Capítulo 2 (flashback)
Tallahassee, Florida, Junio 2012
No había otra vida para Ariana que no fuera aquella. No había modo de huir de ahí, de rescatarse. Debía vivir resignada a que esa había sido su suerte y no podía hacer nada por cambiarla.
Corrió con gran rapidez utilizando cada músculo de su joven y menudo cuerpo. Corrió tan veloz como sus propias fuerzas se lo permitieron.
Debía esconderse de su padre, cielo santo debía hacerlo o de otro modo él iba a terminar matándola. Lo sabía. Esta vez la mataría.
Se lo había visto en la mirada. Sus ojos oscuros, tan diferentes a los suyos, impregnados de odio, de resentimiento, de fracasos, de alcohol.
Flavio Butera era un alcohólico enfermo. Un hombre que hacía mucho tiempo había perdido su cordura y también su sobriedad, un sádico que disfrutaba ejerciendo poder y lastimando a las demás personas. Vivía odiando al mundo, y desde luego su hija de dieciséis años venía incluida.
La había criado solo desde que ella había sido casi una bebé, y aunque en un principio había sido un buen padre, o al menos lo había intentando, la cerveza, el tiempo, los problemas, la soledad y el amargo desprecio que sentía por quien había sido su madre, habían hecho de él un sujeto que prefería pasar sus días enteros embriagado para así llegar en las noches y maltratarla algunas veces sólo con palabras, otras más utilizando sus puños para golpearla.
–¡Eres una maldita zorra!–
Al parecer esa noche utilizaría ambas.
Ariana estaba demasiado asustada. Aquello era algo que debía sufrir a diario y ya no podía soportarlo más.
–¡Abre esa puerta, Ariana! ¡Ábrela ya mismo, pequeña fulana desvergonzada!–
Mientras lágrimas caían sin freno por sus mejillas, e intentaba en vano utilizar su cuerpo como una segunda barrera para evitar que la puerta con el pestillo puesto fuera derrumbada, observó con pesar la tarea de matemáticas que había estado haciendo hasta antes de escuchar los gritos que la llamaban y la insultaban con voz endemoniada. Estaba cursando el segundo año de preparatoria. Su sueño más grande era, o había sido graduarse y entrar a la Universidad a estudiar Diseño de Modas para así convertirse en una diseñadora exitosa. Oh pero en esos momentos veía ese sueño tan lejano, tan imposible...
Horrorizada salió de su trance y escuchó cómo la puerta era destrozada a patadas. Se giró porque no le quedaba otra opción más que enfrentarlo.
Sus ojos marrones se agrandaron con terror. Estuvo a punto de gritar pero el sonido no salió de su garganta. Se quedó atorado y el nudo se hizo más y más denso.
La agresividad de Flavio la alcanzaba y estaba a punto de destruirla.
–Ti darò ciò che meriti e anche se è per le botte, ti farò una donna perbene! ¡Puttana sporca!
Hacía mucho tiempo que Ariana había entendido que el idioma que hablaba su padre en sus momentos de furia era italiano. Sabía, o imaginaba que él o alguno de sus antepasados habían sido originarios de aquel país. Lo que no terminaba de comprender era por qué ella entendía cada una de sus palabras si jamás había intentado aprender ni mucho menos. Además el tema estaba prohibido.
Al menos lo estuvo hasta ese momento justo antes de que Flavio volviese a insultarla.
–¡Nunca debimos haber salido de Italia! ¡Lo único que conseguí fue que mi hija se convirtiera en una jodida puta americana! ¡Odio a América! ¡Odio a este país de mierda! ¡Maledetti americani! ¡Ho cagato nel tuo fottuto paese!–
Ariana notó que en esa ocasión estaba utilizando ofensas distintas para referirse a ella. Se preguntó qué demonios habría pasado para que se pusiera en aquel estado de ira tan elevado.
Mirándola con absoluto desprecio, Flavio consiguió entrar a la habitación y la acorraló imposibilitando cualquier movimiento de escape. Lo siguiente que hizo fue tomarla con gran fuerza del cabello y arrastrarla hasta él.
La violencia y el dolor hicieron que Ariana casi se ahogara. Su padre estaba tirando de ella hasta hacerla llorar. Además tenía demasiado miedo.
–Creíste que no me enteraría, ¿verdad, zorrita? ¡Pero me lo han contado mis amigos del bar! ¡Me han dicho que te vieron con ese drogadicto imbécil! ¿Ya te acostaste con él? ¡Contéstame, estúpida! ¡Ya dejaste que te follara, pequeña idiota!– la mirada del embravecido hombre saltó con chispas de fuego en su interior. Su mano empuñó la castaña y larga cabellera con el único propósito de hacerle más daño. La jaló entonces del brazo y la empujó hasta el escritorio junto a la ventana, utilizando su otra mano para obligarla a inclinarse sobre la planicie. –¡Aquí es donde deberías de estar todo el tiempo! ¡Estudiando como una bambina decente, pero no eres más que una perra que no merece ningún respeto! ¡Has insultado mi apellido!–
Entonces, para gran alivio de Ariana, él la soltó. Sin embargo al segundo se arrepintió de haberse sentido aliviada pues esta vez la atención de su progenitor se concentró especialmente en los papeles frente a ellos. Era el proyecto de Química de su escuela, había estado el fin de semana entero intentando terminarlo. De ese proyecto dependía gran parte de su calificación en la escuela.
–Papá...– lo llamó cuidadosamente aún en medio de todas sus lágrimas. –Papá, no...–
Pero Flavio Butera lo hizo.
Con todo afán arrugó las hojas con ambos puños y terminó por romperlas ante la mirada enrojecida de su única hija.
–¡No es más que mierda! ¡Ya no sirve de nada que hagas tareas! ¡No irás a la universidad! ¡Jamás serás nadie en la vida más que una pobre fulana!– un impulso aún mayor de crueldad se apoderó de él al instante, lo que lo llevó a abrir los cajones del mueble de madera.
Llorando llena de tristeza e impotencia, Ariana observó cómo su padre descubría aquellos bocetos a los que consideraba su más grande tesoro. Solía pasar sus tardes enteras dibujando, creando e imaginando que algún día podría convertirse en una diseñadora de modas prestigiosa, pero esos sueños estaban rotos ahora, junto a su proyecto, a sus diseños...
Flavio parecía ahora poseído por algo demoniaco que lo había hecho enfurecer mucho más.
Lo peor fue cuando dejó caer de sus manos los trozos de papel desgarrado y volvió a fijarse en ella.
Esta vez estaba completa y enteramente dispuesto a matarla a golpes. Ella lo supo, lo había visto en su mirada segundos antes, pero no había comprendido que la razón era porque lo había hecho recordar a su madre.
La reacción de supervivencia fue instintiva, fluyó al instante. La joven no lo pensó ni un segundo siquiera. Tomó lo primero que alcanzó, su lámpara, entonces lo golpeó, así sin más.
El hombre que la había engendrado cayó el seco al suelo mientras la sangre salía a borbotones de su cabeza.
Horrorizada, Ariana se dio cuenta de lo que había hecho, dio un par de pasos hacia atrás chocando con la pared. Llena de angustia soltó la lámpara lanzándola lejos de ella como si esta quemara o fuera letal.
>¡Lo he matado!< fue lo primero que atravesó su mete y un segundo más tarde fue realmente consciente del hecho.
¡Cielo santo, había matado a su padre!
¡¿Y ahora qué haría?!
No lo sabía. No podía dejar de temblar, de llorar, mucho menos fue capaz de pensar salvo en una sola cosa... Necesitaba a Pete. Seguro él la ayudaría. ¡Sí! ¡Tenía que ayudarla!
Cogió el primer suéter que tuvo a la vista y prontamente salió corriendo de ahí.
Sus manos temblorosas consiguieron cerrar la puerta, y a pesar de que parecía como si sus rodillas le fallarían en cualquier momento, no lo hicieron.
Las calles deprimidas del barrio no eran transitadas por ningún vecino, especialmente a esas horas, así que todo estaba solitario.
Mientras caminaba, Ariana miraba hacia todas partes, sintiendo temor de cada persona que se cruzaba a su paso, desconfiando de todos y de todo, temiendo que alguno de ellos se le plantara de frente y le gritara ¡Asesina!
Porque eso era ahora. Una asesina. Había asesinado a su papá.
Llena de dolor, negó intentando borrar las imágenes de su mente. Aunque no lo consiguió, pudo sacar su celular y marcar a uno de los pocos números que tenía registrados.
–¿Qué pasa?– la voz soñolienta de Pete respondió. Al parecer lo había despertado. Eran ya altas horas de la noche.
–Pe...Pete, qué bueno que contestas...– sollozó. –Por favor... por favor, te lo ruego, Pete, ayúdame... Te necesito–
–¿Estás llorando? ¿Qué sucedió, nenita?–
Pete era el chico que había conocido seis meses atrás en el supermercado. Un chico que le había sonreído y le había dicho que había quedado deslumbrado por su belleza. Vivía en el barrio y desde entonces se habían estado frecuentando. Él se había portado tan lindo y atento que Ariana ahora se sentía muy enamorada y estaba convencida de que encontraría ahí esa protección que tan desesperadamente buscaba.
–De acuerdo, de acuerdo, no te alteres que me estresas. Me lo dirás cuando esté ahí contigo, sólo dime en dónde estás e iré a buscarte, que para eso soy tu novio–
Casi balbuceando, la castaña le informó que estaba en la avenida frente al gimnasio, justo junto a la carnicería.
Pete no tardó mucho en aparecer puesto que no vivía muy lejos.
Vestía pantalones pijama y sandalias con calcetines. Era evidente que no se había detenido a vestirse siquiera. Pero eso era lo de menos para ella.
Los femeninos ojos marrones lo miraron lleno de esperanza y de ilusión. De inmediato corrió a abrazarlo.
Confundido, él la miró. La tomó de ambos hombros para apartarla y hacer que lo mirara.
Era tan alto que ella debía alzar la cabeza para poder hacerlo.
–¿Ahora sí vas a decirme qué carajo es lo que te pasa? Ya estaba dormido, amorcito, sabes que soy un hombre de negocios, mañana será un gran día para la venta, y ahora debería estar roncando, pero me has hecho venir aquí, así que comienza a hablar–
–Yo... yo...– la joven se estremeció.
Pete en cambio comenzó a perder la paciencia.
–¿Tú qué? ¡Joder! Abre esa boquita y dilo. No tengo todo tu tiempo, ¿sabes? El tiempo es oro–
Ariana cerró los ojos y negó. Después soltó el aliento. Tenía que decírselo.
–Pete... Es que... Es que... Creo que maté a... a mi padre– el simple hecho de pronunciarlo la hizo entrar en shock de nueva cuenta.
–¿Pero qué coño dices? ¿Estás bromeando? ¡Joooder! ¡Tienes que estar bromeando!– la primera reacción de Pete fue dar un respingo de absoluta sorpresa. Después pasó a la risa. Soltó una carcajada todavía de incredulidad. –¿Te echaste al viejo Flavio? ¡No me lo puedo creer? ¿Tú?– de nueva cuenta rompió a reír. Además le agradaba la idea. Flavio siempre había sido un tipejo arrogante al que le hubiese gustado darle una paliza. –¡Eso sí es de locos!– exclamó y no pudo evitar la sonrisa en su rostro.
Por el contrario, aquello no era divertido en absoluto para Ariana.
–Necesito ayuda–
Pete soltó un silbido y realizó una mueca.
–Vaya que la necesitas– asintió. –Te metiste en algo muy grueso, bomboncito. Creo que estás hundida... Más que hundida–
La consternación de Ariana incrementó. Su angustia fue mayor. Un terrible miedo la embargó.
–Pete, tienes que ayudarme– le suplicó. Con sus delicadas manos atrapó la tela de su camisa arrugándola en dos desesperados puños.
–¿Yo?–
–Sí...–
La castaña no tenía a nadie más. Era él su única esperanza.
–¿Y qué quieres que haga por ti?– cuestionó Pete en tono curioso. Con sus nudillos comenzó a acariciar la femenina cara.
–Que me ayudes a esconderme de la policía. Sé que vendrán por mí...– ella comenzó a sollozar. El terror la invadía.
–Eso no lo dudes. Van a querer encerrarte–
–Por eso necesito tu ayuda–
–¿Eres consciente de que me metería en problemas si lo hago?– Pete la miró con seriedad. Arriesgar el pellejo por alguien más que no fuera él no era algo que haría, al menos no sin obtener algo a cambio. –Además no puedo llevarte a casa así como si nada. Vivo con mis viejos y no les agradará ni un poquitín si me ven llegar contigo. Perdería mucho si te ayudo, porque encima serás una prófuga de la justicia, ¿eh?– arqueó una ceja y añadió más consternación al asunto.
Lágrimas más gruesas comenzaron a rondar por las mejillas de Ariana. No fue capaz de frenarlas.
Pete exhaló y rodó los ojos. Le fastidiaba bastante ver a una mujer llorando. Le parecía irritable y estúpido. Además odiaba todo lo que tuviera que ver con sentimentalismos.
–Hey, hey, tranquila– intentó calmarla. –Ya no llores, mira, claro que quiero ayudarte, es más me muero por hacerlo pero... hay un pequeño inconveniente–
Ella sorbió su llanto.
–¿Cuál?– deseó saber. Se aferraría a cualquier cosa que la salvara.
–Ya te lo dije...– Pete se hundió de hombros. –El viejo y mamá no te aceptarán en casa a menos que... que entres por la puerta como... ya sabes, mi mujer–
Ariana dio un par de pasos hacia atrás, impresionada ante tal petición.
Su mujer...
Eso había dicho.
¿Pero era ella consciente de lo que algo así significaba?
Se estremeció. Un escalofrío recorrió su espalda, la llenó de una sensación desagradable.
Sabía que no se sentía preparada para algo de aquella magnitud. Lo sabía, pero... Tenía que hacer al menos un sacrificio, ¿o no? Por más difícil que este fuera. Sí.
Además Pete era su novio, lo quería, confiaba en él, confiaba en él más que en nadie. ¡Cielo santo! Y a su casa no podía volver.
–E...está bien, Pete. Yo... yo te quiero– y era la verdad. Se había enamorado de él por lo bien que la trataba, lo lindo que era, lo amable. –Sabes que te quiero– lo abrazó, desesperada por encontrar ahí ese consuelo que tanto estaba necesitando.
La sonrisa se dibujó en el delgado y alargado rostro de Pete. Rodeó a la chica con sus brazos como si en verdad la estuviese protegiendo.
–También yo, nenita. Te quiero muchísimo– le guiñó un ojo.
•••••
La reacción de los padres de Pete había sido mucho peor a como Ariana había imaginado que sería.
Los gritos no se habían detenido desde hacia media hora ya.
Ella se encontraba en una habitación contigua a la cocina de la pequeñísima vivienda, en la que seguramente debía ser el dormitorio de su novio. Un cuarto diminuto, impregnado de un olor muy extraño, paredes pintadas de negro y tapizadas de posters de bandas musicales muy extrañas. Tenía un televisor viejo sobre un mueble de madera desgastado. Había además ropa sucia por todas partes, latas de cerveza vacías y de soda. Era claro que la higiene no era una de las cualidades de Pete, sin embargo la castaña se dijo que podía soportarlo. Eso si se le permitía quedarse.
Por los gritos que escuchaba, comprendía perfecto que su llegada ahí no había sido grata en absoluto, especialmente para la señora Davidson que desde entonces no había dejado de gritar e insultar a su hijo.
–¡Serás imbécil! ¡Aquí no hay espacio para ninguna de tus mujerzuelas! ¡No puede quedarse aquí! ¡La echarás ahora mismo!–
–¡Cállate, maldita sea! ¡Mamá, te va a escuchar! ¡Ariana es mi mujer desde hoy! ¡¿Lo escuchas?! ¡¿Lo escuchan los dos?!–
–¡Pero es que eres idiota! ¡Esa niñita tonta sólo te traerá problemas!–
–¡Idiotas serán ustedes que no son capaces de respetar mis decisiones y mi vida! ¡Se queda y punto, mierda! ¡Vivirá con nosotros y ustedes cerrarán la jodida boca!–
Ariana cerró los ojos y resistió el llanto que inundó sus ojos. No podía evitar sentirse culpable. Era culpa suya que Pete estuviese discutiendo con sus padres e incluso que los ofendiera.
Ellos tenían toda la razón. Ella no tendría que estar ahí, pero... Por el cielo santo que no tenía a dónde más ir. No tenía más familia, ni tíos, ni primos, y mucho menos amigas en quien confiar. No había sido capaz de entablar amistad alguna con nadie en su escuela, siempre la acosaba el temor de convivir y que un día terminaran conociendo a su padre.
Su papá...
Pensar en él la hizo estremecerse.
Negó e hizo profundos esfuerzos por alejarlo de su mente. Si seguía pensando en lo que había sucedido iba a terminar por volverse loca.
Debía concentrarse en el presente. Su presente con Pete. Pete que era tan bueno...
Trató de relajarse, ignorando lo que sucedía en el exterior. En su rostro dibujó una tenue sonrisa.
Se sentía feliz por haberlo conocido.
Había sido una fresca mañana en donde aprovechando la ausencia de su padre, había ido al supermercado a comprar todo lo necesario para cocinar unos cuantos bocadillos y compartirlos con su vecina que era madre soltera, y su adorable hijo de nueve años. Le daba mucha pena darse cuenta de que no tenían mucho dinero y seguro algunas noches se iban a la cama sin comer nada. Por ello aquel día había decidido tomar sus ahorros para tal buena causa. Había ido tarareando esa canción de moda que había escuchado en la radio, muy concentrada en escoger bien los productos cuando inesperadamente chocó con alguien.
–Disculpa– le había dicho ella tímidamente. De inmediato se había inclinado para recoger lo que había dejado caer al suelo.
–No, no, no. Deja eso. Yo lo recogeré por ti– Pete le había sonreído y después la había ayudado. –Después de todo, la culpa fue mía. Lo lamento mucho, linda–
Ariana se había quedado en silencio. El chico se estaba portado muy amable, y ella sencillamente no estaba acostumbrada a la amabilidad de nadie. Lo miró con gran sorpresa.
–¿Así que prepararás pancakes?–
–S...sí–
–Seguro deben quedarte deliciosos. Tienes unas manos preciosas y apuesto a que todo lo que cocinas sabe a gloria–
Él no se había equivocado. El cocinar era algo que se le daba muy bien a Ariana. Alguna vez había escuchado a su padre decir que había heredado el sazón de la abuela Loreta. Una abuela que sabía bien, no conocía y tampoco llegaría a conocer porque había muerto ya.
–Me llamo Pete. ¿Cuál es tu nombre?–
–Ariana–
–Wow, un nombre hermoso. Queda con tu cara. ¿Te he dicho ya lo...– la había mirado de arriba abajo, de una manera en que la inocencia de Ariana no había alcanzado a comprender. –...lo guapa que eres? Estás de muuuy buen ver, ¿eh? Y la verdad es que llevo un buen rato observándote–
La castaña ni siquiera lo había notado. Sin embargo más que hacerla sentir alarmada, se sintió bastante alagada.
Jamás había tenido la atención de un chico solo para ella. En la escuela solía ser demasiado tímida como para que alguien la notara. Se había sentido fascinada con esa nueva experiencia.
Después él la había acompañado hasta la puerta de su casa, Ariana sintiéndose en completa segura a al saber que su papá no estaba en casa, se lo había permitido, tanto en esa ocasión como en los meses venideros.
Se había hecho costumbre que Pete la acompañara hasta la escuela y después la recogiera, que pasaran largo rato en el parque riendo y charlando. De poco a poco había ido ganándose su afecto y su confianza, al escucharla y consolarla de sus problemas, regalarle atención y algunos cuantos detalles como rosas recién cortadas de algún jardín.
Ahora gracias a todo aquel tiempo invertido, la tenía en sus manos.
No había otro modo de llamarlo.
Ariana se sobresaltó cuando escucho la puerta abrirse y cerrarse tras su espalda.
De inmediato se giró y se encontró con Pete que como siempre, sonreía.
Al segundo se puso en pie para acercarse a él.
–Lamento mucho todos los problemas que he causado. Lo mejor será que me vaya–
El largirucho chico frunció el ceño y negó a la par. La tomó de ambos hombros y la hizo detenerse al darse cuenta de hacia dónde se dirigía.
–Tú no te vas de aquí– le dijo en tono frío. –No te preocupes por nada. Mis viejos no opinarán nada más–
–Pero... los escuché gritar. Están furiosos y tienen todo el derecho a estarlo, esta es su casa–
–Olvídate de ellos. No importan. Tú te quedas y punto. Fin de la historia–
–Pero, Pete...–
–Pero nada. Ya te lo dije. No pienses más en ellos. No se meterán en nuestra relación, te lo aseguro, y si lo hacen lo lamentarán– hablaba malditamente en serio. Pete no era un hijo que se alineara a las reglas de sus padres. Jamás lo sería. –Quiero que te relajes y que estés tranquila. Te prometo que todo estará bien– para la mala suerte de Ariana, tampoco era un hombre que cumpliera con sus promesas. –Yo te ayudaré, para eso soy tu novio, ¿o no?–
Tenía veintiún años. No estudiaba ni trabajaba. Sacaba dinero mediante actividades de dudosa procedencia y amistades poco recomendables para cualquier otro chico de su edad. Desde muy joven había comenzado a juntarse con pandillas del barrio, a beber cerveza y a fumar hierba. Tenía antecedentes penales, aunque nada grave, salvo vandalismo y peleas callejeras.
Era alto y delgado, pero no atlético. Más bien desgarbado. Llevaba el cabello negro muy corto y tenía un montón de tatuajes por distintas partes de sus brazos. Tenía la piel muy clara, casi pálida y ojos hundidos, quizás por las drogas que se metía. Desde luego ese asunto de sus vicios era algo que Ariana ignoraba por completo. Ella solamente podía verlo con ojos de amor.
Prontamente lo abrazó.
–No sé qué hubiera hecho sin ti, Pete. No sé cómo podré pagártelo–
El abrazo de él se apretó aún más. La tomó con fuerza de las caderas.
–De hecho yo sí sé cómo puedes pagármelo– volvió a sonreírle.
Ella lo miró atentamente.
–¿Cómo?– lo cuestionó.
Pete se hundió de hombros.
–Ya sabes, lindura. Te quiero a ti. Creo que me merezco unos cuantos cariñitos después de todos los líos en los que me metí por culpa tuya, y en todos los sacrificios que hice. ¿No te parece?–
Ariana no estuvo muy segura de qué era lo que debía contestar. O qué era exactamente lo que él esperaba de ella.
–Pete...– susurró cuando sintió los labios masculinos rondar por su cuello. Las manos avanzar por todo su cuerpo.
Se tensó al instante y el nerviosismo la llenó cuando lo comprendió.
Su novio deseaba sexo. Deseaba que ella se le entregara por completa, ahí, en ese lugar y en ese momento.
–He esperado tanto este momento... ¡Joder! Al fin va a suceder– se restregó contra ella provocando que sintiera la erección en todo su esplendor.
Esta vez Ariana se sintió incluso más incómoda. Un terror inexplicable la sacudió, y de pronto lo único que deseo fue alejarse de él cuanto antes pero su cerebro pareció quedarse congelado, al igual que sus manos, sus piernas. No fue capaz de moverse ni de pronunciar ni una sola palabra. Estas se quedaron atascadas en su garganta haciéndola tragarse un nudo de angustia.
Podía sentir la agresiva respiración de Pete, escucharlo jadear a medida que seguía besándola y tocándola. Su miedo incrementó.
Jamás había sentido ningún tipo de deseo sexual, ni con él ni con nadie. Lo sabía, pero una parte en su interior la hizo creer lo contrario. Engañándose a sí misma y diciéndose que amaba a su chico, que aquello era algo que tarde o temprano tenía que suceder. Que se quitara el temor y todas sus inseguridades. Que estaría protegida y sobre todo que sería amada. Muy amada.
–Pete...– volvió a llamarlo pero esta vez él la silencio.
–Shhhhh, sólo relájate, lindura– Pete continuó besándola cada vez con más insistencia y presión. –Te prometo que te gustará, ya verás que lo disfrutarás–
•••••
El sexo siempre lo ponía un tanto ansioso.
Pete no entendía por qué pero el caso era que después de follar se sentía con una energía poco inusual que rondaba su cuerpo.
De vez en cuando le gustaba aplacar esas ansias con un segundo polvo, sin embargo en esa ocasión no iba a ser posible.
Ariana se había quedado dormida inmediatamente después de que él se corriera.
Al parecer la había dejado rendida. Eso lo hizo sonreír.
Tener a la chica en su cama había superado por mucho sus expectativas. Había sido sin duda el mejor revolcón que había tenido en años. ¿Pero cómo no iba a serlo si llevaba meses deseándola? Desde el instante uno en que la había observado en aquel estúpido supermercado lo había obsesionado. A él le gustaban todo tipo de mujeres, jamás se ponía exigente sin embargo la belleza de Ariana lo había atraído tanto o más que esa hierba que a diario se fumaba, añadiéndole la sonrisa inocente y el aspecto virginal que no habían hecho sino llenarle la cabeza de los más escambrosos y sucios pensamientos.
Ah sí, se había pasado noches enteras imaginando lo que sería poseerla y quitarle esa inocencia que brillaba en su rostro.
–Delicioso...– murmuró porque exactamente así había sido.
Quizás le había faltado algo todavía, por ejemplo ser más desinhibida y lloriquear mucho menos, pero estaba seguro de que con el tiempo aprendería todas las tácticas del sexo y dejaría de ser tan remilgosa y santurrona. Adquiriría experiencia y entonces sí lo complacería como todo hombre debía ser complacido en la cama, o en otros lados.
A partir de ese momento Ariana pasaba a ser completamente suya para hacer con ella lo que le viniera en gana. Lo único que necesitaba era que mantuviera la boca cerrada y las piernas abiertas, tan solo eso.
Ese hecho hizo que su sonrisa se agrandara por toda su cara.
Terminó de abrocharse los pantalones y dejó de mirarla.
Tomó enseguida un cigarrillo de la cajetilla y también el encendedor. Después salió de la habitación.
Un segundo más tarde se encontró en el pórtico de su casa, un espacio descuidado y lleno de plantas muertas. La madera tan vieja y húmeda que en cualquier momento se rompería.
No le importó aún así y se recargó sobre uno de los barandales.
Apenas y fue consciente de que su padre se encontraba también ahí. Estaba tan oscuro que si no hubiese hablado no se habría dado cuenta de su presencia.
–¿Cansado, hijo?– le preguntó al tiempo que calaba su propio cigarro.
El fumar era algo que venía de generación en generación de la familia Davidson. Pete había comenzado teniendo solamente doce años.
–No realmente– fue su seca respuesta. Hablar con su padre no era algo que disfrutara hacer.
Por instantes se quedaron en silencio hasta que de nuevo él habló.
–Pues deberías estarlo– le dijo en tono pícaro. –Esos ruidos que escuché...–
Pete realizó una mueca de irritación.
–Oh, mierda, ¿los escuchó mamá también?– preguntó de inmediato. Poco le importaba que su progenitora los hubiese escuchado pero estaba de muy pocos ánimos como para soportar un regaño más de su parte.
Steve rió con ironía y negó.
–Tranquilo, que no podía cabrearse más de lo que ya estaba– volvió a reír y a darle otra calada a su cigarrillo. –Creí que me arrancaría la cabeza así que vine a beber una cerveza y tomar un poco de aire– además de que los gemidos en la habitación de su hijo lo habían excitado al grado de verse obligado a esconder tal erección de la vista de su esposa. –Toma una cerveza–
Pete la recibió y mientras sujetaba su cigarro con la boca, abrió la lata para después darle un largo trago.
–Esa chica es una preciosidad– continuó su papá quien no pudo evitar evocar la imagen de su nuera en la mente. –Muy bonita–
–Ya sabes que tengo buen gusto, viejo–
–De eso no me cabe la menor duda. Lo que me he cuestionado es otra cosa. Esta no se parece en nada a tus otras noviecitas. Parece una niña educada y bien portada. Y digo parece, porque después de escuchar lo que escuché... ¿De dónde la conseguiste?– deseó saber. Su curiosidad iba más allá.
–Por ahí, eso no importa– Pete se hundió de hombros solamente. Le restó importancia a su respuesta.
–Vamos, dame detalles– insistió Steve. –Me espera una larga noche soportando la furia de Cherri, ayúdame al menos a que se haga más soportable–
Pete lo miró burlón y arqueó una ceja.
–¿Qué tipo de detalles quieres?–
–Ya sabes de qué detalles hablo. ¿Es buena moviéndose?–
–No mucho, todavía es muy novata. La verdad es que acabo de estrenarla– en su expresión, Pete demostró lo orgulloso que estaba ante ese hecho. Se sentía todo un semental.
Steve no pudo reprimir una sonrisa de pura y absoluta lujuria.
–Seguro estuvo exquisita...–
–Todo un manjar. Un bocadito virgen que devoré como el Lobo a Caperucita–
–Pues eres un Lobo bastante afortunado. Esa Caperucita se veía apetitosa–
–¿Y sabes que es lo mejor de todo esto?–
–¿Que irás a despertarla para enseñarle cómo chuparte la polla?–
–Algo aún mejor–
–No puedo imaginar que sea mejor que eso–
–Pues yo sí...– Pete optó ahora un tono de voz mucho más serio. –Plata–
–¿Plata?–
–Sí, viejo. Ariana me hará ganar un buen billete y muy pronto seré muy rico. He encontrado en ella a mi minita de oro– se frotó las manos casi con impaciencia.
–No entiendo– Steve no lo comprendió del todo. Su comprensión era lenta y en ocasiones nula. Apenas y sabía leer y escribir, le costaba muchísimo el razonar. Era ese el motivo por el que siendo muy niño había decidido dejar la escuela.
–Nada del otro mundo, Steve, así que no te preocupes–
–No me preocupo, es sólo que me da mucha curiosidad. ¿Cómo es eso de que te hará ganar mucho dinero?–
–Fácil– Pete asintió contento. –Aquí en el barrio hay muchos imbéciles que la desean. Yo lo sé porque he visto bien cómo la miran... Se les cae la baba cada vez que les pasa por enfrente, y ni se diga cómo me miran a mí cuando ven que camino a su lado. Sé que mi noviecita se las pone dura a más de uno y pienso sacarle provecho a eso. Cobraré grandes cantidades por dejar que... ya sabes, desquiten sus ganas y se diviertan un poco–
Steve frunció el ceño. No parecía muy convencido de que la idea de su hijo en serio fuese a funcionar.
–¿Y ella está de acuerdo con esos planes?–
–Por supuesto que no– Pete negó. –Es demasiado romántica para estas cosas, pero no le quedará de otra porque vivirá aquí bajo mi techo y bajo mis órdenes. No tendrá manera de escapar–
–Tu mamá te va a matar, y a mí también– su padre volvió a negar y se tapó el rostro con ambas manos.
Pete terminó de beber su cerveza y dejó la lata vacía sobre la mesilla frente a él. Después eructó sin pena ni vergüenza alguna. Después limpió la humedad de su rostro con el dorso de su mano. Sonrió de nueva cuenta. Gracias a Ariana esa sonrisa perduraría, estaba seguro de eso.
–Mi mamita no matará a nadie. Cuando comience a ver las ganancias se ablandará, lo sé porque le encanta el dinero e irlo a presumir con sus amigas las gordas. ¿Entonces cuento contigo para mi nuevo negocio? Será todo un éxito y tú y yo seremos socios, así que piénsalo bien en caso de que pretendas darme un no como respuesta–
Pero tratándose de obtener dinero fácil y rápido...
Desde luego aquella fue una oferta que Steve Davidson no fue capaz de rechazar.
•••••
Todavía no terminaba de asimilar lo que había sucedido...
Tampoco deseaba seguir recordándolo.
Lo que había hecho con Pete... Lo que había permitido que hiciera con su cuerpo...
Se estremeció con una extraña sensación de asco y desagrado.
No le había gustado en absoluto. Cielo santo, él le había dicho que iba a gustarle pero no lo había disfrutado ni siquiera un poco.
En su revista para adolescentes había leído que aquel era un acto de amor muy especial entre una pareja que se amaba, había leído que con el hombre correcto todo sería mágico.
Pero sentía que había sido una pesadilla, y el cielo la perdonara pero algo en su interior le decía que Pete tampoco se había portado como si fuese el chico indicado para ella. Aunque lo amara, porque en verdad lo hacía. De eso no tenía duda y se lo había repetido constantemente.
La sensación de que se había denigrado como mujer no había desaparecido.
Tenía dieciséis años... ¡Dieciséis! Una niña en todos los aspectos. Una niña que hasta antes de aquel día sólo había estado interesada en libros, música, arte... No en su despertar sexual. No todavía porque había pensado que conocería el amor y cuando fuese un poco mayor se casaría y después, sólo después, se entregaría en cuerpo y alma a aquel hombre al que amara.
Su ilusión estaba ahora hecha pedazos.
Jamás había besado a nadie, solamente a él. Pete había sido el primero en todo. Él la había besado la segunda vez que se habían visto. Había sido él quien la había sujetado de la cintura por primera vez y quien la había hecho entrar en contacto con el género masculino.
–Relájate– le había susurrado su voz llena de deseo.
Pero ella no se había relajado ni al principio ni al final.
Su cuerpo había entrado en completa tensión. Había sentido cómo todos los músculos de su cuerpo se endurecían y gritaban rechazo, mientras sentía que se ahogaba.
Cerraba los ojos y todavía podía recordarlo todo. Absolutamente todo. Los besos húmedos, las palabras que intentaban ser tiernas pero que para ella le habían sonado a pura amenaza.
Después simplemente había sucedido.
Su propio grito había retumbado en sus oídos, y más tarde en el medio de la noche la había acosado, junto a los gruñidos de Pete, su tosca respiración...
Ariana se moría de vergüenza y ahora no deseaba salir de la habitación y mucho menos verlo a la cara.
Sabía que se estaba mostrando demasiado mojigata pero no podía evitarlo. Su inexperiencia era algo que la tenía marcada.
No había sentido absolutamente nada cuando finalmente habían hecho el acto. Sólo vergüenza, por los comentarios valorativos que había hecho él de su cuerpo, y en la cama una incómoda sensación de verse invadida. Una urgencia poderosa de apartarlo, que había controlado.
Después de todo, había estado de acuerdo con mantener esa intimidad. Pete la había apoyado en todo momento, le había ofrecido ayuda y protección, y no merecía ser rechazado.
Pero se había sentido inmensamente desolada y sola mirando su cara. Los ojos cerrados con fuerza, los dientes apretados en una mueca, perdido en su mundo, mientras sus caderas bombeaban en su cuerpo más o menos paralizado.
En esos momentos la castaña no podía hacer nada salvo llorar por todo lo que había perdido, por ese vacío que inundaba en su alma.
Cielo santo, encima de todo el señor y la señora Davidson seguían discutiendo probablemente por culpa suya.
–¡Cierra la boca ya, Cherri! ¡No seas estúpida y escucha!–
–¡No tengo que escuchar nada! ¡Maldito idiota! ¡Nos meteremos en problemas por culpa de ese insensato hijo tuyo y de la fulana a la que ha traído!–
–¡También es tu hijo!–
–¡Pues sí pero es tan atrabancado como tú! ¡Todo lo heredó de ti! ¡Son unos imbéciles!–
–¡Claro que no! ¡Es idéntico a ti en todo!–
–¡Si fuera un poco más inteligente quizás sí! ¡Pero es un estúpido! ¡Te encargaste de criar a un inútil que no sirve ni para pensar! ¡Felicidades, Steve!–
–¡Ah, cállate ya, mujer!–
Ariana se sentía fatal todavía.
Y por si todo aquello fuera poco, seguía todavía la intriga de lo que había sucedido con su padre. Ese padre que posiblemente había muerto por su culpa.
Pensar en eso le desgarró el corazón un poco más.
No quería ser una asesina y aún menos de su progenitor a quien a pesar de todo ella había querido.
–No, no, no... ¡Por favor, no!– sollozó amargamente.
Se sentó en el suelo y tomó el reproductor portátil de CD's de Pete, y lo reprodujo a todo volumen. La música era terrible, lo identificó como rock pesado pero aquello era preferible a seguir escuchando los gritos y las peleas de allá afuera.
Luego de treinta minutos después, los cuales le resultaron una eternidad a Ariana, Pete apareció.
Ella se deshizo de los audífonos y prontamente corrió hacia él.
La realidad era que estaba feliz de verlo. Se sentía más sola que nunca y estaba necesitando de su amor y compañía. De inmediato lo abrazó.
–Por fin llegas– le dijo y no pudo evitar el gemido lastimoso de sus labios.
Pete alzó sus brazos y rodó los ojos con fastidio. Siempre había odiado el sentimentalismo y las cursilerías. Aún así se dijo que debía soportarlos sólo porque la chica iba a convertirse en su minita de oro.
–Hey, hey, tranquila, amorcito. Ya estoy aquí. Yo también te extrañé muchísimo, ¿sabes?– la tomó sin delicadeza del rostro y plantó un humedecido beso en sus labios. –Por cierto, te traigo noticias. Ya he ido a investigar lo que sucedió con tu viejo–
La mención de su padre hizo que Ariana entrara en completa tensión. Se separó de él y lo miró con fijeza.
–¿S...sí? ¿Y... y qué pasó? ¡¿Cómo está?! ¡¿Se murió?! ¡¿Lo maté?!– de pronto una angustia muy grande la golpeó sin piedad. Necesitaba desesperadamente saberlo.
–Ay, claro que no. Despreocúpate. El desgraciado está vivo. Bien dicen que hierba mala nunca muere. Lo he visto cayéndose de borracho en la licorería. Al parecer el golpe que le diste no le hizo mucho–
–Entonces querrá buscarme...– la castaña comenzó a pensar entonces en las demás posibilidades. El pánico no la abandonó. –¡Vendrá a buscarme y...y...! ¡Estoy acabada! ¡Querrá matarme!–
Con toda calma, Pete encendió un cigarrillo y negó.
–Eso no sucederá porque yo te voy a defender, amorcito. Además tú y yo nos vamos a casar pronto, y le dejaré en claro unas cuantas cosas a ese maldito. Entenderá que no podrá volver a molestarte, o de otro modo... yo mismo me encargaré de desaparecerlo–
¿Desaparecerlo?
A Ariana le dio escalofríos incluso la manera en la que lo había dicho. Parecía ahora un Pete muy distinto al que conocía.
–¿Có...cómo que desaparecerlo?–
Él le sonrió. Acarició sus mejillas como intentando despreocuparla.
–Olvídalo, tú déjalo todo en mis manos–
No, la joven no podía olvidarlo, mucho menos quedarse tranquila.
–Pero, Pete...–
–Shhhh. Dame un besito, nenita– luego de plantarle un beso más, el tatuado chico salió un segundo de la habitación y después regresó con un platillo de comida en las manos. –Te he traído esto para que comas–
Ella negó.
–Ahora no tengo hambre–
–¿Qué? No digas estupideces, tienes que comer. Lo último que quiero es que te enfermes, ¿escuchas? Tienes que estar bien sana. Te necesito sana, así que come–
Ariana encontró conmovedora su preocupación. Le sonrió.
–Pete, de verdad, no me apetece comer–
–Ariana, trabajo muy duro y me estoy esforzando muchísimo para poder mantenerte, y tú me sales con niñerías– su tono era de enfado ahora, y realmente lo último que deseaba era hacerlo enojar.
–Lo lamento mucho, por favor perdóname, mi amor. Yo... yo... comeré un poco. Y te agradezco todo lo que has hecho por mí– se alzó ante él y lo besó tiernamente.
A Pete le agradó aquel beso. Por instantes se olvidó de todo lo demás y la sujetó con fuerza de las caderas.
Comenzaba a besarla con mayor intensidad cuando escuchó que alguien carraspeaba tras su espalda para llamar su atención.
Aquella acción lo hizo enfurecer.
–¡Mierda! ¿Por qué entras sin tocar, joder? Sabes que odio que entren aquí sin avisar. Además ahora está aquí mi mujer, tienen que respetar nuestro espacio, ¿o qué estás ciego?– le recriminó a su padre quien permanecía de pie en el arco de la puerta.
Steve Davidson se hundió de hombros inocentemente.
–Lo lamento, Petey, sólo quería avisarte que saldré a jugar pokar con mis amigos. Tu madre ha ido a hacerse las uñas así que tendrán la casa para ustedes solitos– lo miró con complicidad y morbo en la indiscreta sonrisa. –Buenas tardes, Ariana–
–Buenas tardes, señor–
Pete asintió con fastidio.
–De acuerdo, lárgate, pero ya, vamos desaparece–
Esa no era forma de hablarle a su papá, pensó la castaña, pero la verdad era que todos ahí eran raros. No iba a juzgarlos aún así, mucho menos ella que venía de un hogar tan disfuncional.
Una vez que Steve se hubo marchado, Pete tomó su chaqueta y su gorra. Mientras se las colocaba le informó a su novia que tenía algunos asuntos pendientes.
–Tengo que salir a hacer unos recados. No se te vaya a ocurrir salir por nada del mundo. Si el viejo Flavio te ve... las cosas se pondrán feas, y lo sabes perfectamente–
–Lo sé, Pete...– suspiró ella resignada.
Él se inclinó y la tomó de los hombros obligándola a mirarlo.
–Recuerda que sólo yo puedo protegerte. Y eso es lo que estoy haciendo– depositó un beso en su frente. –¿Puedes hacerme un favor?–
–Claro que sí– respondió Ariana.
–Arréglate y ponte bonita, pero muuuy bonita. Esta noche te tengo una sorpresa, princesa. Ya verás que te encantará– le guiñó un ojo.
•••••
–Wow... ¿Estás seguro de esto, Davidson? Mira que si estás tratando de verme la cara de idiota, te juro que te sacaré los sesos y los aplastaré como puré de patatas...–
–Hey, hey, tranquilo, Spike– Pete le dio una calada a su cigarrillo y se mostró tranquilo y seguro. En esos momentos se sentía muy satisfecho con su nuevo pequeño negocio. –Hicimos un trato. Tú me pagas doscientos bucks, y yo te dejo a solas con mi novia por dos horas en esa habitación– señaló la puerta cerrada de su dormitorio. –¿O vas a decirme que te has echado para atrás? ¿Te da miedo tu mujer?– inmediatamente se burló de él. Era costumbre suya burlarse de la gente. Jamás había sentido respeto por nadie.
Spike el carnicero del barrio se mostró indignado.
–Mi mujer no me da ningún miedo– aclaró. –No digas estupideces, pedazo de imbécil–
–¿Entonces por qué estás dudando tanto?– Pete frunció sus hundidos ojos. –¿Tienes problemas para que se te pare o qué? Puedo venderte viagra o algo mejor, pero eso tiene un costo mayor, ¿eh?–
–¡Claro que se me para, ya verás si no! La cosa es que... No entiendo cómo es que estás tan dispuesto a dejar que me folle a tu noviecita por unos cuantos dólares–
Pete apretó los labios y negó numerosas veces en desacuerdo.
–La buena noticia es que no estás aquí para entender, sino para follar y para pagar. ¿Te gusta Ariana, ¿o no?–
Spike se relamió los labios asquerosamente. Era un hombre detestable. Solía pasearse por las calles con su ropa manchada de sangre y oliendo a carne cruda. Miraba a las mujeres con lujuria y les gritaba obscenidades sin importarle nada. Su edad menos que nada. Tenía cincuenta y dos años, y le gustaba mucho acosar a las más jovencitas. Arianita, la hija de Flavio el italiano había protagonizado últimamente sus más calientes sueños.
–Sabes que sí– respondió con una expresión que incluso hizo que a Pete se le revolviera el estómago. Aún así le sonrió.
–Exacto, lo sé muy bien. He visto cómo la miras cuando pasa por tu cochino tendajo, y por eso te la he ofrecido. Ahora, ¿dónde tienes la plata? Se paga por adelantado, viejo, ah y no hay devoluciones, ¿queda claro?–
–Aquí tienes– el carnicero no tardó en sacar el dinero del bolsillo de su pantalón desgastado.
Pete se lo arrebató de las manos y cuando observó que su primer cliente estaba por encaminarse hacia la habitación, lo hizo detenerse.
–Eh, eh. Alto. Primero tengo que contarlo. No vaya a ser que pretendas estafarme– comenzó a contar billete tras billete. –Cincuenta, setenta y cinco, noventa, ochenta y cinco... ¡Maldita sea! A ver, otra vez...– las matemáticas jamás habían sido su fuerte. –Cincuenta, setenta y cinco, ochenta... ochenta... No, ochenta y cinco, no, no, son setenta... ¡Ah, joder!–
–¿Quieres que lo cuente por ti, Pete?– Spike soltó una risilla socarrona.
–No, idiota, sólo cierra la boca y déjame concentrarme... Cincuenta, setenta y cinco...–
–Cien. Son billetes de cincuenta y de veinticinco, no es tan difícil–
–¡Cállate! Carajo, ya me colmaste la paciencia!– Pete lo miró con enojo. –Anda, anda, ve y cóbrate el servicio, ya me harté de estar viendo tu gorda y fea cara, vamos, desaparece–
Ansioso de saciar su deseo caminó velozmente hasta tocar el picaporte, sin embargo antes de entrar se giró para mirarlo.
–Una cosa más...–
–¿Qué mierda quieres ahora?– lo cuestionó Pete con fastidio. No había mentido ni exagerado cuando había dicho que se había hartado de verle la cara a ese grasiento fracasado.
–¿La chica... está de acuerdo?– la pregunta del carnicero hizo que Pete soltara una larga carcajada que retumbó entre las cuatro paredes.
–¿Tú que crees, Spike?– su sonrisa se hizo mayor. –¿Es eso problema para ti?–
El hombre también sonrió.
–Sabes bien cómo me gusta, cabrón–
–Estoy aquí para cumplirte todas tus sucias fantasías, ya lo sabes, amigo, siempre y cuando traigas aquí más de estos– le mostró los billetes en su mano, pero después volvió a detenerlo. –Espera, espera. Déjame hablar con ella un segundo–
Pete lo empujó a un lado para evitar que le estorbara y así entró a la habitación donde bien sabía, su pequeña Ariana se encontraba.
Cerró la puerta tras de él.
–¿Pete?– la escuchó llamarlo.
–Hola, nenita–
–¿En dónde has estado? No había nadie en la casa y me asusté mucho. Sabes que no me gusta quedarme aquí sola. Todavía no me acostumbro...–
–Tranquila, tranquila. Ya he regresado y todo estará bien. Te lo prometí, ¿no?– de nuevo le dio una calada a su cigarro.
Luego se encaminó hacia la puerta que había cerrado hacia tan solo un par de segundos. La abrió e hizo una seña para que Spike entrara.
Ariana se confundió muchísimo cuando lo vio aparecer. Un escalofrío la recorrió.
–¿Qué hace él aquí?– preguntó.
Sabía a la perfección quién era. Lo conocía porque había vivido en ese barrio desde que tenía memoria, y siendo incluso una niña había sentido la mirada de aquel pervertido clavada en ella. Siempre le había parecido detestable y peligroso, por eso solía evitarlo. Jamás caminaba del lado de la acera donde la carnicería se encontraba. No lo miraba a la cara, mucho menos lo saludaba.
Pete actuó entonces como si le estuviese presentando a cualquier amigo.
–Ah, ya lo conoces, es nuestro vecino, Spike, el de la carnicería de la avenida principal–
Ariana seguía sin entender qué hacía ese sujeto ahí, en la habitación.
–¿Qué hace aquí?– repitió. Trató de que la voz no le flaqueara pero sentía un miedo inexplicable que no podía controlar.
–Pues verás, amorcito... Sabes que estoy un poco corto de dinero porque no he podido conseguir trabajo–
–¿Piensas trabajar en la carnicería?–
Pete emitió una expresión de asco. Ni muerto se acercaría a aquel lugar tan repugnante.
–No– negó.
–Entonces no entiendo– Ariana evitó a toda costa hacer contacto visual con el hombre. Solamente miró a su novio.
–No tienes que entender, pequeña... Ah, joder, qué bonita eres– con la mano que no sostenía el cigarro, se ocupó de acariciarle el rostro. La miró casi con ternura. –E inocente. Sabes que esa inocencia podría volver loco a cualquier hombre–
–Pete...–
–Shhhh. No hables. No estás aquí para hablar, sino para obedecer. Ahora, quiero que seas buena chica y sepas complacer bien al carnicero. Sabes a lo que me refiero, amorcito–
–¿Qué?– no, Pete no podía estar hablando en serio. ¡No podía estar hablando en serio!
¡Cielo bendito, la había vendido!
¡La había vendido!
–Por favor no reniegues– él la sujetó con fuerza y prácticamente la arrojó a los brazos del carnicero, quien la abrazó detestablemente mientras sonreía.
–¡Pete, no! ¡Nooo! ¡Pete! ¡No me hagas esto, Pete!– Ariana se removió una y otra vez intentando librarse del indeseado agarre. Sabiendo de antemano lo que pretendía hacerle aquel hombre. Sabiendo que si se rendía y lo permitía, terminaría sucia y con su vida destrozada.
Lamentablemente no era más que una chiquilla demasiado menuda y débil a comparación de la fuerza masculina que presentaba ante ella el carnicero.
Lo último que escuchó decir a Pete antes de que se marchara fue que debía aportar algo para la casa. Después cerró la puerta y los dejó solos.
El sujeto no perdió más tiempo.
La arrojó a la cama violentamente y después le propinó una bofetada que la dejó aturdida por instantes. Lo siguiente que hizo fue desabrocharse los pantalones mientras la miraba con avidez y continuaba relamiéndose los labios.
–No te resistas... ya verás que va a gustarte–
Pero ella ya no podía resistirse más. Lloraba pero la cabeza le daba vueltas debido al fuerte golpe. Se sentía débil, mareada y derrotada.
Ya no había nada más que hacer.
Aquella noche lo poco que quedaba de la inocencia de Ariana quedó reducida a cenizas.
El desgraciado de nombre Spike se había encargado de dejarla hecha nada.
Luego de empujar una y otra vez entre sus piernas hasta conseguir su nauseabunda liberación, se había puesto en pie para subirse el cierre y acomodar su cinturón sin siquiera ser consciente del daño ocasionado, de la profunda cicatriz que acababa de dejar en el alma y en la piel de una pobre jovencita que hasta antes de esa noche había estado llena de sueños e ilusiones.
Sonrió sintiéndose contento y muy satisfecho con lo obtenido. Después sacó unos cuantos dólares más a pesar de que ya había pagado la cuota a Davidson. Enseguida los arrojó a la cama, en donde ella se encontraba llorando hecha un ovillo.
–Guárdalos, nena. Bien sabe el cielo que te lo has ganado–
No dijo nada más y después se marchó.
En medio de todo su dolor, Ariana sólo pudo pensar en cómo se atrevía aquel cerdo a hablar del cielo después de lo que le había hecho.
•••••
Las ganancias eran más que buenas, pensaba Pete.
En el transcurso de un mes Ariana le había hecho ganar más dinero del que pudiese haber imaginado. Traía tantos billetes en la billetera que se sentía extasiado, ávido de poder. Sentía que tenía su vida resuelta, que no tendría que trabajar nunca más mientras le sirviera la bonita chica de ojitos inocentes, como la habían bautizado sus clientes.
Había comprado ya una motocicleta nueva, su colección de Jordan se había multiplicado, esos malditos tenis serían siempre su perdición, su mayor tesoro, además de la marihuana, claro. Ahora podía comprarse toneladas y toneladas para satisfacer su dulce adicción. Su madre había dejado de molestarlo, y no hubiese podido ser de otro modo, gracias a la cuantiosa cantidad de dinero que le daba semanalmente conseguía tenerla con la boca cerrada y los ojos en otra maldita dirección que no fuese su habitación, o como ahora la llamaba, el cuarto de negocios.
–Esto es lo mejor que se te ha ocurrido, querido Pete– se dijo para sí mismo autofelicitándose por su gran logro. Después le dio una calada larga a su cigarrillo mientras lo disfrutaba. Le daba un gusto enorme poder comprarse de la mercancía buena.
Sonreía satisfecho ahí en el recibidor de su casa cuando de pronto vio salir al cliente en turno, un conocido maestro de la escuela primaria del barrio.
El viejo pervertido llevaba consigo una sonrisa satisfecha. Todavía tenía los pantalones y el cinturón desabrochados así que se ocupaba de fajarse bien la camisa y acomodarse las prendas, eso con la única finalidad de que su esposa no fuese a notar lo que había estado haciendo.
–Deberías de abrir un servicio de ducha express para después del revolcón, ya sabes por los que somos casados– le guiñó un ojo a Pete traviesamente.
–Lo pensaré, pero tendría que aumentar la tarifa, ya sabe, más gastos para una mejor atención–
El sujeto sonrió.
–Si es por dinero no te preocupes, que cualquiera estaría dispuesto a pagar bien por esa preciosura que tienes ahí adentro. El único inconveniente es que...–
–¿Hay algún inconveniente?– a Pete no le agradó escuchar aquello.
–Bueno...– el maestro se hundió de hombros. –La niña es una belleza pero... odio las lágrimas. No me gusta ver a las mujeres llorar, me ponen de mal humor. Aún así lo dejé pasar porque me ha fascinado. Ten por seguro que volveré para repetir–
–Lo estaremos esperando, profesor– asintió él. –Y le aseguro que el problemita no lo será más. Sucede que hay algunos a los que les gusta ese fetiche, de la víctima y su presa, usted me entiende–
–Claro, a mí no me gusta, pero comprendo que hay tipos que lo prefieren así–
–Para la próxima será como a usted le gusta–
–Eso suena tentador. Contaré los días para regresar–
El hombre se marchó sin más. Pete se recargó en el umbral del pórtico y observó el firmamento de la noche mientras daba unas cuantas caladas más a su cigarrillo.
–Un día más, un dólar más– exclamó contento.
Dentro de la vivienda, específicamente en la habitación de Pete, ahí donde el olor a sexo y terror se mezclaban el uno con el otro, recostada sobre la cama, sin fuerza alguna para seguir luchando, sin razones para desear vivir un segundo más, Ariana lloraba desconsoladamente y en absoluto silencio mientras permanecía inmóvil.
Habían sido ya demasiados los hombres que la habían violado a cambio de su asqueroso dinero, incontables veces en las que esos monstruos habían utilizado su cuerpo para saciarse, dejándole manchas imborrables, tan sucia que ni cientos de duchas lograrían hacerla sentir limpia una vez más.
Aún así tenía que bañarse, tenía que al menos intentar limpiarse un poco, deshacerse del sudor repugnante, los fluidos corporales con los que siempre terminaba manchada, y de aquel maldito olor que la perseguía a todas horas.
Sí, tenía que intentarlo, eso era todo lo que le quedaba aunque en el fondo era consciente de que nunca podría deshacerse de las marcas y el rastro de todos esos degenerados que la habían ultrajado.
Sabía que aquel había sido el último de la noche porque Pete se lo había dicho momentos antes de hacerlo pasar.
Pensar en Pete hacía que su corazón doliera y explotara de rabia a partes iguales. Lo había amado y había confiado en él. El peor error de toda su existencia y se lo reprocharía por el resto de su vida.
Lo odiaba con toda su alma, lo odiaba hasta sentir que podría incluso matarlo. Pero no era lo bastante valiente como para intentar algo así, no tenía las suficientes agallas y sabía bien que jamás las tendría.
Como todas las demás noches iba a tener que soportar dormir a su lado, y lo peor de todo, que él la tocara, soportar que la hiciera suya justo después de haberle pertenecido a tres diferentes malnacidos de su misma calaña. ¡Oh, cielo santo! No iba a resistirlo una vez más. Lo sabía, no podría.
Pero con un poco de suerte llegaría tan drogado que no le apetecería tocarla. Sí, con un poco de suerte...
¿Suerte? ¿Qué era aquello?
Ariana lo desconocía por completo. Nunca antes había sido afortunada en nada.
Siendo una bebé su madre la había abandonado, había quedado en manos de su desalmado padre quien por años la había maltratado tanto física como emocionalmente, y para terminar siendo la puta de un drogadicto hijo de perra que no había dudado ni un solo segundo en venderla.
Resistió las lágrimas y se deshizo de la ropa. Con rapidez entró a la regadera y dejó que el agua recorriera su cuerpo.
Se preguntó si algún día podría de escapar de aquel infierno en donde no le permitían siquiera salir a ver la luz del sol, en donde la mantenían bajo llave como el mayor de los tesoros. Una vocecita le respondió su pregunta haciéndola sollozar todavía más.
Nunca. Estaba maldita. Ahí se quedaría por lo menos hasta que muriera, o hasta que su captor decidiera que no le servía más. Lo que sucediera primero.
Ella gimió ante aquel pensamiento y dejó caer la cabeza contra la pared mientras el agua seguía corriendo en su piel Estaba tan caliente como sus propias lágrimas, dolorosas e interminables.
Aquella era su única salida. Morir.
Y en esos momentos había deseado dejar de respirar. A decir verdad, lo había intentado. Por el cielo que lo había hecho, pero no era tan fácil como parecía.
Entonces otro pensamiento más atravesó toda su mente.
No soportaría el toque de otro hombre. No lo haría. Esa noche se escabulliría hasta la cocina, sí, eso haría, y buscaría algo venenoso para ingerir, o intentaría salir corriendo en medio de la noche sin importarle que Pete le disparara por la espalda con esa arma que había utilizado tantas veces para amenazarla. Sí, haría lo que fuera pero no volvería a dejar que otro maldito pervertido le pusiera las manos encima.
Con esa decisión brillando como antorcha en su cerebro, Ariana terminó de ducharse y se vistió con ropa limpia evitando mirarse al espejo en todo instante. No le gustaba pensar en lo demacrada que estaba su piel, en los ojos hundidos y enrojecidos de tanto que había llorado, en sus labios pálidos, en todo el peso que había perdido.
Debía concentrarse en armar un plan y poner en ello todo su empeño.
Pensaba en eso cuando la puerta fue abierta. Llena de terror ante la posibilidad de encontrarse con un nuevo cliente, exaltó los ojos y miró en dirección horrorizada.
El pánico no cedió incluso cuando notó que se trataba solo de Pete.
Parecía enfadado y desde luego el blanco de su mal humor siempre sería ella.
–¡¿Hasta cuándo vas a dejar de llorar, maldita sea?! ¡¿Qué no ves que a algunos clientes les molestan tus lloriqueos de niñita tonta?! ¡El último se ha quejado de ti y no voy a permitir que por tu culpa mi negocio se vea afectado!–
Ariana cerró los ojos y se negó a mirarlo. Hacía ya mucho tiempo que había dejado de hablarle porque únicamente tenía palabras de odio y desprecio para él. Por eso soportaba que le gritara.
Lo peor del caso era que Pete tenía ya muy poca paciencia con ella.
–¡Responde, estúpida! ¡Di algo!– la tomó de ambos brazos y comenzó a sacudirla sin delicadeza alguna. –¡Responde!– estuvo casi a punto de golpearla hasta que Ariana retomó un poco de sus fuerzas y consiguió empujarlo.
–¡Te odio! ¡Eres un maldito poco hombre y te odio! ¡Te odio con toda mi alma! ¡Y me das asco! ¡Ojalá te murieras!– aquella era la primera vez que la chica soltaba todo lo que sentía por él. Sin embargo bien sabía que más tarde lo iba a pagar caro.
Los ojos negros de Pete relampaguearon. Casi no pudo creerse que la ratoncita se hubiese atrevido a tanto. Sonrió porque esa era la excusa perfecta para dejar de tener consideraciones con ella.
Se dejó entonces de jugueteos y la sujetó con mayor dureza. Era más alto y más fuerte y estaba enteramente dispuesto a tomar toda ventaja de eso.
–Me encanta que me quieras tanto, amorcito– la apretó de las caderas haciéndola estamparse contra las suyas. –Pero en estos momentos me importa más que te comprometas conmigo a dejar de llorar cada vez que uno de mis clientes entra aquí para follarte–
–¡Suéltame!– le exigió Ariana con aquella valentía que hasta entonces había desconocido. ¡Suéltame! ¡No voy a dejar que ni tú ni ninguno de esos asquerosos hombres vuelvan a tocarme! ¡No se los voy a permitir!– se debatió una y otra vez intentando librarse aunque sin tener éxito.
Pete soltó una carcajada que retumbó en las cuatro paredes.
–Seguro que sí– se burló descaradamente. –Seguro que sí, nenita, pero si lo que quieres es desafiarme entonces voy a darte verdaderos motivos para llorar– con sus grandes manos tomó un buen puñado de su largo cabello para tirar de él y así conseguir herirla.
Más y más lágrimas salieron una tras otra debido al inmenso dolor que Ariana estaba sintiendo.
–¡Déjame ir! ¡Te lo suplico, Pete! ¡Déjame ir!– esta vez no le quedaba nada más que suplicar.
Pero la maldad y la ambición de aquel chico no pensaban tener ni siquiera un poco de piedad.
Su sonrisa se hizo mayor y abarcó esta vez la totalidad de su esquelética cara.
–No, no, no. Eso no, primor– comenzó entonces a dejar una hilera de humedecidos besos por su delicado rostro hasta bajar a su cuello, provocándole temblores de horror y rechazo pero sin que le importara en lo más mínimo. –Eso no. Yo te quiero mucho como para dejarte ir. Eres lo más preciado que tengo– la apretó con uno de sus brazos y utilizó después su mano libre para desabrochar la bragueta de su pantalón. Antes de dormir le gustaba disfrutar de su propia mercancía, y comprobar así que siguiera tan fresca y apetitosa.
–¡No! ¡Noooo!– Ariana gritó aún más. –¡No, por favor!– su llanto le desgarró la garganta. El esfuerzo en esta ocasión fue sobrehumano simplemente porque no iba a sobrevivir a otra noche en brazos de aquel animal. No. Prefería la muerte. Prefería dejar de existir para que así su tormento llegara a su fin.
Sus lágrimas se hicieron más densas, el nudo en su garganta casi la atragantó, el hueco de su estómago le revolvió las entrañas.
Sólo quería vomitar. Le repugnaba. La hacía sentirse más asqueada que nunca.
–¡Déjame! ¡No me toques más! ¡No me toques!–
En ese instante algo debió haberse apiadado de ella, así lo pensó, porque afortunadamente Pete se detuvo cuando escuchó que su padre lo llamaba desde la sala.
Él simplemente la soltó, arrojándola con brusquedad hacia la cama. Soltó una palabrota con fastidio y después salió de la habitación.
Ariana despertó del trance y apenas tuvo tiempo de alcanzar a llegar al baño para vomitar.
Los músculos de su garganta se contrajeron, y su estómago se esforzó por expulsar lo que ya no contenía. Cuando las náuseas cesaron, se arrastró de regreso hasta la cama porque de pronto había comenzado a sentirse más débil que nunca.
En cualquier otro momento habría achacado su indisposición al asco que le daba el contacto con Pete y con cualquier otro hombre, sin embargo tenía que enfrentarse a la realidad.
Hacía ya una semana que no se encontraba bien.
Cada mañana se levantaba con la cabeza y el cuerpo tan pesados que la simple idea de vestirse
se le antojaba agotadora y apenas tenía fuerzas para sostener el cepillo del cabello. Las náuseas la asaltaban cada vez que veía comida, y era por ello que había dejado de comer.
Los ojos se le llenaron de muchas más lágrimas a Ariana. Su mundo parecía carecer de esperanza alguna en aquel momento.
El motivo apareció como un relámpago frente a sus ojos...
Corrió enseguida a su cajón de ropa para buscar el almanaque de su regla.
Siete días de retraso.
Siete.
Estaba embarazada. Tenía que estarlo. No había otra explicación y aquella certeza la dejó en shock.
________________________________________________
Le está gustando la historia??
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top