▫️ PROLOGUE ▪️



Min Yoongi estaba acostumbrado a la palabra revolución y al término “ser fiel a uno mismo”. Aunque sonase cliché era el prototipo de adolescente de alma rebelde y corazón blando. Sabía lo que quería y estaba dispuesto a luchar por ello, daba igual si el mundo accedía a respetarlo o no.

Él era otro de esos chicos relevados a la definición de “perdidos” y sin embargo no le importaba lo más mínimo. Como todos había tenido dudas en un inicio, cuando empezó a fijarse más en cómo le sentaba las chaquetas holgadas a sus amigos que los vestidos a su novia. Cuando admitió que las mandíbulas marcadas a la par que varoniles llamaban mucho más su atención que cualquier par de tetas operadas.

Min Yoongi era uno de esos defensores de la causa LGTBI+ a los que le encantaba mostrarle el dedo índice a los católicos y burlarse de sus excusas HOMOFÓBICAS, de los que leían y veían cada película censurada solo por el placer de apoyar a una causa que nunca debió ser considerada minoría. Min Yoongi estaba completamente orgulloso de besar a chicos en las calles y llevar a las viejas cotillas hasta la locura con sus actos de nulo decoro.

Park Jimin por desgracia no sabía nada del mundo que lo rodeaba ni de aquello que las personas defendían en voz alta cada vez que sus padres lo arrastraban hasta las protestas. Él creía en el Dios del que sus padres le hablaban y temía el infierno cada noche que sus pensamientos volaban libres hasta la curiosidad. O al menos así era el Jimin de hace unos años, el que todavía no conocía a Yoongi, el que permitía que le dijesen cómo y lo que tenía que pensar para que su alma fuese salvada.

Jimin solía sostener un cartel en alta con la frase “la homosexualidad es pecado”, sin embargo ahora sostenía uno que ponía “no hay nada mejor que un hombre para otro hombre y una mujer para otra mujer”.

Esta es la historia del chico que vivía mirando a la luna y juzgando sus propios pensamientos. La historia del chico revolucionario que le enseñó a Moon Child que no todo son crucifijos y oraciones. Y que si el placer es pecado, de momento, no debían tener miedo al castigo jurado

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