Capítulo 4

Treinta minutos...

¡Treinta minutos!

León llevaba ya más de treinta minutos esperando en aquella pequeñísima oficina.

El calor era insoportable, mucho más que eso, lo estaba haciendo sudar hasta sentir las gotas derramarse por sus sienes. Desde luego había un a/c instalado en lo alto del techo, pero la señorita que lo había recibido, una morena curvilínea vestida únicamente con una tanga minúscula y un top plateado, no había tenido la amabilidad de encenderlo.

¡Joder!

Se sentía como el infierno ahí adentro. Un verdadero horno.

Exasperado, se dedicó a mirar a su alrededor.

No había nada del otro mundo, y sin duda parecía lo que era... La oficina de un putero.

Había un escritorio desgastado frente a él, pero la silla de cuero en la que debía sentarse el dueño noche tras noche estaba reluciente. Dos de las paredes estaban tapizadas de un forro que imitaba la piel de una cebra, las otras dos mantenían un color negro liso pero eran adornadas con letreros en luces de neón. Había lámparas de lava en distintos tamaños, y además en uno de los laterales había una enorme caja de plástico transparente que almacenaba una horrible iguana que no había dejado de mirarlo desde que llegara. Era verde y escamoso, sus patas eran cortas pero su cola muy larga. Llevaba alrededor del cuello un collar café de la que colgaba una placa en donde seguro venía su nombre grabado.

León no pudo leerlo ya que lo llevaba al revés. Sin embargo se dio cuenta de que aquella peculiar mascota contaba con su propio ventilador en miniatura.

–En estos momentos te tengo bastante envidia, como sea que te llames

No soportó más y de inmediato se puso en pie y se dirigió hacia la única ventana para intentar abrirla.

Al parecer estaba atascada, así que no resultó tarea fácil el controlar su fuerza para así no terminar rompiéndola. Parecía demasiado frágil.

Exhaló y finalmente se rindió.

Frustrado, sudado y bastante irritado, se dijo que lo mejor sería largarse de una buena vez. Necesitaba el trabajo para no volverse loco en sus malditas vacaciones forzadas. ¡Ah, odiaba llamarlas así! Pero podía conseguir otra cosa, algo más común y corriente, algo que no alterara su ciclo del sueño. Sí, eso era lo que haría.

Se dirigió hacia la puerta para abrirla y entonces chocó contra alguien que a su vez entraba.

Era un tipo casi de su misma altura, robusto, de rostro tosco y expresión severa. Tenía el cabello oscuro y aunque era obvio que estaba a muy poco de quedarse calvo, seguía llevando lo poco que quedaba de él en una coleta que llegaba hasta media cabeza. Se veía que le gustaban las joyas pues llevaba una gruesa cadena en su cuello y los dedos de sus manos repletos de anillos.

–Tú debes ser el que viene por la vacante de guardia, ¿no es así? Pasa, toma asiento– el hombre no se molestó siquiera en disculparse por haber tardado tanto en aparecer. Dio por hecho que era algo sin importancia.

León se sintió aún más irritado pero decidió darle una oportunidad más. Sólo una.

–Sí, estoy aquí por el empleo–

–Bien, pues empecemos– de nuevo hizo seña hacia las dos sillas frente a su escritorio. Sin esperarlo él pasó directamente a la suya. –Me dieron muy buenas referencias de ti. Dijeron que eres alto y fuerte, veo que no me mintieron, pero me gustaría saber un poco más. ¿Qué habilidades tienes? ¿Prácticas algún deporte? ¿Algún arte marcial?–

Con un movimiento frío, León tomó asiento. Luego respondió.

–Si lo que quiere es saber si soy capaz de controlar la situación y someter a cualquier imbécil que se ponga impertinente, la respuesta es sí–

El hombre asintió y analizó su contestación. Se mantuvo en silencio durante varios segundos y lo observó.

–Te creo, y voy a ser muy sincero contigo. Este lugar es mi más preciado tesoro, mi gran proyecto de vida. Por eso lo cuido más que a nadie. Amo el dinero que me da y no estoy dispuesto a perderlo por nada del mundo, así que odio a esos impertinentes como tú les llamas. Me da terror la idea de que por culpa de esos idiotas pueda venir la ley y me clausure. Es por eso que pongo especial atención en la vigilancia–

Esta vez fue el turno de León de analizarlo. Mientras lo escuchaba hablar lo observaba interesadamente. Fue cuestión de segundos que en su cabeza tuvo una clara descripción de él, un maldito gordo holgazán que se enriquecía mediante el trabajo de otros, avaricioso hasta los huesos pero inofensivo a final de cuentas.

–Dígame una cosa, por favor. ¿Lo que hacen aquí es legal?–

Como había sido de esperar, el hombre frunció el ceño y se mostró indignado.

–¡Por supuesto que lo es!–

–¿Venden alcohol adulterado?–

–¡Coño, no!–

–¿Drogas?–

–¿Qué eres? ¿Policía?–

León dejó pasar la pregunta sin intención de responderla.

Su posible nuevo jefe se mostró aún más enfadado.

–Escucha, amigo, aquí no manejamos esas porquerías, ¿de acuerdo? Y antes de que lo preguntes, mis chicas no están aquí a la fuerza, no soy ningún tratante de blancas, y tampoco las obligo a nada. De hecho ninguna de ellas se prostituye aquí. Sólo bailan y ya, ¿queda claro?–

–Muy claro–

Se sostuvieron la mirada durante prolongado tiempo.

Lo primero que le vino a la mente a León fue que aquel sujeto había empezado a sospechar que había algo raro en él. Después pensó en que seguro no iba a contratarlo. Tenía todo el tipo de aquellos jefes que preferían tener de empleados a personas que tuvieran sólo un gramo de cerebro, que no lo cuestionaron y no le dieran problemas. Pensó en que lo siguiente que diría sería que se largara de ahí, o si tenía un poco más de tacto, le diría cortésmente que podía retirarse y ellos lo llamarían. Sin embargo lo que dijo fue algo muy diferente.

–Por cierto, puedes llamarme Ice T. Así me conocen todos por aquí, además de que no me gusta que sepan mi nombre real, por lo tanto nunca te atrevas a preguntarlo– desesperadamente se había encargado de ocultar que se llamaba Tracy Lauren, detestaba a sus padres por haberle dado un nombre de mujer. Sólo le había valido de burlas en la escuela y eso lo había hecho crecer con bastante rencor. Pero aquellas eran memorias que prefería no recordar. Negó con la cabeza y se concentró de nuevo en lo que estaba. –¿Tú cómo te llamas?–

–A mí tampoco me gusta que me llamen por mi nombre. Me presento como Chicano– le tendió la mano para presentarse.

Ice volvió a fruncir el ceño.

–Vas a ser mi empleado, creo que es necesario que yo lo sepa. ¿Por qué no te gusta?–

–¿Usted me dirá sus razones si yo le cuento las mías?– León no tenía problema alguno con el suyo, pero se había presentado la oportunidad de manejarse así y no la desaprovecharía. Prefería mil veces el anonimato, de ese modo cuando regresara al cuerpo de policías de Green Bay no tendría problema si alguien reconocía su nombre.

No había manera de que se lo dijera. La expresión en él se lo hizo saber.

Gruñó aún así en desacuerdo.

–Bien, no me lo digas. Será cómo prefieras... ¿Chicano, dices?–

–Así es–

–Ya lo entiendo, eres mexicano, ¿cierto?– le preguntó mientras abría una bolsa de chetos y comenzaba a devorarlos. –Supongo que estás aquí ilegalmente y por eso no quieres decirme tu nombre. Descuida, no es problema mío, pero si te descubre la migra, diré que no trabajas aquí y que jamás en mi vida te había visto– advirtió.

–Soy completamente mexicano porque nací en México al igual que mis padres, pero soy ciudadano americano desde que era niño, así que no se preocupe por eso, señor Ice–

–No estaba preocupado– sonrió él. –Estás contratado, Chicano. Como podrás ver estoy desesperado por tener a alguien que cuide mi establecimiento, y tú me has caído bien, además de que pareces bastante competente, mucho más que los otros flacuchos que han venido por el puesto. Sólo... me gustaría saber una cosa...–

–Adelante, pregunte–

–¿Puedes comenzar hoy mismo?–

A León no se le ocurría nada peor que quedarse en casa una noche más, recordando todo lo sucedido con Badgley y con Elle.

Exhaló.

–Cuente con ello–

•••••

Ariana se apresuró a llegar hasta la puerta vecina de su apartamento y comenzó a golpetear delicadamente en espera de que le abrieran.

Una muy sonriente señora Doris apareció en el arco y de inmediato la invitó a entrar

–Oh, Ariana, qué agradable sorpresa que vengas a visitarme. ¿Está todo bien? ¿Giannita está bien?–

La castaña le devolvió la sonrisa.

–Ella está en la escuela, estoy de camino a ir a recogerla pero primero quise pasar a dejarle un poco de comida para la merienda– le entregó unos cuantos recipientes, los cuales su vecina tomó con gusto.

–Cielos, huele delicioso. Siempre he dicho que eres una excelente cocinera. Muchas gracias, no te hubieras molestado, cariño–

La señora Doris vivía sola desde que había enviudado, tenía solamente un hijo quien radicaba al otro extremo del país por asuntos de trabajo, era por ello que Ariana siempre procuraba ayudarla de algún modo, además le debía muchísimo, pues siempre se había portado bien con ella y encima de todo cuidaba a Gianna cada noche. Esa era su manera de agradecerle.

–Para mí es un gusto– le respondió. Entonces notó que en la mesilla en medio de la sala se encontraban desbalagadas un montón de fotografías. A Ariana le llamó muchísimo la atención una de ellas. –¿Esta es usted? ¡Cielo santo! Era una belleza– y no mentía. –A decir verdad lo sigue siendo–

–Fui reina de belleza así que no pienso contradecirte– bromeó la anciana mujer.

Ambas rieron.

–Lo digo en serio, pudo haber sido estrella de cine–

–Ofertas no me faltaron, créeme, pero ese mundo nunca llamó mi atención. Preferí estudiar y casarme con mi adorado Gus– la señora Doris tomó una fotografía donde aparecían ellos dos el día de su boda. –Ah, fui la mujer más feliz a su lado. Lo amé muchísimo–

–Lo sigue amando, ¿no?–

Ella se hundió de hombros.

–Con todas mis fuerzas. Su muerte me dejó destrozada– respondió con tono nostálgico y triste. Aún así mostró una sonrisa. –De cualquier modo el tiempo lo cura todo y me siento agradecida de haber disfrutado los años que estuve a su lado–

Ariana suspiró. Le daba gusto ver que todavía existían personas que vivían no habían vivido el verdadero amor, aunque eso no fuera para ella.

No, jamás sería para ella porque simplemente las strippers, y al menos no las que se habían prostituido, podrían merecer nunca una relación estable. Los hombres las consideraban poca cosa, sin valor alguno.

>Los hombres no aman a las mujeres como tú. Las usan y las descartan como la basura que son<

>Tú ya estás contaminada, Ariana<

Oh, pero eso no le importaba. Lo último que deseaba era aquel tipo de relaciones. Sólo de pensarlo le daban náuseas.

–Espero que algún día conozca lo que es esto, que te enamores de un buen hombre, uno que sepa merecerte, que te cuide y te haga muy feliz–

La joven le sonrió.

–Yo sé cuidarme sola, señora Doris–

Pero la mujer negó.

–No me refiero a eso, querida, sino a atenciones, a detalles, a cariño...–

–Bobadas–

–Me preocupa que estés tan cerrada al tema. Sé que alguien te hizo daño en el pasado pero no puedes permitirle que siga afectando tu presente y menos aún tu futuro. Considéralo, Ari, hazlo por ti–

Ella exhaló.

–De acuerdo, lo consideraré– mentía. Absolutamente lo hacía pero sólo para que la señora Doris dejara de insistir. Siempre era tan amable. –Bien, debo irme a recoger a Gianna. Nos vemos después– se despidió de ella con un beso en la mejilla y enseguida se marchó.

•••••

Gianna la preocupaba bastante.

Era demasiado noble pero también muy tímida e insegura, le temía a todo y eso sin duda no era ninguna buena señal de que estuviese creciendo con normalidad como cualquier otra niña de seis años.

Sabía que todo aquel comportamiento podían deberse a muchas, muchísimas cosas. Se preguntaba constantemente qué era lo que estaba haciendo mal, o en qué se estaba equivocando. Diariamente ponía todo su esfuerzo en criarla con todo el amor y el respeto posible, le daba toda su atención cuando estaban juntas. No entendía cómo era posible que la estuviese afectando el no tener un padre. Jamás había tenido uno y no lo había necesitado tampoco.

–¿Cómo te fue en la escuela, mi amor?–

La pequeña que caminaba tomada de su mano alzó la mirada hacia ella y hundió los hombros.

Aquella fue su respuesta.

La preocupación de Ariana aumentó. Su hija se había vuelto más retraída además la asustaban las personas. Lo comprobó en ese momento cuando pasaron delante de un parque donde algunos niños se habían detenido a jugar un poco. Ellos la saludaron con entusiasmo agitando sus manitas, pero la reacción de Gianna había sido esconderse tras las piernas de su madre.

Se le contrajo el corazón. Lo que más deseaba en el mundo era protegerla de todo, de toda maldad y cualquier cosa que pudiese hacerle daño, pero habían cosas que simplemente no estaban en sus manos.

Caminaron las cuadras que restaban hasta llegar a su diminuto pero acogedor departamento. Una vez que entraron Gianna corrió directo a jugar con sus muñecas mientras Ariana se dedicaba a revisar su mochila, especialmente sus cuadernos para enterarse así de la tarea que seguramente le habían encargado. Se sorprendió y alegró cuando encontró un examen contestado y revisado. Había obtenido una impecable A, y desde luego eso la llenaba de orgullo.

–Pero mira esto, ¿por qué no me dijiste que te había ido tan bien en tu examen?– la cuestionó.

Gianna le sonrió. La ponía feliz ver que su madre estaba tan contenta por la buena nota que había sacado en la escuela.

–Creo que te mereces un premio. ¿O qué opinas tú?–

–¡Sí, sí!–

La niña asintió entusiasmada y Ariana le sonrió. Adoraba escuchar su hermosa vocecita. Era una lastima que decidiera usarla en muy pocas ocasiones, y siempre en cortas sílabas.

–¿Te parece... un helado con doble montaña y jarabe de chocolate?–

Aquello la haría llegar un poco tarde al Moonlight pero no le importaba, su hija era más importante que todo, ver esa sonrisita en su precioso rostro valía cualquier retraso en su trabajo.

De pronto, no pudo evitar pensar en su propia madre.

Le pareció demasiado extraño. Jamás pensaba en ella.

Ni siquiera la recordaba, ni su cara, ni su voz, nada. No tenía ningún recuerdo, salvo lo que su padre le había repetido hasta el cansancio.

<Nunca te quiso. Te abandonó porque sólo fuiste un estorbo para ella>

•••••

–¿Listo para tu primer día de trabajo, Leoncín?–

León no terminaba de comprender cómo era que Gonzalo tenía aquel don de aparecerse precisamente cuando de peor humor estaba.

La realidad era que había estado intentando sabotearse el sueño una noche anterior para así pasar el día durmiendo y estar preparado para empezar con su nuevo empleo, pero lo único que había obtenido había sido una terrible jaqueca.

–¿Que no es obvio?– murmuró mientras terminaba de colocarse su chaqueta de cuero negro encima de la playera blanca que se amoldaba a la musculatura de su torso. Llevaba pantalones negros y zapatos del mismo tono.

–Eso veo, y también noto que vas muy guapo– bromeó mientras sacudía una pelusa imaginaria en su hombro. –Dime, ¿ya te echaste loción? Sería buena idea, ¿qué tal que alguna pollita decide darte una bienvenida muy especial?–

–Ya cierra la boca, Gonzalo– gruñó León molesto.

–De acuerdo, de acuerdo– su peculiar hermano alzó sus manos como fingiendo inocencia. –No me digas nada, pero cuando te vea regresar aquí con una sonrisota de oreja a oreja entonces sabré lo bien que la pasaste... "trabajando"–

León odiaba su poca paciencia. La odiaba porque hacía que deseara golpear a aquel zoquete prácticamente a los cinco minutos de estar con él.

Para fortuna de Gonzalo en ese momento el padre de ambos apareció.

Román caminó hasta llegar al centro de la sala, apoyado en su bastón.

–¿Ahora sí vas a contarme de qué va tu nuevo empleo y por qué tu hora de entrada es a las siete de la noche?– lo cuestionó.

Soltando un suspiro tenso, León miró a su progenitor.

Le daban muy pocas ganas de explicarle que estaría ocupándose de mantener el orden en un club de striptease donde un montón de mujeres se desnudaban cada noche.

–Será mejor que se lo preguntes a Gonzalo–

Tomó aliento, cogió su billetera, su celular y las llaves de su auto y enseguida se marchó.

Tanto Román como Gonzalo lo observaron marcharse por la puerta principal de la casa.

–¿Y bien?– el hombre mayor arqueó la ceja con impaciencia.

–Sólo diré que en estos momentos le tengo mucha envidia a Leoncito–

Su padre entendió ahora menos.

–¿A qué te refieres?– la sonrisa en su hijo de en medio le dijo que debía tratarse de algo muy serio, y que además se lo estaba pasando en grande burlándose de su hermano mayor. –Habla, Gonzalo–

–Será el cuidador de un table dance–

Los ojos de Román se agrandaron como dos platos.

–¡¿Qué?!–

•••••

El Moonlight era exactamente como León lo había imaginado.

Un cabaret de pacotilla. Adornado con más luces de neón, joder ahí no podían faltar las luces de neón. Un centro de striptease al que sólo acudían aquellos hombres que no lo eran suficientemente como para conseguirse una mujer de verdad.

Desde luego no detestaba los lugares como aquel, simplemente le eran indiferentes. Jamás se había imaginado que alguna vez acudiría a alguno, y mucho menos por motivos de trabajo.

Su vida se estaba volviendo una locura.

Aparcó el coche con rapidez. Se dio cuenta de que el lote que utilizaban para estacionamiento estaba vacío e imaginó que en unas cuantas horas más se llenaría, y entonces todos aquellos babosos degenerados mostrarían sus caras.

Tardó unos cuantos minutos en salir del vehículo, y se mantuvo muy quieto en el asiento mientras apretaba con fuerza el volante.

Quizás estaba debatiéndose entre bajarse o no. La realidad fue que pudo más su orgullo.

Claramente no se sentía orgulloso de que en breve comenzaría a ser el vigilante de un sitio como aquel, pero por otro lado se negaba a dejar que su cobardía venciera. Jamás había huido de nada y jodidamente no iba a comenzar en ese instante.

¿Olvidarse del asunto de Elle McConaughey y sus secuestradores? Eso jamás. No quitaría el dedo del renglón y eso era algo que ya había decidido, sin embargo ese trabajillo de mierda lo ayudaría a no levantar sospechas.

Sin más, salió de ahí. Caminó entonces hacia las puertas de entrada pero antes de introducirse y mientras andaba, pudo observar a un par de jóvenes que se habían detenido en la gasolinera de enfrente. Los dos iban en sus motocicletas y el verlos hizo que León suspirara y un extraño sentimiento de nostalgia lo conmoviera. Verdaderamente extrañaba su juventud. Extrañaba sentirse libre, sentir que su mente era libre. Andar en moto y dejar que el viento golpeara en su cara. La sensación de velocidad y adrenalina corriendo por sus venas. Le pareció familiar y agradable. Lo extrañaba muchísimo.

Estaba a muy poco tiempo de cumplir los cuarenta, y aunque faltaban algunos años para que eso sucediera, él no podía evitar sentirse envejecido.

El trabajo en la Estación de Policías siempre había hecho que se sintiera más joven, con más fuerza y con interminables energías.

Ahora le habían arrebatado todo aquello y sin duda se sentía perdido.

Y la realidad era que no estaba siendo muy fácil de sobrellevar para él.

Su juventud se había ido en un abrir y cerrar de ojos. A los veintiuno se había convertido en padre. No se arrepentía, por supuesto. Se había perdido de muchísimas cosas, de vivir un poco más como un chico sin obligaciones, viajar quizás, ahorrar dinero. Pero... Alex era lo mejor que la vida le había dado. Era su más grande regalo y si tuviera la oportunidad de regresar el tiempo sabía bien que haría las cosas de la misma manera si con eso le garantizaban el tener a su hijo a su lado.

Había sido demasiado joven cuando su cachorro había nacido, pero eso no había sido impedimento para que lo amara con todas sus fuerzas.

Exhaló. Sin más se dirigió a la entrada.

Todo parecía tranquilo pero eso se debía a que todavía no era hora de abrir al público.

Nada más entrar, León se encontró con oscuridad absoluta. A medida que avanzaba una hilera de luces led en color rojo se encendieron. Seguramente tenían algún tipo de sensores que se activaban al sentir la presencia humana. Parecía ser un largo pasillo que lo conduciría hacia alguna parte.

Y en efecto así fue. Consiguió llegar hasta el área principal. Había mesas a su alrededor, con las sillas encima de ellas. Algunos empleados se ocupaban de bajarlas. Otros más limpiaban el escenario del centro en donde debían presentarse las strippers. Las paredes estaban pintadas de gris, y de las vigas del techo colgaban fluorescentes alargados que iluminaban tenuemente el sórdido local. Del costado izquierdo había una barra en donde los cantineros preparaban las bebidas que más tarde venderían. Todos parecían prepararse para una noche más de trabajo.

León seguía observándolo todo cuando estuvo a punto de chocar con una gran masa humana. Parpadeó y se dio cuenta de que era un hombre gigantesco. Le sacaba al menos veinticinco centímetros, y eso ya era decir mucho, pues él era mucho más alto que el promedio.

–Oye, amigo, todavía no abrimos– le dijo en tono severo.

Desde luego el moreno negó.

–No estoy aquí para ver mujeres. Vine a trabajar– fue su respuesta.

El rostro del sujeto se contrajo con sorpresa cuando comprendió.

–¡Oh! Tú debes ser el hermano de mi amigo Gonzalo. ¡Claro! Bienvenido–

–Gracias–

–Esta será tu primera noche aquí, te mostraré las instalaciones y tus obligaciones. Podemos empezar por que me digas tu nombre, ya que seremos compañeros–

–Llámame Chicano– le dijo.

El hombre analizó su respuesta con ojos entornados. Pudo adivinar que no le sacaría su nombre real ni aunque le dijera que de ello dependía su estadía ahí. Se encogió de hombros decidiendo no tomarle tanta importancia. Después de todo él también era conocido por su apodo.

Alzó su mano cortésmente para que pudiesen saludarse.

–A mí me dicen Big Show–

León asintió. Mientras pudiera evitarlo no mencionaría para nada su nombre. Lo último que se le antojaba era entablar relaciones ahí. Quizás no lo había dicho pero no pensaba durar tanto tiempo. Tenía que ocuparse del caso de Elle, y por otro lado ver la manera de que Meloni lo reincorporara.

–Mucho gusto, Big Show–

–Vayamos con Nikki. Ella será tu jefa después de Ice–

Él asintió y lo siguió. Llegaron hasta el otro extremo justo donde una morena alta de extravagantes uñas y pestañas se ocupaba de ladrar ordenes a cuanto empleado se cruzara en su camino.

–Te dije que quería las luces del lado contrario, no puedo creer que no me escuchen. ¿Acaso están sordos? Contesten, ¿están sordos? Necesito saberlo, necesito saber por qué no cumplen con lo que les pido. Joder, joder, joder... Me va a dar algo, Biggy, ven aquí, échame aire por favor– la mujer se acercó hasta el corpulento guardia y le entregó su ventilador de mano.

Amablemente Big Show se ocupó de cumplir con lo pedido.

–Por supuesto–

–Ay, es que me sacan de mis casillas. Yo quiero ser buena, quiero destilar amor, pero ustedes no me ayudan, muchachos. Dímelo tú, Biggy– se giró hacia él. –¿Soy una mala jefa? ¿Me merezco este trato?– parecía indignada. Era claro que lo suyo era el drama y también ser el centro de atención. Lo manejaba bastante bien.

–Eh... No, claro que no, Nikki. Tú no eres mala. Muchachos, por favor, hagan lo que nuestra jefa ha pedido–

Los hombres asintieron obedientes y se dedicaron a ello.

Ella soltó un suspiro como de cansancio.

–Gracias–

–Mira, él es Chicano, el nuevo guardia de seguridad–

Hasta el momento, Nikki había estado ignorando la presencia del recién llegado. Fue el momento en que sus ojos se posaron en él que estos se abrieron con gran impresión.

–¡Wow!– exclamó llena de asombro. Una sensual sonrisa delineó sus carnosos labios y entonces permitió su mirada recorrerlo completo. –Pero esta sí que es una agradable noticia... ¿Sabes qué, Biggy? Hablaré con mi Icito, de verdad lo haré y le pediré que considere la posibilidad de montar un espectáculo para mujeres y gays. ¿No es esa una gran idea? Por supuesto este bombón sería nuestra estrella principal–

Big Show soltó una carcajada lo mismo que su jefa.

León en cambio se mantuvo con expresión inescrutable. El chistecito no le había hecho ni un poco de gracia, y jodidamente que él no estaba ahí pata bailar en tanga. Primero muerto.

–Oh, vamos, es una broma, cariño– Nikki le guiñó un ojo coquetamente. –Ven conmigo. Comenzaré a explicártelo cómo funciona este sitio– empezó a caminar por todo el lugar explicándole en qué consistía cada zona. –Aquella es la puerta de entrada, Biggy se encarga de ella. Aquí donde estamos en el área principal. Ya sabes, los clientes entran y se acomodan en sillas, los meseros anotan sus órdenes y luego las bebidas les son servidas. Nosotros no controlamos cuánto alcohol ingieren, así que es muy probable que cada noche tengamos que lidiar con al menos cuatro o cinco borrachos. Ese es el escenario, como podrás darte cuenta. Ahí mis chicas salen y dan su show, hay números individuales, en dúo y grupales. Cualquier sujeto tiene estrictamente prohibido acercarse a ellas más allá de la valla de metal que sobre sale de los límites y mucho menos tienen permitido tocarlas. Aquella puerta roja que ves allá...– dijo señalándole una habitación lejana. –Es el show room. Los clientes que pagan por un servicio más privado y personalizado son atendidos ahí–

–¿Servicio más privado?– cuestionó León confundido.

Nikki le sonrió con picardía.

–Ya sabes, sólo el cliente y la bailarina, más íntimo–

–¿Quiere decir que se prostituyen?– Ice T le había dejado en claro que no hacían tal cosa.

La morena negó prontamente.

–Claro que no, tontito. Las chicas sólo bailan ahí dentro. Baile privado y ya. Quizás una que otra permita algunas caricias o tal vez un beso pero sólo eso–

–Ya–

–Y bueno, tu sitio será este– caminaron hacia lo que parecía ser la conexión entre el escenario y un largo pasillo que no se parecía en nada al de la entrada. –De aquel lado están los camerinos de las chicas y la oficina de Icito. Tu deber, además de enfrentarte a los borrachos de este lado, será cuidar que nadie, ni embriagado ni sobrio, que no sea Ice o yo, cruce esta línea ni intente ir detrás de ninguna de mis bailarinas. En pocas palabras serás algo así como el guardaespaldas de todas. ¿Sí entiendes a lo que me refiero verdad, Chicanito?–

Él estuvo a punto de responder cuando escucharon un montón de gritos provenientes del interior del pasillo.

Nikki y Big Show se miraron consternados, pero León que reaccionaba por instinto ante aquel tipo de situaciones salió corriendo hacia ahí en lo que pareció la mitad de un minuto.

Abrió la puerta del camerino de una patada haciendo que esta se estrellara contra la pared y entonces estuvo preparado para el ataque.

Las más de diez mujeres que se encontraban dentro se quedaron absortas al verlo. Ninguna había esperado que un Action Man como aquel se apareciera de la nada y fuera a su rescate en lo que indudablemente había sido una escena de una película de ciencia ficción.

–¡¿Qué es lo que sucede?!– les preguntó un tanto alterado. –¡¿Están todas bien?! ¡Joder, hablen! ¡¿En dónde está el agresor?! ¡¿Les hizo daño?!–

–¿Agresor?– Brenda fue la primera en hablar. –Aquí no hay ningún agresor, es sólo que...–

Pero entonces el motivo de todos sus gritos volvió a aparecer mostrándose esta vez descaradamente.

–¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaah!–

–¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhh!–

–¡Aaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhh!–

–¡Aaaaaaaaaaaaaahhhhhhh!–

–¡Aaaaaaaahhhhhhhhaaaaaaaaaaaaahhhhhhh!–

Sintiéndose ridículo pero a la vez aliviado, León se dio cuenta de que todo se trataba de un pequeño ratón que esa mañana se había despertado con el arduo deseo de molestar a unas cuantas strippers. Vaya gandalla.

Exhaló. Tomó el cesto de basura y lo utilizó para atraparlo haciendo un nudo con la bolsa de inmediato.

–Tranquilas. Ya lo tengo– les mostró. –Lo soltaré allá afuera y asunto resuelto–

Más tranquilas de que el roedor hubiese sido capturado, las mujeres ahí presentes continuaron mirando a su rescatador. Todas tenían en su rostro expresiones de asombro. No podían creerse lo guapo que era aquel hombre y mucho menos que estuviera ahí.

Miraron entonces a Nikki esperando claramente una explicación, la cual les sonrió a sabiendas de que estaban fascinadas con aquel adonis. Ella misma lo estaba.

–Niñas, me complazco en presentarles a nuestro nuevo guardia. Él estará encargado de su seguridad– les guiñó un ojo.

–Mucho gusto–

–Bienvenido al Moonlight, querido–

–Hola, guapo–

–Es un gusto, me llamo Vanessa–

Los saludos y las presentaciones no se hicieron esperar.

De un segundo a otro León ya estaba rodeado de todas esas chicas, muy entusiastas y deseosas de su atención masculina. Él comenzó a sentirse un poco nervioso y hasta sofocado. Estuvo a punto de pedirles que le dieran espacio cuando de pronto la vio aparecer...

Una castaña de constitución delicada, con estupendo cabello ondulado y largo, y unos maravillosos ojos marrones que se pasearon por toda la habitación hasta conectar con los suyos, deteniéndose justo ahí.

A Chicano le dio un vuelco. Estaba viendo frente a sus narices a la mujer más hermosa que hubiese podido conocer nunca. Aquel fue su primer pensamiento desde el instante en que su mirada se clavó en ella.

Sus ojos verdes destellaron y una sensación en su pecho que no pudo identificar perduró haciéndolo sentir más extraño que nunca. Hizo un esfuerzo inmenso por apartar la mirada y contemplar a las demás. Frunció el ceño al no comprender sus propias reacciones. Jamás ninguna mujer por más bonita que fuera, le había quitado el aliento de aquel modo.

–¿Qué sucedió?– preguntó la recién llegada confundida.

La voz suave y femenina causó estragos en León. No pudo creérselo, y además de extraño también se sintió imbécil.

–Sucede que un pequeño ratoncito casi nos hace morirnos del susto pero este apuesto caballero ha venido aquí a nuestro rescate– mencionó una de ellas, quien no había dejado de mirar al moreno ávidamente.

La mirada de Ariana volvió a conectar con la del desconocido. Fue solo un par de segundos, sin embargo los suficientes para que ambos sintieran la descarga eléctrica recorriendo sus cuerpos.

Fue ella quien la retiró con rapidez para poner atención a Nikki que había hablado.

–Creo que sería bueno que todas se presenten con Chicano, muchachas, así él las irá identificando. Quiero que sepan que está aquí para cuidarlas–

De inmediato las chicas pusieron expresión de emoción. Desde luego saber que aquel espécimen masculino estaría a cargo de su seguridad lo hizo aún más sexy a su parecer.

–Wow... ¿así que tendremos guardaespaldas nuevo? Me llamó Chloe, por cierto. Es un gusto conocerte... Chicano– la rubia se acercó a él y con toda intensión tocó uno de sus brazos. –Uy, qué fuerte. Creo que estaremos a salvo contigo– pestañeó y le sonrió.

Las demás no quisieron quedarse atrás. También se acercaron y lo rodearon.

–Me llamo Stacey–

–Yo soy Marlen–

–Gwen, y es un placer. Apuesto a que no te llamas Chicano, y ese es sólo un apodo, muy lindo por cierto, ¿pero no vas a decirnos tu nombre, bombón?–

–Eh... Chicano. Llámenme así por favor– insistió él.

–Será como tú quieras, querido–

–¿De dónde eres? Eres latino, ¿cierto?–

–Mexicano. Nací en México pero... crecí en Green Bay–

A pesar de toda la atención que estaba recibiendo, León sólo podía tener sus ojos fijos en la castaña. Intentaba disimular aún así. Todas estaban presentándose ante él pero no conseguía memorizar ninguno de los nombres. El único que realmente deseaba saber era el de ella. Tenía que saberlo. Necesitaba saberlo.

–Me llamo Brenda y bienvenido al equipo– le sonrió la única asiática del grupo. Su tono fue amistoso, lo contrario del resto que parecían perritas en celo.

–Y yo Madelaine– la pelirroja hizo lo mismo. –Oh, y esta es Ariana– dijo mientras tomaba a su amiga de los hombros y la arrastraba a su lado.

>Ariana...<

El nombre le quedaba. Era femenino y auténtico, así como ella.

Volvió a mirarla pero entonces Nikki se colocó frente a él.

–Ya fueron muchas presentaciones, y Chicano necesita ir a su puesto. No quiero ningún retraso, niñas, así que andando– inmediatamente la jefa salió del camerino llevándose consigo a su nuevo y ahora muy popular empleado.

Las chicas se quedaron cotilleando entre ellas y riendo muy animadas.

–Va ser muuuuy interesante tener a ese mexicanote tan fuerte y tan varonil para que nos proteja–

–Creo que ahora sí estaré muy inspirada para hacer mis números–

–Esta noche voy a soñar, y no precisamente con los angelitos–

Más risas femeninas se escucharon.

–Cielo santo, pobre hombre. No sabe en qué se metió– dijo Brenda divertida.

–Quizás le guste– Ariana se hundió de hombros, y realmente pensaba que fuese a ser así. ¿A qué hombre no le gustaba ser asediado por un montón de chicas guapas?

Ella no solía perder el tiempo con aquel tipo de situaciones, así que caminó de largo hasta llegar a su tocador y comenzar a arreglarse.

El nuevo guardia la tenía sin cuidado.

•••••

–Disculpa a mis muchachas. No están acostumbradas a ver tipos guapos por aquí. Pero no te preocupes, las mantendré a ralla– Nikki le sonrió.

León que no podía decidir si se sentía más acosado con las bailarinas o con su nueva jefa, exhaló y desvió la mirada.

Fue ese momento en que Ice T, el dueño del lugar apareció. Lo primero que hizo, y con toda intención, fue colocarse junto a la despampanante mujer que era Nikki. La tomó de las caderas con fuerza y le plantó un apasionado beso en la boca.

Dio la impresión de que la estaba succionado y León se sintió más incómodo si todavía era posible.

–Ah, me da gusto que mi reinita te haya explicado ya todo sobre el club. ¿Verdad que es un encanto?–

Evidentemente el hombre estaba marcando territorio. Dejaba en claro que era bastante celoso y que no toleraba que nadie respirara siquiera cerca de lo que consideraba suyo.

–Eh... sí. Todo ha quedado claro–

–Me alegra mucho. Entonces podrás comenzar desde ya mismo. Puedes ir a tu sitio–

–Por supuesto, señor– León asintió gustoso de al fin tener unos cuantos momentos a solas. Se retiró sin mirar a Nikki ni una sola vez. Llegó hasta el que sería su lugar a partir de entonces. Se detuvo en el umbral del pasillo, y se preparó para empezar con su primer día de trabajo.

Sabía que le esperaba una larga noche y aquello no hizo sino irritarlo un poco.

Todo fue peor cuando las puertas al público fueron abiertas.

Las ocho en punto de la noche.

Como si hubiesen estado afuera esperando, montones y montones de hombres arribaron al lugar. Todos se apresuraban a conseguir las mejores mesas, las que estaban más cerca del escenario, se fijó. Unos cuantos más se dirigieron a la barra para comenzar a ambientarse.

La ruidosa y horrenda música fue escuchándose de un momento a otro, y aquello sumado con el bullido de las personas empezó a fastidiarlo.

Ni siquiera en su juventud había sido fiestero, mucho menos lo era ahora a los treinta y seis años. El ruido era algo que toleraba muy poco. El ambiente de ahí no era alguno que disfrutara. La música martillaba sus oídos y el juego de luces de colores hacía que deseara que los seres humanos poseyeran vista exclusiva en blanco y negro.

Se daba cuenta que no iba a ser tan fácil como había pensado en un inicio.

De principio las cosas habían ido normal, al menos dentro de lo que cabía.

Los clientes habían estado bebiendo sin novedad alguna. No había tardado en aparecer Nikki en el centro del escenario llamando así la atención de todos los presentes y ocasionando que algunos emitieran silbidos y unos cuantos piropos al verla. Ella los saludó encantada de saberse todavía deseada pero sabiendo de antemano lo que a Ice solía molestarle, se ocupó inmediatamente de anunciar el primer show de la noche. Las vaqueritas más sexys del condado.

León las observó aparecer una por una en una hilera. Todas llevaban shortcitos minúsculos de mezclilla desgarrados, blusitas guindas anudadas a sus estrechas cinturas, la abertura que permitía la visión de sus pechos más visible que cualquier otro accesorio. Botas y sombrero desde luego.

La canción country y muy sensual comenzó a sonar y ellas se movieron al son del ritmo.

El moreno exhaló. No les prestó atención. No dirigió su mirada hacia ellas ni una sola vez. No se sentía interesado en su show, tampoco en ninguna de ellas, ni siquiera cuando empezaron a desvestirse quedando únicamente en tanga y sostén.

Minutos transcurrieron hasta que por fin la presentación terminó.

Las bailarinas desaparecieron pero en tiempo récord regresaron al escenario. Habían cambiado sus vestuarios de vaqueras por sensuales uniformes colegiales.

Los gritos de los hombres aumentaron con mayor emoción.

¡Joder! Realmente eran unos pervertidos. León no se lo pudo creer.

Alguna canción de Britney Spears empezó a sonar y entonces ellas comenzaron con la segunda parte del show.

Así las horas fueron transcurriendo sin que él sintiera la más mínima emoción en su interior. Nada. Lo único que ocasionaba cierta reacción en su pecho, que todavía no lograba descifrar, era el mero hecho de pensar en la joven de ojitos marrones llamada Ariana. Se preguntó entonces si ella aparecería en algún momento, si los deleitaría a todos con algún baile sensual... No quería admitirlo pero su curiosidad era más fuerte que nada. Realmente deseaba saber si la vería otra vez en lo que restaba de la noche.

Empezó sentirse irritado de ver a tantas mujeres contoneándose y desnudándose sin inhibición alguna. No lo atraían en lo más mínimo.

De nueva cuenta echó un vistazo a su alrededor. Había mesas con bancos tapizados a lo largo de las paredes, las cuales no había visto al llegar, así como mesas redondas con sillas en el centro, prácticamente todas ocupadas por grupos de hombres que bebían, vociferaban y reían a carcajadas. A pesar de la animación que imperaba en el local, a él le resultó terriblemente deprimente.

Finalmente observo que ahora quien subía no era Nikki ni ninguna otra de las strippers, sino el mismo Ice T.

Desde luego, el hombre no tenía intenciones de ponerse a bailar en pelotas. Gracias al cielo. Sino que se ocupó de anunciar el gran concurso de la velada. Ni más ni menos que una competencia de beber cerveza de un barril.

Luego de aquello, León se sintió peor. El humo y la fuerte mezcla de olor a alcohol y sudor lo golpearon con fuerza. La cabeza le taladró letalmente. La música estaba cada vez más alta en volumen y apenas lograba ahogar las risas y fuertes voces de los presentes.

El sueño comenzaba a vencerlo. Sabía que había sido mala idea ir ahí sin haber hecho al menos algo para acostumbrarse a su nuevo horario de jornada. Estaba a punto de quedarse dormido, así que decidió acercarse a la barra para pedir un café.

–¿Qué tal?– saludó al chico que atendía.

Él simplemente le asintió a manera de saludo mientras se ocupaba de secar algunos vasos de vidrio con un pedazo de trapo.

–¿Qué te sirvo, amigo?–

–Un café por favor. Sin azúcar ni leche. Los ojos se me cierran por el sueño que tengo–

El barman rió disimuladamente.

–Lo siento, no vendemos eso aquí– respondió. –¿Pero sabes qué puede ayudarte a despertar? Un buen tequila. Tú dices–

León negó.

–Gracias pero no bebo en horario de trabajo. ¿Dónde está el baño de hombres?– quizás si mojaba un poco su rostro aguantaría un poco más.

Esta vez el chico hizo una expresión de asco.

–No te recomiendo que vayas ahí. Un idiota acaba de vomitarse, al parecer cumplía la mayoría de edad y vino a celebrar con su primera cerveza. Los de limpieza se están ocupando del lío–

–De acuerdo, ¿hay algún otro?–

–A lado del camerino de las chicas está el de empleados–

Sin más, León se dirigió hasta ahí. Caminó por el angosto pasillo por donde había visto aparecer al montón de bailarinas que hasta ese momento se habían ocupado de hacer show. Mientras seguía caminando observó que del camerino salía la chica pelirroja de la cual no recordaba su nombre. Ella le sonrió agradablemente.

–¿Qué tal tu primer día?– le cuestionó haciéndolo detenerse.

–Eh... bien, supongo– respondió secamente. –¿Podrías decirme por favor en dónde puedo encontrar un baño?–

–Por supuesto. Es la segunda puerta, al fondo a la derecha–

León le agradeció y continuó su camino.

Se fijó en que al salir del camerino, la pelirroja había dejado la puerta entreabierta. Odiaba a los fisgones pero maldición, no pudo evitar mirar de reojo. No sabiendo que la castaña estaba ahí dentro.

Por el rabillo del ojo la observó acomodándose el liguero que iría en conjunto con su vestuario.

Él soltó el aliento y maldijo al tiempo que apretaba sus puños.

Jodidamente no iba a andar por ahí de mirón, no tenía ningún maldito asunto mirando a la chica a escondidas, así que aceleró el paso y prontamente se alejó.

Una vez que entró al baño abrió la llave del grifo y mojó su cara con abundante agua. Se miró al espejo sintiéndose tenso y muy acalorado.

La castaña iba a tener un número. La vería salir en cualquier momento. Eso lo llenó de un ansia extraña. Se sintió incluso más perturbado.

Decidió que era hora de volver a su puesto. Al pasar por el camerino hizo grandes esfuerzos para no mirar. Por fortuna lo consiguió.

Se recargó en la pared cuando hubo regresado y de nuevo exhaló. La tensión no lo había abandonado todavía.

Para ese momento una rubia estaba en el escenario en compañía de otras dos más. Realizaban un extraño baile. Iban vestidas de cuero y la rubia era quien utilizaba un látigo. Seguramente intentaban representar a una ama y sus sumisas.

León empezó a sentirse más aburrido que nunca y temió de nuevo la posibilidad de quedarse dormido.

El trío de chicas terminó y las luces se apagaron. Para ese momento él ya había comprendido que cada vez que eso ocurría era porque un nuevo número se presentaría.

Su pecho dio un vuelco al pensar en que podía tratarse de la castaña, pero enseguida sufrió la decepción al darse cuenta de que era el turno de la chica oriental.

Clavó su mirada en algún punto entre el público y se preguntó por qué demonios no podía dejar de pensar en ella.

Ariana...

¿Por qué de pronto le interesaba tanto?

Acababa de conocerla, literalmente hacía tan sólo unas cuantas horas y aquella atracción le parecía ridícula.

Sí, León era hombre, le gustaban las mujeres, especialmente las que eran muy hermosas, ¿a qué sujeto heterosexual con ojos, una polla y dos bolas no le gustarían? Sin embargo lo que esa bailarina lo había hecho sentir era mucho más fuerte que cualquier otra cosa que hubiese experimentado antes. Nunca ninguna chica, por más atractiva que esta fuera le había causado tanto ardor.

Eso era lo que más lo exasperaba. La había visto únicamente por unos cuantos minutos, contando la milésima de segundo en que la había observado tras la puerta. Aún así no había dejado de imaginar todo tipo de pensamientos morbosos hacia ella. Su mente había estado demasiado activa.

>No eres muy diferente de estos idiotas, ¿eh, León?<

Desde luego no se sentía orgulloso, sino todo lo contrario.

Inhaló y exhaló para poder tranquilizarse. Se giró y entonces estuvo a punto de chocar con alguien. De inmediato dio un paso hacia atrás y pudo darse cuenta de que se trataba de la castaña quien casi se había estampado contra su pecho. Al parecer ella había estado caminando con su atención en otra cosa y por esa razón no lo había visto.

Los dos se miraron fijamente. A los dos les falló la respiración.

–Yo... yo... lo lamento– la escuchó decir. Su suave voz fue una caricia para los oídos de León.

Él negó.

–La culpa fue mía, perdona–

Ariana no replicó más.

–¿Sabes en dónde está Nikki?–

¿Nikki? ¿Quién diablos era Nikki?

León no conseguía recordarlo, no teniéndola a ella enfrente. Sólo podía pensar en lo bonita que era. Contempló con detenimiento el rostro de la joven, y cada delicado detalle hizo que su cuerpo se tensara de interés y deseo.

No parecía americana, se dijo, sino más bien algo más afrodisiaca, latina quizás. Su piel era de un color durazno fascinante, sus ojos le recordaban al caramelo, y su cabello... Ah, era largo y achocolatado. ¿De dónde sería? Volvió a preguntarse cuando se convenció de que tampoco era latina. Tenía un toque diferente pero no conseguía averiguar qué.

De nuevo se sintió como un idiota.

Nikki, claro.

–Eh... No, no la he visto. ¿Sucede algo?–

Ella asintió preocupada.

–Tengo un problema con... con mi vestuario–

La mirada de León la recorrió. Gracias al cielo no llevaba dicho vestuario a la vista, sino que iba cubierta con una oscura bata de satén, idéntica a la que utilizaría cualquier esposa de algún millonario. Lo peor del caso fue que de nuevo su mente lo traicionó al intentar imaginarse qué era lo que ocultaba ella debajo.

–Entiendo– asintió luego de aclararse la garganta. –Iré a buscarla–

Por fortuna Nikki apareció en ese momento.

–¿Pasa algo, Ariana? Eres la próxima en salir, ¿por qué no estás vestida todavía?–

La castaña respondió a su pregunta aproximándose para que sólo ella pudiese escuchar.

–Oh– respondió la morena. –De acuerdo, te ayudaré. Vamos muéstrame–

Ariana sujetó los bordes de su bata como sintiendo alguna extraña vergüenza sólo porque el guardia estuviera ahí. Ella misma se recriminó por sus pensamientos tan estúpidos. De cualquier modo en unos momentos más él la vería sobre el escenario haciendo lo que mejor había aprendido a hacer. Lo dejó pasar.

Por fortuna el hombre parecía ser respetuoso y desvió la mirada hacia el lado contrario del pasillo.

Mentalmente se lo agradeció, aunque fuese algo estúpido.

Como si hubiese hecho magia, Nikki solucionó el asunto de su vestuario. Después la ayudó a quitarse la bata que la cubría.

Ella quedó así vestida con un bodysuit negro repleto de pequeños diamantes, falsos por supuesto, los cuales la hacían brillar de manera espectacular simplemente porque la estrella del Moonlight no necesitaba de diamantes originales.

No miró a León, sino que se concentró absolutamente en caminar hasta el escenario mientras las voces masculinas gritaban por Cat.

–¡Cat! ¡Cat! ¡Cat! ¡Cat! ¡Cat! ¡Cat!–

León se preguntó entonces quién diantres sería Cat. ¿No se suponía que la siguiente era Ariana?

Nikki tomó entonces el micrófono, saludo a todos los presentes pidiéndoles que no fueran tan impacientes, que por todo lo bueno del mundo valía la pena esperar, y entonces la presentó... Sí, la presentó como la máxima presentación de la noche.

Fue entonces cuando confirmó que en efecto era Ariana la siguiente en subir. Pensó en que Cat debía ser su nombre artístico o algo por el estilo.

Las luces estaban ahora apagadas pero el podía ver bien la silueta de la chica que se había colocado ya en posición, gracias al proyector de luces que estaba en el suelo. Ella estaba de espaldas al público, y él lo sabía porque su sombra estaba perfectamente delineada. Parecía una escultura, pero no lo era.

En el silencio que se hizo, un rugido de aprobación irrumpió de repente en el local, seguido de los aplausos y gritos del público, y en unos segundos el bar volvió a llenarse de los piropos y gritos de los espectadores, que estaban volviéndose locos por ver a Cat.

–¡Cat! ¡Cat! ¡Cat! ¡Cat!–

–¡Te amo, Cat!

–¡Cat, cásate conmigo!–

Tenía que ser una broma... Se dijo irritado.

Las luces se encendieron y todos los gritos fueron en aumento.

Desde su lugar, Ariana cerró los ojos y exhaló. No podía creerse que a esas alturas todavía siguiera sintiendo náuseas cada vez que era su turno de salir ahí. Se preguntó si algún día dejaría de experimentar asco por todos aquellos imbéciles y también por sí misma.

La música sensual y altamente erótica comenzó a sonar al mismo tiempo que ella caminaba hacia la barra justo en medio del escenario.

Su caliente mano tocó entonces el frío metal. Se mantuvo con una ligera sonrisa, su mirada entornada, los parpados a medio cerrar, las pestañas largas adornando sus pómulos cada vez que los cerraba. Su expresión demostraba sin lugar a dudas a una mujer hambrienta de sexo, de ser admirada y deseada, o eso era lo que fingía demostrar.

Cerró los cinco dedos alrededor de la barra y ante los gritos de los hombres que seguían clamando por ella, comenzó a dar vueltas sin soltarse para después dar un ligero brinco encajando en él una de sus piernas y aumentar el ritmo en el que giraba.

León tragó saliva.

Hasta el momento ninguno de los otros números habían llamado su atención pero ahora sentía que era una misión imposible el apartar los ojos de aquella stripper en turno que giraba y giraba y giraba, y... ¡Joder! ¡Volvía a girar sujetada al maldito tubo!

Su cabello largo, suelto y ondulado se alzaba por los movimientos, parecía muy sedoso al tacto, estaba seguro de que debía serlo. Suave y delicado como lo era ella.

La respiración se le cortó cuando la vio bajarse hábilmente para dar pasos deliberados hacia el límite del escenario, justo en dirección donde todos aquellos pervertidos estaban vueltos locos al verla.

Desde aquel ángulo, el nuevo guardia de seguridad pudo apreciarla de mejor manera. La elástica prenda le cubría casi todo el cuerpo, a excepción de sus piernas, ¡y qué piernas! debía decir, unas piernas largas y seductoramente formadas a pesar de que era una mujer tan menuda; su vestuario dejaba entrever las curvas y redondeces que se movían bajo él.

Su cintura era pequeña en comparación con sus abultados pechos. Sin embargo su baja estatura la hacía lucir apenas legal. Si no fuese por el maquillaje, él habría creído que no era más que una niña.

Hasta entonces León no se había dado cuenta de que ella llevaba unos altísimos zapatos de tacón de aguja, lo que era sorprendente al pensar en la elegancia y destreza con que se movía.

Cautivado, fijó de nuevo su vista en la perfección de su rostro. La observó levantar un brazo y llevar su mano hacia su cabello para lanzarlo hacia atrás manteniéndola ahí por unos cuantos segundos mientras su mirada continuaba clavada en algún punto luchando por no dejar en evidencia sus lujuriosos pensamientos.

Estaba preciosa. Debía medir cerca de un metro cincuenta y cinco, o quizás cincuenta y siete a lo mucho, pero cada centímetro de su cuerpo era pura armonía. Llevaba los labios pintados de rosa, la sombra de ojos oscura y del resto poco más.

Las caderas de Ariana se movieron conforme la música fue cambiando el ritmo. Ellas las meneó de lado a lado mientras su otra mano hacia el recorrido desde su cuello, hasta la hendidura entre sus pechos, su vientre plano, pasándola finalmente por entre sus piernas y dejándola ahí únicamente un momento.

Los gritos masculinos se convirtieron en aullidos de lobos. Las exclamaciones morbosas no se hicieron esperar. Por todo el lugar se escucharon a pesar de la música, los hombres le pedían que se quitara la prenda, que se metiera los dedos o que les mostrara las tetas.

Ella los ignoró, por supuesto. No se desconcentró ni una sola vez, ni un solo maldito microsegundo. Estaba más que acostumbrada y había aprendido perfectamente cómo mantener bien su papel. Sacó la lengua y humedeció sus labios secos, un gesto inadvertido que los volvió más y más locos. León incluido.

¡Joder! ¡Joder!

Ariana arqueó su espalda una y otra vez, su cabello regresó hacia el frente y ella volvió a lanzarlo hacia atrás hasta que se inclinó e hizo que su cabeza diera vueltas junto a la larga cabellera.

Mientras tanto él tuvo que lidiar con un nudo en la garganta y un problema de parálisis del que no podía salir tan fácilmente.

Casi no podía creerse lo que sus ojos estaban viendo.

¡Maldita fuera!

Lo que no podía creerse era el hecho de que prácticamente estuviese escurriendo baba por una desconocida que se dedicaba a excitar hombres en un lugar de mala muerte como aquel.

Apretó los puños y sintió cómo todo su cuerpo se tensaba como un resorte. Fue una reacción que lo pilló totalmente desprevenido.

Sin embargo no podía dejar de mirarla, de admirarla. No sabía si era por la música, o por la vibración que emanaba y bailaba el que estuviera tan excitado. No había tenido una reacción tan incontrolada y potente con una mujer desde su adolescencia. Pero desde entonces había madurado, y ahora era un hombre adulto y con autocontrol. Se suponía que lo tenía.

–Mierda...– maldijo.

Hasta el momento había visto a una infinidad de mujeres ir ahí, desnudarse y bailar incitadoramente, mujeres guapas, claro estaba, de cabello teñido y senos de silicona. Todas esas lo habían hecho bostezar, pero ella...

¡Ah!

Ninguna le había afectado tanto. Los senos, plenos y firmes, desnudos casi hasta los pezones, a duras penas lograban mantenerse dentro de la escasa tela del body, pero la idea de que pudieran salirse lo mantuvo rígido y totalmente en trance.

Abrió la boca y aspiró profundamente.

Lo que ella hacía parecía ser mucho más que un sencillo baile.

Sabía que había perdido la cabeza pero no pudo evitar compararlo con un arte.

Sí... Se convenció finalmente.

Lo que la castaña hacía ahí arriba tenía que ser un arte.

Tenía que serlo, maldición, bastaba con ver su cara, con ver la pasión y la entrega con las que realizaba cada uno de sus pasos llenos de erotismo. Era una danza seductora que con su elegancia, rapidez y fluidez los tenía a todos, contándose a sí mismo, claro estaba, conteniendo la respiración.

Por alguna extraña razón ella insistía en mantener cerrados sus ojos conforme iba pasándose las manos por el cuerpo y sus caderas continuaban meneándose de aquella manera tan sexy. Tal parecía que deseaba escaparse de la realidad y adentrarse en su ardiente baile.

Ariana se balanceó ligeramente y por un instante a León le pareció muy joven y vulnerable. Fue entonces cuando se preguntó cuántos años tendría. Le calculaba algunos veintitantos, así que por seguro no llevaría demasiado tiempo en la profesión. No parecía encajar ahí pero a la vez hacía su trabajo con perfección. Aquellas vibraciones que emitía de radiante inocencia no podían fingirse. La inocencia era lo primero que se desvanecía en aquel trabajo, pero se daba cuenta de que solamente él podía verlo. ¿Por qué?

–¡Joder, qué mujer!– exclamó el cantinero que le había ofrecido tequila hacia un buen rato. Se había acercado para ver mejor, y estaba tan sobrecogido como él. León no pudo culparlo así como no podía culpar las reacciones de todos los demás, pero no pudo hacer nada por detener el extraño impulso que lo recorrió, deseando golpearlo, golpear a todo ese montón de borrachos que contemplaban el espectáculo boquiabiertos y babeantes, correr hacia la mujer para cubrirla y echársela al hombro.

El posesivo pensamiento hacia una total desconocida le pareció ridículo, y lo enterró bajo una dosis de desprecio a la vez que trataba de ignorar los fuertes latidos de su corazón.

Ella giraba, se retorcía, se agachaba, daba piruetas, ondulaba su cuerpo a la barra. El cabello se arremolinaba alrededor de su cara.

Ahora era Cat, su personaje en escena, pero él sabía que su nombre era Ariana.

>Ariana...< su mente seguía repitiendo su nombre sin descanso. >Ariana... Ariana... Ariana...<

Era como si solo esa mujercita existiera.

Todo fue peor para León cuando en determinado momento ella se colocó de lado y alzó su brazo como llamando a alguno de sus admiradores para que fuera a su lado. Sin embargo, y no supo por qué o debido a qué, la chica giró su cabeza y lo miró a él.

Sus miradas conectaron y ambos sintieron como si el tiempo se hubiese detenido sólo para ellos dos. Algo extraño y descabellado pues el contacto había durado únicamente un corto momento. Sin embargo el suficiente para que el moreno sintiera que su corazón podría detenerse ahí en ese instante y que la sensualidad de aquella caliente hembra se adentraba en su piel y lo hacía quemarse. Un extraño calor le recorrió. Su sangre hirvió, se fue extendiendo por todo su cuerpo. No había experimentado nada así nunca antes.

Había algo en ella difícil de aprehender pero intrínsecamente femenino que lo atraía con una fuerza desconocida. León trató de ignorarlo. No era un hombre que se dejara llevar por las pasiones, ninguna mujer le había atraído antes por su sexualidad, sino por su dulzura, por su inteligencia, por sus principios y aún así se sintió vacío cuando ella apartó la mirada y continuó bailando como si estuviese haciéndolo sola, en la intimidad de su habitación, ajena a los gritos e insinuaciones de los hombres que la contemplaban extasiados, ajena a los pensamientos de deseo de Chicano.

El ritmo fue apagándose, y la embrujadora bailarina se dejó caer de rodillas, apoyó las palmas de las manos en el suelo con los brazos extendidos y arqueó el cuerpo, imitando a una mujer en pleno trance sexual. Los movimientos eran descaradamente calientes, deliberadamente seductores, y el público se volvió maniaco.

León contuvo el aliento y trató de reprimir la imagen que se apoderó de su mente, esa imagen en la que era él quien la sujetaba por las caderas mientras ella lo cabalgaba apasionadamente y lo tomaba en lo más profundo de su cuerpo.

Los hombres por su parte gritaron, aplaudieron y golpearon las mesas con las botellas y los vasos, pero la expresión de Ariana no cambió en ningún momento. Ella no sonrió ni una sola vez, a pesar de que la boca grande y sensual temblaba ligeramente con sus movimientos. Tenía una boca hecha para besar, para devorar y ser devorada, de labios carnosos y suaves, y el moreno deslumbrado supo con su intuición masculina lo maravilloso que sería sentirlos en su boca, en su piel. Entendió sin lugar a dudas por qué era ella la protagonista del número principal, por qué era la más esperada, la más aclamada.

La castaña se puso en pie, orgullosa y altiva como una reina mientras los seres masculinos ahí presentes le rendían tributo, suplicando más y vaciando los bolsillos a sus pies.

Inhaló y exhaló para poder recuperar su respiración. Por un minuto, uno solo, miró a todos los hombres que gritaban por ella. Los veía de forma unidimensional, eran todos unos egoístas, unos cerdos. Su padre, Pete, aquellos quienes habían pagado para violarla cuando sólo había tenido dieciséis años, los hombres que arrojaban dinero al escenario mientras bailaba...

Los odiaba a todos. Los odiaba con toda su alma y con aquel pensamiento retumbando en su cabeza, dio media vuelta y desapareció.

La música se apagó y el local quedó sumido en un impresionante en silencio.

León cerró sus ojos para no verla una vez que pasara a su lado para dirigirse al camerino, pero aunque lo hizo no consiguió nada con respecto a su nariz que olfateó su aroma femenino una vez que ella atravesó la entrada del pasillo.

Abrió la mirada únicamente cuando escuchó la puerta cerrarse.

Apretó el puño y se empeñó entonces en hacer que las imágenes nítidas de él y la stripper follando ardientemente se desvanecieran pero no lo logró. La rabia que sintió consigo mismo y con la mujer se mezcló con la tensión que se estaba apoderando de él, junto a su maldita polla hinchada y dura bajo la gruesa tela de sus pantalones.

•••••

Las 2am era la hora oficial en que el Moonlight cerraba sus puertas. El último cliente se había marchado y así las luces habían sido encendidas.

Algunas de las bailarinas, junto a los cuatro barmans y Big Show se encontraban brindando en una de las barras. Acostumbraban hacerlo de vez en cuando mientras reían y contaban las anécdotas de la noche.

Aquello era algo que hacían frecuentemente, aprovechaban aquellas ocasiones en las que Ice T y Nikki se los permitían.

–¡Salud!– dijeron al unísono y chocaron sus vasos antes de seguir riendo.

Ariana salió de camerinos en ese instante. Iba todavía maquillada pero llevaba tanta prisa que se había dicho que se ocuparía de desmaquillarse una vez que subiera al taxi que la esperaba. Se había colocado jeans de mezclilla con tenis grand court y una gruesa hoddie color gris.

–¡Eh, Ariana! ¿Por qué no vienes y te tomas algo con nosotros?– la invitó Big Show en cuanto la vio dirigirse hacia la puerta trasera del local.

–¡Sí, Ari! ¡Vamos, ven aquí!– le insistieron algunas de sus compañeras.

–¡La estamos pasando muy bien!–

Ella los miró con pena. Solían invitarla a pasarla bien un rato pero tenía sus razones para siempre declinar. Moría por correr junto a su hija.

–Lo lamento, chicos, pero en serio tengo que irme–

–Ay, vamos, quédate aunque sea un poco. Estamos hablando de Chicano– Kimberly le guiñó un ojo traviesamente. –¿Verdad que es un bombón?–

–¡Es un mango! ¡Me lo comería enterito!–

–¡Es un machote mexicano que yo encantada devoraría!–

Ariana exaltó los ojos. Sabía que el susodicho debía encontrarse por ahí. Había escuchado a Nikki decirle que no podía marcharse hasta que ella y Ice terminaran las cuentas de ese día.

–Cielo santo, saben que él podría escucharlas, ¿cierto?–

Sí, lo sabían pero a ninguna le importaba.

–De hecho sería algo muy bueno que escuchara– opinó Kimberly de nueva cuenta. –Así vamos dejando las cosas clara– guiñó un ojo con picardía.

–La verdad es que creo que me estoy enamorando de él–

Ariana rodó los ojos.

Lo vio entonces aparecer. Seguro habría ido al baño o algo por el estilo pero ya estaba de regreso. Se colocó en su sitio y miró hacia la nada. No prestó atención al grupito que habían formado.

Chicano...

Lo miró por prolongados momentos sin poder evitarlo. Y entonces pudo analizarlo de mejor modo.

Era realmente alto e imponente. ¿Cuánto podría medir? ¿Quizás 1.88? ¿1.90? Sí, parecía más cercano al 1.90 sin duda. Intimidaba demasiado, tal vez en virtud de su estatura y corpulencia.

Todo él era como una inquebrantable montaña. La musculatura más sólida y desarrollada que nunca hubiera visto antes. Seguro debía ser muy fuerte pero a ella no le gustaban los tipos fuertes, le parecían atemorizantes. Y mucho más si lucían tan severos. La expresión de Chicano lo era. Rasgos esculpidos y unos labios que no se habían fruncido para sonreír ni una sola vez. Tenía un mentón firme y cuadrado, llamativas y marcadas facciones que aunque toscas, resultaban masculinamente hermosas. ¿Hermoso ese rudo hombretón?

La misma palabra que atravesó su mente la dejó un tanto desconcertada.

Se concentró entonces en sus ojos. Los había visto de cerquita cuando había ido en busca de Nikki para que la ayudara con su vestuario. Le había dado la impresión de que esos ojos habían visto toda clase de atrocidades, de que habían sufrido y sabían lo que era no tener esperanza alguna. El verde en el que nadaban sus pupilas era demasiado intenso como para ser comunes. Eran glaciales, helados pero a la vez cálidos. ¿Cómo podía ser eso posible?

Su piel era morena, ahí y en cualquier otro lado habría adivinado que se trataba de un mexicano. Llevaba el pelo negro y ondulado en un corte bastante práctico para cualquier hombre. Sus brazos además de inmensos estaban adornados de vello grueso y oscuro.

¿Cuál sería su nombre? Llegó a preguntarse. Él no había querido decirlo cuando lo presentaron.

Ariana negó con la cabeza sutilmente. Se dijo que la pregunta era ridícula. ¿A ella qué demonios le importaba cómo se llamaba ese sujeto?

No lo sabía ni quería saberlo. No le importaba en lo más mínimo.

Era un hombre atractivo, eso debía admitirlo, brusco y bastante rudo pero atractivo a final de cuantas. Aún así no le interesaba, para ella no era más que la apreciación estética de un buen espécimen de varón, tan sólo eso.

Indudablemente era una mujer por demás rara al no estar mojando las bragas por el nuevo guardia, como sus demás compañeras, Nikki incluida. Sencillamente no estaba interesada.

Exhaló con cansancio y entonces se olvidó de Chicano.

–Bueno, me despido. Mi taxi ha llegado–

–Adiós, chica. Cuídate–

–Nos vemos en unas cuantas horas–

Se despidieron sabiendo que esa misma noche volverían a verse para una jornada más laboral.

Ariana agitó la mano y así se despidió. Prontamente atravesó el pasillo que la llevaría a la puerta de salida.

En efecto el taxi que había llamado minutos antes estaba esperándola.

Se dirigió hasta él y abordó.

–Buenas noches, señor Jackson–

–¿Qué tal, señorita?–

El taxista era un viejo conocido en el cual confiaba. Cada madrugada que pasaba la llevaba hasta su casa sana y salva. Atesoraba su número telefónico y era él a quien siempre llamaba.

Siempre era amable y muy respetuoso, no era muy charlador, pero eso le agradaba porque ella tampoco lo era.

Veinte minutos más tarde, Ariana estaba ya abriendo la puerta de su departamento.

Encontró a su vecina sentada en su comedor mientras leía una vieja revista que había encontrado por ahí.

–Oh, gracias al cielo has llegado– le dijo al verla y suspiró de alivio. –El cielo sabe todo lo que me preocupo cuando sé que vienes de camino a esta hora–

La castaña le sonrió.

–Le agradezco su preocupación, señora Doris. Pero por favor quédese tranquila. No me ocurrirá nada malo–

–Eso le pido al cielo, querida, pero lo cierto es que... tristemente siendo mujeres siempre correremos peligro. Algunas más que otras–

Ariana entendía lo que la anciana y sabia mujer quería decir. Era joven, encima su trabajo la exponía demasiado.

Le sonrió para despreocuparla y que no se enterara de que ella también sentía mucho temor cada noche. No tenía fuerza brutal, ni sabía absolutamente nada sobre defensa personal, tampoco iba armada ni mucho menos, no era inmortal además, y tal y como había dicho la señora Doris... Era mujer, sólo por eso siempre estaría en peligro.

Negó dispuesta a dejar de lado aquel tema. Tomó su bolso y sacó unos cuantos billetes.

–Tome– cogió sus manos y amablemente la obligó a tomar el dinero.

Su vecina soltó un suspiro.

–Sabes que no cuido a Giannita por esto, ¿cierto?– le dijo.

La sonrisa de la castaña se agrandó.

–Lo sé perfectamente, pero es lo justo. Usted me ayuda a mí y yo la ayudo a usted–

La señora Doris no replicó. Había ocasiones en las que su pensión no alcanzaba para mucho y sólo lo que Ariana le daba la sacaba de apuros.

–¿A qué hora se durmió Gianna?–

–Poco después de las nueve. Cenó un sándwich de queso y un vaso de leche–

–Le agradezco mucho, señora Doris–

–La quiero como si fuera mi propia nieta así que no tienes nada que agradecer–

–Precisamente eso es lo que agradezco. Su cariño–

La vecina sonrió. Ambas se dieron un corto abrazo de despedida y después salió rumbo a su propio departamento.

Cuando Ariana se quedó sola no se dirigió a su habitación como normalmente hubiese hecho para ponerse la pijama y deshacerse de los residuos de maquillaje que quizás todavía llevaba encima a pesar de que había intentado desmaquillarse en el taxi.

Caminó directo al dormitorio de su pequeña.

Ella dormía tiernamente mientras una bonita sonrisa adornaba su preciosa carita mientras lucía su pijama de princesas. Seguro estaba soñando con unicornios y esas cosas que tanto le gustaban.

La joven madre sintió su pecho rebozando de amor por esa perfecta criatura que hacía ya algunos años su vientre había gestado.

Su hija era todo lo que le importaba, lo que más amaba en ese mundo y en cualquier otro. Con toda su alma y con todo su ser.

Se recostó junto a ella y la abrazó teniendo buen cuidado de no despertarla.

Depositó un amoroso y maternal beso en su castaña cabecita.

–Todo lo hago por ti– le susurró.

•••••

León despertó luego de unas cuantas horas de sueño.

Una semana completa había transcurrido desde que empezara a trabajar en el Moonlight y apenas estaba acostumbrándose a todo aquel cambio que conllevaba el tener un empleo nocturno.

No le gustaba pasarse toda la mañana dormido y aún menos ese sábado pues Alex estaría de regreso. Eso lo hacía demasiado feliz. Lo había extrañado demasiado. Siempre que se iba con su madre era así. Por eso estaba ansioso de verlo.

Se dio una ducha rápida y después se vistió colocándose vaqueros desgastados, zapatos de deporte y una camiseta blanca. Una vez más se olvidó de afeitarse y rápidamente salió de la habitación.

Lo había hecho justo a tiempo pues Alex atravesaba la puerta de la casa mientras cargaba su mochila sobre uno de sus hombros, su laptop en su mano izquierda y su control favorito de XBOX en la otra. Llevaba unos audífonos grandes alrededor de su cuello.

Sus ojos verdes herencia de su padre conectaron entonces con los suyos y sonrió.

–¡Papá!– inmediatamente dejó sus cosas de lado y corrió a abrazarlo.

Para ambos era muchísimo tiempo el estar siete días sin verse. Sin embargo así habían sido sus vidas desde que el adolescente era muy pequeño. Lo aceptaba y lo entendía. Vivir una semana con papá y otra con mamá. Aunque hubiesen ocasiones en las que Emma salía de viaje y podía pasar incluso meses sin verlo. Quizás ese era el motivo por el que sentía una conexión mucho mayor con su progenitor.

León lo abrazó sintiendo en su pecho cuánto lo adoraba. Aquel era su cachorro y lo amaba con todas sus fuerzas. Depositó un beso en su frente y se negó a soltarlo por unos cuantos instantes.

Finalmente lo hizo, y con la sonrisa perdurando en su rostro, lo observó.

Aquel muchacho sangre de su sangre era su máximo orgullo. Lo enorgullecía con sus notas escolares y con sus logros deportivos, pero aún más con los valores que le había inculcado, con lo bondadoso, amable y educado que era.

El chico era su vivo retrato cuando tenía su edad. Tenía quince años y casi era tan alto como él, aunque todavía le faltaran unos cuantos centímetros por crecer y bastantes kilos por aumentar. Era bastante apuesto y de complexión atlética. Sus compañeritas de clase solían suspirar cada vez que lo miraban, sin embargo Alex parecía mucho más interesado en otras cosas como el basquetbol y los videojuegos. A pesar de que estaba convirtiéndose en todo un hombrecito todavía tenía mente y corazón de niño.

Para León siempre sería su pequeño.

–Oh, pero miren quién llegó. El que me ha quitado mi puesto como el más guapo de esta casa– bromeó Gonzalo que salía de su habitación descalzo y aun en calzoncillos. Chocó nudillos con su sobrino y revolvió su cabello para juguetear con él y después fingir que luchaban en un ring imaginario como siempre lo habían hecho.

Alex rió a carcajadas, acostumbrado a las bromas de su tío.

Román apareció al instante. Por lo contrario de su hijo de en medio, él iba perfectamente vestido mientras se apoyaba en su bastón.

–Qué bueno que has vuelto, Alex. Siempre que te vas te extrañamos muchísimo–

–Yo también los extraño mucho, abuelo– entusiasmado, Alex lo abrazó.

El viejo hombre sonrió. Adoraba que su nieto le hablara en español. Era cierto que había nacido y crecido en territorio americano, e incluso era mitad estadounidense por el lado materno, pero él personalmente se había encargado de enseñarle a honrar la patria de la que era originario.

–A tu padre le cambia la cara cuando estás en casa–

–¿Y cómo no va a ser así si este canijo es mi adoración?– sonrió León. Pasó su brazo alrededor de sus hombros y lo atrajo hacia él.

–¿Dónde está tía Cam?– preguntó Alex entonces.

Román exhaló.

–Dijo que iba a escalar una montaña con sus amigas–

Gonzalo rompió a reír.

–Esa hermanita mía, está loca– comentó mientras reía.

La realidad era que Camila era bastante peculiar.

–Pues bien por Cami– dijo León. –Mientras tanto yo quiero llevar a mi hijo a almorzar. ¿Quieren venir con nosotros?–

–Estem...– Gonzalo dudó un poco. –La verdad, hermano, es que estaría encantado, pero, ya sabes, es sábado en la mañana, tengo una cita muy importante con mi cama. Sólo me levanté a mear–

Todos rieron debido al comentario tan clásico en él.

–Bien– León no le insistió. –¿Papá?–

–Me encantaría, hijo, pero estoy esperando a un viejo amigo que vendrá a tomar café y charlar un poco. Además me debe una partida de ajedrez. ¿No te molesta verdad?–

–Claro que no, padre. Que disfruten su mañana–

–Nos vemos, abuelo. Adiós, tío Gonzalo–

–Diviértanse y me traen algo–

–Sí, claro, Gonzalo, ya vete a dormir mejor–

Aquella mañana León llevó a su hijo a su sitio favorito para desayunar.

Alex era fan de los desayunos en IHOP y por otro lado a León le encantaba el café que servían ahí, encima era refill y él lo aprovechaba bastante bien.

El local más cercano quedaba solo a cinco minutos de su casa.

Aparcaron el coche y los dos entraron al lugar mientras charlaban animadamente sobre el último partido de los Packers.

Ocuparon una mesa y enseguida los atendió la misma mesera de siempre.

Una mujer joven de cabello rojo que no perdía oportunidad de coquetear con León cada vez que lo veía.

Cuando tomó las ordenes, se marchó no sin antes dirigir una sonrisa sensual al moreno.

León fingió no haberla visto, y desvió la mirada. Jamás le había prestado atención y por un carajo que no iba a empezar a hacerlo en ese instante.

Alex sin embargo lo miró burlón.

–Sabes que esa mesera está loquita por ti, ¿no, papá?– le sonrió y alzó las cejas en su dirección.

Su padre frunció el ceño.

–¿Qué dices? Eso no es verdad–

–Entonces estás ciego–

–Que no. Y mejor cambiemos el tema. Cuéntame cómo te fue con tu mamá. ¿Está todo bien con ella?– no era que Emma le interesaba mucho, sino que era la madre de Alex y sólo por esa sencilla razón era que preguntaba.

Alex se hundió de hombros.

–Sí, está bien. Ya sabes cómo es ella. Mientras tenga su celular a la mano y una copa de vino caro será feliz–

A León nunca le había gustado que su ex mujer bebiera enfrente de su hijo, él había crecido ya y aunque se lo había pedido infinidad de veces en el pasado, nunca había logrado hacer nada por evitarlo.

–Saldrá de viaje en un mes–

–¿En serio?–

Aquello significaba que Alexander no vería a su madre en por lo menos tres o cuatro meses. Eso llenó a León de pesar. Sabía que él se ponía muy triste cuando no la veía durante mucho tiempo. Aunque eso jamás le había importado a Emma.

Apretó el puño con esa muy conocida sensación de frustración.

–Sip, dijo que recorrería Australia con...– el chico se calló abruptamente.

–Tranquilo, Alex, dilo. Con su nuevo novio. Tienes que saber que no me afecta en nada que tu mamá tenga una pareja. Ella está en todo su derecho y además hace mucho, pero mucho tiempo que nosotros dejamos lo nuestro– joder, su hijo todavía iba en la escuela primaria cuando aquello había sucedido.

El adolescente sonrió.

–Bien, con su novio, ese tal Tony. No me cae para nada bien–

–¿Te ha hecho algo?– León de inmediato activó sus alarmas internas. Si aquel imbécil se había atrevido a hacerle algo malo a su cachorro... sencillamente lo despedazaría.

–No, no me ha hecho nada. Sólo no me da buena espina–

León confiaba mucho en su instinto, y sabía que Alex era igual de intuitivo que él. Si el hombre no le había dado confianza entonces debía haber alguna razón para ello.

–No confíes en él–

–No lo haré–

–Cambiemos el tema–

–Claro, papá. ¿Cómo están las cosas en tu trabajo? ¿Has vuelto ya?–

El moreno negó.

–No aun. Tal parece que las vacaciones van para largo–

–Ese Meloni es un tonto–

–No insultes a las personas, Alex–

–Lo siento pero es que no entiendo cómo pudo haberte hecho esto si eres el mejor policía de esta ciudad–

León rió.

–Seguro me falta mucho para ser el mejor, pero agradezco la fe que me tienes, hijo–

–Hablo en serio, papá. Eres el mejor, y estoy seguro de que el capitán Meloni se dará cuenta pronto de su error y pedirá que vuelvas–

–Sería genial, así podría dejar el nuevo empleo–

–¿Nuevo empleo?–

–Tu tío Gonzalo me consiguió un nuevo trabajo como guardia en un club de... Es una cantina, ya sabes, esos lugares donde se lidia con borrachos–

–Wow, debe ser divertido– rió Alexander.

–Créeme, no lo es– negó León.

La mesera interrumpió entonces y comenzó a servir los platos.

Huevos revueltos, tocino, salchichas ahumadas, wafles, pan francés, fruta y un montón de cosas más. Era bien sabido que padre e hijo comían como si no hubiese un mañana. La fortuna era que gozaban de buena genética y se ejercitaban.

Inmediatamente comenzaron a devorarlo todo.

–Oye, papá...– habló Alex luego de unos cuantos minutos de silencio y comida en sus bocas.

–¿Qué pasa, campeón?–

–¿Tú no tienes novia?–

León casi se atragantó con el café que bebía. Se suponía que aquella pregunta era usualmente cuestionada por un padre hacia su hijo, no al revés.

Sin embargo respondió.

–No–

Y era verdad. Nunca había tenido una novia después de su separación con Emma, y de eso hacían ya bastantísimos años. Era hombre y desde luego había necesitado de compañía femenina muchas veces, pero aquello se reducía a puros encuentros casuales, citas con mujeres a las que veía de vez en cuando, y que buscaban exactamente lo mismo que él, nada de compromisos.

–Sé que te parece raro que te pregunte pero nunca me has presentado a ninguna chica, y no quiero que pienses que me molestaré o algo. Yo quiero que seas feliz–

–Alex, ya soy feliz porque te tengo a ti–

–Sí, pero me refiero a otro tipo de felicidad y lo sabes. Te has sacrificado mucho por mí y por tu trabajo, creo que mereces encontrar el amor–

León no pudo evitar reír un poco.

¿De dónde había sacado su hijo aquella absurda idea? Y un cuerno que necesitaba encontrarse un jodido amor.

–¿Tú qué sabes de eso?– le sonrió. –¿Acaso te gusta alguna niña de tu escuela?–

El rostro de Alexander cambió por completo.

–¿Qué? No...– luego suspiró. –Sin embargo deseo casarme algún día–

Cielo santo, su hijo de quince años estaba hablándole de casarse. ¿En qué momento habían llegado hasta aquel punto?

–¿No crees que eres un poco joven como para estar pensando en eso? Todavía te quedan muchos años por delante, Alex. Disfruta tu juventud–

–Lo haré. Sólo digo que cuando sea grande me gustaría formar una familia, y ser un papá genial así como tú lo eres–

León sonrió con ternura. Acarició la mejilla de su hijo y se sintió mucho más orgulloso de él.

–Estoy seguro de que serás el mejor del mundo. Mis nietos tendrán mucha suerte– bromeó.

Alex rió.

–Bueno, pero volviendo al otro tema, insisto, pa. Sería cool que te encontraras una novia y te enamoraras–

Exhalando León negó. Continuó sonriendo pero lo cierto era que en su mente aquel tema era mucho más difícil de lo que permitía demostrar.

Sentía que toda esa mierda del amor no era para él, y ya estaba. Se había equivocado con Emma y sabía bien que jamás la había amado, se había involucrado sexualmente con muchas mujeres en distintas ocasiones. ¿Pero amor? De eso nada.

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¿Qué les parece la historia?

En el prox habrá más contenido Leoriana. Les encantará 😊

pdta: quizás cambie los nombres de algunos personajes (secundarios) uno o dos a lo mucho. Les avisaré para que no haya confusiones. Y, por otro lado les recuerdo que texto remarcado significa que están hablando en español.

Gracias por recibir esta historia, votar y comentar. Son pocos comentarios pero los aprecio muchísimo. Espero que estos aumenten pronto, así actualizaré mucho antes de lo planeado.

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