Capítulo Nº 3 (Parte 1)


El sonido seco de un disparo ahogaba el silencio de la noche, una noche oscura y tormentosa que cubría sus pasos al escapar de la escena del crimen, dejando atrás el frío cadáver de su víctima, su objetivo. Aun cuando llevaba su arma escondida podía sentir el peso de ese frío metal en sus manos, podía oír los gritos de súplica de ese hombre y el sonido de sirenas persiguiéndola: patrullas inexistentes. Solo se trataba de otra broma cruel de su culpable y tortuosa conciencia.

Sus compañeros la subieron a un auto donde el silencio era aterrador. Apenas se oían las respiraciones de cada uno junto al repiqueteo de las gotas que azotaban los vidrios del auto; y aun cuando llevaba dos meses de su vida con ellos no se animaba a mirarlos a los ojos. Ellos la aterraban, no dudaban en asesinar o en acusarla con Gretchen si se retrasaba más de lo debido o, en su defecto, si llegaba a llorar en una misión.

Ellos pertenecían a D.E.A.T.H., un lugar donde la libertad estaba prohibida, era solo una utopía, una quimera inalcanzable. Un veneno letal que llevaba a la muerte, y ella... Ella era una soñadora, algo atípico en el lugar.

Había tenido que pasar por duros entrenamientos y castigos demasiado dolorosos como para soportarlos, todo para poder, al mes de ser entrenada, cumplir con su primera misión, aquella que comprobaba su lealtad hacia Mörder, hacia el legado Moms. Una ancianita de su barrio, viuda, sola, con la que Erica solía ir a tomar el té a la tarde para hacerle compañía. Esa ancianita había sido la elegida por Gretchen para que pudiera demostrara su lealtad, y con lágrimas en los ojos –lo que hizo que se ganara una fuerte golpiza– ella tuvo que acabar con su pesar. Había sido aceptada, al menos por el momento, pero en la mente de Erica siempre danzaría el recuerdo de esa viejita sonriente que la miró con tristeza en su final.

Nunca podría olvidar el día en que ella se había vuelto una asesina.

El auto se detuvo en el estacionamiento de ese edificio antiguo al que tanto se había sentido atraída en un principio y al que, en ese momento, ya detestaba conocer. Sus compañeros no dudaron en bajar y ella los siguió por detrás a paso relajado, estaba pensativa producto de la culpa. Acababa de matar a otro anciano, y aunque intentaba convencerse a sí misma de que era un bien necesario, la verdad era que en su interior solo el pesar la estaba dominando. Se sentía aplastada por sus propios sentimientos tortuosos.

Al llegar allí, la base donde los asesinos a sueldo habitaban como una familia, debió ir a su entrevista con la líder para poder dar sus avances en la misión. Si llegaba a ser buena entonces ganaría puntos y esos puntos, llegado el momento, podrían ser demasiado útiles. Lamentablemente había tardado más de lo debido y, por lo tanto, sus puntos habían disminuido.

Erica observaba como a los profesionales les daban una paga, mientras que ella solo tenía el derecho a ganar puntos. Unos miserables puntos por haber arrebatado una vida.

No se movió de su lugar sino hasta que Gretchen le pidió que se retirara, en esos dos meses había aprendido a ser obediente, a callarse lo más posible y a agachar la cabeza cuando era necesario, pero más que cualquier otra cosa había aprendido que no debía ser jamás impuntual y que tampoco debía retirarse antes de tiempo. Ambas cosas acababan con la poca paciencia de su jefa.

Decidió, entonces, ir a bañarse en las duchas femeninas, uno de los pocos lugares que en verdad tenía puertas y un seguro en ellas. Deseaba poder quitarse de encima esa sangre que la bañaba en escarlata, que la hacía sentir las miserias del mundo y le recordaba lo patética que se había vuelto. La hacía sentir inmunda, infame. Le daba la sensación de ser poco humana.

Era una obligada, aunque no le gustara su trabajo debía hacerlo, puesto que su vida y la de sus seres queridos estaban en peligro. Eso eran los obligados, testigos de asesinatos o personas que, como Erica, habían curioseado más de lo debido y a quienes se les había dado la oportunidad de vivir al servicio de D.E.A.T.H. o simplemente morir.

Por más que quisiera negarlo el ser humano era un ser que, por instinto, siempre buscaría sobrevivir. Aunque su consciencia le dictara lo contrario su mano temblaría en el momento requerido, ese era el instinto, aquel que te llamaba a vivir cueste lo que cueste. Quizá era el egoísmo humano, Erica no podía asegurarlo pero aunque podría ser considerada egoísta se alegraba de estar con vida.

Tan compenetrada estaba con sus pensamientos, con el agua tibia rodeando la figura de su cuerpo, que fue incapaz de notar aquella oscura y siniestra presencia en el baño sino hasta que abrió los ojos y se encontró con esa mirada que le producía un escalofrío. Él estaba ahí, el Loco se encontraba sentado en un banquito de madera de una forma perezosa, con sus piernas abiertas y los codos sobre las rodillas mientras fumaba de forma relajada un cigarrillo. Erica no dudó en soltar un fuerte chillido, más inclusive cuando le sonrió de esa forma perversa que tanto la aterraba. Solo pudo atinar a cubrir su cuerpo desnudo con las manos mientras le gritaba que la dejara en paz.

—Ah, ¿para qué te tapás? Ya vi cada parte de tu cuerpo, como ese sensual lunar en tu nalga derecha —dijo con una sonrisa mientras señalaba ese lunar, para luego hablar en alemán—. Du bist so schön...

—¡¿Por qué no podés dejarme en paz?! —gritó ella con desesperación.

Se dejó resbalar por la pared hasta caer al suelo mientras continuaba con su vano intento de cubrir su desnudez al abrazar sus piernas. Él se acercó a ella, como otras veces, mientras le murmuraba cosas inentendibles, inentendibles porque Erica jamás le prestaba atención y siempre intentaba omitir todas sus palabras en la mente.

No quería mirarlo, lo odiaba, le temía y verlo al rostro solo conseguía producirle más terror, puesto que ese hombre al que llamaban «el Loco» desde que ella había llegado que la acosaba en todo lugar donde ella se encontraba. A veces solo la miraba desde un rincón por varios segundos, a veces presenciaba su entrenamiento, otras veces la visitaba, como en esa ocasión, en la ducha. Otras, simplemente la rodeaba con sus brazos contra una pared y la miraba de arriba hacia abajo. Parecía siempre querer decirle algo pero lo único que le decía, lo cual le producía más terror, era simplemente lo hermosa que le parecía. Solo eso, sin más, con intensas miradas perturbadoras que solo conseguían producirle un gran malestar en su estómago.

Para su pesar, por más que llevaba dos meses siento entrenada por Gretchen, Erica nunca había conseguido poder quitarlo del camino. Él era un hombre inmenso, altísimo y con fuertes músculos capaces de aplastarla, sin hablar de que él, según ella había observado en ese tiempo, era el asesino más temido en el lugar, incluso por la propia Gretchen.

Sus gritos desesperados por ayuda habían conseguido lo que nunca antes, llamar la atención de otros asesinos, pero la única persona que fue capaz de acudir a ella fue un joven al que Erica solo había visto un par de veces en el gimnasio y alguna que otra vez en los pasillos. Ese joven al ver al Loco allí no dudó en darle un fuerte empujón para alejarlo lo más posible de Erica.

—¡Alejate de ella, Loco! —gritó con odio.

—¿Por qué, porque vos lo decís, pollito? —respondió él con una sonrisa perversa.

—¡Dejala en paz! No creo que a Gretchen le agrade que acoses a la nueva...

—Que Gretchen y vos me la chupen, pollito... —El Loco dirigió su mirada hacia Erica para poder dedicarle una sonrisa de lado, luego solo se alejó dando largas zancadas pero antes de partir no dudó en dirigirse hacia ese muchacho y decirle—: Ich werde dich töten, pollito.

Luego solo se alejó de ahí cerrando la puerta tras sí, sin importarle dejar atrás una Erica aterrada que solo conseguía abrazar sus propias piernas.

—¿Estás bien? —preguntó el muchacho mientras se quitaba su chaqueta de jean, la cual no dudó en arrojarle a los pies para que pudiera cubrirse con ella—. Está loco, ¡tenés que alejarte de él, nena! Porque sino te lastimará, el Loco no va a parar hasta tenerte y tenerte equivale a violarte, torturarte y matarte, ¿entendés? —Frunció el ceño y clavó en ella su mirada antes de encender un cigarrillo—. ¿Cómo se supone que te llamás, nena?

—Erica...

—¿Erica? Bien, no sé ni para qué te pregunto si seguramente en dos segundos lo olvidaré, pero bueno. Vas a tener que cuidarte más —sopla el humo de su cigarro y mira hacia la puerta—. Llevás dos meses acá, deberías saber que hay que trabar la puerta con algo para que el Loco no te moleste.

—Ya lo hice y logra entrar igual —refunfuñó Erica con fastidio, el muchacho entonces chasqueó la lengua.

—¡Ese tipo está realmente desquiciado! Bien, me voy, nena... —Se puso de pie y con pereza colocó sus manos en los bolsillos de su jean oscuro, Erica lo miró directo a los ojos, eran pequeños y en un color avellana, resaltaban con su cabello castaño rapado a los costados—. ¡Alejate de él! Y por cierto, quiero mi campera de vuelta...

Erica lo observó mientras se alejaba, tatuajes podían verse en sus brazos y cuello, aunque lo había visto pocas veces nunca le había prestado mucha atención, apenas si recordaba cómo lo llamaban. La verdad era que solo se concentraba en cumplir y tratar de sobrevivir, protegerse del Loco y Gretchen y quizá pasar unos pequeños momentos con su hermana cuando podía. Le sorprendió que con el calor que estaba haciendo él llevara una bandana negra en su cuello.

Erica se puso de pie cubriendo su cuerpo con una toalla, puesto que su ropa, al igual que siempre, había desaparecido. Era consciente de que era el Loco quien se robaba su ropa, por eso le alegraba que ese muchacho acudiera en su ayuda, era el único que la ayudó desde que llegó ahí, nadie nunca se atrevía a enfrentar al Loco, ni siquiera los otros locos que no obedecían a nadie. Si hay algo que aprendió estando ahí es que nadie ayuda a nadie, salvo los profesionales que se ayudan entre sí y se cuidan como una familia, por el resto es un matar o morir constante.

El Loco era el asesino más respetado del lugar, o quizá simplemente el más tenido, era quien conseguía mandar sobre los locos indomables e incluso darles órdenes cuando estos no obedecían ni a Gretchen. El Loco era incluso capaz de enfrentar a Gretchen hasta hacerla retroceder, lograba que nadie lo mirara fijamente por miedo a salir herido y, a la vez, era alguien a quien casi todas las mujeres del lugar miraban con deseo por su increíble belleza. Para Erica era simplemente repulsivo, no era siquiera capaz de admitir que, aun con sus cicatrices, tenía su atractivo, para ella era desagradable y solo oír su voz lograba torcer su boca en una mueca de repulsión o sentir un escalofrío molesto en su espina dorsal.

Luego de secar su cuerpo se envolvió y se aseguró bien de que la toalla estaba fija, encima de esta se colocó la chaqueta de jean que ese muchacho le había dado para poder cubrirse un poco más, y con algo de miedo abrió la puerta del baño. Se aseguraba de que no nadie estuviera en las cercanías, era algo bueno que le había brindado el entrenamiento: el sigilo. Ante cada esquina se asegura de que no pase nadie, se queda quieta en su lugar ante cada sonido y es capaz de dar grandes y largos saltos, al igual que giros habilidosos en el suelo, gracias al ballet.

«Si alguien me ve será lo más divertido que vea, una loca corriendo y saltando en toalla para que no la vean desnuda».

Consiguió llegar a su habitación compartida, no le importaba en verdad que sus compañeros de cuarto la vieran así, se cambiaba frente a ellos y ninguno miraba al otro, era una especie de trato secreto que habían hecho.

Las habitaciones no se dividían en hombres y mujeres, ni siquiera por los rangos correspondientes del lugar, pero algo era seguro, solo novatos y obligados dormían juntos, los profesionales podían incluso dormir con los novatos, pero jamás con un loco.

La privacidad era nula, una ilusión, y eso tanto a Erica como a Celeste les incomoda demasiado, aunque de forma extraña Erica notaba que su hermana comenzaba a sentirse cómoda en el lugar y que, a diferencia de ella, se adaptaba mucho más rápido. Incluso había hecho amigos entre los novatos. Con Erica era diferente, ella no estaba interesada en hacer amistades y para colmo las mujeres del lugar la odiaban por llamar la atención de los hombres –puesto que la consideraban atractiva por sus ideales de bondad, algo atípico allí–, los profesionales la despreciaban por ser una obligada, la peste del lugar, y los locos se burlaban de ella entre risas nerviosas e histéricas, mientras que los novatos simplemente la ignoraban.

Estaba sola, porque incluso teniendo a su hermana allí poco podía verla, y Celeste era entrenada con más dureza inclusive, sin hablar de sus estudios secundarios pagados por Gretchen por el trato que tuvo con su madre. Apenas conseguía verla en pequeñas escapadas a la noche, escapadas que traían como consecuencia fuertes castigos por parte de su jefa.

Cada día era entrenada intensamente en el arte de matar, en esos dos meses debió aprender a disparar con una y con dos manos, a armar y desarmar las armas en poco tiempo, a usar los cuchillos y a pelear cuerpo a cuerpo, y poco a poco le enseñan a ser sigilosa, el espionaje y a forzar cerraduras. Llegado el momento en que sea necesario, le enseñarían a hackear computadoras.

Como cada noche, reza antes de dormir pidiendo perdón por sus pecados. Se sentía una hipócrita total porque jamás se había sentado a rezar o pensar en Dios, pero en esos momentos solo podía esperar que un ser superior la observara, que viera que se estaba portando de forma buena y que le ayudara a salir de allí. Solo esperaba piedad de su parte por los asesinatos cometidos.

Y, como todas las noches, se durmió recordando a sus padres.

El sonido de disparos era continuo, los novatos practicaban y entrenaban, era demasiado molesto y Erica no podía dormir. Los entrenamientos comenzaban al amanecer y a veces ella salía a sus misiones en la madrugada, por lo que terminaba por dormir muy poco. La falta de puertas hacía que pudiera escuchar todo a su alrededor y, para peor, la sala de entrenamiento ese encontraba demasiado cerca de su pequeña habitación compartida como para poder conseguir dormir. Resopló con un deje de fastidio y se cubrió los oídos con la almohada mientras apretaba los ojos con fuerza, pero en el preciso instante en el que estaba a punto de dormirse por primera vez en toda la noche, sintió una gota caer de forma constante y molesta en su frente. Abrió los ojos con molestia para descubrir una gotera sobre ella, lo único que le faltaba.

El lugar era demasiado descuidado para pertenecer al Estado, las cosas se caían a pedazos en ciertas partes, la humedad dominaba los rincones e intoxicaba el aroma del lugar, las goteras eran reinas de esa habitación... No era un paraíso y definitivamente no era un buen lugar para dormir.

Ya harta terminó por ponerse de pie y así poder vestirse, con esas ropas básicas que le habían dado el primer día, una remera blanca y una calza negra, simple. Pero mientras se colocaba la remera un hombre en la puerta tenía un perfecto paisaje de sus pechos apretados en su ropa interior rosa.

—«Virgen» y hermosa —dijo al reírse y lamer sus labios con deseo, mientras admiraba su cuerpo delgado y con las curvas justas.

—¡Andate! —chilló ella al cubrir sus pechos con las manos mientras lo miraba con furia.

Él ignoró su pedido, observó su rostro ovalado y pequeño, sus grandes ojos grises, casi celestes, con una mirada dulce, temerosa e ingenua que le producía el morbo adecuado. Su nariz y labios eran pequeños también, pero no le importaba que no fuera de labios carnosos, creía que con su boca podía hacer maravillas aun siendo finos.

—¿Qué pasa, amor, no te gusta ser observada? Elegiste un mal lugar donde estar, acá no se le niega amor a nadie. —Caminó hacia ella con una sonrisa libidinosa que formó un gesto de repulsión en el de ella

—¡Andate o...! —gritó al ponerse en una posición de ataque que lo hizo reír.

—¿O qué? —Se encorvó hacia ella tomándola del rostro para luego sonreír—. Soy un profesional, bebé, no podés hacerme nada...

—No, pero yo sí.

El hombre volteó al oír esa voz pero en el mismo instante en que lo hizo recibió un fuerte golpe en el rostro, tras él había un muchacho que lo miraba con el rostro serio. Erica se colocó enseguida su remera y retrocedió casi con pánico, no le agradaba nadie de ese lugar y mucho menos las peleas casi a muerte que se formaban en todas partes, pero cuando ese chico volvió a golpearlo con una combinación de técnicas, el profesional solo pudo chasquear la lengua y retirarse. No tenía deseos de tener problemas con nadie, solo quería divertirse un poco con Erica.

—¿Estás bien, amiga? —preguntó el muchacho al observarla pero ella solo asintió con algo de temor—. Soy Chris, creo que tu nuevo compañero de cuarto —suspiró y tomó de su bolsillo un paquete de cigarrillos, sacudiéndolo un poco para dejar salir uno de ellos y colocar en su boca.

—Yo... soy Erica, creo que... creo que esa es tu cama porque la chica que estaba ahí fue transferida —respondió en un pequeño tartamudeo al enseñarle la cama junto a la suya, donde Chris no dudó en arrojar encima su bolso y sentarse para probar el colchón.

—¡Qué cama de mierda! Más incómoda imposible. Sería más cómodo dormir en las vías de un tren.

—¿Sos un novato?

—Un obligado, ¿algún problema? —Él clavó en ella sus ojos café de una forma muy dura que la obligó a encogerse de hombros.

—No, solo... Lo siento, es que como conseguiste que se fuera así de rápido...

—Llevo un año acá, si no hubiera aprendido algo estaría muerto. Te recomiendo aprender también, claro, a menos que prefieras morir —Sopló el humo de su cigarrillo y se acomodó el sombrero negro que llevaba puesto.

—¿Por qué usás sombrero? Hace calor y... —Erica lo miró con atención, era alto y muy delgado de rostro alargado y moreno, ojos oscuros como la noche con una nariz aguileña, ojos que la miraban con furia.

—Porque me gusta, ¿algún problema?

—No, solo curiosidad...

—No curiosees mucho por acá, ¿no viste lo que dicen del gato?

Erica lo observó desempacar, el muchacho, Chris, llevaba una pequeña barba solo en su mentón, y a pesar de que en verdad era muy delgado había conseguido que ese profesional se alejara. Se preguntó acaso si ese muchacho era más fuerte de lo que aparentaba. Parecía un chico muy solitario, como si estar con otras personas le fuera un gran fastidio. «¿Qué le habrá pasado?» Se preguntó a sí misma, pero no creyó correcto preguntarle cosas tan personales al recién conocerlo.

Casi todos en Mörder tenían una historia triste, incluso aquellos que eran admirados o considerados fuertes asesinos, incluso Gretchen. Nadie nunca le contó ninguna historia, pero oyó varios murmullos en su recorrido por los distintos pasillos, incluso había llegado a oír sobre el duro entrenamiento que Gretchen había recibido de su padre, un entrenamiento más duro que el del resto de las personas.

Si consideraban que el trato de ella hacia sus aprendices era blando, Erica no quería siquiera imaginar lo que había sido su entrenamiento.

Pensó en acompañar a los otros novatos y obligados para poder entrenar, a esa hora de la mañana los profesionales solían acompañarlos para observar el avance de sus compañeros, a veces los guiaban y a veces, si los novatos tenían suerte, un profesional podía adoptarlos como maestros.

Tomó de su cama esa chaqueta de jean que le había cedido el chico de la noche anterior, pensó que quizá podría encontrarlo en el gimnasio para poder devolvérsela. Trató de no retrasarse mucho y demostrarle a Gretchen que podía ser puntual, puesto que ella se quejaba de la forma en la que disparaba, culpándola por desperdiciar horas del día. Aún no tenía habilidad al disparar y sus asesinatos habían sido certeros solo porque debió disparar de cerca. La puntería no era algo que se le diera con facilidad, incluso su mano solía temblar al sostener una pistola.

Mientras recorría los pasillos para poder ir al gimnasio no pudo evitar tener pensamientos melodramáticos, una gran característica de ella más allá de su curiosidad.

«Ahora tengo dos hombres como compañeros de cuarto y una chica, bien, estoy rodeada. Siento que un día de estos me van a violar, matar y van a tirar mi cuerpo en la ruta doscientos, luego los perros van a comerme hasta que un camionero me vea al pasar y llame a la policía, pero entonces, como suele suceder, la Justicia cerrará mi caso antes de que resuelvan algo...».

Suspiró al pensar que, a pesar de que era demasiado dramático, era algo que podría llegar a suceder con facilidad en Mörder. Cualquiera podría asesinarla incluso en la luz del día y con facilidad, y el apoyo de Gretchen, podrían esconder cualquier rastro de su existencia.

Si algo llegaba a sucederle Erica estaba segura de que jamás encontrarían su cadáver, porque podía apostar incluso que serían capaces de no dejar siquiera un rastro de este.

Glosario:

Du bist so schön: Eres tan hermosa. (Alemán).

Ich werde dich töten: Te mataré. (Alemán)

El capítulo fue divido en dos partes debido a su largo, aunque mis lectores habituales están acostumbrados a los capítulos largos he decidido dividir los primeros que sean extensos para la comodidad de los nuevos. Luego, de a poco, irán acostumbrándose a la extensión y los capítulos dejarán de ser tan largos, o simplemente no se percatarán de ello.

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