Capítulo XI
Le sorprendía la cantidad de música nueva que escuchaba cuando observaba las prácticas de los bailarines en el estudio. Yuuri le había dicho que todos dentro de ese lugar poseían diversas nacionalidades, por lo cual escuchaba varias canciones. Desde el pop alegre del chico coreano hasta baladas románticas del muchacho que provenía de sangre latina y estadounidense.
Nada mejor que una aglomeración de personas con diferentes culturas para que aprendieran diversas cosas. En ocasiones sorprendía a Yuuri hablando ciertas palabras en otros idiomas. Lo curioso es que aunque el chico era japonés, nunca lo escuchó hablar en su idioma nativo.
Por esa razón, escuchar el suave sonido de la voz de Yuuri cantando se le hizo adorable. Por supuesto, él no lo sabía, cuando llevaba sus audífonos estaba en otro mundo. Probablemente enfocándose en su siguiente presentación que sería dentro de una semana.
—Yuuri—dijo tocando su hombro. El nombrado se volteó para verlo y sonrió.
—¿Quieres salir?—Preguntó.
—Está bien si quieres permanecer dentro, después de todo, hace frío afuera—contestó Viktor con amabilidad.
Yuuri iba a contestar, pero una risa los interrumpió. El japonés regresó la vista curiosa a sus espaldas al igual que Viktor. Vio a un chico, aquel que tenía ascendencia latina muy entretenido en la pantalla de su celular. Yuuri dio una sonrisa tierna antes de tomar su abrigo y colocárselo bien.
—Mejor salgamos.
Esa tarde debía ser una de las más frías del año, estaba empezando a nevar y Viktor sentía su cara muy fría. El clima descendió muy rápido, porque cuando salió esa mañana no era todavía existía una temperatura agradable. Considerando que él había pasado por todas las frías tormentas de San Petersburgo en esos meses del año.
Notó que Yuuri se encogía, escondiendo lo máximo que pudiera su cabeza entre sus hombros levantados. Era obvio que tenía frío, y con ello podía reflexionar mejor. Yuuri era extranjero, no sabía de qué parte venía o si estaba acostumbrado a otro tipo de ambiente. Tal vez uno más cálido. Sin contar el tiempo que vivió en otros países probablemente más cálidos que el tan conocido frío de Rusia.
—¿Dónde estuviste antes de llegar a Rusia?
—Pasamos por China—dijo Yuuri—, es muy agradable. Lo único que no me gustaba era que tenía miedo de comer ahí y no saber que me estaban sirviendo.
—¿Por qué lo dices?
—Cuando salíamos a comer se encontraban lugares muy extraños—respondió Yuuri con una mueca de empacho—. Además, como no nos hallábamos tuvimos problemas la primera semana. Eso hasta que nos hicimos amigos de chico chino que nos encontramos y sintió interés al ver un grupo de extranjeros saliendo.
—Debes tener amigos por todas partes.
—Algunos, sí, pero no me gusta involucrarme mucho. En especial después de lo que vivimos en China.
Viktor lo miró con interés.
—¿A qué te refieres?
—¿Por qué encariñarse de algo que sabes que vas a dejar?—cuestionó, sus ojos fijos en un punto indefinido del horizonte—. En nuestra académica recibimos a personas de diferentes edades, pero nunca nos llevamos a menores de dieciocho años. Hace un poco más de un año, cuando viajamos a Estados Unidos, nos encontramos con Leo.
—¿Y...?
—Cuando viajamos a China se enamoró del chico que nos ayudó—dijo Yuuri—. Aunque creo que en realidad él nos ayudó en primer lugar porque se interesó en Leo. Pero bueno, ese no es el punto. Cuando se quiso unir no pudo porque su edad no alcanzaba.
Viktor se detuvo en su andar. Las palabras del japonés indicaban a la perfección que era lo que le asustaba en realidad. No quería aferrarse a un lugar, mucho menos a una persona. Aquellos que viajan y dedican su vida a viajar buscaban poder dejar las cosas de lado antes de regresar a su país.
—¿Y entonces por qué pasamos tanto tiempo, juntos, si no quieres nada especial?—interrogó Viktor sin intención de sonar brusco. Sus ideas de expresaron por su propia cuenta sin que lo pudiera evitar.
Vio a su interlocutor, callado, con su cuerpo rígido. Sus ojos vagaron de un lugar a otro en búsqueda de palabras coherentes que buscaran responder.
—Tú...eres diferente, Viktor—respondió Yuuri—. No estaba en mis planes conocerte, porque no esperé que me buscaras aquella noche que nos vimos... Hasta creo que las cosas serían diferentes si no estuvieras...
El japonés bajó la mirada, apenado.
—Me recuerdas a los años en los cuales aprendí a bailar....
Sintió calidez en su pecho, Yuuri decía las palabras con cariño. Su rostro ligeramente encendido y con sus ojos cafés mirándolo entre sus oscuras pestañas detrás de esos marcos azules que estaban tan acostumbrado a ver.
—Me alegra haberte buscado. Resultante más interesante de lo que pensé que eras aquella noche—habló Viktor con una sonrisa.
Quiso preguntar que sentía al respeto de él. Si no le molestaba haber entrado en sus planes de no relacionarse con personas de otros países. Al mismo tiempo, sentía que era una advertencia silenciosa de algo que vagaba por su mente.
¿Cuánto tiempo tenía para estar al lado de Yuuri?
—Yo... Me alegra que me hayas encontrando, Viktor.
Tocó varios instrumentos durante el resto de la noche. La sensación de llenura y dicha que experimentó la primera vez que pudo interpretar una pies a suya, era tan similar a eso que podía continuar sin que el pesar de sus ojos fuera un impedimento.
En silencio, el viento que soplaba le parecían suaves silbidos cuando se deslizaban por las ramas heladas de los árboles de invierno. Podía escuchar todo con tanta claridad, pero nada más fuerte que el latir de su corazón. En un ritmo contante mientras bombeaba la sangre caliente.
Veía todo como si fuera un sueño en la realidad. Tan detallado como para apreciar todo pero carecer de las palabras para expresar su felicidad.
Makkachin se sentó a su lado. Agitando su cola en busca de una caricia por parte de su dueño. Viktor pasó sus dedos por el rizado pelaje, acariciando a su querido amigo que permanecía a su lado en silencio. Respetando una parte de su ensoñación.
Tuvo una idea fresca en su cabeza y se dispuso a recrearla. Buscó las notas perfectas y el instrumento perfecto. Y en la tranquilidad del salón de estar, con el reflejo de la luna sobre el piso de madera flotante, casi pudo imaginar a Yuuri. Parado frente a la gran ventana, apenas distinguiendo su silueta y el brillo de sus oscuros ojos mientras tocaba para él.
Pero era un juego de su imaginación, descubriendo su deseo interno de poder crear algo que se asemejara a la belleza de la escena que se planteaba.
Yuuri era una canción que podía escuchar, pero no podía copiar.
¿Cuánto tiempo podía durar esa prolongada felicidad?
Esperó que cayera la noche, muchos de los bailarines habían salido, pero él prefirió quedarse fuera del estudio.
En las noches despejadas tenía tendencia a pensar a profundidad las cosas. Más aún cuando se encontraba en su estado más alto de calma y felicidad. Él normalmente entraba, pero como estaban en sus prácticas privadas prefería no molestarse en intentar entrar.
Tomó el instrumento con el cual decidió salir ese día. Uno pequeño que con el cual le era fácil transportarse. La armónica se desplazó entre sus dedos hasta colocarla en su boca y soplar en ella. El sonido de las notas que habían estado pensando la noche anterior, salió por su cuenta.
El sonido de los autos a la distancia y del viento era lo único que lo acompañaba en conjunto. Algunas personas que pasaban a la lejanía se detuvieron por un momento para apreciar la música y seguir con su recorrido.
Se detuvo cuando el sonido de unos zapatos acercándose hizo un espacio en el ambiente que tardó unos pocos segundos en crear.
—Sonaba muy bien...
Yuuri se encontraba a unos pocos paso a de él, observando con sus ojos brillantes con un suave resplandor. Se detuvo para apreciarlo. La manera en la cual su atención se encontraba únicamente en él, en ese espacio que tenían todos los días para convivir sin preocuparse por las demás cosas que pasaran en sus respectivas vidas.
—Yuuri...
—¿Sucede algo, Viktor?
—Permíteme seguir haciendo música para ti...
Las mejillas se tiñeron por completo y la sorpresa en los ojos ajenos no tardó en mostrarse. Viktor creyó que fíe demasiado sincero, lo suficiente para que su bailarín no pudiera decir algo y sólo afirmara en silencio con su cabeza.
Apenas y sonrió, mirándolo de reojo antes de cerrar sus ojos y volver a la melodía que se había escuchado en las calles hace unos cortos segundos.
Movió sus dedos despacio y sopló con la cantidad suficiente de aire para que cada nota fuera igual de fina que la siguiente.
El japonés se posicionó a su lado, dándole su espacio para que pudiera moverse, pero lo suficientemente cerca para sentir que tenía mejor compañía del mundo. De esa manera las cosas estaban muy bien.
Después de un par de minutos terminó con la melodía, enfocándose en el cielo antes que en su acompañante.
—¿De qué trata tu melodía?
—Es un deseo...
—¿Un deseo?
—Más bien una súplica al cielo—respondió, ahora dirigiéndose hacia Yuuri.
—¿Y cuál es ese deseo?
—Estar cerca de una persona—contestó—. Aprovechar el momento cuando uno se siente vivo.
—Eso suena muy bello...
Guardaron silencio.
Viktor pensó bien en sus palabras antes de decirlas.
—Esta canción te pertenece, Yuuri.
El japonés parecía fascinado al mismo tiempo que estupefacto. Sus labios se separaron varias veces. Las palabras no se formaban.
—¿Pero... por qué?
—Te la quiero obsequiar—dijo—, es tuya. Tómala, piensa en mí cuando la recuerdes. Te dije que me devolviste mi inspiración para volver a la música. Esta melodía es tuya, Yuuri.
—¿De verdad puedo quedármela?
—Es para ti...
—Entonces... ¿Pudiera escucharla una vez más?
Sus labios se curvaron con regodeo.
Repitió la melodía las veces que Yuuri quisiera, las necesarias para que nunca se olvidara de cada nota que escribió para él. Muy en el fondo, pensaba que esa era la única manera en la cual podía colarse en la memoria de Yuuri para siempre.
Tal vez si escuchaba el suave sonido de una melodía similar, estuviera en su mente. Aunque fueran unos breves segundos para pensar que podía causar el mismo efecto que Yuuri causaba en él.
—De verdad me gusta Rusia...—soltó el japonés al aire cuando Viktor terminó de repetir la melodía.
—¿Extrañas Japón, Yuuri?
—A veces-fue sincero—. En ocasiones extraño escuchar mi propio idioma, la comida, a mis amigos y mi familia... Pero yo escogí vivir de esta manera. Viajar de un lugar a otro y perfeccionar bailes. No me sentía realmente atado...
—¿Hay algo que ames más que bailar?
—¿Tal vez? No lo he pensando—titubeó, mirando sus propias manos—. ¿Qué tal tú? ¿Hay algo que ames más que la música?
Lo consideró varios segundos, pero ver a Yuuri junto a él le arrebató las palabras antes de analizarlas.
—Luego te digo...
Respiró profundo.
—He salido varias veces de San Petersburgo al igual que Rusia, pero jamás había pensado en salir de aquí. ¿Sabes? En ocasiones, cuando pienso en ello, no sé si algo me mantiene unido a esta ciudad.
— ¿Amigos? ¿Familia?
—Amigos, sí. Familia... Podría considerar a mis amigos mi familia...
—Lo siento, no debí preguntar eso—dijo Yuuri bajando la mirada, avergonzado.
—No te disculpes, soy yo quien ha iniciado el tema. Mi padre murió cuando era joven, aunque aun puedo recordar un algo de él. Fue un poco antes de que iniciara mi carrera como compositor. Mi madre murió hace un año aproximadamente. Eran apasionados con sus aficiones, no recuerdo ninguna lección de piano desagradable. Mi madre era tan cálida como el verano y mi padre estaba locamente enamorado de ella, le cantaba en las noches cuando no podía dormir.
Yuuri lo miró fijamente, enternecido.
—Me pregunto que dirían de mi si supieran quien soy hoy en día.
—Sin duda, estarían muy orgullosos—dijo Yuuri, captado la atención de Viktor—. Eres muy talentoso, tienes obras hermosas y te has ganado la vida con esfuerzo...
Se miraron a los ojos varios segundos antes de que Yuuri desviara la mirada.
—Cuando le dije a mis padres que me quería marchar para seguir bailando no se opusieron. De hecho, nunca me han sacado en cara nada, ni tampoco me han reclamado por mis decisiones. En parte creo que es porque siempre fui alguien callado que buscaba mantenerse al margen y no causar problemas. La primera semana lejos fue difícil, extrañaba la comida de mi madre y los comentarios de mi padre. Pero nunca les dije que los extrañaba, no quería preocuparlos...
— ¿Tardaste mucho en acostumbrarte?
—Un poco, pero no demasiado. Aprendí a vivir por mi cuenta y aprovechar de las experiencias que podía tener.
—¿No habrás dejado algún corazón roto en algún país por el cual pasaste?—bromeó Viktor. Escuchó un chasquido seguido de una risa.
—Para nada.
Viktor apoyó su mano en el borde sobresaliente de concreto a sus espaldas, pegándose a la pared para sentirse más cómodo.
—Salí de Japón porque no encontré nada que hacer ahí. Vi a mi hermana mayor ir por su propio camino, a mis padres manejar el negocio y a mis amigos de la infancia casarse. Una mañana que desperté me di cuenta que el mundo iba a un ritmo diferente. Supongo que ese fue mi motivo para moverme.
—Y terminaste años después en una calle de San Petersburgo junto a un músico que hace muchas preguntas.
—Unas buenas semanas...
Cuando creía que no podía encontrarse mejor, Yuuri parecía tener las palabras adecuadas para exceder ese nivel.
—Podemos hacer algo con esa melancolía que tienes hacia Japón.
—¿A qué te refieres?
—No sé... hacer algo que te guste. ¿Qué tal sí preparamos tu comida favorita? Nunca he comido nada japonés salvo por el sushi, y no estoy seguro si los fideos instantáneos cuentan como un platillo japonés.
—Creo que los fideos son algo genérico... Pero pudiera enseñarte mi plato favorito, no suelo comerlo a menudo, salvo en ocasiones especiales. Pero podemos tomar ésto como una ocasión especial.
—Sería un placer comer contigo.
Entendió algo cuando vio la felicidad en el rostro de Yuuri. Él le recordaba más de una cosa de su pasado.
Cuando Yuuri estaba, se sentía en su hogar.
Mi mayor fuente de inspiración para Moondance y otras historias proviene de la película "August Rush". Amo su historia y el SoundTrack. Es muy bello todo. Si no la han visto, la recomiendo.
Gracias por leer~
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