Capítulo 6

Elle se acercó a la puerta de la habitación y pegó el oído sobre ella. Desde adentro alcanzó a escuchar el sonido de un televisor que transmitía lo que parecía ser un partido de fútbol.

Apretó los dientes y tembló de miedo, sin embargo sabía que debía insistir, debía tocar otra vez.

Volvió a llamar con la mano pero de nueva cuenta nadie respondió.

Aquello la hizo temer aun más. Tomó aire y agarró mayor valor.

Golpeó con más fuerza.

Entonces la puerta se abrió con una brusquedad que la hizo saltar hacia atrás y gritar agudamente.

Era Brock quien había abierto. Elle maldijo su mala suerte internamente, de todos los hombres malos que la rodeaban en aquel lugar, era él precisamente quien más terror le daba.

Era un hombre tenebroso, gigantesco, más robusto que cualquier otro que ella hubiera conocido, alto y arrastraba los pies al caminar. Tenía ojos muy azules pero sus cejas apenas y eran perceptibles. Eran tan rubias que parecían transparentes en su piel, casi como si no tuviera. Sus dientes eran amarillos y le olía la boca al hablar pero era su mirada lo que la ponía a temblar.

Ella sabía bien lo malvado que podía llegar a ser. Le gustaba golpear y gritar, y aquellas enormes manos siempre dejaban negras magulladuras cuando se ensañaba con alguno de los chicos.

Todos, absolutamente todos, intentaban huir de su crueldad cada vez que lo veían aproximarse.

Brock clavó sus enrojecidos ojos en ella y esbozó una detestable sonrisa.

–Pero mira quién ha venido a visitar– se regocijó en su imperfecto inglés. El tono espeluznante y el remarcado acento europeo le habían dejado en claro a la chica que todos ellos eran extranjeros. No tenía ninguna duda. –Es la americana princesita. ¿Acaso me extrañabas, cariño?– la cogió de la muñeca y la arrastró bruscamente al interior del maloliente y húmedo cuarto, iluminado únicamente por la parpadeante luz de la televisión. En la pantalla había un partido de fútbol que era narrado por un comentarista que hablaba un idioma que ella desconocía pero que había aprendido bien a traducir con el tiempo. Fuera cual fuera, era el mismo que utilizaban sus captores cada vez que se comunicaban entre ellos. Ninguno sabía que ahora podía entenderlo.

Por un instante Elle pensó en su padre que siempre había amado el fútbol pero el olor a pies, a sudor rancio y a comida aceitosa la atrajo de vuelta a su horrorosa realidad.

Vio a su captor llevarse un cigarrillo a los labios y darle una calada. Luego le echó a ella el humo en la cara deliberadamente, haciéndola toser.

–¿Gustarte tu nuevo alojamiento, princesa?– continuó burlándose Brock. –¿Te sientes feliz de haber dejado el calabozo? Imaginar que estás aquí para darme las gracias, ¿verdad?–

–Cállate ya, pervertido– ladró Vickie poniéndose en pie desde el sofá en donde había estado recostada todo el tiempo.

Elle saltó de sorpresa al verla. Debido a la oscuridad y a su silencio no había notado su presencia, sin embargo fue un gran alivio saber que no estaba sola con aquel monstruo.

Se trataba de una mujer que debía rondar los cuarenta años. Tenía el cabello corto casi como el de un varón, y era tan negro como el azabache, lo llevaba desfilado y colgaba de su rostro seco y estropajoso. Sus ojos estaban muy juntos y era la única con ojos oscuros. Todos los demás los tenían azules, aunque de distintos tonos. Era dura y fría, pero prefería tratar con ella y no con Brock. Además esa mujer era la única capaz de mantenerlo a raya.

–¿Qué es lo que quieres, niñita boba?– el inglés de Vickie era mucho mejor pero al igual que todos los demás, poseía ese acento extranjero que no podía disimular.

–E...es...– Elle abrió la boca para poder hablar pero no lo consiguió del todo. Temblaba de pánico y no era capaz de hilar una sola oración.

–¡¿Qué cosa?!– explotó Vickie de inmediato. Era bien sabido que no era precisamente una mujer paciente. Por otro lado detestaba a todos los niños. No le agradaban.

–Es por Reign– explicó nerviosa, tratando de elevar la voz lo suficientemente como para darse a entender aun por encima del ruido de la televisión. –No ha dejado de llorar. ¿Tiene más medicina?–

Elle se sentía demasiado débil como para estar ahí enfrentándose a aquellos dos. Lo cierto era que apenas y había podido dormir durante los siete días que había estado encerrada en el calabozo de castigo. Ahí dentro había sufrido náuseas, vómitos y lloros para toda una vida. Sin embargo había comprendido bien que el tiempo no importaba dentro de aquel infierno en el que se encontraba.

–Ese mocoso siempre está llorando– afirmó Brock con fastidio. –Ser buena idea que yo baje y de un buen motivo para que llore de verdad– sonrió como si estuviese disfrutando. Juntó sus dedos entrelazándolos unos con otros y después los tronó haciéndolos crujir. Luego hizo lo mismo con su cuello.

Horrorizada ante lo que el hombre decía, Elle clavó sus cansados ojos grises en Vickie.

–Tiene fiebre– informó. –Podría morir, como... como Sarah–

Lo siguiente que la rubia sintió fue intenso dolor cuando Brock la golpeó con el puño cerrado. Cayó sobre el suelo desorientada, pero hizo acopio de todas sus fuerzas y resistió las lágrimas pugnando en su retina. Gracias al cielo alcanzó a ver que Vickie había encendido la luz y rebuscaba en unas cajas mientras refunfuñaba.

Sin poder evitarlo emitió un suspiro de alivio. Sabía que mencionar a Sarah siempre sería arriesgado. Lo había escuchado en las conversaciones que ellos mantenían en su idioma, alguien se había enfadado muchísimo con lo que le había ocurrido a Sarah, alguien a quien Brock, Vickie y todos los demás temían. Debido a ello había sacado sus propias conclusiones, a ellos les interesaba que no murieran más niños.

Luego de unos cuantos instantes, la enfadada mujer encontró por fin un frasco de vidrio y lo lanzó por los aires.

Elle intentó capturarlo dando un salto pero lo había lanzado tan alto que no pudo siquiera tocarlo con las puntas de sus dedos. El medicamento cayó estruendosamente al suelo sobre una alfombra sucia que en su momento debía haber sido blanca y ahora estaba teñida de suciedad oscura. Por suerte no se rompió.

Todavía se encontraba en el suelo, así que goteó rápidamente para recogerlo, intentando no llorar. Sabía que si lloraba todo sería peor. Miró fijamente el frasco. Ibuprofeno en jarabe. Eso serviría, se dijo contenta. Comenzó a levantarse pero de pronto fue atrapada por las manos de Brock.

Él la sujetó con fuerza y la hizo ponerse en pie estampándola contra la dura y gigante montaña que conformaba su cuerpo. La miró con brillo asesino. La chica resistió el miedo todo lo que pudo. Se estremeció pero consiguió mantenerle la mirada.

–No volver a mencionar a Sarah. Yo no querer oír su nombre nunca más. De lo contrario tú desaparecer también. ¿Entender, princesita?–

Elle estaba presa del terror. Tanto que no podía moverse siquiera. Brock seguía mirándola, sonriente y perverso, como si algo en su interior creciera haciéndolo más grande y fuerte, más temible. Toda su maldad parecía extenderse hacia ella como si fueran afiladas garras que la hicieran sentirse sucia en todo su ser, sobre todo en el alma, donde era más vulnerable.

–De acuerdo– apretó el frasco en sus manos y dijo con voz temblorosa. –Debo regresar con Reign, por favor...–

Vickie sacó un cigarrillo y lo encendió con indiferencia.

–Deja ya que se largue– le dijo a su compañero. –Debe ir a atender a aquel pequeño gusano–

Brock soltó una desagradable y terrorífica carcajada.

–Tú ser la más cómoda, ¿cierto, Vickie?– le dijo burlón. –La princesita hacer tu trabajo mientras tú te pasar las lindas vacaciones–

Se suponía que el jefe la había elegido para que fuera, si bien no cariñosa y maternal, al menos que se ocupara de cuidar a los niños y encargarse de ellos.

–Cierra la boca, Brock, si no quieres que te rompa el cráneo–

Pero él la ignoró.

–Si tú no servir para hacer tus obligaciones, ¿entonces para qué estar aquí? Deberían echarte–

Vickie entornó su peligrosa mirada.

–Sal de aquí, mocosa– le dijo a Elle.

La chica asintió y se echó a correr. No deseaba saber cómo terminaría la pelea entre sus captores así que fue rápida.

Consiguió llegar hasta la sala donde estaban todos los demás.

Los sollozos de Reign se habían convertido ya en débiles quejidos.

Notó que el pie desaparecía y corrió hacia el pasillo que conducía a las habitaciones sin ventanas donde estaban encerrados los niños. El estruendo había disminuido. Los lloros de Reign eran ahora débiles quejidos. Joshua y Shiloh tampoco tenían energía pero habían cumplido bien su tarea de cuidar al pequeño.

–Ayúdenme a darle la medicina por favor– les pidió y ellos asintieron.

Shiloh fue quien sostuvo en lo alto la veladora que en ocasiones les permitían encender. La llama era demasiado tenue pero servía para aluzar un poco y poder medir la cantidad de jarabe que debían verter sobre la tapa.

En silencio, Elle rezó para que fuese la dosis correcta para un bebé de tres años.

Reign casi se atragantó cuando le dio de beber la medicina, y tosió escupiendo y humedeciéndose la ropa y el cuello.

–No...– gimió con angustia. La frustración de la chica fue tan grande que esta vez no pudo seguir conteniendo las lágrimas. Estas resbalaron por todo su rostro velozmente hasta caer por su mentón. Tenía muchísima rabia e impotencia y sólo deseaba gritarle que por una vez se estuviera quieto y obedeciera, que seguiría enfermo y moriría si no se tomaba la medicina, pero el cansancio la venció. Se dio por vencida y acabó acurrucándose contra el pequeño cuerpecito mientras miraba con los ojos muy abiertos la sórdida oscuridad.

Un segundo más tarde Shiloh dejó de lado la veladora, se le unió y al igual que Reign, se quedó dormida. Elle sabía que más tarde despertaría llorando debido a las pesadillas que noche tras noche sufría, y además de todo la mojaría. Sí, la niña tenía siete años y se hacía pipí con regularidad, sin embargo no le importó. No le importaba llenarse de orina si ella se sentía segura a su lado. Daba igual y además no podía ensuciarse más de lo que ya estaba. Cerró los ojos y anheló con todas sus fuerzas poder tomar un baño caliente en la bañera de su habitación, esa que estaba decorada en color rosa por todas partes y que ahora parecía tan lejana. Sí, un baño era lo que más se le antojaba, así como en su vida de antes, donde después del colegio asistía a su práctica de esgrima y después a sus clases de baile, llegaba sudada a casa y entonces su madre le preparaba el baño más relajante del mundo. Luego de aquello bajaba y tomaba la cena con ella y con su padre, un delicioso sándwich de jamón o de pavo y un vaso frío de leche achocolatada. Con tristeza se preguntó qué estarían haciendo sus papás en ese preciso instante. ¿Habrían cenado ya su infaltable sándwich?

No, se dijo. Seguro estarían sufriendo por su ausencia, seguro no sentían apetito alguno, ni ganas de seguir viviendo. Ellos la amaban tanto y le dolía en el alma saber que en esos momentos debían tener roto el corazón.

Joshua se recostó pegando su espalda a la suya y haciéndola girar la cabeza para mirarlo. Tenía diez, sólo dos menos que ella. A veces fingía ser fuerte y no tener miedo, pero en otras ocasiones como esa simplemente se rendía y buscaba consuelo.

Kyle, el pequeño pelirrojo de seis y Hugo de nueve hicieron lo mismo.

Elle era la mayor de todos y era por ese motivo que todos acudían a su lado siempre en busca de calor maternal. Tenía solamente doce años pero se había convertido en la madre de esos pobres niños que habían corrido con tan mala suerte al igual que ella.

Cada uno de ellos había ido llegando en diferentes tiempos.

Solamente Joshua había estado con ella desde el principio, al igual que Sarah, en aquel destartalado remolque.

Recordar a Sarah de nueva cuenta la hizo estremecerse mientras intentaba tapar a los pequeños con la descolorida y rota sábana, haciendo esfuerzos porque alcanzara para todos.

Después volvió a recostarse y abrazó a Reign, a sabiendas de que esa noche tampoco dormiría. Nunca lo hacía cuando Brock estaba ahí. Sólo era capaz de conciliar el sueño cuando él desaparecía y se iba por largos días dejando en su lugar a otro sujeto de baja estatura y de larga barba, quien jamás les dirigía una mirada siquiera. Sí, prefería ser ignorada a toda la indeseada atención que Brock le daba.

No pudo evitar evocar las palabras que Sarah le había dicho antes de que muriera. Cosas que hubiera preferido no saber nunca.

Sarah también había sido secuestrada y alejada de sus padres. La habían capturado unos cuantos meses antes que ella. Era dos años mayor y veía el mundo de una manera diferente, más cínica y más sabia. De repente un día había caído enferma y después había muerto.

Elle había llorado demasiado en el momento en que la vio morir y también los días que le siguieron.

Había sido una gran amiga y una buena compañía en aquel horroroso lugar. Había sido ella quien la había hecho darse cuenta de lo que no había notado por culpa de su inocencia.

Una de aquellas noches, le había chistado para llamarla después de que Brock dejara de molestarlas y se fuera a su propia habitación.

–Le gustas a ese sujeto– le había susurrado en medio de un ataque severo de tos.

–¿Qué dices?– ella se había enderezado del catre para poder mirar a Sarah que dormía a unos cuantos metros apartada.

–Sé que no me... que no me equivoco. He visto cómo te mira– había vuelto a toser. –Mejor será que tengas cuidado, Elle–

–Creo que te has vuelto loca. Él me odia. Siempre busca oportunidad para golpearme y maltratarme–

Sarah había negado.

–Le gustas– había repetido cautelosamente. –Sabes lo que eso significa, ¿no?–

Elle, la niñita a la que sus padres habían criado en un mundo de princesas y unicornios, no había comprendido a qué se había referido, así que Sarah se había visto en la penosa necesidad de contárselo todo con lujo de detalles, todo lo que Brock intentaría hacerle con su repugnante cosa que le colgaba de entre las piernas, todo lo que exigiría que ella le hiciera también.

–Te lo digo sólo para que estés preparada. Sólo es cuestión de tiempo. Él vendrá por ti–

–Pe...pero...– la rubia se había mostrado ya aterrorizada.

Sarah había continuado tosiendo.

–Acabarás acostumbrándote, y... quizás a lo largo será mejor así. De cualquier manera acabaremos siendo vendidos y nos obligarán a cosas peores–

–¡Pero somos niños!– había protestado Elle al borde del llanto.

Sarah se había limitado a echarse a reír por lo tonta e inocente que era. Se había reído tanto que luego de algunos segundos había terminado sollozando sobre la cama, hecha un ovillo y con el cabello empapado de sudor, temblando y tosiendo.

Luego de aquello había sufrido de trastornos del sueño, consiguiendo dormir únicamente cuando Brock no se encontraba.

Y poco después Sarah había dejado de sufrir, cerrando sus grandes y bonitos ojos para siempre.

En ese momento Elle alejó los recuerdos y abrazó a Reign con más fuerza.

La vela apagó su mecha y entonces la oscuridad la envolvió implacablemente.

•••••

La señorita Hathaway terminó de entregar las boletas de calificaciones, les sonrió desde su escritorio a todos los padres de familia y amablemente les informó que la reunión había termino y que podían marcharse si así lo deseaban.

Ariana no se puso en pie de inmediato sino que permaneció en el pupitre y revisó la boleta.

Gianna había obtenido A en todas sus materias y además había sido ingresada al cuadro de honor de su grado. Aquel hecho la llenó de orgullo.

Contenta, se dispuso a marcharse, ir en busca de su pequeña y abrazarla fuertemente, sin embargo antes deseaba hacer algo más.

Se acercó a la maestra quien se deshacía en sonrisas despidiéndose de todos los padres y madres que habían acudido a la reunión.

–¿Puedo hablar un momento con usted, señorita Hathaway?–

–Desde luego, señora Butera. Tomé asiento por favor– la invitó y segundos más tarde ella hizo lo mismo. –¿Tiene algún inconveniente con las calificaciones de Gianna?–

–No, no. Al contrario, me siento muy orgullosa de ella– sonrió.

–También yo– convino la maestra. –Es una niña muy inteligente, y sobre todo refleja toda la atención que usted le da. La felicito– sabía que era madre soltera. La felicitación era doble.

–Le agradezco–

–¿Entonces cuál es el problema?–

–Yo... Bueno, me gustaría saber si sus compañeros de clase han seguido molestándola. Se lo he preguntado algunas veces pero se niega a responderme–

–Entiendo su preocupación, y voy a serle sincera. Después de que hablamos con usted, la directora y yo nos reunimos con estos niños, hablamos con ellos y creo que lo entendieron bien. No se han vuelto a meter con Gianna, están aprendiendo a respetarla y a respetar a todos sus demás compañeritos–

–Eso me tranquiliza mucho–

–Lo sé–

–¿Ella... sigue comportándose distante en el salón? ¿Ha notado usted alguna mejoría en su manera de relacionarse? ¿En su capacidad de hablar?–

Una madre que se preocupaba por su hija, a la que le dolía saber que tenía problemas.

–Eso no ha cambiado en nada. He animado a diferentes grupos de niñas para que la integren a la hora del recreo, pero Gianna suele rechazarlas a todas. Y con respecto a su nivel cognitivo de lenguaje, sigue comunicándose mediante silabas y movimientos de cabeza–

–¿Cree usted que esto pueda ser consecuencia de... ya sabe, los comentarios burlones que antes hacían de ella los niños?–

–Puede ser, pero también existe la posibilidad de que sufra de algún trastorno o algo por el estilo. Por favor no me lo tome a mal, esto puede llegar a ser serio. Lo mejor sería que acudiera a algún especialista–

–Le agradezco mucho, señorita Hathaway–

–Por favor manténgame informada–

–Desde luego–

Ariana se despidió de la maestra, y sumida en sus propios pensamientos se dirigió hasta el patio de la escuela para buscar a Gianna y que así pudiesen marcharse.

Iba tan concentrada en encontrarla que no se dio cuenta de que cierto sujeto se aproximaba hasta ella.

–Oh, hola–

La castaña se sintió bastante irritada cuando notó que era el hombre que frecuentaba el Moonlight de vez en cuando. El padre de Bobby.

–Eh... Disculpe– intentó esquivarlo fingiendo que llevaba prisa, pero él fue mucho más rápido y la detuvo utilizando su cuerpo para impedirle el paso.

–Espera, espera, por favor, no me dejes hablando solo– sonrió esforzándose por parecer amigable, pero a ella se le antojaba demasiado poco entablar una amistad con él.

–Lo lamento, pero tengo mucha prisa–

–Lo sé, lo sé– por segunda ocasión se ocupó de obstruirle. No dejó de sonreír. –También yo. Esta vida de padres nos hace andar como locos, ¿cierto?–

La paciencia de Ariana comenzaba a agotarse. Pero la realidad era que no tenía ninguna cuando se trataba del género masculino.

–Sí, en efecto. Ahora sí me permite...–

–No, no, no– por tercera vez se opuso a dejarla ir. –No puedo permitir que te marches sin antes decirte que... que eres muy bella–

Ariana podía ver cómo los ojos del papá de Bobby se movían de su rostro hacia sus senos llenos y bien formados. Le dieron ganas de abofetearlo. ¡Estaban en una escuela primaria, por el cielo santo!

–Gracia– apretó los dientes.

–Seguro eres de esas mujeres que no saben lo perfectas y hermosas que son, por eso hoy quise ser yo quien te lo dijera– sus intentos de coqueteo resultaban patéticos. Era un imbécil, no le quedaba duda.

>Idiota< ella sabía perfectamente lo hermosa que era. No la sorprendía en nada sus halagos.

Estaba a punto de pedirle cortésmente que la dejara en paz cuando Gianna apareció corriendo abrazándose a sus piernas.

–¡Mami!– exclamó emocionada y haciendo que su madre se olvidara del impertinente hombre que había estado enfadándola en los últimos segundos.

–Ay, mi niña hermosa. Ven aquí, tengo que abrazarte– Ariana se inclinó para poder abrazarla con todo su amor maternal. Después le acarició la tierna y bonita carita. –Estoy tan orgullosa de ti, mi amor, te amo muchísimo–

–Son muy lindas juntas– la voz del indeseable hombre ocasionó que la joven se irritara mucho más. Se giró para mirarlo con todo ese fastidio reflejado en el rostro. –Por cierto, ¿qué edad tienes? Gianna parece tu hermana–

Para ese momento Ariana no podía creerse que siguiera mirándole los pechos.

¡Maldito pervertido!

–Con permiso, señor Owen. Mi hija y yo tenemos mucho que celebrar hoy, y nadie más está invitado– la voz femenina sonó firme. No le dio invitación alguna para que siguiera importunándola. Ella tomó la manita de Gianna y prontamente se marcharon.

Mientras caminaban, consiguió olvidarse de aquel sujeto y concentró toda su atención en su adorada pequeña.

Pensó en si debía presionarla o no con respecto su desenvolvimiento con las personas que la rodeaban, forzarla a que hablara y hasta hacer caso a lo que la maestra decía sobre llevarla a que recibiera atención médica.

Lo pensó demasiado y su corazón dolió.

Se convenció de que no lo haría prontamente. Su hija era normal, no había problema alguno. Lo más importante de todo era que recibiera amor y sin duda Gianna era muy amada.

Ella misma se encargaría de darle toda esa confianza y seguridad que necesitaba.

Si después notaba que las cosas no mejoraban entonces tomaría cartas en el asunto.

–Gigi...– la llamó. La niña la miró con esos estupendos y grandes ojos marrones que había heredado sólo de ella. –Sabes que yo te amaría y estaría orgullosa de ti aunque sacaras B o incluso C en tus calificaciones, ¿cierto?– la vio asentir. Luego le sonrió. –¿Qué deseas hacer hoy?–

La pregunta pareció iluminar el rostro de la pequeña.

Inmediatamente se detuvo para quitar la mochila de su espalda y colocarla sobre el suelo. Parecía muy entusiasmada mientras la abría.

Luego sacó de ahí un arrugado folleto que por lo visto había estado guardando durante muchos días. Se lo entregó sin más, y emocionada le señaló la portada.

Se trataba de la propaganda de un zoológico que estaba ahí mismo en la ciudad.

Quedaba un poco lejos del barrio donde vivían pero Ariana no fue capaz de decirle que no.

–¿Qué te parece si vamos a casa, preparamos la comida juntas y después pasamos la tarde en este divertido zoológico? Te lo has ganado por tus buenas calificaciones y por ser la mejor hija del mundo–

La expresión de Gianna fue de pura alegría. Comenzó a dar graciosos saltos.

–¡Sí! ¡Sí! ¡Sí!–

Ariana amaba escucharla hablar aunque fuese sólo con cortas palabras, pero aún más amaba ver a su pequeña feliz. Era todo lo que le importaba.

–Mami... te... te amo–

¡Ah, cielo bendito!

El corazón de la orgullosa madre rebozó de amor en cantidades inimaginables.

No pudo detener las lágrimas que fueron derramadas un segundo más tarde

¿Pero es que cómo no iba a llorar si podía darse cuenta de que... todo, absolutamente todo había valido la pena?

–Yo te amo más, mi amor, yo te amo, mucho, mucho más–

•••••

Era una tarde común y corriente en la casa Navarro, y como rara vez sucedía, los tres hermanos se encontraban en casa. Habían decidido entonces que verían una película para pasar el rato.

León era quien se ocupaba de escoger entre todo el catalogo de Netflix, mientras Gonzalo había salido al 7eleven más cercano a comprar unas cuantas sodas y de paso un par de cervezas. Camila por su parte se encargaba de preparar rosetas de maíz.

Luego de unos cuantos minutos, de la categoría de estrenos León consiguió encontrar una de Marvel que hacía algunos meses había querido ir a ver al cine, pero por cuestión de tiempo no había tenido la oportunidad.

Presionó el botón play y un segundo más tarde el botón pause.

Esperó a que sus hermanitos aparecieran.

Gonzalo entró por la puerta en ese preciso momento. Tal y como había prometido llevaba consigo una bolsa repleta de latas Coca Cola, cervezas y bolsas de papas fritas.

–¿No te parece qué es demasiado temprano para comenzar a beber?– León frunció el ceño y lo cuestionó.

–¿Qué? ¿Cómo que muy temprano? ¿Qué significa eso?–

–Olvídalo– León rodó los ojos.

Por su parte el hermano de en medio comenzó a acomodarse en el sofá frente al televisor.

–¿Y las palomitas?– preguntó al tiempo que colocaba sus manos tras su nuca y dejaba caer las piernas encima de la mesilla de centro, aprovechando la oportunidad de que su padre no se encontrara por ahí, pues siempre solía reprenderlo por hacer tal cosa. Decía que sus botas arruinarían el material de la mesa.

–Pregúntale a Camila– respondió León y notó que había transcurrido ya demasiado tiempo.

¿Cuánto podía tardarse aquella niñita en hacer unos cuantos paquetes de rosetas para microondas?

–¡Maldita sea!– el grito furioso proveniente de la cocina hizo que los dos hermanos se miraran desconcertados. Al segundo los dos se pusieron en pie y corrieron para ver qué diantres era lo que ocurría.

–¡¿Qué demonios sucede?!–

–¡¿Por qué gritaste?! ¡¿Acaso estás loca?!–

Camila se encontraba de pie en frente a la isla de la cocina. Los miraba a ambos con sorpresa.

–Yo...–

–¡¿Tú qué?!– Gonzalo perdió la paciencia.

–Quería saber si las podía hacer con control mental– respondió la pelinegra refiriéndose a las rosetas de maíz. Se hundió de hombros y después sonrió.

León y Gonzalo no se lo pudieron creer. Rompieron a reír.

Camila desde luego se mostró enfadada.

–No es gracioso–

Las risas continuaron.

–Claro que sí lo es–

–¡Que no!–

–¡Ay, claro que sí! ¡Estás loca!–

Esta vez Camila y Gonzalo comenzaron a discutir pero por fortuna siempre tenían a León que servía de mediador entre ambos.

–¡Alto, alto los dos!– les exigió consiguiendo separarlos. –Cami, olvídate ya de las palomitas. Este zopenco trajo papas fritas–

–¿Doritos?– cuestionó ella con emoción.

Gonzalo asintió

–Doritos para mi hermanita, la que tiene complejos de Matilda–

Camila rodó los ojos.

–Bien– murmuró.

Los tres volvieron a la sala en donde la película en pausa los esperaba.

–¿Qué película veremos?–

–Wolverine– respondió León.

–Pero si es muy aburrida– se quejó la hermana menor. –¿Por qué no ponen Iron Man o algo así? Una película que nos haga usar el cerebro–

Gonzalo bufó.

–Camila, hace cinco minutos pensabas que podía hacer palomitas con la mente– desde luego aquel sería motivo de burla por los siguientes cuarenta años.

–Ay, bueno ya–

–Guarden silencio los dos, a este paso no podremos terminar de verla nunca– León tomó el mando a distancia y comenzó a reproducirla.

Mientras comenzaban los créditos iniciales, Camila comenzó a hablar. Era una chica que difícilmente podía quedarse callada.

–¿Saben? Siempre me he preguntado por qué ustedes nunca me llevan al cine– les dijo en tono de reproche.

Tanto León como Gonzalo recordaron cómo se ponía su hermanita cuando salían con ella al cine. Solía perderse en la sala de videojuegos, y peor aún cuando se ponía a competir con niños pequeños en el Dance Dance Revolution.

–Será mejor que no preguntes, Marianita–

–¡Gonzalo, ya te dije que no me llames así!–

–Pero si así te llamas–

–¡Sí, pero no me gusta!–

De nueva cuenta León tuvo que intervenir.

–¿Podrían calmarse para que podamos ver la bendita película?– les pidió pacientemente pero estaba ya irritado. Siempre era lo mismo con aquellos dos. No podían estar sin discutir pero tampoco podían estar separados.

–¡No!– protestó Camila. –Quiero que me prometan que este sábado me llevarán al cine–

–¿Qué?– Gonzalo la miró con horror. –Ya claro, olvídalo–

–¡León! ¡Dile a Gonzalo que deje de insultarme–

–Deberían aprender a comportarse. Parecen todo menos personas civilizadas–

–Ay sí, persinis civilizidis– la chica sacó la lengua infantilmente.

En ese instante tocaron la puerta.

Camila rodó los ojos pues la regla en casa era que abriría la puerta la persona que estuviese más cercana, y en esa ocasión era ella. A regañadientes se acercó a abrir.

Los dos hermanos varones se quedaron solos en la sala.

–Oye... ¿Cómo crees que sería Camila si no se nos hubiera caído de chiquita?–

La pregunta de Gonzalo hizo que León riera y le lanzara un cojín.

Momentos después Camila regresó y venía en compañía de Alex que recién regresaba de su entrenamiento de basquetbol. El adolescente tomó asiento en el sofá contiguo. Se veía agotado.

–¿Perdiste tus llaves?– le preguntó su padre.

–Las olvidé en mi casillero. Prometo no olvidarlas la próxima vez–

León le sonrió.

–¿Cómo te fue en el entrenamiento, campeón?–

–Muy bien, papá– Alex respondió y después miró a su alrededor. Tomó enseguida la bolsa de Cheetos y comió unos cuantos. –¿Qué hacen?–

–Estamos viendo una película–

–Y además, te tengo una noticia, Alex– intervino Camila muy sonriente. –Tu papito y tu tío Gonzalo nos llevarán a ti y a mi al cine este fin de semana–

–¡Genial!– la idea le agradó al chico.

Exhalando, Gonzalo accedió finalmente.

–De acuerdo, pero olvídate de pasar al centro de videojuegos–

–¿Qué?– Camilla no aceptaría tal cosa. –Claro que pasaremos, esta vez me coronaré reina del Dance Dance Revolution, y ningún niñito bobo me quitará el trono–

–¿Por qué hacen tanto ruido? No me dejan dormir– Román Navarro apareció en el arco de la entrada a la sala.

–Lo sentimos, papá– se disculparon.

–Buenas noches, abuelo–

–Buenas noches a todos. Alex, te quiero–

–Yo también, abuelo–

Román se marchó dispuesto a descansar.

–El viejo cada vez se duerme más temprano– rió Gonzalo.

–En serio lo fastidiamos, y fue tu culpa, tonto–

–¿Mi culpa? Fue tu culpa, Mariana–

–¡Que no me digas así!–

Lo siguiente que sucedió fue que Camila y Gonzalo comenzaron a golpearse con los cojines de los sofás.

Alex rió divertido mientras miraba a sus tíos, y León por su parte soltó un suspiro para después ponerse en pie.

–¿Saben qué? Me marcho. No pudimos terminar la película como cualquier familia normal, y yo debo ir a trabajar–

Aquello era cierto. Su hora de entrada en el Moonlight se aproximaba, aunque la realidad era que tenía muy pocos ánimos de ir. Sabía de antemano que era la noche libre de Ariana, y por lo tanto no la vería.

El hecho lo hizo frustrarse pero también enfadarse.

¿A él qué demonios le importaba si la bailarina castaña iba o no?

¡Joder!

Vaya lío en el que se encontraban sus pensamientos y sus traicioneras emociones.

–Te deseo mucha suerte, papá– le dijo Alex con una sonrisa.

Él respondió con otra muy cálida y paternal.

–Muchas gracias, hijo. ¿Ya hiciste la tarea?–

–Sip, antes del entrenamiento

–Bien, no te duermas tarde–

–Terminaré de ver la película con tío Gonzalo y tía Camila y después subiré a dormir–

–Te amo, cachorro

–Yo también, pa–

León tomó su chaqueta y sus llaves y después salió de la casa.

Antes de que pudiese abordar su auto, notó que el excéntrico convertible de Emma aparecía frente al jardín.

Una mala coincidencia para él, pensó. Desde hacía meses había gozado de buena suerte al no encontrársela, sin embargo tal suerte se había terminado en ese instante.

–Buenas noches, León. ¿Saldrás?– lo cuestionó una vez que se hubo bajado del coche.

–Voy al trabajo– fue la seca respuesta del moreno.

–Ese trabajo tuyo en la comisaría no hace más que consumir todo tu tiempo... Como siempre– ella rodó los ojos y su tono de voz fue mordaz, todo intencionado.

León dejó pasar el comentario. Su ex mujer no tenía por qué saber que estaba de descanso y que ahora trabajaba en un bar de strippers. Por fortuna Alex era bastante discreto.

–¿Qué haces aquí?– le preguntó mientras colocaba sus manos en jarras. La miró con seriedad.

Podía decirse que Emma era una mujer muy hermosa. Su belleza era clásica, elegante, procedente de familia inglesa. Todo lo contrario a él que llevaba todo el aspecto de un mexicano. No entendía cómo era que habían llegado a gustarse tanto.

–A mí también me da gusto verte, cariño– respondió ella sarcásticamente.

Tenía el cabello rubio platinado, y como siempre le había gustado, lo llevaba corto y en rizos. Sus ojos eran claros y parecían decir en ellos todo cuanto ella era. Una mujer de mundo, acostumbrada a las riquezas y a ser siempre la mejor en todo.

–Por favor no vuelvas a llamarme cariño– le pidió León molesto. –Te pregunté porque Alex recién regresó de tu casa. Esta semana le toca quedarse conmigo–

–Ya lo sé, tontito. Sólo vine a dejarle esto– le mostró un libro. –Lo necesita para una de sus clases y lo dejó olvidado. Últimamente se ha vuelto muy olvidadizo. Cada vez se parece más a ti–

–Y no me digas que ahora estás tan interesada en hacerla de mamá buena– León generalmente era respetuoso con ella. El comentario había salido involuntariamente.

Emma se mostró ofendida desde luego.

–Aunque no lo creas mi hijo me importa–

–Pero te importas más tu misma–

La furia en la rubia continuó creciendo.

–No es culpa mía el no tener instinto maternal. Lo hago lo mejor que puedo. Además... fuiste tú quien me embarazó y quien insistió en que lo tuviéramos. Quién sabe... quizás habríamos podido ser muy felices si hubiésemos permanecido sólo tú y yo–

–¿Cómo puedes decir algo así?– León la miró como con horror. –Alex es nuestro hijo– le recordó. Desear que no hubiese nacido era simplemente... ¡Inaceptable! ¿Es que estaba loca?

Pero Emma se mantuvo impasible.

–Y lo quiero a mi manera, pero no soy hipócrita. Sabes que nunca quise ser madre. Yo... yo sólo deseaba estar contigo, que fuéramos felices los dos–

León negó.

–Nunca habríamos podido serlo, Emma, y lo sabes. Tú deseabas dinero y una posición en la alta sociedad, todo lo que tenías antes de casarte conmigo–

–Todo lo que hubiéramos tenido si hubieses aceptado el puesto de trabajo que mi padre te ofreció en su empresa–

De nuevo salía a relucir aquel asunto. León jamás habría podido aceptar. Teodore Stone lo odió desde el primer instante en que lo había conocido. Únicamente le había ofrecido el empleo para así tener la posibilidad de humillarlo. Él mismo se lo había dicho a la cara en una de esas tantas incomodas reuniones familiares.

–No será buena idea que hablemos de eso–

–Y precisamente este fue uno de los motivos por los que nuestra relación se enfrío– insistió ella. Parecía ahora un tanto alterada. –Nunca querías hablar, León, nunca querías hacer nada conmigo, no tenías tiempo para mí, sólo para el niño. Alex se convirtió en el centro de todo tu universo– Emma de nuevo estaba demostrando el resentimiento que había albergado contra su propio hijo en aquellos años.

Desde siempre había sido una niña mimada y había pasado a convertirse en una mujer caprichosa y voluntariosa, acostumbrada siempre a toda la atención. No le había gustado nada pasar a segundo plano cuando había dado a luz al pequeño Alexander.

Él soltó finalmente el aliento.

Sabía que de seguir replicando la discusión se haría eterna, y en verdad debía marcharse. No le gustaba la impuntualidad.

–Tienes razón– asintió sorprendiéndola. –No es tu culpa no tener ese instinto que toda madre debería poseer, y lo lamento. Reconozco que haces tu mayor esfuerzo con Alex. Gracias–

–No quiero tu gratitud, León– Emma le habló con rencor.

–Lo sé, sólo sentía que tenía que decírtelo. Las cosas no funcionaron entre nosotros por alguna razón, pero tenemos un hijo y eso nos unirá de por vida. Debemos al menos tratarnos con respeto–

–¿Respeto? ¿Entonces no vas a reconocer que pudimos haber hecho que nuestro matrimonio funcionara? ¡Yo te amaba, tonto!–

León suspiró cansado. Por aquella y algunas circunstancias más, se esforzaba muchísimo en evitarla. Siempre terminaban peleando.

–Tu manera de amar era muy extraña, Emma. ¿Recuerdas por qué fue nuestro rompimiento? Yo te lo voy a recordar... Te encontré con tu amigo en la cama, ese que jurabas que era homosexual. Ahora con permiso, se me hace tarde para llegar al trabajo–

•••••

Mientras mayor era el tiempo que la miraba, mayor era la intriga que sentía por ella.

Era todo un misterio para León y lo peor era que esa maldita atracción continuaba creciendo día con día, segundo a segundo.

>Ariana...< su mente no podía dejar de evocar su nombre. Lo sorprendía bastante cuando la recordaba estando en su casa o en cualquier otro sitio fuera de ahí. Pero estando en el Moonlight... ¡Ah, maldición! No podía hacer otra cosa que pensar en ella.

Se había sentido bastante desanimado al pensar que no la vería, pero ahí estaba.

Y sonreía. Su cuello se alzaba cada vez que reía por algo gracioso que decían las personas que estaban con ella, y le permitía una maravillosa vista. Los ojitos se le hacían pequeñitos, su boca se fruncía deliciosamente, y además tenía hoyuelos, un par de ellos se formaban en sus tersas mejillas.

Nunca antes la había visto sonreír. Se veía preciosa, brillaba como el sol, y él estaba seguro de que era la cosa más hermosa que había visto nunca.

De inmediato se recriminó y se dijo que debía sentirse avergonzado.

Su mente estuviese donde estuviese, siempre quería saber cualquier cosa referente a ella. Todo el tiempo se encontraba buscándola con la mirada inconscientemente, e incluso también después de ser consciente.

Sus ojos anhelaban verla a cada instante, así como su nariz deseaba olfatear su femenino aroma, como sus manos ardían por tocarla aunque fuese una sola vez.

Había sido muy grato llegar y verla aparecer momentos después, al parecer ella había decidido aparecerse aunque estuviese de descanso. Internamente se lo agradeció.

Desde la noche en que la había defendido de aquel maldito borracho, no habían vuelto a hablarse. Y no era que marcara gran diferencia, incluso antes de aquella noche no se habían hablado salvo lo necesario. Aún así él sentía que necesitaba tener algún otro acercamiento.

Se había vuelto loco.

La visualizó de nueva cuenta. Como pocas veces se permitía que la vieran, ella se encontraba en una de las mesas, charlaba animadamente con algunas strippers y con el barman. Ellos reían y bromeaban. Los había visto brindar pero había notado que la castaña no bebía más que un vaso de limonada.

León apenas y era capaz de alcanzar a escuchar su tema de conversación. Discretamente se acercó un poco más.

–Ariana, deja que Johnny ponga un shot más de tequila en tu limonada, cariño, ciertamente eres muy agradable cuando bebes y te relajas– le dijo una de las bailarinas.

Ella rió y negó.

–Olvídalo. Soy poco resistente al alcohol, lo último que quiero es embriagarme. Vine a pasarla bien y a ganar un poco más de dinero. Además no necesito beber como loca para divertirme–

–Muy bien, así se habla– le dijo su amiga asiática.

–Oye, Ari, querida, disculpa la indiscreción, dulzura, pero tengo una enorme duda y no puedo más con ella– Johnny quien era el que atendía la segunda barra de bebidas y además presumía de ser el más gay del condado, puso sus manos en jarras y realizó unos cuantos gestos femeninos que en definitiva confirmaban lo dicho antes con sus propias palabras. –¿Tus tetas son reales?–

Ariana soltó una carcajada.

–¿Quieres tocar para comprobarlo?– le ofreció mientras arqueaba una ceja sensualmente.

A lo lejos León no pudo creerse que ella en serio estuviese haciéndole aquel ofrecimiento al barman. Tragó saliva y empezó a ponerse nervioso sin saber por qué.

Johnny soltó un grito de emoción pero enseguida negó.

–Olvídalo, sospecho que terminará gustándome y no quiero arriesgarme– bromeó. –Sólo responde la pregunta–

Los pechos de la joven castaña no eran gigantescos como los de algunas otras chicas que sí habían optado por acudir al implantamiento de siliconas, tenían más bien un tamaño normal pero muy tentador, además estaban perfectamente redondeados, la forma esférica que poseían había hecho pensar a más de uno que en efecto eran operados. La realidad era distinta.

Había conseguido mantenerlos así gracias a la estricta dieta que llevaba, al ejercicio, al periodo de lactancia luego de haber dado a luz a Gianna, y posiblemente a la genética. Aunque esa última parte jamás la sabría a ciencia cierta.

–Naturales, Johnny, ya sabes que me gusta ser autentica– le guiñó el ojo.

León enrojeció y decidió que no escucharía más conversaciones que no le incumbían. Iba a morirse de vergüenza si lo descubrían, así que se alejó todo lo que pudo.

Todo marchaba bien hasta que vio aparecer por la puerta principal a quien menos hubiese deseado ver.

Era el tal Vince.

Casi no se pudo creer que fuese tan imbécil de atreverse a volver ahí.

El moreno se dijo que esa misma noche hablaría con Big Show informándole de lo que ese hijo de puta había intentado hacerle a Ariana para que no lo dejaran entrar más.

Se sintió furioso, tan lleno de furia como se había sentido entonces.

No le quitó la mirada de encima. Necesitaba vigilarlo y asegurarse de que no se atreviera a acercársele a la chica porque de otro modo iría por él y lo despedazaría.

Pensaba en ello cuando sucedió algo aún más inesperado.

Ariana se puso en pie despidiéndose de sus amigos y dirigiéndose al cuarto donde solían atender los privados.

Una fea sensación le atacó el pecho.

¿Por qué entraba ahí?

La respuesta la tenía clara, y le fue confirmada cuando instantes más tarde fue seguida por un hombre que había estado sentado en las mesas junto al escenario.

Apretó los puños y le costó un mundo admitir lo mucho que le estaba afectando, y admitir las ganas que tenía de romperlo todo, meterse a esa maldita habitación, romperle la nariz a aquel desconocido y sacar a la stripper a la fuerza.

¡Maldición!

La confusión lo golpeó esta vez con una fuerza que no pudo dominar.

No entendía por qué aquella mujer provocaba todas esas reacciones, por qué lo hacía arder de tal manera que sentía que iba a quemarse vivo.

¡¿Por qué?! ¡Mierda! ¡¿Por qué?!

¿Cat la stripper?

>Venga, León. Claro que es una mujer bellísima, pero... Ella es lo que es...<

Ella hacía aquello para sobrevivir, tuvo que recordarse. Le mostraba su cuerpo a extraños, bailaba para ellos, y sólo el cielo sabía qué más hacía con ellos.

Cerró los ojos e intentó tranquilizarse.

>¡Carajo! ¡Mantén la calma! ¡Sólo mantén la calma!<

•••••

Del otro lado del establecimiento, Chloe bajaba las escaleras del escenario para poder llegar hasta la barra. Unos cuantos hombres que habían estado observándola la ayudaron a bajar ofreciéndole sus manos.

Ella aceptó la ayuda con todo gusto. Era partidaria de convivir con los clientes, sonreírles y coquetear con ellos para hacerles creer que de algún modo podía llegar a ser cercanos.

Todo lo hacía por interés, quedaba claro. Ella jamás daba un paso sin antes premeditarlo. Su vida se regía por acciones que le dejarían algún beneficio. De otro modo ni siquiera se lo pensaba.

Sólo importaba el dinero, y claro, la admiración. Mentiría si lo negaba. Le encantaba sentirse deseada, alimentaba su ego y la hacía sentir que era superior a Cat.

Maldita Ariana. La odiaba, sí la odiaba porque le había robado protagonismo y el espectáculo principal. Nicki y Ice no eran más que unos imbéciles, pero algún día les demostraría que habían cometido un grave error al dejarla a ella en segundo término.

Y aquella idiota era tan egoísta que incluso en su día de descanso se aparecía por ahí para imponerles su presencia.

>Maldita presumida< furiosa, fue en busca de algo fuerte para beber.

Se encontró a Johnny que por fin regresaba luego de haber estado cotilleando como imbécil en la barra de enfrente.

–¿Qué te doy, primor?–

–Lástima– sonrió ella. –No puedo creer que sigas relacionándote con esa tonta de Ariana. No es más que una zorra–

–Uy, querida, creo que te daré un buen trago para que ese humorcito desaparezca– hábilmente, el barman comenzó a preparar una de sus especialidades. Una margarita fuerte. –Ari es muy agradable, deberías conocerla mejor y dejar de tenerle tanta envidia–

Chloe enfureció.

–Yo no le tengo envidia a esa mojigata. ¡Por favor!– se burló.

Johnny se encogió de hombros y con su expresión burlona le hizo ver que no le creía ni tantito.

Ella estuvo a punto de replicarle cuando uno de los clientes se acercó.

–Sírveme una cerveza– exigió groseramente haciendo que el barman rodara los ojos y se alejara para cumplir con el pedido.

Entonces Chloe notó que se trataba de Vince. Ese molesto sujeto al que parecía que no querían en su casa, pues noche tras noche sin falta se encontraba ahí. Ella sabía que era casado, eso lo hacía aún más detestable.

–¿Qué te pasó en el rostro? ¿Por eso no te hemos visto por aquí en los últimos días?– le preguntó curiosa mientras daba un largo trago a su bebida.

Él gruñó. Las facciones de su cara se endurecieron cuando recordó la paliza que el nuevo guardia del Moonlight le había propinado.

>Bastardo inmundo...<

–No quiero hablar de eso– siseó. Obtuvo su cerveza, y sin dar las gracias siquiera llevó el gran tarro a su boca para dar un largo sorbo.

–Ya–

–¿Qué noticias nuevas tienes? ¿De qué me perdí en estas noches que no vine?–

Chloe se hundió de hombros y negó.

–Nada interesante–

–¿De verdad?–

–Nope. Desde que llegó Chicano al bar, nada emocionante ha sucedido–

Las manos de Vince se tensaron sobre el vidrio del tarro. Fue listo y tuvo buen cuidado de no romperlo. Aún así su furia no disminuyó.

–No me menciones a ese mexicanucho de mierda–

–No me digas que él fue quien te hizo esto– Chloe sonrió divertida.

–Cierra la boca, puta. Él no me hizo nada– respondió agresivamente. –Pero... me enteré de algo que no me agradó–

–Uy, chismecito– aplaudió su acompañante. –Cuéntame, soy todo oídos–

Vince dio otro sorbo a su cerveza y luego eructó.

–¿Sabías que ese mequetrefe y Ariana salen juntos?– su ira era tanta que no pudo hacer nada por ocultar sus celos.

Chloe parpadeó un par de veces para estar segura de que había escuchado bien.

–¿Qué?– lo instó a repetírselo.

–Que salen juntos, joder. ¡¿Acaso estás sorda?!–

–Ya te oí, idiota– ella tampoco pudo disimular su furia. –¡No puede ser!– golpeó la barra con fuerza.

Chicano le había gustado desde la primera vez que lo había visto. Había puesto sus ojos en él y se había jurado que lo conquistaría. ¡Era injusto que incluso Ariana le hubiese robado a su hombre!

–Pues es verdad–

–¡Maldita arpía!–

Entonces Vince comprendió el enfado de la rubia.

–¡Joder! ¡¿Qué tiene ese come-frijoles que las tiene vueltas locas a todas?! Pero me las va a pagar...–

–Cállate, Vince. Ariana me las pagará a mí. Ya me debe demasiadas–

•••••

Luxurious de Gwen Stefani sonaba de fondo.

Ariana se encontraba sujetando la barra de metal con sus manos colocadas tras su espalda.

Al ritmo de la música, su cuerpo iba bajando con lentitud extrema mientras se ocupaba de mantener los ojos cerrados, una desesperada acción que utilizaba comúnmente para escaparse de su realidad, y fingir, aunque fuese sólo por unos cuantos segundos, que en realidad no estaba ahí, que no bailaba con erotismo para ningún hombre, que no lo tentaba, y que no lo excitaba.

Lamentablemente esos pensamientos no duraban mucho. Al abrir los ojos estaba ahí.

El cliente en turno para el que debía bailar y fingir que estaba llena de pasión por él.

El sujeto la miraba ladeando la cabeza en dirección de sus movimientos candentes. Sus ojos brillaban con lujuria pura y se relamía los labios dejándolos húmedos con su lengua.

El acto hacía que Ariana sintiera cómo el asco la invadía.

Sí, asco. Eso era todo lo que podía sentir ahí, pero era una profesional. Eso nadie podría cuestionárselo nunca.

Lo hacía por Gianna, se repetía constantemente. Lo hacía por su hija, y sólo por eso lo resistía.

Pocas veces había tenido que recurrir a pedirle a Nicki que la mandara a hacer privados. La paga era buena pero ella prefería no tener tanto contacto con ninguno de los hombres que compraban tales servicios, aún así en esa ocasión había tenido que hacerlo. La colegiatura de la escuela de su pequeña se acercaba, y había gastado gran parte en aquella visita al zoológico, por eso debía reponerse.

Se acunó los pechos, los apretó con sus palmas e ignoró la reacción del cliente. Bajó las manos hasta su cintura y ahí las posó por breves segundos mientras seguía meneándose de lado a lado.

Volvió a poner en práctica su profesionalismo y sonrió pese a lo repugnante que le parecía aquel individuo.

–Quítate el sostén– escuchó que él le pedía. –Muéstrame las tetas, nena–

Pero Ariana negó ante la incómoda petición. No tenía la mínima intención de quitarse una sola prenda de su conjunto sexy, y al tipo le esperaba una buena pelea si intentaba desnudarla.

Por fortuna el cliente no insistió. Parecía ser uno de esos tranquilos que preferían irse siempre por la paz.

Ella de nuevo sonrió y tuvo que recurrir a todas sus fuerzas para que la sonrisa no se convirtiera en una mueca de repugnancia.

•••••

León se acercó a la barra, y por primera vez ordenó un tequila doble.

Jamás había recurrido a ingerir bebidas alcohólicas mientras estuviese en horario de trabajo, era algo que su ética simplemente no le permitía pero en esa ocasión no pudo resistirlo más.

La tensión se había apoderado de él, también la desesperación.

Había tirado de su cabello numerosas veces intentando tranquilizarse pero no lo había conseguido. Probablemente se quedaría calvo, así que decidió utilizar otra técnica.

El tequila.

Sí, seguro el tequila lo ayudaría.

Se bebió ambos vaso en menos de un segundo. El líquido ardiente atravesó su garganta calentándosela en niveles poco placenteros.

Ni siquiera eso logró relajarlo.

No podía dejar de mirar hacia la puerta donde los privados se realizaban, la misma en donde Ariana había entrado hacía ya exactamente once minutos.

¿Cuánto duraban esos malditos bailes?

¿No se suponía que se había tardado demasiado ya?

¡Mierda! ¿Por qué ella simplemente no salía?

¿Qué estaría haciendo con aquel cabrón?

¡Hijo de puta! ¡Joder!

Estaba jodido.

Sin más, Ariana lo había jodido.

¿Tendría escapatoria?

León suplicó que sí. Suplicó poder huir, poder escapar y ponerse a salvo.

Dejó de mirar la puerta y soltó el aliento.

Sus puños casi rompieron el vidrio que conformaban los vasos envueltos en sus palmas.

Enfurecido los dejó sobre la barra llamando así la atención del barman.

Johnny lo miró y sonrió al tiempo que extendía la franela que utilizaba para limpiar sobre su hombro.

–No te recomiendo que vayas por ahí, amigo–

El moreno lo miró.

–¿De qué hablas?– cuestionó mientras fruncía el ceño.

–Ariana– respondió el joven y con su cabeza señaló la puerta que durante los últimos minutos León había estado taladrando con la mirada, creyendo firmemente que si los ojos verdes de ese varonil guardia tuviesen visión láser, aquella puerta de madera estaría ya pulverizada. –Ella no está interesada en hombres–

–¿Qué?– ¿Tan obvio había sido? Se sintió avergonzado pero otra cosa llamó mayormente su atención. –¿Ella...?– no consiguió terminar la pregunta.

El barman rió.

–No, bobito. No le gustan las mujeres. Simplemente no está interesada, ya te lo dije–

Esta vez León soltó el aliento y no respondió absolutamente nada.

Ariana no estaba interesada. Eso era todo.

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¿Qué les pareció conocer a Elle?

¿Qué piensan de León y Ariana? ¿Cuánto creen que se tarden en ceder?

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