Capítulo N° 21
Había pasado una semana desde la fallida misión donde Aaron murió salvándole la vida a su amada princesa. Una pérdida demasiado grande para Mörder por ya no tener a su mejor profesional, pero una pérdida aún más grande para ella.
Erica no había hablado con nadie desde entonces, tuvo que ser sedada el primer día y se enteró, unos días después, que alguien se había quedado a su lado, supuso que se trataba de su hermana.
Con su brazo aún vendado se había entretenido golpeando con fuerza una bolsa. Gretchen le había ordenado entrenar, casi sin descanso, pero a Erica no le importaba. Ya se había cansado de llorar, solo se sentía llena de ira y la descargaba contra esa inofensiva pero dura bolsa frente a ella.
«Te prometo algo, princesa, para el fin de semana voy a tratar de tener todo listo para desaparecer juntos. Nada nos va a separar, te lo prometo»
Golpeó con más fuerza la bolsa, sintiendo el océano en sus ojos a punto de delatar su dolor.
«Vas a ser la madre de mis hijos»
Las lágrimas que estaba intentando retener no se resistieron más y una una comenzaron a caer por sus mejillas, sentía una enredadera espinosa que se enrollaba en su pecho hasta hacerla sangrar, una que se enredaba en su cuello para quitarle la voz y solo dejaba el dolor. Eso explicaría todo el dolor que estaba sintiendo y esa molestia en su garganta.
Decidió ir al comedor para poder cenar, era hora de hacerse fuerte y demostrar que la princesa podía mantenerse firme ante la adversidad, pero continuaba sintiéndose como un robot.
—Fui una ingenua —se dijo en la mente.
Cuando entró al comedor todos alzaron la vista para verla, los murmullos comenzaron a sonar con sus intensas y juzgantes miradas. Buscó un lugar apartado, lejos de todos, lejos de su hermana, sus amigos y de la intensa mirada de fuego que le lanzaba Gretchen.
Comió ahí, sola como los días anteriores, sin pronunciar palabra alguna, con su mirada baja y sus hombros encogidos.
Sintió a alguien tras ella.
—Quiero estar sola, sea quien sea, déjenme en paz —dijo Erica muy desganada, sin fuerza alguna en su tono de voz.
—En momentos de crisis la familia debe estar unida... —oyó la voz de Celeste tras ella, la abrazó con fuerza desde atrás—. Y esta familia jamás te va a abandonar...
—Por favor, Cele, solo... quiero estar sola... —susurró con la angustia en su tono de voz.
—Siempre voy a estar para vos, Eri —insistió su hermana y le besó una mejilla—, te voy a dar el espacio que necesites, pero sabés que siempre voy a estar para vos.
Así como llegó, así se fue. Erica volvió a quedarse ahí, sin una pizca de apetito, pero se obligó a sí misma a comer. Sentía que cada bocado era un pequeño paso, una pequeña victoria.
Volvió a sentir a alguien atrás.
—¡¿Por qué no me dejan en paz?!
Giró para poder encontrar allí a ese chico de piel aceitunada y nariz aguileña, de rasgados ojos oscuros y su clásico sombrero negro.
—Erica... —Chris la miró con tristeza—. Yo... lo siento mucho.
Erica solo lo miró con sus ojos bien abiertos que volvían a llenarse de lágrimas, con todo el miedo y la angustia en cada rasgo de su rostro.
—Pegame todo lo que quieras —dijo él con seriedad—, si eso evita que te dejes morir...
Erica comenzó a llorar ahí frente a él y se lanzó contra a su pecho. Chris no tardó ni dudó un solo instante en abrazarla, la envolvió con sus brazos de forma cariñosa y protectora. Quería reconfortarla, quería hacerle sentir que no estaba sola. Ningún obligado lo estaba, todos sabían lo que era perder a un ser querido.
Esa era la primera vez de Erica siendo verdaderamente una obligada, con una muerte y una pérdida dolorosa que cargaría por siempre en su espalda.
—Te quiero, Chris —sollozó con sus palabras que se cortaban por el llanto—. Los problemas que vos y él hayan tenido murieron con Aaron, y espero que no interfieran con nuestra amistad...
La abrazó con más fuerza, hundiendo su nariz en el cabello de Erica.
—No, no lo harán, nuestros problemas se desvanecieron con él —dijo en un susurro suave—. No te voy a dejar sola, Eri.
Ella se quedó ahí con Chris durante un rato, él era el único que en verdad la conocía. El único que había estado siempre para ella, y quizá por ese motivo es que era el único del que necesitó un abrazo.
Él se ofreció a hacerle compañía por un rato más, antes de tener que irse cada uno a su habitación, pero ella dijo que estaría bien. Caminó sola para poder salir del comedor e ir hacia las duchas, pero cuando estaba por salir llegó a oír unos murmullos que llamaron su atención e hicieron que el fuego de la ira se apoderara de ella.
—Me da lástima la pérdida de Sabatini, era uno de los mejores —dijo un chico y bebió un trago de agua.
—Era un perdedor, murió porque era débil. Ya era hora de que lo vieran, era débil y estúpido, se dejó influenciar por la princesita de cristal y mirá como terminó. Su muerte fue bien merecida —dijo una chica peinando su cabello hacia atrás.
—Aaron no era débil —acotó Erica a su lado, entre dientes.
—Era débil, nena, si hubiese sido fuerte estaría vivo, pero no. ¡Está muerto! —se rió y dijo con malicia—: Era un imbécil, debilucho, soberbio, vividor, ególatra, insensible y sobre todo un gran hijo de puta.
—¡¿Qué pasa, no te dio bola y por eso lo odiás?! —gruñó Erica con odio.
—¡Jamás me hubiese fijado en un ser tan inferior como él! —Se puso de pie, desafiándola, con su rostro cerca al de Erica—. ¿Y sabés qué? ¡Cuando me enteré de su muerte tuve el mejor maldito orgasmo de mi vida!
Eso último colmó el poco autocontrol que Erica estaba manteniendo, le lanzó un fuerte puñetazo en el rostro con un brazo, luego con el otro que se encontraba vendado. La tomó del cabello de la nuca sin darle tiempo a nada y comenzó a darle la frente contra la mesa repetidas veces, con su rostro transformado en odio y locura.
Los asesinos que acompañaban a esa chica se pusieron de pie, un muchacho la tomó con fuerza del cuello en busca de estrangularla, pero Erica lo golpeó en un codo hacia arriba con fuerza para quebrarle un brazo, y cuando él la soltó le lanzó un puñetazo al rostro.
Era una batalla campal, Erica contra todo ese grupo de asesinos, pero estaba enceguecida por la ira y el dolor, y nada le importó. Tenía encima el cuchillo del Loco, no dudó en usarlo para efectuarle cortes a un muchacho que la atacó. Le lanzó una patada alta a una chica y la arrojó al suelo, para luego subirse sobre ella y golpearla una y otra vez en el rostro.
Ya un poco cansada del juego, regresó a la mesa moviendo su cabello hacia atrás, pues le incomodaba bastante. Tomó a la primera chica del cabello y la acercó a su rostro, estaba herida pero consciente.
—¿Y sabés qué? Ahora yo tendré un orgasmo con tu muerte, ¡puta!
Le clavó el cuchillo en la yugular, para luego arrojar su cuerpo al suelo como si no valiera nada, llena de odio.
Limpió el cuchillo en la tela de su pantalón y lo guardó en su funda escondida atrás. Tenía el rostro, las manos y el torso con sangre, y en su rostro aun se vislumbraba la locura.
—Princesa.
Erica giró al oír la voz de Gretchen, la miraba con dureza.
—¿Quién va a limpiar esto? —gruñó con odio.
Ella le respondió con una amplia sonrisa.
—Conseguime plástico, film, cinta, una sierra, bolsas plásticas, guantes descartables y una camioneta, y yo me deshago de esa maldita perra —dijo con esa sonrisa—. Para la sangre solo cloro, un buen trapo y ya.
Diciendo eso le dio la espalda, llegó a escuchar nuevamente la voz de Gretchen antes de poder salir de allí:
—Te voy a tener vigilada, Princesa.
—Me importa una puta mierda, Gretchen.
Héctor se acercó a Gretchen y colocó su mano en el hombro de ella.
—¿Qué es lo que tanto te preocupa de esa nena?
—No confío en ella —dijo con asco—. Nunca lo hice y menos aún lo haré ahora.
—Está deprimida, perdió al hombre que amaba, ¿no podrías darle espacio?
—No —Giró para verlo directo a los ojos verdes de mirada piadosa pero seductora—. Las pérdidas vuelven fuertes a las personas, eso las vuelve peligrosas, ¿sabés? Demasiado peligrosas.
—¿Le tenés miedo a una nena como esa? Lleva meses como asesina nada más.
—No le temo a ella, temo a lo que pueda lograr —dijo con asco—. Esa princesita es luz, mientras que todo a nuestro alrededor es oscuridad. No me conviene que ilumine más, porque puede contagiar a los demás, influir en sus mentes con su maldita pureza y amor a la vida normal y cotidiana.
Héctor la miró en silencio, atento a sus palabras.
—Así como hizo con mi Aaron, y terminó muriendo —escupió con odio—. Y como hizo Valeria Godoy con Kasch Wolff...
—Eso no se va a repetir —dijo Héctor con seriedad.
—Nuestro padre cree que sí —insistió ella—, y ahora el dolor me hace ver que tiene razón.
Caminó por los pasillos con la sangre aún en ella, algunos la miraban con curiosidad pero no le importó. Si se cruzó a algún conocido tampoco le importó, si alguien le habló, si un amigo la vio, nada le importaba en ese momento. Entró en las duchas y se dio un baño para poder quitarse el sudor y la sangre en ella.
Aún tenía su respiración acelerada, se miró las manos temblorosas mientras intentaba no llorar. Se sentía como otra persona, ajena a su propio cuerpo.
Al salir de las duchas se sintió más debilitada, quizá gracias a la pelea o debido al llanto, pero estaba agotada y pensó en irse a dormir. Quería tirarse en la cama y dormir un mes entero.
—¡No lo conoces! ¡No permitiré que insultes su nombre!
Oyó el grito de Serge proveniente de su habitación, seguido del de Sveta.
—¡LeBlanc, por el amor de Dios, que te haya recogido de la calle no significa que sea un buen tipo!
—Es un hombre con un buen corazón, solo hay que conocerlo, ¡ninguno lo conoce!
—¡Julio es el hombre más cruel e insensible que puede existir!
—¡Tú torturabas personas, no vengas a decirme que él es cruel! —chilló Serge—. ¡Eres de la maldita mafia rusa! ¡¿Con qué cara dices eso?!
—¡No te metas con la Babushka, Serge! —le gritó Erica al ingresar en la habitación—. Y Julio sí es una puta mierda.
—No lo conoces, princesse, no te guíes por las apariencias.
—Quiso matar a Gretchen, quiso matarme a mí y luego mató a Aaron. Decime, Serge, ¿eso hacen las buenas personas?
—Va te faire foutre, putaine! —Serge se paró firme frente a Erica.
—Acabo de dejar un cadáver en el comedor, no me provoques, Serge, que bastante enojada ya estoy —dijo Erica con seriedad.
Sveta caminó hacia ambos y apoyó con cariño su mano en la cabeza de Serge, para luego darle un beso en la frente.
—Lo lamento, Serge, fui muy insensible con vos —Luego giró hacia Erica y acunó su mejilla con una mano—. No descargues la furia en amigos y aliados, pequeña. Siempre es bueno tener aliados.
Le dio un tierno beso en la frente, para luego salir de la habitación, dejando a solas a esos dos que se miraban con fiereza.
Allí Serge y Erica se miraban con dureza y en silencio, como si estuviesen esperando que el otro hiciera algún movimiento para poder atacar.
—Julio mató a mi novio —gruñó Erica y luego tragó saliva, sus ojos se llenaron de lágrimas pero trató de mantenerlas allí—, pero cumplió su promesa a vos y no me mató, solo me disparó en el brazo y amenazó con reventarme los sesos luego de cagarme a trompadas.
—Lo sé, pardon... No quise... —Bajó la mirada, algo pensativo y se animó a acercarse a ella—. Lamento no haber comprendido tu dolor y tu odio, debí ponerme en tu lugar. Julio es muy importante para mí...
—Lo sé, yo también debí ponerme en tu lugar, lo siento... pero... Solo pasó una semana, Serge, no estoy bien y no sé cuándo voy a estar bien —Se mordió el labio, estaba haciendo un gran esfuerzo por no llorar.
—Eres mi amiga, princesse —dijo Serge en un susurro y se animó a acunar el rostro de Erica con sus manos—, me he enfrentado a él por ti. Debes confiar en mí, princesse.
Ella asintió con un movimiento de cabeza lento. Serge la miró en silencio, la veía destruida y sin fuerza, con los ojos hinchados y ojeras moradas bajo sus párpados. Le rompía el alma verla así y saber que era gracias a su amado Julio.
Con su pulgar acarició el pómulo de Erica, pensaba qué decir para reconfortarla, porque estaba seguro de que no existía palabra alguna que pudiese aliviar el dolor.
—Bueno, estás demasiado triste y me agradas más cuando sonríes y me amenazas con un cuchillo —dijo con una sonrisa torcida—. ¡Tú y yo saldremos de este lugar para beber unos tragos!
—No tengo ganas de salir a ningún lado...
—Vamos por unos tragos, también necesito distraerme de mis pensamientos —susurró él—, también tengo que olvidar algunas cosas.
Erica lo miró a los ojos de azul profundo, no parecía mentir, así que dejó ir un suspiro para luego terminar aceptando. Él sonrió con emoción y la tomó de la muñeca para salir enseguida.
—Gretchen no me va a dejar salir... —susurró Erica al caminar junto a él.
—Ningún Moms me dice nunca que no —dijo él con una risita—, así que saldremos.
«A él tampoco le decía Gretchen que no...»
Erica se sorprendió cuando Serge se detuvo frente a Héctor y Gretchen, quienes miraron con curiosidad la mano de Serge sujeta a la muñeca de ella.
—Por esta noche secuestraré a la princesse, saldremos unas horas.
Gretchen miró con curiosidad, con su ceño fruncido y apoyó el dedo índice en la frente de Erica.
—Más te vale que mi Serge no muera por tu culpa, o voy a deshacerme de toda tu miserable familia —dijo entre dientes.
—S'il vou plait, madame, no amenace a la princesse frente a mí —acotó Serge con el rostro serio—, nos iremos ahora, volveremos tarde.
—Está bien, llevate el auto que desees, tené cuidado.
Erica quedó realmente sorprendida del cambio en el tono de voz de Gretchen, y no lograba entender por qué Serge la tenía tan domada.
Un rato después viajaban en un auto azul que Serge usaba para salir, uno muy bonito y de apariencia costosa. Erica debía admitir que era un chico muy elegante, siempre arreglado y bien vestido, y siempre con objetos de buena calidad. No podía creer que antes haya estado en la calle.
—Serge... ¿puedo preguntarte algo? —lo miró a su lado, mientras manejaba—. ¿Qué hacías en las calles argentinas si sos francés?
—Viajé con mi madre, solo serían vacaciones, pero fue captada por una trata y terminamos en un prostíbulo —dijo con tristeza—, mi madre decidió suicidarse y yo escapé de allí. Apenas hablaba español y tenía miedo, nadie miraba al pequeño francés hambriento, nadie se preocupaba por un huérfano extranjero... salvo los Moms —sonrió al recordarlos—. Monsieur Héctor me vio pidiendo comida y se acercó, me extendió la mano para llevarme a un McDonald's. Luego aparecieron madame Gretchen y monsieur Julio, ella me ofreció protección, Héctor alojamiento, y Julio...
Se quedó en silencio por un rato.
—Julio me sonrió y apoyó su mano en mi cabeza para acariciarme...
Si hubiera estado en su lugar, Erica creyó que también los amaría de esa forma, pero lamentablemente conoció a Gretchen de una mala manera, a Julio de igual forma, aunque de Héctor no podía quejarse, él no le había hecho daño alguno.
Caminaron en silencio por la calle una vez estacionaron el auto, Serge captaba miradas enseguida con su caminata de modelo y su porte bello y elegante. Ingresaron en un bar para poder acomodarse en una mesa de atrás, donde tenían buena vista de todo el lugar y de la puerta de entrada y salida.
Erica se sorprendió de ver que Serge era realmente bueno, se había asegurado de tener a la vista cualquier posible ataque y salida del lugar.
Él escaneó el código QR para poder pedir algo de beber, pidieron solo cerveza artesanal. Comenzaron a conversar de temas triviales, un poco más endulzados en ánimo por el sabor a cerveza en su boca.
—Entonces... ¿Julio está vivo? —preguntó Erica.
Serge bajó su vaso de cerveza y lo apoyó en la mesa, para luego mirarla fijo.
—Eso depende de qué piensas hacer en caso de que esté vivo.
—¿Eso es un sí? —Lo miró fijo—, porque deberías llorar por su muerte y te veo muy tranquilo.
—Es que...
—No voy a matar a tu novio, aunque él haya matado al mío —suspiró y saboreó otro poco de cerveza—, tampoco tengo el nivel como para enfrentarlo. Pude hacerlo solo porque él se dispuso a no lastimarme de gravedad.
—Lo hiciste sangrar —se rió Serge.
—Seamos sinceros, pude hacerlo sangrar porque él no estaba peleando de verdad.
—Erica, solo dos personas lograban hacerlo sangrar en una pelea mano a mano —explicó con suavidad—, Wolff y Pietrzak. Es cierto que no peleó en serio, pero incluso así es difícil herirlo y tú lo lograste.
—¿Pietrzak es Nahuel? —preguntó con curiosidad y lo vio asentir.
Se mantuvo en silencio masticando una pregunta en su boca que no se animaba a soltar, pues a pesar de todo Serge era pareja de un Moms, y no estaba segura de cuán confiable podía ser.
Cambiaron de tema para poder conversar de otras curiosidades, hablaron de música, de autos y motocicletas, de bailar y de ex novios, pero siempre regresaban a lo mismo: D.E.A.T.H.
—¿Y cómo terminaste vos saliendo con Julio Moms? —preguntó Erica con curiosidad.
—No sé, solo pasó —se rió él con algo de timidez—, pero no soy el único. Julio tiene varios amantes, solo soy... el preferido, digamos.
—¿Y vos no tenés varios también? —Lo miró con seriedad—. Porque sino me parece bastante injusto.
—Princesse, si estuviese con otro, ¿tú qué crees que Julio le haría? —dijo con una sonrisa torcida—. Además yo solo lo quiero a él.
—Te juro que ni en mil años hubiese creído que ustedes dos eran gays —se rió Erica y bebió un trago de cerveza.
—Solo Héctor sabe de él, si Jonathan o Gretchen lo supieran sería un escándalo, y si llega a los medios todo empeoraría —suspiró con pesar—. Si le dices a alguien deberé matarte, ¿lo entiendes?
—Lo entiendo, no le diré a nadie, pero si seguís defendiendo con garras y dientes a Julio, va a ser muy obvio para todos.
Ambos se quedaron en silencio, algo pensativos. Erica continuaba masticando esa pregunta que quería hacerle, hasta que por fin, para poder despejar sus dudas, se animó a pronunciarla en voz alta:
—Ese Pietrzak, Nahuel... —dijo para llamar su atención, y Serge levantó la mirada, había pedido más cerveza—, supongo que lo conociste.
—Sí, era el mejor amigo de Gretchen, y como ella me quería como una especie de hijo, él me cuidaba mucho también —dijo con una sonrisa—, de una forma algo extraña ellos dos fueron como mis padres, me dolió mucho su muerte...
—Él... —se mordió los labios, aún dudosa—, ¿tenía toc?
Serge parpadeó, algo confundido y la escrutó por un instante.
—No sé si toc, pero era insoportable con la limpieza —respondió con el rostro serio—, al punto de que él mismo limpiaba las escenas de crimen que hacía.
—Entiendo —Volvió a morderse el labio, sintiendo su corazón latir velozmente.
—¿Cómo lo sabés? ¿Leíste su archivo? —preguntó él y bebió un trago de cerveza—. Ya sabes, de los caídos.
—No, escuché al Loco decir algo sobre limpiar persianas —dijo, que aunque era cierto, no era el motivo original de su pregunta.
Serge comenzó a reírse y sus ojos, al hacerlo, parecían brillar.
—Ese día fue sublime —se rió nuevamente—, ver a Wolff y Pietrzak drogados y limpiando una persiana con cepillos de dientes fue, definitivamente, lo mejor de aquella época.
—¿Ellos eran amigos?
—No, no se llevaban muy bien —admitió Serge—, Wolff es bastante sucio en lo que a trabajos se refiere, y Pietrzak era todo lo contrario. Se llevaban bastante mal, pero se respetaban.
Serge la escrutó con curiosidad por un rato, bebió otro trago de cerveza.
—Sé que me estás interrogando —dijo con una sonrisa—, pero no me interesa, aunque sí me interesa saber cómo sabes pelear como lo hacía él.
—¿A qué te referís?
—Julio me dijo que tus poses y ataques son iguales a los de Pietrzak, y él lleva muerto cinco años —dijo, con su rostro serio—, Julio me pidió que le averiguara esa información.
—Me enseñó Aaron, él era mi maestro.
—Sabatini fue su alumno por muy poco tiempo, si hubieses dicho que fue Martín habría sido más creíble —se rió—. No te preocupes, no me interesa a mí el motivo. ¿Te soy sincero? Te veo interesada en algo, ya no estás llorando, ya no estás con la mirada baja. Te veo curiosa y fuerte, y eso me gusta.
Erica bajó la mirada y bebió más cerveza.
—Dejemos D.E.A.T.H. atrás, olvídate de Gretchen, de Julio, de Pietrzak y Wolff, y solo diviértete conmigo —propuso Serge con una sonrisa.
Luego de tomar unas cuantas cervezas por varias horas, ambos regresaron a Naemniki. Entraron a la mansión riéndose, abrazados del cuello mientras se callaban mutuamente para no hacer tanto ruido. Varias veces tropezaron con algún objeto en el camino, y eso desencadenaba un ataque de risa imposible de frenar.
A Serge apenas se le entendían las palabras, hablaba en francés y solo Erica, igual de ebria que él, podía llegar a entenderle.
Antes de separarse en un pasillo, Serge la abrazó del cuello.
—Egdes muy bonita —dijo y meneó su mano en el aire—, ¡hagámoslo ogdla vez!
Se separaron en las escaleras para poder irse cada uno a su cuarto, Erica caminaba tratando de no tropezar, se miraba los pies y se tambaleaba hacia los lados, hasta que terminó por chocar con alguien.
—¡Lo siento! —dijo tambaleándose un poco.
Héctor la miró con sorpresa, acompañado de un divertido gesto.
—¿Estás borracha?
—¡Nooo! ¡Eshtoy freshgga gomo una leshuga!
—Estás borracha —se rió y vigiló a su alrededor, para luego tomarla de un brazo y guiarla hacia otra parte—. Si Gretchen te ve, te va a asesinar.
—¡Gue lo intente!
—No te conviene, nena —se rió otra vez.
Erica estaba perdida respecto al tiempo, todo se veía retorcido, le costaba enfocar la vista y las distancias eran muy engañosas. Hubo un instante donde podría jurar que estuvo en los brazos de Héctor, porque recordaba oír su corazón, pero pudo ser algo falso y un invento de su imaginación ebria.
Él la sentó en un sillón y regresó unos instantes después con un vaso de agua.
—Tomá.
—Nah, estdoy bien... —se cubrió los ojos con una mano y dejó caer la cabeza en el respaldo del sillón, pero cuando volvió a abrir los ojos y vio esos ojos verdes, entró en pánico—. ¡Por Dios! ¡Héctor!
—¿No me habías reconocido? No te preocupes, no se lo diré a Gretchen.
—¿Gué le ves? —Trató de mirarlo fijo, pero le costaba bastante.
—¿Cómo? No sé de qué me hablás.
—A Gredshen, ¿gué... le ves? O sea, sí, es bonita, peeero, ¡está locaaa! Es mala... ¡vos no parecés malo! ¡No tche gusta lastimar animalitos!
—Dios... —se rió—. ¿De qué estás hablando?
—Tche gusta Gredshen, ¿no?
Héctor se quedó helado por un instante, pero luego comenzó a reírse.
—Es mi hermana, ¿eso no te parece raro? Estás diciendo incoherencias.
—¡Nah! ¿No son hermanastros? Si no comparten lazos, entonces, ¿guál es el problema?
Por un instante él no dijo nada, pero Erica continuaba hablando sin parar sobre él y sobre Gretchen, decía que para todos era demasiado obvio.
—Tomaste demasiado, creo que deberías darte una ducha fresca.
—¡No! ¡Ella me odia! ¡Me odia! ¡Y si vos me lastshimás ella va a ser feliz! ¿entshendés? No tche preocupes, ¡yo te voy a ayudar! —se rió Erica y asintió mientras meneaba su mano.
—¿Por qué razón me ayudarías?
—Porgue es divertido —dijo con una risita y le palmeó el rostro—, vos sos muy hermoso, ¿sabías?
Pese a lo divertido que le parecía la situación, decidió ayudarla a recostarse en una cama king size con sábanas finas, una cama tan cómoda que ella no bien apoyó la cabeza quedó dormida prácticamente al instante.
Él suspiró y se rió moviendo la cabeza, para luego salir de ahí y apagar la luz.
Los rayos del sol invadían el cuarto donde Erica dormía plácidamente, esa luz a la que estaba desacostumbrada logró despertarla. Gruñó con fastidio y se cubrió el rostro, pero se percató de que no se encontraba en su cuarto, pues ahí no había luz solar por estar bajo tierra. Se sentó sobresaltada, mirando a su alrededor, desconocía el lugar donde estaba.
Era una enorme habitación con muebles finos y elegantes, con candelabros, cuadros y un espejo de cuerpo entero con marcos dorados y grabados en arabescos. La cama era enorme también, y las sábanas se sentían tan suaves que no le daba deseos de levantarse, pero a su vez se le retorció el estómago por náuseas y salió corriendo de la cama para abrir una puerta, se encontró con un baño y no tardó en vaciar su estómago en el inodoro.
—Dios, ¿dónde estoy? Lo último que recuerdo es que estaba con Serge en un bar, hablábamos de... ¡ni siquiera recuerdo de qué hablábamos! Pero... ¿dónde estoy ahora? —pensó, muy desesperada.
Volvió a vaciar su estómago hasta que ya no había más por expulsar, y se quedó allí por unos instantes abrazada al inodoro. Apretó el botón y con esfuerzo se puso de pie para lavarse la cara.
Oyó la una puerta abrirse y llevó por instinto la mano hacia su cadera, donde aún tenía el cuchillo.
—Veo que ya te despertaste...
Pudo reconocer la voz de Héctor.
Se asomó con cuidado por la puerta del baño, con el cuchillo empuñado en su mano.
—¿Estás bien? —preguntó él.
Erica lo miró de arriba hacia abajo, y tragó saliva al verlo con una camisa desabrochada que dejaba ver su torso marcado. Abrió sus ojos con desesperación y lo miró fijo al rostro.
—¿Dónde mierda estoy?
Él se rió al comprender sus miedos y pensamientos, y se cruzó de brazos allí cerca de ella.
—No pasó nada de lo que puedas arrepentirte, no te preocupes —dijo de forma suave, incluso sensual.
—¿Qué hago acá?
—De verdad, no te preocupes, no sos mi tipo y no soy un puto violador, tranquila —sonrió, pero la veía aún preocupada—. Ayer te encontré en un estado un poco preocupante, no estabas bien y corrías el riesgo de cruzarte a Gretchen, así que simplemente te ayudé trayéndote a mi hogar, mi habitación específicamente, lugar donde Gretchen jamás viene... —bajó el tono de voz antes de agregar—: Y nunca lo hará...
—Entiendo...
—Por cierto, ¿querés bañarte? Podés usar mi baño privado, nadie te va a molestar ahí, no corrés riesgo de que nadie te moleste o te ataque, algo a lo que sos muy propensa —se rió al decirlo—. Ahora pido que te preparen el almuerzo, ¡porque te aviso que es la hora del almuerzo!
Erica sonrió y aceptó bañarse, mientras que Héctor se retiró para dejarla sola. Ella se desvistió en el cuarto, dejando la ropa sobre la cama, para luego regresar al baño y ducharse tranquilamente, puesto que Héctor había prometido no entrar otra vez, no sin golpear primero.
Pensaba en la opción de escapar igual, sin Aaron, pero solo veía muerte en su destino. Hacerlo con él, el mejor profesional, era una cosa, pero hacerlo sola siendo tan inexperta era simplemente imposible.
El Loco recorría Naemniki en busca de Héctor, él lo había mandado a llamar. Estaba de malhumor y no tenía ganas de ver la cara de su antiguo compañero de juegos.
Detuvo a una mucama en la mansión para poder preguntarle por él.
—Me pidió que le llevara el almuerzo a su habitación en cuanto estuviera listo, debe estar ahí, señor.
—¿En su cuarto? Bien... tiene ganas de hacerme subir escaleras el muy hijo de puta.
El Loco siguió su camino, subió las escaleras en una corrida, subiendo de a tres escalones, mientras tarareaba en voz baja una canción. Cuando llegó a la habitación de Héctor se detuvo allí, frente a la puerta blanca. Golpeó de mala gana y refunfuñó un poco cuando nadie le respondió.
—¿No se suponía que estaba acá? —murmuró.
Abrió la puerta, no veía a nadie allí, Héctor no se encontraba en la habitación. Refunfuñó nuevamente por lo bajo, pero cuando estaba por darse la vuelta para irse de ahí, vio sobre la cama la ropa de Erica. Abrió los ojos sorpresa y enseguida se acercó. Tomó la ropa en sus manos, estaba muy seguro de que era de ella.
—Engel... esto es de mein engel... ¿qué... hace acá?
Murmuró con sorpresa, oyó la ducha del baño y se acercó con lentitud para no hacer ruido alguno. Pudo oírla cantar en francés.
Se llenó de odio y lanzó la ropa en la cama, para luego salir de ese cuarto con los músculos trabados, envuelto en el fuego de la ira para buscar a su antiguo amigo. Recorrió los pasillos decidido a matarlo, y cuando lo vio hablar con una mucama, se acercó y sin decir nada le lanzó un fuerte puñetazo en el rostro, luego otra y otra más. Héctor estaba sorprendido, y al reconocer a su atacante se defendió, pero el Loco estaba fuera de sí, lo empujó al suelo para luego subirse sobre él y mantenerlo retenido.
—¡Hijo de puta! ¡Te atreviste a poner tus incestuosas manos en ella!
—¡¿De qué mierda hablás?!
—¡Ella es mía! ¡Mía! ¡Maldito enfermo incestuoso!
Héctor lo miró a los ojos, el Loco tenía el puño apuntando su rostro, podía ver los celestes ojos del Loco llenos de dolor y furia, y por ello abrió la boca con sorpresa. El Loco estaba jadeante de tanto odio.
—No puedo creerlo, ¿realmente estás enamorado?
—¡¿Qué carajo te importa?! —lo soltó y se puso de pie.
Héctor se sentó tocándose el labio partido que sangraba bastante, le dolía la mandíbula y el pómulo.
—Wolff, ¿realmente estás enamorado de esa chica? —lo miró sorprendido, pero el Loco no respondió, solo gruñó mirando a otra parte—. No puedo creerlo ¿vos enamorado?
—No estoy enamorado.
—Sí lo estás.
—¡No lo estoy! —escupió con odio.
—Jamás me golpeaste por acostarme con una mujer que deseabas... —dijo con una sonrisa y se puso de pie.
—¡¿Encima lo admitís así, tan desvergonzadamente?!
—Wolff, no me acosté con ella —dijo con una risita y se tocó nuevamente el labio con dolor—. Solo le di un lugar donde dormir libre del castigo de Gretchen.
—¡No te creo!
—¡Es la verdad! ¡Amo a Gretchen y es la única con la que deseo acostarme!
—¡Puaj! Sos repugnante... es tu maldita hermana —dijo el Loco con un gesto asqueado.
—No me importa tu opinión, me importa solo la suya —escupió Héctor y frunció el ceño.
El Loco resopló y gruñó por lo bajo, para luego refregarse la sien con molestia.
—¿Para qué mierda me llamaste, para que te cague a trompadas solamente?
—No, deseaba hablarte de algo... —miró a su alrededor para asegurarse de que estuvieran ellos dos solos—. Yo amo a Gretchen, vos a la nena...
—¿Y la noticia dónde está?
—¡Escuchame, animal! ¡Gretchen está enamorada de vos! ¡¿No?! ¡Y la nena te desprecia! ¿Por qué no nos ayudamos mutuamente? Puedo ayudarte con ella y vos a mí con Gretchen.
—¿Realmente pensás que voy a ayudarte a acostarte con tu hermana? Seré pecador, pero no tanto... lo tuyo es una inmoralidad increíble.
—¡No es mi hermana! Así que no jodas... —suspiró y se cruzó de brazos apoyándose en la pared—. Wolff, como amigo te digo, esa chica es pura luz, ¿realmente pensás que la vas a conquistar siendo como sos, asustándola siempre?
—¡Lo que yo haga y cómo lo haga no te interesa!
—Te hablo en serio, es una chica buena, le gusta el romance, lo dulce y empalagoso, lo romántico, las flores, los halagos, ¡ese tipo de cosas! Le gusta lo romántico, no... ¡no vos! —lo señaló con la mano.
El Loco frunció el ceño, realmente ofendido, y no dudó en decir entre dientes:
—¿Sabés qué? A Gretchen no le gusta el romance, ni lo dulce o empalagoso, no le gustan las flores y los halagos... le gusta... ¡yo! —sonrió con malicia.
—Realmente pensaba ayudarte.
—No necesito ayuda de nadie, ¡y menos la tuya!
—¡Gretchen te está vigilando por orden de Jonathan! —dijo para captar su atención, y lo logró. El Loco se detuvo un instante.
—¿Por qué? ¿No basta con vivir pendiente de ustedes toda mi puta vida, hijos de puta? —escupió y giró enseguida para verlo—. No tengo vida, no sé lo que es una escuela o un cine, ¿y encima me vigilan?
Héctor lo miró en silencio y bajó la mirada con un suspiro.
—Que te guste esa chica les hace creer que...
—¿Que soy como mi padre, eso estás queriendo decirme? —gruñó con odio y apretó su puño con fuerza—. ¿Que me van a matar luego de matarla a ella, eso me estás diciendo?
—No, Wolff —suspiró Héctor—, solo tené cuidado. Yo no soy como ellos, lo sabés, te lo digo por el cariño hacia nuestra antigua amistad.
—Si veo un puto espía atrás mío —dijo, completamente furioso—, ni con todos los malditos barrenderos van a poder limpiar este lugar. ¿Me escuchaste?
Le dio la espalda y se fue insultando por lo bajo. Estaba dispuesto a matar a todo aquel que osara acercarse con otras intenciones, y eso incluso a Gretchen, pese a todo el cariño que tenía.
Espero les haya gustado <3 no se olviden de dejar un comentario con su opinión, que para mí es lo más valioso de escribir y publicar esta historia.
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