Capítulo 24
¡Lo que le faltaba!
Pensó Ariana mientras tomaba asiento en el sofá de la sala.
Se había enfermado. Estaba segura de eso.
Después de pasar el día en la calle, haciendo recados y demás, ahora se sentía fatal.
Tenía un dolor de cabeza punzante y se sentía tan cansada y abatida que apenas era capaz de mantenerse erguida. Una sensación extraña la acompañaba y también un nudo en el estómago del que no sabía su origen.
No lo entendía... ¿Además por qué demonios tenía que sentirse tan condenadamente mareada?
Era una suerte que Gianna hubiese querido irse con la señora Doris a pasar la noche para recordar viejos tiempos.
No era que sintiera alivio por la ausencia de su hija, sino que tenía tan pocas fuerzas que no hubiese podido atenderla, prepararle la cena, leerle un cuento, arroparla y todo lo que conllevaba llevarla a dormir.
Cerró los ojos pensando en que ni siquiera era capaz de ponerse en pie y muy probablemente terminaría quedándose dormida ahí mismo en la sala.
Cuando escuchó la puerta abrirse supo que debía ser León. Se incorporó para mirarlo y lo que encontró la hizo llevarse ambas manos a la boca al tiempo que soltaba un gemido de angustia.
León llevaba la ropa rasgada y el rostro ensangrentado. Al verlo así, el corazón de Ariana se detuvo por un instante, y un miedo invadió cada rincón de su ser. El alma cayó a sus pies.
–¡Cielo santo, León!– exclamó luego del shock inicial. Olvidándose por completo de su cansancio y malestar, se puso en pie rápidamente y fue hacia él. –¡¿Pero qué fue lo que pasó?! ¡¿Quién te hizo esto?!– a medida que iba guiándolo hasta el sofá, sentía sus propias manos temblando. –¡¿Qué pasó?!– volvió a preguntar aún más exaltada, aunque estaba haciendo enormes esfuerzos por recomponerse.
–¿En dónde está Gianna? No quiero que me vea así...–
Al borde de las lágrimas Ariana apenas y fue consciente al responder.
–Se...se ha ido a pasar la noche con la señora Doris... ¡¿Qué fue lo que pasó?!–
–Me atacaron... al salir de la comisaría. Los muy cabrones me... tomaron por la fuerza y no pude ser más rápido que e...llos– la voz de León era entre cortada. Respiraba con dificultad y el dolor de sus costillas era todo el impedimento. De camino había ido maldiciendo pensando en la posibilidad de que le hubiesen roto alguna.
Sus pasos eran lentos y debilitados. Le dolía hasta su mismo aliento.
–¡¿Cómo que te atacaron?! ¡¿Y cómo conseguiste llegar hasta aquí así?! ¡Por el cielo bendito, apóyate en mí! ¡No hagas tanto esfuerzo!–
León negó.
–Olvídalo– ante todo estaba su orgullo de hombre, pero aún más importante su instinto de protegerla de cualquier cosa. –Peso casi tres veces lo que pesas tú. Yo puedo solo–
Pero a pesar de sus palabras, terminó cediendo y aceptando la ayuda que desde luego estaba necesitando.
La urgencia movió a la castaña en un dos por tres después de dejarlo recostado. Seguía conmocionada pero sabía bien que debía actuar rápido. No esperó a que él respondiera su pregunta, fue en busca del botiquín que había visto noches atrás en la cocina.
–Nena, estoy bien...–
Ariana ignoró sus palabras. No se veía bien de ningún modo. Tuvo su propia pelea con el botiquín intentando abrirlo.
–¿Cómo pasó todo esto?– le preguntó todavía llena de angustia. –¿Te asaltaron?–
Él negó con lentitud.
–No creo que haya sido un asalto. Esos hijos de puta no iban por mi billetera... Iban por mí– de eso estaba bastante seguro.
El ataque lo había tenido todo de premeditado. Lo habían atacado entre dos mientras uno más los esperaba con el auto encendido.
Todavía pensaba en eso cuando se paró en seco la ver que los hermosos ojos de su amada se habían inundado en lágrimas.
–¿Por qué lloras, Ari? No llores, preciosa, por favor, ve. Veme, estoy bien– León trató de ponerse en pie para probárselo, pero la palidez de su rostro revelaba la verdad.
Ella negó de inmediato.
–¡No, no, no lo hagas!– le pidió mientras sorbía sus sollozos intentando calmarse.
–Entonces para esas lágrimas porque me desgarran el pecho. Me duelen más que cualquier otro maldito golpe– el moreno alzó su mano para limpiarle la humedad del rostro.
–¿Cómo quieres que reaccione?– respondió Ariana entonces. –Estoy segura de que esto ha sido armado por Pete, no tengo ninguna duda–
La mención de aquel bastardo no hizo sino enfurecer a León. Apretó los puños y contuvo la furia recorriendo sus venas. Él había pensado justamente eso mismo.
Aquel gusano estaba detrás de todo aquello, se lo decían sus entrañas y sabía que no se equivocaba.
Por unos cuantos instantes ninguno de los dos habló.
Ariana limpió todo rastro de su llanto y se esforzó en mantener la calma aunque todavía su corazón latía desbocado.
Aquel mexicano de ojos verdes era todo su mundo. Se hubiese muerto si le hubiera ocurrido algo peor. No lo habría soportado.
–Voy a curarte– le dijo sin más al tiempo que sacaba los suministros de primeros auxilios. Sus manos no habían dejado de temblar pero aún así estaba decidida a encargarse del bienestar de su hombre.
Exhaló mientras empezaba a limpiar una herida en su poblada ceja.
Lo sintió exaltarse y después estremecerse ante el contacto del algodón alcoholizado, pero la mirada verdosa se mantuvo firme, así como era él mismo en cualquier circunstancia.
Inevitablemente Ariana recordó aquella vez cuando le había curado la herida de un cuchillo, luego de que fuesen secuestrados por esos desalmados rusos que de pronto aún aparecían en pesadillas. También se estremeció.
–Debiste haber visto cómo quedaron esos dos– comentó León entonces, desestimando sus golpes y heridas. –Me molieron a golpes pero ellos también se llevaron unos cuantos recuerdos míos–
Desde luego no se las había puesto fácil. León estaba entrenado para pelear en combate en cualquier circunstancia. Si hubiese tenido al menos la ventaja de verlos de frente en el momento en que fueron por él, habría podido salir ileso. Había tenido mala suerte y ahora sufría las consecuencias por eso.
Ariana negó.
–Me siento muy culpable por esto, León...–
Él tomó su rostro con ambas manos para acariciarla. Lo primero en lo que pensó fue en lo bonita que era. ¡Joder! Esa mujer estaba hermosa fuesen cuales fuesen sus emociones. En ese instante totalmente consternada y preocupada estaba de lo más divina. Deseaba comérsela a besos.
–Preciosa... esto no es tu culpa en lo absoluto. Es culpa de aquel cabrón que se ha empeñado en seguir jodiéndote la vida. Solo por eso yo te aseguro que es hombre muerto. Sus días están contados, mi reina, y tú no tendrás ya nada más que temer–
Ariana amaba cuando la llamaba de aquel modo, utilizando su natal español. Se le inflamó el corazón de amor al escucharlo. Jamás había pensado que conocería a un hombre como él, que la amaría con todas sus fuerzas y toda su devoción, que estaría tan dispuesto a protegerla contra todos y contra todo.
–Te amo, León–
–Yo te amo a ti, muñeca– sus ojos buscaron entonces los de ella. –Te amo y no sabes lo agradecido que estoy con el cielo por ponerte en mi camino. Ahora... ¿Por qué mejor no cambiamos de tema?– el tono que él usó fue meramente pícaro. En algún momento de toda aquella situación, había dejado lo importante en segundo plano para centrarse en algo que le gustaba mucho más.
Ariana negó prontamente.
–No, León. Primero tengo que limpiarte todas esas heridas. Después... podemos hablar de lo que quieras–
Él tomó un respiro profundo, sintiendo la mezcla de dolor físico y la cercanía de ella. Esa conexión entre ambos era palpable, incluso en medio del caos.
–Bien...– accedió pero en el fondo no pensaba rendirse. –Pero seguiré intentando llevarte a la cama en la próxima hora, ¿lo escuchas?–
–No puedo creer que aún así como estás, estés pensando en... llevarme a la cama–
–Nena, yo siempre querré llevarte a la cama. ¿Por qué te sorprende?– incluso frunció el ceño ignorando por completo su dolor.
Esta vez Ariana no pudo evitar reírse. Lo amaba porque la hacía feliz sin importar lo que ocurriera a su alrededor.
–¡Estás loco!–
–Loco por ti, mi amor... Loco por ti– asintió León.
–Sí, sí, lo que tú digas, pero ahora quédate quieto. Necesito limpiarte–
León mostró su blanca sonrisa y después cerró sus ojos y se dedicó a disfrutar del roce de las suaves manos que lo curaban tan amorosamente. Su piel lastimada parecía crear un lazo aún más fuerte entre ellos. Aunque la vida les lanzaba obstáculos, en ese instante, el amor era todo su refugio.
Pete Davidson se creía que podía seguir haciendo daño, se creía que seguía teniendo poder sobre Ariana, y no podía estar más equivocado.
Esa maldita escoria pronto iba a tener su merecido. Pronto sus puños estarían machacándole la cara. Iba a ser muy gratificante, por seguro lo sería. Aquel degenerado pagaría caro por todas las maldades que había cometido en contra del ser tan dulce que era esa preciosura.
Su mujer. Eso era Ariana, joder... Su mujer, y malditamente él iba a hacer cualquier cosa por ella.
–Me muero por hacerte el amor, preciosa...–
Ariana negó aunque nunca estaría cerrada a tener intimidad con el hombre al que amaba, jamás podría rechazarlo.
Rió aún así.
–Un hombre normal, en tu misma situación, estaría deseando descansar–
Él negó.
–Yo no soy normal, muñeca–
–Ya me he dado cuenta– le sonrió mientras acariciaba su cara.
–En estos momentos yo solo te deseo a ti...–
Cuando tuvo las heridas completamente limpias, lo primero que León hizo fue ir hacia ella y apoderarse de sus labios.
La besó con ardor.
–León...–
–Te deseo demasiado, Ari...– él se puso en pie para tomarla en brazos, sin embargo en el segundo en que lo hizo observó cómo su amada cerraba los ojos en un gesto y escondía la cara en su cuello. –¿Qué pasa?– la cuestionó pero no obtuvo respuesta inmediata. –Ariana, ¿qué ocurre?– la colocó sobre el sofá y se mantuvo frente a ella arrodillado, intentando averiguar qué demonios le sucedía. –¡Joder! ¡Nena, responde!–
–Estoy bien...– respondió por fin, pero su voz sonaba entrecortada.
–No estás bien, te estás poniendo pálida– advirtió León completamente preocupado. –¡Maldición, estás a punto de desmayarte! ¿Comiste algo hoy?–
–Sí– mintió. Había sentido náuseas solo con respirar el olor a comida en el centro comercial. Después al llegar al departamento había vomitado la magdalena que la señora Doris la había obligado a comer. –Ya me siento mejor–
El moreno se puso en pie y la miró aún desconcertado.
–Te llevaré al hospital– le dijo firmemente y después se inclinó para volver a tomarla en brazos.
Ariana negó entonces.
–No es necesario. Ya me siento mucho mejor– aseguró.
Pero León no estaba muy convencido. Sin embargo de poco en poco fue viendo cómo su hermosa piel volvía a su color natural.
Exhaló.
–Muñeca... Quiero que estés siempre bien–
Ella le sonrió.
–Si estás conmigo, te aseguro que estaré bien– alzó los brazos para atraerlo. Después se unieron en un apasionado beso.
Aquella noche hicieron el amor en la sala. La pasión y el ardor los envolvió.
Ariana era la mujer más feliz. León se sentía el más afortunado del planeta entero.
•••••
Muy temprano por la mañana la señora Doris apareció en el departamento para llevar a Gianna tal y como dijo que haría.
Se encontraron con León a punto de salir rumbo al trabajo.
En cuanto la pequeña niña lo vio, sus hermosos ojitos se agrandaron emocionados como cada vez que lo veía. Corrió a sus brazos para ser cargada, y lo abrazó con ternura.
A León lo invadieron cálidos sentimientos paternales.
Amaba a aquella niña igual o más que si llevara su sangre.
–¿Cómo estuvo tu pijamada con la señora Doris?– le preguntó después de llenarla de besos.
–¡Comí helado y vimos una película de caballos!– respondió Gianna emocionada.
La señora Doris emitió una sonrisa.
–Bueno, linda, pero eso del helado no debemos mencionárselo a tu mami–
León soltó una carcajada. Después bajó a la niña para que entrara al departamento. De igual modo invitó a la anciana mujer a entrar.
–Pensaba ir por ustedes– le comentó.
La señora Doris negó.
–No hacía falta. Tengo a mi propio chofer de confianza–
–Le agradezco que esté aquí y que vaya a quedarse con Ariana toda la mañana–
–Sabes que no es molestia para mí, pero dime, ¿amaneció enferma?–
León asintió.
–Ha estado vomitando toda la mañana–
La señora Doris pasó de inmediato a la habitación para ver a Ariana. La encontró recostada sobre la cama.
Se veía bastante pálida.
La castaña estaba teniendo una mañana difícil.
Se había visto obligada a volver a la cama, pues sentía sus piernas débiles y la cabeza le giraba. La sensación era tan fuerte que se sentía una horrible presión.
–No te ves muy bien, cariño– le dijo entonces.
–Tampoco me siento mejor, señora Doris– respondió Ariana con pesar. Luego se llevó una mano al estómago intentando tomar respiraciones profundas para calmar su malestar. Las náuseas estaban intensificándose con cada inhalación aún así. De pronto sus ojos se llenaron de lágrimas mientras contenía el impulso de vomitar.
–Definitivamente te tiene que ver un doctor–
Ariana forzó una sonrisa débil.
–Solo estoy un poco mareada. No creo que sea para tanto–
–Quizás sí lo sea, linda– la señora Doris le sonrió dulcemente luego de tomarle ambas manos y mirarla a los ojos. –Tienes que atenderte cuanto antes–
La joven se sintió confusa entonces. No entendía por qué tanta insistencia en que viera a un médico.
–Bien, si el malestar perdura, le prometí que iré a un hospital–
–Te traeré un té–
La señora Doris salió de la habitación luego de que Gianna entrara para estar con su madre y contarle cuánta diversión había tenido en su fiesta de pijamas. Se dirigió entonces a la cocina para preparar lo que había prometido.
–¿Cómo la vio?– le cuestionó él. En su rostro podía verse lo preocupado que estaba que estaba sintiendo en esos momentos.
–Estará bien– le aseguró ella sonriendo. –Te aseguro que toda la preocupación que sientes ahora... se convertirá después en una inmensa felicidad–
León frunció el ceño, aunque tenía sentido lo que decía ella. Luego de que Ariana se sintiera mejor, las cosas marcharían mucho mejor. Él se divorciaría de inmediato y entonces podría pedirle matrimonio a aquella mujercita que amaba con locura.
Exhaló.
–Debo irme. No quisiera hacerlo pero de verdad tengo algo muy importante que hacer–
–Yo cuidaré de ella. Vete tranquilo. Haré un té para que se sienta mejor–
–Se lo agradezco muchísimo–
–Quiero a Ariana como si fuera mi hija. No tienes nada que agradecer– la señora Doris sonrió con bondad. –Veo que realmente la amas–
León asintió sin dudarlo.
–Con toda mi alma. No tiene idea cuánto–
Escucharlo decir eso, fue para la señora Doris algo muy bello y significativo.
–Eso veo muchacho, y me hace muy feliz– estaba siendo muy sincera. Ver a Ariana con alguien como él la llenaba de tranquilidad. –Ya iba siendo hora de que mi niña tuviera a su lado a un hombre de verdad, que la amara y la protegiera. Ha estado sola casi toda su vida, y sin duda no merecía nada de lo que ha tenido que pasar–
León no pudo evitar apretar los puños solo de pensar en su amada vulnerable y desprotegida.
–Esa vida que llevaba antes se acabó. Ariana lo es todo para mí. Yo siempre viviré para protegerla. Ella y Gianna serán siempre mi prioridad– aseguró.
La señora Doris se sintió plena. Sus oraciones habían sido escuchadas por alguien allá arriba en el cielo. No podía sentirse más contenta. Por fin la vida de aquella jovencita de alma pura daría un giro, por fin conocería lo que era la felicidad y sobre todo la paz.
Ariana se merecía todo lo bueno que le sucediera a partir de ese momento.
•••••
León pudo irse sintiéndose más tranquilo, pero no menos preocupado. La salud de su mujer era algo que siempre le preocuparía. Luego de volver a la habitación para despedirse de Ariana, y decirle que estaría al pendiente y que regresaría pronto, se marchó.
No tenía que ir a la comisaría sino hasta más tarde, pero tenía un asunto muy importante del cual ocuparse, y no podía esperar más.
Su divorcio era algo que llevaba en su cabeza desde mucho tiempo atrás. Por una o por otra cosa no había iniciado ningún trámite, pero ya no pensaba retrasarlo.
Si deseaba empezar una vida junto a Ariana y junto a Gianna, tenía que ofrecerles todo de él, y eso incluía matrimonio. Estaba ansiando poder casarse con aquella preciosa mujer que lo traía loco y muy enamorado. Era el amor de su vida. Quería además tomar a Gigi como hija, planeaba adoptarla legalmente y así protegerla no solo con sus propias fuerzas, sino también por el ámbito legal.
Añoraba tanto poder formar una familia con ambas, y también con Alex desde luego. Iba a ser como un sueño hecho realidad.
Sin embargo no pudo evitar pensar en Emma y su difícil carácter.
Era cierto, seguía siendo su esposa ante la ley. Estaban casados según los papeles, pero ese matrimonio había terminado incluso antes de empezar. Lo sabía ella y lo sabía él. No habían permanecido juntos más que unos cuantos años mientras Alexander era pequeño, pero incluso en aquellos años habían dormido en habitaciones separadas.
Emma únicamente se había embarazado por un capricho de niña mimada. León desde luego le había respondido como hombre, no hubiese podido ser de otro modo, tomando en cuenta que ella llevaba a un hijo suyo en el vientre.
Sin embargo las cosas se habían complicado bastante desde el principio, y una vez que salieran a relucir las diferencias de los mundos de donde provenían. Emma, hija de un padre millonario, acostumbrada a los lujos y a obtener siempre hasta el más ridículo deseo. Él, hijo de inmigrantes intentando ganarse la vida día a día con trabajo arduo.
León se había dedicado entonces a darle todo su amor a su hijo. Ella por el contrario había empezado a trabajar en la empresa de su progenitor, y había dividido su tiempo entre el trabajo, sus clases de tenis, el gimnasio, irse de compras y atender a su amante.
Exhaló en cuanto estuvo frente al portón de su gran residencia.
Se anunció con el guardia de la entrada, quien ya lo conocía, y enseguida le permitió el paso.
Se encontró con Emma en el umbral de la despampanante casa, con la elegancia que siempre la acompañaba, su figura delgada envuelta en un conjunto de seda que acentuaba su gracia. Permanecía muy quieta, y algo en su mirada, en su expresión de seguridad, se había vuelto un tanto vacilante al verlo.
León podía percibir cómo se tensaba, cómo sus ojos cambiaban de tono. Dejó escapar un suspiro profundo justo antes de que ella rompiera el silencio.
–Tu llamada me sorprendió bastante, debo admitirlo. Solo vienes a dejar o a recoger a Alex, y ahora me estoy preguntando qué es lo que te ha traído hasta mi puerta
–Voy a tramitar el divorcio, Emma. Aunque no será más que mero trámite, quise venir aquí para informártelo en persona– dijo él con voz grave y tranquila, pero con una firmeza inquebrantable.
Emma frunció el ceño, un destello de incredulidad cruzando por sus ojos antes de que su rostro se endureciera. Dio un paso atrás, como si sus palabras la hubieran golpeado físicamente. Su rostro pasó por varias expresiones en un parpadeo: incredulidad, enojo, luego un intento fallido de recuperar el control de la situación. Finalmente, sus labios se torcieron en una sonrisa forzada. Aún así mantuvo la calma.
–No habíamos hablado de divorcio en todos estos años, ¿por qué hacerlo ahora?– preguntó, su tono ahora con un matiz de desafío.
León la miró fijamente, con una paciencia que contrastaba con la tormenta que sentía dentro. Había esperado tanto tiempo para este momento, había aguantado tanto, y ya no había marcha atrás.
–Porque considero que ya es tiempo. Debimos hacer esto desde el momento en que saliste de mi casa– respondió, sin elevar la voz, pero con firmeza.
–Pues no lo entiendo. No lo veo necesario, además–
–Claro que es necesario, y si tú no lo ves así, yo sí. Necesito que nos divorciemos cuanto antes–
Un destello de furia atravesó entonces los azules ojos de Emma. Apretó los puños y todo su cuerpo se tensó con indignación.
–Ya tienes a otra, ¿no? ¿Es eso? Porque si es así, no veo el problema. Sé que te has visto con una que otra mujer a lo largo de todos estos años– consiguió, como siempre, que su rostro se recompusiera con rapidez. Estaba acostumbrada a manipular, a controlar, y la sorpresa inicial se desvaneció tan rápido como había llegado.
León sintió cómo su estómago se retorcía. Pero no se movió, no cedió un solo paso. Sabía que si caía en el juego emocional, nunca podría liberarse de esa frívola mujer.
–Esta vez es diferente, Emma–
–¿Diferente por qué?–
–Porque estoy enamorado. Y quiero casarme con ella, por eso– respondió él, mirando sus ojos ahora con una franqueza implacable.
–Pues olvídalo. No firmaré nada– la mandíbula de Emma delataba la lucha interna que llevaba consigo, aún así hizo enormes esfuerzos por mantener su habitual tono controlado.
Intentando no perder más paciencia, León volvió a respirar hondo.
–Creo que no lo entendiste. No vine aquí a preguntarte. No hay nada que preguntar. Tú y yo no estamos juntos desde hace más de diez años. Ahora simplemente planeo hacerlo oficial ante la ley. Es todo–
–¿Alexander lo sabe?– Emma cuestionó inmediatamente. Se sentía capaz de agarrarse a cualquier cosa.
–Sí, y me apoya– asintió con su orgullo de padre. –El cachorro quiere verme feliz. La mujer que está a mi lado me ha dado una felicidad inmensa–
Traidor...
Emma sintió una rabia inmensa por su propio hijo. No se lo podía creer.
Solo le quedaba ahora una cosa, y esa era negarse rotundamente.
Lo miró por un largo momento, evaluando cada una de sus palabras, cada movimiento que hacía, como si tratara de descubrir alguna debilidad, alguna grieta en su determinación. Pero no la había.
Se cruzó de brazos y lo desafió.
–Pues no te la pondré fácil, León. Eso puedes tenerlo seguro. No dejaré que conviertas en tu esposa a una cualquiera. Ese título lo tengo yo, y ni ella ni nadie podrán quitármelo–
–Estás mal, Emma– él estaba enteramente dispuesto a pelear por su libertad. No quedaba otra alternativa, aunque estaba intentando hacerlo por las buenas.
–Pero tú estarás peor. Lamentarás todos los desplantes de todos estos años–
–¿Desplantes? ¿De qué hablas? Siempre te he respetado. Fuiste tú quien falló, ¿acaso debo recordártelo?–
–Yo nunca dejé de amarte– ahora Emma sollozaba. Lágrimas falsas que eran parte de sus inigualables técnicas de manipulación. –Yo te amaba, pero tu desprecio no hacía sino herirme. Ten por seguro que pagarás–
Las palabras no lograron quebrantar la firmeza de León.
Finalmente, con un gesto de desdén, Emma giró sobre sus talones y se dirigió hacia la salida, su arrogancia intacta a pesar de la derrota. Pero León sabía que esa era la última vez que la veía de esa forma. Ya no quedaba espacio para la manipulación ni para las falsas promesas.
Cuando la puerta se cerró tras ella, León se permitió exhalar con fuerza. Había tomado la decisión correcta. Y no había vuelta atrás.
–Ya nos veremos las caras, Emma, pero entonces será con nuestros abogados– susurró, aunque sabía que ya no lo escuchaba.
•••••
El sonido del paso firme de los zapatos de César Navarro resonaba en el pasillo de la comisaría de Green Bay. Era un sonido que había escuchado muchas veces en su vida, uno que lo transportaba a los días en los que aún vestía el uniforme, a los días en los que sentía que la adrenalina corría por sus venas y que el deber lo llamaba con una fuerza imparable. Sin embargo, hoy todo eso parecía estar más lejos que nunca. Ya no era el joven policía que saltaba de un coche patrulla con la misma rapidez con la que se lanzaba a una persecución. El tiempo, las cicatrices y la vida le habían enseñado que, a veces, los héroes también se cansaban. Los héroes se retiraban.
No podía negar que aquello era algo que todavía le afectaba, pero lo había aceptado hacía mucho tiempo ya.
Llevaba años fuera del cuerpo policial, desde aquella maldita emboscada que casi le cuesta la vida. Recordaba vívidamente el sonido de los disparos, la rapidez con la que todo sucedió y cómo la bala que lo había alcanzado en la pierna había cambiado para siempre el rumbo de su vida. Esa lesión no solo lo había sacado del servicio activo, sino que lo había dejado con dolor crónico, con un cuerpo que ya no respondía de la misma manera y con una sensación constante de haber dejado algo sin terminar.
Hoy, sin embargo, había regresado al lugar que fue su trabajo y fuente de ingresos, pero no por las mismas razones del pasado, sino por algo mucho más, personal, su hijo.
A medida que seguía caminando por el pasillo, se detuvo un momento frente a una vieja fotografía enmarcada en la pared. Era una foto en blanco y negro de un grupo de policías, todos con sonrisas firmes, y en el centro, él mismo, con el uniforme impecable, el rostro joven lleno de esperanza. Y junto a él, Chris Meloni, su compañero de siempre.
Tal recuerdo lo hizo sonreír melancólicamente.
–¿Navarro?– esa voz familiar lo llamó. Cuando se giró, pudo encontrarse precisamente con ese viejo amigo. La figura del hombre era ahora más envejecida, con el cabello canoso y el rostro marcado por los años y tantas batallas. La postura erguida, la mirada fija, el aire de mando que ya no solo provenía de su rango de capitán, sino también de la vida que había vivido. –Imagino que está nevando en el infierno, y por eso tengo la dicha de verte hoy aquí–
César no pudo evitar soltar una carcajada.
–Siempre tan bromista, Meloni–
Lo siguiente que hicieron ambos hombres fue darse un masculino y fraternal abrazo.
–Fueron viejos tiempos, ¿o no?– le preguntó Meloni con la misma nostalgia, con ese entendimiento tácito que siempre habían tenido.
–En efecto lo fueron– asintió César. –A veces todavía lo extraño. Es una lástima que tuve que retirarme antes de tiempo–
Meloni extendió su brazo dándole un par de palmadas de completo apoyo.
–Lo diste todo. Debes estar orgulloso. Además, fuiste por mucho el mejor compañero que tuve. Ahora tu hijo es el mejor policía de mi escuadrón–
César no pudo evitar sentirse dichoso al escuchar eso sobre León. Sonrió ampliamente.
–Con razón no lo dejas descansar. Se la vive aquí de guardia– desde luego era un comentario sin reproche alguno, sin embargo ocasionó que Meloni frunciera el ceño.
Su expresión se tornó confundida.
–León tiene guardia solo los lunes– explicó.
Esas palabras bastaron para que Cesar entendiera de qué iba todo aquello, el porqué de tantas ausencias de su hijo en casa.
–Ah, ya entiendo. Me hago una idea de dónde pasa todas las demás noches– murmuró, pues lo que decía era más para sí mismo.
Meloni rió sin poder evitarlo. Él también era padre. Tenía a sus dos muchachos, uno más diferente que el otro.
–Jóvenes, a final de cuentas–
–Así es– asintió César. Si
–Me ha dado un gusto enorme verte aquí– le dijo Meloni genuinamente.
–También a mí me dio gusto. Y sobre todo recordar viejos tiempos–
–Sabes que te aprecio y que siempre lo haré–
–Cómo no decir lo mismo, si fuiste tú quien nos ayudaste cuando recién llegamos de México. Te convertiste en mi gran amigo–
–Aún te considero así–
Ambos se quedaron en silencio por un momento, como si las palabras sobraran. La camaradería, el vínculo forjado a través de tantas batallas, seguía intacto. Y aunque sus cuerpos ya no eran lo que eran, en el fondo, seguían siendo los mismos hombres, los mismos amigos, los mismos policías que luchaban por un mundo que a veces parecía no entenderlos.
César miró a su alrededor, observando las nuevas caras en la comisaría, y pensó en León, en lo que representaba para él. Había dejado atrás su vida de policía, pero su legado seguía presente, no solo en el uniforme de su hijo, sino también en el corazón de un viejo amigo que había compartido con él tantas noches de vigilia, tanto miedo y tanto amor por la justicia.
•••••
León llegó a la comisaría con la cabeza llena de pensamientos en conflicto. Sus pasos resonaban en los pasillos, sonando más pesados de lo habitual, como si la decisión que acababa de tomar pesara sobre él con el mismo peso que toda una vida. El capítulo de su vida que contenía todo lo referente a Emma, finalmente llegaría a su fin, y con ello llegaba una sensación de alivio que comenzaba a filtrarse a través de lo que alguna vez había sido niebla.
Ahora le esperaba una grandiosa vida junto a la mujer que realmente amaba, la que le había robado el corazón, su preciosa Ariana.
El solo pensamiento de su nombre lo hizo sonreír, un pequeño destello de felicidad en medio del caos. Ella era la razón por la que creía firmemente en que el amor existía.
Exhaló, y se dijo que no importaba que Emma fuese a ponerle las cosas difíciles. Ganaría esa batalla. Lo haría por Ariana.
En ese momento, cuando se encontraba en la entrada de la comisaría, su día a día, a su trabajo como policía.
Necesitaba una taza de café, llegar a su oficina y después llamar a su abogado para que lo pusiera al tanto de todos los trámites que le había pedido que iniciara ya mismo.
Pensaba en eso cuando a mitad del pasillo se encontró con Douglas.
Él ni siquiera lo había visto por ir sumido en sus propios pensamientos, pero fueron sus palabras que lo hicieron detenerse.
–¿Llegando a la hora que se te viene en gana? Uy, Navarro, eso no habla muy bien de ti. ¿Qué pasó con el León puntual y comprometido con su trabajo?– su postura era arrogante, como si el simple hecho de que León estuviera allí, respirando el mismo aire que él, le molestara profundamente. No necesitaba hacer mucho para que su desprecio fuera evidente, lo llevaba en cada palabra que salía de su boca. El simple hecho de que él estuviera allí, tan cerca, parecía irritarlo.
El chico que había sido su mejor amigo se había transformado en un hombre que lo miraba con desprecio, como si cada éxito de León fuera una afrenta personal. Y, a pesar de que León había intentado entender qué había causado esa transformación, no había logrado encontrar la razón detrás de su enemistad. Lo había dejado de intentar hacía ya mucho tiempo.
–Te recomiendo que desaparezcas, Douglas, no estoy de humor para soportar tus comentarios estúpidos–
Douglas mostró su sonrisa burlona.
–¿Estúpidos? Pero si no he dicho más que la verdad. Últimamente apenas y te vemos aquí. Es evidente que tu labor no te interesa–
León lo miró sin mostrar ninguna emoción, solo una calma fría, como si sus palabras ya no pudieran tocarlo. Él tenía lo que Douglas nunca tendría: una paz interior, la capacidad de ser quien realmente era sin necesidad de competir con nadie.
–Lo que esté haciendo con mi vida, no te interesa. Metete en tus propios asuntos–
–Pues resulta que mis asuntos te incluyen, idiota. Porque mi papá me acaba de quitar el caso McConaughey y estoy seguro de que lo ha hecho para regresártelo a ti– era claro que estaba reclamándole.
–No sé de qué hablas. No van a regresarme el caso McConaughey– León ni siquiera había hablado con el capitán Meloni. No tenía sentido lo que Douglas decía. –Los problemas entre tu padre y tú, son de ustedes, yo no tengo nada que ver–
–Andas todo el tiempo por ahí con tus aires de grandeza, creyéndote el mejor policía de todo Green Bay, y no eres más que un lucidito. Yo te conozco bien, León– el rencor que Douglas sentía era inmenso, e iba haciéndose más y más grande con el pasar de los días.
León había aprendido bien a verlo como lo que era. No su enemigo, no su rival, pero si alguien de quien no podía fiarse. Alguien que parecía devorarlo con la mirada cada vez que cruzaban caminos. Aún y cuando en la infancia habían sido como hermanos.
Un tiempo muy diferente, un tiempo demasiado lejano, tan lejano que parecía no haber sucedido nunca.
–Tú no me conoces ni tantito, Douglas–
–Claro que sí, Navarro. Lo hice cuando éramos niños. ¿Ya lo olvidaste?–
Su respuesta fue un golpe bajo, pero León supo cómo enfrentarlo.
–Si me hubieras conocido entonces jamás habrías roto nuestra amistad. Te recuerdo que fuiste tú quien lo hizo–
Douglas tensó la mandíbula.
–Lo recuerdo bien. De la noche a la mañana te convertirse en el jugador estrella, en el galán que las chicas amaban, y me dejaste de lado. No querías que te vieran con un perdedor como yo–
León frunció el ceño. ¿De qué hablaba ese idiota? Nada había sido así.
Si bien era cierto que en la preparatoria, había ganado bastante popularidad de la noche a la mañana, habían empezado a invitarlo a fiestas, entre otras cosas, pero no podía permitirle que lo acusara de aquello último. Él no había dejado de lado a Douglas, jamás se habría avergonzado de él, lo había considerado su hermano.
–Tus recuerdos están muy alterados–
–Claro que no. No hacías más que presumir–
La realidad era que Douglas se había sentido inevitablemente inferior. Los celos lo habían carcomido, deseando ser él en su lugar, deseando ser guapo y atlético, inteligente, alto, valiente, gracioso...
–¿No sería que no soportaste la envidia?– León se sintió harto de seguir escuchándolo. No le dio más espacio a la conversación. Su tono fue firme, pero también lo suficientemente distante para que él entendiera que no estaba dispuesto a entrar en su juego.
Dio media vuelta y empezó a caminar, pero no contó con que la rabia de Douglas lo llevaría a lanzarse en su contra para atacarlo por la espalda.
–¡Te mataré, imbécil!–
El silencio de la comisaría se quebró en ese instante.
Douglas fue quien lanzó el primer golpe. En cuanto consiguió girarse, León le respondió.
Los dos forcejaron, y los puñetazos comenzaron.
No fueron golpes certeros, ni luchas coordinadas. Fue pura furia acumulada. El sonido de sus cuerpos chocando contra las paredes y el suelo resonó en el pasillo como un grito sordo de frustración. Nadie podía decir quién había comenzado, ni por qué exactamente.
Se empujaron, se golpearon, todo sin ningún sentido.
León estaba agotado, pero algo dentro de él le decía que no podía frenar. Douglas por su parte, parecía igual de desbordado, pero sus movimientos eran guiados por algo más oscuro. Un resentimiento que ni siquiera él mismo parecía comprender por completo.
–¡Altooo! ¡Alto los dos! ¡Paren esto!– era la voz del capitán Meloni que trataba de obligarlos a detenerse.
–¡León! ¡¿Qué demonios?!– César que también presenciaba la riña, estaba atónito ante lo que sus ojos veían.
–¡Douglas, maldición!– al darse cuenta de que los dos policías no iba a separarse por sí mismos, decidió intervenir interponiéndose en el medio. Consiguió entonces empujar a Douglas y a León sujetarlo de ambos hombros. –¡¿Pero qué diantres pasa con ustedes?!– les recriminó furioso. –¡¿Tienen cinco años, acaso?!–
Ambos estaban jadeando, con las camisas arrugadas y el rostro sudoroso. La mirada de Douglas estaba llena de algo más que ira. Había frustración, impotencia. León, respirando entrecortadamente, se mantuvo en silencio. No sabía qué más decir. Las palabras ya no importaban. Ya no podían salvar lo que había sido alguna vez una amistad. Encima había irrespetado la comisaría, a su superior, a su padre.
–Meloni. De verdad, lo siento. Aceptaré cualquier sanción de tu parte– exclamó cabizbajo.
El capitán asintió. Desde luego habría un castigo, pero primero debía ocuparse de su propio hijo.
–Ya hablaré contigo, León– le respondió firmemente. –Douglas, a mi oficina... ¡Ya!–
Sin siquiera protestar, Douglas obedeció.
Inevitablemente César y León se quedaron solos.
El hijo soltó un suspiro y condujo a su padre hasta su oficina para que pudieran hablar.
–¿Qué haces aquí, papá?– le preguntó una vez que cerró la puerta para su privacidad. Lo invitó a sentarse pero él prefirió permanecer de pie.
Era evidente que estaba enojado con él.
–¿Puedes explicarme qué pasó?–
León se tomó su tiempo para poder responderle.
–Lamento que hayas presenciado la pelea, papá. Yo... creo que perdí el control– admitió y se sintió avergonzado por ello.
César se mantuvo impasible.
–Un policía jamás debe perder el control. Lo sabes, León. Lo sabes muy bien– le estaba hablando con dureza.
–Lo sé, papá–
Ver a su primogénito de aquel modo, tan triste por haberlo defraudado, hizo que César se sintiera conmovido. Además él lo conocía, sabía que actuaba siempre con honor, fuesen cuales fuesen las circunstancias. Exhaló y finalmente optó por tomar asiento frente al escritorio.
–Algo importante debió ocurrir para que lo hicieras–
–No tengo excusas, padre– aún así León negó.
–Douglas se mete mucho contigo, ¿no?–
–Algo así, pero yo solo lo ignoro–
–Nunca entenderé porqué dejaron de ser amigos cuando eran un par de chavales–
–Tampoco yo lo entiendo–
–Creo que no supo ser amigo. No perdiste nada, hijo– César fue directo.
León se abstuvo de comentar algo. Ya había tenido suficiente de Douglas por un día.
De pronto el silencio reinó entre los dos.
Luego de un rato fue su progenitor quien continuó la conversación.
–Chris me dijo que no has estado de guardia. ¿En dónde has estado, León?–
–Con mi mujer, papá– el moreno no tenía problema alguno en responder esa pregunta. Había estado con Ariana, protegiéndola, asegurándose de que estuviera bien porque la amaba. –He solicitado el divorcio y hoy mismo se lo informé a Emma. No puedo estar casado con ella ni un segundo más–
Cesar asintió en acuerdo.
–Es lo correcto, hijo–
–Amo a Ariana con toda mi alma. Por ella debo hacer las cosas bien–
–¿Se llama Ariana?– aquella era probablemente la primera vez que León expresaba abiertamente el nombre de su amada chica misteriosa.
–Sí, pronto la conocerás. La adorarás estoy seguro. Ella es increíblemente linda. Pero antes de que eso pase necesito solucionar mi problema– de pronto la expresión de León cambió. Ya no se le veía feliz por hablar del amor de su vida, sino más bien angustiado.
–¿Por qué tienes esa cara ahora? ¿Es por Alex?–
Él negó.
–No, Alex es un gran chico, él me apoyará en esto. Más bien, se trata de... Emma. No me la pondrá fácil. Me lo ha dicho. Aún así no pienso permitirle que sea un impedimento para mi unión con Ariana. En cuanto obtenga su condenada firma, Ari y yo nos casaremos, y adoptaré a su hija como mía–
–¿Cómo que a su hija?– aquella sorpresa fue doble para César. León jamás había mencionado a ninguna niña.
Los ojos verdes de León brillaron entonces. En ellos pudo verse todo el amor, toda la ternura que sentía.
–Gianna... Tiene cinco años y la adoro. Amo a su madre y la quiero a mi lado con todo lo que traiga. Esta pequeña me ha robado el corazón, y yo quiero ser su padre. Quiero protegerla, y espero que sea bien recibida en la familia como una más de nosotros–
César no pudo evitar una cálida sonrisa.
–Ten por seguro que así será. Te prometo que así será– de pronto el patriarca de los Navarro lo miró de una forma muy especial. Sintiéndose completo y feliz, lleno de orgullo.
–¿Por qué me miras así?– León rió confundido.
–Porque estoy muy orgulloso de ti– fue su respuesta.
•••••
La pequeña oficina estaba sumida en una penumbra inquietante, a pesar de las luces fluorescentes que parpadeaban sobre sus cabezas. El aire estaba cargado de tensión, como si todos los secretos que se habían compartido hasta ese momento pesaran sobre ellos. León no dejaba de mover las manos sobre la mesa, entrelazándolas y luego separándolas, un gesto que había aprendido a hacer para calmar su mente, pero que en ese momento no conseguía ayudarlo. Su mente estaba completamente absorbida por los recuerdos de Ariana y el daño que Pete Davidson le había causado en el pasado, y pretendía seguir causando en el presente.
Ya habían avanzado bastante pero aún quedaba mucho por resolver.
Zachary y Omar, sus compañeros y amigos, observaban en silencio desde el otro lado de la mesa.
–¿Tienen noticias sobre Davidson?– les preguntó directamente.
–Nada nuevo– comenzó Omar después de un largo silencio, su voz grave resonando en las cuatro paredes.
–Hemos tratado de rastrearlo, pero es como si se hubiera desvanecido. Ese cabrón sigue ocultándose bien, y no hemos podido conseguir ni un rastro sólido de su paradero– secundó Zac.
–Sin embargo no nos hemos reunido para hablar de Davidson, sino de... de otra cosa que también te interesa, y mucho–
–Es... Es sobre los rusos...–
León asintió lentamente, como si ya lo hubiera anticipado.
Omar continuó explicando. Habló con seriedad, sus ojos oscuros reflejando una preocupación palpable.
–Después de revisar más fuentes, nos encontramos con algunas conexiones–
La mirada de León se endureció, sus manos apretaron los bordes de la mesa, y algo en su interior le dijo que lo que venía a continuación no le iba a gustar.
Zachary intercambió una mirada con Omar, y luego, con una voz que no dejaba espacio para la duda, lo soltó.
–Están buscando a Vélez, el latino que los traicionó. No se han olvidado de ti, y tampoco de... de la cocinera–
El solo recordatorio de Ariana hizo que León empezara a sentir cómo el corazón le latía a toda velocidad, a sentir que el aire le faltaba por un momento.
–Vélez– repitió, como si el nombre no tuviera sentido, pero en su interior sabía exactamente lo que significaba. Había pasado años operando bajo esa identidad, siguiendo órdenes, enfrentándose a la mafia rusa, y luego, de repente, todo había colapsado cuando la vida de su amada se había visto en peligro. Apretó entonces los puños, su mente trabajando a toda velocidad. Sabía que esta guerra no estaba solo en las sombras de su pasado, sino que ahora era algo que afectaba a su presente. Estaba claro que los rusos no lo iban a dejar ir tan fácilmente. Pero no iba a ser tan fácil para ellos tampoco. La vida de Ariana estaba en juego, y él no iba a permitirles que le tocaran un solo pelo. –¡Maldita sea!– la rabia inmensa que sintió lo hizo perder los estribos. Con violencia golpeó el escritorio, solo porque no tenía a la mano a ninguno de aquellos malditos rusos para poder desquitarse y romperle los huesos.
–Lo que no sabíamos es que han estado siguiendo el rastro de la operación que los involucró y no se han olvidado del mexicano que los traicionó. La venganza es lo único que buscan. Y en cuanto a ti, Vélez... el nombre resuena en cada rincón de su organización–
Zachary bajó la mirada, como si estuviera sopesando sus palabras antes de hablar.
–Creemos que pueden volver a Estados Unidos en cualquier momento. Quizás planeen entrar por Boston o Nueva Jersey–
O sea que estaban más cerca de lo que había pensado.
El corazón de León continuó latiendo con gran fuerza. Ariana resonando en su mente como un golpe de martillo. El miedo, la preocupación y la furia se mezclaron en su interior. No solo estaba en peligro su vida, sino también la de la mujer que amaba más que a nada en el mundo.
–Joder, no voy a permitir que se acerquen a Ari– la promesa salió de sus labios sin titubear, una declaración de guerra, no solo contra la mafia rusa, sino contra cualquier cosa que pudiera poner en riesgo a su preciosa de ojos miel.
Omar lo miró, sabiendo que las palabras que acababa de pronunciar no eran solo una amenaza, sino un compromiso.
–Sabemos que no será fácil. Pero no estás solo en esto, Navarro. Nosotros estaremos ahí–
Zachary asintió, su rostro serio.
–Aún así debes estar preparado. Esto va a ser más complicado de lo que imaginamos–
León se levantó de la silla, su cuerpo rígido pero su determinación inquebrantable.
–Lo estaré. Y haré lo que sea necesario para proteger a Ari. No importa lo que haya que hacer. Esta vez, voy a poner fin a todo–
La conversación terminó en silencio. Los tres sabían que lo que se venía no sería solo una pelea contra un enemigo cualquiera, sino una guerra que los pondría a prueba de formas que nunca imaginaron. Pero lo único claro era que León, esta vez, no iba a dejar que su pasado lo arrastrara hacia la oscuridad.
•••••
Las tres amigas caminaban por las calles de la ciudad, en camino a esa cafetería en el centro comercial que tanto les gustaba. A pesar de que la vida de cada una estaba marcada por preocupaciones distintas, este lugar era su pequeño refugio, un espacio donde podían reír, compartir y olvidarse de las dificultades por un momento.
–Sí que nos hacía falta un día juntas. De verdad he tenido mucho estrés. Mis hermanos no hacen ahora más que dar problemas. Se pelean en la escuela, se pelean todo el tiempo, y no me escuchan. Parece como si estuvieran en una carrera por ver quién me hace la vida más difícil. Necesitaba un respiro– comentó Brenda un tanto cansada y frustrada.
Madelaine a su lado, soltó un suspiro. Ella también lucía fatigada.
–Mamá se niega a retomar las quimios. No sé qué hacer para convencerla–
Ariana escuchaba en silencio a sus amigas, intentando disimular el creciente malestar que sentía.
–Oh, pero no nos hagas caso, Ari– le dijo Brenda con una tenue sonrisa. –Tú estás viviendo la mejor etapa de tu vida con León, y nos da una inmensa alegría verte feliz–
Madelaine también le sonrió pues a ambas les daba una gran emoción.
La castaña negó aún así.
–Chicas... precisamente hoy no está siendo mi día. Lamento si no tengo palabras para hacerlas sentir mejor...–
Brenda y Madelaine se miraron entre ellas, y después volvieron su atención a la castaña dándose cuenta de que sus labios perdían color, y sus ojos, aunque intentaban sonreírle, reflejaban una leve angustia. Empezaba a palidecer, y de pronto su mirada pareció vacía, distante.
–Te ves pálida, Ari, ¿ocurre algo?–
–N...no me siento muy bien...– su voz sonó más débil de lo que esperaba. Intentó seguir hablando, pero su estómago dio un vuelco. Algo no estaba bien. Su cabeza comenzó a dar vueltas, y una sensación extraña la envolvió, como si todo a su alrededor se hubiera distorsionado. Le costaba concentrarse, y la fatiga la invadía sin previo aviso. Se pasó la mano por la frente, sintiendo el sudor frío que comenzaba a aparecer. No quería alarmar a sus amigas, pero la sensación de mareo era tan fuerte que apenas podía mantenerse en pie. Su cuerpo se sentía pesado, como si estuviera arrastrando una carga invisible. Abrió la boca para decir algo, explicar que solo era algo momentáneo, y ya se le pasaría pero antes de que pudiera siquiera hablar, una sensación de desmayo la golpeó con fuerza. El mundo comenzó a dar vueltas a su alrededor y, sin poder hacer nada al respecto, su visión se nubló. En ese instante, sus piernas cedieron bajo ella.
–¡Ari!–
–¡Cielo santo, Ari!–
Brenda reaccionó al instante, sujetándola antes de que cayera al suelo. Madelaine, también alarmada, la ayudó a estabilizarla. La preocupación se reflejó en los rostros de ambas.
–¡Sujétala, Brenda!–
–¡llevémosla a la banca!–
Las dos amigas la condujeron hasta el parque que estaba a unos cuantos metros. La ayudaron a sentarse con delicadeza en una de las bancas, temerosas de que algo mucho más serio estuviera ocurriendo.
–¡Ari, respira!– le pidieron consternadas.
Ariana, con los ojos cerrados y el rostro desencajado, comenzó a respirar con dificultad. Pálida como una hoja de papel, consiguió recuperarse de poco en poco.
–¿Q...qué pasa? ¿Qué sucedió? ¿Me desmayé?–
–No, pero casi lo haces y nos matas de un susto– respondió Brenda todavía preocupada.
–¿Ya te sientes mejor?– le preguntó Madelaine.
–Ya estoy bien– respondió Ariana.
Ninguna de sus amigas se convencieron de aquella respuesta.
–No, no estás para nada bien–
–Yo tampoco lo creo, Ari–
Entonces la vieron tomar aliento. Era el momento, se dijo.
–¿Podrían...podrían acompañarme a un hospital?– preguntó quedamente.
Brenda y Madelaine asintieron de inmediato.
–Claro, claro que sí, Ari–
–Ahora mismo consigo un Uber para que nos lleve– Maddie tomó su celular y se dedicó a pedir un auto por la aplicación.
Las tres se quedaron en silencio esperando.
Ariana todavía no era capaz de sacudirse esa condenada sensación inquietante de que algo en su cuerpo estaba cambiando. La experiencia había sido desconcertante, y aunque trataba de no alarmarse, no podía evitar sentir que quizás el día había traído consigo algo más significativo de lo que había imaginado. Finalmente habló.
–Creo que estoy embarazada–
La confesión las dejó desconcertadas por un momento. Tanto Brenda como Madelaine intentaban procesar lo que acababan de escuchar.
–¿E...estás segura?–
–¿De cuánto estás, Ari?–
Ariana se llevó la mano a la cabeza, su rostro arrugado por el malestar.
–Todavía no lo sé. Todavía no lo he confirmado, pero... sé que no me equivoco–
Desde luego no se equivocaba, conocía bien las sensaciones. Los mareos, el asco, la sensación de vértigo, el cansancio. Además no lograba recordar cuándo había sido la última vez que había reglado. Todo estaba tan claro como el agua.
Después de que tuviese el resultado en sus manos, entonces ya podría pensar mejor. Pensar en ella, en Gianna, y también en León.
•••••
Ariana salió del consultorio médico con los pasos lentos y el corazón acelerado. En sus manos, sostenía los resultados de sus análisis clínicos, una verdad innegable que ya no podía ignorar. La luz del pasillo del hospital se reflejaba débilmente sobre los papeles, y ella, aún con la vista nublada por las emociones, miraba el resultado sin poder procesar completamente lo que acababa de descubrir.
El resultado era claro, una confirmación de algo que había estado rondando en su mente durante días... Estaba embarazada.
Cuando salió al vestíbulo, sus amigas ya la esperaban. Brenda y Madelaine se pusieron de pie de inmediato al verla aparecer, pero algo en su expresión las hizo dudar por un momento. Ariana no podía ocultar el torbellino de emociones en su rostro. Su mirada estaba perdida, como si aún estuviera en shock, procesando todo lo que acababa de descubrir.
Brenda fue la primera en acercarse, su voz suave pero cargada de incertidumbre.
–¿Ari? ¿Lo tienes? ¿Qué dijo el médico?–
Ariana levantó los papeles y se los mostró, sin decir una palabra más.
El silencio que siguió fue profundo, casi palpable. Las dos amigas miraron las pruebas en sus manos y luego se miraron entre sí, sin poder evitar una sonrisa que comenzaba a crecer en sus rostros. La felicidad las invadió de inmediato, y aunque se sentían emocionadas, algo las frenó antes de estallar en alegría. Sabían que había mucho más que solo la noticia de un embarazo.
Brenda fue la primera en romper el silencio.
–Ariana... ¡estás embarazada!– la emoción en su voz era inconfundible, pero se detuvo a mitad de la frase, mirando a su amiga con preocupación.
Madelaine estuvo en sintonía con ella. La miró con cariño y apoyo.
–¿Cómo te sientes, Ari? ¿Estás bien?–
Ariana respiró hondo, sintiendo cómo sus ojos se llenaban de lágrimas, aunque aún no era capaz de dejarse llevar completamente por la emoción. La verdad de la situación la golpeaba por momentos, y su mente aún estaba procesando todo a la vez. No era solo que estuviera embarazada, sino que su vida estaba por cambiar de nuevo. Un bebé, otra vida en camino.
Una parte de su ser, no había podido evitar pensar en el pasado, regresarse a aquellos años cuando había estado embarazada de Gianna, cuando todo había estado en su contra, y todo había sido sufrimiento. Pero también pensó en León, en su León, quien indudablemente iba a ser su compañero fiel y protector en esa nueva etapa.
Iba a ser mamá por segunda vez, y lo haría junto a su amado hombre de ojos verdes.
–Yo...yo no sé cómo explicar lo que siento– dijo finalmente, su voz temblorosa. –Es... es como si mi mente no pudiera seguir el ritmo de mi corazón. Pero... amo a este bebé... Lo amo muchísimo–
Brenda la tomó de las manos y después Madelaine se les unió.
–León se pondrá loco de contento– aseguraron.
–Ah, de eso no hay duda. Lo harás el sujeto más feliz de todo el universo, se pondrá a saltar de alegría–
–¿Creen que se ponga contento?– Ariana estaba tan nerviosa que todavía le costaba conectar sus ideas.
–¡Pero claro que sí!–
–Ese hombre te adora, y creo que le cumplirás su más grande sueño al darle un hijo–
–Lo mejor es que este bebé tendrá a dos personas maravillosas que lo amarán con todo su corazón–
Brenda no pudo contenerse más, y la abrazó con fuerza.
Madelaine hizo lo mismo.
Ariana se quedó en silencio, sintiendo cómo su corazón latía más rápido. De alguna manera, la ansiedad y el miedo a lo desconocido se disipaban un poco. Sabía que estaba dando un paso grande. Con León a su lado, por supuesto, él estaría con ella en cada momento, como lo había estado siempre.
Logró sonreír entonces, recordando la noche en que con toda seguridad había sido concebido ese hijo.
No podía esperar para decírselo. Iba a ser el mejor padre, como ya lo era con Gianna.
–Este es el comienzo de algo hermoso, Ari– le dijo Brenda con una sonrisa cálida.
–Tienes que estar feliz, y disfrutarlo mucho– secundó Maddie igual de emocionada.
Ariana se quedó mirando los papeles en sus manos, todavía sintiendo una mezcla de incredulidad y felicidad, pero algo había cambiado en su corazón. Ahora ya no solo esperaba ser madre de nuevo, sino que sabía que lo haría con un hombre que la amaba profundamente, con quien compartía su vida y su familia. Un hombre que, sin dudarlo, amaría a ese bebé con todo su ser. Y con ese pensamiento, Ariana sintió una paz inesperada. Estaba lista para comenzar este nuevo capítulo de su vida, con León, Gianna, y ahora con un pequeño ser que pronto llegaría a su mundo.
•••••
Ariana ya había dividido su corazón de tal forma que la nueva personita tuviese su espacio.
El proceso de ser madre comenzaba desde el primer momento, desde que sabía que había algo dentro de ella.
Un bebé. Suyo y de León.
El solo pensamiento la llenaba de una felicidad tan pura que sentía como si su corazón estuviera a punto de estallar. No solo iba a ser madre de nuevo, sino que este pequeño sería fruto de su amor por ese hombre que había llegado a su vida cuando menos lo esperaba y que había cambiado todo. León, quien la amaba con cada fibra de su ser, quien la había cuidado y la había aceptado tal y como era, con su historia, con sus cicatrices. El mismo hombre que había prometido estar a su lado para siempre. También con Gianna.
Enseguida sintió una calidez envolvente recorrer todo su cuerpo, y una sonrisa se dibujó en su rostro sin que pudiera evitarlo. Este bebé, esta pequeña vida que crecía dentro de ella, sería amado no solo por ella, sino por León. Él la amaba a ella, amaba a Gianna como si fuera su propia hija. Y ella sabía, con una certeza absoluta, que también amaría a ese bebé con la misma devoción. No podía esperar para contárselo, para compartir ese momento tan íntimo y hermoso con él. La idea de formar una familia completa era un sueño hecho realidad.
La felicidad que sentía era tan plena, tan envolvente, que no sabía cuánto más podría soportar la emoción. Necesitaba ver a León, abrazarlo, compartir con él la noticia de que serían padres. Ella lo amaba profundamente, y ahora sentía que su amor estaba floreciendo aún más, de una manera que nunca había imaginado.
A medida que entraba a su casa, su mente seguía dando vueltas a todos los pensamientos, organizando cómo lo sorprendería con esta maravillosa noticia.
Pensaba en eso cuando algo sutil y repentino cambió en la atmósfera.
Antes de que pudiese ser consciente de eso, escuchó que tocaban a la puerta del departamento.
Eso le pareció muy extraño pues sus amigas acababan de irse, no podía ser la señora Doris porque nunca se aparecía por ahí sin avisar, y León a esa hora tendría que estar en la comisaría.
Con el ceño fruncido se apresuró a abrir.
Una figura femenina estaba en el umbral de la puerta, mirándola con una expresión que no podría describir como nada más que desafiante.
Era una mujer hermosa, pelirroja, con una postura impecable y una elegancia natural que no pasaba desapercibida.
Confundida, Ariana la observó unos segundos, incapaz de procesar lo que veía, hasta que la mujer se acercó con una sonrisa fría, que no alcanzaba a iluminar sus ojos.
–Hola, Ariana– dijo la mujer con voz suave, pero cargada de algo bastante pesado. –Soy Emma Navarro, e imagino que no me conoces–
¿Navarro?
La sorpresa inicial de Ariana se mezcló con una enorme confusión.
¿Aquella extraña era familiar de León? ¿Por qué tenía su mismo apellido?
El aire en el recibidor pareció detenerse aunque ella todavía no lo entendió.
–Disculpe, no la conozco. ¿Quién es usted?– cuestionó.
Pero la respuesta que le dio la recién llegada hizo que el suelo se desmoronara bajo sus pies. Todo fue un golpe que la había alcanzado en pleno rostro, la dejó sin aliento.
–Soy la esposa de León– declaró con toda intención.
Ariana dio un paso hacia atrás como si en verdad la hubiese golpeado. Sus ojos se inundaron de lágrimas que no derramó. No todavía. Estaba presa del impacto y la incredulidad.
Miró a la extraña, tan segura de sí misma, tan imponente, mientras que ella se sentía como si el mundo se hubiese desplomado a su alrededor.
–¿E...esposa?– no podía ser cierto... ¡Cielo santo, no!
Emma, sonriente, asintió, como si la revelación fuera lo más natural del mundo. Enseguida su expresión se tornó de inmediato, mirándola ahora con desdén y desprecio.
–Así es, niña. Su esposa, su mujer– repitió remarcando la palabra para que no quedara ninguna duda. –Y estoy aquí para exigirte que te alejes de él–
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Feliz 2025 a todxs ustedes. Mis mejores deseos ✨✨ Les agradezco su paciencia a quienes siguen aquí. Gracias por seguir, gracias por entender. Les quiero.
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