Capítulo uno y ¿Único?
Marilyn Smith, perteneciente a la casa Ravenclaw, estaba orgullosa de ser hija de muggles. Seis años antes, cuando consiguió su carta de Hogwarts –descubriendo así que era una bruja–, decidió que nada cambiaría su forma de ser. Por ello cada verano disfrutaba pasar el tiempo con sus antiguos compañeros de la escuela no mágica –aunque ellos no tuvieran varitas con las que hacer trucos, ni pudieran volar sobre escobas y jugar Quidditch. También le gustaba ver la televisión con sus padres, y hasta era fanática de algunas series y películas.
En la escuela de magia, sus asignaturas favoritas eran encantamientos, posiones, y runas mágicas ¿Y eso por qué? Bueno, el sueño de Marilyn era convertirse en una gran inventora –cada día buscaba algo nuevo que inventar–, y las clases que más le servían eran esas tres. Sucedió que un día Marilyn no tenía nada que hacer. Deambuló arrastrando los pies por los pasillos largo tiempo, hasta que llegó a la escultura de Herbert el loco. Junto a la gran mole de piedra esculpida, había un cuadro del mismo Herbert, que intentaba sin éxito tener un diálogo coherente con un Troll. Entonces Marilyn pensó: Si se pueden hacer cuadros de gente que ya no está, tan realistas que parecen capaces de atravesar el lienzo en cualquier momento, y volver a la vida, tan exactos que pueden conversar como lo habrían hecho los sujetos en los que estaban basados ¿Por qué no crear objetos animados que fueran igual de inteligentes que los cuadros, y pudieran moverse concienzudamente por su entorno?
Marily estaba al tanto de que existían objetos que casi cumplían con esos requisitos, casi. Un gran ejemplo era el sombrero seleccionador, pero el sombrero seleccionador era solo eso: Un sombrero que seleccionaba. No podía hacer muchas cosas más allá de la misión para la que había sido creado. Otra cosa eran las armaduras, que se movían por todo el castillo, y podían tocar la trompeta y bailar, pero solo respondían a órdenes exactas. Marilyn quería crear algo con voluntad propia, algo que estuviera vivo, y lo iba a hacer, pero primero debía estudiar mejor los encantamientos utilizados por los pintores en los cuadros. Corrió a la biblioteca y cogió todos los libros que encontró sobre el tema. Anotando los hechizos en una hoja, cambió algunas palabras, esperando que funcionara. No tenía muchas ilusiones, miles de personas debieron haberlo intentado antes que ella.
Se le ocurrió que también podría utilizar “agua de pensadero” para fijar mejor las ideas de su creación. Hizo la poción, primero tallando algunas runas alrededor de su caldero. Se emocionó mucho cuando la sustancia adquirió un color plateado brillante ¡Había creado un pensadero! Y aunque no era elegante como el que había visto en el despacho de Dombledore, serviría a su cometido. De todos modos, sólo necesitaba el líquido de dentro. Quizá también tendría que tallar las mismas runas del caldero en su invento.
Guardo la poción en un frasco bien grande, luego de haberla probado con uno de sus recuerdos. El frasco apenas cabía bajo su brazo, y pesaba un montón, pero tenía mucha prisa como para idear una manera mejor de llevarlo. Estaba a punto de anochecer, y hacerlo flotar por los pasillos no era una buena idea en un colegio donde vivía un postergueist bromista, y un montón de niños inquietos.
Fue al patio y se alejó lo más que pudo de los demás alumnos que andaban por allí. Estaba nevando y ya se había formando una gruesa capa de nieve sobre la tierra. Marilyn colocó el recipiente de cristal en el suelo, y sacó dos pergaminos de su bolsillo. Uno traía las runas, y otro los hechizos. Dibujó un circulo la nieve –con un metro de diámetro aproximadamente–, y luego trazó las runas alrededor, como si hiciera un pensadero gigante. Sacó su varita y con dos hábiles movimientos desprendió la tapa del frasco, e hizo que el líquido lloviera encima del círculo. Luego creó varias figuras con la nieve del centro, y las revolvió en el aire hasta que quedaron bien posicionadas, formando dos pies pequeños, una barriga prominente, un pecho, y una cabeza que era todo menos redonda. Conjuró algunas ramas, carbón, y una sanahoria. Pensó en todo lo que sabía de aquel personaje que tanto amaba, y que ya podía reconocer. Imaginó su vos, su manera peculiar de moverse… Se colocó la varita en la sien, sacó un pensamiento y lo colocó sobre el muñeco. Luego pronunció los hechizos que le darían vida.
Esperó impaciente a que su creación se moviera. Si no hubiese tenido puesto los guantes se habría mordido las uñas. Pasó media hora, y una hora completa. Ya era momento de ir a cenar. Surpiró decepcionada y caminó hacia el castillo, sintiendo que llevaba un gran peso en el corazón. No había funcionado.
……..……………………
Olaf abrió sus ojos ovalados y sacudió su cuerpo para desentumecerse. Movió sus manos hechas de ramas mientras sonreía ¡Nieve! ¡Había nieve por todos lados! ¿Dónde había quedado aquella playa hermosa, llena de palmeras y arena fina? Ah, había sido solo un sueño. Se volteó con dificultad acostumbrándose a sus extremidades y miró el castillo frente a él ¿Tendrían comida allí? Un poco de agua de coco u algo de pastel le vendría de maravilla. Bueno, tendría que averiguarlo. Caminó hacia allí lo más rápido que se lo permitían sus diminutas piernas. Cuando llegó a la puerta, esta se movió sola para dejarlo pasar. Al entrar vio que las paredes estaban llenas de antorchas. Se quedó hipnotizado por un momento mirando al fuego, queriendo tocarlo, hasta que un animal peludo maulló amenazantemente a su lado.
–Hola chiquitín, ¿Tu también viniste por una rebanada de pastel? –le dijo a la desaliñada gata.
La señora Norris se erizó completamente y esgrimió sus zarpas contra él. Olaf retrocedió a tiempo y casi cayó sobre su propio trasero.
–Ay, ya veo, querías chocar tu pata. Dame esos cinco amigo –Extendió su mano que solo tenía cuatro dedos.
La gata volvió a atacarlo y esta vez hizo que la cabeza de Olaf se cayera de su cuerpo.
–Uf, parece que tienes mucho entusiasmo ¿Podrías ayudarme con esto?
– ¡Peeves, maldito Postergueist! ¡Volviste a dejar la puerta abierta! ¡Un día de estos me las pagarás! –Oyó Olaf que alguien gritaba desde lejos, y no supo por qué, pero aquella voz enojada hiza que se diera prisa por recuperar su cabeza. Cuando logró ponérsela de nuevo, se dio cuenta muy tarde de que la tenía al revés. Tuvo que avanzar de espaldas, o mejor dicho, de frente, con la cabeza mirando hacia su espalda. El hombre que había gritado se estaba acercando, y no parecía muy amistoso. El camino se le acabó y cayó por unas escaleras mientras se separaron todas las piezas.
Tardó un buen rato en volver a armar la mayor parte de su cuerpo, y todavía le faltaba la cabeza.
–Buenas noches –dijo alguien.
Olaf miró desde el suelo mientras su parte inferior todavía daba vueltas sin ir a ninguna parte. Había una persona medio transparente que flotaba junto a él.
– ¿Cómo haces eso? Yo también quiero flotar.
–Tendrías que estar muerto para hacerlo ¿Es que nunca habías visto un fantasma, un espíritu?
–Sí, pero ninguno lucía como tú. Eran más coloridos, y uno de ellos era un lagarto.
Sir Nicholas Casi Decapitado frunció el seño, pero luego alzó los hombros y se dispuso a ignorar las ridículas palabras del muñeco de nieve. Habían cuestiones más importantes.
– ¿Es usted miembro del Club de cazadores sin cabeza?¿Han recibido mi carta y vienen a darme la bienvenida al grupo? –preguntó Nicholas, pensando que habían decidido incluir a otras criaturas aunque no fueran ectoplasmáticas.
Olaf infló las mejillas –Sí –respondió el muñeco alargando mucho la í. El fantasma adoptó una postura regia ante aquella respuesta afirmativa–. ¿Qué es el club de cazadores sin cabeza?
Nicholas suspiró –Olvídalo, estás más loco que Peeves, y me haces perder el tiempo. Llamaré a un elfo doméstico para que te ayude con tu cabeza ¡Dobby!
Una criatura con nariz puntiaguda, ojos saltones verdes y orejas de murciélago, apareció frente a ellos. Tenía el mismo tamaño que Olaf.
–Ayuda a este… noble muñeco de nieve con su cabeza.
Dobby dudó un poco –nunca un fantasma lo había convocado, y no sabía cómo debía llamarlo–, pero asintió.
–Sí, amo Nicholas –el elfo cogió la cabeza de Olaf y la colocó en su sitio.
–Ah muchas gracias –le dijo el muñeco a Dobby.
–A Dobby le gusta ayudar –respondió Dobby.
–Algunos no aprevechan sus dones, con lo que me gustaría a mí separar completamente mi cabeza de mis hombros ¡Esto es injusto! –murmuró el fantasma y se marchó atravesando una pared.
–¿Qué eres exactamente Dobby?
–Soy un elfo doméstico.
– ¿Eres alguna clase de... sirviente?
–Sí, pero gracias al amo Potter, Dobby es un elfo libre ¡Soy libre!
Olaf se colocó una mano sobre su inexistente barbilla –Hum, con esa frase me recuerdas a alguien, pero creo que su pelo era blanco y tenía más curvas.
El elfo no sabía de lo que le estaban hablando y decidió que era mejor volver a sus tareas –¿Ya no necesitará más a Dobby?
–Creo que no –respondió Olaf mientras veía a un hombre cruzar el otro lado del pasillo. Cuando buscó a Dobby este había desaparecido. Olaf no le dio importancia, sonrió y caminó hacia el lugar por donde había desaparecido el hombre. Dobló una esquina ¡Allí estaba! Aunque los separaba una enorme distancia, Olaf pudo ver que llevaba una enorme capa negra y el pelo largo hasta los hombros. Su andar era seguro y elegante. Estaba convencido de que aquel sujeto era un caballero, y si era un caballero, conocería a Elsa y Anna ¡Ya las recordaba! Corrió detrás de él hasta que el hombre se detuvo, abrió una puerta, y entró por ella a una habitación.
Severus Snape se acababa de sentar frente a su escritorio, disponiéndose a revisar los trabajos de pociones de los alumnos de primer año. Escuchó que tocaban a la puerta. Gruñó ¿Quién podría molestarlo a esa hora? No podían ser Albus ni Macgonagal, los toques parecían pertenecer a un niño pequeño ¿Flitwick? No, él tenía más fuerza que eso. Abrió la puerta conformándose con el hecho de que el alumno que estuviera detrás recibiría un buen castigo. Lo que vio lo desconcertó. Quien había tocado la puerta era un muñeco de nieve «Malditos Weasleys»
–El muñeco extendió sus manos de ramas hacia arriba –Hola, soy Olaf, y me encantan los abrazos calientitos…
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