Capítulo 9
Un grito ahogado alerta a los demás estudiantes de la escuela, los directivos se movilizan al igual que los profesores. Los paramédicos ingresaron al establecimiento y en unos minutos trasladaron a dos estudiantes. León casi se desmaya al saber que su hermana fue llevada al hospital más cercano debido a los golpes de su cuerpo. Pero llamó a sus padres de inmediato, su madre no podía dejar el trabajo, aunque su padre no tardó en llegar.
Noa, por su parte, descansa en una camilla luego de que una enfermera limpiara sus heridas y le diera medicamentos para el dolor. Se siente inquieta y su pecho le duele al igual que su estómago. Pero, además de eso, siente pavor hacia la criatura que está a su lado, viéndola fijamente con su iris ámbar.
—Estará bien, ni siquiera la toqué. —Ella no responde, solo se encoge en su lugar mientras siente sus manos temblar. Kaneís aparta la mirada después de eso, observa el lugar, suspira y comienza a acomodar los objetos de la habitación. Mueve la camilla un poco para que esté alejada de la pared por solo unos cinco centímetros exactos. Luego pasa a las cortinas y termina moviendo el resto de los muebles con cuidado. Noa no aparta su vista de él en ningún momento, preguntándose si esta criatura es la misma que casi asesina a Marina.
Ella oyó a los médicos hablar, decían que el golpe fue tan grave que debieron realizarse una transfusión de sangre. Además aún no ha despertado.
En ese momento ve a Kaneís ponerse tenso y avanza hacia la puerta, esta es abierta por León, quien entra corriendo. Él termina junto a la camilla y le sonríe.
—Hola, ¿cómo te sientes? —Noa intenta sonreír, pero no puede pasar por alto el aspecto de su hermano. Sus ojos rojos la miran y se vuelven a humedecer con rapidez. Su voz tiembla y hace todo lo posible por oírse tranquilo.
—Y-Yo... —Suelta un corto suspiro y piensa que ver llorar a León no es tan genial como lo había imaginado. No se burlará, no es el momento. Entonces olvida su respuesta al notar a Kaneís detrás de él, el ser pálido lo observa y luego da unos pasos hacia León—. ¡No te acerques! —exclama precipitadamente, asustando a su hermano al mismo tiempo.
—Noa, s-soy yo. Estás a salvo —dice agitado. León termina dándole un abrazo al verla cubierta de lágrimas y ella corresponde, aferrándose a su ropa con desesperación.
Ese mismo día, el médico de cabecera de la familia Raga, le da el alta a Noa y le aconsejó a su padre que trate de enviarla a unas sesiones con un psicólogo clínico o un psiquiatra. Ya que la jovencita presenta un fuerte síndrome de estrés postraumático. La familia le da las gracias al hombre y regresan a casa con un gran sentimiento de angustia gracias a esta amarga experiencia.
—Noa, ¿qué sucedió? —le pregunta su padre con una voz suave.
—Ella golpeó a Adán y le hablé con calma. Luego me golpeó también, ya estaba en el suelo y... N-No recuerdo más, no sé qué sucedió —responde en un tono bajo. Además evita mirar a Kaneís, quién siempre está a su lado, viendo y escuchando todo.
—Oh, ya pasó linda. No se volverá a repetir —le asegura mientras deja un beso en su mejilla.
—Definitivamente no —comenta él dándole una sonrisa.
León, por su parte, la ayuda a subir a su cuarto y le pide que lo llame si es que necesita algo. Pero Noa no puede pedirle que eche a Kaneís de su cuarto. Ahora que ambos están a solas, ella siente su corazón acelerarse.
—León al fin te trata bien y solo hacían falta unos golpes —dice, para luego soltar una risa grave—. Noa, ¿qué ocurre? Ya sé, vamos a continuar con la historia. —Él camina hacia el escritorio y le sonríe. Pero sus labios pierden esa silueta al verla negar suavemente.
—No lo haré —responde de manera cortante.
—¿Por qué?
—¿Por qué la atacaste? Casi acabas con ella.
Él baja la mirada por unos segundos, luego vuelve a mirarla y da unos pasos hacia la cama.
—¿Por qué no? —cuestiona—. Tú querías que se detuviera, querías verla sufrir.
—No... —ella niega una y otra vez. Kaneís continúa firme con sus palabras y le asegura que puede mentirle a todo el mundo, excepto a él—. Nunca debí hacer ese maldito ritual —alza la voz y sus ojos se mantienen fijos en los de Kaneís. Él retrocede unos pasos y suelta un gemido de dolor.
Noa retrocede también hasta golpear su espalda contra la pared, ante ella se encuentra el espectro encorvado, gritando de dolor y sosteniendo su vientre. Una sustancia verde pálido comienza a salir de su boca mientras él sufre de fuertes arcadas. No puede controlar su cuerpo y termina regurgitando una masa oscura y semi líquida. Eso mancha el piso y posee también ese tono verde en ella.
Kaneís intenta recuperar el aliento y se desmorona a los pies de la cama. Noa no comprende que acaba de pasar y tampoco sabe por qué esa masa se mueve hasta ella. Pega un fuerte grito cuando la siente trepar su cuerpo y pegarse a su rostro. Rápidamente se la quita de encima y la lanza lejos.
—Q-Que no escape —le dice Kaneís, aún aturdido. Ni siquiera es capaz de levantarse.
—¡Noa! —León corre hacia la habitación al igual que su padre para encontrarla sudorosa y temblando, con su mirada fija en la ventana de la habitación. El vidrio está roto—. ¿Qué pasó ahora?
—Perdón, unos n-niños arrojaron una pelota y me a-asusté —responde apenas. Se encuentra perturbada al saber que esa extraña masa oscura está suelta, una cosa capaz de debilitar a Kaneís hasta el punto de que ni siquiera puede mantenerse de pie.
Luego de que supiera que Noa fue agredida por la misma persona que lo golpeó. Adán inmediatamente se culpó y deseó volver el tiempo atrás para evitar que ella fuera tras su agresora. Se culpó por no tener valor y confianza, de no ser capaz de proteger a la persona de la cual está enamorado. Luego de volver de la escuela no probó bocado y solo se encerró en su cuarto.
—Soy un estúpido, cobarde, bueno para nada —se dice mientras golpea la almohada. Luego, el llanto lo supera y se arroja sobre la cama—. Noa fue lastimada por mi culpa. —Él dirige la mirada hacia los libros que ella le había regresado. Suspira mientras se sienta en la cama y relee sus anotaciones. De repente la solución a sus problemas aparece ante él, haciendo que salga de su cuarto.
En tan solo unos minutos prepara el ritual, acomoda cinco velas a cada lado de la puerta de la habitación, separadas cada una por treinta centímetros extractos. Cierra la ventana para que la luz del sol no entre y apaga la luz antes de encender las velas. Una vez preparado todo, Adán pide un deseo, algo que ha querido desde siempre y está seguro que lo conseguirá. Los minutos pasan en pleno silencio, él espera paciente hasta que se pone de pie.
—Tal vez debí abrir la puerta —piensa frunciendo el ceño. Entonces camina y toma el picaporte, solo para sentir algo viscoso entre sus dedos. Las llamas le permiten ver algo negro colarse por la cerradura y debajo de la puerta. Adán reprime un grito mientras retrocede. Pero algo lo detiene, lo viscoso de su mano intenta agruparse con el resto, el cual se encuentra en medio del camino de velas.
El pelirrojo mira como la masa oscura incrementa de tamaño entre las débiles luces, le produce asco y reprime las ganas de vomitar. Además su mano es jalada lentamente hacia esa criatura humanoide. Ahora puede distinguir el cuerpo similar al de un humano, sólo que este es completamente negro como las profundidades del océano.
Él cierra los ojos con fuerza cuando la cosa de su mano derecha termina unida al ser monstruoso, esto lo deja solo a unos pasos de la aparición y también se encuentra tocándolo. Sus manos están estrechadas. Adán levanta lentamente la vista y se topa con su rostro pálido.
—Kápios White, para servirte.
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