Capítulo XXIV
Quisiera decir que escuchen la multimedia o pongan la canción "yuri on ice", por favor. Sin más, disfruten la lectura.
¿Hay algo que ames más que la música?
Las notas estaban claras en su cabeza. Escuchaba cada una de las teclas sonar, una tras otra, en diferentes puntos clave que eran difíciles de expresar. El ardor en su estómago, el deseo de su cuerpo de moverse, utilizar la energía y la inspiración que brotaba por cada uno de sus poros.
Era una mezcla extraña. La impotencia de sus manos al no poder hacer todo por su cuenta, la velocidad y claridad de su mente para poder ingeniar diferentes maneras en las cuales poder mejorar algo. Luego, estaba esa pequeña parte que deseaba ser egoísta una vez más, pedir un favor que pudiera llenar esa parte desesperada de su persona que lo ayudara a cumplir con su cometido.
Así que lo hizo. Tomó su teléfono celular y marcó a la primera persona con la cual, sabía que podía contar si se trataba de encontrar a personas útiles y eficaces, que pudieran ayudarlo. Después de todo, Yuri no era amigo de cualquiera que no pudiera hacer, como mínimo, encargos difíciles y especiales.
Escuchó el sonido del timbre reiteradas ocasiones antes de ser cortado de abrupto por la voz irritada del adolescente, soltando insultos por lo bajo. Viktor lo había despertado de su lecho. Un error, puesto que Yuri era alguien que apreciaba mucho sus merecidas horas de descanso y no soportaba ser despertado en medio de la noche.
—Viktor Nikiforov, al menos que sea una situación de vida o muerte, quisiera saber por qué demonios estás llamando a esta hora —dijo, se notaba la cólera contenida en su voz somnolienta.
—Necesito un favor, Yuri.
—¿Y no puede esperar hasta mañana?
—Precisamente por eso te estoy llamando, no puede esperar hasta mañana —respondió, buscando las palabras correctas para que Yuri no cortara la llamada y apagara su celular—. Eres el único que me puede ayudar en esto, por favor.
El rubio soltó un suspiró. Viktor logró escuchar el movimiento de algunos objetivos, probablemente porque Yuri estaba acomodándose en su cama para hablar correctamente.
—¿Qué necesitas?
—Es para la presentación de mañana, quisiera que consiguieras a un baterista.
—Pero mañana es la presentación, mañana —enfatizó el adolescente con molestia—. ¿Vas a hacer cambios de último momento? ¿Acaso te has vuelto loco?
—Es algo que debo hacer. No existen más oportunidades, Yuri. Esta será la última vez que haga algo semejante.
—Eres un músico, debes saber que varios tocan muchos instrumentos. Pídele a alguien que te ayude con eso.
—Es que no me llevo especialmente con esa parte —respondió, recordando los rostros y nombres de los músicos de instrumentos de percusión. Más de un rostro no era de su agrado y no iba a acudir a ellos salvo que no tuviera otra opción.
—Bien, conozco a alguien —dijo Yuri—. Llamaré en cinco minutos para confirmar.
—Gracias.
—Aun no me agradezcas, no he conseguido al baterista.
Después de que la llamada finalizara, esperó paciente los siguientes minutos. El tiempo que esperó Viktor para que hubiera una respuesta por parte de Yuri, fue demasiado. Se preguntó si su petición fue repentina y el adolescente estaba intentando encontrar al músico, o por lo contrario, se había rendido y prefirió dormir. Aunque la última opción era menos probable, porque Yuri no era esa clase de persona.
Se levantó de la cama, todavía, sintiendo sueño, le era imposible dormir. Viktor se preguntó si Yuuri pasaba por el mismo problema. Si su amado bailarín se encontraba despierto, acomodándose en su cama en un intento de dormir. Las veces en las cuales durmió junto al japonés, tenía un rostro pacífico y dulce.
Dio varias vueltas por el departamento, incluso se dirigió a la cocina para beber algo mientras la espera se hacía eterna. Entonces, cuando la música proveniente de su celular se escuchó por el pasillo. Se movió con rapidez, dirigiéndose con algo de torpeza a su habitación para tomar su celular.
—¿Yuri?
—En treinta minutos, frente al conservatorio —dijo él con simpleza.
—¿Qué? —vociferó. No entendía que estaba indicando el menor.
—El baterista, idiota —soltó fastidiado Yuri—. ¿Crees que las cosas se pueden hacer en unas pocas horas? Es difícil, incluso si marca un ritmo para ti, debe saber para qué y cómo lo hará. Así que tienes treinta minutos para estar frente al jodido conservatorio.
—¿También estarás?
—¿Tengo otra opción? El tiempo pasa, Viktor. Y mientras desperdicias tu tiempo hablando conmigo yo estoy a punto de salir.
—¿A esta hora?
—Desviste pensarlo antes de llamarme. ¡Ahora, muévete!
Antes de poder replicar Yuri finalizó la llamada. Dejó su celular sobre la cama y se dispuso a buscar cualquier prenda que estuviera a la vista. No se dio por completo los cuidados que solía tener. Dejó que los mechones ligeramente despeinados de su cabello permanecieran de esa manera y después de colocarse un abrigo para él frío, y asegurarse que Makkachin estuviera bien, se dispuso a salir.
Lo peor de salir pasada la media noche era el frío que carcomía los huesos, si bien estaba acostumbrado al frío de su ciudad natal, también habían días como aquellos en los cuales hubiera preferido quedarse en cama. Pero esa no era una opción, en primer lugar, fue el quien provocó que Yuri saliera de casa. Era algo especial que debía hacer antes de que Yuuri se marchara. Los detalles adicionales, no importaban.
Caminó rápido. Las calles estaban casi vacías salvo por un par de autos que pasaron por avenidas distantes.
El conservatorio se encontró a un par de calles. Yuri estaba con una de sus chaquetas con estampados de felinos y a su lado se encontraba Otabek. La sorpresa no se hizo esperar en Viktor.
—Al fin llegaste —habló Yuri, por su rostro pudo notar que estaba cansado y con frío. Se hizo una nota mental de recompensarlo después de eso.
—Buenas noches, Yuri —saludó, haciendo caso omiso a sus palabras—. Buenas noches, Otabek.
El kazajo movió su cabeza como un saludo, tal vez un poco menos cansado que el rubio. Se preguntó bajo que palabras logró convencerlo de salir a esa hora para encontrarse en un lugar abandonado en las madrugadas.
—Yuri me dijo que necesitabas un baterista, también, que ibas a explicarnos todo en cuanto llegáramos.
—¿Y tú eres baterista? —preguntó Viktor, tanteando el terreno.
—Un experto, no —contestó con sinceridad—. Por eso quería saber qué grado de complejidad tiene lo que quieres hacer.
—Ritmo en algunas partes de una canción. ¿Crees que puedas?
—¿Con qué fin, Viktor?
—Yuuri —dijo, haciendo una pausa—. Él se va mañana y, no sé. Esto es lo último que quería darle. Mañana vendrá a escucharme tocar la canción que hice para él. Sólo quiero que sea algo especial.
Otabek lo inspeccionó, analizando sus palabras. Yuri en cambio, se quedó quieto, a la expectativa de lo que diría el baterista amateur. Se preocupó cuando no obtuvo una respuesta, creyó que sus palabras no fueron convincentes para el kazajo.
—Bien —murmuró antes de dar vuelta—. Vamos, tenemos mucho que hacer en ese caso.
Vio a los adolescentes intercambiar miradas antes de caminar. No entendió, pero ambos parecían hablar con los ojos y eso daba mucho de qué hablar. Viktor decidió que tendría tiempo para pensar en eso una vez que se encargara de sus asuntos.
—¿A dónde vamos? El conservatorio está cerrado.
—Ya pensamos en eso, sólo cállate —bramó Yuri
Llegaron a la entrada trasera del conservatorio, aquella que estaba conectada con el salón principal. Miró interrogante a Yuri hasta el momento en el cual lo vio sacar una navaja junto a un alambre corto y delgado. Se alarmó cuando vio como introducía ambos objetos en la cerradura.
—¿Cómo es que tú...?
—Ni se te ocurra pensar alguna idiotez, Viktor —cortó el rubio.
La amenaza lo hizo callar y se dedicó a esperar. Notó que Otabek no se vio sorprendido por la habilidad oculta —así lo denomino Viktor—, de su amigo violinista. Por el contrario, incluso parecía conocerlo y observaba con atención.
Escuchó que la cerradura se abrió y los tres se adentraron. La manera en la cual se colaron dentro del edificio se le hizo familiar a la de un ladrón o un chico rebelde regresando a casa después de escapar.
—Estamos dentro —dijo Yuri satisfecho—. En el salón se encontraba el piano. Y en el cuarto junto a él vi una batería.
—¿Hace cuánto? —preguntó Viktor al no tener recuerdos de eso.
—Hace un par de días. Tú no lo recuerdas porque decidiste que en lugar de ayudar a guardar los instrumentos era mejor irte con tu novio.
El mayor no respondió. En su lugar, siguió al par que se dirigía al cuarto donde encontrarían una batería. Miró con curiosidad al par de amigos, se llevaban mejor de lo que pensaba. ¿Quién saldría de la comodidad de su casa en la madrugada para ayudar al amigo —o compañero, según lo viera Yuri—, de alguien más?
Se tardaron en armar la batería hasta que finalmente Viktor pudo dar las indicaciones. Otabek no era parecido a los integrantes de las percusiones, sin embargo, tenía un gran sentido del ritmo y las partes en las cuales debía intervenir eran precisas.
Al día siguiente, iba a tener la melodía perfecta para Yuuri.
—Vitya —sonó una suave voz, llamado su nombre con dulzura. El breve destello de un par de ojos azulinos y una sonrisa llamó su atención. Su visión, sin embargo, se encontraba opacada y apenas pudo distinguir por unos segundos antes de enfocar correctamente. Parpadeó, como si fuera necesario despertar de aquel momento.
—Ven aquí, hijo —volvió a escuchar, esta vez de una voz grave.
—¿De qué trata la nueva melodía, papá? —preguntó él.
—Del amor encontrado, Viktor —volvió a decir—. Aun no la termino, pero la hice a medida que conocí a tu madre. ¿La recuerdas? Ella la solía tararear en las noches, para ti, cuando eras más pequeño.
—Sí, la recuerdo bien —respondió. Escuchó la risa de su madre a sus espaldas—. ¿Por qué no la terminas?
—La guardaba para cuando tuviera otro amor importarte —dijo, con una sonrisa antes de preguntar—. ¿Sabes de quién hablo?
—No —contestó, confundido.
—De ti.
El lugar se llenó con las risas de su padre y madre. Él sonrió, recordando lo que pasó por su cabeza en ese instante de su vida. La última melodía que había compuesto a medias, su padre, y terminó como una más entre el montón de canciones que todos conocían.
—Usarla una vez, no será tan malo —pensó Viktor. Por segunda vez en esa mañana, acomodaba la corbata que estaba en su cuello. Después de muchas vueltas se dio cuenta de que la misma no tenía ningún problema, era él quien no podía quedarse quieto.
—Viktor, para de una buena vez —dijo Yuri, cansado por las vueltas que daba el mayor en la sala.
Volteó en reiteradas ocasiones a mirar el reloj en la pared y el que estaba en su mano, con el único objetivo de confirmar la hora. Se sentía presionado, tenía un deje de temor porque Yuuri no fuera a aparecer esa mañana.
—Él va a venir —habló Yuri, y sintió una mano sobre su hombro. Se volteó, encontrando los irises esmeralda fijos en él con preocupación. Pocas veces veía a Yuri de esa manera, él no era una persona muy expresiva.
—Lo siento... no puedo evitar pensar que es posible que no aparezca.
—Dudo que el idiota del cual te has enamorado no sea un hombre de palabra, siempre ha llegado, ¿no es así?
—Me parece curioso que lo defiendas —rió el mayor—.Creí que Yuuri no te agradaba.
—Sobre eso... —murmuró el menor, llamando la atención de Viktor.
El adolescente dio vueltas por el lugar. Entendió que era mejor permanecer callado para darle su espacio, de esa manera podría hablar. Él tenía una gran dificultad para expresar sus ideas en voz alta.
—Ya te dije que no me gustan las personas que no entienden la música, pero —cortó un momento, intentando terminar sus palabras—, cuando lo vi sentado, admirando la manera en la cual tocabas el piano en una de tus tantas presentaciones, lo supe.
—¿Qué cosa?
—Él entiende la música —respondió—. Cuando escucha la música que tocamos, parece que en verdad la disfruta.
—¿Lo dices porque te dije que él tocaba el piano?
—No, lo digo porque me tardé en notarlo. Mírate, nunca te vi tan feliz como cuando tú y él comenzaron a salir. Si se quedara en San Petersburgo, aquí, en el conservatorio, unos minutos, al menos deberías hacer que valga la pena para él, ¿no crees?
—Por esa misma razón te pedí ese favor. Aunque no creo que fue bueno para ti regresar tarde a casa.
—Dormí lo necesario.
Viktor formó una sonrisa agradecida, a pesar de la diferencia de edad, Yuri había sido un buen amigo suyo. A veces tenía palabras y respuestas más serias que muchos adultos que conocía.
Esperó paciente, la hora había llegado y debía presentarse. Sentía calor y el pequeño titubeo de sus pasos al dirigirse al escenario. Al salir, el destello de las luces sobre los instrumentos y su persona, lo hicieron parpadear un poco antes de buscar entre los asientos a su bailarín. Era una presentación abierta, podía entrar en cualquier momento.
Pero no encontró a Yuuri, por más que lo buscó. La voz de Yakov, indicándole que tomara asiento frente a piano lo ayudó a orientarse después de esa mala noticia. Se preguntó si era posible que Yuuri estuviera en la entrada del aeropuerto, marchándose sin decir una sola palabra de despedida.
La última vez que hablaron fue después de ese baile nocturno. Ahí volvió a confesar su amor por aquel bailarín de ojos color chocolate. Aquel de resplandeciente cabello negro que parecía relucir a la luz de la luna. Como si fuera un baile lunar, Yuuri era resplandeciente, Yuuri fue resplandeciente en cada una de las noches que pasó con él.
Comenzó con la primera melodía, y pasó por un par más antes de percatarse que en realidad estaba más inmerso en sus pensamientos que en la melodía. Cambió la partitura, mirando en la primera fila a aquellas personas que estaban para juzgar su trabajo y darle una gran oportunidad en su carrera.
—La melodía de mi padre... —murmuró. Entonces, preparó sus dedos. Recordaba aquella canción siempre, pero no la había tocado desde hace años. Se tomó la libertad de terminar aquellas partituras que quedaron a medias.
Tocó las primeras notas. El salón se llenó de la melodía. Por un momento, sintió un escalofrío recorrer su espalda. Sin embargo, al no poder distraerse, siguió tocando unos segundos más hasta que se terminó.
Volteó por instinto, encontrando a alguien de pie en medio del pasillo. Su mirada se detuvo en Yuuri. Su bailarín, con el cabello ligeramente despeinado, el aire saliendo de sus pulmones como si hubiera corrido una larga distancia. Incluso de esa manera, parado y con sus vestimentas ligeramente desarregladas, el abrigo azul; Viktor nunca vio tan hermoso a su bailarín.
—La canción de Yuuri —habló Viktor—. Quiero tocarla ahora.
—¿Viktor? —preguntó Yakov cuando el silencio se había extendido por un tiempo prolongado.
—¡Yuri! —llamó el mayor al rubio en su lugar. El chico se movió tan rápido como pudo, intercambiando miradas cómplices con Mila. De uno de los costados del escenario salió Otabek, quien llevaba un terno para la ocasión, procurando estar acorde al ambiente elegante del salón. Habían dejado todo preparado, y les costó mucho que Yakov no pusiera resistencia en quitar el instrumento, alegando que era una sorpresa.
El japonés se fue acercando por el pasillo, con sus pasos lentos hasta llegar a las primeras filas. Los demás espectadores murmuraban por el silencio y varios miraban a Yuuri.
Viktor le sonrió, haciendo una leve reverencia con su brazo hacía Yuuri. Muy parecido al paso que hacía cuando se invitaba a alguien a bailar. Lo vio sonreír, con ese destello en sus ojos que demostraba entusiasmo.
Tocó el piano, moviendo sus dedos tal y como recordaba. Como si el peso de los mismos fuera el de una pluma, se deslizó con agilidad. Cuando avanzó escuchó los elementos agregarse a la melodía. Los platillos de la batería para marcar un ritmo más alegre y movido, imitando la sensación de entusiasmo que sintió al componerla. Su corazón latió como si estuviera corriendo, las emociones acariciando su piel. La suavidad del violín de Yuri, acompañando en un lento compas que hacía realidad la melodía que pensó tantas veces.
Y luego, pensó el Yuuri.
Desde el primer día el cual lo vio bailar a la luz de las estrellas. Yuuri riendo, Yuuri con vergüenza, Yuuri mirando el cielo. Yuuri con sus inseguridades, con sus temores y su historia. Yuuri y su silueta oscura, danzando con cada parte de su cuerpo. Sus dedos extendidos, sus brazos y sus piernas. Yuuri como una pieza de arte viviente, lleno de belleza en cada uno de sus aspectos. Su Yuuri.
"No estoy seguro de cómo funciona en cada persona, pero creo que el amor debería sentirse de esta manera."
Terminó. Reteniendo el aliento por un momento. Se volteó, buscando a su amado japonés. Se sorprendió cuando lo encontró con lágrimas en los ojos. Se formaban pequeñas gotas en los bordes antes de resbalar en filos hilos por las mejillas. No entendió porque Yuuri estaba llorando, pero aun con sus ojos brillantes por las lágrimas, llevaba una hermosa pero triste sonrisa.
La sonrisa se borró y la boca de Yuuri se abrió. Entonces, como si hubiera recibido una cachetada por parte del mundo real, creyó entender lo que decía.
—Adiós... Viktor
Y luego, lo vio alejarse, correr lejos por el pasillo hasta desaparecer por la puerta de entrada.
Se quedó quieto.
"Cuando te vi marchar, sentí que mi corazón había abandonado mi pecho, junto contigo."
—¡Viktor! —exclamó Yuri.
Volvió a la realidad, mirando a todos a su alrededor. El resto de la orquesta a sus espaldas, dio un rápido vistazo. Sintió calor, demasiada presión sobre él. Le faltaban algunas melodías, Yakov estaba atento, al igual que el resto de la orquesta. Era demasiado obvio que él se encontraba así por Yuuri.
Por un momento, todo se quedó en blanco.
Las piezas que con tanto empeño intentó juntar se armaron en su cabeza. Nunca necesitó ver la coreografía completa de Yuuri para terminar su canción. Eso era algo que completó con experiencias, con momentos que pasaron él y Yuuri.
Bajó de la plataforma con un salto y salió corriendo del lugar, sin importarle que estuviera en medio del conservatorio y tuviera las miradas sobre él. Se habían acabado los días, incluso las horas. El tiempo con Yuuri se consumió por haberlo disfrutado.
Siguió, buscando la manera más rápida de llegar al aeropuerto. No entendió como Yuuri se había marchado tan rápido. Probablemente había arreglado las cosas desde un principio.
Entró en el aeropuerto, buscando a Yuuri. Habían muchas personas para ser de mañana, pero supuso que no iba a ser un problema encontrarlo, siempre encontraba a Yuuri, no importaba que tan lejos o entre cuantas personas estuviera.
Así, entre todos vio un característico abrigo azul. En sus manos, una maleta con ruedas y el estuche de un instrumento musical.
—¡Yuuri!
—¿Viktor?
—Lo siento —dijo antes de lanzarse y abrazarlo con fuerza.
—¿Qué?
—Por fin lo he entendido bien. Todo lo que no pude entender cuando te vi aquella noche en la que nos conocimos.
—¿De qué hablas? —preguntó Yuuri, notablemente desorientado por la presencia del ruso. Él se separó, tomando al japonés por los hombros mientras lo miraba.
—La canción que escuché cuando te conocí. Sólo tuve fragmentos que no tenía enlaces. Luego tuve varias pequeñas canciones y fragmentos cuando estuve contigo.
Guardó silencio. Yuuri aún tenía los ojos ligeramente brillantes por haber estado llorando hace tan solo unos minutos. Sus ojos amenazaban con derramar lágrimas nuevamente.
—No te vayas, quédate conmigo.
—Pero...
—Hace mucho tiempo me preguntaste si amaba algo más que la música. Pues no, no hay nada que ame más que la música —habló antes de formar una sonrisa—. Yuuri, tú eres mi música.
—Viktor...
—La melodía trata de todo lo que sentía antes de conocerte, no de lo que sentí cuando te vi. Era el camino que tardé en conocerte, en saber quién eras y quien quiero ser, contigo. Es todo lo que pasamos estos meses. Se trata de ti, cuando llegaste a mi vida.
—¿Y qué harás si un día despiertas y te das cuenta que no puedo ser más tu música ni puedes escuchar música al verme?
—Entonces escribiré algo y recordaré porque elegí estar contigo. Sé que nada es perfecto, vamos a discutir, a pelearnos, habrá veces en las cuales no sabremos que pase por la mente del otro porque nadie se termina de conocer. Sé que no soy bueno con las palabras, pero esto es diferente. Voy a intentarlo, sólo... no te vayas...
En silencio, Yuuri abrazó al hombre frente a él como si no quisiera soltarlo, escondiéndose en espacio de su cuello. Viktor se aferró al japonés.
—Dejaste ir la mayor oportunidad de tu vida.
—No se tiene una única oportunidad en la vida, Yuuri —respondió.
Acarició las hebras oscuras varias veces, manteniéndolo cerca.
—No puedo permanecer mucho tiempo aquí, Viktor.
Sonrió con tristeza, sabiendo de antemano la respuesta de Yuuri. Se separó un poco para ver su rostro. Acarició las mejillas ligeramente rojas y pasó con suavidad sus pulgares por debajo de los ojos para limpiar las gotas cristalinas.
—Lo sé —dijo.
El japonés permaneció callado, con los irises cafés fijos en los azulados.
—Te estaré esperando.
"Preferiría esperarte una eternidad, que vivir una vida pensando el no tenerte a mi lado."
Yuuri sonrió. Se separó un poco, tomando la mano del ruso. Viktor se sorprendió al sentir que Yuuri pasaba algo a sus manos. Se enfocó en el estuche que ahora estaba sosteniendo él. Oscuro, gastado y envejecido por los años.
—Esto es...
—Lo tuve toda mi vida, incluso antes de ser bailarín —comentó, se notaba la nostalgia en sus palabras—. ¿Pudieras guardarlo por mí hasta que nos encontremos de nuevo?
—¿Estás seguro?
—Sí.
Sonrió.
Se escuchó por los parlantes el llamado para salir. Entonces, el japonés no pudo mantener la sonrisa en sus labios.
—Hay algo que quiero preguntarte, Viktor...
—¿Qué cosa?
—Cuando llegué, pude escuchar una melodía que tocabas.
—Es algo personal —respondió Vikor—. Era de mi padre, la hizo mientras conocía a mi madre, pero jamás la terminó, porque murió antes de eso. Aun así, yo la terminé.
—¿La tocaste antes?
—Sí, una única vez —habló, llegando a su memoria los recuerdos—. En mi debut como pianista.
Yuuri llevó una de sus manos a su boca, abrió los ojos con sorpresa antes de que las lágrimas bajaran por sus ojos. Lo vio respirar con dificultad, como si hubiera tenido una impresión demasiado fuerte.
—¿Me podrías decir el nombre?
—Moondance.
—Ese nombre, lo he buscado más de diez años... —habló Yuuri. Viktor no entendió, se acercó al japonés, acunando una vez más el rostro entre sus manos.
—¿Qué está mal, Yuuri?
—Estoy muy feliz.
—¿Qué?
El ruso se quedó quieto, más confundido por la respuesta de su bailarín.
—¿Te acuerdas cuando te conté del día en el cual decidí ser bailarín? La melodía...
Viktor unió los cables restantes en su cabeza. Una vez más, se escuchó la llamada a los pasajeros. Yuuri afirmó un par de veces, confirmando los pensamientos de su pianista. Parecía dispuesto a hablar, porque abrió su boca un par de veces, con indecisión. No supo que era lo que pasaba por la cabeza del japonés.
Los dedos de Yuuri acariciaron su mejilla con lentitud, primero las yemas, luego el resto de la mano, con afecto. Parecía detallar sus facciones, porque la atención que tenía sobre él, en conjunto con el incesante movimiento de sus pupilas, eran profundas.
"Él era capaz de decir: te amo. Sin necesidad de pronunciar una sola palabra."
—Volveré por ti.
Las palabras fueron dichas con tal decisión, que Viktor únicamente pudo afirmar con la cabeza. Su bailarín se acercó, sus narices rozaron un poco. Entrecerró sus ojos, juntando sus labios con los ajenos con suavidad.
—Hasta pronto, Viktor.
—Hasta pronto, Yuuri.
Se separaron.
Lo último que vio de Yuuri fue su espalda cuando se marchó, y el despegue del avión, desapareciendo en el cielo.
Hola
Espero no haber heridos sus feelings con este capítulo. No se olviden que aún falta un capítulo y un epílogo.
Se me salieron unas lágrimas escribiendo esto. La escena del aeropuerto fue una de las primeras que tuve mientras escribía Mooondance. Lo escribí antes, de hecho, creo que lo tengo desde el capítulo VII u VIII. Todo estaba planeado.
Ahora dejaré este apartado por si tienen alguna crítica o por si quieren llorar. Hagamos como que les estoy regalando pañuelos y cloro imaginario gratis.
Gracias por leer. Los quiero mucho~ 💕
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