Epílogo

"Un amor como el nuestro es uno en un millón, tal y como estrellas en el cielo. La más brillante de todas ellas, estoy seguro, esperaba nuestro encuentro con anhelo."


Yuuri volvió a su hogar.

Tuvo que enterarse que él había llegado en su ausencia en San Petersburgo. Su buen amigo Chris se encargó de cuidar de él y darle un lugar temporal en su departamento hasta que Viktor regresara para encontrarse con la sorpresa. Incluso Yakov, quien en un principio dudó de si era apropiado que estuviera tan pegado a Yuuri, ayudó en la causa de sus amigos.

Por petición especial de Phichit, Mila se había encargado de grabar desde el momento en el cual Viktor entró al salón. Así que esa pequeña escena de su reencuentro pasaba a formar parte de la galería de recuerdos de la pelirroja y el tailandés.

No dudó en que Yuuri debía vivir con él, y se negó cuando el japonés dijo que tenía pensado en un lugar para vivir. Esa misma noche llevaron las pertenencias que trajo desde Japón directamente a su departamento junto a Makkachin.

Al día siguiente, desempacaron juntos y acomodaron todo para estar más cómodos. Eso significaba que compartía la misma habitación que Yuuri, y Viktor nunca sintió el lugar más lleno como en esos momentos. No pudo creer que tuviera al japonés viviendo con él, que fuera su pareja y todo se sintiera tan natural, pero como un hermoso sueño.

No tardaron en acostumbrarse a vivir juntos, en acostumbrarse a la alegría de tener a Yuuri en casa. El japonés lo ayudó a llevar una vida más casera.

Yuuri abrió un estudio de danza en el mismo lugar que arrendaron cuando él y su grupo llegaron a San Petersburgo, sólo que este pasó a ser propiedad del japonés cuando comenzó a pagar por el para hacerlo suyo de manera permanente. Lo ayudó en muchas remodelaciones y en adornar el lugar para que fuera tal y como su querido bailarín lo había soñado.

Al momento de plantearlo, él fue muy específico y supo que sería un trabajo duro, pero después de dos semanas de trabajo arduo, lo logró. Se encontró más de una vez con la camiseta manchada de pintura, un casco en su cabeza y exhausto. Y vio varias veces a Yuuri con su carita manchada de diversos colores y sonriéndole. La primera vez que pintaron una pared, al ver como se secó, tuvieron que volver a pintarla para que quedara bien.

Pasaron el día entero en los cumpleaños del otro, que si bien no era el primero que pasaban, lo contaban como tal dado que las veces pasadas no pudieron celebrarlos por las circunstancias.

El día en el cual se abrió el estudio de danza invitaron a los amigos que estaban viviendo en San Petersburgo y vio a Yuuri mandarse mensajes con Phichit. El tailandés le mandaba mensajes y fotografías del grupo y las personas que lo conformaban. Ellos no olvidaban a Yuuri y él tampoco se podía olvidar de ellos.

Los meses pasaron, al llegar el verano, Viktor invitó a Yuuri a todos los lugares hermosos que se pudieran encontrar en San Petersburgo, mostrándole por primera vez lo que las noches blancas en Rusia eran. Al ver los ojos brillar de emoción supo que hizo lo correcto, y que el japonés era feliz.

Yuuri había estado aprendiendo ruso mientras se encontraba en Japón, y si bien su pronunciación no era la mejor, le encantaba escucharlo. Su bailarín era capaz de leer lo básico y a veces ellos intentaban entenderse en el idioma del otro. No funcionaba del todo bien cuando hacían eso, terminaban por mirarse a los rostros intentando descifrar que habían dicho mal.

En sus días libres pasaba en el estudio y según la sugerencia de Phichit, Mila y Chris, era mejor si él no descuidaba las lecciones de baile. Así que cada vez que tenía la ocasión de practicar, lo hacía junto a su lindo novio.

La oportunidad que perdió cuando fue detrás de Yuuri el día en el cual se marchó, eventualmente fue reemplazada con otra igual de buena. Dio un gran espectáculo para que tomaran en consideración, y celebraron cuando obtuvo una gran oportunidad. 

Conoció sólo por unas pocas llamadas a los padres de Yuuri. Ambos sonaban amables, al parecer, su amado bailarín les contó todo sobre él mientras estuvo de regreso. Incluso en algunas videollamadas que tuvo el japonés pudo hablar con ellos. Encontró con que tomaban su relación de la mejor manera.

Él no tenía familia sanguínea la cual presentar a Yuuri, y se llevaba bien con los amigos que él consideraba una familia. Mientras que, por su parte, no conocía a la familia del japonés. Eso no le parecía correcto.

Así que un año después de estar viviendo con Yuuri en San Petersburgo, arreglaron un vuelto a Japón para vivir todo el mes de diciembre en el país del sol naciente. Los señores Katsuki y demás amistades estaban alegres de saber que para esas fechas iba a estar su hijo menor junto a la pareja que tanto querían conocer en persona.

En el tercer cumpleaños de Yuuri, fue cuando Viktor pidió que no salieran. Tocó para él la melodía de piano que ideó la primera vez que se conocieron, Él jamás se podía hartar de interpretarla las veces que Yuuri quisiera. Después de todo, la había creado por la sola vez que se encontró con él.

Escuchó sus manos, aplaudiendo como si hubiera escuchado el espectáculo más hermoso de toda su vida. Yuuri siempre llevaba esa sonrisa, como si cada vez que la escuchara fuera la primera vez que lo hiciera.

La estancia estaba adornada con velas y había un ambiente cálido. Preparó todo con sumo cuidado, como si fuera a arruinarse con el mínimo detalle. Algo que le costó puesto que él no era la clase de personas que planeasen algo con tiempo y se apegara al plan al pie de la letra. No obstante, Yuuri valía esos momentos en los cuales deseó estallar con su secreto y decirlo de una buena vez.

Después de tocar, invitó a Yuuri a que bailase con él. Lo guió con suavidad, esperando que sus pasos no se hubieran oxidado mucho, pero era tanta la tranquilidad que les bastaba un simple vals para estar a gusto. Balancearse de un lado a otro, con todo el espacio de la sala de estar y sus miradas fijas.

"Cuando me abrazas, completas mi corazón."

—He pensado que mis pasos se han oxidado un poco.

—Pudieras mejorar, pero lo haces de maravilla.

—Tendré que invitarte a bailar más seguido para practicar —respondió. Yuuri sonrió, pasando las yemas de sus dedos con suavidad por su rostro.

—No es necesario, me gusta bailar contigo de cualquier forma.

Negó con la cabeza. Se acercó más al japonés, apoyando su mentón sobre el hombro y respirando a profundidad.

—He pensado en muchas cosas, Yuuri.

Los dedos se acercaron su nuca para que se mantuviera de esa manera. Su bailarín tenía el ligero olor a chocolate impregnado en él. El silencio que le proporcionaba su acompañante era el propicio para seguir hablando, y sintió su corazón latir. Se obligó a calmarse, concentrándose unos segundos en las suaves caricias en su nuca.

—En que eres la persona más hermosa que he conocido, y que estoy tan enamorado de ti. Lo mucho que me gusta vivir contigo y estar a tu lado. Así que quería preguntarte si es que pudiéramos bailar un poco más.

—¿Cómo por cuánto tiempo? —escuchó en un murmullo.

—Como por el resto de nuestras vidas.

Los pasos se detuvieron, el espacio entre ambos apareció solo para que pudiera observarse a los ojos.

—¿Viktor?

La mano que yacía temblorosa sobre la suya fue agarrada con delicadeza. Da un beso en la misma, procurando mantener el contacto visual en todo momento. Lo soltó de un costado para poder hacer lo siguiente que tuvo en mente.

—Yuuri, sabes lo mucho que te amo y no puedo pensar en alguien mejor que tú para estar el resto de mi vida, es por eso que quería preguntarte...

Se detuvo un momento, sacando se su bolsillo una pequeña caja con interior de terciopelo azul muy parecido a los tonos que Yuuri utilizaba. Ese color que siempre le había gustado para él y que se encontraba en una pequeña piedra en el anillo brillante que reposaba esperando a su dueño.

—¿Quieres casarte conmigo?

Los ojos se abrieron, en un silencio perpetuo. Viktor creyó ver como las pestañas se mojaron un segundo antes de que la cabeza se moviera vertical en reiteradas ocasiones.

—Sí —contestó finalmente, y no pudo evitar formar una sonrisa cuando lo vio curvar sus labios—. Si quiero, Viktor.

Sacó el anillo, dejando de lado la caja sin importarle mucho, puesto que no la iba a necesitar. La mano que aun sujetaba fue tomada despacio, nervioso ante la posibilidad de no haber elegido el tamaño correcto, pero casi seguro de haber calculado bien.

Los deslizó por el dedo hasta encajarlo hasta el final, con el destello brillante cuando se alejó y vio a Yuuri observar el pequeño objeto como si fuera la cosa más maravillosa del mundo. La levantó ligeramente, observándolo por varios segundos antes de que sus ojos volvieran a encajar con los zafiros de Viktor.

Se abrazaron, con una gran sonrisa en sus rostros. Y así estaban bien, Viktor no necesitaba nada más que eso.

*

Al llegar a la estación, todos estaban esperando para despedirse de ellos.

—Oye, Viktor —llamó alguien a sus espaldas, encontró al violinista mirándolo con seriedad. El sonido de su voz le hizo saber que él estaba por decir algo importante. A su lado, yacía su mejor amigo, Chris.

—¿Sucede algo malo? —preguntó, preocupado.

—¿Estás seguro de esto?

Lo miró curioso.

—¿Del viaje a Japón? Claro que sí, quiero conocer a los padres y amigos de Yuuri.

—No me refiero a eso —respondió. Los irises esmeraldas terminaron sobre el japonés, quien sostenía una conversación amena con Otabek. Viktor siguió la mirada del menor hasta encontrarse con su pareja, le bastó un corto momento para formar una sonrisa.

—Un hombre tiene que hacer lo que tiene que hacer, Yuri —dijo Viktor—. Nunca me he sentido más seguro de algo, y espero que lo entiendas algún día.

Se acercó, abrazando al menor quien por primera vez estuvo calmado.

—Deséame suerte —murmuró. Casi de inmediato escuchó un chasquido molesto, sin embargo, Yuri no lo apartó.

—¿En realidad crees que pueda salir algo mal? —retó—. Yo mismo viajaré a Japón si llegas a arruinarlo con sus padres.

Rió, más que nada porque creía a Yuri capaz de cometer una locura así en uno de sus arrebatos. Después de separarse, se dirigió a Chris, él sonrió, casi como si estuviera seguro de que todo saldría bien. Ni siquiera abordaba el vuelo y Viktor sentía muchos nervios, aquellos que había logrado controlar a lo largo de esa semana, pero pedir la mano de Yuuri era diferente a ser su novio.

Chris se acercó, abrazándolo.

—Espero que la próxima vez que te vea, tengas la bendición de la familia Katsuki —murmuró con cuidado, asegurándose de que la información no pudiera llegar a oídos cercanos. Viktor procuró ser lo más discreto posible con el asunto, meses en los cuales estaba seguro hasta que decidió dar un paso para poder continuar. Lo de su compromiso era un secreto para todos, sólo lo sabían Chris y Yuri porque les pidió que lo acompañaran en su búsqueda de un anillo.

Ese viaje tenía más intenciones que las que Yuuri pensaba, pero decidió que era mejor que el japonés pensara con inocencia que sólo era una visita a sus padres. Con el corazón casi en la boca, planeó todo sabiendo bien que esa clase de cosas debían ser especiales.

—Gracias, también espero lo mismo —contestó.

Una llamada para su vuelo hizo que se separara. Yuuri se acercó entonces para despedirse y Viktor rió cuando vio al menor despedirse sin tacto alguno. No se sorprendió o molestó, porque muy en el fondo sabía que al violinista le agradaba mucho su amado bailarín pero no lo iba a aceptar.

Entonces, se retiraron antes de que el japonés diera un vistazo a las personas que estaban dejando en Rusia, colocando una expresión preocupada que llamó la atención de Viktor.

—¿Sucede algo malo?

—Es que... pensé que vas a extrañar tu hogar —respondió. Supo que Yuuri se refería a su país natal y es que era bien conocido que él amaba Rusia y su querida ciudad de San Petersburgo, además, que su japonés peor que el ruso de Yuuri.

No obstante, sonrió. Se tomó un momento para enlazar su mano con la de su bailarín, llevándola a sus propios labios.

—¿De qué estás hablando? Donde sea que nos encontremos será mi hogar, porque tú eres mi hogar, Yuuri.

Después de tantos meses juntos, se sorprendía de que las mejillas contrarias aun pudieran adquirir ese sutil tono rosado cuando demostraba su afecto. Eso era algo que le encantaba, porque después iba acompañada de una bonita sonrisa, y a veces, de un pequeño beso.

Yuuri apretó ligeramente su agarre, con la curva en sus labios antes de pararse en las puntas de sus pies y dar un beso en la frente del ruso. Su corazón latió, notaba en anillo en la mano ajena, respirando a profundidad para no cometer una imprudencia tan propia de él.

—¿Te agrada la idea de viajar a Japón?

—Creo que es el lugar perfecto.

Su pareja arqueó una ceja, confundido.

—¿Perfecto?

—Para estar contigo —respondió, soltado una risa cuando vio le mueca extraña que hizo su interlocutor.

Se tomó el tiempo de mirarlo, con el reflejó de las luces blancas en sus lentes y unos pocos cabellos crecidos fuera de lugar. Los arregló, peinándolos suavemente en cuanto una nueva señal indicaba que se debían retirar del lugar, la misma a la cual restó importancia.

Los ojos color chocolate reflejaban a su persona, y Viktor aseguró con más fuerza lo que él sabía de antemano. No había posibilidad de amar a otra persona en ese mundo que no fuese su bailarín. La única persona que podía seguir inspirándolo y haciendo que cada momento y acción que lo involucraran

Había cosas que él aun quería decir, cosas que deseaba contarle y confesarle en cuanto estuvieran en Japón.

—Yuuri, te amo.

Sonrió con naturalidad, porque él no perdía la oportunidad de decirlo cada noche y tampoco era como si le cansara decirle a su bailarín lo mucho que lo quería.

—Yo también te amo, Viktor

Pensó en la música, en su piano y los bailes. En como cada uno era muy, muy parecido al amor si lo veía desde otra perspectiva. Un baile podía bastar para enamorarse de alguien, y las personas sólo podían tener un compañero que estuviera hecho a la medida. Él, sin saber exactamente cuándo, eligió a Yuuri, tal y como el japonés lo eligió a él.

Así como cada nota tenía una continua, formando una melodía que tenía altos y bajos. La más tristes o alegres, nada podía ser perfecto aunque así pareciera, era dedicación y esfuerzo lo que lo acercaban a algo parecido. Yuuri era como una bonita melodía romántica, que sin decir una sola palabra, podía expresarlo todo.

Sin importar que fuera el día más cotidiano, él seguía viendo al chico que bailaba sobre la luz de un millón de estrellas como la estrella más brillante de todas.

Yuuri siempre sería su bailarín, su música y su único amor.

Y juntos, siempre serían un par de enamorados bailando a la luz de la luna. 

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