07 ━━━ Hero to zero.

CAPÍTULO SIETE
de héroe a cero 

¿Quién no ha discutido con sus padres? Este tipo de discusiones, con frecuencia, no suelen tener mucha importancia. Nuestras opiniones tienden a chocar con la suya, casi nunca coincidimos y ambas partes siempre creen tener la razón.

Generalmente, yo no era de discutir demasiado con Victoria. Nos llevábamos muy bien en su mayoría, ella trataba de ser de lo más comprensiva y yo también me esforzaba por no ser un dolor de cabeza tan grande para ella. Sin embargo, habían situaciones en las que realmente diferíamos y eso ocasionaba que las chispas volaran a nuestro alrededor. El tema de Althea era uno de los detonantes más fuertes, o al menos empezó a serlo desde un par de años hasta ahí. Steve siempre estuvo presente para intervenir, ah, pero ese día no se encontraba en casa...

Ya saben lo que dicen: día que empieza mal, día que termina mal. 




M A N H A T T A N 
Rogers Clare Residence
6:35 a.m.

Atravesé la puerta de la cocina con los zapatos en la mano. Mi cabello estaba mojado y lo tenía pegado a los lados de la cara, además, de seguro las medias ya estaban sucias pues había estado caminando con ellas gran parte de la mañana mientras terminaba de alistarme.

—¿Dónde está papá? —pregunté, recorriendo toda la instancia con los ojos. No era muy usual que el rubio se tardara tanto en sus caminatas matutinas; por lo general, a estas horas ya se encontraba de regreso.

Mamá sacó los ojos de la estufa y me miró. Solo me bastó con ver la frialdad en esos orbes color avellana para saber que estaba enojada. Empecé a considerar la situación: ¿Estaría al tanto del declive en el que iban mis notas en Barcliff? ¿Se enteró que no lavé mi ropa sucia sino que la amontoné en el fondo del clóset? ¿Habrá encontrado la vajilla china que rompí hace un mes?

Intenté no alterar mi expresión.

—¿Salió a correr más tarde? —volví a preguntar, cautelosa. La observé sacar la tetera de la estufa y ponerla en el mesón.

—Está en el complejo. De hecho, no regresó anoche —contestó deteniéndose en medio de la cocina—. Partimos a Nigeria en un rato.

—¿Algo de Crossbones?

—Ajá.

Me acobardé a la espera de que me dijera algo más, aunque no sabía qué más podía decir. No lavar la ropa, romper la vajilla y bajar las notas nunca habían sido suficientes para hacerle poner esa cara helada. Tenía que ser algo más...

—¿Qué tanto estuviste hablando con mi madre, Vera?

Y allí estaba. Honestamente, eso me parecía de lo más injusto. Me pregunté si, después de todo este tiempo, Victoria de verdad esperaba que yo adoptara esa misma postura suya con respecto Althea, porque si era así entonces se llevaría una gran decepción. Casi siempre me ponía de su lado, pero en esta ocasión no podía hacerlo, porque creía firmemente que estaba equivocada en lo que hacía. O quizás mamá solo estaba siendo cauta y precavida —porque aún aunque me costara, era capaz de admitir que ella sabía muchísimo más que ello y que tal vez esa era la razón por la que solía actuar de forma tan cautelosa sobre este tema.

Suspiré y me agaché para poner los zapatos en el suelo, procediendo a meter un pie en cada uno. Me imaginé que esta no la iba a librar tan fácil.

—¿Sabes? Es escalofriante como te enteras de todo —comenté en un esfuerzo de ser graciosa. No funcionó. Mamá me siguió mirando con expresión insondable—. Bueno, pero, ¿por qué me miras así? En ningún lado está escrito que ella no pueda pasar a saludarme.

Victoria negó lentamente.

—Si la conocieras algo sabrías que solo aparece cuando tiene algún interés propio. Así que, ¿por qué mejor no me vas diciendo qué sucede? ¿Qué tienes que le interesó tanto para bajar a buscarte?

La miré, incrédula.

—Es la cosa más horrible que me has dicho. ¿De verdad le importamos tan poco como para que solo venga porque yo tenga algo que pueda serle útil? ¿Si no tuviera nada entonces soy un cero a la izquierda? —se me desencajó la mandíbula gradualmente—. ¿Es eso lo que me estás diciendo?

—No seas radical, Vera —me dijo mientras relajaba los ojos—. Sé de lo que te estoy hablando así que, por favor, ¿puedes ser honesta conmigo y decirme qué está pasando? ¿Qué no me has contado?

Respiré hondo e intenté hablar en un tono más razonable. Si es que hablando de Althea se pudiera razonar con Victoria, porque me parecía imposible.

—Tal vez si escucharas un quince por ciento de las cosas que te digo no estaríamos teniendo esta conversación —eso no salió precisamente razonable, pero no me di cuenta hasta que lo había soltado—. Traté de hablar contigo, pero, ¡sorpresa!, no me escuchaste, porque siempre estás haciendo algo más. Así que me parece de lo más injusto que vengas a reclamarme con esa cara de enojo cuando tú ni siquiera te tomaste la molestia de buscarme de nuevo cuando te dije que necesitaba decirte algo importante. Al menos la abuela sí quiso escucharme.

Victoria abrió los ojos de sopetón, como si nunca en mil años se hubiera podido imaginar que precisamente yo le iba a hablar de esa manera. Pero es que en serio era una injusticia. La molestia me había invadido automáticamente ante su tono acusatorio, como si estuviera cometiendo un error tremendo, cuando yo ni siquiera lo había planeado. Solo pasó. Aunque por supuesto que ella no iba a ver eso, claro que no.

Mamá apretó los dientes de forma audible.

—No voy a discutir contigo, Vera, solo quiero que me digas si está sucediendo algo.

—Ni siquiera eres capaz de admitir que te equivocaste —murmuré con ojos entrecerrados.

—Eso es porque no me he equivocado —repuso ella, separando las palabras a modo defensivo—. Yo la conozco, tú no. Así que por favor, deja los rodeos y empieza a hablar.

Hice un ruido con la boca que sonó justo como una sirena de indignación.

—¡Pero, mamá! El simple hecho de que tú la odies no significa que yo también deba hacerlo. ¡Ella no siempre tiene que andar con motivos ocultos, mamá! ¿Es tan difícil imaginar que solo quería verme?

—Tú no tienes ni una mínima idea de cómo funcionan las cosas para nosotras, así que en lugar de gritarme te agradecería que te calmaras y empezaras a ser honesta —contestó al cruzar los brazos.

—Eres una maldita hipócrita, Victoria.

Como es lógico, me invadió un sentimiento eterno de culpabilidad tan pronto pronuncié esas palabras.

El rostro de Victoria se crispó y un espasmo de dolor le recorrió las facciones, pero rápidamente esto se vio eclipsado cuando un tono rojizo tiñó toda su cara dando entender que se había enojado. Me sentí fatal de haberle dicho eso, pero ya no podía regresar el tiempo.

—Vera...

—Crees que estás haciendo las cosas bien pero ese no siempre es el caso, mamá —musité al tiempo que empezaba a retroceder para salir de la cocina—. Eres incapaz de admitir cuando estás haciendo las cosas mal, y en este punto la única persona que cree que eres perfecta es Steve. Siempre te quejas que hablo más con él de lo que lo hago contigo... pues mira. Traté de hablar contigo y me ignoraste, y aún así me tratas como si soy la única que está errada. Althea no es ninguna joya, pero tú no le estás perdiendo la pista. Estás en camino a ser igual a ella.

Salí dando zancadas de la casa y estuve segura de que se me quedaron varias cosas en la mesa.




M A N H A T T A N 
Museo Metropolitano de Arte
7:21 a.m.

Según el reloj de mi muñeca, aún faltaban veinticuatro minutos para que comenzaran las clases en Barcliff. A juzgar por el tamaño del sándwich en mi mano izquierda, tardaría unos siete u ocho minutos en ingerirlo por completo, y a eso había que sumarle unos cuatro minutos más para tomarme entero el jugo de naranja que había en mi mano derecha. Si tomaba en cuenta el hecho de que había dejado en casa la maqueta de la profesora Jordan —que convenientemente era mi primera clase de la mañana— iba a tener que tardarme unos quince minutos más en llegar para que mi excusa de haber dejado el trabajo en el autobús tuviera un poco más de credibilidad. Tenía que implementar la mentira de que había caminado hasta la estación a ver si lo recuperaba.

Así que tenía treinta y nueve minutos para hacer del vago antes de dirigirme a Barcliff. Ese no era un problema, tampoco era la primera vez que empleaba esos trucos para llegar más tarde. Lo amargo de la situación era que no estaba de ánimos para ver clases.

Sobraba decir que la discusión con Victoria me había eliminado todas las endorfinas del cuerpo. Me sentía muy mal porque, evidentemente, había sido muy dura con ella, pero de manera muy contradictoria también sentía que ella no estaba siendo muy justa conmigo. Era incapaz de decidir cuál de las dos tenía la razón —aunque probablemente ninguna la tuviera. Había sido algo extremo haberla comparado de una manera tan explícita con su madre, sabiendo lo que detestaba eso, pero tampoco había resultado placentero que nada más al levantarme empezara a reclamar por cosas que ni siquiera eran mi culpa. Yo no había llamado a Althea, ella solo apareció (y a buena hora lo hizo, porque no quería considerar en esta ecuación lo que me pasó con el doctor Lifton).

La discusión solo había hecho que me sintiera terrible e indudablemente me hizo preguntarme si, quizás, yo debí haber sido más insistente. Victoria aún no tenía ni idea acerca de mi visión... ¿Qué pasaría cuándo se lo dijera?

Estaba sentada en una banca, al otro lado de la calle, y en el frente estaba el Museo de Arte. Las personas empezaban a entrar y también habían un par de autobuses escolares de excursión. Suspiré. Seguro que esos trabajos de campo no resultaban como los míos; porque los míos siempre terminaban con un arma involucrada.

—¿Vera?

Tenía casi la mitad del sándwich en la boca cuando levanté la cabeza para ver quién me llamaba. Me atraganté al ver a la persona.

—Peter Parker, hey —tengan en cuenta que dije toda esa oración con la boca llena. Después de tragar como una persona decente y de buena educación como me habían criado, pude agregar—: ¡Oh, qué bueno que apareciste! Quería hablar contigo, y darte las gracias. Por lo de ayer, ya sabes, se te está haciendo costumbre salvarme la vida —terminé con una sonrisa.

El castaño se llevó una mano detrás de la nuca y pude jurar que se ruborizó.

—Qué va, si no fue nada —se río nerviosamente. Me percaté de que llevaba la chaqueta con la insignia de su escuela.

—Ah... ¿Estás de excursión en el museo de arte?

—S-Sí —asintió, aún con esa mueca avergonzada—. Pero si quieres, ya sabes, hablar, tengo unos minutos.

Me reí entre dientes.

—Si estás ocupado podemos hacerlo otro día, Peter.

—¡No! Digo, no... Podemos hablar. El museo aún no abre.

Me quedé mirándolo fijamente, especulando. Lo vi morderse el labio inferior y sus ojos se achicaron al dedicarme una sonrisa bastante bonita, cálida.

En ese momento no lo comprendí. De hecho, me tomó mucho tiempo entender y aceptar la procedencia de ese retortijón en el estómago que me generó ese gesto. Lo vi sonreírme y de pronto me encogí sobre mí misma, mi sistema se revolvió y se me puso la cara caliente. Él no se dio cuenta de eso, y ciertamente yo tampoco lo hice al instante, pero estuvo ahí. Fue leve, pero lo noté. Y lo sorprendente es que, después de esa vez primera, el retortijón empezó a repetirse con mucha frecuencia. Apareció una y otra vez, día tras día... pero esa es una historia más avanzada.

En el momento lo que importó no fue eso, sino lo que le siguió. Eso fue lo que me hizo suspirar. Me hice a un lado para que Peter se sentara en el otro extremo de la banca. Su expresión captó mi atención: tenía las comisuras de la boca ligeramente alzadas; luchaba por no sonreír.

Carraspeé.

—¿Qué tan entrometida me consideras si te hago preguntas bastante personales? —inquirí cuidadosamente. Él sacudió la cabeza.

—Depende de qué preguntes.

Chasqueé la lengua.

—Solo... ¿Acaso mejora? —pregunté, arrugando la nariz—. Ya sabes... Tener un... Espera, ¿alguien sabe lo que puedes hacer?

Me di cuenta que tenía que haber empezado por ahí desde el principio.

—No realmente —replicó en un murmuro—. Mi tía enloquecería si lo supiera, así que... No le he dicho a nadie. Tú te diste cuenta sola.

Le sonreí sin poderlo evitarlo. También noté que nombró a su tía, pero no comentó nada respecto a sus padres. Era de mala educación preguntarlo, así que me limité a asentir.

—Lo siento —me disculpé sin el mínimo sentimiento de culpabilidad. De hecho lo había disfrutado bastante.

—Tu cara dice otra cosa.

—Tal vez —convine sin dejar de sonreír—. Entonces mi pregunta sí tiene validez: ¿Mejora luego? Tener algo que no puedes decirle a nadie porque no te van a entender, ¿mejora? ¿O siempre se siente así?

Frunció el ceño.

—No lo sé. No tengo tanto tiempo con... esto, así que no le he dedicado tantos pensamientos a ese tema en específico. Claro que, si fuera como tú que tienes padres superhéroes, quizás sería más fácil. Ellos entenderían.

—Te sorprendería —bisbiseé, no muy convencida.

—¿Por qué me preguntas eso? —quiso saber en tono curioso.

—Es complicado —me encogí de hombros—. Supongo que no quería sentirme sola.

Peter ladeó la cabeza para buscar mi mirada.

—¿Te encuentras bien, Vera? Te ves bastante desanimada.

Se me escapó una ronca risa. Ya había perdido la cuenta de cuántas veces me iban diciendo eso en el último mes, porque todo el mundo parecía empeñado en repetirme lo desanimada que me veía. Y la verdad es que yo no podía saber qué era eso que todos veían en mí para que me preguntaran eso, pero debía ser bastante notable si llevaba esta racha en cuatro semanas.

Apreté los labios.

—Eso creo. Tuve una discusión bastante mala esta mañana con mi mamá y ahora me siento mal porque, para rematar, en este instante debe ir camino a Nigeria para una misión. No me gusta cuando se va, incluso aunque sé que va a estar perfectamente bien, y que hayamos peleado solo empeora todo.

—¿Por eso te sientes sola?

—No lo sé —admití—. ¿Alguna vez has sentido que lo que puedes hacer está maldito?

Una expresión de confusión se extendió por el rostro de Peter.

—No. De hecho, creo que es bueno... ¿No es bueno?

Lo pensé durante un minuto.

—Sí... probablemente tengas razón —murmuré con desánimo.

Se notaba a leguas que Peter Parker era lo suficientemente educado y caballeroso como para no indagar más acerca de lo que me pasaba, incluso aunque seguramente se moría de la curiosidad. Tenía que darle bastante crédito por eso.

—Sabes —comenzó de nuevo, y su tono de voz me resultó cálido—. No tienes que estar sola. Si quieres hablar... —dejó el resto de la frase al aire de manera sugestiva, probablemente esperando que yo la completara.

Volví el rostro hacia él y le sonreí de buena gana. Pero cuando lo hice, el inconfundible olor a lavanda me golpeó la nariz y entonces lo vi. Las brillantes luces blancas también estaban sobre su cabeza. Abrí la boca, asombrada, y se me aceleró el corazón.

Tuve que recordarme que él esperaba una respuesta para concentrarme de nuevo. Ya se estaba haciendo costumbre ver ese fulgor blanquecino.

—De verdad eres uno en un millón, ¿verdad, Peter Parker?

—Eso, sí, ajá, mi nombre —tragó saliva sonoramente—. Mi nombre es Peter Parker.

—¡Peter!

Ambos viramos la atención hacia el llamado de su nombre. Un chico robusto de mismo saco amarillo y sombrero de pescador se acercó trotando hasta la escena.

—¡Gordo! —exclamó con una sonrisa—. Te estaba buscando, ¿qué estab... Oh, pero, hola. Mucho gusto, soy Ned Leeds. A tus servicios —se dirigió hacia mí, extendiendo su mano con cordialidad para que yo la tomara.

Acepté el gesto gustosa.

—Mucho gusto, Ned Leeds. Me llamo Vera Rogers.

—Tienes bonito cabello —comentó sin dejar de sonreír.

—Gracias, Ned.

—¿Ya vamos a entrar? —escuché a Peter preguntar.

Eché en el bote de basura la lata del jugo y el papel en el que venía envuelto el sándwich, para luego dirigir mi mirada hacia el reloj de mi muñeca.

—Bueno, fue genial hablar contigo, Peter. Espero que nos veamos pronto —me acomodé el bolso sobre mi hombro—. Fue un gusto conocerte, Ned. Tengo que irme, ¡hasta luego!

Peter me sonrió devuelta.

—Adiós, Vera, espero verte pronto.

Me despedí con la mano de ambos, y avancé unos cinco pasos cuando escuché a Ned Leeds exclamar con entusiasmo:

—¡Gordo! Qué bella es, ¡y va a Barcliff! ¿Notaste que tiene el mismo apellido del Capitán América?

Se me escapó una carcajada al doblar la esquina.





M A N H A T T A N 
Barcliff School for Girls
13:09 p.m.

—¿No tienes calor, Logan?

Mon chérie —se le escapó un suspiro asombrado—. Jamás creí que tú me insinuarías cosas a mí.

Le di un par de manotazos al de piel tostada a ciegas. Yo estaba hablando en serio y él me salía con sus sandeces.

Aflojé el nudo de la corbata en mi cuello y me eché aire con la mano. ¡Pero qué calor estaba haciendo aquí afuera! Logan se había sentado a almorzar conmigo en el jardín que conectaba Barcliff con Kingston, el pedazo de la escuela al que iban los chicos. Almorzábamos juntos porque, casualmente, también teníamos teatro esta tarde. Eran las audiciones para Casa Blanca, y ve a saber en qué me iban a meter, pero no tenía mucha opción.

De cualquier manera, eso no es lo importante. Lo crucial de todo eso es que me estaba sofocando desde que salí a almorzar, y no entendía el motivo. Me dieron escalofríos cuando miré al frente y vi que en una mesa llena de profesores estaba el doctor Lifton.

—Te lo digo en serio, Logan —lloriqueé—. Me duele mucho la cabeza y no soporto el calor.

Logan me puso una mano en la frente.

—Estás hirviendo, Vera —observó en tono serio—. Ven, recuéstate de mí, te llevaré a la enfermería.

—Oigan, estorbos, necesito que firmen su participación en la obra. El profesor Jones me pidió de favor recogerlo —Lauren se acercó hasta la mesa con una carpeta rebosante de papeles entre las manos. La lanzó contra el cemento y luego nos miró a ambos. Frunció el ceño al hacerlo—. ¿Qué le hiciste a Clare, Logan? Parece que está a punto de desmayarse.

Logan le puso mala cara.

—Tócala. Está hirviendo en fiebre, y mira cómo se balancea.

Me hubiera encantado alejarme ante el toque de Lauren, pero no pude hacerlo. Sentí su mano fría contra mi mejilla y no pude hacer nada. Parpadeé con mucha fuerza, tratando de enfocar, pero todo comenzó a verse muy borroso. De repente empezó a faltarme el aire y me costó muchísimo respirar.

Aunque no podía enfocar ni respirar bien, a mi nariz llegó el vasto olor de la sangre. El mismo hedor nauseabundo que me había llegado el día anterior cuando me encontré con el doctor Lifton.

—Tienes razón —murmuró Lauren—. ¿Puedes cargarla? Hay que llevarla a la enfermería.

Logan resopló, ofendido.

—Por supuesto que puedo cargarla. No por nada entreno con el programa «Obtén los músculos de Thor», puedo cargarla a ella y veinte kilos más.

Jadeé en busca de aire, pero solo conseguí que la garganta se me inundara de ese terrible aroma sanguíneo. ¿Por qué sentía que alguien me estaba mirando? Los músculos comenzaron a pesarme una tonelada entera.

—¿Vera? ¡Vera! ¡Logan, sosténla!

Eso fue lo último que escuché antes de que se me cerraran los ojos. 





NOTA ORIGINAL, 2018
***

N/A: Pera? Laura? Vogan? Laurogan? Hay mucho que shippear por aquí 😂😂😂😂

Alerta, zanahoria desvanecida 👀

Día tres de la #SemanaMoondust seguimos avanzando gente uwu yo creo que sí vamos a poder 🤘🥳

Victoria y Vera tuvieron su pelea por Althea (para variar) y pues para mí ninguna de las dos tiene razón 🤔🤔, ¿tú que crees? Ya sabemos que la Vicky tiende a ser muy terca y testaruda cuando se lo propone e.e

Nos estamos acercando al final, ya ha ocurrido lo de Nigeria así que preparense para los acuerdos en el siguiente uwu va a estar bien intenso

Nos encontramos con Peter otra vez 🥺 mis niños chiquitos son demasiado cutes

Anyway, creo que eso es todo por hoy 🥳

¡No olviden dejarme sus comentarios! Esperaré ansiosa poder leerlos todos🧡

ENCUESTA DEL DÍA: ¿Por qué crees que Vera se enfermó? 🔥


Peters virtuales para todas 🖤


Ashly se despide xx

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