Capítulo 11

El tiempo había perdido toda relevancia.

Hacía mucho tiempo ya que habían dejado de intentar llevar el control de las horas que habían transcurrido.

No lo sabían. Solamente eran conscientes de que habían sido demasiadas. Tantas que no habían podido contarlas.

Habían estado caminando sin detenerse, escondiéndose entre el follaje y mirando en repetidas ocasiones hacia atrás, esperando no ver ningún rostro ruso.

Se encontraban ahora agotados, sedientos y también hambrientos pero nada ni nadie iba a detenerlos. No estaban dispuestos a permitirlo.

Habían emprendido el camino decididos a terminarlo hasta salir de ahí.

Los dos sonrieron al darse cuenta de que lo habían conseguido, por fin podían visualizar la carretera y aquello solo significaba una cosa... Habían regresado al mundo civilizado, a sus realidades, recuperarían sus vidas normales.

La felicidad fue inmensa. Tan anhelada que no pudieron evitar mirarse y abrazarse con alegría.

Se pusieron nerviosos al ser conscientes de lo cerca que estaban de nueva cuenta, sin embargo decidieron ignorarlo y simplemente celebrar.

¡Lo habían logrado!

–Yo sabía que podíamos hacerlo– sonrió León con emoción. –Sabía que no podía ser imposible–

–Confieso que en algún momento llegué a perder la fe– se sinceró Ariana, pero la ilusión hizo que su sonrisa perdurara. –¡Ah, pero estamos aquí! ¡Lo hemos conseguido! ¡Lo hemos conseguido!–

–Lo sé– él compartía toda su alegría. Había llegado a creer que quizás no volvería a ver a Alex, ni a su padre, ni a Camila, maldición tampoco a Gonzalo. Pero estaba muy cerca de regresar a casa, de hacerlo sano y salvo y de llevar a la castaña hasta la suya. Aquel hecho lo llenó de dicha y satisfacción.

–Ahora debemos manejarnos bajo perfil. Intentar no llamar la atención de nadie porque quizás pueda resultar contraproducente. Es hora de dar el siguiente paso, buscar ayuda humana, conseguir a alguien que nos ayude a averiguar dónde diantres estamos para así ver la manera de tomar camino hacia Green Bay–

Ariana miró a su alrededor.

–No se ve ningún pueblo cercano–

–Lo he notado. Recemos para que haya alguno por aquí cerca–

–¿Mientras tanto qué haremos?– le preguntó ella.

–Seguir caminando–

Ariana no resistía más el dolor en sus pies. Creía que no era capaz de seguir el camino pero no mencionó nada. No quería retrasar más todo y tampoco quería que Chicano pensara que era una chica débil.

–Bien– exhaló.

León miró entonces una vieja camioneta destartalada que se acercaba por la carretera a paso lento. Arrugó los ojos debido al sol que calaba en sus pupilas, y después alzó su mano usándola de visera.

–Creo que no tendremos que caminar más– comentó él. –Veremos si conseguimos un aventón–

Se mantuvieron quietos y esperaron un tanto ansiosos a que el vehículo se acercara.

Fue el moreno quien hizo la seña para que se detuviera.

Al ver que habían conseguido pararlo, se miraron sonrientes y enseguida fueron hacia el conductor.

–Buenos días– saludó el hombre, quien no era más que un viejo campesino que fumaba un cigarrillo y escuchaba música country por el radio. Por fortuna era americano completamente y no proveniente de Rusia. Tenía placas de Mississippi pero León dudaba que estuvieran ahí realmente. En el asiento del copiloto llevaba a su perro, un cruce de labrador con algún otro. Permanecía tranquilo con la lengua de fuera. –¿Necesitan que los acerque a algún lado?–

–Sí, sí, se lo agradeceríamos muchísimo– le dijo el moreno. –¿Podría llevarnos al pueblo más cercano?–

–Eso queda a unos... cuarenta o cuarenta y cinco minutos de aquí. De acuerdo suban. En la caja hay espacio. Pónganse cómodos–

León asintió pero antes de subir le hizo una pregunta más.

–¿Podría... decirme en qué parte nos encontramos?–

El hombre frunció el ceño. Exhaló y después negó como pensando en que ellos no eran más que una parejita que se había ido de juerga toda la noche y ahora no podían recordar nada. Qué equivocado estaba... Pero no pensaban sacarlo de su error.

–Estamos en Brainerd– respondió.

La expresión tanto de él como de ella le dijo que seguían igual de perdidos.

–En Minnesota. ¿Recuerdan? ¿De dónde son ustedes?– ahora los miró lleno de curiosidad.

–Eh... somos de la capital– fue lo primero que se le ocurrió decirle. –Por eso queremos llegar al pueblo más próximo para así poder tomar un autobús de regreso–

–Ya. Pues suban y no perdamos más tiempo–

León ayudó inmediatamente a que Ariana subiera a la caja de carga de la camioneta y un segundo más tarde subió él. Había un montón de costales que contenían maíz y algunas otras verduras, seguramente para su venta. No les prestaron gran atención y pronto tomaron asiento en medio de dos.

–Quítate la chaqueta y úsala para cubrirte el rostro, así como si estuvieses protegiéndote del sol– en realidad lo hacía para que no estuviesen tan expuestos por si a alguno de sus amigos rusos se le ocurría tomar ese mismo camino para ir en su busca.

Sin replicar, la castaña obedeció. Sintió un poco de frío pues era un fresco amanecer pero no le importó. Lo importante ahora era pasar desapercibidos y evitar que alguno de esos monstruos fuese a reconocerlos en caso de que continuaran siguiéndoles los pasos.

>Por favor, cielo santo. No permitas que nos encuentren. Nos permitas que nos hagan más daño... Permite que vuelva a casa y pueda estar con mi hija... Es eso lo que más anhelo<

Ariana se puso a rezar.

•••••

Estaban exactamente a ocho horas de distancia de Green Bay.

El amable hombre los había dejado en la central de autobuses y después se había despedido de ellos deseándoles suerte.

Antes de que se marchara, León se había inclinado a su ventana para pedirle un último favor.

–Por favor, si alguien le pregunta... no vaya a decirles que nos vio, y tampoco que nos trajo hasta aquí–

El hombre había mantenido su mirada fija al frente.

Luego de unos segundos había respondido.

–No me gusta meterme en problemas. Yo no he visto nada– había dado marcha y se había ido sin mirar atrás, negándose a tomar los billetes que le habían sido ofrecidos.

Su colaboración lo había dejado más tranquilo.

Exhaló y se dirigió a Ariana.

–Tomaremos un autobús que nos lleve a cualquier parte. Cuando estemos lejos de aquí tomaremos otro que nos lleve a Green Bay. Debemos ir borrando huellas y no dejar rastro–

Ella estuvo de acuerdo, sin embargo una duda más la exaltó.

–¿De dónde conseguiste dinero?– sabía que los habían registrado a ambos antes de entrar aquella horrible casa. Habían pasado la prueba porque ninguno llevaba nada más que sus ropas–

–¿Creíste que vine hasta aquí sin plata? Escondí algunos dólares en las suelas de mis botas antes de que nos interceptaran– quería decir en Milwaukee. –Acerquémonos al mostrador. Tomaremos el más próximo–

Ariana agradeció aquello. No soportaba estar un segundo más en ese lugar. Miró a su alrededor y se dio cuenta de que el pequeño pueblo en el que estaban era hermoso. Pero ella apenas y podía prestar atención a la belleza del lugar y la paz que se extendía. Miró fijamente el césped y al cielo sintiendo como si el mundo girara.

La salida más próxima era hacia una parte de Minnesota llamado Rochester. Aproximadamente en quince minutos, y quedaban bastantes lugares disponibles. León no se lo pensó ni un segundo en comprar dos boletos.

Cuando abordaron el autobús, se dieron cuenta de que este iba casi vacío. A excepción del chofer, no iba nadie más que una anciana mujer en compañía de un niño que seguro sería su nieto, jugaba entretenidamente con una consola portátil de videojuegos. Justo a la mitad de los asientos estaba un hombre de aproximadamente treinta años que permanecía dormido y ajeno a cualquier cosa que pudiese ocurrir a su alrededor.

León y Ariana caminaron por el pasillo fingiendo que era una pareja. Él así se lo había pedido, después la había tomado de la mano para que todo pareciera más realista.

Tomaron asiento en los últimos de la fila, de ese modo podía estar al tanto de quien más subía.

Iniciaron el viaje y cuarenta minutos más tarde se dieron cuenta de que el autobús llevaba ruta para detenerse en distintas paradas y así abordar más gente.

En todas y cada una de aquellas paradas, tanto Ariana como León estuvieron siempre tensos y a la defensiva, temerosos de ver a algún ruso subir.

Hasta el momento, gracias al cielo, nada de eso había sucedido, aún así no podían evitar contener el aliento con pánico cada vez que el autobús se detenía hasta ver quien lo abordaba.

Una adolescente gótica con las uñas pintadas de negro y los labios de rojo intenso. Una corpulenta dama de ascendencia afroamericana. Una mujer joven profesional que vestía traje y muy seguramente volvía de alguna jornada larga laboral. Y también un sujeto mayor que no ponía atención a nada que no fuese el periódico que llevaba en sus manos.

Ningún ruso, ningún Brock y ningún Hans Lundgren.

Recordar a aquellos hombres y todo lo que había vivido con ellos provocó que Ariana sintiera náuseas.

–Cálmate, Ariana– le susurró León al ver lo inquieta y angustiada que estaba. –Si sigues así las personas comenzarán a mirarte. Recuerda que no queremos llamar la atención de nadie–

Ella lo sabía pero no podía evitarlo. Se sentía aterrada todavía.

Sus ojos se inundaron de lágrimas por derramar pero enseguida las limpió. La furia la llenó. Le enfadaba bastante el llorar. Lo cierto era que seguía viendo la amenaza en todas partes y no estaría tranquila hasta que llegaran a Green Bay y pudiese estar con su hija.

•••••

Seis horas tardaron en llegar hasta Rochester.

Cansados y hambrientos, aún así lo primero que hicieron al llegar a la central de autobuses fue correr hacia taquillas para comprar los boletos que los llevarían de regreso a sus hogares y sus antiguas vidas. Volver les interesaba más que descansar o comer algo. Estaban más que dispuestos a tomar aquel sacrificio con tal de que la pesadilla terminara pronto.

Sin embargo la suerte pareció no estar de su lado en aquella ocasión.

–Lo lamento, señor, pero no tenemos salida para esta hora. El autobús más próximo con destino a Green Bay, Wisconsin, saldrá a las seis de la tarde–

Aquello significaba que tenían cuatro horas de tiempo muerto.

¿Qué harían durante todo aquel tiempo?

Si se quedaban ahí corrían el riesgo de que los encontraran.

León se mostró consternado. Agradeció a la vendedora y pronto cogió a Ariana del codo alejándola de ahí.

–Ya oíste lo que dijo. No podemos esperar aquí. Regresaremos para tomar ese condenado autobús a las seis–

–¿Pero... mientras tanto qué haremos?–

–No podemos quedarnos aquí– respondió el moreno con tensión.

–Ya lo sé–

–Será buena idea que rentemos una habitación en un hotel de paso. Así podremos descansar aunque sea un poco y también podremos comer algo–

Aunque deseaba irse lo más pronto posible, la idea no fue tan mal recibida para Ariana. Se moría además por tomar un baño.

–Me gustaría asearme–

Él la miró. No había pensado en eso pero tenía razón. Además un cambio de ropa sería de gran ayuda.

–Pasaremos a comprar algo de ropa. Lo que llevamos ahora ya está más que memorizado para nuestros amiguitos, así que entraremos al primer Walmart o K*Mart que encontremos–

–Bien...–

–Pero antes de irnos tenemos que asegurar nuestros asientos– León volvió enseguida a la taquilla y compró los dos boletos. Los metió al bolsillo de sus vaqueros y después los palmeó. En aquellos momentos ese par de papelitos eran su tesoro y el pase hacia sus realidades.

–Cuando estemos en Green Bay te pagaré todo lo que has gastado en mí– aseguró Ariana preocupada por todos los gastos que estaba generando.

Él negó de inmediato.

–No, y eso no está en discusión. El dinero que tengo aquí es de ambos, ¿Entendido?–

Le habló tan duro que la dejó sin palabras.

Luego de aquello habían llegado al Walmart que se encontraba a tan solo tres cuadras de ahí.

Mientras miraban la ropa casualmente, León le había advertido que permaneciera cerca.

El moreno había escogido un par de vaqueros y una camiseta negra lisa. Después había exhalado irritado cuando se dio cuenta de que su castaña acompañante había escogido un vestido.

¡Mierda!

No era que se quejara. Le gustaba verla así, tan jodidamente femenina que él sentía cada vibración de aquella femineidad en su entrepierna. Además le quedaban sensacional. Los llenaba bien. Bastante bien... Pero eso hecho solamente le supondría distracciones y no le gustó en lo absoluto. Por otro lado seguro provocaría que hombres en la calle se giraran para mirarla con deseo y admiración masculina.

Apretó los puños sólo de pensarlo. Después abrió la boca para recriminarle pero no se atrevió a decir nada.

Carraspeó la garganta.

–Quizás... quizás sea buena idea que lleves también un suéter. Ya sabes cómo está el clima. Seguro te dará frío–

Ella asintió en acuerdo y de inmediato fue en busca de uno.

León tuvo buen cuidado de fijarse en el calzado. Las sandalias de correa que ella llevaba puestas estaban ahora bastante maltratadas y sucias. Miró sus pies fijamente durante algunos segundos, permitiéndose admirar lo bonitos y delicados que eran. Las uñas estaban pintadas de un color magenta que le sentaba de maravilla. El deseo de acariciarlos le atravesó el cuerpo entero y puso todo su empeño para mantenerlo a raya.

Cuando por fin se concentró notó que ella debía calzar del mismo número que Camila, y conocía muy bien el de su hermanita pues la había llevado de compras infinidad de veces, aunque lo detestara. Tomó un par de bonitos zapatos blancos del estilo Vans pero en versión economizada, y los metió a la canasta.

Ariana se dio cuenta de la acción hasta que estaban formados en caja a punto de pagar.

Po instantes se había quedado sin saber qué decir. A ella no se le había cruzado por la cabeza el que fuera a necesitar zapatos nuevos pero le agradeció enternecida por haberse fijado en ello. Sin duda sus pies también se lo agradecían.

–Gracias– murmuró.

León resopló fingiendo que las palabras no le llegaban al alma.

–De nada– fue su seca respuesta.

Minutos más tarde mientras dejaba a Ariana en la fila de hamburguesas, él se ocupó de averiguar con personas a su alrededor, en dónde podía encontrar un motel cercano. Luego de que uno de ellos le diera la dirección se ocupó de memorizarla. Cuando terminaran de comprar la comida saldrían en busca de algún taxi y entonces le pediría al chofer que los condujera hasta ahí.

•••••

Cuando llegaron al motel, León se encargó de alquilar una habitación, pidiendo que estuviera en primer piso, por si acaso les sorprendían y se veían en la necesidad de huir, así todo resultaría más fácil. En recepción le habían pedido una identificación, además de que no iba a arriesgarse a que una habitación a su nombre o a nombre de Hugo Vélez quedara registrada, no llevaba ninguna documentación consigo.

Afortunadamente habían bastado unos cuantos dólares para convencer a la recepcionista de que hiciera una excepción. La chica había estado más preocupada por no perderse el final de temporada de Master Chef, que de inmediato había aceptado. Dinero extra que no le caería mal, y por otro lado... Imaginaba que eran sólo una parejita con ganas de follar. ¿Quién era ella para impedir aquella unión carnal?

Sonrió y aceptó el trato. Les entregó la llave, guardó los dólares ganados en su brasier y después volvió la atención a la pequeña televisión.

León tomó la mano de Ariana y juntos se encaminaron hasta la habitación.

Al entrar lo primero que el moreno hizo fue colocar los seguros y asegurar las ventanas.

Colocaron las bolsas de comida sobre la mesa.

–¿Cuánto tiempo estaremos aquí?– preguntó ella. No lo miró sino que se dedicó a observar la habitación.

Notó que había un comedor de dos sillas. Una cama y un sofá. Estaba muy cansada y moría por una pequeña siesta. Dormiría en el sofá y le cedería la cama a Chicano, era lo más justo.

–Debemos estar poco antes de las seis en la estación de autobuses así que probablemente dos horas y media o tres. Creo que es tiempo suficiente para que descansemos–

–De acuerdo– exhaló ella y después concentró su atención en un viejo librero pegado a la pared que contenía un montón de revistas viejas.

Se fijó en que eran revistas de moda. Tomó una para hojearla. Alzó la mirada dándose cuenta de que habían muchas más en la parte de arriba.

Por un instante se quedó pasmada. Hacía años que no veía un diseño, años que no tomaba un lápiz y dibujaba... Ver los bocetos en aquellas páginas viejas la hizo sentir algo extraño.

Lo siguiente que sucedió fue que al intentar tomar las revistas de arriba una de las tablas del librero se rompió provocando que el montón de pesadas revistas le cayeran encima.

Gritó horrorizada y después perdió la consciencia debido al golpe.

Apenas notó lo que ocurría, León se puso en pie y corrió hacia ella para socorrerla.

–¡Ariana!– exclamó consternado. La sostuvo con un brazo y utilizó su otra mano para tocar sus mejillas, moviendo después su barbilla de un lado a otro con lentitud, en busca de algún golpe. –Mierda...– susurró y enseguida la tomó en sus brazos, pensando un tanto alarmado en lo poco que pesaba. Era como cargar a una niña.

Ella estaba completamente laxa, sus brazos y piernas colgando, los mechones de cabello de igual modo.

Enseguida él la llevó hasta la cama y ahí la recostó utilizando delicadeza extrema.

La miró con angustia y se acercó.

–Ariana...– volvió a llamarla pero no obtuvo respuesta. –Ariana, ¿qué carajo...?–

•••••

Ariana despertó de golpe abriendo los ojos e incorporándose violentamente de la cama.

–No estoy muerta...– susurró como en un trance. –¡No estoy muerta!–

León la sujetó de los hombros e intentó hacer que lo mirara para que despertara por completo y se tranquilizara.

–¡Ariana, Ariana, joder, ya reacciona!– exclamó igual de exaltado.

Por instantes la castaña se quedó quieta, reconociendo la voz que la llamaba y las manos que la tocaban.

Se estremeció aún así.

–¿Chicano?–

Inhalando y exhalando aire con violencia, él asintió.

–Eso es, ese soy yo... Mantén la calma por favor– le pidió mientras se ocupaba de recuperar su respiración normal. –Ah, gracias al cielo, estaba preocupadísimo– exhaló de alivio.

Por su parte ella permaneció sentada sobre la cama y esta vez no se movió más.

–¿Tuve una pesadilla?– preguntó temerosa.

León soltó el aliento con pesar.

–Ojalá lo hubiese sido– respondió quedamente. –Pero no lo fue. Todo ha sido real. Por fortuna logramos huir, estamos en un pueblo lejos de esa maldita casa y en unas cuantas horas más tomaremos el autobús que nos llevará de regreso a Green Bay. Vamos, no te alteres, todo estará bien–

Ariana así deseaba creerlo. Deseaba creer que de verdad todo estaría bien, que sus vidas volverían a ser como antes, que todo sería normal otra vez.

–¿Por qué me duele tanto la cabeza?– se llevó una mano a la frente y notó ahí una pulsación de dolor.

–Porque un montón de revistas te cayó encima. Quizás tengas una conmoción y lo mejor sea llevarte a un hospital–

–No, no, no– negó de inmediato y se mostró reacia a cambiar de parecer. –No quiero ir a ningún hospital. Ya estoy perfecta– le dijo un tanto desesperada.

León se cruzó de brazos y soltó su aliento con tensión.

–No sé si creerte, con lo terca que eres–

Ella rodó los ojos.

–Te juro que estoy bien. Además no podemos salir y exponernos a que esos rusos nos vean por ahí–

–En eso tienes razón pero de todos modos no creo que fuera nada normal que te hayas desmayado– si mal no recordaba aquel era su segundo desmayo. Frunció el ceño. Avanzó hasta el frigobar de la habitación y la abrió. Encontró unos cuantos hielos y los colocó en la bolsa de los alimentos para después entregársela y que se hiciera presión. –¿Sufres de alguna enfermedad?–

–No, ¿por qué preguntas eso?– le pareció extraño.

–Por nada–

–¿Para qué se supone que es esto?–

–Para que mañana no amanezcas con un chichón del tamaño de una pelota de beisbol–

–Oh... pues... gracias– se miraron fijamente y el ambiente se cargó de algo extraño pero ya familiar para ambos. Fue precisamente ella quien rompió el contacto. Desvió su mirada nerviosa e intentó ponerse en pie. –Necesito tomar un baño–

–No creo que sea buena idea– le dijo el moreno. –¿Y si te desmayas dentro de la ducha?–

–No lo haré– negó Ariana. –Ya te dije que me siento bien–

León se mostró frustrado. No podía obligarla a que permaneciera en cama por más preocupado que estuviera.

–De acuerdo, tú mandas– alzó las manos como en señal de paz pero en el fondo la preocupación por ella no lo abandonó.

Ariana tomó las bolsas que contenían la ropa nueva y después tomó camino al baño.

A León no le quedó otra opción que sentarse a esperar que no fuese a desmayarse de nuevo.

Abrió la lata de Coca Cola y bebió un sorbo.

Sus pensamientos continuaron perteneciéndole a aquella mujercita de exquisitos ojos marrones.

Hasta entonces nada ni nadie le había afectado tanto como ella, en lo más profundo, y tales circunstancias en las que él se sentía el maldito Tarzán protegiendo a su Jane, no estaban ayudándole mucho.

¿Se había puesto alguna vez tan duro como una roca con solo ver a una mujer existir?

No le gustaba la respuesta pero la conocía bien.

Jamás, jamás nadie lo había perturbado emocional y sexualmente al mismo tiempo. Jamás había deseado con tanta intensidad. Y sabía que nada tenía que ver lo que estaban viviendo en esos momentos porque el deseo venía desde antes, mucho antes.

El ansia de tocarla, pero tocarla de verdad, estaba siendo cada vez más fuerte.

¡Y maldita fuera! Sentía que la detestaba porque lo hacía pensar en sexo después de todo lo ocurrido.

>Pero no es su culpa, León< desde luego que no. Ariana no tenía la culpa de ser tan jodidamente hermosa. >El maldito pervertido aquí eres tú. Solamente tú<

Durante minutos había estado escuchando el agua caer de la regadera, minutos que se le habían hecho eternos hasta que finalmente escuchó que cerraba la llave.

Cerró los ojos y la imaginó secándose los generosos pechos, el vientre liso, los suaves muslos...

Preciosa... preciosa criatura femenina. ¡Lo volvía loco! Y lo pero era que ella no había hecho nada, ni una sonrisa, ni un indicio de coqueteo, nada. En el Moonlight era la mujer más sensual, la más candente y seductora, pero ahí con él... Ahí nada era intencionado.

Le hubiese gustado alguna reacción de su parte, o algo que lo hiciera pensar que le atraía aunque fuese un poco, pero sabía que estaba pidiendo demasiado.

Dio otro sorbo a la bebida. Su nuez de adán estaba en completa tensión. Sus manos temblaban, todo él lo hacía.

–¿Chicano?– luego de algunos minutos ella lo llamó tras su espalda.

El moreno carraspeó su garganta.

–¿Sí?– respondió pero no se giró para mirarla, sabía que quizás no iba a ser capaz de controlarse.

Tenerla cerca no hacía sino despertar en su cuerpo reacciones mucho más calientes, más eróticas.

Desde donde estaba podía oler su aroma, fragante, cálida y muy femenina. Incluso recién duchada podía detectar su sensual olor.

¡Mierda!

Se sentía como un animal en celo.

La sensación era de placer y dolor.

–El baño está disponible por si deseas ducharte. Como ves, no me desmayé ni nada por el estilo–

Un baño de agua helada era lo que León estaba necesitando con urgencia.

Asintió y se puso entonces.

Ariana no pudo evitar que sus ojos vagaran por la extensa y fuerte espalda. Pero fue ahí donde se dio cuenta de que su camiseta negra parecía empapada de algo. Frunció el ceño y se acercó.

¡Estás herido!– exclamó alarmada. –¡Cielo santo, estás herido!–

–Cálmate, cálmate, Ariana, joder– respondió él tajante. Aquella herida era el resultado de su enfrentamiento con el hijo de Hans Lundgren. Habían luchado arduamente por hacerse con el puñal. Había sido entonces apuñalado pero después había utilizado aquella misma arma para acabar con él. La lucha había terminado a su favor pero era claro que no había salido ileso de ahí y se había llevado aquel recuerdito. No lo había mencionado porque sabía que el prestarle atención únicamente los retrasaría. Le había restado importancia y se había olvidado del asunto concentrándose solo en huir. –No es para tanto–

–¿Que no es para tanto? ¡¿Que no es para tanto?!– protestó ella furiosa y angustiada a partes iguales. –Estás sangrando... Llevas horas sangrando. ¿Crees que eso no es para tanto?–

León se hundió de hombros.

–Comparado con lo que el ruso planeaba para nosotros, sí, no es para tanto– repitió convencido.

Ariana no se pudo creer que estuviese tomando tan a la ligera el hecho de que estaba desangrándose. Lo miró como incrédula y enfadada, rodó los ojos y después volvió su completa atención a la herida.

–Sólo es un pequeño corte– insistió el moreno.

La cosa era que aquel pequeño corte medía un palmo. Estaba muy inflamado y de ahí brotaba sangre sin parar. Aunque fuese de manera lenta si no era atendido pronto llegaría el momento en el que se quedara sin una gota y entonces muriera.

Determinada, la castaña se dijo que tenía que detenerle el flujo de sangre sí o sí pero recordó que habían dejado las pocas cosas que llevaban consigo, en la cabaña justo cuando aquel hombre los había interceptado. Dio un respingo con una nueva idea en su cerebro y comenzó a rebuscar en los cajones de los muebles de la habitación hasta que finalmente encontró lo que buscaba... Un botiquín. Los moteles no eran tan malos tomando en cuenta que estaban preparados para situaciones como aquella. Lo tomó y después lo colocó sobre la mesa ante la atenta mirada de León que no podía despegar sus ojos de ella.

–Tengo que curarte– lo dijo tan preocupada que sus palabras llegaron hasta el pecho del moreno, haciéndolo estragos. Tuvo que llevarse una mano al pecho porque sintió que el corazón se le saldría. Fue discreto y tragó saliva. La miró fijamente hasta que se dio cuenta de que ella le estaba hablando y no podía entender lo que decía.

–Disculpa... ¿qué?–

–¿Que si puedes quitarte la camiseta?– le preguntó un tanto nerviosa.

–Claro– León asintió. Hizo esfuerzos de hacerlo. Aunque le doliera se abstuvo de hacer alguna exclamación o muestra de dolor.

Por unos instantes Ariana se quedó paralizada.

El tener a un hombre semidesnudo frente a ella era casi subliminal. Nunca había estado así con alguien, al menos no por gusto.

Intentaba mantenerse serena pero dudaba que estuviese lográndolo. Su corazón palpitaba fuertemente y temía que Chicano fuese a escuchar los fuertes latidos. Pensaba que eso ocurriría puesto que a ella le taladraban los oídos.

Lo vio tomar asiento en la silla donde había permanecido hasta entonces.

–Eh... yo... yo...– titubeó por segundos. –Manos a la obra, ¿no?– resopló. Tomó el antiséptico y también el frasco de alcohol. Los abrió y después se hizo con el algodón.

Luego de remojarlo se había llegado el momento de colocarlo sobre la herida para limpiar la sangre seca de los bordes y también la que seguía brotando. Lo hizo con extremo cuidado obligándose a sí misma a no fijarse en la desnudez de su torso.

¡Oh, pero eso era imposible!

Era un espécimen masculino creado para simple y pura sensualidad.

Su piel morena brillaba atrayéndola como un rayo de luz. Era muy suave al tacto pero a la vez dura, parecía terciopelo. Había músculos por todas partes. Todo él estaba bien trabajado. Sus brazos eran gigantescos, sus bíceps duras rocas. El abdomen cuadriculado y los pectorales bastos y endurecidos, una capa de vello oscuro cubría virilmente toda aquella extensión desde el pecho hasta bajar en línea rodeando el ombligo y perdiéndose en la cinturilla de sus pantalones.

–¡Ah, mierda!–

La castaña se quedó paralizada cuando lo escuchó gritar.

–¿Qué ocurre?– le preguntó alarmada.

–¡Esa cosa arde como el infierno!– exclamó horrorizado.

–Ya lo sé pero es necesario para que no se te infecte. Ruega al cielo que no esté infectado ya–

–Ruego porque nunca más tenga que cruzarme con el maldito alcohol. Creo que ya es suficiente–

De nueva cuenta Ariana rodó los ojos pensando en que estaba comportándose más como un niño pequeño.

Tomó el antiséptico y le esparció un poco.

–La herida no es tan profunda, así que creo que no necesitarás puntadas. La mala noticia aquí es que yo no soy médico, así que deberás ver a uno cuanto antes–

–Lo haré cuando lleguemos a Green Bay–

Ariana no pudo objetar nada. Con el asunto de su desmayo había sido igual de necia en rechazar la propuesta de ir a algún hospital.

–Bien– se dedicó entonces a cubrirlo con las gasas y la cinta micropore, anudando un improvisado vendaje para evitar que sangrara más.

En total silencio, León la observó, admiró su expresión de determinación, lo terca y decidida que era, más el brillo de sus ojos color miel. Supo y quedó entonces convencido de que la mujercita le fascinaba. Le fascinaba y había valido la pena correr todos los riesgos por ella.

Segundos más tarde, Ariana terminó lo que estaba haciendo y retrocedió todavía con los nervios a flor de piel por la proximidad entre ambos.

Se sintió un poco más segura una vez que marcó distancia. Misma que lo decepcionó a él internamente.

Se miraron sin decirse una sola palabra, y ella no pudo evitar sentirse como se sentía. Atraída por la fuerza que emanaba de aquel hombre. Y sabía que debía combatirla, debía reafirmarse y establecer todas las barreras del mundo antes de encontrarse corriendo con menos posibilidades de escape que un ratón acorralado por un gato.

¿De verdad quería alejarse de ese espécimen de varón? ¿Quería hacerlo? ¿O era más bien que deseaba dejarse llevar con él?

Continuó mirándolo e involuntariamente su mirada se deslizó por uno de sus brazos. Aquel fuerte y musculoso brazo con el que estaba deseando tanto ser abrazada. Tenía un tatuaje plasmado ahí en tinta, precisamente en su hombro izquierdo. Parecía ser una moneda antigua o algo por el estilo.

No pensaba preguntarle pero como si estuviese adivinando sus pensamientos, él se lo dijo.

–Es un calendario azteca– le dijo en su natal español.

Ariana salió de su trance. Frunció el ceño sin comprender.

–¿Un calen...? ¿Qué?–

–Un calendario azteca. Ya sabes, los aztecas son antepasados en mi país, y aunque tengo años que no piso tierra mexicana, intento siempre rendirle tributo a mis raíces de alguna manera u otra–

–¿Hace mucho que dejaste México?–

–Sí– respondió con pesar. –Yo era un niño cuando migramos a Wisconsin. Desde entonces no he vuelto a pisar la tierra que me vio nacer–

–¿Por qué migraron?– Ariana sabía que ya eran demasiadas preguntas personales pero en verdad deseaba saber aquella historia de Chicano. Le parecía fascinante que fuese un mexicano tan orgulloso de serlo.

–Por lo mismo que lo hacen miles y miles de paisanos... Vienen a Estados Unidos por el sueño americano, en busca de una mejor vida. Mis padres llegaron aquí a trabajar y a hacerlo honradamente. Yo intento hacer lo mismo–

–Pues... te felicito por eso–

–Gracias–

Ariana enrojeció otra vez. Le parecía todo aquello muy íntimo, más de lo que ella podía manejar. Se apartó todavía más.

Curarlo había supuesto una auténtica tortura. Se dijo que debía sentirse aliviada de que hubiese terminado. Chicano estaba ahí, sin camisa, con la herida cubierta con gasas, sin darse cuenta de lo sexy y varonil que estaba. Y tenía que admitir que en más de una ocasión había tocado los duros músculos y su caliente piel, valiéndose de la excusa de que tenía que curarlo.

Oh, y tocar a ese hombre había sido como tocar electricidad.

–Ya he terminado– le informó.

León se miró dándose cuenta de lo bien que lo había curado. Si decía que no hacían falta que recibiera puntadas entonces no iría a ningún hospital. Confiaba plenamente en aquellas bonitas y suaves manos. Se quedó sin aliento al recordar cómo lo había tocado, tan cuidadosamente y con temor a lastimarlo. Ella era tan dulce...

Carraspeó la garganta.

–¿Qué te gustaría comer antes de que abordemos el autobús?–

–No tengo apetito–

–Lo sé. Ni siquiera miraste tu hamburguesa. Creo que ya se llenó de hormigas–

–De verdad no tengo ganas de comer–

–Pero tienes que hacerlo. Incluso te desmayaste. Además el viaje a Green Bay será largo. Cuando salgamos de aquí podemos llegar a algún restaurante, siempre y cuando no sea uno gourmet porque estoy seguro de que vomitaría–

Ariana no entendió pero de repente se echó a llorar, y lo hizo de manera tan descontrolada que se sorprendió a sí misma. No pudo contenerse y los sollozos se hicieron más fuertes haciéndola sentirse avergonzada.

Él la miró sorprendido y consternado.

–Oh, mierda, Ariana, lo siento. ¡Lo siento muchísimo! Sólo era una broma. Fue estúpido de mi parte, de verdad lo lamento...–

–No, no... Perdóname tú a mí. No sé por qué estoy llorando ahora– se limpió las lágrimas con ambas manos pero estas seguían fluyendo. La cosa era que sí sabía por qué lloraba. Lloraba por todo lo vivido, por las atrocidades que sus ojos habían visto, por haber estado tan cerca de aquellos monstruos y encontrar su vida en peligro, lloraba por Gianna y por las inmensas ganas que tenía de abrazarla.

Trató de calmarse. De verdad lo intentó pero resultó imposible. Se estremeció y tuvo que ahogar sus gritos cubriendo su boca con la palma de su mano.

Atónito y muy preocupado, León no supo qué demonios debía hacer. Jamás había sido bueno lidiando con mujeres llorando. Emma jamás había querido que se le acercara siquiera cuando algo así le sucedía, Camila por su lado era tan alegre que difícilmente lloraba, y cuando lo hacía bastaba con contarle un buen chiste y llevarla por una malteada para que volviera a sonreírle.

Maldición, pero el sonido del sollozo ahogado de Ariana se clavó en su gélido corazón.

Necesitaba desesperadamente darle consuelo, secar sus lágrimas, protegerla.

Entonces hizo lo único que se le ocurrió... Se acercó y la rodeó con sus brazos.

Ella se quedó muy quita sorprendida por la acción, pero aquella incertidumbre duró únicamente segundos. Se pegó a él todo lo que pudo. Los músculos femeninos se relajaban y masculinos se endurecían.

No parecía posible que unos brazos tan grandes con aquellos músculos inmensos pudiesen abrazarla sin hacerle daño pero la estaban abrazando con tanta ternura que tenían que estar hechos únicamente para brindarle toda calor y protección.

De pronto quiso aferrarse a él solamente porque era fuerte y sólido, porque a su lado se sentía protegida y a salvo. Sus brazos como si fuesen su hogar... ¡Su verdadero hogar!

–Si deseas llorar, hazlo... Hazlo, que yo estaré aquí y no dejaré que te derrumbes– León susurró y con su mano le tocó el rostro sujetándola del cuello con mucha suavidad.

–Tenía mucho miedo– confesó, y era verdad. Había estado resistiéndolo durante aquel par de días pero hasta ese momento había explotado todo en su interior, en su cerebro y en su alma. –Estaba aterrada de que nos mataran, de que...– sollozó. –De que te mataran–

–¿A mí?– él se quedó sin aliento. Saber que ella albergaba una emoción, por más mínima que sea, lo hacía delirar, sentir que volaba entre nubes y una fantasía se cumplía. –¿De... de verdad te preocupo?– le preguntó susurrante.

Las mejillas húmedas de Ariana se llenaron de rubor.

¡Ah! Y ese rubor la hacía parecer mucho más bonita, más delicada.

Asintió sin mirarlo.

Ese gestó le llegó a León hasta el alma. Tragó saliva sintiéndose debilitado por el contacto con el cuerpo femenino, por toda ella.

–¿Por qué?–

¿Le salvaba la vida y después le cuestionaba el motivo de que se preocupara por él?

–Porque... porque no podía soportar la idea de que algo te sucediera. Has sido un gran apoyo para mí... Un gran amigo–

León experimentó una especie de desilusión. Casi rio con ironía. Amigo. Claro. Por un momento había tenido la audacia de pensar que...

Exhaló. Nada.

–Tranquila. Los dos estamos bien. Ya todo ha pasado. Esos malditos no nos encontraran. Volverás a tu casa, te lo juré y pienso cumplirlo–

Ariana confiaba en él. No dudaba ni por un segundo en que fuese a cumplir con su palabra.

Le gustó sentir que las fuertes manos se negaban a soltarla. Ella tampoco quería separarse todavía de aquel esplendido hombre. El único que hasta ese momento había conseguido que le entregara toda su confianza.

A León le palpitó el pecho, y ancló sus largos y gruesos dedos en la acentuada cintura femenina, atrayéndola mucho más a él, todo en un abrazo que no tenía absolutamente nada que ver con la amistad, sino más bien con el hecho de que deseaba estar dentro de ella desde el mismo momento en que la había mirado a los ojos por primera vez.

Abrió los ojos horrorizado cuando la vio alzar el rostro y mirarlo fijamente. Por instantes creyó que de alguna manera ella había conseguido leer en su mente todos esos sucios pensamientos, pero después sucedió una cosa más...

Ariana llevó sus manos al nacimiento de pelo en su nuca, y...

Por espacio de un segundo, el moreno se quedó paralizado, incapaz de reaccionar, incapaz de comprender. Pero después sus sinapsis cerebrales entraron en acción, y se dio cuenta de que estaba sucediendo, Ariana lo estaba besando mientras se agarraba de sus brazos en busca de equilibrio, produciendo un suave y asustado sonido en el interior de su boca.

La siguiente reacción no tardó en llegar. La atrajo con mayor fuerza y sus labios comenzaron a devorarla deleitándose en el sabor del fuego, dulce y caliente, como la idea que él tenía del paraíso.

La besó con ansias, ávido de pasión y desenfreno, ladeando la cabeza para inhalarla por completo, saliendo al encuentro del éxtasis de pasión con ella. La sensación de su lengua invadiendo audazmente hizo que las rodillas se le aflojaran pero no iba a dejarla que cayera, no iba a soltarla.

Era hermosa, y no podía creerse que la estaba besando hasta la locura, con abandono y rendición, completa, de pasión sin límites.

Jadeó apretándola más plenamente contra él, aumentando el beso de intensidad, y después gruñó de excitación, expresando con exactitud todo lo que estaba sintiendo.

Y llevaba tanto tiempo pensando en cómo sería aquello que por instantes se pensó que estaba dentro de un sueño. Pero era real. Ella sin duda lo era.

Empuñó su cabello acaramelado con su mano izquierda y usó la que tenía libre para tocar la suave piel de su espalda. Sus senos chocaron contra su pecho encendiendo mucho más su deseo, a magnitudes colosales.

La deseaba con todo su ser.

No podía evitar pensar en desnudarla y tenerla bajo su cuerpo, o encima. ¡No importaba cómo!

El anhelo lo estaba aniquilando. Era una necesidad tan grande que su corazón estaba a punto de colapsar, de estallar como una bomba expansiva.

La lucha interior fue demasiado fuerte y no creyó ser capaz de contenerse. Nunca había experimentado tal descontrol y no era algo de lo que estuviera disfrutando. Pero la realidad era esa, Ariana derribaba todas sus defensas.

Continuó pensando que en cualquier momento iba a empujarlo para detenerlo, pero ocurría todo lo contrario.

Ella lo besó, hambrienta, y él ahondó en el beso, introduciendo la lengua en su boca, que lo aguardaba. Adorando el salado de las lágrimas y el amargor del miedo, pero por debajo de aquellas sensaciones era fuego puro, lo dejaba sin aliento con su avidez, con su urgencia. Con su deseo.

Ariana lo besaba y se dejaba besar del mismo modo.

Nunca había sentido un deseo puramente físico, tan grande que no podía contenerlo, nunca se había excitado tanto con el beso y el toque de ningún hombre, nunca se había encendido de forma tan sensual sintiendo cómo un fuego ardía en su interior.

El choque de emociones la tenía al borde junto a la poderosa reacción sexual.

Aquello que tanto había rechazado en otros hombres le producía una sensación diferente con Chicano.

¡Maldición! ¡Maldición! ¡Maldición!

No necesitaba nada de eso. No necesitaba que su cuerpo despertara, mucho menos que la excitara un sujeto como él.

Fue ella quien rompió el contacto, quien desprendió sus labios y lo alejó colocando la mano sobre el fuerte y áspero pecho, empujándolo suavemente.

Los dos se miraron con la respiración entrecortada y con fiera intensidad, como si estuvieran tratando de decirse algo. Impresionados ahora por lo sucedido.

Ariana no podía creerse que hubiese iniciado aquel beso y que después hubiese permitido que la besara así... ¡Cielo santo! Pero es que había hecho mucho más que sólo relajarse y permitírselo, casi lo había aspirado, y la triste verdad era que llevaba ya varios días deseando besarlo así.

Abrió la boca para decir algo pero las palabras se quedaron atascadas en su garganta. Fue tanta la vergüenza que sintió, sí, vergüenza por haber sido ella la incitadora, y avergonzada también por haberlo disfrutado hasta ansiar una segunda dosis de sus besos.

En definitiva no había sido la primera vez que la besaban, pero sí el primero beso con el que no se había sentido ultrajada ni manchada.

–Lo lamento... Lo lamento muchísimo. De verdad, no sé en qué estaba pensando. Yo... yo...– estaba visiblemente angustiada y afectada también. –Perdóname, por favor–

León alzó las manos tratando de calmarla.

–No te alteres, por favor, tranquila. No ha sido culpa tuya. Yo... yo también te besé y corro con toda la responsabilidad–

Ariana negó. Era terca.

–No sería justo–

Él exhaló.

–Entonces nadie aquí es culpable. Los dos estamos demasiado cansados, hemos vivido cosas terribles y... y la tensión y el estrés simplemente... explotaron–

Sí, eso era. Ninguno había podido evitarlo. Había sido sólo... una forma que había encontrado para desahogarse. Sí. Tan sencillo como eso.

Ariana asintió en acuerdo porque se negaba a pensar en que había besado a aquel hombre porque realmente lo había deseado.

–Te agradecería que... que no habláramos más de esto–

León experimentó una sensación de frustración pero asintió.

–Será como tú quieras–

La castaña soltó el aliento y de nuevo tomó asiento en la cama.

Había todavía un montón de cuestionamientos que no iban a dejarla en paz. Y tenía que concentrarse en ello para poder olvidarse del beso y de los ardientes labios que la habían besado con gran intensidad.

–¿Quién era ese hombre?–

–¿Qué hombre?–

–El Boss–

León no había esperado que Ariana deseara entablar aquella conversación. Mucho menos en un momento como ese, pero el mensaje le había quedado claro. El tema del beso no volvería nunca, y el pacto comenzaba desde ya.

–Es un hombre despiadado. Es un criminal–

–Eso ya lo sé– le había quedado más que claro. –Lo que quiero saber es... qué demonios tienes que ver tú con él, por qué nos secuestró, qué es lo que quiere de ti...–

Él no parecía muy convencido de querer informarle sobre todo eso.

Pero la castaña insistió.

–Prometiste que si salíamos vivos de aquel lugar me lo contarías todo. Lo prometiste–

–Está bien, está bien. Voy a contártelo todo– soltó un suspiro. –Yo... tengo razones muy importantes para estar tras la pista de ese cabrón–

–¿Por qué? ¿Quién es?– la confusión en ella era visible.

Y León sabía que merecía al menos saber algo sobre el hombre que había querido violarla, torturarla y asesinarla.

–Se llama Hans Lundgren y es un mafioso ruso. Está en la lista de los más buscados por la Interpol pero hasta ahora nadie ha podido atraparlo. Es un tipo muy hábil y ha sabido bien cómo librarse de pisar la cárcel y obtener el castigo que tanto merece–

–Sigo sin entender por qué eres tú el que lo persigue–

León se aclaró la garganta y la miró con fijeza.

–Porque soy policía, Ariana–

La revelación la dejó impresionada, sin habla. Lo miró como esperando que le dijera que estaba bromeando.

–¿Po...policía?– ella no pudo creérselo. ¿Estaba hablando en serio? ¿Chicano era policía? –¿Cómo que policía?–

–Es una larga historia–

La castaña echó un vistazo al reloj.

–Creo que tenemos el tiempo suficiente antes de irnos a la estación de autobuses. Vamos, explícamelo porque no entiendo nada ahora. ¿Por qué si eres policía trabajas como guardia de seguridad en el Moonlight?–

–Me quitaron mi placa y me dieron baja indefinida. Tenía que trabajar de algo para no volverme loco en casa–

–¿Por qué te hicieron eso?–

–Ellos...– le costaba explicarlo. Realmente era difícil para él. Exhaló. –Ellos dijeron que yo ya no era apto para estar al frente en el cuerpo policial. Luego de una misión fallida en donde mataron a mi compañero y amigo, yo... comencé a obsesionarme con atrapar a su asesino... Fue tan grande la obsesión y mi hambre de justicia y venganza que... quizás comencé a perder un poco la cordura. Lo único que deseaba era refundir a ese hijo de puta en la cárcel, no me importaba cómo. Porque además de todo estaba Elle de por medio–

–¿Elle?–

–Elle McConaughey. La hija de doce años de Matthew y Amanda McConaughey. Fue secuestrada por Lundgren hace meses, ese maldito la privó de su libertad y la separó de sus padres. Jamás pidió rescate pero ellos nunca perdieron la esperanza de que estuviera viva. Y yo les juré que iba a regresárselas sana y salva. La misión quedó a cargo de mí y de Badgley. Él insistió en ser el infiltrado y... terminó siendo descubierto por esos malditos. Por eso lo mataron, y por eso me empeñé tanto en vengar su muerte y en rescatar a Elle–

–¿Pero entonces... sigues a cargo del caso?–

León negó. Sonrió pero no era una sonrisa real, sino más bien irónica.

–Se lo asignaron a otro compañero, Douglas. Se supone que yo ahora debería estar en casa cumpliendo con mis vacaciones impuestas, y no aquí. Pero... se me presentó la oportunidad y no pude rechazarla aunque estuviera yendo contra la ley. La persona que nos sirvió de contacto para entrar a la organización la primera vez, me refiero a antes de que mataran a Badgley, me contactó hace una semana. Yo no sabía si era una trampa para matarme por haber sido cómplice o si simplemente no me habían relacionado con el tema, pero no me importó. Lo único que deseaba era estar cara a cara con Lundgren y tener así la oportunidad de averiguar el paradero de Elle–

A Ariana le dolió el corazón al pensar en el paradero de aquella pobre niña. Estando en manos de aquel desalmado, no podían esperar que ella en serio estuviese bien.

Se le encogió el corazón al imaginar la crudeza desgarradora de la situación, y en aquel instante el tiempo pareció encogerse y girar también.

Lo lamentó desde el fondo de su alma, y le dolió como nada.

–Supongo que no lo conseguiste– le dijo dándose cuenta de toda la tristeza que el moreno llevaba en el rostro, en sus ojos, en cada línea que marcaba su cara.

–No– respondió León secamente. –No pude hacerlo, y... quizás esa fue la última oportunidad que tenía para hacerlo. Ya nunca podré saber de Elle, ni podré llevarla devuelta con sus padres. Estoy seguro de que Douglas no hará nada, es un imbécil–

–¿Entonces por qué no nos quedamos más tiempo? Quizás unas cuantas horas más nos habrían bastado para averiguar algo, para...–

A León le enternecía la preocupación que mostraba la castaña por Elle, pero no les valía de nada. Una tristeza muy profunda lo invadió.

–No teníamos más tiempo, ni siquiera unas cuantas horas...– la miró a los ojos. –Ellos querían que te asesinara. Esa iba a ser la prueba que querían para dejarme entrar al clan, que te matara a sangre fría, no sin antes dejar que te violaran todos en grupo. ¿Comprendes ahora por qué no podíamos permanecer ni un segundo más ahí? Planeaban llevar a cabo estos planes apenas amaneciera–

Ariana se quedó helada. Un shock le sacudió todo en su interior y la sangre en sus venas se paralizó mientras un escalofrío le recorría la espalda.

Él no esperó que dijera algo. Sabía que sus palabras le habían afectado y que seguramente tardaría en reponerse. Deseó poder abrazarla de nuevo pero se abstuvo. Era demasiado peligroso que volvieran a tocarse.

La vio entonces levantar sus preciosos ojos y clavarlos en él.

–¿Quieres decir que... que al rescatarme...?–

León resopló y le dio la espalda.

–Mejor será que ya no hablemos de esto– contestó.

Pero Ariana no podía dejar las cosas así. Se levantó y fue tras él. Lo tomó del brazo para hacerlo girar y entonces quedaron los dos frente a frente una vez más.

–No, tenemos que hablar–

–No hay nada más que decir, Ariana. Olvídalo– le dijo.

–¿Que lo olvide? ¡¿Cómo puedes pedirme eso?!– ella le reprochó al borde de las lágrimas.

León perdió de poco la paciencia.

–¡¿Entonces qué quieres que te diga, joder?! ¡¿Que se jodió mi plan?! ¡¿Que se fue al carajo al carajo la última oportunidad que tenía de rescatar a Elle?! ¡¿Que cambié su vida por la tuya?! ¡¿Eso quieres que te diga?!–

–Oh, cielo santo...– se tapó la cara intentando no llorar, no derrumbarse.

Él se acercó recriminándose por haberle hablado de manera tan cruda.

–No tienes que sentirte culpable. Las cosas sucedieron así, por favor olvidémonos de todo–

Pero con sus pupilas inundadas en llanto, ella también lo miró.

–¿Tú podrás olvidarlo? ¿Podrás olvidarte de Elle?–

–No. No me olvidaré nunca de esa inocente niña. Creo que la llevaré en mis pensamientos todos los días de mi vida, pero ya no puedo hacer nada–

–Por mi culpa– Ariana sintió un nudo en la garganta. Su voz salió quebrada.

–¡No! No fue tu culpa. Tampoco mía. No podía entregarte a esos cabrones. Jamás habría podido hacerlo. Y tienes que entenderlo. Además existía la posibilidad de que no hubiese conseguido nada, o de que Elle... ya esté muerta. Hice lo correcto y no me arrepiento–

El corazón de Ariana dio un vuelco.

•••••

Faltando aproximadamente media hora para que el autobús con destino a Green Bay saliera, Ariana y León llegaron a la estación preparados para abordarlo.

Con la ropa que habían comprado en Walmart, ya duchados y sin tierra que los manchara, parecían ahora una pareja normal que estuviese de paseo, y no dos extraños con el aspecto de Rambo y Lara Croft.

Caminaron por la plaza principal intentando no levantar ninguna sospecha, y consiguiéndolo. Nadie los miraba a diferencia de cuando habían llegado.

–Tal vez... tal vez sea buena idea que te tiñas el cabello, o lo cortes–

León hizo el comentario tan despacio y tan de repente que Ariana frunció el ceño pensando por un segundo que había escuchado mal.

–¿Qué?–

–Ya lo oíste. Deberías cambiar tu aspecto–

–¿Por qué?–

–Porque ese malnacido de Lundgren irá en tu busca–

–¿Y por qué estás tan seguro de que irá por mí y no por ti?–

–De que irá por mí, irá por mí. Ese es un hecho y estaré siempre preparado para eso, pero temo que te encuentre a ti–

–No lo creo. Para él soy solo una cocinera, terminará olvidándose de mí–

León negó.

–No te olvidará. No tuvo oportunidad de follarte. Esa es una razón bastante poderosa tratándose de él–

¡Mierda! La única solución ahí era que dejara de ser tan bonita. Si no hubiese sido tan hermosa habrían tenido al menos una oportunidad en aquella casa del infierno. Pero era algo imposible.

Ariana era la criatura más bella que hubiese pisado la tierra alguna vez. Lo sabía él, y lo sabía Hans Lundgren también.

En ese momento estaba tan hermosa.

Le estaba gustando mucho lo que veía. Con su carita perfecta de muñeca, o de estrella de cine, y sus ojos marrones de largas pestañas, la densa melena color caramelo que llevaba ahora recogida en una larga cola de caballo, y el delicado y menudo cuerpo perfectamente proporcionado.

La vio suspirar.

–No puedo vivir con miedo toda mi vida. No puedo darle el gusto a ese maldito degenerado–

El moreno sabía que ella tenía razón.

–Es verdad lo que dices. Creo que estoy un poco paranoico. De cualquier manera es poco probable que nos encuentre. La única ciudad con la que puede relacionarnos es Milwaukee, así que dudo que se le ocurra buscarnos en Green Bay–

–¿Lo ves?– Ariana pensaba del mismo modo. Ya no sentía ningún miedo. Se había esfumado y ahora sólo sentía odio, desprecio y rabia contra aquel delincuente.

–Será mejor que nos tranquilicemos y... abordemos ese condenado autobús–

–No puedo estar más de acuerdo–

León tomó en sus manos los dos boletos que había comprado más temprano. Debía tenerlos preparados para no perder ni un solo instante.

–Estoy preocupado por ti. No comiste nada–

–No podré comer hasta que esté en mi casa. Todavía tengo el estómago revuelto–

Él suspiró. No podía culparla.

–Al menos deja que te consiga algo de café para el camino–

Un poco de cafeína le caería bien. La castaña asintió.

–Está bien–

–¿Cómo te gusta?–

–Con leche y sin azúcar–

Asintiendo, León comenzó a dirigirse a la maquina expendedora que estaba a unos cuantos metros, pero todavía la miraba. A decir verdad, no pensaba perderla de vista.

–Espérame aquí. Ahora vuelvo–

Cansada, Ariana se abrazó los brazos debido a la fría brisa que se sentía.

Pensó en que Chicano había acertado al decirle que comprara aquel suéter.

Era muy inteligente y siempre pensaba en todo.

No pudo evitar mirarlo a la distancia. Mientras iba por los cafés él no era consciente de que ella lo estaba observando.

Admirando, era quizás una mejor manera de expresarlo.

Ella no podía dejar de hacerlo. No podía apartar sus ojos de aquel cálido, protector y valeroso hombre.

Que le hubiese salvado la vida, que la hubiese antepuesto primero que a nada evitándole un destino horrible, debía ser irrelevante con el hecho de que fuera capaz de encender en ella cada célula femenina de su ser.

Ah, no podía olvidarse del beso que habían compartido. Seguía quemándole los labios, todavía podía sentir su sabor y su calor, haciéndola desesperadamente desear que se repitiera, que él volviese a tomarla entre sus brazos y la devorara.

La Ariana que había sido hasta antes de conocerlo debía estarse burlando.

En el pasado había odiado a los hombres, y le había encantado despreciarlos, castigarlos por tratarla como a un objeto.

Pero Chicano no la había tratado de ese modo ni una sola vez. Él la había tratado como lo que era... Un ser humano. Y sólo por eso lo consideraba diferente al resto.

Por eso tenía que detener todo aquello que estaba sintiendo. Ponerle un freno a esos catastróficos sentimientos que empezaban a dominar sus pensamientos y su corazón.

Sí, tenía que olvidarlo, convencerse de que no sería más que un amigo, un muy buen amigo. Y seguro no tendría problema en hacerlo una vez que estuviesen de vuelta en sus vidas normales.

Cuando León regresó, ella se sobresaltó un poco saliendo estrepitosamente de sus pensamientos.

–Aquí está tu café– se lo entregó.

–Gracias– Ariana lo tomó pero no bebió de inmediato. Le gustaba esperar a que se enfriara un poco.

–Vamos, creo que ya podemos subir–

Los dos se dirigieron al autobús que había abierto sus puertas. Fueron los primeros en entrar y eso les permitió elegir sus lugares.

Escogieron los últimos de nueva cuenta, pues sólo así podrían estar al pendiente de las demás personas que abordaran.

A pesar de que había tratado de demostrarle que no estaba asustado pero la realidad era que no había conseguido que sus nervios lo abandonaran.

Estaba tan nervioso como un gato callejero, mirando constantemente hacia la puerta, hacia las ventanas, demonios, incluyendo hacia el cielo por si a aquellos maleantes se les ocurría ir a buscarlos en helicóptero.

Siempre había sido capaz de recorrer una habitación con la mirada y captar al instante todos los detalles que bien podía escapársele a los simples mortales. No iban a pillarlo desprevenido.

Abordaron y minutos más tarde las puertas fueron cerradas y el chofer se dispuso a iniciar el camino.

Por fortuna y al igual que el primero, el autobús iba casi vacío. Una mujer con dos niñas pequeñas que hicieron a Ariana recordar a su adorada Gianna, una pareja de jóvenes que se mantenían ocupados besándose en todo momento, y tres chicos que reían y bromeaban sobre el viaje al que se aventurarían en celebración del final de sus exámenes bimestrales.

La castaña bebió de su café y miró por la ventana dedicando todos sus pensamientos para su hija, añorando el momento en que por fin la abrazaría, y sintiéndose muy contenta de que la espera era cada vez menos, y pensando también en lo preocupadísima que debía estar la señora Doris. Tendría que inventarle algo. Desde luego no la preocuparía contándole lo que en realidad había sucedido.

Por su parte, León se dijo que debía relajarse.

Todo había salido bien.

Ariana estaba viva, descansaba junto a él, a salvo, ilesa, esos cabrones rusos no le habían tocado ni uno solo de sus preciosos cabellos, y la llevaba de regreso a Green Bay. Era todo lo que importaba.

Soltó el aliento y se recargó en el asiento, agradeciendo que estuviese acolchonado y fuese cómodo.

–¿Estás bien?– el hecho de que ella le preguntara lo sorprendió un poco.

Frunció el ceño.

–Eh... sí. Estoy bien. ¿Y tú?–

–Feliz. Apenas y puedo creer que regresaré a casa. Es... como un sueño–

León bajó la mirada con pesar.

–Lamento mucho haberte involucrado en este asunto, y que hayas vivido todas esas atrocidades–

Ariana no pudo evitar la sonrisa irónica.

–Creo que todo es culpa mía. Me dijiste que me fuera cuando nos encontramos en esa farmacia de Milwaukee, ¿recuerdas? A decir verdad, me lo exigiste. Tú no querías que esos hombres me llevaran a mí también. Lo demás... supongo que fue el destino que seguramente quiso enseñarnos alguna clase de lección–

El destino...

León no lo había pensado de aquel modo, y eso lo dejó pensativo durante unos cuantos segundos.

–Tal vez debamos dejar de hablar de este tema. Alguien podría escucharnos–

Ariana asintió porque pensaba lo mismo.

–¿De qué quieres que hablemos? Será un viaje largo y más vale que encontremos un buen tema de conversación–

Él se hundió de hombros.

–No lo sé... ¿Cuál es tu película favorita?–

–¿Mi película favorita?– ella sonrió. Nunca nadie le había preguntado sobre ese pequeño e insignificante detalle. –Creo que... Titanic–

–Pero si esa película tiene un final bastante trágico–

–Así es mejor– respondió ella. –En la vida real tampoco existen los finales felices–

León no le replicó. Era cínica pero tenía razón.

–En eso concuerdo contigo–

–¿Y cuál es tu película favorita? Estoy segura de que tu respuesta será Fast & Furious como todos los hombres. Les gustan los autos y los disparos–

–Bueno, esas películas son buenas, y además de autos y disparos también trata de lo importante que es la familia, pero no, no es mi película favorita. Ese título le corresponde solo a The Blind Side y a The Perfect Game–

–¿The Blind Side es esa película que trata sobre un chico que es adoptado por una familia adinerada y después cumple su sueño de ser jugador profesional de football americano?–

–Esa misma–

–Es una historia hermosa–

–Lo es– asintió él.

–Y la otra... ¿The Perfect Game? ¿De qué trata?–

–Ah, esa le encanta a mi papá también. Trata sobre un grupo de niños mexicanos beisbolistas, específicamente de la ciudad de Monterrey que en el año de 1957 cruzaron la frontera llegando a suelo americano a pesar de las adversidades, entre ellas la pobreza. Jugaron una serie infantil y vencieron a todos los equipos contrincantes, pero en el último partido marcaron el primer juego perfecto de la historia. La película está basada en hechos reales, y eso la hace aún mejor–

–Algún día tendré que verla–

–Estoy seguro de que te encantará–

Se miraron y se sonrieron.

–Ahora hablemos de música– propuso Ariana. –¿Qué tipo de música escuchas?–

–¿En español o en inglés?– le preguntó todavía sonriente y haciéndola reír.

–En ambos idiomas–

–En español Luis Miguel y José José, son los más grandes cantantes de México. Y en inglés The Beatles, por supuesto. También un poco de Elvis Presley. Ahora te toca a ti–

–Yo soy más contemporánea. Me gusta Adele, es mi cantante favorita y la escucho cuando estoy en casa. Y claro, también debo escuchar y aprenderme las canciones que utilizamos para coreografías en el Moonlight, aunque no me gusten tanto–

León sopesó la respuesta. Luego de un momento volvió a hablar.

–¿Puedo hacer una pregunta un poco... diferente?–

La castaña no comprendió a qué se refería con diferente pero asintió.

–Claro–

–¿En dónde aprendiste a bailar... así como lo haces?–

Sin duda no había esperado que le preguntara aquello pero no le molestó en lo absoluto.

–Han sido años de práctica, y bueno, aprendí de la mejor–

–¿La mejor?– deseó saber él.

–Nicki, ¿quién más?–

–¿Nicki fue bailarina también?–

–Lo fue hace muchos años, antes de que yo llegara. Cuando yo me integré ya era la mujer de Ice, y la segunda al mando, aunque eso es pura formalidad. En el fondo es ella quien manda. Ice y todos los demás la obedecemos. De cualquier modo siempre ha sido buena jefa, y en su momentos nos enseñó y compartió todo el conocimiento que tiene sobre el arte de... ya sabes, bailar en el tubo–

–Ya– León tenía muchos más cuestionamientos para hacerle. Quería saber su edad, desde cuándo bailaba en aquel lugar, y sobre todo... Cómo era posible que una chica tan linda como ella se dedicara a los bailes eróticos, pero tenía el presentimiento de que eran preguntas demasiado personales. Y quizás se había pasado un poco con la última pregunta que le había hecho.

–No me gusta hablar mucho de mí– le dijo Ariana y para él el mensaje estuvo claro.

No la interrogaría más. Lo último que deseaba era incomodarla.

–Entiendo–

–Pero puedes hablarme de ti. ¿Siempre quisiste ser policía?–

El moreno dudó un poco y ladeó la cabeza con duda.

–Mmmm– se lo pensó durante unos cuantos segundos. –Sí y no–

–¿Sí y no? Esa no es una respuesta– Ariana rió.

–Es que sí quería ser policía. El sueño de todo niño siempre será seguir los pasos de su padre. Papá fue el mejor policía de Wisconsin, pero... en algún momento de mi juventud deseé ser jugador profesional de football como Big Mike, y de hecho... estuve a punto de entrar a una universidad con una beca que me llevaría directo a un contrato con la NFL–

–Wow, ¿y qué pasó? ¿Lo rechazaste?–

–A esa edad te juro que no lo habría rechazado, pero sufrí una lesión de rodilla que me llevó a tomar terapia por más de seis meses. Al final me recuperé del todo pero ya era tarde. Ole Miss no iba a estar esperándome, y no lo hizo. Afortunadamente no perdí tiempo y me incorporé de inmediato a la Universidad de Policías del estado–

–¿Te arrepientes?–

León negó.

–Ni un poco. Aquellos eran solamente sueños de adolescente. ¿Imagínate qué sería de mí ahora? Millones de dólares, fama mundial. En definitiva no es lo mío. Soy muy hogareño, sencillo y sobre todo celoso de mi vida privada–

Eso Ariana podía entenderlo.

A ella tampoco le interesaba el dinero ni la fama. Su prioridad era y siempre sería Gianna.

Suspiró.

>Mi niña... Pronto te veré... Pronto estaremos juntas de nuevo<

•••••

Ariana abrazó a su hija con todas sus fuerzas, negándose a soltarla. La abrazó fundiéndose con su pequeño e infantil cuerpecito, respirando el reconfortador aroma que tanta calma le traía. La envolvió en sus brazos y acarició el hermosísimo cabello, más suave que el algodón, y la apretó más contra ella, mucho más.

Jamás la soltaría. Jamás lo haría.

Había creído que no volvería a verla.

–Mi amor... mi amor te extrañé muchísimo. ¿Tú me extrañaste a mí?– se separó un poco de ella para poder mirarla.

Era la niña más hermosa ante sus ojos. La más dulce. Estaba llena ternura.

–Mucho, mami– escuchar su vocecita hizo que el corazón le rebozara de lo mucho que la amaba.

Con sus dos manos le sujetó la carita y la acarició con todo su amor.

–Bebita, jamás te voy a dejar de nuevo, ¿me oyes? Eres lo que más amo en este mundo, eres lo más importante que tengo. Te amo con toda mi alma– volvió a abrazarla.

–Ariana, gracias al cielo estás aquí–

Sin soltar a su pequeña, la castaña alzó su mirada hacia su vecina. La expresión de angustia y desconcierto todavía eran visibles en ella.

–Hablaremos después, ¿sí?– le pidió, pues no deseaba hacerlo frente a Gianna.

Pero entonces su hija pareció recordar algo. Corrió a su habitación.

–Estoy bien– Ariana aprovechó el momento para convencer a su vecina de eso. –Todo está bien, se lo aseguro–

–No lo creo– la señora Doris negó. –Te desapareciste dos días. Dos días, y tú jamás habrías hecho algo así, jamás me habrías provocado esta preocupación tan grande, y sobre todo, jamás habrías dejado a Gianna. ¿Qué fue lo que pasó?–

–Es una larga historia, señora Doris–

–Y yo no estaré tranquila hasta que me lo cuentes–

La joven suspiró.

–Escuche... Nos secuestraron, a mí y a un compañero del trabajo–

–¡Ay, cielo santo!– la anciana se llevó una mano a la boca intentando ahogar el grito de horror.

Gianna no debía escuchar nada.

–Tranquila, tranquila. No me pregunté más porque todo fue horrible, pero gracias al cielo no nos hicieron nada, y... gracias a mi compañero pudimos salir de ahí y volver aquí–

–Pero...–

Ariana negó pidiéndole que guardara silencio pues su hija regresaba.

Emocionada, Gianna volvió junto a su progenitora y le mostró el dibujo que había hecho.

Con lágrimas en los ojos, la joven madre lo tomó y lo observó. Ahí aparecían las dos, estaban tomadas de la mano y lucían sonrisas deformes, pero gigantescas y muy reales, porque ahí estaba plasmada toda la felicidad que sentían cuando estaban juntas. Además había también un perro.

Eso la hizo sonreír y fruncir el ceño también.

–¿Quieres un perro, Gigi?– le preguntó entonces.

La niña asintió con emoción. Los ojitos le brillaron alegremente.

–¿Y cómo voy a negarte algo? Mi amor, mañana mismo iremos a comprarte un perro–

Lo siguiente que sucedió fue que Gianna corrió a abrazarla.

Ariana cerró los ojos y de nuevo la apretó contra su pecho amándola más a cada segundo que transcurría.

El momento fue interrumpido entonces por el teléfono que sonaba.

–Deben ser tus compañeras del club. No han dejado de llamar durante todo el fin de semana. Están muy preocupadas por ti–

Cansada y también irritada por todas las preocupaciones que había causado en sus seres allegados por culpa de aquellos delincuentes, soltó un tenso suspiro.

Sí, debía haberlo imaginado.

Respondió de inmediato.

–¿Sí?–

–¿Ari? ¿Eres tú? ¡Ah, cielo bendito, al fin!– era Brenda quien llamaba.

–Hola, Brenda–

–¿Cómo que hola? ¿Dónde demonios estuviste estos días? Tuvimos que volver de Milwaukee pero te buscamos un día entero. Pensamos lo peor pero después... después atamos cabos y... y todos llegamos a la conclusión de que te habías ido con Chicano, puesto que los dos desaparecieron. Sólo por eso no pusimos una denuncia pero de todos modos no estábamos tranquilas. Tú no eres así–

–Brenda, Brenda, a ver, cálmate. Te prometo que mañana les explicaré todo, ¿de acuerdo? Estoy bien, así que despreocúpense–

–Bueno, pero... ¿Te fuiste con Chicano o no?–

Ella tardó unos cuantos segundos en responder. Finalmente tuvo que hacerlo.

–Sí–

–¡Aaaaahh!– Brenda gritó y no pudo esconder su entusiasmo ante lo que escuchaba.

–De acuerdo, de acuerdo, Ari. No te presionaré más. Estás bien, y eso es lo que importa. Pero mañana nos tienes que contar todo, y me refiero a todo, ¿me oyes?–

Con cansancio, Ariana asintió.

–Mañana hablaremos, pero te aseguro que no es nada de lo que estás imaginando–

–Sí, claro, Ari, eso ni tú te lo crees– rió su amiga. –Bien, te dejó y mañana por ningún motivo vayas a faltar al Moonlight. Además de todo Nicki quiere asesinarte pero estoy segura de que sabrás contentarla–

Ella rió y luego de despedirse colgó.

Pensó entonces en la realidad que la rodeaba.

Había regresado. Y al día

siguiente su vida continuaría con normalidad.

Exhaló y abrazó a su hija.

Esa era toda la normalidad que necesitaba. Nada más.

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