Capítulo 3 (flashback)
–¡¿Pero cómo coño vienes y me dices que estás preñada?!– el grito de Pete resonó por toda la sala haciéndola estremecerse. Las vibraciones violentas de su voz provocando un estruendo en su interior que la hizo llenarse de pánico. –¡¿Cómo vienes y me dices semejante estupidez?! ¡Tú no puedes estar de encargo! ¡No puedes, joder!–
Ariana cerró los ojos e intentó resistir el rudo trato.
Pete clavaba sus alargados dedos sobre la piel de sus brazos, la sacudía agresivamente una y otra vez. Sus ojos estallando en furia, el cuello enrojecido, la rabia brotando de entre sus palabras.
–¡Ya suéltame! ¡Suéltame, Pete! ¡Por favor no me hagas más daño! ¡No me hagas más daño!– la castaña suplicó. Intentó zafarse de su agarre pero este era cada vez más fuerte, más voraz.
–¡Eres una maldita puta! ¡¿Me crees imbécil?! ¡Todos los clientes usan condón! ¡Es una de mis reglas! ¡Nadie te folla sin un puto condón!– lleno de furia, la apretó aún más.
–¡Tú sí lo haces!– lo acusó ella. Su cara desfigurada por el dolor y la tristeza, inundada en lágrimas de pena y de terror.
Y sus palabras eran ciertas. Pete era el único que se saltaba sus reglas. No tenía límite alguno.
Cada noche acudía a ella forzándola a tener relaciones sexuales con él, aun y cuando la obligaba a atender a un montón de hombres diariamente. No se preocupaba siquiera por utilizar un condenado preservativo.
Las consecuencias estaban ahora ahí plasmadas, y eran catastróficas.
Ariana no fue capaz de detener sus lágrimas. Lo miró llena de odio y rencor.
–Por la fecha que me dio el médico... el bebé es tuyo– ella más que nadie detestaba aquel terrible hecho. Lo detestaba muchísimo. Sentía que se ahogaba en un mar de repulsión.
Pete abrió sus ojos hundidos. Rió con burla y sorpresa.
–¿Estás culpándome a mí? ¿Crees que la culpa es mía, pequeña perrita?– su agarre se volvió más tosco. Pretendía herirla y estaba lográndolo.
La castaña resintió la furia y la impotencia recorrer su sistema, entumeciendo los músculos de su cuerpo. Por instantes no pudo ni moverse pero luego de un segundo, sorpresivamente consiguió entonces fuerzas de alguna parte y pudo empujarlo lejos de ella.
–¡Síííí!– le gritó asqueada. –¡Todo esto es tu culpa! ¡Me has violado cuantas veces has querido! ¡Me has vendido a un sinfín de hombres! ¡Eres un monstruo!–
Pete volvió a sujetarla utilizando la ventaja de ser mucho más alto y más fuerte. La hizo estrellarse contra su torso obligándola a mirarlo a la cara.
–No soy un monstruo, nenita, soy un comerciante, y no creas que voy a permitir que eches a perder mi negocio– la arrojó a la cama despectivamente y enseguida se colocó encima de ella logrando así inmovilizarla del todo.
–¡No, Pete!– Ariana comenzó a removerse, intentando empujarlo para quitárselo de encima. Intentó por todos los medios poder liberarse. Todos y cada uno de sus movimientos fueron en vano.
Pete atrapó sus dos manos y las colocó una a una a los costados de su propia cabeza contra el colchón. Apretó sus muñecas hasta dañarlas y la miró. Sus ojos eran del mismo diablo. No tendría más piedad con ella, y lo sabía.
–He sido muy descuidado... Tendré que ocuparme de solucionar este... problemita– le dijo mientras su maligna mirada recorría su cuerpo hasta concentrarse específicamente en su vientre
Ariana vio sus ojos brillar de maldad, sabía que él estaba disfrutando del poder que tenía sobre ella al ver sus reacciones, su impotencia. Palideció. Un terror incontenible hizo que su corazón estallara, el miedo latió en su pecho con pálpitos acelerados. Negó numerosas veces.
–¡No! ¡No! ¡Déjame! ¡¿Qué vas a hacer?!– sus sollozos bloquearon sus palabras. Lo siguiente que se escuchó fueron gritos solamente.
–No tienes que preguntar, amorcito, porque lo sabes bien. Voy a llevarte con la loca de la calle Jefferson para que te saque esa maldita cosa de una vez–
El terror se redobló en la castaña. Su propio miedo la paralizó por segundos.
–Te voy a tocar las veces que me dé la maldita gana, porque eres mía, ¿entiendes? Grabártelo muy bien. ¡Y si yo digo que te sacan al estorbo, entonces te lo sacan y ya!– su tono era incluso más brusco. Sus manos también.
–¡Noooo! ¡Nooo!– Ariana intentó de nueva cuenta alejarlo de ella.
Un momento más tarde, Pete la maniató utilizando sus manos. No le permitió moverse siquiera para respirar. Ella empezó a sentirse más y más sofocada.
–Ah, no me salgas con que te mueres de ganas por ser una mamita. ¡Olvídalo! No quiero niños aquí, no los soporto. ¡Nos desharemos de él, te guste o no!– la apretó con mucha más fuerza. –¡No te pongas difícil, nenita! ¡Contra mí siempre saldrás perdiendo! ¡Siempre!–
A Ariana se le aceleró el pulso, para ese momento ya la invadía un miedo en forma de gélidos escalofríos de hielo.
–¡Pete! ¡Pete, no!–
Él iba a golpearla, estaba segura, iba a golpearla hasta matar lo que llevaba dentro. Lo veía en sus ojos. Una violencia no vista antes.
Se sintió entumecida y mareada, llena de terror. Aquello no podía estar sucediendo.
–¡¿Pero qué carajo haces?!– la voz de Steve Davidson lo hizo detenerse.
Lleno de enfado, Pete clavó sus agresivos ojos en su padre. Se enderezó y fue hacia él con toda la intención de sacarlo a empujones de la habitación.
–¡Fuera de mi cuarto, viejo! ¡Largo! ¡Este es un asunto entre mi mujercita y yo!–
Su papá negó numerosas veces y no estuvo dispuesto a irse todavía.
Ariana no entendía lo que estaba pasando, pero sabía que el señor Davidson no estaba defendiéndola solamente porque sí. Había aprendido bien que nadie en esa familia hacía algo sin obtener nada a cambio. Aún así agradeció infinitamente su interrupción.
–¡Espérate, espérate, Pete, no la golpees!– le pidió Steve como si estuviese solicitando un favor o algo por el estilo.
Desde luego su hijo frunció el ceño. Su respiración todavía parecía agitada.
–¿Desde cuándo defiendes mujeres, Steve?– lo cuestionó mientras retiraba el sudor de su rostro utilizando uno de sus brazos. –Le tengo que dar su merecido a esta pequeña idiota, ¿qué no ves? Me está desafiando y no lo puedo tolerar. Tiene que aprender quién manda aquí–
–¡Te digo que no le hagas daño!– insistió su progenitor.
Pete perdió de poco la paciencia.
–¡Aaaah! ¡He dicho largo de aquí!– le gritó sin mostrarle respeto alguno. –¡Metete en tus propios asuntos!–
Steve no se acobardó como hubiese hecho en cualquier otra ocasión, sino que se colocó justo entre él y la chica a la que deseaba atacar.
–¡Mierda, recuerda al cliente que tenemos agendado para esta noche! ¡El hijo de Carver! ¡El dueño de las refaccionarias! ¡Pagará mucho dinero para que se le quite lo marica a ese niñato!–
El recordatorio de Steve hizo que Pete se parara en seco.
Carver era hasta el momento su cliente más importante. Lo había contactado un par de días atrás, e iba a pagarle el triple de lo que usualmente pagaban los demás. Tenía especial interés porque su chico pasara la noche con su hermosa Ariana. Todo tenía que salir perfecto. Todo.
–¡Maldita sea!– gruñó frustrado. Desde luego se detuvo e intentó calmarse. Llevó sus manos a su cara y lo cubrió con las palmas. Dejó salir su furia en un grito ensordecedor que retumbó en las cuatro paredes aturdiéndola en sobremanera. Dio un par de saltos para poder tranquilizarse. Todavía temblaba de rabia. Consiguió respirar y lo siguiente que hizo fue mirarla. –Nuestro asuntito queda pendiente– le advirtió.
Ariana se estremeció pero se sintió profundamente aliviada luego de que él y su padre salieran de ahí dejándola sola.
Solo hasta que escuchó la llave, porque Pete acostumbraba dejarla encerrada, fue capaz de ponerse en pie.
Se sintió más desprotegida que nunca, y no pudo detener las lágrimas que bañaron su rostro. Estas cayeron sin freno hasta su mentón. Un gemido ahogado amenazó con sofocarla. Llevó sus manos hacia su boca para poder gritar sin ser escuchada. Sollozó fuertemente mientras su cuerpo se estremecía de angustia. Supo que debía ser el ser más miserable de toda la existencia. No podía ver ya ni siquiera una pequeña luz de esperanza. Nada.
Estaba perdida, atrapada, derrotada.
No podía dejar de llorar. Lloraba por la vida que había llevado hasta antes de que ese desgraciado se cruzase en su camino, la vida que llevaba ahora por haber sido tan estúpida y confiada, y también por la vida que le esperaba al inocente bebé que iba formándose segundo a segundo.
El bebé...
Pensar en él no hizo sino atormentarla mayormente.
Tenía dieciséis años. ¡Cielo santo, dieciséis!
No deseaba ser madre y aún menos en condiciones como aquella donde diariamente era humillada y denigrada como niña y como mujer, en donde no era dueña de sí misma y no tenía libertad.
Lo había visto en el monitor esa mañana en la clínica a la que había sido llevada. Una cosita diminuta que según el doctor, iba a convertirse en una personita en unos cuantos meses más. E iba a ser su hijo. Su hijo.
Ahora no podía sacárselo de la mente. No podía dejar de pensar en que esa divina criatura estaba tan sola como ella.
Solos en el mundo.
Ariana lo quería, se daba cuenta que lo hacía. Le daba terror pensar en que corría peligro con un hombre tan desalmado como lo era Pete.
Pero ella era su madre.
El pensamiento apareció entonces y su mente colapsó al instante.
No supo de dónde llegó pero ahí estaba acosándola hasta dejarla aturdida.
No estaban solos. Se tenían el uno al otro. Así era.
No importaba que no supiera que sucedería después, no importaba que el hombre con el que lo había procreado fuera un desalmado, ella era su mamá, y le amaba por eso mismo.
Su instinto maternal estaba ahí. Era muy joven, demasiado joven, maldición, pero estaba embarazada y aquella fue la primera vez en toda su vida que no se sintió sola del todo. La primera.
Se había prometido hacía ya mucho que ella no haría con ningún hijo suyo lo que su madre había hecho con ella. No iba a abandonarlo.
La cosa ahí era que... No veía ninguna salida. No encontraba ninguna solución.
No supo si estaba respirando o si su corazón seguía latiendo.
De nuevo deseó morirse.
•••••
En la sala de su casa, Pete encendió un cigarrillo esperando así poder liberar toda la adrenalina y frustración.
La nicotina pocas veces daba resultado.
Hierba.
Necesitaba hierba para poder relajarse, pero no podía estar colocado para cuando llegara Carver. Aquel iba a ser su mejor negocio hasta el momento y no podía permitir que nada lo echara a perder.
Dio una calada y otra más, soltando el humo un segundo más tarde. La voz de su padre volvió a llamarlo.
–Sí, en definitiva tienes ahí una minuta de oro, hijo, no entiendo por qué estás tan enojado con ella– le dijo mientras observaba con fijeza la cantidad de dinero que ganaría en unas horas más.
–Cosas de pareja. No es tu maldito problema– respondió con brusquedad. Volvió a llevarse el cigarro a la boca.
Steve alzó las manos en un gesto pacifista.
–Tranquilo, sólo digo que tu madre seguro tiene razón en enfadarse pero tú no. Disfrutas del dinero y de ese cuerpecito todas las noches. Si yo fuera tú estaría saltando de alegría– sonrió ampliamente. Luego suspiró como sintiendo nostalgia por sus años de juventud.
–Mamá debería de cerrar la boca. Le suelto demasiado dinero como para que siga haciendo sus dramitas– protestó Pete todavía con enfado. –Debería cerrar la maldita boca y mirar hacia otra maldita dirección. ¡Joder! ¿Por qué siempre tienen que estar tocándome los huevos!–
–El problema de Cherri no es de dinero, hijo– cambió su tono de voz a uno más sutil. Su mirada se tornó burlona. –Ella odia a la chica porque... sabe que me la puso dura desde la primera vez que la vi–
La revelación de su padre debió haberlo enfurecido.
Steve sabía bien que se estaba arriesgando a que su hijo le rompiera el cráneo pero aún así lo dijo.
Pete por su parte no mostró más que una sonrisa socarrona. Lo miró con ojos entornados.
–No me digas que te gusta mi noviecita, papito– se burló.
Más confiado al ver que su reacción no había sido violenta en lo absoluto, Steve se hundió de hombros.
–Pues sí, y mucho. Pensé que ya lo habías notado– a decir verdad no había sido bueno escondiéndolo. No podía evitar mirarla fijamente cada vez que tenía a la chica enfrente. Era una preciosidad, hasta un ciego podría verla. Estaba seguro de que después de esa noche el desviado hijo de Carver se convertiría en un hombre de verdad. ¿Quién no lo haría con semejante hembrita? Pensó. Entonces se sintió más animado. –¿Sabes, Petey? He estado preguntándome si... si algún día me la prestarás, aunque sea un ratito. Siempre y cuando tu madre no se entere, desde luego, y claro, si tú no tienes ningún inconveniente. Sé que es tu mujer y todo, pero... ya que la compartes con tantos hombres...–
–Esos hombres pagan por ella, papá–
–Sí, pero... Yo te presto mi casa–
–¿Estás echándomelo en cara?–
Steve comenzó a ponerse nervioso. Su hijo lo ponía nervioso, demonios.
–Eh... eh... yo... yo... ¡Por supuesto que no! Es sólo que... que...–
Pete soltó una risa aguda. Estaba burlándose de él.
–Quieres probar de ese coño– completó de manera práctica.
Su padre no pudo seguir negándolo.
–Llevo mucho tiempo imaginándomelo–
Entonces la esperanza lo llenó cuando vio que Pete se lo estaba pensando. No parecía estar rechazando la idea. Eso casi lo hizo saltar de alegría. Estaba harto de tener que escuchar desde la otra habitación a los clientes correrse mientras empujaban en los esbeltos muslos de aquella jovencita, deseando ser él mismo. Su fantasía iba a hacerse realidad. Casi no podía creérselo.
–De acuerdo, un día de estos– fue la respuesta final de Pete.
Steve intentó no demostrar lo entusiasmado, y cachondo, que estaba. Se aclaró la voz.
–Te lo agradezco, hijo– le puso una mano sobre el hombro como mera muestra de agradecimiento.
Pete arrugó su expresión de asco.
–¡Joder! No empieces con tus estupideces cursis. Mañana ella y yo saldremos y estaremos ocupados, pero el viernes podrás follártela cuantas veces quieras, y ya está. No se habla más del asunto. ¡Maldición! A veces eres el sujeto más estresante del mundo. Ahora déjame en paz–
No tenía problema alguno en dejar que su padre utilizara a Ariana un par de veces para su propia conveniencia, pero eso sería únicamente después de llevarla a practicarse el aborto.
Aquel era un tema que lo tenía de muy mal humor.
Había sido en definitiva inesperado y también desagradable.
No le había gustado para nada saber que aquel inconveniente los mantendría fuera del mercado, aunque fuese por poco tiempo.
Tenía que ocuparse de aquel asunto cuanto antes. Esperaba que la vieja Ursula no fuese a estar ocupada como normalmente. Era una conocida y poco agraciada bruja que hacía todo tipo de hechicerías. Su fama en el barrio solía ser negativa en totalidad. Todos a los alrededores sabían que era sucia, arrogante y grosera, nadie daba buenas referencias de ella, e incluso corría el rumor de que un par de chicas habían muerto a manos de uno de sus trabajitos, sin embargo Pete iba a arriesgarse. No pensaba pagar una clínica privada. Esas costaban una fortuna.
–Al fin te veo Peter Michael Davidson– la voz de Cherri los hizo voltear a ambos.
–Mamá, pero qué bien te ves hoy– Pete intentó no provocar el enfado de su madre. Le sonrió fingiendo una inocencia que desde luego no tenía.
–¡Ah, vete al diablo!– le recriminó. –Estoy furiosa contigo, jovencito. No me tienes nada contenta–
–¿Por qué? ¿Yo qué hice?– Pete solía ser mucho más que cínico. Jamás admitiría ninguna culpa que lo incriminara.
Desde luego su progenitora explotó en cólera.
–¿Cómo que por qué? ¡Esa putita que tienes ahí y el montón de hombres que desfilan por aquí cada noche! Quiero que termine y quiero que termine ya mismo– fue clara. Arqueó una ceja y lo miró con los brazos en jarras.
Pete hizo un mohín de fastidio.
–Ah, pero, mamá, es mi trabajo, además no vas a decirme que te disgusta la pasta que te he estado dando de todas mis ganancias. Gracias a eso te has dado tus gustitos, no me lo puedes negar–
–Pues no– negó ella y pestañeó dignamente. –Y no estoy en contra de que sigas con tu negocio, pero no quiero más mierda en mi casa. Los vecinos ya comenzaron a murmurar, no has podido ser discreto–
–Te prometo que lo seré. Te prometo que no te molestaré más. Ni cuenta te darás–
Pero Cherri Davidson continuó negando. Estaba aterrorizada de que sus amistades fuesen a enterarse de lo que ocurría en su casa.
La chica le importaba un rábano, pero su imagen frente a las chicas de su clase costura y de aerobics... ¡Ah, eso sí que se encargaba de cuidar!
–Sácala de aquí, Pete, es la última vez que te lo digo–
•••••
Ariana se llenó de terror cuando escuchó la puerta de la habitación abrirse.
Estaba aterrorizada de que fuese por ella, la obligara a subir a su destartalada camioneta y la llevara de una vez por todas con aquella atemorizante mujer. Le daba escalofríos sólo de pensarlo.
Había estado intentando idear un plan pero hasta el momento no había conseguido ninguno.
Pete se dirigió hacia ella. Para su fortuna no la tocó, sino que se limitó a mirarla y a ladrar órdenes.
–Lávate la cara y ponte algo de maquillaje. El cliente está por llegar–
¿Cliente?
Ariana no había esperado tener que ver a ningún hombre esa noche. Cielo santo. No soportaría el toque de un malnacido más. No iba a soportarlo.
Sus ojos brillaron con pánico. Deseó gritar y explotar en llanto.
Pete ignoró su reacción y se paseó por el cuarto.
–Iremos a que te saquen esa cosa mañana mismo. Ah, y tendrás que trabajar extra porque tú misma te encargarás de pagarlo. Yo no pienso pagar ni un centavo por culpa de tu engendro, ¿queda claro?–
¡¿De qué hablaba él?!
El horror en Ariana incrementó.
–Y de una vez hazte a la idea de que al día siguiente estarás de regreso trabajando. Las cosas no están como para estar perdiendo ganancias–
Ariana lo miró llena de odio.
–¡Eres un monstruo, Pete, y maldigo el día en que te conocí!– exclamó, el desprecio casi la asfixió. Era demasiado. Incontenible. –Ojalá jamás lo hubiera hecho–
La risa de Pete se escuchó.
–El hubiera no existe, nenita– alargó una mano y con sus dedos fríos acarició la tibia piel de su rostro.
La castaña se estremeció de asco. De inmediato se alejó de él. Odiaba con toda su alma que la tocara. Odiaba verlo, odiaba tenerlo cerca. Su sola sonrisa era un claro ejemplo de la crueldad de la que era capaz.
Tenía que escapar. Tenía que hacerlo.
¿Pero cómo?
–Maquíllate, estúpida. No quiero que Carver y su hijo digan que te maltrato– Pete frunció el ceño al ver que ella no se movía. Su actitud comenzaba a cansarlo. –¡He dicho que te maquilles, joder! ¡Haz algo! ¡Muévete!–
Ariana se mantuvo quieta.
Pete perdió la paciencia.
–¡Cuando te dé una orden, cúmplela, coño!– la sujetó con fuerza apretándole las costillas y arrastrándola violentamente hasta el espejo del baño. Con su otra mano tiró de su cabello y después su mandíbula intentando obligarla a mirarse. –¡Vístete! ¡Ponte decente! ¡Tienes que estar presentable para el cliente! ¡Van a pagarme mucho por ti! ¡Entiende que eres mía! ¡Mía para hacer contigo lo que me venga en gana! ¡Joder! ¡Cómo te gusta hacerme enfadar!– sin más la soltó y a los pocos segundos se marchó.
Ariana se quedó temblando. Hizo acopio de todas sus fuerzas para sujetarse del lavamanos. No pudo contener el llanto que le siguió. Cerró sus ojos y bajó la cabeza.
Se negaba a mirarse al espejo.
•••••
No quería mirarse ni siquiera un instante al espejo porque sabría que se encontraría con una chica destrozada cuyo maquillaje estaba corrido por las lágrimas, cuyos ojos estarían rojos e hinchados y el rostro deformado en una mueca horrible por el llanto y el dolor. Aún así tuvo que hacerlo. Conectó con el reflejo de sus ojos marrones. Estaban vacíos, sin vida, habían dejado de brillar. Era otra persona. No podía reconocerse ya. Su corazón había sentido demasiado en tan poco tiempo que amenazaba con detener sus latidos.
Bajó entonces la mirada y observó su brazo. Tenía ahí las marcas de dedos masculinos que habían tocado su piel en profundidad infinidad de veces.
Se preguntó a quién se vería obligada a ver aquella noche.
¿Sería un viejo asqueroso y sudoroso? ¿Un hombre callado y reservado? ¿La golpearía? La habían golpeado ya muchísimas veces. Eso la atemorizó. Antes no le había importado ya más pero ahora sabía que estaba embarazada.
Su bebé... Su pobre bebé.
Ariana sollozó todavía más.
Pensó en que el impedirle venir al mundo iba a ser su acto de amor más grande como madre.
Se dijo entonces que debía aceptar lo que con tanto denuedo había estado rechazando. Debía permitir que Pete se deshiciera de él. Quizás estaría haciéndole un favor.
Quizás...
Se sobresaltó cuando escuchó la puerta abrirse. Se quedó muy quieta y se estremeció.
Demasiadas veces había escuchado aquella puerta abrirse, y ninguna había sido seguida de una vivencia agradable.
Sabía que debía ser el cliente de esa noche. Otro maldito y sudoroso borracho.
Cerró los ojos y tembló.
Un asco anticipado la invadió.
De nuevo deseó morirse. Prefería la muerte a tener que soportar otra noche como aquella.
Se quedó muy quieta y esperó...
Esperó a que él dijera algo, que le ordenara que se girara. Esperó a que se acercara por su espalda y la tocara con sus asquerosos dedos.
Esperó pero nada sucedió.
Confundida y dudativa, abrió la mirada, tuvo que girarse para poder mirarlo, así fuese lo último que deseara hacer.
Lo que encontró la sorprendió bastante.
Era un chico que no parecía tener más edad que ella. Un año mayor quizás.
Tenía cabello corto y rojizo, ojos oscuros y las pecas en sus mejillas no hacían sino darle una expresión demasiado infantil. Algo que contrastaba increíblemente con su musculoso y fornido cuerpo.
–Ho...hola– él le sonrió nerviosamente. Parecía incluso asustado.
Ariana frunció el ceño.
¿Qué estaba ocurriendo?
No lo entendió.
El joven pudo leer en ella la aversión y el miedo que seguro estaba sintiendo. De inmediato se acercó pero tuvo mucho cuidado de no aproximarse más de lo debido.
–Por favor no te atemorices de mí. No quiero hacerte daño– aseguró. –Me llamó Max– le sonrió.
Su sonrisa simpática le hizo saber a Ariana que en definitiva no era ningún degenerado hambriento de sexo. No estaba ahí deseoso de follarla y esa certeza la confundió aún más.
Se mantuvo callada aún así.
–¿T...tú cómo te llamas?–
–Ariana–
Hasta el momento ninguno de los hombres se habían dignado siquiera a interesarse en su nombre.
–Bien, pues escucha, Ariana... No estoy aquí para... para hacer eso contigo–
¿No?
Continuaron mirándose fijamente.
Ella tenía demasiado miedo de preguntar. Incluso de saber. Volvió a estremecerse.
Max soltó un suspiro.
–Mi papá me obligó a venir. Él...– pareció muy triste de pronto. –Él no acepta que sea gay. Por eso me trajo a este lugar, dijo que aquí me ayudarían a... a dejar de ser un... un maldito maricón–
La declaración del pelirrojo la dejó desconcertada, sin habla.
No podía hablar. Y de cualquier manera... ¿Qué podía decirle?
El chico caminó un par de pasos y tomó asiento en la cama. Ariana permaneció junto al tocador, sus manos detrás de su espalda ayudándola a sostenerse.
–Por favor no vayas a decirle nada– le rogó y su expresión detonó toda angustia. –Yo sólo acepté venir porque tengo un plan y pienso llevarlo a cabo esta misma noche–
Ariana seguía muy consternada, sin embargo se aclaró la garganta y finalmente pudo hablar.
–Yo... yo... No diré nada, tranquilo–
–Te lo agradezco– Max le sonrió. –Te ves como una buena persona, pero... tampoco luces muy feliz de estar aquí. No me digas que a ti también te obligan a hacer esto–
–Pues... sí– la castaña se sentía un tanto extraña para ese momento. Aquella era la primera vez que se sentía con libertad de hablar con alguien más. El doctor de esa mañana no contaba porque en todo momento Pete había estado junto a ella amenazándola. Por primera vez en mucho tiempo no sintió miedo.
Max se puso en pie de inmediato.
–¿Quieres decir que ese tipo Davidson te obliga a prostituirte?–
Sonaba horrible, pero era su realidad, su maldito destino.
Ella asintió sin más.
–Pero eso es... es... ¡Es monstruoso!– exclamó horrorizado y después él mismo se dio cuenta de que debía bajar el tono de voz o de otro modo allá afuera se darían cuenta de que algo extraño estaba ocurriendo ahí.
–No me queda otra opción–
–Claro que sí. Ese idiota no es tu dueño, no puede forzarte a esto. Es un delito. ¿Es tu familiar o algo?–
–Es... es mi novio–
–¿Tu novio? Vaya partido. Elegiste muy mal, amiga– dijo y de inmediato se arrepintió de su comentario al ver su expresión de aflicción. Entendió que todo era más delicado de lo que había imaginado. –¿Cuántos años tienes? Pareces como de quince incluso con todo ese maquillaje que llevas encima–
–Tengo dieciséis–
–Caramba, ese tipo se merece el infierno. No puedes seguir permitiendo que te utilicen de este modo–
–¿Y qué se supone que debo hacer? ¿Ir a acusarlo a la policía? Me tiene presa aquí. Soy su esclava y jamás me dejará ir–
–Podrías huir–
Ella negó. Le temía demasiado a Pete. Sabía que fuese a donde fuera él la encontraría.
–No lo creo–
–Sí– insistió Max. Inhaló y exhaló mientras mantenía una especie de debate consigo mismo. Finalmente suspiró decidido. –Mi papá quiere "curarme" la homosexualidad a como dé lugar, no va a dejarme en paz y sé que hará de mi vida un infierno. Es por ello que he ideado un plan de escape. Mi novio Clayton está esperándome en la siguiente cuadra. Por la mañana tomaremos un vuelo que nos llevará muy lejos a donde nadie podrá encontrarnos. Estoy planeando escapar por esa ventana en los próximos dos minutos, ahora... te toca decidir si quieres venir conmigo y ser libre de toda esta porquería, o quedarte y... ya sabes el resto. Es un ofrecimiento sin interés alguno, te lo juro, sólo quiero ayudarte–
El corazón de Ariana comenzó a latirle con demasiada fuerza. Tanta que se temió que Pete fuese a escuchar sus latidos desde donde se encontrara. Por segundos se quedó sin respiración.
¿De verdad aquel noble chico estaba ofreciéndole su ayuda desinteresadamente? ¿Sería ella capaz de aceptarla? ¿Sería lo suficientemente valiente?
Su interior colapsó y de nueva cuenta le fue imposible responder al instante.
–Vamos, di que sí. No puedo quedarme por mucho tiempo a intentar convencerte. En serio tengo que irme– comenzó a lucir apurado. Miró su reloj. La realidad era que estaba retrasado ya con un par de minutos. Rescatar a la chica no había estado en el plan original, sin embargo no podía ser indiferente ante aquel caso tan atroz. Rescatarla se había convertido de pronto en algo de suma importancia. Aún así no podía obligarla. –Piénsalo bien. Es tu vida y tu libertad las que están en juego–
Su vida y su libertad...
Ariana lo sabía muy bien. Seguía paralizada pero sus pensamientos viajaban a toda velocidad.
Aquella era su gran oportunidad. Una que probablemente no volvería a presentársele. Tenía que tomarla, tenía que hacer algo por escapar de las garras de Pete, tenía que hacerlo por su hijo.
Se miró entonces el vientre. Discretamente llevó una de sus manos y se tocó aferradamente.
Exhaló. Lo haría, o de otro modo... Moriría en el intento.
–De acuerdo–
La sonrisa en la cara de Max fue verdaderamente gigantesca.
–Ah, genial. Tomaste la decisión correcta. Verás que no te arrepentirás, al contrario. Ahora serás libre y podrás rehacer tu vida. Vamos, vamos, no perdamos más tiempo–
Se aproximaron de inmediato hasta la ventana. Gracias al cielo el chico era bastante fuerte y grande. Hizo uso de sus dos brazos para lograr así derribar los protectores metálicos. Fue cuestión solo de unos cuantos minutos. Afortunadamente estaban viejos y desgastados, lo que le había facilitado por mucho la tarea.
Inmediatamente Max sacó una de sus piernas, sentándose en el borde. Antes de sacar la otra le ofreció la mano para ayudarla a salir.
La casa era de dos pisos por lo que corrían cierto riesgo de caer del techo. Él estaba dispuesto a llevarlo, desde luego, pero Ariana se paró en seco al comprender el peligro.
–¿Qué?– le preguntó. –No me digas que te echas para atrás. Te lo ruego, escapa conmigo–
–Es que está muy alto–
Aliviado Max sonrió.
–Ah, es eso. Descuida. Treparemos por aquel árbol. Será cuestión de segundos. Cuando menos lo imagines estaremos ya en suelo–
Pero la castaña continuó dudosa.
–Estoy embarazada– confesó.
Max se quedó perplejo. Y tenía que estarlo. Enterarse de que una jovencita de dieciséis años era obligada a prostituirse, y que encima llevaba un hijo dentro, le resultó lamentable. Realmente sintió mucho pesar por ella. Era solo una niña y eso le dio mucha rabia. Deseo que algún día aquel desalmado de Pete Davidson obtuviera su merecido.
–Voy a hacerte una pregunta muy seria, Ariana. Por favor responde con toda sinceridad... ¿Confías en mí?–
Acababa de conocerlo literalmente hacía unos cuantos minutos, aún así se había convertido en la persona que tenía ahora toda su confianza.
Asintió.
–Sí, Max–
–De acuerdo, entonces toma mi mano y sigamos. Yo te cuidaré–
Un segundo más tarde los dos salieron por la ventana.
•••••
Era libre.
Era libre y no podía creérselo.
Ariana miró a su alrededor. Calles oscuras y solitarias, casas descuidadas y maltratadas, un cielo lleno de estrellas. Ese detalle fue lo que más le sorprendió.
Se quedó admirando la imagen que representaba. Su libertad.
Casi sonrió, sin embargo el shock no se lo permitió.
Continuó mirando a su alrededor. No era más presa de Pete, su ambición y su maldad. No sería obligada nunca más a entregarle su cuerpo a un hombre más. Jamás volverían a forzarla, jamás volvería a llorar de asco y de tristeza. Jamás...
Seguía sumida en sus propios pensamientos. Su mente seguía divagando hasta que la voz de su salvador la llamó.
Max Carver, un pelirrojo con pecas, sonrisa de niño y alas de ángel invisibles en la espalda.
Él le había dado su mano mientras caminaban a tientas por el techo, después había utilizado su fuerza para ayudarla a subir a la rama más gruesa del frondoso árbol lateral, y del mismo modo la había ayudado a bajar hasta que finalmente los dos habían tocado el césped con sus pies.
–No quiero arruinar tu primer contacto con la libertad pero tenemos que irnos ya– le sonrió pero lucía bastante apurado. –Clay nos espera. Bueno me espera a mí, pero estoy seguro de que estará encantado de conocerte. Además tu noviecito o mi padre podrían descubrirnos y las cosas se pondrían feas con F mayúscula–
Ariana no se mostró muy segura esta vez.
–¿Estás seguro de que no habrá problema con tu novio?–
Él bufó y negó.
–Claro que no. Es el tipo más bueno y dulce del mundo entero. Por eso me enamoré de él– suspiró y pestañeó contento. –Ahora vamos. No hay tiempo que perder–
De nuevo la tomó de la mano y juntos corrieron toda la cuadra hasta doblar en la siguiente esquina.
Entre tantos coches más aparcados junto a la acera se encontraba un bonito Mazda azulado. El novio de Max estaba junto a él, miraba nervioso el reloj de su muñeca, y suspiró aliviado cuando lo vio aparecer.
–Al fin llegas. Creí que te habías arrepentido o algo– le dijo justo antes de que ambos compartieran un amoroso e íntimo abrazo.
Max negó con denuedo.
–Jamás me arrepentiré de una vida a tu lado. Te amo– plantó un corto beso en sus labios y después lo miró. –Ahora será mejor que nos vayamos cuanto antes–
En ese momento el rubio notó la presencia de alguien más ahí. Su amado no había llegado solo al encuentro y eso lo hizo fruncir el ceño.
–Eh... yo también te amo, Maxi, pero... ¿Quién es ella?– cuestionó directamente.
–Ah, es mi amiga Ariana. Ariana, él es Clayton, el amor de mi vida– Max lo abrazó por el cuello y le mostró la sonrisa más grande que ella hubiese podido ver.
Sonrió nerviosa.
–Ho...hola, Clayton–
–¿Qué tal, Ariana?– él le estrechó la mano con suma cortesía. Después exhaló. –Escuchen, no quiero sonar grosero, de verdad, pero no entiendo nada. ¿Por qué ha venido?– le preguntó a su novio.
–Ha escapado conmigo– fue la simple respuesta de Max.
–¿Escapó contigo?– Clayton continuó sin comprender.
Para entonces el pelirrojo negó numerosas veces y recordó el por qué estaban todos ahí. Todavía seguían en peligro. Su padre y el abusador estaban a tan solo unos cuantos metros de esa calle.
–Amor, no hay tiempo de explicarte. Esto es de vida o muerte. Sólo entremos al auto y marchémonos ya, por favor– le suplicó.
–Pero...–
–Por favor. Tú y yo necesitamos alejarnos de aquí ya mismo, y Ariana también–
Clayton finalmente accedió.
–De acuerdo. Entren al auto– les dijo.
Abrió la puerta para que la chica desconocida pudiese entrar. Después él hizo lo mismo en el asiento del conductor. Una vez que los tres estuvieran dentro y con los cinturones de seguridad puestos, dio marcha a toda velocidad.
–¿A dónde quieres que te llevemos, Ariana? ¿Tienes familia?– le preguntó Clayton mientras conducían por una de las avenidas principales de la ciudad. Habían pasado ya alrededor de diez minutos desde que salieran del barrio.
Ariana se puso tensa. Con su padre no podía regresar desde luego.
–No tengo familia– se limitó a responder.
–¿Amigos?– Clayton la miró por el espejo retrovisor. Max por su parte se giró en su asiento para poder mirarla.
–Tampoco tengo amigos– suspiró. Todavía temblaba de nervios y de miedo. Se sintió terriblemente fatal de no tener un sitio al cual llegar. No quería ser una carga para ellos dos. –Pueden dejarme en la siguiente avenida. Yo... yo me las arreglaré–
Clayton y Max se miraron por unos cuantos segundos.
–Nada de eso. Vendrás con nosotros al departamento. Allá pasaremos la noche y después pensaremos en qué hacer–
–No quiero molestarlos más–
–No nos molestas, Ariana. Si podemos ayudarte ten por seguro que lo haremos– le dijo Clayton.
–Gracias– respondió ella.
Continuaron viajando en silencio durante los siguientes minutos hasta que Max irrumpió hablando.
–¿Podrías parar para comprar algo de cenar? Creo que ya estamos lo suficientemente lejos y además podremos contarte la historia de Ariana y el por qué la traje conmigo–
A Clayton le pareció buena idea.
Aparcó el coche en el estacionamiento de un restaurante con autoservicio. Hicieron su pedido rápidamente y enseguida retomaron su camino.
Una vez que llegaron al bloque de departamentos donde Clayton vivía, los tres subieron. Era un bonito departamento. Adentro lo primero que hicieron fue abrir la comida y cenar.
Max devoró todo a su paso, y Clayton por su parte fue un poco más delicado, pero Ariana se encontraba tan conmocionada todavía que apenas y fue capaz de pasar bocado.
Sentía el estómago revuelto y una sensación de que vomitaría si comía algo más. Se rindió y alejó el plato.
–¿Malestares?– le preguntó Max.
–Unos pocos– asintió ella.
–¿Ahora sí me contarán lo que sucede? ¿De dónde se conocen?– Clayton los miró con seriedad.
–Ariana es la chica que... bueno, la que... Por la que mi padre pagó–
Si le hubiesen dicho que era una alienígena del espacio que estaba ahí para esclavizar al mundo, él no se hubiera sorprendido más. Anodado, se dio cuenta por primera vez de las prendas que llevaba puestas. Una faldita que apenas y lograba cubrirle el trasero, demasiado entallada como para ser cómoda, y una blusita de tirantes que no la cubría nada del frío. De nuevo levantó la mirada hacia su rostro.
–¿Qué?–
–Eso mismo–
–¿Te dedicas a... a eso?– le preguntó esta vez a ella de manera directa.
Bajando su rostro llena de vergüenza, a Ariana no le quedó más opción que asentir.
–El desgraciado de su novio la obligaba–
–Qué malnacido...–
–Más que malnacido, baby. Cuando entré a la habitación, bueno, le expliqué que no estaba ahí para gozar de sus servicios, le hablé sobre mis planes y le pedí que no fuese a delatarme. Después ella me contó que todo lo hacía obligada. No pude dejarla ahí, mucho menos al saber que... que tiene dieciséis años–
–¿Dieciséis?– Clayton sintió un profundo nudo en la garganta. –Es la misma edad que tenía mi hermana cuando... murió hace siete meses–
–Lo lamento mucho–
–Está bien. Lo voy superando– le sonrió. Luego tomó su mano. –Hiciste bien en venir con Max. Quedarte en manos de aquel infeliz es impensable. Tomaron la decisión correcta– les dijo a ambos.
–Lo sé. Al principio no quería venir. Yo no podía obligarla pero me vi tentada a echármela al hombro y traerla a la fuerza. Por fortuna se lo pensó bien y aceptó– sonrió Max tiernamente.
Clayton continuó mostrándose un poco afectado, quizás por el asunto de su hermana.
–Lo que me cuentan es terrible. Lamento que hayas tenido que vivir todo eso, Ariana. Nadie, nadie merece vivir esa experiencia tan traumática. Deberías denunciar a ese tipo–
Ella exaltó los ojos consternada.
–No, no. Si lo hago sabrá dónde estoy y vendrá por mí– no podía arriesgarse.
–¿Entonces qué es lo que harás? Me ha dicho Max que estás embarazada–
–Lo estoy– asintió. –Todavía no sé qué haré pero supongo que debo irme lejos de Florida. Empezar una nueva vida y... mantenerme lo más lejos posible de Pete. De verdad estoy muy agradecida con ustedes. Han sido mis ángeles. Jamás podré pagarles esto–
–Nos consideramos bien pagados sabiendo que te hemos ayudado a salir de aquel infierno–
Max sonrió y se abrazó de su novio.
–¿No te dije que era encantador?–
La castaña asintió.
–Me da mucha alegría saber que su amor triunfó y que serán muy felices en Paris. Se merecen toda la felicidad del mundo–
–También tú. Ojalá algún día la encuentres– le dijo sinceramente.
Ariana lo dudaba. Se sentía sucia para toda su vida. Los días no volverían a ser igual para ella en ningún sentido. Todo había cambiado para siempre. Exhaló pero no mencionó nada al respecto.
Max miró su reloj.
–Creo que para este momento papá y el asno de tu ex novio ya debieron haberse dado cuenta de que escapamos–
Pete.
Pensar en él le dio escalofríos. Cerró los ojos y rogó al cielo no volver a verlo nunca.
•••••
–¡Esa maldita zorra!– los gritos de Pete podían escucharse por toda la casa. Estaba enfurecido. Rabiaba de ira mientras con sus manos arrojaba al suelo las sábanas de la cama que al entrar había encontrado intacta. –¡Esa maldita zorra! ¡La voy a matar! ¡Juro que la voy a matar en cuanto la encuentre!–
La ira salía a borbotones. Sus ojos hundidos echaban fuego. Una ansia asesina lo atravesó tomando dominio de él por completo.
–¡¿Pero qué tipo de servicio es este?!– le recriminó Bartome Carver. –¡¿Qué no hay seguridad?! ¡Exijo que me diga a dónde demonios fue mi hijo con esa maldita cualquiera!–
Pete lo miró rabioso. A punto estuvo de lanzarse contra él y golpearlo.
Se acercó dos pasos para gritarle fuertemente.
–¡¿Y cómo mierda quiere que sepa dónde está ese marica de su hijo?! ¡No lo sé, mierda! ¡No lo sé! ¡¿Qué no se da cuenta?! ¡Ese par de idiotas se han escapado! ¡Y en nuestras narices!– lo empujó.
El señor Carver no hizo nada por defenderse. Con dignidad se acomodó el saco de vestir
–Maldita sea, Maximilian– maldijo a su propio hijo. Bastantes dolores de cabeza le había dado ya.
–Sí, maldito Maximilian– convino Pete. –Estoy seguro de que ha sido él quien convenció a mi Ariana de que se marcharan. Ella sola jamás habría ideado algo así. No es lo suficientemente inteligente ni valiente–
–Pues como haya sido, pero esa puta barata está con mi hijo y necesitamos encontrarlos–
–¡Necesitamos y un cuerno!– le gritó furioso. –Yo lo haré, yo los encontraré y los haré picadillo a ambos. Su hijo es hombre muerto a partir de ahora. Bueno, medio hombre muerto porque usted y yo sabemos que es de esos que les gusta tener la polla en el culo–
Aquello fue suficiente para que la furia del señor Carver apareciera.
–¡No le permito que hable así de mi Max!–
Pero Pete no estaba de humor para soportarlo.
–¡Ah, cállese y lárguese! ¡Largo de aquí! ¡No lo quiero ver más! ¡Desaparezca o yo mismo lo sacaré a patadas!–
–Jamás debí venir aquí. Son unos vulgares y asquerosos–
–¡He dicho que se largue!– sin más, y con muy poca paciencia, Pete le mostró el arma y lo apuntó.
Aquello fue suficiente para que Carver deseara salir de ahí cuanto antes.
Titubeó, después salió a toda velocidad.
Pete comenzó a cargar su calibre, bala por bala. Después la colocó detrás de sus vaqueros.
–Esto no se va a quedar así, Arianita. Te voy a encontrar... Te lo juro, primor. Y después de lo que haga contigo... desearás no haber nacido–
•••••
Eran cerca de las seis de la mañana cuando Max y Clayton salieron del edificio con unas cuantas maletas, listos para emprender su viaje hacia una larga vida juntos.
Desde luego Ariana salió junto con ellos. Llevaba jeans de mezclilla y una bonita chaqueta. Habían pertenecido a la hermana fallecida de Clayton, quien luego de ver la ropa con la que iba vestida, había insistido en obsequiárselas.
De camino y desde los asientos traseros, Ariana notó una actitud muy extraña en ambos. Mantenían además una secreta conversación a la cual no la habían invitado. Se dijo que eran temas que sólo les concernía a ellos. No debía meterse. Se concentró en el paisaje tras la ventana y en no escuchar nada. Iban camino al aeropuerto porque ambos le habían pedido que los acompañara y los despidiera. De buena gana ella había accedido. No tenía nada qué hacer y además eso le daba más tiempo para pensar en su plan de escape hacia cualquier otro sitio que no fuera Tallahassee ni sus alrededores. Exhaló y se hundió en el asiento.
Luego de aproximadamente veinte minutos el auto se detuvo.
Los tres bajaron en silencio.
A Ariana le pareció extraño que ninguno hiciera ademán de bajar las maletas. Frunció el ceño y los miró.
Ellos le sonrieron, ella respondió a su sonrisa.
–Les deseo toda la felicidad del mundo. Son personas maravillosas que tuve la fortuna de encontrarme en el camino, y les estaré agradecida por el resto de mi vida– les dijo y no decía más que la verdad.
–Eres muy dulce, Ariana, y te lo repetimos. No tienes nada que agradecer. Ese tipejo Davidson no tenía ningún derecho a... a... hacerte lo que te hizo– respondió Max todavía indignado.
Ella negó.
–Por favor no hablemos de él. Sólo quiero olvidarlo y olvidarme de todo lo que viví a su lado–
–Te deseamos de todo corazón que puedas hacerlo, que puedas reponerte y rehacer tu vida– Clayton también le mostró su apoyo, el cual le agradeció.
–¿Qué harás con el bebé? ¿Lo tendrás?– intervino Max de nuevo.
Ariana se hundió de hombros.
–Supongo que sí–
–No queremos influir en tu decisión, pero eres muy joven, ¿sabes que hay más opciones, cierto?–
–Lo sé, Clayton, pero... creo que aceptaré mi destino. Trabajaré muy duro para poder salir adelante–
–Eres muy buena. Tienes un corazón gigantesco–
–Ustedes lo tienen, y lo digo de verdad. Me han salvado, por eso estoy feliz de que estén a unas cuantas horas de emprender su viaje juntos–
Hablaba en serio. Le daba pesar pensar en que todavía existían personas que juzgaban e incluso atacaban y odiaban a aquellos que amaban a alguien de su mismo sexo. ¿Cómo era posible que alguien pudiese odiar a esos dos maravillosos chicos que tenía enfrente si eran tan bondadosos?
El mundo era cruel, y ella lo sabía mejor que nadie. Aún así le alegraba saber que en Max y Clayton el amor había triunfado.
–Estamos muertos de nervios– confesaron. Luego se abrazaron.
–Pero felices– le dijo Max al tiempo que depositaba un amoroso beso en su mejilla.
–Muy felices– secundó Clayton.
Ariana suspiró y los miró maravillada.
–Son la prueba perfecta de que el amor existe. Quizás no exista para mí pero sí para ustedes. Merecen amar y ser amados–
–No digas eso– le recriminó Max de inmediato. –Eres demasiado joven como para hablar así–
–Mi amorcito tiene razón. Sé que ahora no deseas pensar siquiera en tener a ningún hombre cerca, pero estoy seguro de que algún día encontrarás a tu príncipe azul–
–¿Príncipe azul? No, cariño, mejor será a un action man o algo así, alguien que te cuide y te proteja de todo–
La castaña volvió a negar. Había perdido ya demasiadas cosas y una de ellas era el tener un futuro romántico con alguien.
–Ya estoy manchada. Ningún hombre me querrá así–
Max se acercó a ella y la tomó de las manos para después mirarla con fijeza.
–Quien quiera que te rechace por tu pasado, que además no ha sido tu culpa, no será un verdadero hombre y no te merecerá ni tantito–
Pero Ariana no estaba tan segura de eso. Además... pensar en cualquier persona del género masculino la hacía estremecerse de miedo y repulsión. A esas alturas la mera idea del contacto físico le revolvía el estómago. Max y Clayton debían ser los únicos dos chicos con los que se sentía segura. Era una lástima que tuvieran que irse. Le habría encantado tenerlos cerca como sus mejores amigos. Los únicos.
–Me iré de aquí muy lejos. No quiero que Pete ni mi padre me encuentren. Sólo me concentraré en eso– respondió.
–Lamentamos mucho tener que dejarte sola–
–¿Qué? No, por favor no digan eso. Yo estaré perfectamente. Ustedes tienen que seguir su camino, amarse mucho y vivir la vida de sus sueños en Paris–
Fue ese momento cuando los dos se miraron. Evidentemente habían estado planeando algo.
Clayton se acercó a ella. Llevaba ahora en su mano un regordete fajo de billetes de grande denominación.
Ariana se impresionó muchísimo al verlo.
–Por favor toma esto. Es dinero suficiente para un boleto de avión a cualquier parte del país, para que rentes algún lugar al menos un par de meses. Y te sobrará un poco para alimentos–
Ella negó numerosas veces.
–No...no. No puedo aceptarlo. Ya hicieron demasiado por mí. Por favor guárdalo– con su mano lo empujó hacia él.
Max insistió.
–Tómalo, te lo suplicamos–
–Es que es demasiado–
–Si no lo tomas nos enfadaremos contigo–
–Pero...–
–Pero nada. Lo necesitarás más que nosotros.
–Son sus ahorros– Ariana lo sabía. Los había escuchado hablar de ello poco antes de irse a dormir la noche anterior. Habían estado trabajando duro para juntarlo.
–¿Y qué? Clay tendrá un excelente trabajo en cuanto lleguemos a tierras parisinas. Su mejor amigo lo ha contratado en una empresa importante. Yo tengo un título en educación y conozco bien el idioma. No tardaré en encontrar algo. Estaremos bien, y estaremos aún mejor sabiendo que estarás protegida al menos por un tiempo–
–Ten en cuenta que no dejaremos de insistir, así se nos vaya toda la mañana aquí– Clayton sonrió.
–Me sentiré muy agradecida si... si me ayudan con una parte solamente. Al menos para un boleto de pasaje–
Los dos chicos negaron.
–Todo–
–Además no te preocupes por nosotros. En unos minutos más me reuniré con mi primo. Viene de camino para acá. Comprará mi auto y me dará una buena cantidad de dinero. Con eso será más que suficiente mientras nos instalamos en Francia–
Sin decir nada más, Clayton tomó una de las manos de Ariana y le entregó el dinero, obligándola a cerrar el puño.
Ella se quedó sin habla.
¿Qué debía decir?
Era un regalo gigantesco.
Su libertad y ahora aquello...
Los miró a ambos.
–Son unos ángeles–
–Y unos muy sexys, cariño– Max le guiñó un ojo pícaramente.
Ariana se acercó y los abrazó. Sentía demasiado cariño y agradecimiento por ellos.
–Ojalá nos hubiésemos conocido antes y en otras circunstancias–
–Hubiese sido agradable tener una mejor amiga como tú–
Las palabras de Max y Clayton la conmovieron aún más. Estuvo a muy poco de soltarse a llorar. Sus ojos se inundaron con lágrimas.
–Bien, pero no tenemos mucho tiempo. Vamos, Ariana, te acompañaremos a comprar ese boleto–
–Pero su vuelo...–
–Tenemos tiempo suficiente para hacer el check in y abordar. Nos quedaremos más tranquilos de saber que has dejado Tallahassee–
–Opino lo mismo. Una vez que abordemos te quedarás sola. Mejor será que te acompañemos–
–¿Están seguros?–
–Muy seguros–
Los tres se dirigieron entonces hacia el área de ventas. Compraron el boleto más próximo, justo el que saldría en unos cuantos minutos.
El tiempo era oro en esas circunstancias.
Ariana debía abordar ya mismo.
Casi no podía creerse que en verdad aquello estuviese sucediendo. Todo había ocurrido demasiado rápido.
Exhaló y se giró para mirar a las dos personas más bondadosas que hubiese conocido nunca.
–Les agradezco por todo, todo, absolutamente todo lo que han hecho por mí. Ojalá sus padres vieran lo maravillosos que son juntos y los dejaran ser felices–
Max negó.
–No pensemos en ellos. Ahora concéntrate sólo en pensar en ti
–Y en tu bebé– secundó Clayton.
–Te deseamos lo mejor–
–Lo mismo deseo para ustedes dos. Gracias por aparecer en mi vida–
Ariana alzó su mano y la agitó en señal de despedida.
Los chicos hicieron lo mismo. Un instante más tarde la vieron mostrar su boleto a la azafata y después abordar junto a los demás pasajeros.
Max soltó un suspiro.
–Me alegra haber podido ayudarla–
–A mí también me alegra–
–Aún así me quedo preocupado por ella. Es demasiado bonita, para su desgracia–
–Demasiado, Max, demasiado– su novio lo abrazó como a modo de consuelo.
–Ojalá esa belleza no termine de arruinarle su vida. Es joven y muy inocente todavía–
–Seamos positivos. Pensemos en que la vida la recompensará por tener esa alma tan limpia–
–Ojalá, Clay, ojalá–
Enseguida se marcharon a su zona de abordaje. Paris los esperaba.
•••••
Green Bay...
Ese había sido el destino hacia donde Ariana se había dirigido. Una ciudad demasiado alejada de su casa, de su padre y principalmente de Pete. El lugar perfecto, se había dicho.
No podría estar mejor que lo más lejos posible de todo lo que la atara a su pasado, un pasado que deseaba olvidar con todas sus fuerzas. Enterrar y no volver a recordarlo nunca más, aunque dudaba que pudiese lograrlo.
Aún así estaba decidida a empezar de nuevo, a intentar salir adelante aunque no supiera qué demonios era lo que debía hacer.
Una vez que salió del aeropuerto se dedicó a observar las calles de aquel nuevo lugar que a partir de entonces sería su hogar. Calles transitadas por sus habitantes, negocios sobrellevando el día. Habían sido casi cuatro horas de camino. Se veía los autos pasar. La carretera era amplia pero no parecía haber más tráfico de lo debido. Lucía como un lugar acogedor, un poco más fresco en cuestión de clima, pero acogedor a final de cuentas. Lo mejor de todo era que ahí nadie la conocía.
Notó que el estómago le gruñía y se dirigió entonces a la cafetería más cercana que encontró. Pidió una taza de chocolate y un panque, pero una vez que todo le fue traído la sensación de vómito la atravesó. Corrió al baño a vomitar sin más.
Los malestares estaban atacándola ese día más que nunca. Tomó asiento de regreso en su mesa y esperó para poder recuperarse.
Mientras lo hacía no pudo evitar pensar en que debía encontrar un empleo para poder sustentarse. Oh, y también un sitio en el cual vivir.
Lo segundo no fue tan difícil. Al salir de la cafetería se topó con un cartel a blanco y negro que anunciaba la renta de habitaciones en una casa de huéspedes. Arrancó la hoja y se dirigió a un teléfono de monedas que visualizó en la esquina de la calle. Luego de comprobar que aun había lugares disponibles, tomó el primer taxi que apareció y le dio la dirección para que la llevara hasta ahí.
Al llegar fue recibida por la señora Gemma, una mujer cuarentona que tenía expresión poco amigable. El trato había sido cortante y estrictamente profesional.
–Siempre y cuando pagues a tiempo el alquiler no habrá problema alguno–
Bastante práctica. Ariana no se sintió bien recibida pero no tenía más tiempo de ponerse a buscar algún otro lugar. Pagó en efectivo el primer mes y se dijo que guardaría el dinero restante.
Conseguir empleo fue la parte difícil. Le había costado exactamente tres semanas lograr que alguien la contratara. La veían demasiado joven pero finalmente un asiático había accedido a contratarla como mesera en su restaurante de sushi y comida japonesa. Las cosas habían marchado bien con el dueño, pero no podía decir lo mismo de su esposa, quien la había mirado con aversión desde el primer instante.
–Nos irá muy bien, ya lo verás– bajó su cabeza mirando su vientre aun no crecido. Le habló con ternura.
Sin embargo con el pasar de los días Ariana había aprendido que no bastaba decir simplemente y desear que le fuera bien en la vida. La vida era dura. Demasiado.
Nada desde su llegada a Green Bay había sido agradable.
El sueldo de mesera cada día le rendía menos. La esposa de su jefe solía descontarle dinero por cualquier tontería. Se había ensañado con ella y disfrutaba mucho perjudicándola. Lo peor de todo había sido aquel día en que había descubierto el embarazo.
Ocho meses recién cumplidos.
–Ariana, ven acá– le había exigido la señora Takahashi con tono de desdén, con su típico acento oriental que tanto la caracterizaba.
–¿Sí?– nerviosa, la castaña había dejado de atender las mesas para ir a su llamado. La aterraba profundamente el acercársele, ya que era bastante consciente de su vientre abultado. Hasta el momento había conseguido mantenerlo oculto gracias a su complexión menuda. Sabía que el día en que lo supieran la despedirían inmediatamente. Supo que el momento había llegado.
Y como si de una broma se tratara, en esos instantes una patadita juguetona dentro de ella le recordó que ya no estaba sola y que nunca más lo estaría.
–Llevo días notando que el uniforme te queda demasiado apretado, y no me gusta que me vean la cara de estúpida, así que ahora mismo me dirás si has estado comiendo demasiadas papas fritas o si lo que llevas ahí adentro es un niño. Habla ya mismo–
–Yo...–
–¡Dije ya mismo!– la sujetó de los hombros y comenzó a sacudirla. –¡Te he ordenado que hables!–
–S...sí–
–¡¿Sí qué?!–
–E...estoy embarazada–
Aquella confesión le había valido su despido instantáneo.
Después de aquello conseguir un nuevo trabajo había sido imposible. Nadie estaba dispuesto a contratarla al darse cuenta de su avanzado estado de gestación.
Hacía ya mucho tiempo que se había terminado el dinero que Clayton y Max le habían dado. Tampoco había tenido oportunidad alguna de ahorrar. Apenas y había podido cubrir sus gastos básicos.
Se encontraba desesperada, y finalmente había conseguido la vacante de cajera en una farmacia. El gerente se había compadecido de ella y le había dado el empleo advirtiéndole que a la primera falla se largaba. Ariana les había prometido que sería la mejor empleada.
Tres semanas más tarde sus contracciones comenzaron.
Era muy temprano todavía cuando había sentido un intenso dolor en su interior que la había hecho estremecerse. De primer momento había decidido no hacer caso ya que esto no había sido constante. De ese modo había continuado realizando su trabajo como normalmente.
Conforme las horas pasaban, todo resultaba más difícil para ella, le costaba mantenerse en pie, y además la sensación de espasmos comenzaba a ser más recurrente.
Apretó los labios y cerró los ojos para poder realizar el cobro a un cliente que había llegado.
–A...aquí está su... su cambio. 77 dólares– le entregó el dinero y de inmediato regresó la mano a su redondeado y tenso vientre.
–Gracias–
–Que tenga buen día–
El cliente salió rápidamente y fue ese momento en el que el gerente se acercó mirándola con expresión severa.
–¿Acabas de darle a ese señor 77 dólares?–
Ariana no comprendió el fin de su pregunta pero respondió.
–Sí–
–¿Acaso no compró sólo un par de analgésicos?–
–S...sí–
–Y te pagó con uno de 50, ¿o no?–
En ese momento Ariana se dio cuenta del error matemático que había cometido.
Exaltó sus ojos con angustia.
Para entonces el gerente ya estaba furioso.
–Te advertí que si cometías un error te largarías de inmediato–
–Por favor, perdóneme– le rogó ella. –Perdóneme, yo...–
–Lo siento, pero no puedo hacer nada por ti. Recoge tus cosas y vete–
Ariana se vio tentada a suplicarle con tal de conservar el empleo pero se sentía ya demasiado débil como para siquiera intentarlo.
Soltó un suspiro y de inmediato salió de ahí.
Las cosas no pintaron mejor para ella cuando llegó a la casa de huéspedes. Se había encontrado con que sus cosas, la poca ropa que tenía, sus artículos de higiene personal y unas cuantas chucherías más, estaban sobre la calle.
Preocupada subió los escalones que la llevaban a la puerta y la golpeó frenéticamente.
La rentera apareció.
–Desde hoy no vives más aquí–
–¿Qué?–
–Lo siento pero no podía seguir esperándote. Debes cinco meses de alquiler. Yo creo que son suficientes para que pueda demandarte– al ver la expresión de horror de la castaña, añadió de inmediato. –No lo haré, sólo quiero que te largues–
–Pero... no tengo otro sitio al cual ir. Por favor...–
Negando, la rentera se hundió de hombros deslindándose del asunto.
–Ya no puedo hacer nada. Tu cuarto ha sido rentado ya. Agradece que estoy siendo buena contigo al no cobrarte lo que me debes–
Ariana negó numerosas veces. Una contracción la atravesó desde los mulos hasta el inicio de su parte torácica. El dolor la redobló. Fue tan cegador y estremecedor que por segundos la hizo sentirse mareada. Su mente se oscureció y un segundo más tarde no sintió más las piernas. Tampoco fue consciente de sí misma ni de su alrededor.
Cayó desmayada ahí en medio de la calle.
•••••
El parto no había durado mucho. Había dado a luz a aquella pequeña personita una vez introducida en la ambulancia que tan amablemente los vecinos habían mandado llamar para ella.
Los paramédicos habían intentado controlar las contracciones al menos mientras llegaban a la clínica, sin embargo no habían podido hacer nada contra la biología y su naturaleza.
Ariana había roto fuente ya, y el bebé solamente a segundos de arribar al mundo.
El llanto ensordecedor había retumbado en el reducido espacio que constituía la cabina pero la joven madre no había podido escucharlo porque su consciencia no había regresado todavía.
Así, una vez que había despertado se había encontrado en una cama de hospital, rodeada por cuatro paredes blanca y un olor etílico que le revolvió el estómago.
Como un rayo fugaz que electrificó en su interior, Ariana recordó a su bebé. Se enderezó rápidamente sobre el colchón y miró su vientre. Estaba vacío. ¿Significaba aquello que ya había nacido su bebé? Lo último que recordaba era a su rentera anunciándole que no tenía más un lugar donde vivir. ¡Cielo santo! ¡¿Dónde estaba su bebé?!
Intentó levantarse, no le importaba nada más salvo encontrar a su bebé.
¡Tenía que encontrarlo! ¡Tenía que...!
–¡Por la virgen santa, señorita no se levante de la cama! ¡Podría lastimarse!– la enfermera que acababa de entrar, se horrorizó al verla y prontamente corrió a auxiliarla.
–Mi bebé– pronunció Ariana llena de angustia. –Mi bebé...– repitió.
La enfermera sonrió al comprender su preocupación.
–Tranquila, tranquila. Está en buenas manos y pronto estará aquí con usted. Antes el doctor tiene unas cuantas preguntas que hacerle–
Sus palabras consiguieron calmarla.
–¿Preguntas?– cuestionó confundida.
Justamente el doctor apareció. Parecía amable.
–Al fin despiertas. Tuviste un parto un tanto apresurado pero todo salió muy bien–
–¿Cómo está mi bebé?– era todo lo que a ella le importaba.
–Está perfectamente. Podrán conocerse en unos minutos más, te lo prometo. Pero primero... ¿Podrías decirnos cómo te llamas?–
–Ariana–
–Bien, Ariana. ¿Tienes familia o alguien a quien podamos llamar y avisarles que estás aquí?–
La castaña negó nerviosamente.
–¿El papá...?–
–Mi bebé no tiene papá– declaró ella tajante.
Bueno, evidentemente tenía un padre pero aquel desgraciado no figuraba en el mapa y jamás lo haría.
<Ojalá te murieras, Pete>
–Entiendo– respondió el doctor luego de un incómodo silencio.
–Eh... ¿Es usted mayor de edad?–
La castaña sabía que estaría en problemas si decía la verdad así que decidió mentir.
–Acabo de cumplir dieciocho la semana pasada–
–¿Tiene alguna identificación que lo compruebe?–
–No traje conmigo mi bolso. Ni siquiera sé dónde lo dejé. Debí haberlo perdido, lo siento–
Esperaba realmente que no fuesen a insistir más en el tema.
El doctor no mencionó más al respecto. Quizás conocía la verdad pero había optado por no ponerle la situación más difícil. Se giró entonces hacia la enfermera.
–Traigan a la bebé por favor– le pidió.
Ariana que había estado sumida dentro de una página en blanco que bloqueó su mente por instantes, despertó del trance y miró al doctor horrorizada.
Él sonrió amistosamente.
–En unos momentos podrá tener a su hija en los brazos, Ariana–
–¿Hija?– su voz se quebró al hacer tal cuestionamiento. –¿Es una niña?–
La angustia fue incluso dolorosa una vez que se lo confirmara. Fracasó en su intento por detener las lágrimas que pugnaron en sus ojos, estas fueron derramadas dejando un húmedo camino a su paso. La joven cubrió su rostro con sus dos manos y explotó en llanto.
Cuando la pequeña fue depositada en sus brazos, Ariana no pudo hacer nada por detener sus sollozos. La aflicción, el dolor y la tristeza la desgarraron. El desconsuelo la llenó.
Ver la carita de su diminuta y preciosa hijita le rompió el corazón en mil pedazos.
Ni el doctor ni la enfermera comprendieron el motivo de que la paciente estuviese llorando tanto. Ninguno de los dos podía comprender que si la joven y desdichada mamá lloraba era únicamente porque había rogado muchísimas veces que la hermosa criatura que se gestaba en el vientre no fuese a ser una niña. ¿La razón? Las niñas sufrían más. Las mujeres sufrían mucho más.
La mañana en que le dieron el alta, dos días después, Ariana no había dejado de pensar en el hecho de que su bebita corría demasiado peligro simplemente por el sexo con el que había nacido.
Por fortuna no todo había sido malo. El doctor había sentido demasiada compasión por ella al verla tan sola y desprotegida, así que se había acercado a ella para informarle que no tendría que pagar nada para que pudiese salir. Había decidido no cobrar nada de sus honorarios y había hablado con personas importantes del hospital para que desistieran de cobrarle.
Un ángel más en su camino, había pensado Ariana. Lo cierto era que por cada dos o tres personas malvadas que conocía, el cielo decidía tenerle piedad y enviarle a personas tan dispuestas a ayudarla.
Lo agradecía mentalmente.
Ahora estaba ahí, en la clínica, con expresión de cansancio en el rostro, vestida con prendas que una de las enfermeras había llevado para ella, un bonito bolso en color rosa colgado de su hombre, que contenía un par de pañales, también cortesía del personal médico, y a su amada Gianna en los brazos.
Hacía exactamente cinco minutos atrás que había decidido llamarla así. Había leído el nombre en un folleto que hablaba sobre una importante conferencista que estaría en la ciudad a finales de mes, y tema traería Un stop hacia la violencia contra las mujeres.
Le había alegrado mucho saber que alguien se preocupaba por ellas. Además el nombre le encantó.
Suspiró y entonces una enfermera más se acercó.
–¿Vendrá alguien a recogerla?– le preguntó.
Ella negó.
No tenían a nadie. Solo estaban ellas dos en el mundo. En el mundo y contra el mundo. Se estremeció al pensarlo.
–¿Desea que llame a un taxi para que venga a recogerlas?–
–Le agradezco pero lo haré yo misma. Muchas gracias–
La realidad era que no tenía ni un centavo para pagarlo.
Salió del hospital convertida ahora en madre.
Atravesó el estacionamiento y cruzó la calle adentrándose en el parque de enfrente.
No tenía dinero ni un hogar al cual dirigirse. No tenía amigos ni familia.
Con esos deprimentes pensamientos caminó hasta llegar a una solitaria banca, y tomó asiento.
Observó a su hija, quien dormía sin imaginarse la situación tan vulnerable en la que se encontraba tanto ella como su progenitora.
Ariana lloró en silencio para no llamar la atención de nadie. Se sintió aterrada, tanto que un estremecimiento la sacudió.
Si no podía sustentarse a sí misma... ¿Cómo demonios haría para proporcionarle a su bebé todo lo que ella necesitara? Tenía solo dos pañales. Dos. No contaba siquiera con una cobijita para cubrirla esa noche cuando hiciera frío. Iba envuelta solamente en la delgada sábana del hospital.
¿Qué haría cuando creciera, cuando fuera a la escuela, cuando necesitara de un seguro médico?
En esos momentos no encontró solución alguna. No veía ni una sola salida. Nada.
Con las emociones y todo su amor destrozado, pensó en que... Iba a tener que abandonarla. Iba a tener que dejarla a las puertas de alguna iglesia. Desprenderla de sus brazos para que pudiese tener una vida digna, porque claramente ella no podría dársela, aunque el alma se le partiera.
Se sentía ahora demasiado egoísta. Egoísta por haberla traído al mundo, egoísta por anhelar desesperadamente mantenerla a su lado para siempre.
>¡Nooo!< le gritó el corazón.
¿Pero qué otra opción tenía?
–Hola. ¿Podemos hablar un minuto?– aquella desconocida voz interrumpió sus tormentosos pensamientos.
Era una mujer, y el ceño de Ariana se frunció. La miró como intentando reconocerla pero no lo consiguió.
–Disculpe pero no la conozco– respondió con recelo.
–Ya lo sé, y por eso mismo deseo conocerte–
La extraña de piel oscura y ojos tan negros como una noche sin estrellas, le sonrió abiertamente.
Era bastante atractiva. La castaña no pudo menos que fijarse en lo curvilíneas que eran sus caderas y en el cuerpo escultural que poseía. Llevaba un vestido amarillo muy ajustado de tela vinilo, sus uñas eran larguísimas y su maquillaje denso. ¿Qué hacía una mujer como ella hablándole?
–¿Por qué?–
–Me ha llamado muchísimo la atención ver lo bonita que eres, y joder, ahora que te veo de cerca compruebo lo que ya había sospechado... No llevas ni una gota de maquillaje. Tu belleza es pura–
Ariana no comprendió.
–Lo siento, yo no...–
La mujer rió un poco y negó.
–Tranquila, por favor no desconfíes de mí. No soy una asesina ni una secuestradora, ni nada por el estilo. Tan solo pasa que... Allá adentro– señaló el hospital. –Escuché que... que estás sola. Te lo ruego, no me malinterpretes. Pasé a recoger unos análisis, falso embarazo gracias al cielo– le mostró los papeles para comprobarlo. –Y bueno, escuché todo sin querer. Te seguí y te he estado observando por un buen rato–
–¿Por qué me siguió y por qué me ha estado observando? Lo siento pero esto ya comenzó a asustarme– Ariana se puso en pie e hizo además de alejarse pero la morena se lo impidió colocándose frente a ella y mirándola fijamente.
–Me llamo Nikki. ¿Cuál es tu nombre?–
–A...Ariana–
–¿Y la bebé tiene un nombre ya?–
–Gianna–
La pequeña cabecita de Gianna quedaba debajo de su barbilla, haciendo que la propia Ariana pareciera una niña aferrada a su muñeca para que nadie se la quitara. Nikki casi sintió ternura pero ella nunca había sido una mujer maternal, aunque eso no significara que fuera mala persona.
–Bien, Ariana. Acabamos de presentarnos así que prácticamente ya no somos desconocidas. Te seguí y ahora estoy aquí contigo porque quiero ayudarte. Bueno, quiero que nos ayudemos mutuamente–
–¿Ayudarnos mutuamente?–
La mujer asintió al segundo.
–Exactamente. Y hablo de trabajo con un sueldo increíble... Esto exactamente– tomó una libreta de su bolso junto a un bolígrafo, escribió la cuantiosa cantidad en una de sus hojas blancas y después se la mostró logrando que Ariana se quedara tan impresionada que le fue imposible moverse. –Semanal. Además– continuó Nikki hablando. –Fomentamos el aumento de sueldo y a dar bonos extras en ocasiones especiales. Y por otro lado tendrás el tiempo perfecto para cuidar de tu bebé, que está monísima por cierto–
La realidad era que esa oferta sonaba bastante tentadora para Ariana. Literalmente había estado lamentándose por no tener nada qué ofrecerle a su hija, y de pronto aquella mujer aparecía ofreciéndole su salvación. La cifra era fácilmente el sueldo de un mes en sus antiguos trabajos de mesera y cajera. Con ese dinero tendría la vida resuelta. Podría hacerse cargo de su pequeña, podría conseguir un sitio para que ambas vivieran, podría proveer alimento, ropa, todo. Sí... ¡Sí! Casi no podía creérselo. Sonaba perfecto.
Una enorme esperanza la hizo darse cuenta de que no todo estaba perdido.
Volvió a clavar sus ojos en la mujer de nombre Nikki. La miró seriamente. No quería mostrarse demasiado emocionada antes de tiempo. Además seguía siendo una desconocida. Se preguntaba si haría bien o si sería un terrible error confiar en ella.
Una vez había confiado y gracias a eso su vida estaba ahora hecha pedazos.
–¿Qué tendría que hacer exactamente?– cuestionó quedamente.
Su pregunta hizo que Nikki soltara un suspiro.
–¿Qué tan desesperada estás?–
Ariana negó. No iba a mentirle. No había manera de que pudiese hacerlo.
La verdad salió como autómata de sus manos.
–Muy desesperada– respondió. –Estoy desesperada por ofrecerle una vida de calidad a mi bebé, pero maldición... No estoy dispuesta a volver a la prostitución, ¿me escucha, señora?–
–Señorita– la interrumpió.
Ariana realizó un gesto de aversión. Estaba ahora bastante enfadada.
–Pues lo que sea. Si usted pretende que me acueste con hombres a cambio de dinero, ¡olvídelo! ¡Olvídelo y déjeme en paz!–
Nikki se quedó en silencio asimilando las palabras que acababa de gritarle a la cara. Le sorprendió bastante el dato que acababa de darle. La chica se había dedicado a la prostitución en algún momento de su vida, corta vida, debía añadir porque era evidente lo joven que era. Sin embargo veía en su rostro un toque de inocencia que imposiblemente una prostituta podría tener.
Extraño, pero también afrodisiaco.
Tomó aliento y después habló.
–No quiero que folles con hombres. Mi negocio no va de eso. Sólo quiero que bailes para ellos–
Ariana sacudió la cabeza como intentando procesar lo que acababa de escuchar.
–¿Bailar?–
–Así es. Y te voy a hablar con toda sinceridad porque eso de las mentiras no me agrada mucho. Soy dueña de un table dance, ya lo dije y lo repetiré por si no escuchaste bien. Un table dance. Mis chicas visten lencería y prendas diminutas y muy sexys. Bailan sobre el escenario, con un solo propósito, que es excitar a los hombres, pero puedo asegurarte que ninguno de ellos está autorizado a tocarlas. Eso jamás. Además tenemos un equipo de seguridad que se encarga de esa parte, todas están bien protegidas–
Todavía confundida, Ariana negó.
–Creo que está usted loca. Yo no serviré para eso. ¿Por qué querría un hombre verme bailar?– hasta el momento solo la habían querido para violarla hasta el cansancio. El recuerdo la hizo temblar.
–Querrás decir, ¿qué hombre no querría verte? Eres preciosa, Ariana. ¿Qué digo preciosa? Preciosísima. Quizás seas de esas chicas que no son conscientes de su hermosura, pero te juro que es así. Además tienes un excelente trasero– la hizo girarse para admirarlo desde un mejor ángulo. –Sí, excelente– repitió y después alzó su mirada hacia sus pechos. –Y esas dos... Quedarán espectaculares cuando termines de lactar. Unas buenas tetas, más tu trasero, más tu carita... ¡Uff! Nena, serás la sensación. ¿Qué dices?–
Ariana no fue capaz de hablar al primer segundo. El nudo en su garganta estaba impidiéndoselo.
¿Ella bailando sensualmente para incitar a un montón de sujetos ansiosos por verla?
No podía imaginarlo ni en mil millones de años.
Imposible...
De nuevo Nikki irrumpió en sus pensamientos.
–No quiero presionarte, linda, pero... Sé que ahora no tienes siquiera un lugar para vivir. No me lo tomes a mal, lo supuse porque has venido directo al parque cuando lo más normal para una madre recién parida sería marcharse directo a casa. Si me dices que aceptas, estoy completamente dispuesta a prestarte una habitación al menos hasta que consigas otro sitio, y a apoyarte con algo de dinero. También estoy dispuesta a esperarte un mes, o un mes y medio para que te recuperes y puedas comenzar a trabajar. Sé que dirás que todo es demasiado e incluso podrás desconfiar, pero te aseguro que esto será como una inversión para mí. Te quiero en mi club y estoy dispuesta a darte lo que sea por conseguirlo–
A Ariana le gustaba que Nikki fuese tan honesta y tan directa. Eso la había hecho comenzar a confiar en ella.
Echó fuera otro suspiro, y entonces miró a su bebé.
Gianna era la cosita más hermosa y perfecta que sus ojos hubiesen podido ver nunca. Era un ser inocente que merecía crecer feliz y en condiciones dignas. Una bellísima criatura que no tenía culpa alguna dentro de toda aquella porquería que todavía la perseguía.
Si aceptaba la propuesta... Esa misma noche estarían durmiendo en una cama caliente. Las dos estarían gozando del lujo que significaba tener un techo para resguardarse. Además comenzaría a trabajar inmediatamente. Bailando para lujuriosos hombres, ¿pero qué más daba? ¡Al infierno con esos desgraciados! Si ellos la habían utilizado antes... ¿Por qué no podía hacer ella lo mismo?
Tenía que aceptar. Debía pensar en su futuro. O mejor dicho en el de Gianna. Ahora todo se trataba de Gianna.
Iba a hacerlo por su hijita, y porque verdaderamente no existía ya otro modo de vida para ella. La habían corrompido mucho más allá de la rendición, no tenía ya nada más que perder, ni siquiera su dignidad.
–De acuerdo... Acepto el empleo, señorita Nikki–
–Llámame sólo Nikki, cariño. Las etiquetas no me agradan– ella intentó no mostrar su alegría. Ante todo procuraba demostrar siempre una imagen profesional. –Has tomado una muy buena decisión, Ariana. Verás que no lo lamentarás. Ahora... una cosa más... ¿Qué edad tienes?–
–Dieciséis–
Nikki lo sopesó. Lo había sospechado ya, y aunque podría significar un problema, no iba a permitir que eso interfiriera.
–Ya. Pues desde ahora tienes dieciocho. Y los seguirás teniendo hasta que de verdad los cumplas. ¿Queda claro?–
Ariana asintió y abrazó con más fuerza a su pequeña.
–Muy claro–
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¿Qué opinan ustedes?
¿Cardi fue la salvadora de Ariana????
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