Moon Trance

El telón se abre, las llamas se alzan en el centro de lo que parece una danza antigua, las figuras de tamaño humano empiezan a moverse. El titiritero hace de las suyas.

El crepitar del fuego acompaña el sonido de los tambores, Josh alza la vista para contemplar al enorme titiritero mover a las danzarinas figuras de los humanos, es un espectáculo maravilloso, algo que nunca antes había visto. Su madre lo toma de la mano sonriéndole, sí, los humanos son capaces de tales maravillas.

Josh contempla embelesado el comportamiento de la pareja principal de la obra,  las cuerdas que los atan de pies y manos impiden que se puedan acercar, el malvado titiritero no quiere verlos juntos, incluso cuando él puede ver que los dos adultos lo desean ¿por qué no simplemente dejarlos?

La obra termina de manera casi fantasiosa, la mujer da unos cuantos giros sobre sí misma enredando los hilos, el titiritero empieza a alzarla y ella se desespera, el hombre se ve atado por las cuerdas hasta que sin motivo aparente es capaz de romperlas, justo cuando la mujer cae, los hilos no podían resistir su peso.

Josh ríe y aplaude. Sus grandes ojos verdes contemplan todo con asombro, jamás creyó que su primer acercamiento al mundo humano estaría lleno de maravillas como esas, la comida había sido fantástica y ahora las personas que con tanto temor la manada había descrito eran fascinantes.

Lauren suspira, su aliento hace figuras en el aire helado, le agrada ver el humo salir de su boca, es casi como si fuera un tren o algún tipo de máquina. En las calles la gente cruza sin prestarle atención ¿por qué deberían mirar a una niña que parece esperar sentada en la nieve?

Observa con cuidado a las personas, sus padres dijeron que los negocios en Praga no demorarían demasiado, pero ya llevan más de cuatro horas dentro de aquel edificio. Su estómago ruge y su tía llevó a Josh a algún lugar, prometió que volvería en unos minutos. Lauren mira sus manitas, son blancas y el frío parece no afectarlas, le gusta eso.

—¡Vi una obra! ¡Lauren! —exclama el niño que corre con comida en la mano— ¡Mamá me llevó a ver títeres!

—¡Comida! —grita Lauren arrebatándole uno de los paquetes— ¿por qué te demoraste tanto, Josh? ¡yo tenía frío y hambre!

—¡Vimos títeres! Lauren, fue maravilloso, no sé qué le ve de peligroso la manada al mundo humano.

—Son antipáticos —murmura con la boca llena.

—No lo creo así —alega Josh.

Lauren se encoje de hombros mientras termina su comida. Josh se sienta a su lado con los ojos enfocados en el edificio, le resulta algo extraño que ni su padre o sus tíos hayan salido, dijeron que no tardarían demasiado y, sí lo pensaba mejor, ¿dónde estaba su madre? Josh toma la mano más pequeña y blanca de Lauren, hay algo que no cuadra en lo que ve.

Un aullido se escucha con fuerza, la gente se queda helada y luego sigue su rutina diaria. Lauren siente que se le congela la sangre, por las puertas de metal del edificio donde estaban sus padres salen dos hombres de gris, arrastrando el cuerpo de una mujer. Josh se mueve antes de que ella pueda reaccionar y la arrastra hasta que sus piernas responden.

Su primo es más alto, más grande, es mayor que ella y parece que sabe qué ocurre. No quiere parecer débil mientras corre detrás de él, pero las piernas empiezan a dolerle y respirar se hace difícil. Unos hombres de gris van tras ellos, con una pareja de lobos siempre hay lobeznos.

Josh solo sabe que debe huir, su instinto así se lo informa, pero debe proteger a Lauren también, eso se lo dice su corazón de niño. La manita blanca de su prima resbala de la suya, vuelve la mirada y la ve sollozar tirada en el pavimento cubierto de nieve, sus cabellos rojos le cubren el rostro pecoso y los hombres de gris la alzan.

Los ojos verdes de Lauren se abren y un grito de terror se apodera de su garganta. Ve a Josh ser atrapado por un hombre de gris, la desesperación en su rostro, patalea e intenta pelear contra su captor hasta liberarse.

—¡Josh! —grita estirando una de sus manos, su primo se va alejando. ¿Por qué la deja?

—¡Lauren! —susurra. Su prima le tiende la mano, pero está muy lejos, no puede ir por ella.

La nieve cae fuera de la ventana, Lauren ha vuelto a tener ese sueño donde un niño la deja, aunque es imposible, ella nunca conoció a alguien como él, a alguien tan parecido a ella que podían pasar como hermanos. Su padre siempre le dice que es un invento de su imaginación ¿cómo podría recordar algo de cuando tenía cinco años?

Las calles están llenas de gente que va de un lugar a otro, pero siempre se detienen unos segundos a contemplar al chico que toca un chelo para recoger dinero. Ella lo contempla todos los días desde la ventana, si pudiera salir le encantaría hablar con él, tener contacto con alguien después de pasar seis años encerrada.

Su padre dice que sufre de una enfermedad contagiosa, es mejor que se quede en casa, no está entre sus deseos enfermar a alguien. Pero un día fuera, con la nieve sobre ella, con el chico de chelo tocando y una sonrisa en los labios no debe ser tan malo. ¿Tanto daño causaría una sola salida?

—¿Qué contemplas tan concentrada, cariño? —pregunta su madre.

—El chico que toca el chelo, madre —dice. Su madre toma una coleta y ata su cabello rojo— ¿es posible que salgamos? ¿sí?

—¿Por qué querrías salir? —murmura. Lauren se gira y hace un puchero.

—Quiero oírlo. La gente parece enamorada de su manera de tocar. ¡Yo también quiero, madre! —exclama, sus ojos verdes brillan con intensidad.

—Cariño ¿quieres contagiar a la gente de fuera? —Lauren niega y sus  mejillas se sonrojan, está siendo caprichosa—. Lo ves. Tu padre y yo te hemos explicado que ocurriría si sales.

—¿Puedo al menos abrir la ventana?

—Lauren.

—¿Solo un poquito?

—¿Un poquito? —su madre le sonríe de manera cómplice y abre un poco la ventana. El sonido del chelo entra por la ventana, es más hermoso de lo que Lauren pudo imaginar—. Nuestro pequeño secreto.

Lauren asiente y vuelve a observar al músico, puede ver sus dedos moverse para lograr las posiciones, cómo cierra los ojos cuando llega a una nota que le gusta y las sonrisas que dedica a los que le dan dinero. El joven alza la mirada un momento y le sonríe, Lauren sabe que es para ella porque está mirando en su dirección.

La ventana se cierra de golpe, no tiene necesidad de mirar para saber que su padre la observa tanto a ella como a su madre con furia. Escucha los gritos que dicen el desastre que podría haberse causado sí él no hubiera cerrado la ventana ¿y sí el virus que ella cargaba se transportaba por el aire? ¿qué harían en ese caso?

Lauren intenta contener las lágrimas, el joven había notado su presencia, le había sonreído y su padre arruina el momento con estupideces respecto a una enfermedad que parece falsa. Nunca ha sufrido de síntomas. Su madre le grita, le explica los motivos de abrir la ventana solo un poco.

El hombre se tranquiliza y ofrece el mejor regalo de navidad.

Cuando un hombre de traje gris se acerca para pedirle algo sus músculos se tensan, no ha olvidado que fueron ellos quienes le quitaron a su prima y lo dejaron a la deriva en las calles de Praga. Deja de tocar el chelo y recoge lo que ha hecho durante el día, le alcanza para la cena de la noche y pagar el lugar donde se está quedando, al menos por esa temporada.

El hombre de traje gris señala la casa donde hace unos días una niña de cabello rojo lo contemplaba, la propuesta le parece descabellada en un principio, podría ser una trampa, pero parecen no saber nada de él, el olor a vagabundo de sus compañeros ha de ocultar el suyo. No es que él huela de esa manera, su nariz no lo soportaría.

Acepta. Quieren recompensarlo con dinero después de tocar para la niña que vive en esa casa, un poco de dinero por entrar a la red del cazador no parece tan mala idea. Al menos no cuando la necesidad es mayor.

Le sorprende que antes de dejarlo tocar le den un baño y ropas nuevas, los empleados se sorprenden por su edad, tiene solo quince años, le informan que su señor es muy amable y le ha obsequiado esas ropas. Josh se siente abrumado después de cenar con los sirvientes, tocará para la fiesta de navidad de un hombre gris.

El salón es amplio, hay varias personas con sus familias riendo y justo en el escenario, cerca del fondo, está su chelo a esperas de que sus manos lo toquen. Busca con la mirada a la niña de cabello rojo, es por ella que está ahí, porqué quiere verla sonreír, es después de todo, su mayor admiradora.

Un hombre canoso lo recibe, le dice que hace eso por su hija y que lo mejor es que no falle en su presentación. Es prácticamente empujado hasta el escenario.

Toma su chelo, es viejo y le costó bastante conseguirlo, sus dedos se sitúan sobre las cuerdas y coloca el arco en posición, busca con la mirada a la niña, quiere verla, quiere que ella lo escuche en vivo, que sepa que lo que va a tocar es para ella.

La figura delgada atrapada en un vestido azul se acerca a él, trae el cabello rojo recogido en un elaborado moño y las mejillas pecosas están sonrojadas. Josh empieza a tocar, primero una nota, luego otra hasta coger la canción que desea interpretar para ella esa noche.

Las notas lo llevan de nuevo a la calle cubierta de nieve donde abandonó a Lauren, a los bosques donde la manada correteaba y cazaba, recuerda por unos breves segundos la risa de su prima, lo hermoso que era poder abrazarla y la compañía que se hacían cada luna llena. Una lágrima resbala por su mejilla.

La niña se preocupa ¿por qué está él llorando? ¿por qué tiene una sonrisa en los labios y una lágrima en los ojos? Aun así él no ha dejado de tocar, y nadie más parece haberse percatado de la solitaria gota salada.

Josh contempla el vaporoso vestido que su alumna viste ese día, es negro y a ella le gusta, se ve hermosa. Esa noche ella presentara una pieza de su autoría, pero él no podrá verla, desde hace unas lunas su parte salvaje se apodera de él, y durante la noche la luna llena estará en su punto más alto, llevándose toda su cordura.

Lauren sonríe, la nieve cae y ella se siente como una princesa de los cuentos de hada, su padre ha acordado que podía dar un concierto durante la noche, al parecer su enfermedad se estaba extinguiendo por sí sola, no había rastro de los síntomas que esperaban ver. Observa a Josh, es alto y delgado, casi como un lobo solitario que ha sufrido demasiado.

—¿De verdad no puedes ir a verme? —inquiere esperanzada. Los ojos verdes de su maestro se oscurecen.

—Desearía poder deshacerme de esta noche —dice y saca un relicario de su bolsillo—, realmente quería estar ahí, Lauren.

—Cada luna llena, Josh. Cada luna llena me dejas —Josh le coloca el relicario y Lauren suspira— ¿Tienes acaso la maldición del hombre lobo?

—La peor maldición, me hace perder tu primer concierto—murmura.

Josh acaricia la mejilla pecosa de Lauren, no es tan idiota como para no saber que ella en realidad es su prima, aquella que él abandonó y que secuestraron los hombres de gris, pero es mejor que ella no sepa nada, no ha mostrado signos de transformarse en las siguientes lunas y eso es mejor, al menos para ella.

Lauren suspira ante el tacto de su mentor, es gracias a él que ha conseguido tantas cosas, que su padre confía ahora en ella. Lo observa con detenimiento, los ojos verdes, el cabello negro y un rostro anguloso, pero hermoso, conforman al hombre que por el momento se ha ganado su corazón.

Desea besarlo, desea que él la bese y tener uno de esos finales de cuentos de hadas.

Josh le sostiene el mentón con delicadeza, espera que la hierba que ha puesto en el té y en el relicario evite que se transforme sin que él esté cerca. Le da un beso en la nariz. Recoge la chaqueta que ha dejado sobre el asiento, la noche empieza a caer y es hora de que corra a los bosques.

Baja las escaleras y se despide de los empleados, agradece no encontrarse con su jefe y huye por las calles. Los últimos años han sido iguales, desde que en la luna de enero se transformó los bosques han sido su refugio, antes de que den las nueve sale corriendo como si escapara, con la leve esperanza de que un día también huya con Lauren, y que esa vez sea para volver a Francia.

Sus pies conocen el terreno mejor que su conciencia, su olfato el camino hasta el centro del lugar donde suele mantenerse oculto hasta que despierta desnudo. Lleva años buscando una manera de frenar el efecto de la pérdida de conciencia, pero solo logra pequeños momentos de lucidez que impiden que delate su presencia.

La camiseta es lo primero que se quita, luego los pantalones y los pantaloncillos, el aire frío del invierno lo recibe haciendo que la piel se le ponga de gallina. Se sienta en el mismo árbol de siempre con la cabeza apoyada contra el tronco, es solo cuestión de esperar a que la luna llena este en alto.

Al otro lado de la ciudad Lauren toca una de sus últimas piezas. La gente parece estar sorprendida de su talento y no puede dejar de agradecérselo a su mentor, a Josh. Se pone en pie y hace una reverencia, su padre es de los primeros en levantarse y aplaudirle, casi puede ver orgullo en sus ojos.

Sangre. Eso es lo primero que huele al despertarse, es un olor penetrante que le recuerda a un bosque rojizo en los brazos de un hombre de pelo rojo. Josh abre los ojos, durante la noche cazó algún animal pequeño que terminó en su estómago, es normal, pero no logra acostumbrarse a la sensación de nauseas.

Antes de darse cuenta se encuentra caminando hacia su piso, desea un baño antes de ir a la casa de Lauren, la próxima luna llena será decisiva. Sí ella se transforma podrán volver a casa como una familia —o como pareja—, sí por el contrario termina siendo humana... no quería pensar en esa opción.

Josh se para en seco, la joven de cabello rojo está recostada contra la puerta de madera y sus mejillas rebelan que estuvo llorando. ¿por qué su loba rojiza lloraba?

—Lauren —susurra agachándose.

—¿Tienes alguna mujer en tu vida? —pregunta restregándose las lágrimas—. Es lo más lógico, no hay otra razón para que un hombre guapo regrese a casa a las seis de la mañana con la ropa desacomodada.

—Lauren. No podría tocar a una mujer.

—¿Eres gay?

—No, tampoco. ¿Cómo voy a estar con alguien más sí a quien yo quiero está sentada llorando, porqué cree que tengo a otra persona?

—Mentiroso.

Él no podía estar confesándose de una manera tan idiota, tan apresurada. Sus mejillas se enrojecen.

—Tengo mis secretos. Pero no miento.

Lauren alza la vista, Josh está ahí sentando a su lado, tomando su mano mientras la mira fijamente. No hay razón para asociar los ojos verdes de su mentor con los ojos verdes del niño de sus sueños, pero se encuentra pensando en lo parecidos que son, en la manera en la que huele, en como parece conocerla mejor que cualquier otro.

Pero no es posible. Sus sueños siempre están acompañados de criaturas peludas sin mente, salvajes, de hombres lobo hambrientos que luego se comportan de una manera amable con ella, y de hombres grises como los socios de su padre.

Josh le acaricia la palma de la mano.

—¿Cómo fue que perdiste a tú familia? —pregunta.

—Mis padres vinieron de Francia a hacer negocios, y de un momento a otro ya no estaban, me habían dejado solo. Luego me entere de que fueron asesinados por sus "socios"

—¿Y no buscas venganza?

—La venganza es mala, Lauren. Jamás pienses en querer vengarte de alguien.

—¿Crees en los hombres lobo, Josh?

—Sí.

—¿Y en lo vampiros?

— Nunca he visto uno.

—Entonces has visto hombres lobo —Josh asiente—. ¿Crees que yo puedo ser una mujer lobo?

—Y de las más hermosas. ¿Por qué la pregunta?

Lauren suspira, está segura de que Josh solo le responde para mantenerla feliz.

Enero llega con el frío instaurándose en los brazos de Lauren. Con el dolor en las articulaciones que su padre tanto temía, las fiebres irremediables que amenazan con quemarle el cerebro y los delirios propios de una lunática. Es el peor cumpleaños de su vida.

Josh la cuida todo el tiempo, evita que gente que no conoce se le acerque para examinarla, es cómo si estuviera protegiendo algún cachorro sin hogar, y su padre lo deja, es casi cómo si tuvieran un trato. Las notas del chelo inundan la habitación y le recuerdan que fue hace cinco años que él llegó a enseñarle.

El dolor es insoportable, la obliga a gritar casi todo el tiempo y los analgésicos no sirven, la morfina no hace efecto en su organismo y su padre empieza a comportarse de un modo extraño, no deja de mirar a Josh con desconfianza y a ella con fascinación. Su padre le da miedo, y Josh es el único que parece entender que es lo que siente.

Durante la noche hay luna llena, su padre no quiere que nadie se acerque y aleja a todos, a todos menos a Josh, que ese día no huye. Es la primera luna llena que pasa con Lauren.

Josh suelta el chelo y camina hacia donde su padre está sentado, le da un golpe con fuerza en la cabeza que el hombre no se esperaba. Lauren grita ¿por qué está su mentor golpeando a su padre?

—Volveremos a casa, Lauren.

—E-Esta es mi casa, Josh —tartamudea.

—No, princesa.

Josh la alza cómo si no pasara nada, abre la ventana y trepa al tejado. La noche está llena de estrellas, el dolor incrementa mientras la luna sube por el firmamento, Josh no puede estar pensando que lo de los hombres lobo es verdad ¿cierto? Quiere decirle que se detenga, que no es correcto que la saque cuando está enferma y los síntomas han empezado a mostrarse, pero no tiene fuerzas y la inconsciencia le gana.

Sangre. Dolor. Lágrimas.

Eso es lo único que recuerda de esa noche.

Las notas del chelo invaden el auditorio, la canción que toca no deja de recordarle la primera vez que vio a Lauren luego de abandonarla, el cabello rojo recogido en un moño, las mejillas sonrosadas y los ojos verdes llenos de alegría por ver que el mugroso muchacho que veía por la ventana iba a tocarle a ella.

La recuerda tocando el chelo y el violín mientras él le enseñaba, cómo ella se movía al compás de la canción, lo feliz que parecía, incluso con la regla de no poder salir de casa.

Con una lágrima brillante recuerda la primera y única vez que la besó, fue por accidente, cuando ninguno de los dos sentía nada por el otro, cuando todavía creía que era una coincidencia que ella fuera igual a su Lauren, a su prima.

Josh evita los sollozos que se vienen con los recuerdos de su loba roja falleciendo en sus brazos. Alguien había mezclado plata con el último té que se había tomado.

Su vida hasta ese momento se sentía como la obra de títeres que vio el primer día con los humanos.

Un gran titiritero simplemente evitó su final feliz. 

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