━ two: the crypts of winterfell.

𝐂𝐀𝐏𝐈́𝐓𝐔𝐋𝐎 𝐃𝐎𝐒

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❝ 𝐋𝐀𝐒 𝐂𝐑𝐈𝐏𝐓𝐀𝐒 𝐃𝐄 𝐈𝐍𝐕𝐄𝐑𝐍𝐀𝐋𝐈𝐀 ❞


Los rayos de luz solar comenzaron a atravesar la ventana a primera hora de la mañana y la pequeña niña de cabellos morenos que dormía acurrucada junto a su padre empezó a removerse y finalmente a despertarse. Sus ojos grises se entreabrieron, aún adormilados, y los talló durante un minuto con ambas manos mientras algún bostezo salía.

Después, observó a su padre dormir unos minutos, no pareciéndole que fuera a despertar pronto, así que gateó por la cama hasta llegar al borde y bajó de ella. El suelo estaba frío bajo sus pies descalzados, por lo que se apresuró a ponerse encima de la alfombra hecha con la piel de algún animal, de oso creía ella que era.

Recorrió la habitación con la mirada en busca de las pertenencias que habían traído consigo a Invernalia y arrugó la nariz al darse cuenta de que el baúl que contenía la ropa se encontraba en la otra punta, en el lado de su padre. De puntillas, para evitar tocar lo mínimo posible el suelo, se acercó hasta allí, se puso de cuclillas frente a este y lo abrió con mucho cuidado para evitar hacer ruido. Sin embargo, no pudo evitar que el «click» resonase por la habitación. Llevó la mirada rápidamente hacia la cama, temiendo haber despertado a su padre, pero Delian solo se había removido un poco, aún dormía profundamente. Aliviada comenzó a rebuscar en el interior y tardó mucho más de lo que solía en elegir que ponerse. Estaban en Invernalia, en el hogar de los Stark, así que tenía que dar buena impresión, no podía escoger cualquier cosa.

Se decidió al final por un vestido marrón con matices plateados con el que su hermano siempre le decía que se veía muy bien. Se quitó el vestido blanco y liso que usaba para dormir, dejándolo sobre el baúl bien doblado, y se dispuso a ponerse el otro. No tardó demasiado, pues estaba acostumbrada a hacerlo sin ayuda de una sirvienta. Lo que si le costó y con lo que se acabó rindiendo fue lo de hacerse un peinado bonito.

Regresó hasta la cama para comprobar si su padre daba algún indicio de despertar, pero no era así para nada. Depositó un beso en su mejilla y luego salió de la habitación. Pese a que le daba cierta inseguridad ir sola por el castillo porque no lo conocía, tenía hambre y no podía esperar hasta que su padre despertarse, sobre todo porque a veces podía dormir toda una mañana.

Miró hacia un lado y otro, sintiéndose completamente perdida. No alcanzaba a recordar cual era el camino que habían recorrido por la noche para llegar a la habitación. Intentó recordarlo por varios minutos sin éxito y al final decidió tirar por la derecha, pero sus pasos se notaban vacilantes mientras recorría los estrechos y largos pasillos de piedra.

Escuchó unas voces poco después y al girar en una esquina se encontró con el mismo señor de la casa Stark y el maestre del lugar. Se paró en seco y bajó la mirada cohibida.

—Buenos días, Lord Stark —musitó con un leve tartamudeo.

—Buenos días, Elia, habéis madrugado —devolvió el saludo Ned de forma jovial—. ¿Dónde está vuestro padre?

—Aún duerme. —Ned emitió un bufido similar a una risa, no le sorprendía nada que su amigo todavía estuviese en la cama, pues no era precisamente muy madrugador.

—¿Os gustaría desayunar conmigo entonces? —inquirió el mayor y por primera vez Elia elevó la cabeza para mirarle sorprendida, pero no tardó en volver a bajarla mientras asentía—. Vamos —dijo para después despedirse del maestre con un movimiento de cabeza que este devolvió.

Ned guió a Elia hasta el salón, donde unos sirvientes acababan de dejar preparado el desayuno. Se sentaron uno frente al otro y Elia no se atrevió a probar bocado por mucho que su estómago rugiese hasta que vio al mayor hacerlo. Comieron en silencio por largos minutos hasta que Ned decidió hablar para intentar que la menor no se sintiese tan incómoda y cohíbida.

—¿Qué os parece Invernalia?

Elia se tragó la comida y limpió sus labios con una servilleta mientras meditaba la pregunta.

—No he visto mucho todavía, pero creo que es bonito, me gusta.

—¿Más bonito que el Claro de la Luna? —Ned la miraba con las cejas alzadas, ojos inquisidores y una sonrisa queriendo salir al ver como ella se ponía nerviosa.

—Ah, pues... —No sabía exactamente qué decir. La respuesta estaba clara en su mente: el Claro de la Luna era mucho más hermoso que Invernalia para ella, pero pensaba que sería grosero responder eso, aunque lo sería mucho más mentir diciendo lo contrario.

Una suave risa terminó escapando de los labios del castaño.

—No hace falta que contestéis porque la respuesta es obvia —indicó—. He estado muchas veces en vuestro hogar y sé cuan hermoso es, sobre todo por la noche. —Elia sonrió, contenta de que al contrario pensase así de su hogar—. Aunque hace mucho tiempo que no voy.

—Deberíais hacerlo pronto, padre estaría muy feliz.

—Quizás lo haga. —Podría llevar a Robb y Jon consigo si iba, ninguno de los dos había visitado nunca aquel territorio y ya era hora de que lo hicieran—. Volviendo al tema, ¿por qué no le pedís a Robb que os enseñe Invernalia cuando terminéis de desayunar?

—No quiero molestar —respondió apenada.

—No lo haréis, estoy seguro de que él estará encantado.

—¿De verdad? —Quiso confirmar, él asintió y aunque seguía insegura, terminó accediendo—. Está bien, se lo pediré en cuanto despierte.

—Ya está despierto, debe hacer una hora ya —comentó el castaño tras darle un sorbo a su bebida—. Robb suele madrugar para entrenar. Imagino que Eikar hará lo mismo.

—No realmente. Mi hermano es como padre, le gusta dormir hasta tarde.

—Vaya, eso no lo esperaba —rio entre dientes—. Cuando viene aquí suele levantarse bastante temprano... Quizás lo haga por Robb.

—Es probable que así sea. —Elia recordaba que su hermano siempre le hablaba muy bien de Robb y Jon y de lo mucho que disfrutaba de entrenar con ambos.

Cuando finalmente terminaron de desayunar, Ned hizo de nuevo de guía hasta un balcón de madera con escaleras que daba al patio del castillo. Le señaló una dirección en concreto y cuando Elia llevó la mirada hacia allí, se encontró a Robb entrenando con un hombre mayor de cabellos grises y bastante alto. Usaban espadas de madera, pero llegaba a parecer un enfrentamiento real debido a la destreza que el pelirrojo mostraba. Sus movimientos eran rápidos, limpios y certeros, y era notable cuan duro había entrenado para perfeccionar sus técnicas. Definitivamente se convertiría en un gran espadachín al crecer.

Contemplaron el «combate» en silencio hasta que maestro espadachín lo finalizó y Ned aplaudió. Robb rápidamente se giró hacia su dirección y se sorprendió al encontrarlos, o más bien se sorprendió al encontrar a Elia, pues su padre lo observaba muchas veces entrenar. Los saludó con un movimiento de cabeza y se acercó hasta el balcón cuando Ned le indicó con la mano que lo hiciese.

—¿Robb, por qué no le enseñas Invernalia a Elia? —le propuso su padre.

—Por supuesto —respondió al segundo. Sus azules ojos se dirigieron un momento hacia la mencionada antes de girarse para dejar la espada de madera en su sitio.

Mientras, Ned posó una mano en la espalda de Elia y la empujó suavemente para instarla a caminar. Ella lo hizo y bajó la escalera, sujetándose fuertemente la falda del vestido y manteniendo la mirada fija en lo escalones para evitar tropezarse y quedar en ridículo. Fue con tanto cuidado y tan despacio que para cuando bajó el último, Robb ya había regresado. Intercambiaron una fugaz mirada, donde ella se sintió avergonzada y él le dedicó una sonrisa.

—Buenos días, Lady Elia.

—Buenos días —devolvió el saludo con una pequeña reverencia—. Siento interrumpir vuestro entrenamiento.

—Está bien, puedo continuar más tarde —dijo restándole importancia. Además, no iba a decirlo, pero tenía ganas de pasar un rato con ella—. ¿Qué os gustaría ver primero?

—Quizás el Bosque de Dioses o... las criptas —contestó tras haber dudado con lo último.

—¿Las criptas? —repitió Robb con los ojos bien abiertos y las cejas alzadas de lo extraño que le parecía—. Ese no es un lugar que usualmente la gente desee ver. —Aunque recordaba que una de las primeras cosas que hacían tanto Lord Emberth como Eikar tras llegar a Invernalia era visitar las criptas.

Elia bajó la mirada hacia sus pies, de los cuales solo podía ver las puntas debido al vestido, sintiéndose de nuevo avergonzada.

—M-Me gustaría presentar mis respetos a los antiguos reyes y señores Stark y también desearía ver a vuestra tía Lyanna —explicó sin atreverse a mirarlo por temor a que él reaccionase mal ante su idea. Sin embargo, Robb sonrió al escucharla mencionar a su tía.

—Vamos, entonces. —Se hizo a un lado para que ella pasase primero y después se posicionó a su lado derecho.

A penas tuvieron que caminar unos minutos hasta llegar a la entrada de las criptas, pues no se encontraban demasiado lejos. Robb tomó una antorcha con cuidado por si alguna de las que estaba dentro estaba apagada y comenzaron a bajar las escaleras de piedra en espiral, que eran estrechas y sinuosas. Se detuvieron al llegar al primer nivel, pero antes de abandonar las escaleras, Elia observó cómo estas seguían bajando y se preguntó cuan profundo llegarían.

Caminaron por el interior en completo silencio, encontrándose varias tumbas vacías, las cuales serían ocupadas en el futuro por el actual señor de la casa Stark y por los siguientes a él, como, por ejemplo, Robb.

El pelirrojo se detuvo frente a una primera estatua y obviamente no se trataba de la de Lyanna, pues era un hombre joven, atractivo, con larga barba y rostro sonriente quien se encontraba tallado allí con un lobo huargo a sus pies.

—Mi tío Brandon —anunció Robb.

Elia observó detenidamente la estatua antes de hacer una larga reverencia. Brandon Stark, el hijo mayor de Lord Rickard y Lady Lyarra, el hermano mayor de Eddard, Lyanna y Benjen. El hombre al que su padre quería como un hermano y al que había jurado servir. Elia recordaba que su padre le había dicho que siempre había tenido una relación más estrecha con Ned, más de iguales, pero que había sentido una profunda admiración por el que debería haber sido el siguiente señor de los Stark. Le había contado que lo admiraba como persona y como espadachín, que entrenaban y participaban en justas juntos, que todavía le pesaba mucho su muerte y aún lo extrañaba. Un buen hombre le había dicho que era.

Le estatua contigua se trataba de un hombre sentado en pose de tranquila dignidad con los dedos de piedra aferrados a la espada que tenía sobre el regazo. Antes de que Robb lo presentase como su abuelo Rickard, Elia ya había deducido de quien se trataba. Rickard Stark, el anterior señor de la casa, un hombre que su padre decía que era digo de respetar. Delian le había hablado mucho de él —aunque no tanto como de Brandon, Lyanna o Elia Martell—, y le había mencionado que había considerado más como su padre a Lord Rickard que al suyo propio y que este lo había tratado como si fuese uno más de sus hijos.

La tercera estatua casi le robó el aliento a Elia. Una mujer esbelta, hermosa y de rostro jovial, pero mirada triste estaba esculpida allí. La morena no tuvo dudas al pensar que se trataba de Lyanna y no pudo evitar hacer una reverencia más larga y profunda que las demás, ya que después de todo se trataba de una de las personas que más había amado su padre y de las que más lamentaba muerte; bien sabía que él nunca había dejado de culparse por no haberla salvado.

—Padre dice que era hermosa —comentó manteniendo la mirada fija en el rostro de piedra.

—El mío dice lo mismo —indicó Robb— y que era muy brava también.

—Creo que quien la esculpió no supo captar su belleza.

Robb se limitó a asentir y se mantuvieron cerca de un minuto en silencio.

—Me hubiera gustado poder conocerla —confesó entonces con una expresión que detonaba tristeza.

—A mí también. —Apretó los labios y espiró profundamente—. Es una lástima lo que le sucedió, murió realmente joven y además lejos de casa, como la princesa Elia Martell.

Robb giró su rostro para observarla, Elia tenía una mirada triste mientras miraba la estatua.

—¿Sabéis como murieron? —preguntó con cautela. Él sabía lo que había acontecido en la Rebelión de Robert, su padre y el maestre se lo habían contado, pero nunca con demasiado detalle porque aún era demasiado joven.

—Padre nos los contó a Eikar y a mí el año pasado, pues quiere que siempre las tengamos presentes en nuestra memoria y no olvidemos el horrible precio que pagaron por los errores de otros. —Por sus palabras y la expresión ensombrecida que mostró, a Robb le pareció que ella sí conocía los detalles de lo que sucedió.

—El Norte no olvida, ¿cierto? —Elia lo miró por primera vez en ese pequeño rato y correspondió a la media sonrisa que él tenía en sus labios.

—Exacto, el Norte no olvida.

—¿Puedo preguntaros algo? —inquirió el pelirrojo y la morena asintió—. ¿Os llamaron Elia por la princesa Elia Martell, verdad?

—Así es, ella era la mejor amiga de mi padre y mi madre consideró adecuado llamarme así para honrarla de alguna forma.

Robb lamentó inmediatamente haber preguntado, pues en cuanto la contraria mencionó a su madre sus ojos se cristalizaron e incluso reflejaron cierta culpa. Todo Poniente sabía que Lady Alysanne Mormont había fallecido al dar a luz a su hija, de ahí que los rumores sobre que Elia estaba maldita se hubieran hecho aún más fuertes.

—Lo lamento, no quería haceros sentir triste —se apresuró a decir, agachando la cabeza verdaderamente arrepentido.

—No os preocupéis, sé que no era vuestra intención. —Formó una pequeña sonrisa en sus labios para hacerle ver que estaba bien.

El silencio reinó después de aquello. Robb seguía lamentándose internamente por no haber sido más cuidadoso, aunque realmente no era culpa suya, no sabía que al realizar aquella pregunta, Lady Alysanne sería mencionada y haría que Elia se sintiese triste —más de lo que ya estaba por pensar en lo sucedido con Lady Lyanna y la princesa Elia—. Solo había tenido curiosidad, ya que al haber estudiado a las casas norteñas había notado que no existía ninguna otra mujer llamada Elia en la casa Emberth por la que pudieran haberla llamado así y normalmente, los padres solían poner a sus hijos nombres de sus antepasados.

—Espero ser algún día tan hermosa y fuerte como cualquiera de ellas —interrumpió Elia el silencio y no se refería a solo a Lady Lyanna y la princesa Elia, sino también a su madre.

—Lo seréis —dijo Robb sin ninguna duda.

—Definitivamente, así será —corroboró una voz que se acercaba.

Los dos niños se giraron hacia la procedencia de la voz, Delian caminaba hacia ellos con paso tranquilo y expresión solemne debido al lugar donde se encontraba.

—Lord Emberth —musitó Robb sorprendido y se le estuvo a punto de caer la antorcha que sostenía cuando se dispuso a hacer una reverencia.

—¿Padre, qué hacéis aquí? —preguntó Elia tras haber comprobado que el pelirrojo no se había llegado a quemar.

—He venido a presentar mis respetos y saludar a mis viejos amigos —respondió y observó de reojo las estatuas de Rickard y Brandon Stark cuando pasó a su lado.

Llegó hasta ellos y tomó la antorcha que Robb sostenía, colocándola en un lugar vacío en la pared, para evitar que acabase haciéndose daño. Después, se colocó detrás de ellos, colocando una mano en el hombro de su hija y la otra en la cabeza de Robb, donde revolvió sus cabellos. Sus ojos recorrieron la estatua de Lyanna con tristeza y añoranza.

—No le hace ninguna justicia —comentó, refiriéndose a la estatua.

—Eso pensé antes —señaló Elia.

—Era una mujer preciosa, intrépida y amable. Una buena amiga y una gran hermana —continuó diciendo—. Estoy seguro de que le habría encantado conoceros y enseñaros a ser buenos jinetes.

—¿Jinetes? —inquirió Robb, alzando la cabeza para mirarle.

—Sí, amaba montar a caballo. Brandon y ella lo hacían, casi parecían dos centauros —bromeó, aunque más de una persona había hecho esa comparación en el pasado. Robb y Elia soltaron una risa—. Solía ganarnos a todos cuando hacíamos carreras y se ponía realmente muy feliz. —Rio para después suspirar con nostalgia.

Robb vio en ese momento como una lágrima recorría la morena mejilla del mayor y se sorprendió. Siempre había visto a Lord Emberth como un hombre fuerte y firme, pero amable y alegre a la vez. Nunca lo había visto así, tan triste, tan frágil. No se decepcionó de ello ni mucho menos, solo le sorprendió y le hizo darse cuenta de que él de verdad había amado y atesorado a su tía Lyanna, tal y como su padre lo había hecho.

—Algún día serás tan maravillosa como ella, como la mujer de la cual llevas su nombre y como tu madre —le aseguró Delian a su hija mientras la miraba con amor.

Desde hacía tiempo, ya había comenzado a notar las similitudes que su hija poseía con las tres mujeres a las que había amado y que había terminado perdiendo. Con Elia no solo compartía el nombre, sino también su buen corazón y el amor que profesaba hacia sus hermanos, Elia había amado a Doran y Oberyn, igual que su pequeña amaba a Eikar. También compartía este rasgo con Lyanna y Alysanne. Además, podía ver la chispa de la bravura de Lyanna en ella, una chispa que tarde o temprano se prendería y la haría igual de valiente e intrépida que su vieja amiga. Y para finalizar, pero no menos importante, había heredado la innata curiosidad e inteligencia de Alysanne, aparte de diversas características físicas.

Elia se limitó a sonreír ampliamente y marcando sus hoyuelos, sintiéndose feliz de que su padre creyese eso. Ella también quería creer al cien por cien que acabaría siendo al menos un poco como ellas, pues eran tres mujeres que por las historias de su padre admiraba y respetaba —a su madre más, claro está—.

—¿Estáis recorriendo Invernalia, verdad? —preguntó Delian, cambiando de tema. Robb asintió—. ¿Por qué no continuáis entonces? Me gustaría estar solo un rato.

Los dos niños lo miraron unos segundos antes de mirarse entre sí y asentir. Se despidieron de él con la mano y partieron de vuelta hacia las escaleras en silencio. Cuando llegaron a ellas, antes de comenzar a subirlas, Robb se giró y vio a Delian arrodillado ante la estatua de su tía. Elia se dio cuenta después, sonrió triste y fugazmente y con cierta duda tiró del brazo del pelirrojo para instarle a irse y dejar a su padre a solas con sus viejos amigos y básicamente, familia.

Nada más regresar al patio, se encontraron con Jon corriendo hacia ellos y saludándolos con una mano.

—¿Dónde estabais? —cuestionó al detenerse frente a ellos—. Os he estado buscando.

—Fuimos a las criptas, Lady Elia quería dar sus respetos a nuestra familia —contestó Robb—. Le estoy mostrando Invernalia —añadió después, por si llegaba a preguntar porque había sido él y no Lord Emberth quien la había llevado a aquel lugar.

—¿Y os puedo acompañar por el resto de la visita? —preguntó el moreno.

—Claro —respondió rápidamente el pelirrojo, pero en seguida se dio cuenta de que debía consultarlo primero con la morena—. ¿Os parece bien?

—Sí, por supuesto. —Jon le dedicó una sonrisa agradecido que ella devolvió.

Acto seguido, los tres continuaron el recorrido por Invernalia, con Robb a la cabeza. Mientras lo hacían, el pelirrojo fue contando detalles e historias sobre la construcción del castillo, a las que se sumaron algunas anécdotas de la vida de ellos por parte de Jon. Como, por ejemplo, al pasar por el establo, el moreno comentó que la primera vez que Robb había montado en caballo se había caído a los dos minutos. Por supuesto, su medio hermano no había tardado en darle un puntapié sintiéndose entre molesto y avergonzado, pues no quería quedar mal delante de Elia. Pero ella a pesar de que no pudo evitar reírse al imaginar la escena, había comentado que le había pasado algo similar en una de sus primeras veces.

Siguieron así, contando anécdotas, riéndose y disfrutando de su compañía, hasta que fueron llamados para comer. Para entonces, Elia ya había comprendido porque su hermano mayor hablaba tan bien de ellos y siempre quería ir a Invernalia. No solo porque en el Claro de la Luna no había demasiados niños con los que poder estar, jugar o entrenar, sino porque también eran realmente agradables y conseguían hacerte sentir cómodo muy rápido. Así que, aunque no le gustaba y le preocupaba que Eikar estuviera enfermo, agradecía a los Antiguos Dioses el haber tenido la oportunidad de acompañar a su padre en su lugar y haber conocido a los dos jóvenes lobos.

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