Capítulo 10
Chicano le había dicho que echara el pestillo y no le abriera a nadie.
Después de haber preparado aquella desmedida cena para el Boss, la habían mandado encerrar en la habitación, la misma donde habían dado el espectáculo.
Chicano había tenido el buen cuidado de acercársele antes para susurrarle al oído que tuviera sus precauciones.
Por eso se sintió aterrorizada cuando a las afueras de la habitación escuchó ruidos extraños.
Su primer impulso había sido arrastrar las piernas hasta su pecho mientras permanecía sobre la cama intentando cubrirse con las colchas.
Los ruidos perduraron, parecía algo así como si una especie de pelea se estuviese llevando a cabo allá afuera.
Totalmente desconcertada pero armándose de valor se puso en pie y se acercó para escuchar mejor.
Se hizo hacia atrás después del silencio sepulcral. Por algún motivo los vellos se le pusieron de punta.
La sorpresa y el horror la llenaron cuando vio cómo la puerta se abría de golpe.
Pero no tuvo tiempo para gritar. Él fue más rápido y la sujetó entre sus brazos cubriéndole la boca con su mano.
–No grites. Soy yo–
>¿Chicano?<
¡Sí! Era Chicano. Ella se sintió aliviada y eternamente agradecida de saber que no se trataba del jefe ruso ni de ninguno de sus secuaces. Ver al moreno la hizo casi desmayarse al instante.
Gracias al cielo él la estaba sosteniendo, de otro modo habría caído.
–Me asustaste– exclamó cuando su boca fue liberada.
León cerró la puerta tras su espalda y se negó a pensar en lo maravilloso que era tenerla así, en lo delicada que era, y maldición, en lo bien que olía. Supo entonces que ya debía soltarla. Nervioso se apartó. La vio intentar recuperar su aliento y respiración.
–Tienes motivos para estar asustada– concedió él mirándola seriamente. –Vamos, es hora de salir de aquí–
Ariana se mostró aún más sorprendida con lo que había dicho. Parpadeó todavía incrédula.
–¿Salir?–
Lo vio asentir.
–Cuanto antes. Tienen planes para nosotros mañana, así que no podemos permanecer ni un segundo más aquí–
–¿Qué planes?–
–Joder, no preguntes. Créeme, no quieres saberlo–
–Pe...pero, ¿y las cámaras?– protestó la castaña y apuntó a la que estaba justamente encima de ellos.
León negó.
–Ya me he encargado de ellas– un par de balazos en el centro de control y todo había quedado a su favor. Sin embargo el tiempo antes de que los descubrieran se les estaba agotando ante cada segundo que transcurría.
Para Ariana fue un gran alivio saber que ya no estaba siendo observada por aquel maldito lente, aún así no se movió.
–¿Y los vigilantes?–
A León no le hubiese gustado decirle a la castaña que esos jodidos imbéciles ya no eran problema. Había atacado con un golpe en la nuca al encargado de las cámaras dejándolo inconsciente, le había quitado su arma y con la misma había disparado contra los monitores. Había salido en completo silencio y protegiéndose con la barra que conformaban los escaloncillos de la entrada, había apuntado hacia los dos guardias que vigilaban a las afueras. Ambos habían caído desplomados y muertos. Lo mismo que el desgraciado que cuidaba la habitación de Ariana. El muy bastardo de Lundgren había mandado ponerle vigilancia. Le alegró saber que por la mañana se llevaría una grata sorpresa.
–Por esos cabrones no te preocupes. Ya me he ocupado de... de darles baja. Al menos a la mayoría–
–¿Cómo que darles baja?–
Él negó de nuevo.
–De todos modos lo sabrás así que... los maté. He matado a todos los que podrían obstruir nuestra huida. Eran sus vidas o las nuestras, Ariana– intentó explicarle al ver su expresión horrorizada.
Ella comprendió porque asintió de inmediato.
–¿Estás lista para marcharnos?– le preguntó.
–Sí– respondió Ariana. No había llevado nada consigo salvo lo que llevaba puesto. Había tirado su celular en algún momento cuando esos hombres la habían subido a la camioneta en Milwaukee. Tenía recuerdos borrosos de su bonito pero viejo iPhone cayendo en un gran charco de agua. Exhaló y lo miró a él. Notó que llevaba consigo una maleta que colgaba de su espalda. Seguro se había preparado para escapar. No le quedaba ninguna duda de que era un hombre precavido que analizaba cualquier paso antes de darlo. Se sintió segura y muy esperanzada. Si todo salía bien pronto vería a Gianna. Eso la hizo sonreír internamente. Todo lo estaba haciendo por ella.
Tomó la mano de él cuando se la ofreció.
Antes de salir juntos de la habitación, León se detuvo y se giró para mirarla. Había cierta duda en su mirada.
–Cuando salgamos... no vayas a gritar ni a asustarte, ¿vale?–
Ella asintió.
En completo silencio salieron de la habitación y lo primero que Ariana vio fue el cadáver de uno de los hombres de Lundgren. Estaba bañado en sangre ahí en el suelo, casi como si estuviese durmiendo. El estómago se le revolvió y de inmediato apartó la mirada. Sabía que además de ese, habían unos cuantos más por ahí muertos. Chicano mismo se lo había dicho. Intentaría no pensar en eso, solamente en lograr salir de aquel infierno.
Agradeció el hecho de ser conducida pues además de que no sabía a dónde se dirigían, él se encargó de guiarla por donde no hubiese sangre.
Corrieron juntos por el largo pasillo y en todo momento intentaron no hacer ruido. Despertar a los demás, e incluso despertar al mismísimo Hans Lundgren únicamente valdría para arruinar sus planes y de paso ponerse la soga al cuello.
Salir de aquella casa tenía que ser ya mismo. Era una suerte que León se supiera el camino. Antes de ir en su busca se había dedicado no solamente a matar rusos sino también a revisar la zona para así no perder segundos.
La llevó a una puerta que los dirigiría a la parte trasera del lugar. Salir por enfrente era impensable. Había vigilantes bien armados y alertas ante cualquier situación que pudiese presentarse. No como los otros imbéciles a quienes había pillado desprevenidos.
Lo primero que Ariana vio al poner un pie en el jardín fueron a los dos sujetos muertos. Por instantes se quedó paralizada.
–No pierdas tiempo pensando en ellos. Tenemos que alejarnos de aquí todo lo que podamos–
Chicano tenía razón, pero todo estaba resultando tan fácil que ella sintió de pronto mucho miedo. Se quedó muy quieta. Su cuerpo inerte.
–¿Qué pasa?– cuestionó León al darse cuenta de que algo sucedía.
–No lo sé– respondió y era honesta. –Tengo mucho miedo–
El moreno soltó el aliento.
–Yo sé que lo tienes. Yo también estoy jodidamente aterrado pero tenemos que seguir–
–¿Y si nos encuentran?–
Aquella era una posibilidad muy alta.
–Si no nos damos prisa aumentarán las probabilidades, y me gustaría salir de aquí sin un agujero en mi cabeza. Ni en la tuya–
–Es que... todo parece estar a nuestro favor. Eso no me da buena espina–
–Nuestra suerte se terminará pronto cuando alguno de los que siguen dormidos despierte y vea la sorpresita que les he dejado. Por eso tenemos que irnos ya–
Ariana asintió. Podía ser pequeña, podía ser tonta pero también era fuerte y valiente. Lo había sido durante mucho tiempo por Gianna y lo seguiría siendo. Su pequeña sería su motor por siempre.
–Corramos entonces–
A León le agradó ver toda esa determinación en ella. Casi sonrió.
–Corramos– secundó. –Corre tan rápido como puedas, Ariana... Como si nos persiguiera el demonio– porque eso era lo que ocurría en realidad.
•••••
Era imposible llevar un cálculo exacto de todo el tiempo recorrido y de la distancia.
Para León y para Ariana parecían haber sido eternidades.
Horas y horas transcurridas desde que salieran de aquella maldita casa. Habían corrido de principio con el único objetivo de alejarse todo lo posible. Mientras más lejos, mejor, mucho mejor. Había corrido en busca de alguna barda o algo que se le pareciera pero hasta el momento no lo habían encontrado. Era como si la propiedad no tuviese límites. Se habían adentrado a una especie de bosque. Nada de vecinos, nada de calles o avenidas, nada que les dijera que seguían en el mundo real. Lo único que había a sus alrededores eran árboles, flores silvestres, tierra y el cielo oscuro que todavía no anunciaba todavía el amanecer sino hasta dentro de unas cuantas horas más.
A Ariana le dolían los pies de tanto que había caminado. Sentía la boca seca y más debilitada que nunca. Sin embargo se negaba a decírselo a Chicano y se negaba a la idea de detenerse, horrorizada ante la idea de no estar lo suficientemente lejos todavía.
Sus pensamientos dejaron de estar en blanco cuando lo escuchó hablar.
–¡Maldita sea!– siseó un tanto molesto.
–¿Qué pasa?– desde luego ella se asustó aún más.
Lo vio negar.
–No tengo una jodida idea de dónde estamos parados. No sé hacia dónde vamos, no sé por dónde seguir, y tampoco sé dónde pueda encontrarse alguna carretera o algo que nos guie a salir de este horripilante infierno–
Esta vez quien mantuvo la calma fue Ariana.
–Tranquilo, tarde o temprano tenemos que encontrar el modo de salir de aquí–
León movió la cabeza en afirmación.
–Sólo espero que sea más temprano que tarde–
La castaña intentó protegerse del frío de la brisa. Cubrió sus brazos con sus manos.
–¿Sabes qué hora podría ser?– preguntó como para intentar nivelar un poco la tensión.
Él inclinó la cabeza y miró directo al cielo.
–Quizás poco más de medianoche– dijo y sonó convencido.
–¿Cómo puedes saberlo?–
–Porque fui boyscout. Nos enseñaron bien a calcular el tiempo– miró a su alrededor como analizándolo todo. –Y también el clima, creo que lloverá durante el día. Eso o habrá viento–
–Espero que la lluvia no vaya a ser impedimento para que sigamos avanzando–
León negó.
–No lo será– lloviera, nevara o relampagueara, tenían que salir de ahí, no importaba qué. Exhaló. –¿Ellos... te dijeron algo durante la cena?– aquello era algo de lo que todavía no habían hablado. Durante la cena a Lundgren se le había ocurrido que Vélez, su gran aspirante, podría ir en busca de una extravagante botella de vino que tenía bien guardada en la bodega. No había tenido opción de negarse a la orden y se había visto obligado a cumplirla dejando a Ariana a merced de todos ellos durante al menos quince o veinte minutos. Maldita botella, había sido difícil de encontrar. Finalmente la había visualizado en lo más alto de una alacena. Contento al tenerla en sus manos había corrido tan rápido como le había sido posible, hasta dejar sus pulmones sin aire.
Ariana se mantuvo en silencio durante mucho tiempo. Tanto que él pensó que no iba a responderle. Luego de algunos instantes por fin la escuchó hablar.
–¿Es necesario que vuelva a recordar eso?– le preguntó mientras hacía una mueca de desagrado.
–Sí–
Ella soltó un suspiro de resignación.
–Sólo hizo comentarios vulgares sobre mi cuerpo, específicamente sobre lo que le gustaría hacer con él, por favor no me pidas detalles– estaba asqueada.
Al moreno se le calentó la sangre y apretó los puños con furia.
–¿Alguna otra cosa que no esté relacionada con sexo?– argumentó sin molestarse en ocultar su enojo.
La respuesta de Ariana fue negar sin embargo un tenue recuerdo apareció en su memoria.
–Oh, bueno, el jefe mencionó algo de que debían... encontrar pronto a otro médico que se encargara de... de los pastelitos, sí eso fue lo que dijo–
–¿Los pastelitos?– León frunció el ceño.
–Después empezaron a hablar en ruso y minutos más tarde tú apareciste–
–Ya– murmuró y se quedó pensativo. ¿A qué se habrían referido aquellos malditos bastardos? ¿Pastelitos?
•••••
–¡¿Cómo que no lo encuentran por ningún lado?!– Hans Lundgren estaba frenéticamente furioso. Llevaba todavía su bata de dormir. Lo habían despertado para darle aquella desfavorable noticia. Su mal humor parecía descontrolado. –¡Maldita sea, búsquenlo bien! ¡No pueden ser tan idiotas!–
Brock y los dos empleados que le restaban se miraron con consternación.
–Eh...– el grandote fue quien tuvo el valor de hablar. –Nosotros buscar ya en toda la casa. Toda–repitió para dejar en claro. –Vélez no encontrarse aquí. Tampoco la cocinera–
La rabia del jefe ruso incrementó sustancialmente. La vena en la sien estuvo a nada de reventar. Sus ojos orbitaron con fuego alrededor de ellos. Apretó las manos articulando sus huesudos dedos una y otra vez. Sus dientes se apretaron hasta casi rechinar. El deseo de asesinar apareció. La sonrisa despiadada también.
–Entonces...– habló con fingida y espeluznante calma. –¿Me están diciendo que... este imbécil llamado Vélez ha huido, se ha llevado a la ardiente cocinera y ha matado a cuatro de mis hombres?–
Tanto Brock como los otros sintieron temor de cuál sería la siguiente reacción del gran Boss. Con él nunca sabían a qué atenerse. Solía ser bastante impredecible.
–Eh... sí–
–Wow... Esto me ha cabreado muchísimo– Lundgren continuó con el mismo tono, provocando que a sus mercenarios se les erizara el vello corporal por el miedo y la expectación. Ninguno deseaba estar en el lugar de quien había huido. Sin duda había firmado su sentencia de muerte. –Me siento engañado, ¿saben? Confié en ese maldito imbécil y el muy idiota decidió traicionarme. Todo por un culo y un par de buenas tetas. Eso o... o algo peor–
–¿Algo peor? ¿De qué hablas, papa?– Dolph hizo su entrada en la sala de la casa. –¿Qué haces despierto a esta hora? Oh, ¿y alguien me explica por qué los imbéciles de Vladimir e Igor están allá afuera con una bala entre ceja y ceja?– rio con burla solo de recordarlo.
Adolph Lundgren era uno de los hijos del gran Hans Lundgren. Mellizo de Daniel, sin embargo de los dos, solía ser el favorito de su padre. ¿La razón? Simple, Daniel era demasiado blando para el negocio familiar, en cambio a Dolph le encantaba. Era ambicioso y no tenía ningún escrúpulo. Jamás le había temblado la mano para asesinar a alguien. Lo hacía incluso con gusto. Le gustaba ejercer poder y pisotear a cuanta persona se atravesara en su camino. Había heredado además la misma sonrisa despiadada de su progenitor. Debido a eso era su más grande orgullo.
–No vas a creer lo que sucedió–
–No te veo buena cara, así que supongo que pronto rodarán más cabezas por aquí– aplaudió emocionado. –Eso significa que llegué a la mejor hora–
–El gusano al que reclutamos, ese maldito Vélez, o como se llame realmente. Asesinó a Vladimir, a Igor, a Boris y a Mikhail. Huyó con la putita a la que follaríamos, y además... Tengo la sospecha de que no sólo me traicionó...–
–¿A eso te referías hace unos momentos cuando mencionaste lo peor?–
Vélez se había escapado llevándose a la chica. Sus armados y bien entrenados guardias no habían podido ganarle la batalla. El tipo era un profesional. ¿Quién sería realmente?
–Empiezo a pensar que no era más que un asqueroso infiltrado, así como el último al que asesinamos–
–Uy, lo recuerdo– asintió Dolph. –No le fue nada bien– volvió a reír.
–Ese mismo...–
Hans odiaba que lo traicionaran. Odiaba todo tipo de traición y para él no existía perdón alguno. Tampoco piedad. Indudablemente no la tendría con aquel cabrón que se había creído más listo. Nadie era más listo que el gran Boss. Nadie se burlaba de su inteligencia así. Al menos no sin terminar en un baño de sangre. –Vayan y tráiganlo– dio la orden dirigiéndose esta vez a sus empleados.
–Pe...pero Boss, ya ha comenzado a llover. Eso nos dificultará la tarea, tomando en cuenta la hora–
–¿Y crees que eso me importa, pridurok de mierda?– lo miró fijamente y después gritó. –¡No te pregunté por el maldito clima o por la hora! ¡Te ordené que me traigan a Vélez ya mismo! ¡Ya! ¡No tienen tiempo que perder, idiotas!–
Los súbditos asintieron obedientemente y se dispusieron a cumplir con la orden.
–Yo iré con ellos– anunció Dolph.
–¿Harías eso por tu papa? ¿No vienes cansado de tu viaje?–
–Tranquilo. Para la acción nunca estaré cansado. Iré, los encontraré y los traeré para ti, con la condición de que me dejes ayudarte en el castigo que les darás–
Lundgren padre sonrió. De tal palo, tal astilla.
–Sabes que podrás participar todo lo que quieras. Para eso te crie– le dio una paternal palmada en los hombros.
–Por cierto... ¿Dónde está Daniel? No nos vendría mal algo de ayuda–
–Ah ya sabes cómo es el rosita de tu hermano. Estuvo aquí por la mañana y se marchó de inmediato. Pero pienso llamarlo en los siguientes minutos. Fue él quien reclutó a este hijo de perra, así que necesito que me dé toda la información que tenga–
–De acuerdo, entonces manos a la obra–
–Tráeme vivo a ese traidor de pacotilla, y también a la bonita caperucita que lo acompaña– le dijo el jefe mientras pensaba en toda la sangre que correría, en los gritos de dolor y sufrimiento, hasta que tuvieran la garganta en carne viva y fueran incapaces de seguir gritando. Sus vísceras desparramadas por el suelo y sus cuerpos inertes.
Dolph comprendió los malvados planes. Asintió gustoso.
Mientras tanto Lundgren se acercó a la barra para beber algo de alcohol y tranquilizar así su furia. Deseaba ya tener al malnacido aquel en sus manos para hacerlo arrepentirse hasta de haber nacido.
–Debí haberle disparado apenas noté algo extraño en él– murmuró antes de darle un sorbo a su bebida.
Pero había preferido esperar y observar su comportamiento durante la orgía que había planeado y la posterior ejecución antes de sacar conclusiones adelantadas. Lo había subestimado y eso le enfurecía todavía más.
•••••
Habían caminado muchísimos kilómetros ya y la gran desventaja era que Ariana llevaba sandalias de correa. Un calzado bastante cómodo y coqueto para una simple tarde en el cine o algo por el estilo, pero no para ese momento y ese lugar. Le dolían muchísimo los pies, las plantas, los talones, las piernas.
Cuando sintió que ya no pudo avanzar más, se sujetó del tronco de un árbol y se limpió la cara con una mano. Miró hacia arriba mientras un relámpago cruzaba velozmente en el cielo y lo iluminaba por segundos.
–Ven, ven aquí– León le pidió que se acercara. –No podremos continuar por la lluvia. Además debemos descansar un poco–
–¿Pero dónde nos resguardaremos?– cuestionó ella. Quedarse ahí era impensable. Los rusos quizás vendrían en su busca y los encontrarían.
–Aquí– le señaló su acompañante.
Desde lo lejos había vislumbrado aquella especie de cueva. Para fortuna de ambos era amplia. La única desventaja era que podía visualizarse desde lejos.
Un segundo más tarde, el viento aulló alrededor y la lluvia comenzó a caer en un fuerte y continuo aguacero.
–¡Entra! ¡Entra rápido!–
–¿Pero y tú?– Ariana estaba preocupada por él. Si no entraba con ella se mojaría.
–Iré en cuanto me ocupe de ocultar la entrada con este ramaje. Tenemos que camuflar todo lo que se pueda. Así nadie nos descubrirá–
León se encargó entonces de utilizar amplias ramas para protegerse de cualquiera que pudiese llegar a ese punto a acecharlos.
Mientras lo hacía miró el camino que les restaría para más tarde. Llovía a cántaros haciendo la tierra húmeda y resbaladiza. Sin duda no sería nada fácil.
Dirigió su mirada entonces hacia donde Ariana se encontraba.
Ella estaba temblando, con los brazos cruzados sobre el pecho. Se abrazaba a sí misma como si tuviera frío. Y no había duda de que tenía frío, pues llevaba solamente aquel pequeño vestidito que se le ceñía al cuerpo y que venía trastornándolo desde el instante uno en que estuvieron ahí.
No se lo pensó ni un solo segundo. Se despojó de su chaqueta y se la echó por encima de los hombros, recriminándose por no habérsela puesto desde antes. Había sido un largo camino en medio de la noche fresca. Se sintió como un patán.
Pero Ariana sólo pudo pensar en cuan agradecida estaba con él. La prenda le quedó enorme pareciendo como si abarcara el suficiente espacio para albergar a dos o tres de ella. Le gustó la sensación caliente y protectora, pero aún más le gustó el aroma masculino que llevaba impregnado. Sentirse aún más cerca de él fue un verdadero consuelo.
–Gracias–
–De nada– León se acercó a la mochila de viaje que había ido cargando hasta ahí. –Haré una fogata para calentarnos un poco– gracias al cielo su padre lo había obligado a ir a aquellos campamentos con los boyscouts. Lo aprendido ahí les estaba salvando la vida.
–Pero... ¿Y el humo?–
–Tranquila. Tardará un poco en esparcirse, para cuando lo haga ya estaremos algo ambientados y entonces lo apagaré– sacó dos botellas de agua que había empacado. Le tendió una para que bebiera.
Ariana lo agradeció en el alma. Hacía mucho que su garganta se había secado. Estaba sedienta. La abrió y le dio un par de grandes sorbos.
El moreno tomó los pedazos de madera que había ido recolectando en el camino y después el aceite y el encendedor que había recolectado de la cocina antes de que huyeran. Dadas las circunstancias climatológicas resultaba imposible hacer fuego de manera natural.
Mientras se ocupaba de ello no pudo evitar pensar en su enorme fracaso.
La misión más importante de su vida, la más grande, la más peligrosa y... ¡Boom! Aparecía aquella preciosa stripper y todo se había ido a la mierda.
Exhaló frustrado. Y se negó a seguir pensando en eso. Daba igual todo, Ariana estaba bien, a salvo, y eso era todo lo que le importaba en aquellos instantes.
Se puso en pie cuando las brasas naranjas y calientes fueron haciéndose de mayores proporciones. Pronto se alejó. Colocó una piedra para que Ariana pudiese tomar asiento.
Él por el contrario se sentó en el suelo justo enfrente. El fuego quedó en medio de ambos.
–También he traído un poco de comida– tomó la mochila y sacó las provisiones. Dos botellas más de agua. Dos latas de Sprite. Galletas de mantequilla. Queso. Salami. Lonchas de jamón. Unos cuantos croissants. –Joder, esto parece un picnic– lo pensó pero sus labios lo traicionaron y terminó diciéndolo en voz alta.
Se sorprendió bastante cuando la escuchó reír.
A Ariana le había parecido gracioso su comentario pero después la vio suspirar con tristeza mientras miraba hacia la nada.
León no pudo menos que fijarse en cómo la luz del fuego se reflejaba en aquellas pupilas color miel que se posaron en él. Las ráfagas le daban un brillo deslumbrante que por instantes lo dejó sin aliento. Pero también notó la tristeza que transmitían, y eso le hizo doler el pecho.
Ella levantó la cabeza y continuó mirándolo. Estaba todavía pálida, lo que provocaba que sus ojos parecieran excepcionalmente grandes, lo suficiente para que un hombre se precipitara en ellos y se sumergiera en el marrón de sus profundidades.
Pero también en sus labios sensualmente delineados...
Era realmente bonita. Demasiado para su propio bien.
Carraspeó nervioso cuando fue consciente de que había estado observándola por mucho tiempo. Por fortuna ella no se había dado cuenta.
–Vamos, come algo–
–La verdad es que no tengo apetito–
–Aunque sea un poco. Nos espera un camino aún más largo y necesitarás todas tus fuerzas y energías para seguir caminando–
Él tenía razón. Sólo por eso Ariana se esforzó en comer unos cuantos bocadillos y beberse una lata completa de Sprite. Normalmente no hubiese bebido ningún refresco con gas, le hacía mal a su cuerpo y ese era su principal fuente de ingresos, sin embargo nada en su vida había sido normal desde las últimas horas. Al diablo con las malditas calorías.
Soltó un cansado suspiro y entonces se dedicó observar a Chicano. Permitió que su mirada lo recorriera mientras él devoraba uno de los panecillos.
Observó su rostro. No había nada suave en él, salvo aquel espeso pelo oscuro que deseaba tocar aunque solo fuera para comprobar el tacto. Su piel era de un fascinante tono latino. Ojos verdes que parecían cansados pero permanecían determinantes, cejas y pestañas como el carbón. Los ángulos y concavidades de su rostro resultaban tan masculinos como todo lo demás; arrogantes y sensuales, por no mencionar aquella sonrisa que bien podía ser la personificación de la tentación. La barba que normalmente llevaba corta parecía ahora un tanto más abundante. Ella se consideraba insensible a los encantos viriles, así que no entendía que estuviera tan maravillada con él, y específicamente cada vez que sonreía, ni por el destello de sus dientes contrastando contra la piel morena.
Era un hombre muy atractivo. Un mexicano de la cabeza a los pies. Y alto, mucho más que la altura promedio. Musculoso y lleno de vigor, de masculinidad, de fuerza y de valentía... Un hombre hecho de acero.
Estaba tan dispuesto a echárselo todo sobre sus hombros, a cargar con el problema entero y protegerla. Su generosidad hacía que se le derritiera el corazón.
Gracias a él aquellos criminales rusos no la habían violado ni asesinado. Gracias a él estaba entera y no había enloquecido. Además gracias a él tenía la esperanza de volver a ver a Gianna.
Por eso lo admiraba y le estaría eternamente agradecida.
–Toma– lo escuchó decir.
Despertó enseguida de su trance.
Chicano le ofrecía un improvisado plato con los empaques de los alimentos. Había colocado un poco de todo ahí.
–Gracias–
–De nada–
–Creo que yo he quedado satisfecho. Espero que podamos salir de aquí antes de que necesitemos más comida–
–Yo también espero eso– esperaba poder llegar a casa y abrazar a su pequeña. Ese pensamiento la hizo sonreír.
Tal gesto no pasó desapercibido para León que seguía mirándola.
Una belleza femenina. Completamente. Ni siquiera en momentos como ese podía lucir fea o algo así. Se veía perfecta. Su cabello caía en estupendas ondas, su carita estaba preciosa aún y cuando llevaba encima todos los efectos de aquella pesadilla.
Oh, joder, pero estaba asustada. Aunque no se lo dijera. Era testadura y por eso él admiraba su valor y su fortaleza.
–Mierda... Estás herida– dijo alarmado cuando vio la sangre escurriendo de su brazo. Misma que ella había tratado de detener utilizando una servilleta para no manchar su chaqueta. –¡Joder! ¿Por qué no me lo dijiste?– se puso en pie y de inmediato se acercó intentando averiguar con su mirada de dónde provenía.
–No quería detener nuestro camino por una tontería–
–Esto no es una tontería– replicó molesto.
–Claro que sí– Ariana escondió su mano prontamente. –Sólo es una pequeña cortada. Se curará. Además no me duele tanto–
Maldición, debía dolerle muchísimo. Él lo sabía porque se había herido así en distintas ocasiones.
–Maldita sea, se te va a infectar. Dame esa mano ya mismo– exigió en tono autoritario. Después sacó lo último que albergaba en la mochila... Un pequeño botiquín.
En el mismo momento en que la tocó para recorrer la manga, se arrepintió de haber insistido en curarla. La suave piel femenina era una tentación, suave y cálida. De ella brotaba un tipo de energía que electrocutaba la suya. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para que el contacto fuera impersonal, para no acariciarla. Pero lo cierto era que esa castaña era preciosa y despertaba cada célula masculina en él.
Sentirla no hizo sino hacerlo desear follarla con todas sus fuerzas. ¡Sí! ¡Mierda! Deseaba separarle los muslos, colocarse entre sus piernas, levantarle la cara y besarla. Tal deseo se había convertido en un dolor físico. Amenazaba con desbordarse.
>¡Ah, qué imbécil!< se recriminó. Puso todo su empeño en ignorar esos malditos pensamientos y concentrarse en limpiarle la herida.
–Listo– le dijo pero no soltó su mano.
Se miraron fijamente. León se quedó hipnotizado por sus ojos ardientes clavados en los suyos.
Esos eran los ojos más hermosos que había visto nunca. Expresaban un mar de emociones que lo hacían perderse en ellos.
No pudo menos que admirar todo el coraje con el que ella se había estado conteniendo para no llorar, a pesar de que tenía los ojos brillantes por las lágrimas que amenazaban con salir. Ni una sola vez la había visto llorando pero su miedo era evidente, y a él le afectaba mucho más de lo que había imaginado.
Y también la deseaba, maldita fuera, no era capaz de no hacerlo, no teniéndola tan cerca, no mirándola tan fijamente.
¡Joder!
Esa pequeña mujercita le estimulaba a todos los niveles. Su deseo por ella crecía a mares. Se le aceleró la respiración y sintió un nudo en el estómago.
>¿Por qué tiene que ser tan bonita?< se preguntó mientras la contemplaba. Incluso así, con el cabello aplastado en su cara por la lluvia y sus ojos albergando un montón de lágrimas, seguía siendo demasiado guapa. Resaltaba ahí en esa grotesca cueva como una espléndida rosa. Eso tenía que ser sobrehumano. Ella no podía ser de ese planeta y esa era la única explicación que había encontrado.
Para ese momento ya había visto algo en los ojos femeninos que había cambiado la naturaleza de su existencia. Fue el despertar de su alma, de su corazón, de su cerebro, de su cuerpo entero.
Toda su vista y atención estaban concentradas en la mujer, en sus labios carnosos que se habían humedecido, en lo hermoso que se ve su cabello suelto cayendo sobre sus hombros y perdiéndose detrás de su espalda. ¡Quería tocarla! No solo eso, deseaba besarla.
Tan solo tenía que inclinarse hacia adelante y unir su boca a la de ella.
La comunicación que existía entre ambos, la instantánea carga sexual que se apoderó de los dos. Fue como un relámpago que provocó chispas en todos los nervios de sus cuerpos. Nunca había sentido nada así, un imperioso deseo de tenderla en el suelo, quitarle la ropa para cubrirla con su cuerpo y hacerla gemir... Quería transmitirle su calor e imprimirle su huella en la piel, en toda ella. No podía dejar de mirarla.
Ariana reflejaba sensualidad pura, pero también un ápice de inocencia que él no conseguía entender. Ella y su mirada lo rebasaban de tal manera que lo hacía sentir vulnerable, y eso era algo que jamás había sentido con ninguna mujer.
Y ahí estaba, junto a él. No había nadie más. Sólo ellos dos y la noche.
–Chicano...– lo llamó. No retiró su mano todavía. Su voz sonaba tan frágil y a la vez sensual. Lo estaba volviendo loco.
–¿Sí?– León no la soltó aún. La castaña ya había despertado en su interior un instinto protector en un nivel completamente desconocido para él hasta entonces. Lo tenía noqueado.
–Gracias–
–De nada–
Ella también fue consiente de lo que ocurría. Y se sentía asustada.
Aquella mirada verdosa no era como la de ningún otro hombre que ella hubiese conocido. Todavía no era capaz de explicarse lo que sus ojos claros trataban de transmitirle.
Y no le gustaba sentirse así de débil, de vulnerable.
Sin embargo, junto al temor que latía en sus venas, experimentaba un extraño calor, una excitación estática. Le gustaba sentir el toque masculino, le gustaba que estuviera tan cerca. El deseo tan intenso como había sido, la abrumó. Su cerebro le ordenó que retrocediera pero nada hizo por obedecer.
Se ruborizó.
El gesto hizo que el pecho de León explotara de anhelo y se sintió aterrado de que todo eso que estaba sintiendo resultara demasiado evidente. Fue él quien apartó la mirada primero a pesar de que se sintió como un auténtico cobarde.
Ariana no se dio cuenta de lo que sucedía con su acompañante. Había estado más ocupada pensando en un detalle muy importante...
Chicano todavía no le había dicho su nombre real. ¿Pero debía preguntárselo? Quizás no. Porque quizás al hacerlo la intimidad entre ellos se haría más profunda. No quería que eso sucediera. Cuando salieran de ahí y para toda su vida, estaría en deuda con aquel hombre y le agradecería eternamente, pero las cosas tenían que seguir como hasta antes. Cada uno viviendo su propia vida.
>El presente es lo que importa ahora, Ariana. No el futuro. Preocúpate por el presente< le dijo su vocecilla interna. Y tenía razón.
–¿Me dirás por fin en qué estamos metidos? ¿Qué fue lo que sucedió en esa horrible casa y quiénes eran esos malditos enfermos?–
León exhaló. El cansancio se hizo más evidente en sus facciones. Soltó el aliento y más que cansado se mostró muy triste, como decepcionado o frustrado.
–Te prometo que en cuanto salgamos de esta jungla y estemos a salvo te lo explicaré todo. Ahora lo importante es descansar un poco, dormir al menos un par de horas porque en cuanto la lluvia se detenga tendremos que seguir–
Se puso en pie y entonces ubicó un lugar en el que pudiesen dormir. Limpió la tierra y luego de eso se giró hacia ella. Nervioso la miró y comenzó a sudar sin poder hacer nada por evitarlo.
–La noche se está poniendo cada vez más helada. Deberíamos...– titubeó. No sabía cómo diantres podría decírselo. –Deberíamos... permanecer cerca. Ya lo dije– después maldijo en silencio.
Confundida, Ariana permaneció muy quieta mirándolo también.
–Ah, no me hagas repetirlo. Si lo hacemos obtendremos el calor que necesitamos para no congelarnos aquí–
Ella continuó estática deseando negarse a tener cualquier otro tipo de contacto con él. Pero sabía también que debía ser racional. Todo se trataba sobre sobrevivir.
Sobrevivir era lo más importante. Lo demás no importaba.
–Lo sé– respondió simplemente pero no se movió.
León soltó un suspiro de cansancio o quizás de irritación. Le hubiese gustado ser un caballero y dejar que fuese la castaña quien se pusiera cómoda primero pero sabía que eso no sucedería. Se inclinó colocándose de rodillas. Después se apoyó la espalda sobre el muro y estiró las piernas.
Transcurrieron segundos y ahora era el turno de Ariana de recostarse. Se estremeció pero fue una brisa de frío lo que ocasionó la reacción.
Sabía que ya no debía retrasar más el momento. Se dio fuerzas a sí misma y también valentía.
Tomó asiento a su lado y muy a su pesar se le pegó. Necesitaba que aquel gran cuerpo masculino le brindara todo el calor posible.
Mientras tanto se negó a pensar o cuestionarse sobre la proximidad de Chicano.
No eran un hombre y una mujer que se encontraban tan íntimamente cerca el uno del otro... De acuerdo sí lo eran, pero aún más eran dos seres intentando salir vivos de ahí.
Tenía que ignorar lo mucho que estaba disfrutando del calor que emanaba de él, incluso a través de su ropa semi mojada. ¡Cielo santo! Tenía que ignorar lo extrañamente atraída hacia él que se sentía.
León carraspeó la garganta. Tampoco la estaba pasando agradablemente.
–Duerme– le dijo.
Ariana negó.
–No puedo dormir–
–Entonces piensa en algo que desees hacer cuando volvamos a Green Bay, o... en alguien a quien desees... ver– lo último lo dijo en tono extremadamente seco.
La bailarina no lo notó pues inmediatamente la carita de su hija abarcó todos y cada uno de sus pensamientos.
–Eso haré–
El corazón de León explotó mil veces. La proximidad de esa mujercita era más de lo que podía soportar. ¡Mierda! Y tenía que soportarlo. Tenía que hacerlo.
Para su mala suerte era demasiado consciente de toda ella. La boca se le secó y la excitación lo recorrió una vez más.
Quería saborearla. Qería besarla, lamerla, saborearla, conocerla a fondo y escuchar sus gemidos roncos de placer. Ser él quien se los provocara.
No debía excitarse ante tal situación, pero lo estaba, y mucho. Tan duro que dolía como el infierno.
De nuevo carraspeó. Se removió nervioso provocando que ella también lo hiciera. Después se acomodó por fin.
Se negó a mirarla, temeroso de encontrarla tan cálida como sus ojos. Se limitó a permanecer tal como estaba, suspendido, apenas atreviéndose a respirar.
–Dormiremos sólo dos o tres horas. Debemos continuar el camino antes del amanecer–
–Bien–
–Por la mañana encontraremos la salida. Sé que no estamos lejos de lograrlo–
–Ojalá tengas razón–
–Una vez que encontremos la carretera tendremos dos opciones... Seguir caminando hasta llegar al pueblo más cercano o pedir un aventón, siempre y cuando el conductor no sea ningún ruso–
–De acuerdo–
–Lo más importante será saber en dónde demonios estamos. Ya después veremos qué hacer para volver a Green Bay–
–¿Tú... crees que en verdad podamos volver?– la voz de Ariana flaqueó al final. Se escuchó tan vulnerable que lo único que él deseó fue cobijarla entre sus brazos.
Se resistió todo lo que pudo.
–Sé que parece imposible salir de este lugar, pero lo haremos. Tengamos fe–
–Sí, la tendré– inconsciente o quizás conscientemente, la castaña se pegó un poco más contra el cuerpo viril.
León recibió los espasmos de excitación, resignado a que pasaría muchísimas horas con dolor de bolas. Exhaló.
–Si no nos rendimos lo haremos. Saldremos y podremos volver. Tenemos que ser fuertes y muy inteligentes. Sé que juntos lo lograremos– esperó que ella respondiera algo. Le siguió un silencio que lo hizo inclinar el rostro para mirarlo. Se dio cuenta entonces de que se había quedado dormida.
Le gustó encontrarla de aquel modo. Eso le permitía observarla todo lo que él quisiera.
Era la mujer más bella que había visto jamás. Era tan bonita que le dolían las bolas cada vez que la miraba. Ah, en esos momentos teniéndola tan cerca el dolor era muy intenso.
Un nudo se le formó en el pecho.
–Te prometo que te sacaré de aquí...– le susurró.
Para ese momento el instinto descontrolado por querer protegerla era todo lo que dominaba su ser. Y estaba determinado a lograrlo.
Se dispuso a dormir y entonces inhaló con fuerza apreciando el aroma femenino que la castaña desprendía, ese que sin lugar a dudas quedaría impregnado en él y que jamás olvidaría.
Se preguntó si sabría tan dulce como olía sabiendo que jamás tendría oportunidad de descubrirlo.
•••••
León estaba perdido en sueños.
Sueños que lo hacían sonreír, que lo hacían pensar en las cosas buenas existentes en la vida.
Sonreía y no podía evitar hacerlo.
Aquella era quizás la mejor y más maravillosa siesta que hubiese tenido en toda su vida.
Había dormido con Ariana, realmente había dormido junto a ella, sintiéndola cerca, respirando su fragante aroma a mujer hermosa.
No se lo podía creer. Todavía no podía hacerlo...
Imaginaba que la abrazaba. ¡Ah sí! Podía imaginarlo, podía mirarse a sí mismo devorándole los labios, y después devorándola entera. Podía sentir la boca seca por las ganas que tenía de cumplir todas esas fantasías.
Estaba loco, perdido por ella. Desesperado.
Ni siquiera en sueños podía dejar de pensarla. Todo giraba alrededor de la existencia de aquella preciosa castaña con mirada que lo había hechizado.
La sonrisa perduraba aún en él, pero después todo sucedió tan rápido que apenas y le dio tiempo de averiguar si seguía dormido y había ya despertado.
Abrió los ojos y lo primero de lo que se dio cuenta fue de que ya no estaban solos.
Un intruso había aparecido para hacerles compañía. ¿Lo peor? El maldito bastardo tenía una pistola apuntando a la cabeza de Ariana. Con su brazo la mantenía pegada a su pecho de espaldas.
El muy cabrón sonreía.
–¿Creíste que podías huir y burlarte del gran Boss?– evidentemente era otro maldito ruso. Cabello rubio de amarillo intenso. El azul predominando en su mirada. Piel rosada y acento extranjero.
La cuestión ahí era que León no lo había visto con anterioridad. Estaba seguro de que no había estado ahí el día anterior. No era un guardia más. Este vestía diferente.
El moreno se odió a sí mismo. Se quedó muy quieto y apretó los puños recriminándose por haberse permitido el caer dormido y perder así la noción del tiempo. Una estupidez muy grande de su parte. Una que le costaría muy cara.
Miró entonces hacia la entrada de la cueva, como en busca de más hombres. Fue reconfortante saber que nadie más lo acompañaba. Sin embargo aquello no quitaba el hecho de que Ariana tenía un arma amenazando con volarle los sesos en cualquier instante.
Tragó salida, gotas de sudor perlaron su frente y un miedo paralizante lo recorrió.
Evaluó todas y cada una de las posibilidades que tenía, por más suicidas que estas fueran, desesperado por encontrar una que le ofreciera la oportunidad de matar a aquel malnacido antes de que fuera ella la que muriera.
¡No había ninguna, maldición!
Ninguna opción, ninguna salida. Los habían atrapado, así sin más. Y lo más seguro era que pagarían por ello con sus vidas.
–Deja que la chica se vaya. Ella no tiene culpa de nada. ¡Es una simple cocinera!– León estaba enteramente dispuesto a suplicar por la vida de su acompañante.
El rubio mostró su dentadura reluciente en lo que pareció ser una voraz sonrisa.
–¿Crees que voy a recibir órdenes de ti, imbécil? Eso jamás– se burló.
–Tu jefe me quiere a mí. Fui yo el que lo he traicionado. A ella la obligué a venir conmigo. ¡Déjala libre!–
Mientras él intentaba negociar, Ariana intentaba no derrumbarse ahí en los brazos de su captor. Utilizaba todas sus fuerzas para no llorar, para no berrear como una niña pequeña. El terror apenas y le permitía moverse. Pero sus ojos conectaron con los de Chicano. Con la mirada le suplicó, aunque ni siquiera ella misma entendía qué demonios estaba suplicando. Se estremeció de horror.
–Para empezar el gran Boss no es mi jefe, es mi padre. Y estará más que contento cuando les lleve de regreso esta sorpresita. Él estará feliz y yo como siempre quedaré como el hijo perfecto que complace a su progenitor– su sonrisa se hizo aun mayor. Fue de León a la mujer que tenía presa. –Maldición, sí que es bonita la cocinerita. Ya entiendo porqué papá se enfadó tanto contigo, Vélez. Eres un cabrón que intentó robarse al manjar que planea desayunarse. Eso lo ha enfadado muchísimo y no dudará en cobrársela– la mirada idéntica a la del malvado hombre que era el Boss, recorrió a Ariana de pies a cabeza. –Muy bonita...– volvió a murmurar y siguió admirándola mientras ella se estremecía de terror ante su agarre. –Me la has puesto más tiesa que el cadáver del último que nos traicionó. Creo que como premio pediré ser el primero en follarte, lindura– utilizó entonces el cañón de su arma para acariciarle el cabello, deslizándolo después por su garganta y hasta la hendidura entre sus pechos que se visualizaban tras el vestido que llevaba puesto.
–Deja de tocarla y permite que se vaya– esta vez León no estaba negociando. Era una orden lo que había salido de sus labios. Le estaba ordenando al desgraciado que la dejara ir. Ah, y que le quitara sus asquerosas manos de encima.
Más que enfadarse, el sujeto rompió a reír.
–Pobre diablo– le dijo. –Te cortarán la cabeza, idiota, pero antes te obligaremos a ver cómo nos metemos en el delicioso coño de tu noviecita– apretó a la joven del cabello haciéndola emitir una mueca de dolor que a León le llegó hasta el alma. –Será una fiesta en grande. Ya deberías saber que al Boss le encantan los espectáculos. Y también le gustan las mamadas, apuesto a que la obligara a que se la mame justo antes de matarlos a los dos. ¿Oíste eso, perra? Morirás con una polla en tu boca–
Ariana no deseaba ser violada por aquellos monstruos, tampoco deseaba que mataran a Chicano, pero justo en aquel momento, más que temor sintió un exceso de rabia ante la crudeza de aquel desalmado.
–¡Mierda!–exclamó León completamente enfurecido. A punto estuvo de irse contra el maldito ruso pero lo detuvo la pistola. ¡Maldito fuera!
Otra malévola carcajada se escuchó.
El rubio negó.
–No te conocía, Vélez, amigo, pero ahora que lo he hecho, me resulta muy entretenido ver lo desesperado que estás por salvarle la vida a esta hembrita. Eso lo hace más divertido, ¿sabes? Me alegra de haber llegado a tiempo– quedaba claro que el sujeto era igual de sádico que su padre. Quizás más. Rio una vez más y sin dejar de apuntar a Ariana, sacó su celular y comenzó a marcar. Transcurrieron solo segundos antes de que su llamada fuese contestada. –Hola, papá, es Dolph– habló como si fuese un momento casual. –He encontrado a tus invitados... Sí, los he tratado muy bien. Sé que te preocupas por ser un buen anfitrión... Claro. Están perfectamente y los llevaré a la casa inmediatamente para que puedas darles su merecido a ambos... Prometo que no tardaré–
Fue el mismo momento en el que el ruso bajó la mirada para guardar su celular en el bolsillo de sus pantalones, cuando León fue por él, lanzándosele encima.
Con su mano sujetó la pistola que el tal Dolph no estaba dispuesto a soltar, obligándola a apuntar hacia el cielo. Un disparo se escuchó con estruendo perforando y adentrándose en la parte alta de la cueva. Ambos comenzaron a forcejear intentando adueñarse del arma.
–¡Maldito imbécil!– gruñó el ruso. –¡Maldito, imbécil! ¡Morirás por esto!–
–¡Ariana, corre! ¡Sal de aquí ahora mismo!– le gritó León a la castaña, desesperado, consciente de que cualquier cosa podía suceder, un disparo podría alcanzarla. En verdad deseaba que viviera. –¡Joder, vete!– volvió a gritarle mientras luchaba contra el rubio. Los dos dispuestos a vencer, ninguno pensando en la posibilidad de rendirse. El asunto ahí era ganar o morir.
A pesar de sus gritos que sonaban a orden y a suplica en partes iguales, Ariana no fue siquiera capaz de moverse. Tampoco de hablar. Se quedó paralizada observando lo que estaba ocurriendo ahí frente a ella, luego de haber sido mantenida como rehén.
Chicano y el hombre estaban enfrentándose en un duelo a muerte y ella simplemente no podía reaccionar.
Unos cuantos segundos le sirvieron a León de ventaja, consiguiendo que su oponente soltara la pistola y esta cayera al suelo luego de obligarlo a abrir los dedos.
Todo en un relativo silencio, solo roto por gruñidos y gemidos sordos.
El arma cayó con un ruido seco sobre la tierra. Los ojos verdes del moreno la miraron. Los azules de Dolph también. Un segundo más tarde, ambos corrieron intentando adueñarse de ella pero el uno al otro se encargó de impedirlo.
–¡Eres un hijo de perra, Vélez! ¡Pagarás por esto! ¡Tu cocinerita pagará por esto! ¡Te lo juro!–
Pero León negó ante la amenaza.
–Jamás la tocarán, ¿me oyes? No dejaré que se salgan con la suya, cabrones de mierda–
Una fuerza sobrehumana recorrió a León y entonces consiguió derribarlo.
El hijo de Hans Lundgren era alto y de constitución fuerte, igual que él. Sabía pelear porque se movía ágilmente. No había ninguna ventaja en tal situación, a pesar de que el mexicano había aprendido defensa personal, artes marciales y un montón de técnicas de combate. En la escuela de policías aquello había sido primordial. Ambos estaban en excelente forma física y lograr vencer sería difícil, pero a pesar de ello estaba determinado a acabar con él, por el infierno que eso era exactamente lo que haría.
Cayeron al suelo y lleno de furia asestó sus puños que eran como dos rocas contra su cara haciéndolo gemir de dolor. Una tras otra vez. Sus propias manos mallugadas por la violencia. El estómago endurecido en nudos, el sudor escurriendo de su frente, la adrenalina explotando en sus venas, el corazón latiéndole tan frenéticamente que podía escuchar sus propios latidos ante el ruido ensordecedor.
Se giró con el brazo levantado para bloquear el golpe que sabía instintivamente que caería sobre su cabeza. Recibió el impacto en el antebrazo. Un ardiente dolor subió hasta el hombro pero lo ignoró.
Dolph también regresó los golpes.
La lucha de poder se acrecentó poniéndolos al límite.
Por un solo instante León lo analizó. Un jodido junior de pacotilla que se creía que heredaría algún día el emporio de su padre para ser incluso más hijo de puta que él mismo.
>Eso si yo te lo permito, basura<
León lo empujó con mayor fuerza, logrando así quitárselo de encima luego de que había perdido el control de las posiciones en que se encontraban.
Mentalmente agradeció por tener manos grandes y utilizó una de ellas para apretar su cuello. Con la otra trató de alcanzar el arma, pero las patadas que el ruso soltaban le hacían la tarea más y más difícil.
–¡Ariana, maldición, aléjate de aquí!–
–¡Nooo!– gritó la castaña sorprendiéndolo y provocándole una desesperación apremiante. –¡No puedo dejarte aquí!– definitivamente no podía hacer algo así, no después de todo lo que él había hecho por ella.
León negó en total desacuerdo. Todo lo que deseaba era alejarla de aquel peligro, mantenerla sana y salva. Necesitaba que la bailarina no sufriera ningún maldito daño. Ni uno.
Sacarla de ahí ilesa se había convertido en lo más importante.
Gruñó con la intensa rabia rebosando en su interior y lo lanzó un tanto lejos. Corrió por la pistola que continuaba en el suelo a la espera de que alguien la tomara. La levantó y un segundo más tarde la arrojó hacia el vacío en el lado lateral de la cueva.
Dolph se puso en pie y lo miró furioso.
–Ahora sí me has cabreado, pedazo de imbécil... No sabes con quién te has metido... No sabes que soy el hijo del diablo–
–Lo sé muy bien– fue la respuesta de él.
–Entonces deberías estar temblando de miedo porque tu muerte será dolorosa... Desearás no haber nacido–
León negó.
–Lo dudo mucho... Justo ahora estoy feliz de haber nacido, e incluso de estar aquí y ser el hombre que acabará contigo–
–Eso ya lo veremos– Dolph aguardó para hacer uso de su plan b. De la cinturilla de sus pantalones sacó un puñal que solía llevar siempre consigo. De nuevo una sonrisa se dibujó en sus labios. Desde luego una sonrisa aterradora. –Te cortaré en pedazos, y seguro a tu novia le encantará lo que le haré en la cara con esto–
No le dio tiempo de pensar, a toda velocidad fue hacia él intentando clavárselo, no importaba en qué parte. León lo recibió moviéndose habilidosamente y consiguiendo esquivarlo.
–¡Noooooooo!– sollozó Ariana aterrada. –¡Noooooooooooooo!– llevó sus manos a su cara sintiéndose desesperada y más frustrada que nunca en toda su vida. No sabía qué demonios podía hacer, cómo podía ayudar a Chicano para que saliera victorioso. Él le había pedido que se marchara de ahí, aquello era lo único que le había pedido pero no podía hacerlo. No podía salir de ahí y dejarlo solo. Las lágrimas continuaron y tembló de horror.
¿Qué pasaría si aquel criminal mataba a Chicano?
Negó angustiada. No deseaba que nada malo le ocurriera.
Tenía que agarrarse a algo, pero su corazón galopaba con pánico enfermizo.
Mientras retrocedía ante los intentos del ruso de apuñalarlo, León se dijo que así como había conseguido arrebatarle la pistola debía hacer lo mismo con aquella maldita arma blanca. Las circunstancias en ese instante eran desfavorables para él, pero no se dejaría matar sin intentarlo.
–¿Sabes que soy un policía?– le confesó entonces sonriente. –Soy experto desarmando a delincuentes como tú–
Ante la revelación, Dolph se quedó congelado. Fue así como León alcanzó a sujetarle la mano con las dos suyas. Lo apretó tan fuerte que gritó debido al dolor y el único alivio para él sería dejar ir lo que con tanto celo intentaba retener.
Por un solo segundo se olvidó del puñal y propinó un fuerte puñetazo en la cara de su rival, seguido de una patada en las costillas.
El rubio se redobló de agonía. Esperó a recuperarse para regresar el golpe pero antes de que pudiese hacerlo, el moreno lo embistió empotrándolo contra las rocas gigantescas que formaban la pared de la cueva.
El dolor de Dolph fue ahora mayor. Sus gruñidos feroces se convirtieron en aullidos de tortura.
–¡Jodido traidor!– le gritó enfurecido.
–Gracias por el cuchillo, pendejo– era el turno de León para sonreír. Pero todavía no podía cantar victoria. –¡Ariana, sal de aquí!– la orden volvió a aturdir a la chica.
–¡No!–
–¡Que salgas te he dicho!–
–¡No puedo dejarte solo!– fue el argumento de la castaña mientras sollozaba.
León negó mientras usaba el dorso de su mano para limpiarse el sudor.
–¡Me ayudarás más si te alejas de esta mierda! ¡Vamos, vete!–
El moreno no la miraba porque si lo hacía perdería de vista al bastardo ruso que tenía enfrente, pero de reojo alcanzó a ver que de nueva cuenta ella no lo había obedecido.
Continuaba ahí de pie, con la garganta congelada por el miedo y el dolor, hasta que su silencio se convirtió en una respuesta llana e implacable.
–¡Haz lo que te digo, maldita sea! ¡Ariana, no te lo voy a repetir!–
–Júrame que estarás bien–
–Te lo juro–
Ella tragó entonces todo su temor, y sin más salió de ahí.
León y Adolph Lundgren se miraron con fijeza. Un relámpago en el cielo iluminó la madrugada.
•••••
El charco rojo se filtró por el suelo, extendiéndose a través de la camiseta y por su ancho pecho.
Soltó el puñal dejándolo caer junto al cadáver que atrapó su mirada durante los siguientes segundos que transcurrieron.
Al instante cerró los ojos y apartó la mirada. La amenaza no existía más y eso era todo lo que importaba. Además no había sido la primera vez que había matado a alguien en defensa propia. Su profesión se lo había exigido innumerables veces, y ahora... Estando dentro de aquella pesadilla, cuanto más. No iba a detenerse y lamentarse por la muerte de aquellos gusanos que no eran más que escoria.
Se limpió el sudor con el dorso de la mano y estuvo dispuesto a salir de ahí.
Por fortuna antes de hacerlo, el sentido común le dijo que llevara consigo aquella filosa arma. Podría servirle después. La cogió utilizando su propia camisa para limpiarle la sangre y después tomó camino para ir en busca de Ariana, poniendo todas sus esperanzas en lograr encontrarla.
Fue una total sorpresa para él cuando al salir la encontró.
Terca como usualmente era, no había obedecido sus órdenes, sino que se había quedado justo ahí.
Exhaló pero no para recriminarle, sino porque verdaderamente estaba cansado.
Los ojos marrones se clavaron en el hombre nada más verlo. Su completa atención se concentró en el rojo escarlata que manchaba su ropa deseando no saber a quién pertenecía aquella sangre. No quería pensar en más muertes. Sin embargo era lo que era. Chicano había tenido que hacer tal cosa para garantizar su seguridad y la de ella. Tan simple como eso.
León la miró y no pudo evitar recordarla mientras se negaba a marcharse. Durante su carrera había visto a sujetos grandes y fuertes caer presos del pánico intentando huir cuando alguien disparaba. Ella en cambio había permanecido ahí haciéndole saber que no era capaz de irse sin él, de dejarlo solo. O era una idiota o era realmente valiente, pero bien sabía que la mujercita no tenía ni un cabello de idiota.
Despertó de su trance y reaccionó cuando se dio cuenta de que estaba llorando. Después de tantas y tantas situaciones horripilantes, Ariana por fin estaba dejando a sus lágrimas salir luego de haberse reprimido durante todo aquel tiempo. Desde entonces había sido una batalla perdida.
Tenía expresión de angustia. Los ojos estaban desencajados, manchados con residuos del rímel que se había puesto en Milwaukee, ojerosos por el agotamiento y el miedo.
–Tranquila, tranquila. Todo está bien. Ahora debemos seguir nuestro camino. Pronto estaremos de vuelta en nuestros hogares–
Pero la castaña no podía responderle todavía. Había enterrado la cara en sus manos e intentaba respirar hondo pero el tamaño de sus pulmones se había reducido a la mitad. Cada respiración era un doloroso hipido que la hacía estremecer de pies a cabeza. Además no podía detener su llanto.
Había estado tan asustada... Todavía lo estaba, pero lo peor había sido luchar contra el irracional pánico y preguntarse si volvería a verlo de nuevo, aterrada ante la posibilidad de que él se desvaneciera en la oscuridad.
–Ariana, por favor, no llores más. Ese cabrón no consiguió hacernos nada, ni a ti ni a mí. Mira, estamos bien– se acercó y extendió los brazos para mostrarle. Después fue consiente de la sangre que manchaba su camisa y no dudó en quitársela quedando solamente en una camiseta de resaque color negra que remarcaba cada musculo de su pecho y dejaba entrever el oscurecido vello pectoral por debajo de los límites de la tela en sus clavículas. –¿Tú... tú estás bien? Sabes que puedes ser sincera conmigo... Yo te protegeré–
Antes de que terminara de pronunciar la última palabra, la joven ya estaba en sus brazos.
Lo único que León pudo hacer fue estrecharla fuertemente y susurrarle al oído que todo estaría bien. Se había impresionado muchísimo ante el contacto que ella misma había buscado en él. En definitiva no lo había esperado pero comprendía lo afectada que debía estar. No le importaba para nada ser su consuelo, al contrario, le gustaba, y le gustaba muchísimo. Estaba ahí, a su lado. Como el infierno que no la soltaría mientras la castaña lo decidiera así.
Todavía tenía una dosis extra de adrenalina corriendo por sus venas a causa de la potencia y la intensidad de aquel alarde, pero utilizó todas sus fuerzas para controlarse, para mostrarle paciencia y delicadeza porque era lo que la chica necesitaba de él en esos momentos.
La cobijó entonces en sus brazos, a sabiendas de que estaba terriblemente asustada, y anhelando con desespero proporcionarle toda la protección que necesitara y más. Sabiendo bien que no la abrazaba solo por consolarla, sino también porque había estado deseando tocarla desde mucho tiempo atrás. Desde que la había conocido, específicamente. Era un jodido aprovechado pero le resultaba tan fácil abrazarla.
Lo hacía feliz el tenerla entre sus brazos, saber que le servía de consuelo, de refugio. No cambiaría aquel momento ni por miles de folladas con cualquier otra mujer.
–Creí que te mataría...– susurró Ariana con la voz ahogada. Enterró el rostro en su pecho y lloró aún más. –Creí que...–
–Shhhh– la silenció acariciándole el cabello tan largo y sedoso. –Pero no fue así– León tenía el corazón en la garganta. ¿Sería posible que aquella preciosa mujercita se preocupara tanto por él? ¿Sería posible que estuviese llorando por él?
Hizo el abrazo más apretado, cálido y maravilloso porque así le dictó su instinto.
Y mentalmente Ariana le agradeció. Aquel abrazo resultaba más elocuente y satisfactorio que cualquier palabra que dijera. Había conseguido calmarla, pero ahora no deseaba apartarse de él. No aún.
–Tengo mucho miedo– le dijo y tembló todavía en sus brazos. El tono quebrado de su voz provocó que a León le doliera el alma.
–Sé que lo tienes– respondió en el mismo tono y se maldijo internamente al no poder abstenerse de acariciarle de nuevo el cabello. –Pero puedes con esto... Estoy convencido de que puedes lograrlo– lo decía en verdad.
La había subestimado. Había visto en ella a una mujer joven, de cuerpo pequeño y sensual, de piel suave y facciones delicadas con un toque de dulzura en su rostro perfecto enmarcado por el glorioso cabello castaño. Había creído que era frágil pero no... Ariana era fuerte, más fuerte de lo que nunca hubiera imaginado. Una diosa insólita, temeraria y muy hermosa. Tan hermosa.
Al oír aquello la castaña alzó la cabeza, con los ojos desorbitados y las lágrimas pegadas a las pestañas. Él se había inclinado y estaban ahora a escasos centímetros, lo bastante cerca para besarse.
¡Sí, joder!
Podía sentirla en cada poro de su ser. El cuerpo femenino dotado de pechos plenos y redondos que se aplastaban contra su estómago debido a la diferencia de estaturas, permitiéndole percibir también la curva de sus caderas, la firmeza de todo lo demás.
Sus manos estaban entregadamente acopladas a ella, una apoyada en su espalda y la otra escondida tras el cuello, justo por debajo de su bonita melena. Después bajaron para sujetarla de la cintura y mantenerla mucho más cerca. Era un acoplamiento perfecto.
La necesidad fue tan carnal que lo estremeció.
La mirada femenina era intensa y vehemente. Lo hacían dudar, confundido al no saber si la chica estaba analizando la posibilidad de compartir un beso con él.
Resopló con fuerza hinchando su pecho, sin apartar sus ojos de los suyos, esperando su reacción.
El cegador resplandor de aquella desatada furia justiciera le intimidó y deslumbró a la vez. ¡Esa castaña era preciosa!
Y lo cierto era que tenía la deliciosa boca entreabierta. Parecía querer ser besada en esos instantes.
León no se equivocaba.
Ahí, amoldada por el poder de sus musculosos y morenos brazos, Ariana se sintió más mujer que nunca. Tan mujer como antes no se había sentido. El corazón le latía con tanta fuerza que apenas podía respirar. La urgencia por saborear la boca de Chicano y dejar que él saboreara la suya estaba alcanzando un nivel frenético, lo sentía demasiado cerca, la hacía arder en calor, fuego y pasión.
¡Cielo santo! ¿Pero cómo no iba a desear besar a aquel hombre?
Él la había protegido, la había sacado de aquella casa horrífica... Y había matado. Lo había hecho para mantenerla a salvo, para darle su libertad de regreso.
Oh, pero no podía hacerlo... No podía permitirse a sí misma dejarse llevar de tal modo.
Simplemente no podía.
Un terror ya conocido la llenó.
En el instante en que lo vio inclinarse mucho más se apartó abruptamente rompiendo así el hechizo.
Y aunque fue una de las cosas más difíciles que había hecho jamás, León la dejó ir.
Esta vez Ariana desvió la mirada, incapaz de evitar pensar en lo fuertes y cálidos que le habían parecido aquellos brazos tan solo unos segundos antes, en lo cerca que habían estado de unir sus bocas.
¡Era una locura!
Se estaba volviendo loca, no había otra explicación.
–Debemos irnos cuanto antes– Chicano habló como si nada entre ellos hubiese estado a punto de suceder. –Si ese tal Dolph andaba por aquí, quiere decir que los demás no pueden estar muy lejos. Encima no sabemos cuántos hombres nuevos llegaron. Tenemos que darnos prisa–
Ariana asintió. El moreno le tendió la mano y ella aceptó negándose a pensar más en cómo se habían mirado antes, en el calor de los ojos verdosos y en la manera en que la había abrazado. Aquello tenía que quedar en el olvido así se le fuera la vida en ello.
Emprendieron su viaje hacia adelante. Sin embargo no pudo evitar mirar atrás. La pesadilla se quedaría ahí, en el pasado junto a todo lo demás.
Pensó entonces mientras caminaba, en que desde que tenía uso de razón había sido ella la que tenía que mantenerse siempre fuerte. Debido a eso había aprendido a no depender de ningún hombre. Desde entonces se había negado a cualquier posibilidad de hacerlo, sin embargo en esos momentos estaba dependiendo completamente de él, de Chicano. Y se sentía malditamente bien.
¿Pero qué más daba?
Ahí lo extraño se había vuelto normal. Eso parecía, porque la realidad se había vuelto surreal.
En cualquier otra circunstancia ella no sentiría que se moría ante el deseo que tenía de besar a su moreno, fuerte y apuesto salvador.
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Lamento la tardanza. Tuve un fatal bloqueo de escritora, y espero que no vuelva a suceder...
¿Quieren más? Dejen comentarios!
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