━ three: a tree, a smile and a promise.
𝐂𝐀𝐏𝐈́𝐓𝐔𝐋𝐎 𝐓𝐑𝐄𝐒
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❝ 𝐔𝐍 𝐀́𝐑𝐁𝐎𝐋, 𝐔𝐍𝐀 𝐒𝐎𝐍𝐑𝐈𝐒𝐀 𝐘 𝐔𝐍𝐀 𝐏𝐑𝐎𝐌𝐄𝐒𝐀 ❞
Rápido como el viento corría el mayor de los hijos de Stark por Invernalia, bajó las escaleras a toda prisa, saltando los tres últimos escalones y saludó a su maestro de espada cuando se lo cruzó, pero no se detuvo hasta que llegó a los establos. Asomó la cabeza por la puerta para encontrarse justo en frente a quien estaba buscando y sonrió fugazmente. La pequeña Elia se encontraba allí, acariciando por un lado la cabeza de un hermoso caballo blanco mientras que con la otra mano le daba algo de comer.
—Lady Elia —llamó su atención Robb.
La mencionada dio un respingón de la sorpresa, provocando que a él se le escapase una risa.
—Lord Robb —murmuró con un pequeño titubeo.
—Padre ha dicho que puedo llevaros al Bosque de Dioses. —En realidad, no había ninguna inconveniencia para poder llevarla, pero había preferido prevenir y pedir permiso por si acaso.
—¿De verdad? —Él asintió y ella sonrió.
—¿Vamos, entonces?
—Sí, vamos —dijo con entusiasmo para después sacudir sus manos y la falda de su vestido donde se había quedado pegado un poco de heno del establo.
—Y si queréis podemos aprovechar para coger unas manzanas para esa hermosa yegua —propuso Robb mientras miraba al caballo. Era un gran ejemplar.
—Eso sería estupendo, le encantan las manzanas. ¿Verdad que sí? —habló ella mirando a la yegua y esta relinchó como si la hubiese entendido.
Salieron del establo y pasearon hasta que llegaron al Bosque de Dioses de Invernalia.
Se trataba de un lugar oscuro y primitivo, con tres acres de gran tamaño. Números árboles lo componían, principalmente centinelas, robles y palos santos, pero también espinos, fresnos, castaños, olmos, pinos soldados y un único manzano que destacaba por el color rojo tan fuerte de las manzanas que daba. En el centro había un pequeño estanque, oscuro y frío, junto a un arciano. Por lo que Elia sabía el bosque tenía más de diez mil años de longevidad y según la leyenda, Brandon el Constructor había construido el castillo en torno a la arboleda.
Elia se acercó con cautela hasta el árbol corazón para observarlo mejor, seguida muy cerca por Robb. El antiguo árbol tenía una corteza blanca como el hueso, hojas de color rojo oscuro, y un rostro largo y melancólico tallado en la corteza, con profundos ojos rojos con savia seca.
—Es hermoso —dijo rompiendo el silencio—. Es más hermoso que el Bosque de Dioses del Claro de la Luna.
—Me sorprende —confesó el pelirrojo—. He oído que el Claro de la Luna es en general más hermoso que cualquier lugar en el Norte.
—No conozco todos los lugares del Norte para confirmar tal cosa, pero puedo asegurar que en lo que se refiere al Bosque de Dioses, Invernalia lo supera por mucho. —Se giró y se acercó hasta el estanque, donde se puso de cuclillas, elevando ligeramente su vestido, para tocar el agua con la punta de los dedos—. Aunque nosotros tenemos un lago que siempre será más bonito que un pequeño estanque.
Robb se situó a su lado, sentándose sobre el suelo y mirando el agua moverse.
—Me encantaría verlo.
Elia llevó su mirada hasta él y Robb al darse cuenta por el rabillo del ojo, también giró su rostro para mirarla.
—Podéis ir a visitarnos cuando queráis, Eikar y padre estarían encantados —indicó con una suave sonrisa.
—¿Vos no? —inquirió con una ladina sonrisa y observó cómo la contraria se ponía nerviosa.
—Por supuesto que yo también —susurró mientras jugaba con los dedos de sus manos inquietamente. La sonrisa del pelirrojo se amplió, satisfecho por la respuesta.
—¿Soléis pasar mucho tiempo en el Bosque de Dioses de vuestra casa? —preguntó Robb cambiando de tema.
—Bastante, sí. Me gusta ir a pensar allí —reconoció ella—. Aunque parece que los Antiguos Dioses no están muy dispuestos a responder mis preguntas.
—¿Qué es lo que le preguntáis?
—Les pregunto... sobre esto. —Señaló con un dedo la pequeña marca debajo de su ojo izquierdo.
Robb notó en seguida como su expresión se había vuelto triste y como sus ojos parecían haber pedido su brillo. «Está maldita», resonó en su cabeza. Había escuchado a demasiadas personas decir aquello, incluso antes de conocerla y tras hacerlo, seguía sin comprender porque lo decían. No veía donde estaba lo maldito en ella. Solo veía a una niña normal, una niña como él, una niña amable, tímida y dulce. A parte de con una falta de confianza enorme en sí misma, probablemente debido a como la gente la trataba.
—¿Os preocupa mucho? —cuestionó con duda.
—¿No os preocuparía a vos si todos os dijesen que estáis maldito? —cuestionó ahora ella, mirándole a los ojos y en los ajenos, él percibió un gran dolor.
Hubo unos minutos de silencio, donde Elia apartó la mirada hacia el estanque y él bajó la cabeza. Si se tratase de él quien sufriese sobre esos rumores, también estaría preocupado, pero no quería decírselo para hacerla sentir peor. Quería hacer justo lo contrario, animarla, hacerle ver que no todos pensaban así sobre ella.
—Como os dije la noche en que nos conocimos, no entiendo porque los demás dicen esas cosas de vos y os tratan mal. Son solo rumores para mí, una marca no es suficiente prueba para decir tales cosas. —La marca no era lo único a lo que se aferraban los demás para acusarla de esa forma, también se basaban en ciertos antecedentes familiares, pero Robb no lo sabía y aunque lo supiese, seguiría creyendo que no era suficiente—. Además, a mí, personalmente, me gusta tu marca.
Justo como aquella primera noche, Robb no notó como el corazón de Elia revoleteó ni las decenas de emociones que la invadieron gracias a sus palabras. Era la primera persona fuera de su familia que la trataba con tanta gentileza. Él sin duda era diferente a los demás.
Su sonrisa asomó, remarcando sus hoyuelos, y él festejó internamente haber conseguido animarla.
—¿Qué tal si vamos a coger esas manzanas para la yegua? —preguntó levantándose de un salto y tendiéndole una mano después para ayudarla a levantarse.
Elia aceptó su mano con un cierto titubeo y tras incorporarse, aún cogidos de la mano, él la condujo hasta el manzano. Fue ahí cuando la soltó para, sin decir palabra, comenzar a trepar por el árbol.
—¿¡Q-Qué hacéis!? —inquirió la morena alarmada y con los ojos abiertos como platos.
El pelirrojo se detuvo cuando ya estaba por la mitad del tronco y giró ligeramente la cabeza.
—Trepar, por supuesto —respondió como si nada—. Las manzanas del suelo están podridas y las de las ramas más bajas están picadas, así que hay que coger las de la parte más alta.
—P-Pero...
—¿Os preocupa vuestro vestido? —cuestionó divertido. Era una dama, no sería extraño si fuera así.
—No es eso, yo... nunca he trepado —susurró mientras tiraba de la falda del vestido y se balanceaba nerviosamente.
Robb se sorprendió. Recordaba que Eikar, el mayor de los Emberth, solía gustar de subirse a los lugares altos de Invernalia cuando iba de visita y que lo hacía con suma facilidad. Así que le resultaba extraño que no hubiera enseñado a su hermana menor a hacerlo. Aunque podía ser que no lo hubiese hecho ya que ella era una dama y una dama no debía hacer tales cosas.
—Os ayudaré, solo dadme un segundo.
Dicho aquello se apresuró a terminar de subir y cuando se hubo acomodado en una fuerte y gruesa rama del árbol, se inclinó y tendió una mano hacia abajo para que ella la cogiese. Por suerte, el manzano no era demasiado alto, por lo que hasta ella debía ser capaz de subirlo.
Elia dudó y dudó bastante, pero finalmente se acercó hasta el árbol e intentó empezar a treparlo usando como apoyo algunas ramas y huecos en la corteza.
—Muy bien, seguid así. —La animó el pelirrojo.
Y cuando se le comenzó a complicar la subida, Robb estiró aún más su mano hacia abajo, ella la tomó con un ligero temblor y acto seguido, él tiró de ella con toda la fuerza que pudo. Gracias a su ayuda, consiguió alcanzar la rama en la que él estaba y como mejor fue capaz e intentando no mirar hacia abajo por si le daba vértigo, se sentó sobre ella, agarrándose fuertemente con las manos a ella para no caerse.
—¡Lo conseguisteis! —Festejó Robb sonriendo cuando vio que ella ya estaba en una posición segura—. Para ser la primera vez, no lo habéis hecho mal.
—Ha sido gracias a vuestra ayuda —repuso Elia con timidez—. Sois bastante fuerte.
Estaba ciertamente sorprendida por eso. Ella tenía un ligero sobrepeso, por lo no debía ser fácil para un niño intentar levantarla, sin embargo, a él no parecía haberle costado.
—Entreno mucho —dio como explicación.
Permanecieron durante un rato únicamente balanceando sus piernas en el aire y contemplando la vista que había desde allí. Cuando a Robb le pareció que Elia ya se sentía completamente segura, se puso de pie sobre la rama y caminó por ella, sujetándose en otras para no perder el equilibro.
—T-Tened cuidado —musitó la morena muy nerviosa.
—No os preocupéis, lo hago a menudo.
Sí, se notaba que no tenía ningún problema. Se movía con cautela, pero también con la seguridad de alguien que sabía lo que hacía.
Estiró una mano, recogió un par de las rojas manzanas y se las tendió a Elia, quien las fue colocando sobre su regazo. Tomó otras dos, pero solo le dio una a ella. La otra se la quedó, la frotó contra su ropa para limpiarla y comenzó a comérsela.
—Está buena —murmuró y le dio otro mordisco.
Elia imitó su acción mientras que él regresaba a su lado y se sentaba.
—He oído de vuestro padre que os iréis por la mañana —mencionó Robb cabizbajo.
Le deprimía un poco que ella fuese a marcharse tan pronto. Solo habían pasado cuatro días juntos y encima se le habían pasado volando. Si hubiera sabido que iba a quedarse tan poco, habría aprovechado mejor el tiempo. No habría dedicado tanto a entrenar y habría hecho más cosas con ella. La habría llevado a dar un paseo a cabello ya que al parecer a ella le gustaban, por ejemplo.
—Así es. Está preocupado por la condición de Eikar, por lo que no quiere dejarlo solo más tiempo —explicó Elia mientras le daba vueltas a la manzana.
—Oh, cierto, había olvidado que Eikar no había venido por estar enfermo... Supongo que también estáis preocupada por él, ¿cierto? —La morena asintió.
—Es mi hermano después de todo —indicó sonriendo—. Un muy buen hermano.
—Lo sé, aunque no compartimos sangre, él siempre se ha comportado como un hermano con Jon y conmigo —contó con una media sonrisa. Robb apreciaba y admiraba a Eikar profundamente, pues tenía un gran corazón y un talento innato—. ¿Volveréis? —inquirió y la mirada que le dedicó estaba llena de esperanza, pero también de algo de miedo.
—B-Bueno, no lo sé, no sé si es adecuado —farfulló nerviosa. Se suponía que solo había acompañado a su padre esta vez porque su hermano no podía.
—¿Por qué no? Los lobos y las lunas deben llevarse bien, ¿no? —preguntó enarcando una ceja—. Es lo que diría vuestro padre y creo que para que podamos llevarnos bien, debemos pasar tiempo juntos y conocernos mejor. ¿Me equivoco?
—No, no lo hacéis.
—A mí me gustaría que volvieses —dijo con total honestidad y las mejillas de la morena no tardaron en tomar un tono rojizo.
—Si es lo que deseáis, entonces... —comenzó a decir aún más nerviosa que antes. Sus palabras la habían avergonzado y alegrado de igual forma.
—Es lo que deseo, pero, ¿qué deseáis vos? —No tenía sentido alguno si solo era él quien deseaba volver a verla.
Sus miradas se encontraron y el corazón de Elia dio un vuelco al percibir en aquellos orbes azules tanta calidez y sinceridad.
—Quisiera volver —confesó y aunque fue en un tono muy bajo, Robb llegó a escucharla por la cercanía y una amplia sonrisa surgió en sus labios.
—Es una promesa —indicó elevando su mano.
—Es una promesa —repitió ella entrelazando sus dedos meñiques para sellarla.
Entonces, mientras el zafiro y la plata de sus ojos chocaban, cada uno le mostró su mejor sonrisa al otro; la de Robb atrayente y cálida, y la de Elia dulce y honesta. Estaban contentos. Contentos por haberse conocido. Contentos por haberse hecho amigos. Contentos por sentir que sus lazos se estrechaban. Contentos por saber que se volverían a ver.
Además, Elia también estaba contenta pues su padre tenía razón, los Stark eran diferentes y entre ellos, notaba como Robb comenzaba a ganarse un espacio en su corazón, sin importarle los prejuicios y rumores que había sobre ella. Y por su parte, Robb estaba contento también porque, como su padre solía decir, la luna era la mejor compañera de un lobo y empezaba a pensar que, para él, esa luna no era otra más que Elia.
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