Capítulo N° 41
| ADVERTENCIA DE CONTENIDO |
Este capítulo contiene escenas sensibles de violencia explícita y violencia intrafamiliar.
Leer con precaución.
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Los gritos de dolor de Aaron se oían en todo Assassin, todos los asesinos del lugar sabían quién estaba en el sótano, quién era el que estaba sufriendo y quién era la encargada de torturarlo. Aaron llevaba cerca de veinte días de encierro, donde solo había espacio para el dolor y el martirio en su día a día.
Aaron solo veía niebla, o al menos él creía que era niebla aquella nube blanquecina que lo rodeaba y le impedía ver más allá de su nariz. Y por un instante se vio libre de prisiones, no habían esposas o cadenas atándolo, solo él en libertad. Aaron estaba seguro de que no era cierto, sabía perfectamente que era una alucinación, pero incluso así decidió recorrer el lugar en esa nueva pesadilla. Caminó por ese sótano lleno de goteras y caños oxidados, tropezando cada tanto con alguna cosa. Se guió con el suelo a su alrededor para caminar por ese laberinto de niebla, con un pie adelante tanteaba el suelo y luego daba un paso, lento pero seguro. Intentaba llegar a la puerta de salida, hasta que chocó con el metal de esta. Golpeó con fuerza la fuerte y fría puerta con cientos de insultos que brotaban de su boca.
—¡Abran esta maldita puerta ahora mismo!
Golpeó nuevamente, pero casi no había fuerza en él, le dolían los brazos y sentía sus hombros y piernas débiles. Oyó risas del otro lado, por ello los insultó, y con sus manos fue tanteando la pared hasta estar enfrentado al vidrio desde donde lo observaban los hermanos Moms. Podía ver la sonrisa placentera en el rostro de Gretchen, así que comenzó a insultarla lleno de ira e impotencia, golpeando el vidrio sin hacerle siquiera un rasguño.
—¡Maldita hija de perra, te voy a arruinar! ¡Te voy a desmembrar lentamente!
—Oh, dudo mucho que lo hagas...
Una fuerte voz masculina resonó cerca de él, reconocía esa voz intimidante, esa voz que marcaba presencia. Giró lentamente para ver a ese hombre vestido de militar con el rostro serio.
—Esto no es cierto, es una maldita alucinación, ¡vos estás muerto! —escupió con odio al ver a su padre ahí, frente a él.
—¡¿Te autoricé a hablar, Aaron?! —dijo ese fantasma con una mirada que helaba la sangre—. ¿Cuántos años llevás portándote mal, cuánto castigo merecés?
Aaron intentaba convencerse a sí mismo de que era una alucinación, de que su padre no estaba ahí, que no tenía en sus manos ese cinturón de hebilla imponente que tanto daño le había causado en la infancia. Se agitó y comenzó a jadear al sentir en su rostro esa hebilla impregnarse, la sangre se hizo notar y su rostro comenzó a escocerle.
«Es una alucinación, solo eso... no es verdad, no es verdad, ¡no es verdad!»
Pensó mientras se alejaba arrastrándose hacia atrás con desesperación, trataba de alejarse de ese inmenso hombre que levantaba nuevamente su brazo con el cinturón.
—¡Mirame cuando te hablo! —gritó el hombre y volvió a azotarlo con la hebilla—. ¡¿Otra vez saliste del placard sin permiso?!
—¡Andate a la mierda!
Otro golpe de cinturón se imprengó en su torso.
—¡¿Qué fue lo que hiciste ahora, Aaron?!
—¡No te va a funcionar, ponja del orto, este hijo de puta está muerto! —gritó, pero en sus ojos se vislumbraba el miedo.
—Como las mascotas de tu madre que mataste, muerto como te voy a dejar, muerto como debiste estar siempre, maldito estorbo —dijo con una sonrisa y levantó nuevamente el cinturón.
Él era un Profesional, podía vencerlo, podía enfrentarlo y matarlo en pocos movimientos, pero no consiguía siquiera moverse. Sus piernas y brazos temblaban de forma incontrolable, el sudor recorría su rostro y las lágrimas se acumulaban en sus ojos. Su pecho jadeaba del pánico, y solo atinó a cubrirse con los brazos, oyendo a su padre insultarlo y degradarlo al gritó de «inútil», «maricón», «estorbo», «molestia», «monstruo» y «cobarde», entre muchos más.
Quiso defenderse, pero sus manos se habían vuelto pequeñas, su cuerpo se había disminuido en tamaño. Todos sus tatuajes habían desaparecido, y de nuevo era ese niño aterrado, pequeño e indefenso que gritaba por ayuda, con sus costillas que se notaban por la poca ingesta de comida, con sus cicatrices que salían a flote como heridas abiertas.
—No es cierto —susurró incontables veces, con una respiración tan rápida que lo mareaba—, no es cierto...
Se hizo bolita al abrazar sus piernas, escondiendo su rostro entre las rodillas, repetía mil veces en su mente «no es real, esto no es real». Pero el dolor se sentía real, la voz de su padre resonaba igual, su aroma a cigarrillos, pólvora y sangre era el mismo. Todo era demasiado real como para ser solo una ilusión.
—Mirame... —gruñó el hombre con odio.
—Basta... —suplicó en un sollozo.
—¡Mirame!
Lo pateó con fuerza, de esa forma lo obligó a que levantase la vista para verlo, y lo que Aaron pudo ver lo aterraba. Tras su padre apareció una enorme figura cubierta por las sombras que enseguida lo apuñaló en la cintura, para rápidamente sujetarlo del cabello y cortarle lentamente la cabeza con un cuchillo. Los chillidos de dolor que lanzaba su padre lo aterraban, y aunque sentía placer al verlo sufrir, temía a ese joven que pudo vencer al monstruo que él más temió toda su vida.
—Oh, ¿pero qué tenemos acá? —el joven inmenso de ojos celestes miró a Aaron con una sonrisa, mientras sujetaba en su mano la cabeza de ese militar—. Me agradabas más cuando gritabas, pollito.
—No... ¡no! —Aaron se alejó de él enseguida, había vuelto a ser un adulto arrastrándose en el suelo—. ¡Así no pasó! Así no fue, no es real...
Pero Aaron comenzó a sentir su cuerpo húmedo bajo él, y al mirar hacia allí se encontró con sangre, pero no era su sangre, él no estaba lo suficiente herido. Se miró las manos oscuras por ese carmesí espeso, sus manos temblaban más que antes, y luego de un tartamudeo infinito se animó a mirar al Loco. Ya no era un joven de diecisiete años, era el inmenso hombre que habitaba Mörder e infundía miedo en todos los demás.
—¿Esto... lo hiciste vos...? —preguntó en un tartamudeo.
La risotada que lanzó el Loco le heló la sangre, el lugar a su alrededor comenzó a llenarse de más y más sangre, brotaba de todas partes. Techo, paredes y suelos se abrían permitiendo una catarata carmesí inundar el lugar. Miembros y más miembros irreconocibles de cuerpos flotaban en ella. Rostros, cientos de rostros se veían ahí, con expresiones de sufrimiento y agonía.
—No, pollito, lo hiciste vos —sus ojos se iluminaron de una forma horrible.
El sonido de un violín comenzó a resonar por todo el lugar, pudo ver a ese hombre ardiendo en llamas que tocaba sin parar, su música era tenebrosa, no parecía humana, parecía salida del mismísimo infierno. Y junto a sus llamas comenzaron a brotar más y más cuerpos que se retorcían en gritos de agonía.
Aaron se puso de pie, miró todo a su alrededor con desesperación, pues el lugar se estaba inundando más rápido de lo que podía creer o calcular. La sangre ya le llegaba a las rodillas, era espesa y coagulada, y entre los miembros flotando pudo reconocer los rostros de las personas que asesinó en el transcurso de los años. Pudo ver el rostro de Moira, de Celeste, Martín y los padres de Erica, de todas las miles de personas que asesinó, incluso de esas mascotas de su madre que había matado en la infancia.
—Toda esta sangre que está llenando el lugar la derramaste vos, pollito —se rió el Loco al arrojar la cabeza del padre de Aaron frente a él—. ¡Y ahora esta misma sangre te va a hundir!
Aaron comenzó a golpear el vidrio tras él con fuerza, buscando escapar del espeso líquido y de las oscuras llamas que comenzaban a rodear todo el lugar. Intentó romper el vidrio para poder salir de ahí y no morir ahogado en sangre o arder en las llamas de Nahuel. Y mientras lloraba al gritar con desesper, suplicando por ayuda, pudo ver a Gretchen besarse con Héctor, a Julio que se reía junto a Akihiko y Serge, todos disfrutaban de su vida y nadie prestaba particular atención a él, a él que estaba por morir.
—¡Tic-tac, tic-tac! Tu tiempo se agota, inútil —dijo ese ente oscuro y ardiendo que era Nahuel—, no nos hagas perder el tiempo...
La risa de ambos era estruendosa y le ponía la piel de gallina, sus risas y sus voces se distorsionaban mientras la sangre subía y subía hasta estar cerca de su pecho. Pero de esa sangre espesa y coagulada comenzaron a salir unos brazos que intentaban sumergirlo, lo sujetaban de todas partes en busca de hundirlo, mientras que él gritaba con desesperación, con lágrimas que se negaban a dejar de caer.
—¡Por favor, basta! ¡Basta por favor, no más!
Aaron cerró los ojos, la sangre ya le llegaba a la cabeza, las manos lo hundían, y ese diabólico violín seguía resonando más allá, junto a la risa tétrica del Loco. A nadie parecía importarle su final, a nadie le importaba que se estuviera ahogando allí. Comenzó a tragar cantidades de sangre, el sabor a hierro llenaba su garganta, se metía por sus ojos, nariz e incluso sus oídos.
Ruriko estaba de pie frente a él, se reía al verlo llorar y oírlo suplicar por su vida, el gas hizo el efecto que deseaba y sus peores miedos y pesadillas estaban haciendo el trabajo requerido. Su risa se oía extraña tras esa máscara antigas, pero se divertía al golpearlo, y por cada lágrima que él derramaba, por cada súplica por su vida y cada grito ahogado del llanto que lanzaba, ella clavaba otra aguja en su espalda. Le efectuaba pequeños cortes con navaja y se divertía al experimentar en él nuevos métodos, pues siempre se le ocurría nuevas ideas, un mundo de posibilidades.
Del otro lado del vidrio, Héctor caminaba de una punta a la otra en el pasillo, de una forma nerviosa, se refregaba los brazos y lanzaba miradas de desapruebo a Gretchen, quien lo ignoraba para poder disfrutar del espectáculo junto a Julio, miraban con placer cómo Aaron estaba sufriendo.
El llanto, los ruegos desesperados, sus alaridos de dolor, eran demasiado para Héctor.
—¡Ya basta! —le gritó a Gretchen lleno de odio—. Ya no lo soporto, ¡eso es demasiado! ¡Se están excediendo!
—Esto recién empieza, Héctor —gruñó Julio con fastidio.
—¡Quedamos en que yo me encargaba de él y vos de la puta princesa! —dijo Gretchen y le picó el pecho con su dedo índice.
—¡Si vos te hubieras encargado lo habría aceptado mejor! ¡Pero esa psicópata se está excediendo demasiado! ¡¿Es que no oís cómo grita, cómo llora, cómo suplica?! ¡Te estás excediendo, Gretchen!
—¡Sos demasiado blando, Héctor! —le gritó Julio con desprecio—. ¡No puedo creer que hayamos compartido el mismo útero!
—¡Y vos sos demasiado sádico, Julio! —lo desafió al colocarse frente a él.
Se miraron con odio de forma amenazante, Héctor era más alto que Julio, pero este era mucho más fuerte.
—Soy igual que tu esposa, que por cierto, es tu hermana —frunció el ceño con asco.
—¡Eso no tiene una mierda que ver! ¡Y tampoco te importa con quién me acueste o no! —lo empujó, enojado.
—¡Me importa si se refiere a mis hermanos! —Julio le frenó las muñecas, las cuales apretó con fuerza.
Gretchen se puso en medio para separarlos, frenando así un ataque de Julio que mantuvo a raya con su mano.
—¡Ya basta! Se comportan como niños —se quejó ella y le acarició el rostro a Héctor—. Dejá a Julio en paz, podemos hablarlo.
Tomó del rostro a Héctor para darle un beso en los labios, sin embargo Julio corrió la mirada hacia otra parte.
—¡¿Tienen que hacer eso frente a mí?!
—¡Estoy besando a mi esposo, no chupándole la verga! —dijo Gretchen con fastidio.
Julio se retorció por un instante como si solo imaginarlo le hubiese dado un escalofrío, lleno de asco.
—Ambos son mis hermanos, hagan lo que quieran en privado, pero no frente a mí.
—Ah, claro, pero cogerte al chico que crié como un hijo y que, por lo tanto, es tu sobrino no te da asco —gruñó Gretchen con fastidio.
Julio la tomó con fuerza del cuello y no tardó en enseñar sus dientes con furia.
—¡No juegues conmigo!
Como Gretchen había tomado su pistola para apuntar el abdomen de Julio, Akihiko dejó ir un suspiro y levantó dos pistolas, una apuntando a Gretchen y la otra a Héctor.
—Déjenlo —dijo con su rostro serio.
—Dispararé antes de que te des cuenta —dijo Gretchen entre dientes.
—¿Quiere apostar, Gretchen-san? —la desafió Akihiko con una mirada dura e intimidante.
—Aki —Julio levantó su mano para ordenarle bajar las armas, luego soltó a Gretchen—. Y vos controlá a tu «esposo-hermano» antes de que arruine todo.
Luego giró para ver a ese joven japonés, con su rostro serio.
—No vuelvas a levantar un arma contra Héctor, nunca en la vida —dijo con una mirada intimidante.
—Hai —Akihiko hizo rápidamente una reverencia de disculpa hacia Héctor—, acepte mis disculpas, Héctor-san.
—¿Y Gretchen? —inquirió Héctor con molestia.
—Te traje a Sabatini, con eso te debe bastar para toda la vida —escupió Julio al ver a Gretchen.
Con un chasquido de lengua molesto, Héctor se acercó a la puerta metálica donde dentro se encontraban Ruriko y Aaron.
—¿Qué pensás que hacés? —preguntó Gretchen al verlo.
—¡Frenar esta atrocidad! No pienso permitir esto, no estoy a favor de este maltrato. ¿Querían lágrimas de él, querían sus súplicas? ¡Ahí lo tienen! —señaló con odio a través del vidrio para mostrar a Aaron esposado a esa barra en el techo, llorando y lleno de pánico—. ¡¿No es suficiente?! ¡Veinte días ya! ¡¿Cuánto más dolor quieren?!
Apoyó su mano sobre el picaporte, pero Gretchen lo frenó rápidamente.
—¡Esperá! ¡No podés hacerlo!
—¿Por qué no? Tengo el mismo derecho que ustedes —dijo Héctor con seriedad.
—Está lleno de gas alucinógeno, vos también caerías ante tus miedos y pesadillas, no deseo verte así —dijo Gretchen con un suave tono de voz al acariciarle el rostro.
Héctor se quedó en silencio un instante sujetando el picaporte, él no era alguien carente de miedos, caería fácilmente ante ellos, pero tampoco podía mantenerse al margen de la situación, no podía permitir semejante martirio.
—Dejá, yo lo freno, yo lo empecé, yo lo frenaré —dijo Julio con un chasquido de lengua.
—¡El gas también le afectará, señor! —dijo Akihiko, pero la risa de Julio los sorprendió a los tres.
—Yo entraré... —insistió e hizo a un lado a Héctor—. Todos ustedes temen a algo, vos temés perder tu puesto y a Héctor —dijo al ver a Gretchen, luego se dirigió a Akihiko—. Vos a tu hermana... —miró entonces a Héctor, con una sonrisa—. Y vos temés perderla a ella, perderme a mí, perder tu honor, dignididad, tu vida... ¿sigo la lista?
—¡El gas también te va a afectar, estúpido! —le gritó Héctor, pero Julio nuevamente se rió.
—Yo no le temo a nada.
—No es momento de hacerse el duro —se quejó Gretchen.
—Todos ustedes le temían a Nahuel, para mí solo era un hombre más. Le temen a Wolff, otro hombre más, le temen a Ruriko, a quien yo puedo controlar con facilidad —dijo Julio con una risa—. No existe nada en este mundo que me produzca miedo, podrían morirse todos ustedes que seguiría con mi vida.
Y luego de decir eso ingresó en la habitación llena de gas alucinógeno. Caminó a paso firme mientras se acomodaba su traje negro al acercarse a su protectora japonesa, que al verlo ingresar sin máscara se afligió. Ruriko no dudó en advertirle de los peligros de someterse a ese gas, pero él solo se rió por ello.
—Frená todo, órdenes de Héctor.
—¡¿Qué?! ¡Pero...! —Ruriko hizo un gesto triste y saltó en el lugar como niña caprichosa—. ¡Pero recién empiezo! ¡Solo jugué una hora hoy!
—Héctor quiere que frenes todo.
—Héctor es débil —se quejó Ruriko—, no tiene alma de guerrero como usted, Julio-sama.
Julio la tomó del cuello con fuerza.
—Es una orden, Ruri —dijo y apretó un poco, pero en ella se vislumbró una sonrisa—. Y no vuelvas a hablar así de mi hermano.
La soltó para poder acercarse a Aaron, que miraba la nada con miedo, sus ojos rojos de tanto llorar, su rostro y su cuerpo cubierto de sangre y moretones violáceos y verdes se veían en él. Julio giró alrededor de él para inspeccionarlo, vio en el carrito metálico los alicates llenos de sangre, las herramientas de tortura que aún no había llegado a usar. Se colocó entonces tras él y observó su espalda azotada, hinchada y violeta, llena de sangre, llena de agujas. Levantó una ceja y miró a Ruriko.
—Sacáselas, todas, ahora.
—Pero...
—¡Ahora, Ruri!
Ella se encogió de hombros con miedo y se acercó de forma sumisa, luego lo miró nuevamente antes de quitar las agujas una por una, lo que hacía que Aaron hiciera una queja de dolor en un murmullo debilitado. Su espalda ya no daba para más.
—Señor... debería irse, el gas... el gas podría hacerle daño —susurró Ruriko encogida de hombros, con miedo a su reprimenda.
Julio la miró de manera fría, luego la tomó del mentón para instalarla a mirarlo, la observó a los ojos oscuros y susurró.
—Yo no le temo a nada.
Se quedó a su lado por largos minutos, para asegurarse de que ella quitara todas las agujas y que dejase de herirlo. Miró hacia la ventana y le hizo una seña a Héctor para darle a entender que todo estaba en orden.
Ruriko lo observó detenidamente, llevaba al menos veinte minutos con ella y el gas no le había hecho efecto, mientras que con Aaron tardó solo cinco minutos, y en un hombre del tamaño de Julio tardaría como mucho diez minutos. Ruriko sonrió bajo la máscara, admirada de la fortaleza mental y física de su jefe.
Julio se aseguró de que ella cumpliera su orden, y cuando vio que retiró todas las agujas y que alejaba los elementos de tortura, sonrió para luego acariciarle la cabeza como si fuera una niña, lo que la hizo sonreír con ternura.
—Buena niña.
Le dedicó una sonrisa y besó su frente, para luego alejarse de ella y colocar una mano en el bolsillo de su traje. Giró para ver a Aaron por última vez antes de tocar el picaporte para abrir la puerta, y cuando lo giró para salir, pudo oír un grito desesperado de dolor.
—¡Julio!
Se quedó helado por un instante, «es imposible» se dijo a sí mismo y giró lentamente con miedo a lo que podría encontrar, y lo que vio hizo que se le helara la sangre. Todo el aire de sus pulmones había desaparecido, incluso perdió el equilibrio ante el mareo.
—¡Ayúdame, por favor!
—Serge... —susurró con pánico.
—Au secours! S'il vous plaît...
Serge se arrastraba en el suelo sujetando una gran herida en su pecho, la sangre lo rodeaba y sus ojos azules estaban llenos de lágrimas. De su delicados labios resbalaban gotas de sangre, que enseguida escupió en un imparable vómito escarlata. Y cerca podía oír una risa, una risa histérica, no sabía quién era, pero no le importó. Corrió sin dudar hacia el pequeño francés herido.
—¡Serge! —lo tomó entre sus manos temblorosas.
—Duele...
Julio lo volteó haciendo que mirase hacia arriba, pudo ver a Serge con un hueco enorme en el pecho y la sangre que brotaba de él de forma imparable, como una cascada de dolor. Sus manos y piernas temblaban, un nudo se formó en su garganta y estómago, y las lágrimas se acumularon en sus ojos oscuros como la noche misma.
—Se supone que sos el reflejo de los Moms, la perfección de nuestra sangre, mi mejor creación —dijo esa voz por algún lado de la habitación—. ¿Y te apareás con este asqueroso hombre? ¡Debías casarte con una mujer poderosa y procrear monstruos que dominaran el mundo!
Julio ignoró la voz de su padre, él no le importaba, solo le importaba Serge allí. Hizo presión en su herida de revolver en busca de salvarlo.
—No me dejes, no me dejes, S'il vous plaît... —Las lágrimas que quería evitar comenzaron a brotar de sus ojos y resbalaban como cataratas por sus mejillas, hasta llegar a su mentón—. ¡Serge! ¡Serge, por favor, no me dejes!
—Esto es lo que pasa cuando intentás esconderle esta cosa asquerosa a tu padre —dijo Jonathan con su revólver en mano—, esto es lo que pasa al avergonzarme y humillar a la familia.
Las voces se oían distorsionadas, oía a su padre pero Serge había desaparecido, ya no estaba entre sus brazos, sintió flotar por un instante.
—¡Te lo dije! ¡Te dije que te afectaría también!
—¡Serge! ¡Mató a Serge! ¡Ese viejo hijo de perra! —gritó Julio al sacudirse de un agarre que sintió en su cuerpo.
No podía ver quién era, pero su cuerpo reaccionaba de igual forma por instinto golpeando a las personas que lo sujetaban de brazos y piernas, eso les complicó sacarlo de allí.
Cerró los ojos sintiendo un vacío inmenso en su alma, con las lágrimas que resbalaban por su rostro.
Héctor y Akihiko lo colocaron en una habitación, donde lo recostaron en una cama para enseguida secarle el sudor que recorría su frente junto a las lágrimas. Akihiko a su vez se hacía presión en la nariz, Julio le había dado un fuerte puñetazo y el sangrado no cesaba. Héctor también se había llevado varios golpes, pero Julio seguía pataleando al defenderse de cada toque, debieron alejarse porque era una bomba de tiempo. No podían acercarse a él sin salir heridos.
—Creí... realmente creí que no le temía a nada —dijo Ruriko encogida de hombros, se quitó la máscara antigas para poder ver a su hermano—. Estuvo más de veinte minutos y el gas no le hacía efecto...
—Yo también por un momento lo creí —dijo Héctor, se refregaba la mejilla golpeada y también una costilla que dolía bastante. Luego suspiró al oír a su hermano menor llorar y gritar—. Pero quizá se deba a que su miedo es algo que él teme admitir, por orgullo, por estupidez o por ignorancia. Algo escondido en lo más profundo de su corazón.
Julio lloraba y gritaba llamando a Serge, acercarse a él era peligroso, y solo Akihiko pudo quitarle las armas para que no matara a nadie. Solo por las dudas mantuvieron su alrededor vacío, sin objetos y sin asesinos cerca que puedan ser un daño colateral. Gretchen optó por evacuar las habitaciones contiguas, porque ella sabía que Julio era una amenaza a temer, porque era mucho mejor que ella.
Solo unos instantes después, junto a Gretchen, entró Serge algo jadeante. No entendía nada de lo que estaba pasando, Gretchen solo lo había llamado con urgencia. Héctor le explicó lo sucedido y el rostro de Serge, preocupado en un principio, terminó por relajarse.
—Déjenme con él —dijo.
—Serge, está descontrolado, podría matarte —dijo Gretchen con su rostro serio.
Serge podía ver las lágrimas y la respiración acelerada en Julio, a Ruriko se le había dificultado mucho inyectarle un suero que revertía el proceso del gas, e incluso ella había salido herida.
—Sé defenderme, fuiste mi maestra —dijo Serge con una sonrisa al ver a Gretchen.
Ella lo tomó con cariño del rostro y apoyó su frente en la de él, con ternura.
—Mi niño, si te hace algo lo voy a matar —susurró ella y le dio un beso en la frente.
Ella ordenó a todos dejar el lugar, dejarlos solos. Pese a que Julio era el líder de Assassin, en ese momento Gretchen tomaría momentáneamente el liderazgo para poner a salvo a los empleados de su hermano, porque cualquiera podía morir de solo acercarse a él en ese estado.
—¡Serge! —gritó Julio en medio de lágrimas y un llanto ahogado.
—Acá estoy... —Serge tomó su rostro con las manos y le sonrió—. Estoy bien, Julio, estoy bien, ¿puedes verme?
—Serge... —susurró con tristeza y apoyó su mano en el bonito rostro del francés.
—Acá estoy, estoy bien. Nadie me hizo daño, estoy bien, ¿puedes verme? —le pasó con cuidado un trapo húmedo por el rostro, para poder limpiarle el sudor.
Julio lo miró por unos instantes, dudaba si era la realidad u otra ilusión más, pero decidió creer que era la realidad al ver que no tenía ningún hueco en el pecho y que no había sangre brotando de él. Se sentó de golpe para tomarlo del rostro y verlo directo a los ojos azules, luego lo abrazó con fuerza, hundiendo su rostro en el espacio entre su cuello y el hombro, con fuertes alaridos de tristeza y dolor.
—Moriste, moriste frente a mí y... y no pude hacer nada.
—Estoy vivo, estoy bien —Serge lo abrazó con cariño.
Julio se alejó para poder observarlo a los ojos azules con tristeza, ninguno dijo nada por unos instantes, solo se observaron en silencio directo a los ojos.
—Así que... ¿sí te importo? —se animó a decir Serge con una tímida sonrisa.
—No.
—¿Y por qué tu peor miedo es perderme? ¿Por qué llorabas llamándome?
—Solo... no me dejes... —gimoteó Julio y lo abrazó nuevamente.
—Dilo.
—¿Qué cosa?
—Por favor, dilo... —susurró Serge con una mirada suplicante—. Quiero oírte decirlo, quiero que digas abiertamente, sin esconderte tras corazas, que me quieres.
—No, no te quiero.
—¡S'il vous plaît, Julio, estabas llorando por mí, dímelo!
—¡No, no te quiero! —le gritó furioso, para luego besarlo con cariño y hablar con suavidad—. No te quiero, Serge...
—Julio, no seas orgulloso —gruñó con furia—. ¡¿Alguna maldita vez en tu vida vas a admitir que...?!
—No te quiero Serge, te amo...
Julio le sonrió con ternura al acariciar su pómulo con el pulgar, recorrió con sus dedos cada parte del rostro de Serge para asegurarse de que era real, que no era una ilusión, que era en verdad Serge LeBlanc.
Serge bajó la mirada con sus ojos llenos de lágrimas y le dio un golpe en el pecho mientras lloraba.
—Connard —masculló entre lágrimas.
—Je t’aime profondément, je ne peux pas vivre sans toi —susurró Julio mientras le acariciaba el rostro.
Julio lo tomó del rostro para poder besarlo, lo hizo suave y con cariño, pues no estaba seguro aún si seguía en la alucinación o no. Serge entonces lo tomó de la nuca para dominar el beso y hacerlo más profundo, pero unos instantes después Julio rompió el beso solo para poder abrazarlo.
—Nunca hubieron otros, siempre fuiste el único —susurró Julio y lo abrazó con más fuerza—, siempre fuiste vos, mon coeur.
—No mientas...
—Es la verdad, nunca hubieron otros —susurró contra el cuello de Serge, donde depositó un beso—, mon coeur...
Mientras que Julio y Serge conversaban de su amor en la habitación, Gretchen miraba a Aaron colgado de la barra, parecía haberse quedado inconsciente por el dolor. Tras ella se oyó la voz de Héctor.
—No quiero que vuelvas a hacer algo como eso —le dijo él con el ceño fruncido y una mirada que fría.
—Lo haré si es necesario respondió Gretchen y giró para verlo con su rostro serio—. Si intenta hacerle daño a los que amo.
—No creo que lo haga, ¡está encadenado, Gretchen! Ahora solo es un pobre niño asustado.
—No, ¿sabés lo que es? Un niño vengativo y sádico, del que si no nos cuidamos como corresponde, nos va a destrozar cuando menos te des cuenta, Héctor.
Miró a Aaron, colgando de la barra, porque pese a todo lo que había sufrido Gretchen sabía que muchos lo llamaban «el milagroso» por escapar de situaciones límites, lo que tanto respeto hizo que se ganara entre los demás.
—Lo mataré si intenta algo, si intenta hacerte algo —susurró Gretchen aferrándose al duro pecho de Héctor. Luego levantó la mirada para encontrarse con esos ojos verdes—. Vos sos mi prioridad.
—Sé defenderme, Gretchy —susurró él mientras le acariciaba el rostro.
—Lo sé —dijo con una sonrisa y lo besó en los labios—, pero igual voy a protegerte.
—Está bien.
Diciendo eso la besó con más decisión y la alzó en sus brazos para ir a otro lugar, la miraba con deseo y Gretchen se perdía en esa mirada de fuego.
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