Capítulo N° 24
Erica se despertó sobresaltada, cubierta en sudor. Su cuerpo aún temblaba y su pecho se levantaba una y otra vez, jadeante. Los rayos del sol entraban por las líneas de la persiana.
Eso la confundió un poco, pues en Naemniki no había luz solar.
Quería levantarse, pero un brazo la mantenía inmóvil, miró con miedo hacia el costado y pudo ver allí al Loco dormido, la estaba abrazando.
—Genial, creí que eso también había sido parte de una pesadilla... dormí con el Loco —pensó con fastidio.
El Loco dormía lleno de paz, su rostro libre de locura, de ceños fruncidos o sonrisas sarcásticas. No lo miró mucho, y lo poco que vio en él era el hollín y las cenizas en él. Levantó el musculoso brazo del Loco para quitárselo de la cintura, y así hacerse a un lado despacio, tratando de no despertarlo. Cuando logró escurrirse de sus brazos, se alejó lentamente de la cama. Al llegar a la puerta de ese cuarto oyó la voz del Loco, casi como un murmullo, como si hablara en medio de sus sueños.
—¿A dónde vas, engel?
—A... ningún lado... —respondió con cierto temor, girando lentamente para verlo.
Él seguía igual a como lo dejó en la cama, ni siquiera tenía los ojos abiertos.
—Bueno... no te vayas lejos, pueden... encontrarte...
El Loco se acurrucó un poco y se quedó así, sin decir nada más. Erica suspiró aliviada al percatarse de que solo hablaba dormido. Salió de ese cuarto cerrando la puerta con cuidado de no hacer ruido.
No sabía dónde estaba, pero debía admitir que esa casa era muy bonita. Llegó a un living con sillones blancos y muebles de madera natural. Había una mesa ratona de vidrio en el centro de los sillones y una barra dividiendo el living del comedor, donde algunas bolsas se encontraban encima.
Buscó el baño para poder higienizarse, y al verse en el espejo dejó ir un suspito triste.
—Realmente pasó todo... —murmuró.
Su cabello estaba lleno de ceniza y marcas de hollín se veían en algunas partes de su rostro y cuello. Se lavó la cara y humedeció el cabello para quitar toda esa ceniza, luego se lavó el cuerpo y peinó un poco su cabello solo con los dedos.
Se aseguró de tener su cuchillo en la cadera y dejó ir un suspiro aliviado al descubrir que aún lo tenía, pero al ver el número de Chris aún en su mano decidió anotarlo en un papel, rebuscó entre los papeles que había en un cajón hasta dar con una lapicera. Luego decidió explorar un poco el barrio para intentar reconocer en dónde se encontraba.
El sol de la mañana la encandiló un poco, lo que la obligaba a parpadear varias veces hasta acostumbrarse. Colocó una maceta en la puerta para que no se cerrara. No sabía dónde estaba, no conocía el barrio, no estaba segura de si se encontraba aún en Capital o si, por el contrario, estaba en Provincia. Caminó por la calle, tratando de averiguar en dónde está, los nombres de las calles no le resultaban conocidos, pero al ver un kiosco cerca decidió acercarse.
Tenía hambre y sed, y para su suerte contaba con algunos billetes en su bolsillo. Compró una botellita de agua y un paquete de galletas dulces, pero no perdió oportunidad en preguntar dónde se encontraba.
—Disculpe, ¿dónde estamos? —preguntó—. ¿Qué ciudad?
—Estamos en Ramos Mejía, ¿te despertaste alborotada? —la señora del kiosco se rió con ánimo.
—Ah, sí, es que fue una noche un poco movida...
—Ay, ay, ay, estos chicos y el alcohol.
Erica se despidió y regresó hacia la casa de la que había salido, bastante pensativa.
«¿Ramos Mejía? ¿Qué hago en Ramos? Apenas conozco este lugar y encima sólo de nombre»
No recordaba muy bien el lugar, pero sabía que la camioneta del Loco se encontraba en la vereda. Al llegar allí observó con sorpresa la hermosa casa frente a ella. Era un bonito chalet con techo de tejas, contaba con un delicado jardín delantero con flores y jazmines. Abrió entonces las rejas negras y recorrió el pequeño camino de piedras oscuras hasta la puerta de entrada, donde aún se encontraba esa maceta que había colocado.
Luego de cerrar, recorrió la hogareña casa en busca del Loco, abrió la puerta de una habitación y al ingresar sintió sus mejillas encenderse al ver al Loco. Él estaba ahí, desnudo, secaba su cuerpo con una toalla. Pudo ver su trabajado cuerpo algo húmedo, con gotitas que resbalaban por sus músculos.
«Mierda, los rumores eran ciertos...»
Pensó al verlo y no pudo evitar tragar saliva. Él levantó la vista para verla y le dirigió una sonrisa pícara, y sin vergüenza alguna comenzó a acercarse a ella, luciendo toda su increíble desnudez. Erica retrocedió un paso, pero el Loco no tardó en cerrar la puerta y la acorraló contra ella.
—¿Qué pasa, engel, te gusta el paisaje? ¿Te agrada lo que ves? —dijo casi en un ronroneo muy seductor.
—¡Alejate de mí! —lo empujó.
—¿No querés probarme?
—¡No! ¡Alejate de mí con esa... esa cosa!
—¿Segura que no querés probarme?
Erica le lanzó una cachetada que le dio vuelta el rostro, luego abrió la puerta para salir rápidamente de allí, oyendo tras ella la risotada del Loco al verla así de nerviosa y avergonzada.
Se encerró en el baño, donde caminó de un lado a otro bastante nerviosa. Luego, con curiosidad, comenzó a husmear allí. Casi todo estaba vacío, pero tras la mampara de la ducha el suelo de cerámicas negras se veía húmedo. Vio un jabón pequeño que parecía de hotel, y dos sobres de shampoo y acondicionador. Decidió entonces darse una ducha para borrar de su cuerpo las pruebas de la noche anterior. Necesitaba dejar de oler al incendio, lo necesitaba con desesperación.
Un rato después salió del baño con cuidado, miró todo a su alrededor y vio al Loco ya vestido sentado en el living con dos tazas de café calientes, por eso se acercó a él mirando el lugar iluminado. Él había levantado la persiana y se podía admirar mejor la belleza de la casa.
—Loco... —le dijo con un tono de voz suave.
Él no levantó la vista para verla, tomó un trago de café antes de responder:
—¿Qué querés?
—¿Dónde estamos?
—En una casa, creo que la pregunta es bastante estúpida.
—¡Me refiero a dónde! ¿De quién es esta casa? —chilló, con fastidio.
—Es mía —Levantó la vista para verla, encontrando así su mirada confusa—. ¡Sí, es mía! ¿Algún problema?
—¿Tenés... una casa? ¿Por qué vivías en Mörder entonces? —preguntó con curiosidad.
—Todos debemos vivir en Mörder, solo los barrenderos viven en otro lugar. Esta casa es mi guarida, nadie la conoce. —Tomó otro trago de café para luego señalar la otra taza—. Ahí tenés café, si supiera cocinar prepararía algo, pero lo único que puedo ofrecerte es eso...
—Gracias —dijo con una sonrisa sincera y se acercó a él, aún mirando a su alrededor.
Se sentó en el sillón y tomó la taza en sus manos, para luego darle un sorbo. El lugar se veía muy bello y cuidado, con una decoración minimalista muy bonita.
—Y... ¿esta casa pertenecía a tu familia?
—No, la compré yo hace unos... seis años, más o menos —dijo y corrió la mirada, como si se avergonzara de eso—. Era para establecerme. Ya sabés, para llevar una vida normal, libre de sangre y pecado... Tal vez formar una familia y conseguir un trabajo decente, ese tipo de cosas. Tener una vida pacífica y, no sé, llena de amor... —suspiró, se sentía realmente patético.
Erica bajó la taza de café y lo miró con el ceño fruncido, es lo mismo que dijo Aaron el día en que tuvieron su cita. No pudo evitar reírse con ironía, mientras que el Loco la miraba, bastante confundido.
—¿Qué tiene? ¿Tan estúpido te parezco por querer una vida normal?
—No puedo creerlo, dijiste lo mismo que Aaron, ¡lo mismo!
—¿El pollito dijo eso? —frunció el ceño.
—Sí, no puedo creer que te copies sus palabras.
—¿Yo me copio? —Levantó una ceja u comenzó a refregarse el rostro para después reírse—. ¡La hizo muy bien el maldito hijo de perra! ¡La hizo muy bien!
—¿De qué hablás? —gruñó Erica.
—¡Te llenó la cabeza con mentiras! ¡Usó MIS palabras para conquistarte! Y vos caíste a sus pies... amás a la mala copia y odiás al verdadero.
—¡No hables así de él! —Se puso de pie, llena de odio.
Él la miró con el rostro serio, pero luego meneó la cabeza, completamente indignado.
—Ganaste, pollito hijo de perra, ganaste... —murmuró con odio, corriendo la mirada.
Erica caminó hacia la salida, pero él la retuvo con su voz para evitar que saliera.
—Ey, Gretchen debe estar buscando a todos los desertores, no es conveniente que salgas por al menos unos días.
—Solo quiero mi bolso, creo que quedó en la camioneta...
—Luego lo busco, si salís te van a encontrar, afuera no estás segura.
—¿Y a tu lado lo estoy? —preguntó al verlo fijo desde la puerta.
—Mientras no me provoques, sí —sonrió hacia un costado—. Y solo hay un cuarto, así que vas a tener que dormir conmigo, engel...
—Prefiero dormir en un cartón en la estación a dormir con vos —gruñó con desprecio.
—¡Está bien, está bien! ¡Lo admito! ¡Era broma! Tenés tu propio cuarto...
Se puso de pie con una risita, y con la mano le pidió que lo siguiera. Erica no estaba segura de hacerlo, pero terminó por seguirlo con una mano sobre el cuchillo.
Subieron unas escaleras y le mostró lo que había tras la puerta. Era un solo cuarto, enorme y con el techo inclinado por el tejado. Una cama blanca con una colcha lila se veía ahí, a su lado dos mesas de luz con lámparas lilas, un gran espejo de cuerpo entero contra una pared. La luz del sol entraba por una ventana desde donde se ve el patio trasero. Todos los muebles eran blancos y muy delicados.
—Este es tu cuarto, y acá tenés tu ropa.
Abrió el placard para mostrarle su ropa, realmente era su ropa, la que él le había robado de las duchas de Mörder un par de veces.
—¿Es... mi ropa? —Lo miró sorprendida, luego le dio un empujón—. ¡Sos un enfermo! ¡¿Para qué robaste mi ropa?!
—Para que Hund se acostumbre a tu olor... —dijo con una sonrisa torcida—. Y sirve para llenar un poco el placard, después podés comprarte cosas nuevas, pero mientras tanto es útil.
—¿Y qué te hacía pensar que yo viviría acá con vos? —gruñó.
—Aunque te lo diga no me creerías —suspiró y se cruzó de brazos apoyándose contra una pared, en la parte alta del techo inclinado—. Pero... ya sabía que esto pasaría, estaba preparado.
—¿Cómo sabías que vendría con vos?
—No lo sabía, supe que te traería de todas formas. Tu ropa fue útil para que Hund se acostumbrase a tu olor, además, así tenés qué vestir, aunque no me molestaría que andes desnuda por la casa, con ese cuerpo tan exquisito... —sonrió de forma libidinosa y la escrutó entera.
Comenzó a bajar las escaleras, así que Erica lo siguió por detrás.
—¿Sabías que los Locos se descontrolarían? —inquirió, bastante desconfiada.
El giró enseguida para verla, con una furia muy notoria en sus ojos y sus músculos tensos.
—¡No! ¡No fueron mis compañeros! El que hizo esto quiso que creyéramos eso, ¡pero no soy tan estúpido como para caer! Esto de anoche fue un atentado contra los Moms, un golpe de poder. Alguien que busca el poder de los Moms y el dominio total...
—¿Y quién es ese alguien?
El Loco no respondió, solo resopló como si estuviese harto de sus preguntas, y Erica no insistió, porque no confiaba del todo en él.
—Decime lo que necesitás, voy a salir a comprar un par de cosas útiles, todo lo necesario. Por una semana no vamos a salir de acá... —dijo él con un suspiro.
—Bueno, hagamos una lista entonces.
El Loco la miró y asintió, para después tomar una libreta y sentarse en el sillón, mientras anotaba las cosas que Erica le dictaba. Alimentos, bebidas, productos de limpieza e higiene, un par de cosas útiles. Luego de un rato la lista estaba completa.
—¿Puedo ir? —preguntó Erica con un tono de voz muy sumiso.
—No, es peligroso. ¿Te olvidaste de algo en la lista? —giró para verla, Erica se refregaba el brazo con nervios—. Decime qué necesitás.
—Prefiero comprarlo yo...
—No vas a salir, es peligroso, si querés podés pedir comida —dijo y le extendió su teléfono, al cual le quitó momentáneamente la opción de su huella dactilar—, tomalo, no revises nada y pedí lo que quieras comer.
—De verdad prefiero comprarlo yo...
—¿Qué necesitás? —insistió, ya algo agotado—. ¿Algún analgésico, tampones, algo de eso?
Erica enrojeció un poco y eso lo hizo reír, porque hasta su nariz se veía rosada.
—Engel, sos una mujer, es normal. Decime cuáles querés y los traigo.
Ella se encogió de hombros y le pidió la lista para poder agregar su pedido, seguía sintiéndose algo avergonzada que de todas las personas del mundo, justo él tuviese que comprarle tampones.
El Loco se fue, pidiéndole que solo saliera a recibir el pedido y con mucha cautela. Erica lo vio irse y dejó ir un suspiro, para luego sentarse en el sillón y buscar algún almuerzo para pedir. No sabía qué le gustaba al Loco, y ella tenía bastante hambre, así que rebuscó entre los restaurantes algo delicioso.
Luego de hacer su pedido notó que el Loco tenía varias direcciones puestas en la aplicación, incluyendo la de esa casa. Trató de no husmear más allá y cerró la aplicación, la foto que tenía de fondo la hizo sonreír, pues eran Moira y Jack.
Decidió dejar el teléfono ahí antes de que la curiosidad por revisarlo fuera mayor. Entonces optó por limpiar un poco, aunque la casa estaba bastante limpia, también había polvo en algunos muebles por el poco uso. Tomó una escoba de la cocina y comenzó a barrer el living, luego pasó trapos por los muebles, acomodó los cuadros con imágenes minimalistas, y siguió barriendo los distintos cuartos: el del Loco, el suyo arriba, también la cocina.
Se acercó nuevamente al teléfono para poder ver la hora, había pasado una hora y el pedido ya estaría por llegar, pero el silencio de la casa y del barrio era demasiado incómodo. Se preguntó, entonces, si a él le molestaría que pusiera música en su teléfono. Abrió la aplicación correspondiente, él parecía tener un algoritmo específico y por ello decidió no cambiárselo. Puso play a la última canción que allí se había escuchado y la hermosa y suave voz de un hombre sonaba en alemán, pero al contrario de la música que el Loco siempre escuchaba en Mörder, esta sonaba romántica.
No le prestó mucha atención y continuó limpiando. Una puerta del living se dirigía al garage, ahí había mucho trabajo por hacer pero sería para otro momento. Intentó abrir una puerta de la cocina, pero estaba cerrada con llave, así que solo suspiró.
La bocina de una moto se oyó, por lo que tomó un par de billetes y salió a recibir la comida con una sonrisa, aunque por las dudas dejó una mano sobre el cuchillo en la cadera. Unos instantes después había regresado adentro con el pedido, el cual dejó en la mesa para continuar con su labor de limpieza. Había optado por pasar un trapo humedecido en agua y lavandina por toda la mesada de mármol negro, también por las puertas de las alacenas y bajo mesadas, de un blanco muy delicado.
—No puedo creer que esté limpiando la casa del Loco... —murmuró.
La puerta de entrada se abrió de repente, justo cuando comenzó a sonar una canción cantada por una mujer en una voz dulce. El Loco se quedó helado al oír esa música, se acercó enseguida y tomó el teléfono en su mano, luego la miró a Erica sin saber muy bien qué decir.
—Perdón, había mucho silencio y yo no tengo más mi teléfono —se excusó con una mueca torcida—. No sabía que escuchabas este tipo de música.
—No lo hago.
—Cantan en alemán y es tu celular, no lo niegues —dijo con una risita.
—Nunca me gustó ese tipo de música, me parecían letras estúpidas —corrió la mirada y comenzó a acomodar las bolsas sobre la mesa.
—¿Ah, sí, y por qué lo escuchás ahora?
—Porque... hubo algo que cambió mi vida, ese algo hizo que ese tipo de canciones tomaran sentido...
—¿Algo que cambió tu vida? —inquirió, con un claro gesto de sorpresa.
—Sí, algo que cambió mi vida... —dijo él y la miró de forma intensa.
—Tienen una bonita voz, me gusta —sonrió y se limpió las manos—. Creí que solo escuchabas esa música alemana rara.
—No es rara esa música... pero no, no escucho solo eso, escucho muchos géneros distintos, solo que los de Mörder odian esas bandas y con más razón la ponía a todo volumen —se rió—. Me gusta molestar a los demás.
Sin decir más, él comenzó a guardar todo lo que compró. Erica no tardó en ayudarle, y tomó especialmente su caja de tampones para poder usar uno, tuvo la mala suerte de indisponerse en pleno ataque a Naemniki, su ropa negra estaba manchada y húmeda, por lo que se alegró de tener cambios de ropa.
Con todo listo y acomodado, ambos se sentaron a comer. Trataban de ignorarse mutuamente porque para los dos era algo muy incómodo. Erica había pedido dos hamburguesas cuádruples con bacon y papas, y el Loco hizo un gesto de aprobación e interés al verlo.
Por el resto de la tarde Erica se dedicó a revisar su bolso y las ropas que tenía en el placard, las que Gretchen solía darle. No era ropa bonita pero al menos servía para no andar desnuda frente al Loco.
A la noche, con todo limpio y acomodado, bajó para buscarlo y lo encontró en la cocina intentando cortar verduras. Lo hacía de forma brusca, como si estuviese contándole algún miembro a un ser humano, y Erica lo sabía bien porque ya lo había hecho con los barrenderos.
—Puedo cocinar yo, no hace falta que lo hagas —propuso con una sonrisa.
—Limpiaste todo y te traje contra tu voluntad, lo mínimo que puedo hacer es intentar cocinar —dijo con un suspiro resignado.
—Bueno, pero al menos dejame que te muestre cómo hacerlo. Dejá de torturar esa pobre zanahoria.
Se acercó para poder demostrarle la forma correcta de cortar y picar esas verduras. Lo tomó de la mano derecha, haciendo que cortara despacio. Él miró la mano de ella sujeta a la suya, y sonrió mientras que Erica le explicaba, casi sin escucharla, solo la miraba de cerca, con esa cercanía que nunca tenían y que en ese momento podía disfrutar.
—¿Entendiste? No es difícil, ¡pero vos cortás las verduras como si estuvieras por cortarle la pierna a alguien con un machete! —se rió Erica—. Hacelo vos ahora.
—Difícil, no soy un barrendero —bromeó él.
—Bueno, yo sí.
Cuando pensaba darse la vuelta para tomar una silla y poder sentarse cerca de él, lo escuchó quejarse y vio su dedo con sangre. Enseguida se acercó a él y lo tomó de la mano para instarlo sumergirla bajo el agua de la canilla.
—¡Sos un estúpido, Loco! ¿Cómo podés ser el mejor en armas blancas y cortarte al picar una zanahoria?—se rió mientras le limpiaba la mano—. Dejá, cocino yo, soy buena cocinando.
Él solo la miró de forma intensa, sintiendo la mano de Erica sobre la suya. Apretó la mandíbula porque sabía que solo se había preocupado por él, y nada más. Comenzó a caminar hacia la puerta que daba al fondo.
—¿Estás bien? —le preguntó Erica.
—Solo quiero fumar...
Se apoyó en el marco de la puerta y colocó un cigarrillo en los labios que no había tardado en encender. Su corazón latía muy rápido y eso no le gustaba en lo absoluto, no estaba acostumbrado a esas sensaciones, eran molestas. Muy molestas porque lo distraían.
«No debí haberla traído, debí dejarla ahí, debí... dejar que se salvara sola. ¡Por Dios! ¡Ella te odia! ¡Te odia! ¿Te pensás que te ganás su aceptación con esto?»
Pensó mientras fumaba, se sentía frágil, como nunca se había sentido antes.
La cena fue silenciosa, ninguno de los dos hablaba, ambos se sentían incómodos con el otro en frente, en especial Erica. Se mostraba tan incómoda y un poco aterrada por compartir ese techo con él, que el Loco tomó su teléfono y se lo extendió.
—Poné la música que quieras, pero no revises nada.
—No iba a revisar nada, a ver si me encuentro un destriperío —dijo ella con un tono de voz divertido que lo hizo sonreír, y animó un poco más el ambiente.
—Es más probable que encuentres fotos que no quieras ver.
Erica no lo miró mientras buscaba la música que ella quería escuchar, «Pomme».
—¿Más destriperíos?
—Gretchen desnuda, por ejemplo —dijo él con una sonrisa pícara.
Erica levantó la mirada, completamente estática, y luego de poner la canción le devolvió el teléfono casi con asco.
—Acabaste de crear un trauma en mí.
—¡¿Revisaste?! —chilló él al ver el teléfono.
—No, me la imaginé.
Cenaron con la suave voz de Pomme sonando allí, y de vez en cuando Erica cantaba en voz baja, pero tenía muchas preguntas para hacerle y no estaba segura de por cuál debía comenzar.
—Perdón, voy a estar una semana con vos. Necesito respuestas si querés que confíe en vos —comenzó a decir y él asintió, aceptaba responder sus dudas—. ¿Naciste acá o sos alemán?
—Nací en la enfermería de Mörder, soy argentino, solo mi padre era alemán —dijo y tomó un trago de agua.
—¿Naciste ahí? Entonces... ¿ambos eran asesinos...?
—Sí, nací ahí. Mi padre era un Profesional y mi madre una Novata, que más que Novata era una Obligada, odiaba matar pero necesitaba dinero y un techo donde vivir. —La miró con desconfianza, no era el tipo de preguntas que esperaba, pero como vio el interés en ella continuó contando—. Mi madre quería que yo creciera como un niño normal, en una casa normal, que vaya a la escuela y esas cosas, pero como sabrás eso está prohibido en Mörder. Y aunque mi padre también quería que yo fuera un niño normal, amaba demasiado su trabajo y sabía los peligros que corría por soñar con otra cosa... —Bajó la mirada con cierta tristeza y comenzó a juguetear con el tenedor en su mano.
—¿Qué les pasó?
—Jonathan Moms se enteró de que mis padres querían escapar, alguien los delató —dijo casi en un susurro—, el esposo de mi tía los delató. Y... bueno, yo en ese momento tendría cinco años, no entendía muy bien las cosas pero recuerdo que nos rodearon a los tres y que le dijeron a mi padre que si no mataba a su esposa me matarían a mí. Ambos me miraron,
pero ella sonrió, aceptando su muerte y él... le disparó en la cabeza.
Se detuvo un instante y colocó un cigarrillo en su boca con nervios.
—Pero los Moms realmente pensaban matarme de todas formas, solo usaron a mi padre para deshacerse del virus que era mi madre. Jonathan creía que ella y yo habíamos infectado la mente del mejor asesino de Mörder.
—Kasch y Valeria, ¿verdad?
Él asintió y sopló el humo de su cigarrillo.
—Mi padre no pensaba aceptar su muerte tan rápidamente, era el mejor así que luchó, pero me agarraron de los brazos y me apuntaron en la cabeza, entonces él se enojó y lanzó éste cuchillo contra el asesino —diciendo eso clavó en la mesa de madera su cuchillo negro, su predilecto—. Me salvó la vida, mató a varios asesinos, estuvo a punto de matar a Jonathan, pero no pudo evitar que lo maten a él... Así que vi a mi padre asesinar a mi madre y luego vi el asesinato de mi padre —suspiró y volvió a darle una pitada a su cigarrillo.
—Lo siento mucho —dijo ella con pena—. ¿Por eso es que vos... sos así? Digo, tan... ¿loco?
Él comenzó a reírse, primero suave y luego a carcajadas.
—¡Yo mato porque me gusta matar! ¡Me gusta la sangre! ¡La muerte de mis padres en mi infancia no tiene nada que ver con el yo actual! Pasaron más de veinte años, engel, ya lo superé hace muchísimos años.
—Pero... bueno, creí que... no importa —Bebió un trago de agua y volvió a mirarlo a los ojos—. ¿Cómo hablás tan bien alemán si eras tan pequeño, o tu padre te enseñó en esa época?
—Sí, me enseñó desde que nací, pero mi tía me enseñó junto a su marido, a quien maté años después por traicionar a mis padres, Kellen se enojó un poco pero no me importó —La miró fijo a los ojos grises—. Y no, mi tía no era una profesional, era una Loca, y no, no soy así por ella, ya lo dije, soy así porque soy así, porque me gusta ser así.
—Está bien, entiendo —suspiró Erica—. ¿Puedo preguntarte otra cosa?
Él asintió.
—¿Por qué yo? —Como él la miraba bastante confundido, Erica acomodó su pregunta—. ¿Por qué de todas las personas que habían, me salvaste a mí?
—Ya te lo dije una vez y te enojaste, no me voy a arriesgar otra vez —dijo con un chasquido de lengua—. Siguiente pregunta.
—¿De verdad amabas a Gretchen?
—Sí, siguiente pregunta.
—¿Por qué hiciste que Fosa me entrenara?
Él pareció ahogarse con el humo, apagó el cigarrillo en un cenicero y la miró fijo, con sus ojos bien abiertos. La sorpresa se notaba en cada rasgo en su rostro.
—¿Qué tanto sabés?
—Respondé la pregunta y tal vez yo decida responder luego —dijo Erica con seriedad.
Él se quedó en silencio por un rato, tamborileaba en la mesa con sus dedos de forma nerviosa.
—Porque no quiero que mueras o te hagan daño... —dijo al fin, casi en un susurro—, y nunca aceptarías mi ayuda para mejorar, pero sí la de él, aunque sea un hijo de perra.
—Sé que es un hijo de perra, por algo lo apuñalé —dijo ella con un chasquido de lengua.
—Ahora me toca a mí preguntar —dijo él con seriedad, mirándola fijo—. ¿Fue Rata o el Gusano el que habló?
—Rata no quería hablar, Fosa lo hizo, soy bastante insistente —respondió y con una sonrisa no tardó en añadir—: Rata me cae bien, aunque sea un poco pesado.
—Sí sabías que Rata y yo somos bastante parecidos, ¿no? —La miró fijo con el ceño fruncido—. ¿Qué tanto sabés del Gusano?
Erica se cruzó de brazos y respondió la mirada amenazante con una igual, no pensaba doblegarse.
—Sé que es Nahuel Pietrzak, que vos le salvaste la vida y que por eso me entrena como un favor a vos.
—Es un milagro que estés viva entonces, él mata a todo quien lo sepa.
—Te prometió no hacerme daño —explicó Erica.
—Y aún así te golpeó y rompió una costilla, ¿verdad? —dijo entre dientes.
—Son problemas de Fosa y la Bombita que no te incumben —gruñó Erica.
—Suficientes historias por hoy, es hora de dormir...
El Loco se puso de pie para poder lavar los platos en el fregadero, ya que no la dejaba hacerlo.
Erica se despidió con molestia para después subir las escaleras de madera e ir a su habitación, aunque la verdad era que temía un poco que él se metiera en su cuarto por la noche.
Se dejó caer en la cama, no podía dejar de pensar en Celeste, en si habría ido junto a Martín a lo de Juliette, o si acaso fueron hacia otro lugar. Pensó en sus padres, a quienes extrañaba de sobremanera, y pensó también en Lucas, a quien deseaba poder ver pronto, porque uno de sus abrazos le harían muy bien en ese momento.
Le costó un poco dormir, pero luego terminó por rendirse ante el cansancio de su cuerpo.
Abajo el Loco cerró con llave todas las puertas, colocó trabas y vigiló un poco por las ventanas, luego con un suspiro decidió irse a su cuarto, donde se recostó luego de desvestirse.
Tomó en su mano la cruz de plata en su cuello, la movía entre sus dedos mientras recordaba la dulce voz de su madre al cantarle. Le dio un beso recordando a sus padres juntos y la forma en que se amaban.
No conseguía dormir, no estando tan alerta y teniendo a Erica lejos. Suspiró y sostuvo en su mano el cuchillo negro bajo la almohada, el que perteneció a su padre.
Pensaba en Erica con cierta tristeza, luego miró el tatuaje en su brazo derecho, San Miguel luchando contra el demonio con una balanza en su otra mano. Suspiró mientras observaba su otro brazo, libre de tatuajes, sus músculos limpios de tintas y dejó ir otro suspiro.
Nuevamente apretó en su mano la cruz.
«Mein gott, por favor, que todo lo que deduje sean solo fantasías, que mi inteligencia solo sean las alucinaciones de un demente. Por favor, si todo es como yo predije desde hace años, entonces el infierno nos cubrirá...»
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