A dónde vas, hermano? —preguntó en japonés con unos alicates en la mano, y se acercó a él limpiándose la sangre con un pañuelo.
—Iré a pasear un poco, hermanita —dijo al encender un cigarrillo.
—¿Irás a verte con una mujer, cierto? —inquirió con asco.
—No te interesa.
—Me interesa porque eres mi hermano y estás dejando solo al señor Julio para irte a revolcar con una cualquiera —escupió, llena de odio.
—¡Deja de intentar controlar mi vida! —gritó Akihiko con furia—, soy tu hermano mayor, trátame como tal.
Ruriko lo miró con seriedad, muy enfadada.
—¿Y Julio-sama? —dijo, esta vez en español.
—Me autorizó a salir y quiere que tú te quedes a su lado en mi ausencia, ¡así que deja de jugar y ve a tu maldito puesto! —dijo entre dientes.
Sus ojos oscuros mostraban un odio inmenso, Ruriko jamás lo había visto tan enojado, y él jamás la había tratado de esa forma. Sus ojos se llenaron de lágrimas, algo muy raro y notorio en ella.
Él suspiró y comenzó a refregarse la nuca al verla llorar.
—Lo siento, imōto-chan, no quise gritarte —dijo con un suspiro—, pero es mi vida, soy un hombre adulto y Julio-sama me autoriza a salir de vez en cuando.
Ella solo asintió de forma sumisa e hizo una reverencia de disculpa.
—Lo siento, onii-san, iré ya mismo junto a Julio-sama.
Quiso alejarse rápidamente, pero Akihiko la tomó de los hombros para poder verla a los ojos, luego le dio un beso en la frente. Solo después de mostrarle cariño fue que él se alejó y Ruriko se dirigió hacia la oficina de Julio.
Frente a la vidriera de la celda donde estaba Aaron, Gretchen lo observó, estaba con la cabeza gacha y parecía estar dormido o tal vez inconsciente. Se veía debilitado, pese a no ser torturado física y mentalmente por unos días. Nahuel había sido el encargado de darle de beber y comer, para infundir el suficiente miedo en él sin necesidad de torturarlo.
—Tengo una reservación en un restaurante —dijo Héctor al abrazarla de atrás, besaba su cuello mientras le acariciaba la cintura de forma insinuante—. Contraté a un gran chef para que nos cocinara una delicia.
—Debería arreglarme, me encuentro horrible —suspiró Gretchen, pues llevaba puesto su falda tubo y su saco gris.
—Estás perfecta —Héctor le levantó el rostro sujetándola suavemente del mentón, para luego darle un tierno beso en los labios—. Siempre estás perfecta.
Gretchen le sonrió para poder salir con él, necesitaban un tiempo a solas como pareja, pasaron las últimas semanas e incluso su luna de miel con los problemas de D.E.A.T.H. y Aaron. Sin embargo, antes de irse de allí Héctor dejó a cargo de la seguridad a dos profesionales de Assassin, de rasgos asiáticos. Julio le había comentado que ellos eran realmente buenos.
—No deben moverse de acá por nada del mundo —dijo Héctor con el rostro serio.
Ambos hombres asintieron con respeto y se pararon firmes frente a la puerta de la celda, para poder vigilar, atentos a cualquier movimiento sospechoso.
Luego de una hora Aaron abrió un ojo para mirar hacia la puerta, jadeó por el dolor que sentía. Apenas tenía fuerza y sentía que perdería la consciencia en cualquier momento.
«Es ahora o nunca...»
Se dijo a sí mismo.
Observó hacia ese vitral, no veía ni a Gretchen ni a Julio, ni siquiera a Héctor. Tampoco se encontraba Ruriko o su hermano, y Aaron sabía que Nahuel solo llegaba luego de la medianoche. No estaba seguro de qué hora era, pero no había llegado a la medianoche aún, o Nahuel estaría allí.
Las esposas que sujetaban sus manos a la barra le prohibían moverse mucho, pero hizo un gran esfuerzo por sujetarse de la barra y levantar su peso, los hombros le dolían de sobremanera y se encontraba debilitado, pero logró levantar su peso y abrazarse a la barra allí arriba. No tardó en acercar la cabeza a sus manos y lentamente comenzó a desenroscar la barra de su oreja, una fina y plana, una que se mandó a hacer específicamente para situaciones así.
Cuando logró sacársela intentó que no se le resbalase de las manos, las cuales le temblaban un poco, e intentó no tener espasmos para no arrojar su ganzúa especial al suelo. Respiró con dificultad y el dolor era casi insoportable, pero logró meter la punta en las esposas y liberarse de ella en pocos segundos. Cayó al suelo pero intentó no hacer mucho ruido, aunque de igual forma miró hacia la puerta para asegurarse de que nadie entrara.
Suspira con alivio y dificultosamente se puso de pie, casi tropezando varias veces. Tuvo que sujetarse las heridas mientras caminaba encorvado hacia la puerta, donde se apoyó para tratar de escuchar a las dos personas que hablaban ahí afuera. Se agachó un poco y colocó su barra, convertida en ganzúa, en la cerradura para poder abrir la puerta lentamente.
Estaba desnudo y desarmado, no había nada en la habitación que pudiera servir, pero al abrir la puerta tomó de un rápido movimiento la cabeza a uno de los japoneses y le quebró el cuello de un movimiento brusco. El otro a su lado se desesperó por lo inesperado, pero para cuando levantó su pistola Aaron lo golpeó en la nuez de adán con el borde de la mano, para luego sujetarlo de la cabeza y quebrarle el cuello.
Enseguida se agachaó en el suelo y les quitó las armas a ambos, incluso un abrigo con el cual cubrió su cuerpo. Les revisó los bolsillos buscando dinero y descubrió también la llave de un auto. Miró entonces a su alrededor a ver si no había alguien cerca mientras ajustaba el silenciador del arma por si las dudas.
En ese pasillo había cámaras, así que no tardarían en marcar un alerta. Debía actuar rápido.
Caminó sujetándose de las paredes hasta llegar a un pasillo distinto, donde se cruzó con varios asesinos, a quienes disparó enseguida mientras se sujetaba de la pared, y subió por una escalera para poder llegar a planta baja y acercarse al pasillo que daba hacia el exterior. Sin embargo se cruzó con un pequeño niño que no tendría más de dos o tres años, corría por los pasillos como si fuera el dueño del lugar. Aaron se escondió tras una pared, especialmente cuando el niño dijo algo por ver los cuerpos, y tras él apareció una mujer pelirroja y robusta, con fuertes músculos, que al ver los cuerpos tomó enseguida su teléfono, pero Aaron se asomó de su escondite para dispararle.
—¡Tahiel! —gritó la mujer y se lanzó al suelo dando una voltereta para cubrir al niño, mientras hacía una llamada—. ¡Marquen alerta!
Ella se escondió a la vuelta del pasillo, estaba herida pero era de las mejores profesionales de Assassin y podía soportarlo. Abrazó con fuerza al pequeño, algo asustado de ver a su madre sangrar, pero al menos la alarma había comenzado a sonar y no tardarían mucho en llegar más asesinos.
—Tranquilo, Tahi, estoy bien.
Ella abrió la puerta de un almacén de artículos de limpieza y colocó allí al niño.
—Quedate acá, Tahi —le dijo y le acarició el rostro con cariño, para luego darle su teléfono y marcar un número—, tomá, papá va a venir por vos.
Ella se asomó para disparar rápidamente a Aaron, que había vuelto a esconderse. Se sujetó la herida en su vientre y regresó a ver a su hijo dentro del almacén, se oía la voz de un hombre en el teléfono que tenía el pequeño en las manos.
—¡Vení por Tahi, ahora! —dijo ella—. ¡Sabatini se liberó y estoy herida!
—¡Pamela, alejate de ahí!
—Ya es tarde —dijo ella y apretó la herida en su vientre, se asomó nuevamente y disparó hacia donde estaba Aaron—, se suspenden las cervezas, tigre.
—¡Pame, salí de ahí con Tahi!
—¡Estoy herida pedazo de imbécil, y es grave! —gritó ella y se asomó nuevamente, llegó a ver a Aaron cambiando de ubicación y no dudó en disparar, y por su grito de dolor llegó a darle—. Tigre, si Nahuel le toca un pelo voy a volver para matarlo, ¿me escuchaste?
Se acercó a su hijo, a quien abrazó con fuerza dándole un beso en la frente.
—No tengas miedo, Tahi, vas a ir con papá. Mamá tiene que trabajar.
Diciendo eso cerró la puerta y corrió hacia donde estaba Aaron, dio una voltereta por el suelo para dispararle pero él la imitó y llegó a esconderse.
—¡Pamela! —dijo Aaron en lo alto con un gesto de dolor, le había disparado en un hombro, no muy lejos de sus pulmones—. ¡Debiste unirte a mí!
—¡Lo siento, nene, me gustan mayores!
Ella se tocó la herida, no dejaba de sangrar y su vista se nublaba un poco, estaba sudando demasiado. No le quedaba mucho tiempo, pero debía conseguir unos minutos hasta que llegaran los demás. Moverse le costaba bastante pero lo intentó, caminó pegada a la pared para cubrirse y no hacer mucho ruido, y cuando Aaron se asomó para disparar lo tomó del brazo y de dos movimientos le desarmó la pistola, arrojando los pedazos al suelo.
Aaron estaba débil, pero ella también debido a la pérdida de sangre, y él aprovechó la cercanía para lanzarle un golpe en la herida y así poder abrirla más. Con toda su fuerza la empujó hacia una ventana que daba a un patio exterior, Pamela se quejó de dolor al estar cubierta de sangre y rodeada de vidrios.
—Una pena, pudiste... unirte a mí... —masculló Aaron, agotado—, siempre fuiste... demasiado buena para Julio...
—Soy de... Assassin... —dijo ella, con una dificultosa respiración—, él... te va a cazar... Saba... tini...
—Me voy a vengar de Julio —escupió Aaron mientras se alejaba.
—No... hablo de él... —Respirar se le dificultaba cada vez más debido a la sangre que la ahogaba—, mi... tigre...
La lluvia caía como una gran y cruel tormenta sobre ambos, Aaron se apresuró como pudo a tomar un vehículo. No pensaba buscar el de la llave que tenía, perdería tiempo crucial, así que caminó hacia la avenida delante y paró un auto, le costaba mucho caminar. La alarma sonaba por allí y los asesinos comenzaron a estar por todos lados, Aaron no dudó en arrojar al suelo al conductor del auto y subir allí para alejarse.
Rogaba no desmayarse en el camino, sus ojos se cerraban, le pesaban demasiado, pero debía llegar hasta Mörder. No estaba tan lejos de Assassin, debía resistir solo un poco más, y cuando unos minutos después entró en el estacionamiento a gran velocidad, Los asesinos de Mörder salieron enseguida con sus armas en las manos, preparados para deshacerse del intruso que osaba invadirlos. Pero cuando la puerta del conductor se abrió y de adentro salió un Aaron cubierto de sangre y sudor, no dudaron en llamar a Ginevra .
—Sáquenme... las malditas... armas del... del...
Aaron gruñó con odio, pero ya sin más fuerzas se dejó caer al suelo, rendido. Ginevra llegó enseguida y lo alzó como si solo se tratara de un niño pequeño.
—No se preocupe, mío signore, lo cuidaremos bien. Luego habrá tiempo para ocuparse de los responsables, mucho tiempo para la venganza.
Los asesinos de Mörder se hicieron a un lado para darle paso a ella, la asesina más leal de Aaron, quien mandó a asesinar a los desertores y quien estuvo cuidando Mörder en su ausencia.
Al llegar a la enfermería lo recostó suavemente en la camilla, donde enseguida Noelia, la enfermera, se acercó a él, viendo el estado deplorable de su señor, y no tardó en revisar y limpiar todas sus heridas.
—Haz lo posible por no dejarle marcas, sabes que odia las cicatrices. No querrás ser víctima de su descarga, ¿verdad, ragazza? —Gin la miró de forma fría.
—Haré lo posible, pero está en un estado deplorable y milagros no puedo hacer —escupió Noelia con fastidio.
—Di...Giovanni... —Aaron abrió un poco los ojos.
Buscaba con la mirada a Ginevra, que se ubicó frente a su mirada, él había reconocido su acento italiano a la perfección y sabía que era ella sin verla.
—No hable, mio signore, es mejor que descanse.
—Héctor... Gretchen... están... vivos... —dijo casi en un susurro.
—Es imposible, nos aseguramos de prender fuego todo, que nadie quedara con vida —aunque sus ojos se mostraban impasibles, toda ella era fuego de ira.
—Están... vivos...
—De acuerdo, mio signore, descanse. Yo me ocuparé de todo, ya tendrá tiempo para la vendetta.
—Estás... a cargo, Gin...
Aaron cerró los ojos para descansar, dejando a Ginevra a cargo de todo Mörder otra vez. Y enseguida ella organizó una búsqueda, sabía que fue Julio, pues las heridas en Aaron eran claramente un trabajo de Ruriko Tanaka, pero necesitaba pruebas contundentes para poder atacar a su antiguo jefe.
En Assassin, las reprimendas y castigos no tardaron en llegar. Julio castigó con la muerte a quienes vigilaban las cámaras, a los asesinos que tardaron en llegar los encerró en una celda hasta saber con interrogación si la tardanza fue adrede, por lo tanto eran aliados de Aaron, o si fue circunstancial.
No habían llamado aún a los barrenderos, y no necesitaron de vocecitas para llegar hasta allí. Rata se abrió paso por Assassin con su rostro furioso, hirió a cualquiera que se interponía en su camino, y tras él con un paso más tranquilo pero igual de molesto se encontraba Fosa.
Cuando un asesino levantó su pistola contra Rata, este lo golpeó y desarmó en menos de dos segundos, y continuó avanzando hasta llegar donde Julio.
—¡Julio! —gritó con furia—. ¡Maldito inútil de mierda! ¡¿A dónde estabas mirando?!
Julio estaba de pie con una pistola en mano, ignoró el grito y mató a dos asesinos que estaban de rodillas ante él. Sin embargo, cuando Rata lo apuntó, Julio no tardó en apuntar al niño.
—Bajá el arma, Omar, seguís siendo de Assassin, por lo tanto seguís estando bajo mi poder —dijo Julio con su rostro impasible.
—¡Ya era el líder de los profesionales cuando vos solo eras un feto en el asqueroso útero de tu madre! —escupió Rata sin bajar su arma—, bajá el arma o vas a saber por qué tu padre me ponía al nivel de Kasch.
Julio dio un pequeño vistazo a la situación, él tenía apuntado al niño que lloraba refregándose los ojos, pero Rata había sido uno de los preferidos de su padre, e incluso había sido un asesino condecorado y reconocido por su abuelo. Y, solo para complicar más la situación, tras él estaba Nahuel. Si disparaba al niño a ambos les tomaría solo un segundo llegar hasta él.
Julio dejó ir un suspiro y bajó la pistola.
—Debés estar orgulloso, Pamela es la única que no fue una inútil y que no solo hirió a Sabatini, sino que puso a salvo a tu hijo —dijo Julio con su rostro serio.
—El orgullo te lo voy a meter lentamente por la uretra.
—Rata, tranquilizate y tomá a tu monstruo —dijo Fosa, miraba fijo a Julio—. Y vos explicame qué pasó.
—Pasó que Héctor hizo que frenáramos las torturas y eso le dio tiempo a recuperarse, aprovechó que uno de mis guardias no estaba, y que Gretchen y Héctor tampoco, y se escapó. Eso pasó —escupió Julio con fastidio—. Aliarme a mis hermanos es definitivamente la peor decisión que pude haber tomado alguna vez.
Rata alzó en sus brazos a su hijo, que lloraba refregándose los ojos. Le dio unas palmaditas en la espalda con cariño para reconfortarlo.
—Tranquilo, Tahi, vas a venir con papá y el tío Nahui.
—No me llames así, qué puto asco —se quejó Fosa con un escalofrío.
Rata se acercó, aún furioso, hacia Julio, y en ese momento la puerta se abrió y unas dagas fueron lanzadas hacia ambos. Ruriko estaba en la puerta, pero Rata esquivó las dagas y Fosa no dudó en acercarse a ella y dedicarle una sonrisa que a cualquiera pudo haberle helado la sangre.
—Volvé a atacarme, nenita, y es lo último que vas a hacer —dijo Fosa.
—Salgan, ya —dijo ella y levantó su wakizashi, espada corta, en modo de amenaza.
Julio levantó su mano para deternerla.
—Ya, Ruri, además llegaste tarde —dijo con severidad.
—Hai, estaba ejecutando traidores —dijo con una reverencia de disculpa.
Julio miró hacia Rata, tenía una pistola en su mano y continuaba muy enfadado.
—Pamela se encuentra en el patio exterior, vallamos todo el lugar para evitar miradas curiosas. Nadie la tocó.
Rata asintió y salió de allí con Fosa siguiéndolo, aunque los dos miraron a Ruriko para vigilar sus movimientos, y Rata no tardó en decir antes de salir:
—Assassin estaba mejor organizado bajo el poder de Oscar Moms —giró para ver a Julio con asco—, es una vergüenza el circo en el que vos y tu padre convirtieron este lugar.
Junto a Fosa recorrieron Assassin, en ese momento Fosa parecía más bien proteger que nada le pase a Rata, y tranquilizarlo ante algún impulso peligroso para ambos.
Cuando llegaron al pasillo donde Pamela había luchado con Aaron, vieron el vitral destrozado y el cuerpo de ella sobre el césped, aunque una pierna estaba ensartada en el marco de la ventana por los vidrios. Estaba cubierta de sangre.
—Tenelo —dijo Rata al extender al niño hacia Fosa.
—¡¿Me estás jodiendo?!
—¡Nahuel, no te va a matar sostenerlo cinco minutos!
Con una clara expresión de repulsión, Fosa estiró los brazos para sostener a Tahiel, lo sostuvo del torso de lejos y en el aire, con asco.
Rata liberó las piernas de esa mujer pelirroja y limpió su bonito rostro con sangre, para luego darle un beso en la frente.
—Lo voy a cuidar bien, palomita.
Levantó el cuerpo en sus brazos para poder transportarlo, Pamela era pesada pero él podía soportarlo, siempre le había gustado que fuera enorme. Con cuidado la colocó luego en la parte de atrás de la camioneta, mientras que Fosa parecía no aguantar más el tener que sostener al niño.
Rata se limpió un poco el torso y estiró los brazos para recibir a su hijo, a quien abrazó con cariño.
—Somos neutrales, Omar... —dijo Fosa mirándolo de reojo mientras manejaba.
—Mató a la madre de mi hijo, mi mejor amiga, mi palomita —escupió con odio.
—¡Somos neutrales!
—Si te metés en esto no te lo voy a perdonar nunca —Rata lo miró con odio, lleno de furia.
—Pedile ayuda a la Bombita con tu bicho ese.
Rata asintió, estaba furioso y quería ser él mismo quien matara a Aaron, pero debía organizar mejor sus ideas, armar un plan acorde, tal vez deshacerse de sus más leales seguidores era más factible. Pero debía, también, organizarse con su hijo.
Debía pedirle ayuda a Erica.
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