Capítulo 5

Yuuri salió en la tarde a realizar las compras de la semana. Phichit le dijo que si planeaba seguir viéndose con Viktor, era tiempo de decirle que los días estaban contados. Febrero se acercaba con una velocidad aplastante, aquella que lo tenía en el borde de sus nervios. Su mejor amigo tenía razón, le debía a Viktor esa información, decirle que estaba a poco tiempo de marcharse y que su boleto de avión ya había sido apartado con anterioridad.

Por esa misma razón se encontraba en el conservatorio, esperando que Viktor saliera. Sólo pudo ofrecerle ir a su departamento para preparar la comida que le debía. Era hora de cumplir las promesas que le faltaban cumplir con Viktor. Comenzaría con esa cena en la cual le mostraría su platillo favorito.

Esa era su forma de agradecerle todo lo que le había regalado en esos meses juntos. Más de lo que lo que su músico podía imaginar.

De camino al departamento no podía evitar pensar en el tiempo restante. A menudo se veía contando los días como si fuera un condenado de muerte suplicando porque los días junto a Viktor jamás terminaran. Pero el tiempo avanzaba de igual manera, y diciembre se consumía tan pronto como las capas de nieve se acumulaban en las calles de concreto.

Su pianista lo ayudó a cocinar, y ambos tenían una gran sincronización. Desde el cambio de papeles o cuando no se interrumpía la labor ajena. Cocinar con él le hacía pensar cómo podían ser las cosas con él a su lado, realizando las actividades cotidianas, juntos; pero aquellos pensamientos efímeros terminaban por desaparecer cuando escuchaba la realidad.

Al sentarse observó los platos de comida con alegría. No había comido un plato de katsudon desde hace muchos meses en los cuales se negó muchos platillos para mantener su rigurosa dieta, pero Viktor se lo había dicho, que estaba bien romper la dieta de vez en cuando.

Los palillos parecían ser los enemigos de Viktor, porque vio muchos de sus intentos fallidos de sostener la comida. La presión en sus dedos provocaba que tensara demasiado los palillos. Sonrió, extendiendo su cuerpo sobre la mesa para tomar las manos de Viktor y acomodar sus dedos de manera apropiada.

Pero no recibió una respuesta por su explicación. Vio los ojos del músico posarse en sus labios unos momentos antes de observar sus ojos. La cercanía entre ambos parecía volverse más cotidiana, como si estuviesen buscando estar más cerca uno del otro. Yuuri no creía que fuera posible aquello, que Viktor le prestara atención de esa manera.

Cuando terminaron la cena se establecieron en el sillón para ver tele. Yuuri no prestaba atención a uno de esos programas nacionales, en primer lugar, porque no entendía nada de lo que estaban diciendo. Sin embargo, hacía una gran intento de aparentar que prestaba atención y que la presencia de Viktor pesaba sobre sus sentidos.

Entonces, sintió la suave caricia entre sus cabellos. Los dedos ajenos moviendo los hilos oscuros con delicadeza. Volteó con suavidad para mirar a Viktor, él único que podía ocupar sus pensamientos de una amplia manera sin decir una sola palabra. Buscaba una respuesta a las acciones del mayor, sabiendo en el fondo que sus gestos lo delataban más de lo que podía admitir.

—Si te veo un solo minuto más de esa manera, voy a enloquecer—habló Viktor. El acercamiento y la suave caricia que realizaba para ordenar sus cabellos, erizó su piel. Soltó el aire de sus pulmones, aquel que contuvo sin siquiera notarlo. La mezcla de sentimientos arremolinaba con la fuerza de una tempestad en su interior.

—La verdad...—comenzó a hablar Yuuri. Una de sus manos se posó encima de la de Viktor, buscando que el tacto permaneciera de esa forma, que los ojos siguieran fijos en él.

—Continúa...

—Voy a regresar a casa en febrero—respondió Yuuri, soltando las palabras antes de perder el repentino valor. Viktor no respondía, pero sintió un leve temblor en la mano que sujetaba. Los ojos de su pianista estaban sobre él, pero no le prestaban atención.

—Viktor...—murmuró Yuuri. Intentando recuperar la conciencia del ruso. Cualquiera palabra que saliera era de su interés.

Pero no recibió eso, en su lugar, los brazos ajenos lo rodearon en un cálido abrazo. El ruso se mostró muy comprensivo con sus palabras, preguntando despacio y con un tono de voz tan calmado que parecía simular una melodía de piano.

Extrañaba su hogar y todo lo que dejó en el pasado, pero Viktor le había mostrado una clase de hogar que nunca había experimentado. Él era poco conocedor de esa clase de sentir. En sus viajes conoció a muchas personas, pero el ruso tenía una clase de encanto que lo mantenía de esa manera, una clase de amor que él nunca había sentido.

Pegó su frente al hombro contrario, aspirando el perfume de Viktor al tiempo que el latir de su corazón lo hacía sentir descubierto. Su mano en el pecho de Viktor creyó sentir el palpitar de su corazón, pero lo descartó por el simple hecho de que su propio corazón no le permitía enfocarse en el sonido ajeno.

—Yuuri...—murmuró, y su piel volvió a tener esa reacción que solo Viktor podía lograr—. Stammi vicino...

No entendió las palabras, pero fueron pronunciadas con cariño. Lo empujó, antes de retirar lo vio. Viktor acostado y los ojos abiertos con sorpresa, brillando gracias a la luz de la televisión que había silenciado, mostrando ese color azulino que le gustaba tanto. Entonces, asustado de sus propias reacciones, se pegó a su pecho escondiéndose entre la tela de la ropa de Viktor y sus propias manos.

Viktor lo abrazó y buscó el momento para tomar valor y acercarse. Se encontró con la mano de Viktor y entrelazó sus dedos, intentando demostrar de esa manera el afecto que le tenía. Era difícil para él pronunciar palabras de cariño, así que se esforzaba por hacer algo que pudiera llegar al ruso.

A los pocos minutos Viktor durmió, lo supo por la respiración leve y constante. Entonces se separó para observarlo. Tuvo miedo de despertarlo, pero prefirió acomodarse despacio y apagar la televisión. No supo si debía indicarle que era tiempo de volver a casa o si era mejor dejarlo descansar.

Así que guardó silencio mientras lo observaba. Sus dedos entrelazados y tuvo la impresión que sus manos encajaban a la perfección. Luego el rostro apacible de Viktor mientras dormía. Las largas pestañas y sus labios rosados. En la oscuridad de la habitación aun podía apreciar a Viktor.

No entendió como alguien como ese pianista había llegado a su vida. Buscándolo como si tuviera algo interesante. A sus ojos, Viktor era la persona más bella que conoció alguna vez. Desde el sonido de su voz en sus oídos hasta la forma en la cual no actuaba acorde a su edad.

Y sentía algo de remordimientos por observar tan de cerca a su amigo. Fijarse en la forma en la cual el corte de su camiseta mostraba sus hombros anchos o la manera en la cual sus finas facciones podían ser recorridas con sus dedos como si se tratara del borde de una fina pieza de cristal.

Quería tenerlo así, aunque el cansancio estuviera ganándole. Aunque sus ojos estuviera ardiendo y sintiera que estaban cerrándose por su cuenta. Le gustaba tener a Viktor así, acostado y con sus gestos pacíficos que le permitían atreverse a abrazarlo para olvidarse del tiempo unos minutos. Viktor le brindaba un calor excepcional que lo hacía sonreír. Y cuando sus ojos se cerraron supo que iba a dormir plácidamente.

A la mañana siguiente despertaron por el sonido de la risa de alguien. Yuuri se removió buscando sus lentes en el lugar sin éxito alguno, entonces, el sonido conocido de la cámara de Phichit lo hizo reaccionar. Levantó su cabeza, encontrándose con el rostro somnoliento de Viktor, quien miraba en diferentes direcciones intentando orientarse.

—Yuuri...

El rostro del japonés se tiñó de rojo cuando vio los ojos azules sobre los suyos y la expresión del ruso se mostró sorprendida. De inmediato, se separó mirando a diversos lugares.

—Buenos días—dijo Phichit, riéndose de ambos. Sostenía el celular en sus manos, presionando reiteradas veces la pantalla de su celular para tomar fotos.

—¿Qué haces?—preguntó Yuuri, sabiendo bien que era lo que su amigo hacía.

—Nada, sólo haga inmortalizo el momento—respondió con una gran sonrisa. Yuuri se levantó para intentar arrebatarle el celular de las manos a su mejor amigo. El mismo se movía mejor porque Yuuri estaba recién despierto.

Antes de poder decir algo sintió una mano en su hombro. Volteó para encontrarse con Viktor, el frotaba uno de sus ojos con pereza antes de acercarse a él para colocar los lentes en el puente de su nariz.

—Listo—murmuró, luego se giró para ver a Phichit—. Buenos días, Phichit.

—Buenos días, Viktor—sonrió.

—Ya es tarde, será mejor que me vaya—habló el ruso, estirándose para terminar de despertar.

Ambos afirmaron con la cabeza y Phichit hizo una señal a Yuuri para que se despidiera de Viktor en la puerta. Negó un par de veces en silencio hasta finalmente acceder. Estaba nervioso, la noche anterior había sido algo mágico, pero también tenía miedo de que fuera a incomodar a Viktor. Por otro lado, el ruso se veía muy calmado con el asunto, parecía que incluso lo tomaba con naturalidad.

Después de despedirse con aparente normalidad cerró la puerta antes de dejarse caer en el suelo. Su cuerpo temblaba ligeramente y escuchaba la risa de Phichit desde la sala de estar.

—Lucían tan lindos durmiendo juntos—dijo, mirando la pantalla de su celular. Yuuri hizo un puchero, molesto por el tono que usaba su amigo—. Aunque debió ser algo incómodo, los dos ahí, en ese sillón tan pequeño. Mejor lo hubieras llevado a tu habitación.

—¡Phichit!

—Es verdad, si hubiera sido ahí probablemente te hubieras desmayado antes.

El japonés soltó un bufido, exasperado y lleno de vergüenza. Junto las rodillas contra su pecho y dejó su frente sobre las mismas. El calor de su rostro no desaparecía.

—¿Entonces es tu novio?

—¿Qué? Claro que no...

—¿Y por qué aun no?—preguntó Phichit.

—Ayer... le dije a Viktor que regresaría a Japón en febrero—habló Yuuri, con sus palabras más decaídas.

—¿Y qué dijo él?

—Fue tan amable y compresivo...

El tailandes se acercó, sentándose frente a él en silencio.

—¿Y si le dices lo que sientes?

—No pudiera hacerlo. Menos si me voy en unas semanas—respondió, levantando la mirada—. Además, Viktor es...

Phichit afirmó con la cabeza varias veces, escuchando atentamente a su mejor amigo hasta el momento en el cual guardó silencio. Entonces, colocó una mano sobre uno de sus hombros, sonriendo al tiempo que la mirada del japonés se posaba sobre él.

—Yuuri, él está aquí por ti—dijo en un tono fraternal—. Creo que es tiempo de pensar que tal vez tus sentimientos son correspondidos.

—¿Y si no es así?

—Bueno, entonces tienes otros países—respondió con una risita—. Y si no funciona voy a estar para recoger todos los pedazos contigo.

El japonés sonrió.

¿Podía pensar que Viktor sentía lo mismo?

Estuvo a tiempo para la última presentación que Viktor daría ese año. En esa ocasión, decidió que invitaría a Otabek por la amistad que tenía con Yurio. Además, consideró esa opción para poder ocupar algo del tiempo de Viktor antes del fin del año.

Sus amigos lo invitaron a pasar juntos, como todos los años. Pero dado el hecho de que era quizá el último año nuevo que iba a pasar con Viktor, declinó la oferta para ir a donde quiera que pudiera ir con el ruso.

Su pianista mencionó que muchas fechas de diciembre y enero habían sido borradas de su mente, cosa que no logró entender. Las costumbres de Viktor eran muy diferentes, entonces podía entender que en realidad ellos crecieron con ideas muy diferentes. A pesar de no entender la mayor parte de ellas, preguntaba para poder vivir bajo las costumbres del país en el cual estaba, aquel lugar del cual provenía la persona de la cual se enamoró.

En esas épocas era difícil encontrar un lugar en el cual entrar y tener una cena normal. Así que se las ingenió para tener algo caliente y de esa manera entretenerse, no deseaba aburrir al ruso después de prácticamente arrastrarlo al frio de las calles por sus impulsos de último momento.

—¿Hay algún deseo de año nuevo que tengas en mente?—preguntó Viktor

—Ninguno en particular—respondió Yuuri, sabiendo que estaba escondiendo su deseo interno. No se encontraba con Viktor por una razón cualquiera. Su deseo se cumpliría en el instante en el cual la cuenta regresiva terminara—. ¿Qué tal tú?

—Te diré lo que deseé cuando termine la cuenta regresiva—respondió Viktor.

Seguían intercambiado miradas y escuchaba las voeces de las personas, sin entender los gritos.

—Faltan diez minutos.

—Gracias, no entendí que dijeron—respondió Yuuri. Retiró de sus manos el contenedor vacío del café y un par de servilletas antes de tirarlas a un bote de basura cercano. Cinco minutos restantes. Se quedó en silencio, y sintió que los dedos de Viktor buscaban los suyos. Así que en silencio, enlazó sus manos.

Viktor habló en su idioma natal, y en una pantalla vio los números que podía reconocer. Esta vez, habló bajo en su idioma natal, la cueta regresiva, aun cuando todo a su alrededor tenía el mismo sonido. Deseó un feliz año al hombre a su lado.

—Desee comenzar este año contigo.

Yuuri le sonrió al escuchar la respuesta, era exactamente lo que él había pensado.

"Mi deseo era estar a tu lado y poder hacerte tan feliz como tú me hacías feliz."

Yuuri se encontraba aburrido, revisando las fotografías que encontraba en Instagram cuando recibió un mensaje por parte de Phichit. Se alarmó cuando leyó que debía buscar a Viktor porque él no se encontraba bien. En adición a eso, Phichit colocó una pequeña y breve explicación de lo que ocurría.

Primero se sorprendió por el hecho de que Phichit supiera esa información, pero dejó pasar eso en vista de que debía encontrar a Viktor cuanto antes. Por la hora, supuso que debía encontrarse en el conservatorio. No obstante, cuando tomó la calle para ir al conservatorio, se detuvo al tener una corazonada. Sabiendo el horario de Viktor era poco probable que estuviera en su departamento, pero con la idea en mente se atrevió a ir a buscarlo en primera instancia a su hogar.

Los cables en su mente se habían unido. Viktor no quería celebrar la navidad en enero porque chocaba con el aniversario de la muerte de su madre. Por esa razón no le gustaba enero, no era por sus tradiciones en sí, era porque los recuerdos lo lastimaban. Llegó a su mente cuando Viktor le contó acerca de su madre, le había dicho que ella tenía aproximadamente un año desde el día que falleció, por lo cual, esa era la primera vez que pasaba por algo como eso.

Por eso, cuando llegó al departamento de Viktor y vio sus ojos azules rotos por dentro y con un ligero brillo melancólico se preguntó qué era lo que pasaba por su cabeza. Viktor apenas respondía con frases secas y cortantes, poniendo una barrera entre ellos.

Decir que no le dolió era una mentira. Creyó que nunca iban a existir esa indiferencia entre ellos. Esa falta de comunicación que lo desesperaba al saber que no tenía idea de cómo ayudarlo. ¿El de verdad quería estar solo? ¿Deseaba que nadie lo molestara y pasar el luto en silencio?

—Viktor...—llamó Yuuri, obteniendo atención inmediata del ruso. La forma en la cual su amado pianista le hablaba le daba a entender que quería que se marchara cuanto antes—. ¿Te molesta mi presencia?

—No, Yuuri, claro que no—farfulló de inmediato.

—¿Y entonces por qué hablas como si quisieras echarme de aquí?

—No es eso, de verdad que no lo es.

El comportamiento de Viktor le resultaba incomprensible. Reconfortar a alguien que insistía en mantenerse distante era complicado. Él nunca lidió con esa clase de asuntos. En ese momento, sólo podía confiar en que sus instintos lo ayudaran a actuar como era debido.

—No me evites, Viktor—pidió, su voz susurraba con dulzura—. Quiero hacerte compañía, no necesitas estar solo...

Su querido músico se rompió frente a él. Sus preocupaciones y pensamientos guardados cayeron de manera impresionante, contando las cargas que tenía. El hecho de saber que tanto pesar se encontraba en su mente y corazón provocaban que Yuuri deseara abrazarlo y jamás soltarlo, hasta que esos pensamientos oscuros dejaran la mente de la persona que quería tanto.

Sentado frente a Viktor, escuchaba su voz ligeramente quebrada. Buscando palabras de consuelo. Así que cuando vio que se formó una ligera sonrisa en su rostro, la carga en su pecho se redujo.

—A veces creo escuchar a mi padre tocar—dijo—. Y otras veces escuchó a mi madre cantar alegre. Amo ese piano, pero no sé porque cuando lo miró siento tanta melancolía... Porque tengo este fuerte sentimiento de soledad...

—Viktor...

Se preguntó cuántas veces había estado Viktor de esa manera. En silencio, con la carga en sus hombros perfectamente guardado para sí mismo. Se preguntó cuánto tiempo se había sentido solo, cuantas veces sus ojos derramaron lágrimas y se quedó en una habitación, esperando que el sentimiento desapareciera de un momento a otro.

Aun sabiendo que en ese momento no se conocían, odio no estar ahí para él. No poder abrazarlo y secar sus lágrimas cuando vio la última persona que quedaba de su familia marcharse en días festivos. Odiaba pensar que todo ese tiempo quizá él estuvo llorando en silencio mientras él pensaba que todo estaba en orden.

Entrelazó sus dedos con los de Viktor, queriendo demostrar que se encontraba en ese momento a su lado. Pegó su frente a la contraria, observando a aquel pianista con devoción y afecto que quizá no iba a entender su interlocutor.

En ese momento se sintió incapaz de dejarlo. No después de ver esa escena.

—Yo estoy aquí, contigo—habló despacio, sabiendo que probablemente lo que decía iba a convertirse en una mentira despiadada—. No estás solo... nunca más lo vas a estar...

Los ojos de Viktor se cristalizaron, dejando que gotas cayeran, mojando sus largas pestañas y liberando la presión de años. Abrazó a Viktor, buscando trasmitir sus sentimientos, queriendo demostrar que no estaba mal llorar cuando algo era muy doloroso.

—Siempre estaré aquí, siempre—siguió hablando el japonés, manifestando aquello que quería cumplir—. Cuando me necesites voy a estar para ti, por eso... no estés triste.

Viktor lo abrazó y supo que estaba aceptando su afecto y sus palabras. Los brazos lo mantenían cerca y sabía que el sentimiento en su pecho acrecentaba más fuerte que nunca.

—Quédate conmigo esta noche...

—...Sí.

La tarde pasó rápido. Yuuri pidió algo a domicilio con mucha dificultad mientras Viktor permanecía en sus piernas. La mirada azul sobre él lo ponía nervioso pero después de almorzar y pasar gran parte de la tarde, juntos, tomándose de la mano o abrazados, se olvidó de esa sensación.

Makkachin lo seguía, el caniche era sumamente alegre con él. Se sentaba cerca o junto a ellos sin hacer ruido, respetando el espacio que existía entre ambos. Incluso él apagó su celular para que el silencio y la paz no fueran interrumpidos.

Y luego sucedía que se quedaban quietos. A veces sentados en los extremos del mueble mientas se miraban a los ojos como si no se hubieran visto en años. No había palabras, tampoco bromas sin sentido o juegos. Yuuri cayó en cuenta de lo que era en ese momento.

Admirando al pianista en silencio, en completo sosiego, era sólo un tonto profundamente enamorado.

"No era un experto en el amor, pero podía asegurar que aquello que sentía por él, era tan profundo y preciado que esa palabra se me hacía corta."

La noche cayó antes de poder percatarse de eso. Con las luces apagadas y nada más que el brillo de las edificaciones exteriores que se colaban por las finas cortinas, Viktor reposaba en su regazo.

Acariciaba su cabello suavemente mientras Viktor se juntaba, aceptado su afecto y su tacto. Tenerlo de esa manera era aquello que jamás esperó.

"No sé si lo nuestro fue destino o coincidencia, pero podía asegurar que él era la única persona que iba amar y esperar."

Yuuri separó unos cuantos cabellos del rostro ajeno, despejando los mechones de los ojos. Con sus yemas repasó el contorno de sus facciones como siempre quiso hacer. Desde la sien hasta su pómulo y luego su mandíbula, detallando a su pianista, aprovechando que no tenía que esconder lo fascinado que estaba o lo mucho que deseaba hacer eterna aquella imagen en su memoria.

—Me gustan tus ojos—habló suave Yuuri—. Me recuerdan a Hasetsu...

—No entiendo la referencia.

—Tu ojos son azules... me recuerdan el mar de mi ciudad natal...

—Voy a tomarlo como un enorme cumplido—dijo sonriendo.

—Es un cumplido.

Ambos intercambiaron sonrisas, pero Yuuri no pudo mantenerla mucho tiempo. La cantidad de emociones que se generaban en su pecho le provocaba un cosquilleo agradable y desesperante. Miró en varias direcciones, intentando encontrar una manera de decir lo que guardaba para él.

Porque él era una persona tímida que no podía declarar su amor en voz alta, porque apenas podía expresar sus sentimientos con acciones leves; él deseaba trasmitir su amor sin tener que decirlo, porque le resultaba difícil y eso le hacía sentir indefenso. Y por muchas otras razones que no podía terminar de contar en su cabeza, tomó aire para poder hablar. Acarició el rostro contrario y susurró despacio y claro.

—Te quiero, Viktor.

Su mano fue tomada y el delicado tacto de los labios ajenos en un dulce beso.

—Я тебя люблю, Yuuri...

Escuchó las palabras que le sonaban familiares, las había escuchado en alguna parte. Distinguir una frase entre el montón de oraciones en ruso que escuchaba pocas veces era difícil, pero el gesto le daba a entender que de alguna manera, Viktor respondió a sus sentimientos de manera sincera.

Sonrió levemente al tiempo que el ruso cerraba sus ojos y dejaba que Yuuri continuara con sus caricias. Luego se acomodó sobre él, acostándose de lado mientras reposaba su cabeza en su pecho, haciendo de almohada para Viktor.

A los pocos minutos supo que estaba dormido, así que permitió que se quedara de esa manera. La cama era cómoda, mucho más que el sofá de su pequeño departamento. El calor del cuerpo contrario era agradable, y el ruso parecía reacio a alejarse de él.

Apenas se removía ligeramente entre sueños, y Yuuri sentía que el cansancio jamás iba a llegar a él, pero debía intentar dormir. Con pena, se acercó al rostro de Viktor, besando su frente.

—Buenas noches, Viktor.

El sonido de la puerta abriéndose de golpe hizo a Phichit asustarse. Se apresuró a acercarse a la habitación de Yuuri, encontrando al japonés hurgando entre sus pertenencias con velocidad. No entendió sus acciones, era la primera vez que veía a su amigo tan agitado.

Las ideas llegaron a su cabeza cuando lo vio sacar de un libro el boleto de avión que había comprado hace tiempo, lo observó unos segundos antes de tomarlo en la mitad con las puntas de sus dedos. Abrió los ojos con sorpresa y se abalanzó antes de que su amigo cometiera una locura.

—¿¡Qué estás haciendo!?—exclamó sorprendido. El boleto cayó de las manos de Yuuri y le dio un vistazo rápido, notando que actuó antes de que el japonés lo rompiera.

—No regresaré a Japón.

—¿Pero de qué estás hablando, Yuuri?—preguntó Phichit—. Has querido regresar a casa desde hace meses antes de llegar a Rusia. Reservaste un boleto porque esta sería tu última parada.

—Pero...

—Aun si quisieras quedarte no tenemos más tiempo para permanecer aquí, no puedes quedarte a vivir, tenemos un tiempo límite como extranjeros.

Yuuri guardó silencio. Phichit tenía razón.

—Piensas bien lo que vas a hacer, Yuuri. Sé que estás enamorado, pero sabes que extrañas tu hogar e incluso después de estar ahí vas a extrañarnos y querrás volver con nosotros. Deshacerte de una forma de vida que has tenido desde hace seis años no es fácil...

—Lo sé... pero aun así...—respondió Yuuri—. No lo entiendes... tú tienes a tu novio en la misma academia.

—¿Qué tal Leo y Guang? Ellos sabrían...

—Pero Guang estará con ustedes pronto—negó con la cabeza un par de veces, suspirando antes de acostarse en el frío suelo—. Viktor no es un chico de dieciocho años. Es un hombre de veintiocho que tiene una vida formada aquí, amigos, una carrera prospera que puede durar muchos años más. Su vida está aquí... ¿Qué puedo decir de mí? Soy una persona que ha ido de un lugar a otro y no tiene estabilidad...

—Mientras tengas un lugar al cual volver, puedes considerar que tienes estabilidad—sonrió Phichit—. Esto es lo que decidiste hacer con tu vida, y está bien porque amas lo que haces. Viktor jamás te pediría que abandonaras todo, él está dispuesto a dejar que te marches si es tu decisión.

—Pero yo no estoy listo para dejarlo ir...

El tailandés dio un par de palmadas sobre la cabeza ajena.

—Ya encontrarás respuestas, Yuuri—habló—. No pienses mucho en ello, ¿sí? Disfruta el tiempo que aín tenemos en este lugar. Y también cumple tus promesas.

—Le debo tanto a Viktor... No sé cómo pagarle.

—Bueno, tienes esa melodía en el piano, ¿verdad?—recordó Phichit, llamando la atención del japonés— Y él llegó a ti por ese baile que hiciste. Simplemente dale lo que quiere. Baila con él hasta que nos marchemos.

—Un último regalo para Viktor—murmuró Yuuri. El tailandés afirmó con la cabeza antes de retirarse de la habitación, sonriendo para intentar calmar a su amigo. Yuuri lo había consolado y ayudado muchas veces en el pasado, por esa misma razón él intentaba hacer lo mismo. La diferencia era que en esa ocasión él ya había hecho todo lo que podía, el resto, dependía meramente de ellos.

Yuuri permaneció mirando al techo, haciendo cuenta de los días que faltaban para que se marchara. Pensó en todo lo que podía hacer por Viktor y finalmente sonrió con tristeza.

—Una semana y contando...

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