Capítulo 5
Antes de leer informo de los siguientes cambios:
Cardi ahora se llama → Nikki
César Navarro → Román Navarro
Y además, la historia pasa de suceder en Michigan a → Green Bay en Wisconsin
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La rutina de Ariana jamás sufría de alteraciones.
Sus actividades del día consistían en lo mismo a excepción de los domingos en los que no había escuela ni trabajo y podía quedarse en casa disfrutando de su tiempo con Gianna.
Para su mala suerte era apenas Lunes. La semana recién comenzaba así que más valía que se diera prisa o llegaría muy tarde al Moonlight. Ya tenía un par de retrasos de días pasados así que no quería arriesgarse a tener uno más y ganarse así un fuerte regaño de parte de Nikki. Tanto ella como Ice solían ser muy estrictos con la hora de llegada y por ello no deseaba darles más disgustos.
Aceleró el paso para poder llegar más pronto. Se sintió aliviada cuando al llegar a la puerta de entrada miró el reloj en su celular y se dio cuenta de que había llegado justo a tiempo. Sonrió incluso.
–Hola, Big– saludó al guardia amablemente.
Él le devolvió la sonrisa y le hizo una seña para que accediera.
Al entrar, se encontró con la misma imagen de cada noche. Los meseros se ocupaban de preparar las mesas, los barmans comenzaban a sacar las bebidas que más tarde estarían sirviendo y bebiendo. Algunas bailarinas ensayaban encima del escenario las nuevas coreografías que todavía no conseguían dominar. No les prestó gran atención por lo que se dirigió directo al camerino.
Se le cortó el aliento cuando a la distancia de unos cuantos metros observó a Chicano de pie ante el pasillo que ella tendría que recorrer para llegar a donde quería.
Hasta el momento aquel hombre seguía cortándole el aliento cada vez que lo miraba. No entendía por qué pero continuaba sorprendiéndose en gran manera cuando lo encontraba de pie e imponente en su sitio de trabajo. Todavía no se acostumbraba a él, a su presencia.
Pensaba que jamás lo haría. La intensidad que emanaba de él era demasiado intensa como para siquiera intentar acostumbrarse. Ni siquiera lo intentaría.
Decidió no pensar más en él pero la acción le resultó imposible.
Mientras caminaba observó a unas cuantas de sus compañeras pasearse por enfrente suyo, sonriéndole y mandándole miraditas coquetas, haciendo tontería y media con tal de llamar un poco su atención.
Resultaba obvio que a una semana de estar trabajando ahí, el nuevo guardia de seguridad se había vuelto muy popular entre todas las mujeres del lugar. Ariana incluso había visto a Nikki pasarse de coqueta con él, algo que seguro Ice no se tomaría muy bien cuando se enterase.
¿Pero podía culparlas? Se preguntó.
El hombre para bien o para mal, era tremendamente atractivo. Mucho más de lo que debería considerarse normal. Su cabello negro y su piel morena como la canela atraían poderosamente, el color verde de sus ojos hechizaban debajo de dos tupidas y oscuras cejas que se mantenían fruncidas todo el tiempo, y las facciones feroces y agudamente talladas enloquecían, mientras que la marcada fuerza de su cuerpo y el severo control lo hacían atemorizante. Todo aquello en conjunto lo volvían un verdadero éxito con las féminas que se cruzaban en su camino. Pero no ella, desde luego.
Exhaló y esta vez puso todo su empeño en conseguir dejar de pensar más en aquel desconocido.
–Buenas noches– murmuró secamente cuando pasó a su lado.
Inevitablemente tenía que hacerlo. No había otro modo de llegar al camerino.
Sus ojos conectaron una milésima de segundo, pero enseguida ella los apartó y continuó caminando.
–Buenas noches– lo escuchó responder tras su espalda.
Sin embargo antes de que pudiese llegar a donde deseaba, un montón de gritos en la entrada la hicieron girarse para mirar de qué iba todo aquello.
Para aquel momento Chicano ya había abandonado su sitio y había corrido directo a cumplir con sus funciones.
¡Cielo santo, era tan veloz como una gacela!
Un parpadear, y él se encontraba ya enfrentando el problema.
Al parecer se trataba de una mujer.
La recién llegada gritaba escandalosamente logrando que todos ahí dejaran de lado sus ocupaciones y la miraran solo a ella.
Chicano y Big Show intentaban sujetarla pero estaba tan alterada que parecía imposible.
–¡No me toquen! ¡No me toquen gorilas de pacotilla! ¡Ni siquiera lo intenten!– amenazó. Se movió entre las mesas consiguiendo que un par de ellas se cayeran al suelo.
–Señorita, por favor, mantenga la calma. Tiene que salir de aquí de inmediato– le dijo Big Show en tono paciente, intentando tranquilizarla.
–¡Señora! ¡Estoy casada con un hombre que viene aquí todas las noches y después se revuelca con una de las putas que trabajan en este detestable lugar!–
–Señora, le pedimos que por favor se retire. Está usted alterando el orden– le dijo León esta vez.
–No nos obligue a llamar a la policía– secundó el otro guardia.
–¡No me importa! ¡Llamen a quien les dé la maldita gana!– la mujer concentró su mirada entre el montón de chicas que habían salido a mirar la escenita y entonces localizó a su objetivo. –¡Túúú!– le gritó enfurecida. –¡Tú eres la maldita zorra que me ha robado a mi marido!– lo siguiente que sucedió fue que se lanzó contra ella directo a golpearla y a jalar sus cabellos consiguiendo arrancarle las extensiones.
–¡Aaaaaaah! ¡Suéltame, vieja loca! ¡Suéltame, estúpida!– Kimberly trató de defenderse pero el agarre de su agresora era mucho más fuerte.
León y Big Show decidieron intervenir. Las sujetaron a ambas para poder separarlas.
Ariana parpadeó sorprendida por lo que estaba sucediendo.
No era para nada nuevo el que una esposa celosa acudiera al Moonlight enteramente enfurecida sin embargo le seguía pareciendo como de novela.
A su lado Brenda, Madelaine y las demás bailarinas rompieron a reír.
–Aquí se aburre el que quiere– comentó la chica asiática y sus risas aumentaron.
Cinco minutos más tarde, los dos guardias consiguieron deshacerse de la mujer.
Avergonzada, Kimberly recogió las extensiones del suelo y corrió de una hacia camerinos.
Chicano apareció de regreso. Parecía agotado pues se limpió el sudor de la frente con el dorso de su brazo e inhaló y exhaló un poco de aire.
Big Show a su lado reía, algo que desconcertó a su compañero.
–¿Esto ocurre muy seguido?– preguntó.
–Más de lo que crees– le respondieron las chicas.
–Al menos una vez por semana–
–Sería millonaria si me dieran un dólar por cada vez que algo así pasa–
–Seguro al pobre marido no le espera una noche muy agradable–
–Es hombre muerto–
Las chicas continuaron bromeando con respecto al tema junto a Big Show.
–Yo creo que esto no es culpa de él– opinó una de ellas. –Si no de la loca de su mujer. Si las esposas no satisfacen a sus hombres, deben tener por seguro que ellos acudirán a lugares como este en busca de lo que les hace falta–
Sólo en ese momento Ariana habló. Frunció el ceño y miró con reproche a su compañera bailarina.
–Ese ha sido un comentario muy estúpido. En primer lugar no es obligación para ninguna mujer el mantener felices a sus esposos–
–Caramba, Ariana, tranquila. No quise molestarte con mi opinión. Sólo es lo que pienso– la chica se hundió de hombros.
–Creo que debemos conseguirte un novio, ¿eh, Ariana? No queremos que mueras sola y amargada–
–Un buen revolcón es lo que seguro te hará bien–
De nuevo más risas se escucharon.
La castaña a veces no toleraba el hecho de que todo se lo tomaran a juego.
Rodó los ojos y enseguida retomó su camino. Esta vez ni siquiera reparó en la presencia de Chicano que todavía se encontraba perplejo por todo lo sucedido.
Brenda y Madelaine que todavía reían fuero tras su amiga y la rodearon.
–Vamos, Ari, no te enojes por simples bromitas. Sabes que son unos tontos–
–Sí, no vale la pena enfadarte–
Cuando entraron al camerino, Ariana negó y sonrió.
–No estoy enfadada, pero no comparto el mismo humor que estas personas, y sólo por eso me llaman amargada– dijo mientras avanzaba hacia su tocador para comenzar a maquillarse y arreglarse.
Brenda soltó una carcajada.
–Bueno, pero... ¿No crees que tienen un poco de razón?–
–¿Razón en qué?–
–En eso de que quizás te haga falta...–
–Si lo siguiente que dirás es un buen revolcón, olvídalo, Brenda–
Las dos chicas eran las mejores amigas de Ariana. Conocían a la perfección su pasado, su aversión a los hombres y el asco y la desconfianza que estos le producían. Pero la querían y se preocupaban por ella. Creían firmemente que merecía ser feliz y enamorarse de un buen hombre. Ella sin duda era una buena mujer, una que había tenido mala suerte y a la que la vida la había tratado injustamente.
–No, no, me refiero a... a que te enamores y empieces a ver la vida de manera diferente. El amor es lo más maravilloso que pueda existir–
Ariana no estaba segura de que fuese cierto lo que Brenda decía, sobre todo tomando en cuenta la problemática relación que ella llevaba con su novio desde hace años.
Madelaine permanecía en silencio y bastante entretenida observando a sus dos amigas.
–No vayas por ahí, Brenda– le pidió Ariana un tanto irritada. Había dejado en claro, y en más de una ocasión, que no estaba interesada ninguna relación romántica.
La chica asiática soltó un suspiro.
–Sé que debes pensar que soy la menos indicada para darte consejos sobre la vida amorosa, sobre todo tomando en cuenta que no he sido capaz de hablarle a Henrie con la verdad, y... que he estado mintiéndole por muchos años con respecto a mi profesión, pero... Ari, el amor no es tan malo. Es algo muy lindo, lo es cuando encuentras al hombre indicado para ti–
Las palabras de su amiga hicieron que Ariana recordara lo que la señora Doris había hablado con ella.
Las dos se equivocaban.
Negó y exhaló.
–El problema es... que ¿dónde voy a conocer yo a ese hombre indicado? O mejor dicho, ¿dónde se supone que debo conocer a hombres buenos? Aquí sólo vienen borrachos lujuriosos, y que encima están casados–
Brenda se hundió de hombros. Ella tampoco lo sabía. Había conocido a Henrie gracias a que había encontrado su billetera en el parque y lo había contactado para entregársela dejando un anuncio con su número telefónico. El destino había hecho el resto.
–No lo sé... ¿Una biblioteca?–
Madelaine rompió a reír.
Ariana por su parte se exasperó aún más.
–No iré a una biblioteca a buscar hombres. ¡Eso ni pensarlo!– exclamó casi indignada.
–En la biblioteca de mi universidad hay chicos lindos– secundó la pelirroja.
–Pues suerte para ti, Maddie–
–De acuerdo, Ari– se rindió Brenda. –No insistiré más, pero eres una chica muuuy linda, tanto por dentro como por fuera, y estoy segura de que por ahí existe alguien a quien dejarás cautivado, y ese alguien luchará por tener tu amor y te querrá como es debido– sonrió.
La castaña al final también lo hizo.
–Ves demasiadas telenovelas, pero vale, haré como que tal vez tengas razón, y si algún día eso sucede te compraré un lindo brazalete– Ariana estaba convencida de que algo así jamás sucedería. –Mejor cuéntame, ¿cómo va ese asunto con Henrie? ¿Cuándo le dirás la verdad?–
El novio de Brenda había comenzado a sospechar que ocultaba algo. Desde que se habían conocido ella le había inventado la historia de que trabajaba en una maquiladora en horario nocturno. Hasta entonces el chico no había tenido reparo alguno en creer lo que le decía, sin embargo hacía algunas semanas en que le había sugerido que él podía ir a recogerla a su hora de salida. La reacción de su novia al negarse rotundamente había despertado sus sospechas y ahora ella no sabía cómo salir de aquel embrollo.
–Yo creo que deberías decirle la verdad, Brenda– opinó Madelaine.
–No es tan fácil. ¿A ti te gustaría que tus compañeros de universidad se enteraran de a lo que te dedicas?–
–Pues no, pero no es lo mismo. Henrie es tu novio, se supone que se quieren y se tienen confianza. No debería haber secretos entre ustedes–
–Las mentiras son malas, Brenda– Ariana le habló demostrándole su apoyo. –Al final él lo descubrirá y todo resultará peor–
–Ya lo sé, pero... no puedo. De sólo pensar que mi novio, o incluso mis hermanitos se enteren de... de que bailo semidesnuda para un montón de hombres... Me moriría de vergüenza. Nalee y Narong no lo entenderían. Henrie mucho menos–
–Nalee y Narong son niños, Brenda. Ellos no te juzgarán. Te quieren porque eres todo lo que tienen y porque te has roto la espalda por darles una vida digna. Y si Henrie es poquito inteligente y si en verdad te quiere estará más que feliz por la asombrosa mujer que tiene a su lado– le dijo Madelaine mientras la tomaba de las manos. Lo mismo te digo a ti, Ari. Gianna estará orgullosísima de ti. Lo que hacemos no es malo, ¿qué de malo tiene trabajar por llevar sustento a nuestros hogares? ¡Nada! El problema es la gente que juzga sin conocer el trasfondo de las cosas–
Ariana y Brenda se sintieron conmovidas con lo que la pelirroja les decía. Se acercaron a ella y se abrazaron.
Ninguna de ellas había tenido una vida fácil. Ninguna de ellas estaba ahí por gusto. Las tres se habían sacrificado por las personas que más amaban.
Madelaine tenía a su madre enferma, la única manera de mantenerla, comprar sus medicamentos y pagar sus tratamientos sin tener que dejar la carrera de leyes que muy pronto concluiría había sido trabajar como stripper. La paga era buena y no le quitaba ninguna hora del día para acudir a sus clases y cuidar a su mamá.
Los hermanos de Brenda por su parte tenían diez y trece años. Eran demasiado pequeños como para valerse por sí mismos. Habían perdido a sus padres desde hacía mucho tiempo, y aunque habían quedado huérfanos, jamás estarían solos porque siempre contarían con su hermana mayor, quien los amaba como nadie. Veía por ellos, trabajaba por ellos y los protegía.
Ariana tenía a Gianna y anhelaba profundamente el poder brindarle todo lo que ella no había tenido, y no se refería a juguetes, sino a un hogar cálido, una madre responsable que le proporcionara amor, pero también las necesidades básicas que todo niño sano debía tener. Además quería que estudiara, que fuera alguien en la vida, deseaba darle todas las armas posibles para que en un futuro ningún hombre apareciera e intentara abusar de ella en ninguna forma.
Las tres amigas se miraron enternecidas. Se entendían perfectamente. Era su dolor lo que las unía.
•••••
Había sido una semana pesada, pensó León.
Había cumplido ya siete días trabajando en aquel sitio y de ninguna manera podía atreverse a decir que lo estaba disfrutando, sino todo lo contrario.
Había lidiado con un sinfín de borrachos, tantos que ya no podía ni contarlos. Hasta el momento no se había visto obligado a golpear a ninguno, pero habían comenzado a fastidiarlo ya. El tener que sacarlos a empujones, maniatarlos para conseguir que se quedaran quietos, y hasta soportar la sarta de vulgaridades que vociferaban en sus intentos de acercarse a las strippers. Joder, uno de ellos incluso le había vomitado encima.
Así habían pasado sus noches, sacando a aquellos imbéciles, intentando mantener el orden en el interior y viendo mujeres bailar. Mujeres que no causaban nada en él... De acuerdo, mentía. Le gustaba observar a la castaña que era tan bonita como una flor en primavera.
¡Infiernos!
Casi no podía creerse que de verdad Meloni lo hubiese mandado a la mierda.
Mientras aquellos jodidos criminales se encontraban gozando de completa libertad para seguir haciendo sus fechorías, y mientras Elle McConaughey seguía en sus manos con su vida corriendo peligro, él estaba ahí, en un detestable bar de strippers, peleando con borrachos diariamente y esperando impaciente a que Cat saliera y diese su número.
Maldijo porque tenía que admitirlo.
La única cosa que lo animaba a seguir ahí era ella y el deseo de verla.
León todavía no terminaba de entenderlo.
Era demasiado extraño y desde luego él no era ningún santo. Aun así no era el tipo de hombre que acudiría a un lugar como ese por el simple placer de ver culos y tetas. ¡Maldición! Lo peor del caso era que no dejaba de mirarle el culo y las tetas a Ariana.
Se preguntó entonces si estaba convirtiéndose en un pervertido pero enseguida alejó tales pensamientos. Lo que sucedía era que hacía ya mucho que no tenía cercanía femenina, y joder, él no era de piedra. Estaba echando en falta la compañía de alguna mujer. Tendría que encontrarse a una pronto, y desde luego, ninguna del Moonlight.
La noche avanzó tranquila, si es que podía llamarla así cuando hombres bebían hasta la inconsciencia y gritaban obscenidades a las bailarinas, esperanzados de que alguna de ellas encontrara romántico tal acto.
La rubia que si mal no recordaba se llamaba Chloe era quien se encargaba del espectáculo en ese momento. León había notado que la chica se giraba para mirlarlo con fijeza constantemente y aquello no había hecho sino hacerlo sentirse incómodo.
También aburrido.
¡Mierda!
De nuevo estaba muriéndose de sueño. Los ojos se le cerraban y la mala noticia era que se había terminado ya su termo de café, el cual llevaba consigo cada noche desde su casa.
Por un instante llegó a creer que iba a quedarse dormido en cualquier instante hasta que la vio aparecer.
¡Sí! Ariana, o Cat, como fuera que se llamara.
Ella estaba ahí y se dirigía hacia el escenario mientras las Pussycat Dolls empezaban a escucharse de fondo.
Llevaba encima un blazer diamantado en color plateado, y un sombrero del mismo material que cubría su cabeza y parte de su rostro. Se había colocado zapatos de tacón que realzaban divinamente sus piernas.
♪♫I know you like me... I know you do... That's why whenever I come around she's all over you...♪♫
Lo primero que hizo al llegar a la barra fue deshacerse del sombrero y enseguida del blazer.
♪♫I know you want me... It's easy to see... And in the back of your mind I know you should be on with me...♪♫
Con gracia y sensualidad, la castaña se mantuvo de espaldas, arqueándose para poder retirarse la prenda, inclinándose así y dando un espectacular primer plano de su trasero y piernas bien torneadas.
Los hombres gritaron entusiasmados y se pusieron en pie aplaudiendo extasiados por lo que veían.
Usando una de sus manos y un rápido movimiento, la bailarina lanzó lejos el trozo diamantado que había estado cubriéndola segundos antes.
Se sujetó de la barra y ahí se mantuvo un corto instante todavía dándoles la espalda.
Enseguida comenzó a moverse alrededor de él y colgarse de inmediato. Los giros empezaron mientras ella recogía sus piernas para abrirlas todo lo que su flexibilidad le permitía, y volver a recogerlas unos segundos más tarde.
–¡Mamita rica!–
–¡Estás deliciosa, mi amor! ¡Deliciosa!–
–¡Me la pones como piedra, cosita hermosa!–
Los gritos obscenos no se hicieron faltar, pero ninguno tenía el poder de afectarla. Se había hecho inmune a esos degenerados.
♪♫Don't cha wish your girlfriend was hot like me? Don't' cha wish your girlfriend was freak like me? Don't cha... Don't cha, babe... ♪♫
Luego de aquello enganchó una de sus rodillas y continuó girando hasta que de poco en poco sus pies fueron tocando el suelo.
Una de sus manos realizó un movimiento cruzado entre sus pechos que sobresalían de entre el escote del diminuto sostén, mostrándose redondos, firmes y apetitosos para todos los espectadores, para Chicano también.
Él se mantenía impasible observándola. Sus puños apretados, la vena en su sien a punto de reventar, el nudo en su garganta impidiéndole tragar saliva. No se sentía más adormilado, sino despierto, bastante despierto.
Estaba cautivado.
Ariana se inclinó haciendo que su larga cabellera girara junto a su cabeza. Un segundo más tarde le regaló a su público la mirada más ardiente que había aprendido a mostrar, al tiempo que volvía a enderezarse, quedando inclinada contra la barra, su mano acariciando sus propios glúteos subiendo después hasta el hueco de su espalda.
Los movimientos pélvicos frente el tubo de metal dieron inicio y más gritos continuaron escuchándose al ritmo de la música.
La castaña llevó su brazo hasta el cabello y tiró de él dando un giro más con la cabeza. Sus caderas por su parte no dejaban de moverse, parecía que tuviesen vida propia.
El erotismo emanaba de ella. Se convertía en la criatura más sexy, en la más caliente. Encandilaba a todos por doquier, los volvía maniacos.
León sentía que perdía su cordura sin poder hacer nada para evitarlo.
Había empezado a desear a aquella stripper, eso sin contar cuánto lo intrigaba.
Sin embargo la intriga no era lo que lo tenía tan mal, sino esa maldita excitación que le recorría el cuerpo entero, esa poco profesional lujuria que corroía por sus venas y se centraba en sus partes más viriles.
Se sentía avergonzado de tal reacción pero le parecía imposible dejar de mirarla, sobre todo ahora que había vuelto a engancharse de la barra y daba vueltas meneando el cuerpo y su cabello.
Se le cortó el aliento cuando la vio quedar en pie y volvió a girarse de espaldas colocando sus piernas bien abiertas y el trasero más firme. Lo meneó una y otra vez con una mano sobre la cintura. Luego bajó dando una sentadilla que pareció más un sentón en pleno acto sexual para enseguida ponerse en pie de manera más tentadora y alentada.
León no pudo saber en ese instante si lo siguiente que ella hizo fue premeditado. No hubo manera de saberlo.
Los ojos femeninos de Ariana se abrieron lentamente y se clavaron en él... ¡Sólo en él! Durante un segundo.
El guardia contuvo su respiración, sintiendo una poderosa e inexplicable fuerza de unión entre ambos, como si fueran dos amantes, a pesar de la distancia que los separaba, a pesar de las circunstancias y del sórdido lugar donde se encontraban, a pesar de ser dos completos desconocidos. Durante una fugaz décima de segundo, la mirada de la castaña brilló con pasión... ¡Ah, joder! Era pasión lo que él veía. No podía estar equivocado.
Pero esa pasión se transformó inmediatamente en temor. ¿Por qué, maldita fuera?
Se sintió confundido sobre todo cuando se dio cuenta de que las emociones de la chica volvían a sufrir de un cambio más. Ahora se le notaba orgullosa, desafiante. Sonrió como si nada hubiese sucedido.
Esta vez León apartó la mirada. ¡Por el amor del cielo, estaba sudando! Tenía el cuello rígido y la cara caliente. ¡Era absurdo! ¡Ridículo!
Pero no sentía culpa alguna.
La mujer era menuda pero su pequeña silueta contenía dinamita, era un sueño húmedo andante, de belleza poco común, deslumbrante, y... ¡Maldita fuera! Hacía su trabajo bien, jodidamente bien. Ningún varón con sangre roja podría resistirse a tan intensa burla y continuar mentalmente sano.
No tardó siquiera un par de segundos en volver a mirarla. Parecía incapaz de dejar de hacerlo por mucho tiempo.
Concentró entonces su mirada en la delicadeza de su rostro.
Aquellos ojos castaños y cautelosos que lo habían mirado fijamente segundos antes tenían el aspecto de haber visto demasiado.
Él la analizó. Desde luego unas cuantas horas cada noche en los últimos siete días no habían servido de mucho para poder decir que la conocía a fondo. A decir verdad, dudaba llegar algún día a conocerla así pero... Había algo en ella, algo en su mirar, algo en su esencia que se lo decía... La bailarina odiaba a los hombres por alguna razón oculta. Por eso no se relacionaba con nadie.
Con cierto enfado se preguntó si tenía novio o algún hombre que la esperaba en su cama cada vez que la noche terminaba. Se preguntó si podría existir en ella algo que la hiciera real, que le dijera que no era solamente una muñeca creada para satisfacer las fantasías eróticas de cada hombre ahí en el Moonlight.
Era todo un enigma para él, y eso lo atraía más que nada. ¡Maldición!
Sus silencios, sus miradas, lo apartada que era...
¿Qué edad tendría?
No era una niña, aún no había calculado los años que debía tener, pero como que el infierno existía que no era una niña.
Toda ella desprendía la belleza de la madurez y la sofisticación que sólo una mujer podría tener.
Se dijo entonces que estaba perdido. Perdido y desesperado.
Furioso también. Furioso consigo mismo por el estado de excitación en el que se ponía sólo por aspirar la fragancia que desprendía de su ser cada vez que pasaba junto a él al atravesar el pasillo, cuando la veía bailar, cuando cruzaba miradas con ella... ¡Demonios! Y aún más furioso por la intensidad con que la deseaba.
Pensó de inmediato que a esas alturas Ariana ya debía saberlo.
Sí, la chica debía estar al tanto de los tórridos pensamientos que le atravesaban a él por la mente.
Su piel se tornó roja. ¡Qué vergüenza!
•••••
Eran casi las tres de la madrugada.
Ariana normalmente salía del establecimiento a las dos en punto.
Se había retrasado significativamente pues de entre tantas cosas había perdido uno de los aretes que Nikki le había prestado para su presentación de aquella noche.
Por más que deseara salir corriendo de ahí y llegar junto a su hija, ella sabía que primero debía encontrar aquel maldito accesorio, por el cual su jefa era capaz incluso hasta de despedirla. Todo el mundo ahí sabía lo especial que Nikki era con sus cosas. No iba a perdonarla si le decía simplemente que lo había perdido.
Por fortuna lo había encontrado en la alfombra del camerino. Le había costado bastante pero estaba contenta de haberlo logrado. Sonriendo lo apretó en su puño y después lo guardó en su bolso. Se lo entregaría más tarde cuando todos regresaran a cumplir con otra jornada de trabajo.
Miró entonces el reloj en su celular, e irritada se dio cuenta de que habían transcurrido más de cincuenta minutos de su hora habitual de salida. Seguro la señora Doris estaría preocupada. Abrió la aplicación de mensajes y pronto texteó.
Me demoré un poco, señora Doris, pero por favor no se preocupe. Ya voy de camino.
Tomó su maleta y mientras caminaba rumbo a la puerta se dedicó a llamar a su taxista de confianza.
Timbró una, dos, tres veces pero él nunca atendió.
Un poco nerviosa, se negó a la posibilidad de que no estuviese disponible para llevarla a su departamento. Marcó una vez más pero obtuvo la misma respuesta.
Su nerviosismo incrementó. Luego se dio cuenta de que había llegado ya a la entrada del lugar pero no salió de inmediato.
Una sonrisa grande apareció cuando escuchó que el señor Jackson por fin respondía la llamada.
–Buenas noches– le dijo detrás de la línea. –Pensé que ya no llamaría. Estaba a punto de marcharme a casa–
–Me retrasé un poco en el trabajo–
–Entiendo. Llegaré por usted en unos cuantos minutos–
–Gracias–
Sintiéndose tranquila y tremendamente aliviada, Ariana sonrió y guardó su celular. Dado que el señor Jackson solía ser muy puntual cuando decía que llegaría pronto, ella no vio problema alguno en salir y esperarlo en la parte trasera del local.
Se llevó un susto de muerte cuando vio que Vince se acercaba a ella. Era uno de los clientes más habituales, quizás el más antiguo, y el que por las mismas razones se sentía con ciertos derechos.
Había salido de alguna parte, quizás de su auto, pero la castaña no lo había visualizado con anterioridad.
–Buenas noches, linda Cat–
El nerviosismo regresó acompañado esta vez de un pánico que sólo aparecía cada vez que un hombre con deseo en la mirada se le acercaba.
¡Cielo santo!
Él no debería estar ahí. Los clientes se habían marchado hacía ya mucho tiempo. Un temor mayor la embargó.
Detestaba a aquel individuo. No era la primera vez que intentaba entablar una conversación intima con ella, además lo conocía de años, pero aún así no le tenía confianza.
–Buenas noches, señor Vince– lo saludó cortésmente pero tuvo buena precaución en mantenerse alejada de él.
–Vamos, no me llames señor. Lo detesto. Llámame sólo Vince. Vince–
El sujeto se tambaleaba y además olía a alcohol.
Ariana se dio cuenta de que estaba ebrio. Eso la asustó mucho más. Los hombres ebrios perdían el control fácilmente. Se convertían en monstruos.
Miró a su alrededor en busca de alguien que le hiciera compañía para no tener que quedarse ahí sola con ese patán. Pero no había nadie. Big Show debía haberse marchado ya. Brenda y Madelaine lo habían hecho también, al igual que todas las demás compañeras. Ice y Nikki debían seguir en la oficina pero no lo suficientemente cerca como para escuchar si ella gritaba.
Tragó saliva.
–De acuerdo, Vince– intentó ser un poco inteligente. –Debo volver adentro. Me olvidé de mi celular en el camerino–
Él reaccionó rápido a pesar de estar borracho. La cogió de uno de sus brazos y le impidió moverse.
Todas las alarmas internas de la castaña se encendieron con horror.
–¿Crees que soy imbécil?– le dijo enojado. –He visto cómo guardabas el celular en tu bolso. No busques una excusa para alejarte de mí, primor–
Ariana utilizó entonces toda su fuerza para intentar librarse de él pero no lo consiguió.
El agarre de Vince era fuerte. Estaba decidido a no dejarla ir.
Presa del terror, ella alzó la mirada para observar su rostro. Vince no sonreía ni nada parecido. Las facciones de su tosco y desagradable rostro se habían distorsionado con una extraña impresión. Estaba sudado y sucio, como si hubiese vomitado.
El asco la recorrió entera.
–¿Podrías...– la castaña tomó aliento y también valentía. Trató de mantener la calma. –¿Podrías soltarme, por favor? Me estás lastimando–
La sonrisa del hombre volvió a aparecer. Estaba riéndose de ella ahora.
–¿Y si no te suelto, qué?– acercó su cara a la de ella, burlonamente.
Alejando su cabeza todo lo que le era posible, Ariana arqueó su cuerpo para poder evitar mayor contacto. Aún así sus dedos apretando en su piel la tenían al borde de la desesperación.
–Te lo estoy pidiendo amablemente...–
Pero Vince había bebido demasiado. Además ella le gustaba, le gustaba bastante y estaba harto de tener que mirarla solo de lejos y desearla. Quería más y por una mierda que iba a conseguir más.
–Y yo estoy pidiéndote amablemente que charles un poco conmigo. Vamos, Cat, mi amor, quiero que nos conozcamos. Llevo mucho tiempo enamorado de ti y ya no puedo resistir más esta tortura, me tienes ardiendo, nenita–
A Ariana se le revolvió el estómago. Por aquella y muchas otras razones odiaba a los hombres. Eran todos unos asquerosos.
–Suéltame, Vince...– volvió a pedirle. Temblaba de asco, de indignación, de miedo.
Pero él ignoró su petición.
–¿Sabes cuántas veces me he peleado aquí afuera por ti? Esos malditos te quieren para ellos, pero tú vas a ser mía... Sólo mía, ¿de acuerdo?–
–¡Ya basta!– el miedo de Ariana fue en ascenso. Comenzó a forcejear con él.
–¿Quieres ver la cicatriz que me dejaron hace un par de semanas?– Vince hizo intento de desabrocharse la camisa al tiempo que se esforzaba por mantenerla cerca.
La castaña negó numerosas veces.
–¡No!– le gritó. Lo último que deseaba era verlo desnudo del torso. –No es necesario... ¡Y además no me importa!–
–Pues debería importarte– esta vez Vince la sujetó de las caderas con ambas manos haciendo desagradablemente evidente lo excitado que estaba. Sus ojos embriagados y ávidos de ella la recorrieron completa. Su respiración se volvió más brusca y las náuseas de Ariana estuvieron a punto de hacerla vomitar. –Tal parece que utilizas esa carita y ese cuerpo que tienes para volvernos locos a todos. ¿No te das cuenta que me haces desear golpear a todo el que te mira?–
Finalmente Ariana lo apartó de un empujón con una fuerza inusitada en una mujer tan pequeña. Había sido rápida y se había escabullido prontamente.
Al verse alejado de la chica, Vince intentó de nueva cuenta acercársele y volver a cogerla de cualquier lado con tal de impedir que escapara.
Pero entonces ella recurrió a lo único que se le había ocurrido para ganar tiempo.
–¡No te acerques más y no vuelvas a tocarme!– exclamó enfurecida. –Tengo novio y no creo que esto vaya a agradarle–
La advertencia y el tono de voz parecieron funcionar.
Él se quedó muy quieto pero después comenzó a reírse.
–¿Crees que eso va a detenerme?–
–¡Si me tocas juro que te mataré!– Ariana estaba dispuesta a hacerlo. Se había jurado que nunca más, nunca más ningún hombre volvería a someterla, nunca más dejaría que la utilizaran y la humillaran. Pelearía con uñas y dientes.
–Sí claro, ¿tú y cuántos más?–
La fuerza de la castaña era mínima en comparación con la del hombre. No importaba cuán atlética fuese ella o cuán borracho estuviese Vince, él seguía teniendo la mayor ventaja.
Lágrimas pugnaron por salir de sus ojos. El desespero fue su opresor. Se removió una y otra vez presa del pánico y la angustia. Comenzó a sollozar.
Todo parecía perdido... Hasta que una voz irrumpió en la quietud de la noche.
–¡Aléjate de ella!–
De las dos personas que volvieron la cabeza, Ariana fue, por mucho, la más sorprendida. La impresión de ver al guardia de seguridad ahí de pie la mantuvo congelada por instantes.
Alto, fuerte e imponente, los ojos verdes de Chicano destellaban con una furia que ella jamás había visto en ningún otro ser humano con anterioridad. Se estremeció pero gracias al cielo aquel pervertido la soltó.
–¡Este no es tu maldito asunto! ¡Largo de aquí, idiota!– Vince se acercó enfurecido hacia el recién llegado sin detenerse a pensar en la seria diferencia de estatura y fuerza en ambos. El alcohol en su sistema estaba incitándolo a hacer un montón de estupideces. Aquella debía ser la mayor de la noche. Estaba tan borracho que no medía la seria desventaja en la que se encontraba. ¡Había enloquecido!
Chicano lo despedazaría.
Fue como si un terrier se enfrentara a un pitbull.
Ariana palideció. Deseaba hacer algo, pedirles que no se mataran ahí a golpes pero la impresión le impidió moverse de primer momento.
–Desde luego que es mi asunto. Te he ordenado que te alejes– respondió Chicano sin inmutarse.
Pero el enfado de Vince pareció aumentar.
–¡Maldito mexicano, come mierda! ¡Largo de aquí! ¡Regresa a tu país! ¡Jamás debiste salir de ahí, pedazo de escoria!–
Los comentarios xenofóbicos pasaron como si nada en León.
Él jamás se sentiría ofendido por sus orígenes.
–Estoy seguro de que tu intención ha sido insultarme con toda esa mierda racista que ha salido de tu boca, pero estoy más ocupado logrando que dejes en paz a la chica–
–¡Ella está conmigo, así que no te entrometas!– hizo intentó de volver a sujetarla, y Ariana no fue tan rápida para lograr escapar.
–La señorita no parece estar muy cómoda contigo– Chicano arqueó una ceja pero mantuvo la calma a pesar de que le hervía la sangre al ver que se había atrevido a tocarla de nueva cuenta. –Así que aleja tus asquerosas manos de ella y desaparece antes de que te rompa la cara, jodido imbécil–
–¿Qué?– Vince soltó una carcajada llena de burla. –¿Te gusta, verdad?– la maniató de ambos brazos colocándolos tras su espalda y la empujó hacia el frente como presumiendo de ella. –¡Pues yo la vi primero, rufián! ¡Anda a joderte! ¡Esta putita es mía!–
Aquello, ver el rostro de la joven contraído de miedo, la mueca de dolor tener a aquel bastardo detrás de ella maltratándola, fue suficiente para que León decidiera que los jueguitos se habían terminado. La adrenalina inundó su sangre; quería capturar a ese hijo de puta, quería machacarlo. Después de tantas atrocidades y tantos casos de abuso que había visto en su trabajo como policía, odiaba a cualquier hombre que denigrara a las mujeres, sentía que debía matarlos a todos.
–Te lo advertí dos veces... no habrá una tercera– el moreno se lanzó contra él capturando el cuello de su camisa y arrastrándolo hasta conseguir alejarlo de la bailarina.
–¡Hijo de puta! ¡Llamaré a la policía!–
Vince pudo ver la sonrisa en el rostro de Chicano.
–Yo soy la policía– lo dijo tan despacio que dudó que lo hubiese escuchado. Lo siguiente que él hizo fue llevarlo hasta el muro que formaba la pared trasera del local propinándole un puñetazo tras otro, tras otro, tras otro hasta que la cara de Vince se tornó tan roja como si se hubiese dado un baño en salsa de tomate, pero era sangre.
Ariana se sintió todavía más horrorizada.
–¡Nooo! ¡Cielo santo, no! ¡Suéltalo! ¡Suéltalo ya mismo! ¡Lo vas a matar!– lo último que ella deseaba esa noche era ver a un hombre morir. Se acercó para intentar hacer algo al menos.
–¡Esta maldita alimaña aprenderá a no volver a meterse contigo!– el guardia continuó golpeándolo sin compasión alguna hasta que utilizó una de sus manos para retenerlo ahí todo lo posible e impedir que escapara.
–¡Nooo, noooo!– Ariana comenzó a llorar de pura angustia. –¡Ya suéltalo!– le suplicó una vez más. –¡Por favor! ¡No más! ¡No más!–
Finalmente, aquel lado de León que funcionaba únicamente por medio de su conciencia, fue incapaz de seguir ignorando los gritos y las suplicas de la desesperada mujer que permanecía a su lado. Soltó el aliento, apretó los puños y gruñó rabioso. Lo tomó de las manos colocándoselas tras su espalda tal y como él había hecho con la chica momentos antes.
–Discúlpate con ella– le exigió.
–¡Estás loco!–
–¡Que te disculpes!– utilizó aún más fuerza haciéndolo gritar por el dolor.
–¡Ya déjalo ir!– le pidió Ariana. –¡No quiero sus disculpas!–
–Pero yo sí– respondió Chicano. –Discúlpate o juro que te romperé el brazo– y para dejarlo claro, lo retorció utilizando solamente uno de los suyos. Tan fácil como si simplemente estuviese viendo un partido de golf.
–¡Ahhhh, de acuerdo! ¡De acuerdo, yaaaa! ¡Perdón! ¡Perdón! ¡Ahora suéltame, maldito!–
Poco satisfecho pero sin más deseos de seguir lidiando con un estúpido como aquel, volvió a tomarlo del cuello esta vez para lanzarlo al frío concreto.
–Lo pensarás dos veces antes de molestarla a ella o a cualquier otra. Ahora desaparece antes de que me arrepienta de dejarte ir– le dijo en tono helado.
Vince, aun y cuando apenas podía mantenerse en pie, lo miró desafiante y utilizó su dedo anular para apuntarlo.
–¡Pagarás por esto, mexicanucho! ¡Lo pagarás muy caro!– le juró.
Chicano le mostró su perfecta dentadura blanca.
–Aquí te espero, cabrón– fue su tranquila respuesta.
Vince le lanzó una última mirada. Escupió la sangre que llevaba en la boca e intentó limpiarse con la camisa llena de tierra. Dio media vuelta y después se marchó.
El guardia y la stripper se quedaron solos entonces. Él respiraba con dificultad, seguía tenso y lleno de adrenalina a pesar de que trató de tranquilizarse. Ella por su parte llevó sus manos al rostro y lo cubrió. Todavía temblaba, se sentía demasiado consternada.
–Cielo santo, estabas asfixiándolo... ¡Con una mano!– todavía no podía creérselo.
León tampoco. La miró con el ceño fruncido, fijándose sin más en lo bajita que era cuando no llevaba tacones. Ciertamente inclinar la cabeza para poder mirarla.
–¿Habrías preferido que usara las dos manos?– le respondió insolente. –Me pareció ético darle al menos una ventaja a ese pobre diablo, pero la próxima vez me aseguraré de hacer bien el trabajo– ¡Joder! La próxima vez que lo viera molestándola, sólo mataría a ese bastardo.
Quizás la castaña tenía algo de razón, pensó él. Podía haber dominado la situación con menos violencia, pero la expresión en el rostro femenino, el terror y la desesperación que había visto en ella... el verla tan desprotegida, lo había cabreado mucho. Seguro le había roto la nariz a ese infeliz y quizás hasta le había dislocado la muñeca. Pensar en eso lo hizo sonreír internamente. El muy hijo de puta se lo merecía.
Ella negó y se giró para no mirarlo más.
León exhaló.
–¿Estás bien?– luego de todo aquello necesitaba saberlo. –¿Cómo te sientes?–
Los ojos marrones conectaron entonces con los suyos y ambos pares destellaron.
Ariana no respondió al instante, sino que se quedó muda.
Hacía mucho tiempo que nadie le preguntaba cómo se sentía. Tanto que había olvidado cómo responder a tal pregunta.
Su silencio preocupó aún más al moreno. Apretó la mandíbula.
–¿Qué? ¿Ese jodido idiota te golpeó?– comenzó a alterarse de nueva cuenta. –¡¿Te golpeó?!– estaba dispuesto a ir tras él y terminar de matarlo.
Su tono y la preocupación que vio en él la desconcertó mucho más que su cuestionamiento. Enseguida negó y alzó una mano para evitar que saliera persiguiendo a Vince.
–Mira, esto no es nuevo. Pasa todo el tiempo, así que no te preocupes más, ¿quieres? Es... es normal– y no mentía. Le había sucedido muchísimas veces con anterioridad y con una infinidad de hombres que ahora eran imposibles de contar. Se había acostumbrado incluso a ello, aunque eso no quitara el terror que sufría cada vez que sucedía.
–¿Normal?– Chicano la miró horrorizado. –¿Todo el tiempo?– repitió casi incrédulo. ¡Maldita sea! Sus palabras lo hicieron enfurecer aun más. La tomó de ambos brazos y la atrajo más cerca sin siquiera ser consciente de lo que hacía.
Ella suspiró cansada de todo aquello, de Vince, de la situación, de no estar con Gianna en la seguridad de su hogar.
–Escucha... Soy stripper, ¿de acuerdo?– le dijo como si esa simple explicación lo excusara todo.
León negó.
–No importa lo que hagas o a qué te dediques, no es una invitación para ser atacada sexualmente por nadie– puntualizó. La miró con fijeza para que lo entendiera. ¡Santa mierda! En serio deseaba que ella lo entendiera. No importaba que fuese doctora, maestra, contadora, o bailarina erótica... ¡Merecía respeto! –Eres una mujer, un ser humano, y sólo por eso tienen que respetarte– se miraron tan fijamente, y se encontraban tan cerca que su interior dio un salto haciéndolo alejarse de inmediato. La reacción fue tan extremadamente física que lo asustó. Se quedó perplejo.
Ariana por su cuenta se mantuvo quieta. Algo en su interior se removió y la conmovió en niveles que no creyó posibles. Abrió la boca para responder aunque al principio vacilara.
–A...agradezco tu preocupación pero... no es necesaria. Además yo puedo defenderme sola–
León veía en ella a una mujercita menuda y delicada, sin embargo veía toda su fortaleza en su mirada. No se atrevería a contradecirla. Mientras trataba de controlar las emociones que le había producido el breve contacto con el suave y femenino cuerpo de ella.
–No lo dudo. La habilidad de defenderse de la atención masculina no deseada es algo que toda mujer atractiva debe poseer, pero... Ese tipo es peligroso. ¿Lo sabes, cierto?–
Ella se tardó un tanto más en responder. No comprendió la pregunta. La distrajo la intensidad de su mirada verdosa.
–Eh... sí, sí lo sé– susurró.
Él resopló. Aspiró discretamente y el femenino aroma lo traspasó casi trastornándolo.
Por un momento se preguntó cómo infiernos se había atrevido aquel imbécil a intentar atacarla si bastaba mirarla para que el corazón se le apretujara. Quizás allá adentro en el Moonlight, arriba del escenario era la hembra más caliente y seductora del planeta tierra pero ahí no era más que una jovencita llena de vida.
¡Y de belleza! ¡Joder!
Qué bonita era. De cerca era aún más evidente. El exagerado maquillaje que normalmente usaba no le valía para nada teniendo semejante rostro. Un preciosísimo rostro que se moría por contornear con los dedos. Sus pómulos estaban sonrojados, los labios eran carnosos y de un hermoso color rosa. Pero sus ojos... ¡Ah, qué ojos! Él nunca había visto unos ojos como aquellos, de un color caramelo increíble.
Envuelta en la inocencia, y aun así no inocente.
Pensó de inmediato en que podría encontrársela en cualquier parte, en el supermercado, paseando por una concurrida avenida de la ciudad, y jamás adivinaría a qué se dedicaba.
–¿No se supone que tu hora de salida es más temprano?– la cuestionó. León bien sabía que todas las strippers se marchaban una hora antes que él.
–Sí, pero... me retrasé un poco–
–Ya. ¿Y pasará alguien a recogerte?–
Momentos antes Ariana había visto el mensaje del señor Jackson donde se disculpaba pues no podría llegar. Al parecer le había surgido una emergencia familiar.
–Tengo un taxi de confianza, pero hoy no podrá venir–
–¿Y pensabas irte sola caminando?– no, el moreno no creía que ella fuera tan tonta como para hacer semejante cosa.
Ariana titubeó un momento antes de contestar, como si le costara darle la información
–Yo... estaba a punto de decidir qué hacer–
Entonces León vio el cansancio grabado en cada una de sus facciones. Se sintió terriblemente mal por ella.
–Bien, yo te llevaré a tu casa– señaló entonces su automóvil aparcado. –Y antes de que digas algo, no aceptaré un no. Te llevaré y punto–
Chicano había sacado a relucir aquel lado mandón y autoritario. La castaña siempre había odiado a las personas machistas, le disgustaban profundamente así que se sintió avergonzada de sentir satisfacción al ser rescatada por aquel hombre, cuyo vigor físico resultaba tan atractivo como su fuerza interior.
Ahora quería llevarla a su casa. Su instinto de orgullo le pidió que se negara, y le dijera que podía arreglárselas por su cuenta pero el cansancio la venció. Había sido ya demasiado para una sola noche. Terminó cediendo. No debía olvidarse de que era una mujer el blanco perfecto para cualquier degenerado, era más de medianoche y además estaban en una zona peligrosa.
–Basta con que me acerques al barrio...–
–Te llevaré hasta la puerta de tu casa. Ya no discutamos por favor– Chicano abrió la puerta del copiloto y la invitó a entrar.
A Ariana no le quedó más opción que obedecer.
Entró al vehículo y se preparó mentalmente para los siguientes minutos hasta que llegaran a su edificio.
Cerró los ojos y mientras tanto lo escuchó entrar, colocarse tras el volante y abrocharse el cinturón de seguridad. Después el motor fue encendido.
Para ese momento ella no podía creerse que en verdad estaba ahí, en el coche del nuevo guardia.
No entendía por qué estaba tan nerviosa.
>Es sólo un hombre< se decía Ariana. >Es un hombre, no un alienígena<
Pero lo cierto era que la hacía sentirse incómoda. Así sin más. Hacía que el corazón le diera mil vuelcos en el pecho. Se sentía desnuda.
¡Por todos los cielos! ¿Era eso posible?
Suspiró y se mantuvo rígida, decidida a disimular el desasosiego que le provocaba encontrarse a solas con él.
Transcurrieron solamente diez minutos hasta que por fin llegaron al destino.
–Puedes dejarme aquí–
Pero Chicano no parecía convencido.
–¿En dónde vives? Te acompañaré hasta la puerta–
Ella negó.
–No es necesario–
–Pues yo creo que sí–
Ariana insistió en su negación. Fue firme ante su postura.
–No. Vivo en ese edificio así que ya me has traído sana y salva. Con eso basta. Muchas gracias y nos vemos después– saltó del auto antes de que él pudiera decir alguna palabra. No le dio tiempo siquiera de ayudarla a bajar como normalmente lo habría hecho con cualquier otra dama.
Su actitud lo dejó desconcertado. Demasiado cerrada, demasiado discreta e intrigante.
Se convenció entonces de que la pequeña stripper ocultaba algo.
•••••
La noche siguiente transcurrió tan normal como todas las demás.
El lugar estaba lleno.
Hombres reían, bebían y se entretenían con el espectáculo en turno.
Una de las tantas strippers se desnudaba encima del escenario mientras tanto.
Los silbidos y los comentarios obscenos apenas y eran perceptibles debido al alto volumen de la música.
Lady Gaga estaba haciendo retumbar y vibrar las paredes.
Big Show se ocupaba de la entrada como cada noche, decidiendo quién podía entrar y quién no.
Los meseros por su parte servían bebidas y más bebidas sin aminorar el ritmo.
Para Ariana, lo que sus ojos veían en ese instante era exactamente todo lo que había conocido desde tantos años atrás. Sin embargo en esa ocasión era marcada una gran diferencia. Ahora estaba él... Chicano.
Con chaqueta de cuero y vaqueros. Los ojos verdes destellando. Su cuerpo asombroso... ¡Sí! Era asombroso, grande, ancho y con todos los músculos definidos.
Una musculatura que con toda seguridad era el resultado de duro ejercicio físico, no de levantar pesas.
La castaña podía verlo. Había sentido su vibrante poder desde el momento en que la había tocado la noche anterior, y al ser testigo de cómo le había dado su merecido a Vince. Eran músculos inteligentes y flexibles, preparados para todo, sabían qué hacer sin dudar. Pero sabía o sospechaba que también podía ser tierno... Dulce, a pesar de ser un tipo duro, tenaz y obstinado.
Sus rasgos y su hechura, su sola presencia, era tremendamente masculinos, Incluso la sutil fragancia de su loción resultaba embriagadora. Podía recordarlo bien.
Sin embargo, su presencia persistía, y Ariana se sorprendió volviendo la cabeza para contemplarlo de nuevo.
Entonces lo entendió, le había afectado a un nivel tan profundo, que estaba asustada.
No dudaba que ese hombretón pudiera hacer que una mujer suplicara cualquier cosa, lo que fuera, y cielo santo, si no era precavida, si no guardaba las distancias y se andaba con cuidado ella bien podría pasar a convertirse en una de esas mujeres.
Exhaló y sin pensarlo más tomó el valor suficiente para acercársele.
Los latidos de su corazón la traicionaron cuando se colocó frente a él. Comenzaron a latir fuertemente hasta hacerla temer que este fuese a salírsele del pecho.
Los ojos de Chicano se clavaron en la bailarina nadamás verla. Enigmáticos, profundos, penetrantes. Brillaban en todo su esplendor mientras la miraba. Aquel verde sería probablemente el más intenso que vería jamás.
¿Cómo podía un tono tan frío producir tal impresión de calor? Se preguntó confundida.
Y por otro lado... ¿Qué cuántos años tendría tendría?
Desde luego no era ningún jovencito. Las diminutas líneas alrededor de sus ojos eran un único indicio de la edad que posiblemente tendría.
Era un hombre, todo un hombre. Las endurecidas y viriles facciones lo demostraban. Demostraban toda la experiencia, todo lo vivido, todo a lo que había tenido que afrontarse.
Para ella siempre había resultado fácil el hecho de ignorar a todos los hombres que la rodeaban, incluso a los que le gritaban soeces cuando bailaba. Pero a él no podía ignorarlo.
>¡¿Por qué?!< reprochó en su mente. >Tú me haces sentir diferente. Tú me afectas y eso no me gusta. ¡No me gusta nada!<
–¿Sucede algo?– lo vio fruncir el ceño y cuestionarla. Su voz la hizo regresar a la realidad. –¿Estás bien? ¿Necesitas algo?–
De nuevo estaba mostrando preocupación por ella. Ariana parpadeó encontrando incongruente tal lindo acto en comparación con la imagen dura e implacable que se había formado de él en su mente durante los pasados días.
–Estoy bien– consiguió decir mientras se aclaraba la garganta. –Yo sólo... quería darte las gracias por haberme defendido y por... haberme llevado hasta mi casa. Anoche no tuve oportunidad de hacerlo–
León asintió. Se mostró completamente distanciado, retirado, no parecía afectarlo su belleza física...
Sin duda Chicano no era como los demás hombres que había conocido, pero fue su respuesta lo que la dejó sin aliento.
–Para mí fue un placer–
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