Capítulo 32
Algo está asfixiándome. El peso sobre mi cadera es doloroso e intenso y el bochorno provocado por el calor, me hace consciente de lo que ocurre a mi alrededor.
Mis párpados revolotean, así que tengo pequeños vistazos de la luz cegadora que se filtra a través de la ventana. En ese momento, me remuevo para aminorar la sensación de ahogamiento que no me deja tranquila, hasta que el dolor se apodera del lado derecho de mi cadera y no puedo hacer nada más que ahogar un gemido cargado de dolor.
Algo tenaza la parte inferior de mi cuerpo con mucha violencia y otro sonido adolorido brota de mis labios cuando trato de liberarme.
Estoy despierta ahora, así que abro los ojos para mirar hacia todos lados y descubrir que es Harry quien me aprisiona entre su cuerpo y el colchón. Su pierna izquierda está puesta sobre mi cadera y su peso anormalmente grande es lo que me provoca el dolor; su torso, de alguna manera, se ha acomodado sobre mí en una posición que hace que me falte el aliento y su cabello cae sobre mi cara de forma incómoda, haciéndome difícil ver más allá de la mata color caramelo que me cubre.
Somos todo extremidades y calor. No tengo idea de dónde empieza él y dónde termino yo y, a pesar de lo incómoda que me siento, no puedo evitar sentirme más feliz de lo que debería. Despertar con Harry a mi lado -o haciéndome puré- es la mejor de las sensaciones.
—Harry —digo, en un susurro enronquecido por el sueño—, me estás aplastando.
El ceño del chico dormido junto a mí, se frunce ligeramente, pero no responde. Ni siquiera se mueve.
— ¡Harry! —Exclamo, cuando el peso de su pierna se remueve y mis huesos crujen con ella.
La cara de Harry se alza de golpe en ese instante y su cabello enmarañado le cubre el rostro casi por completo. Entonces, mira alrededor y se deja caer sobre su espalda, liberándome de la prisión de su cuerpo.
— ¿Qué hora es? —Su voz suena más arrastrada y ronca de lo habitual.
Yo cierro los ojos, en un débil intento de recuperar el sueño perdido. No lo consigo.
—No lo sé —musito, en un tono de voz apenas audible.
Él cubre su rostro con un brazo y gruñe algo inteligible.
Yo me acomodo sobre mi lado y hundo el rostro en la almohada debajo de mí, para que mis párpados delgados no sean perturbados por la luz matutina -o vespertina-.
Al cabo de unos segundos, siento cómo el colchón se mueve cuando Harry lo hace y, acto seguido, sus dedos expertos apartan el cabello lejos de mi nuca. La vergüenza me invade cuando siento la humedad provocada por el calor en esa zona y me aparto.
—Ven... —pide, como si fuese un niño enfurruñado y yo respondo con una negativa igual de infantil.
Trata de alcanzarme de nuevo, pero me alejo una vez más.
—Me suda el cráneo —me quejo, en el proceso.
—Me importa una mierda —dice—. Quiero besarte.
—No con este aliento matutino —mascullo y él ríe un poco.
—Te besé después de que pasaste días enteros inconsciente en un hospital, ¿lo recuerdas? —dice, con aire divertido—. Puedo soportar un poco de aliento matutino.
Mis ojos se abren en ese momento y me sobresalto un poco al darme cuenta de su cercanía. Sus párpados, hinchados por haber dormido más de la cuenta, están abiertos y me miran con diversión y coquetería.
—Hola... —susurra, mientras que coloco mi mano sobre su mejilla y trazo una caricia con mi palma.
—Hola —sonrío y con mi pulgar, froto su labio inferior.
Él trata de morderme, pero yo aparto el dedo a toda velocidad. Una risita brota de mis labios cuando hace un puchero decepcionado y, entonces, deja escapar un bostezo grande. Yo bostezo de vuelta.
—Tengo que ir a ducharme... —mascullo—. Estoy hecha una sopa de sudor.
Un suspiro cargado de fingido pesar escapa de los labios de Harry.
—De acuerdo —dice, con aire resignado—. Vamos a ducharnos.
Mis cejas de alzan con incredulidad.
— ¿Disculpa?
El rostro de Harry rompe en una sonrisa enorme que se me antoja un tanto lasciva, al tiempo que se encoje de hombros.
—Quieres ducharte, ¿no es así? —Trata de sonar inocente, pero le sale terrible—, vamos a ducharnos entonces.
—No voy a ducharme contigo —digo, pero no dejo de sonreír como idiota.
Él me guiña un ojo antes de incorporarse en una posición sentada para arrastrarse fuera de la cama.
— ¿Ah, no?
—No.
—Bien —dice, con aire juguetón, al tiempo que se deshace del cinturón que sostiene sus vaqueros—. Tú te lo pierdes.
El sonido de la hebilla al caer al suelo es amortiguado por la alfombra de la estancia y, con aire casual y dándome la espalda, se deshace de los botones de su camisa para dejarla.
La imagen de su espalda desnuda envía un escalofrío a todo mi cuerpo. El ángulo estrecho de sus costados, aunado a la prominencia firme de sus omóplatos, hace que mis manos piquen por tocarle; la piel blanca de sus brazos está teñida con tinta, pero su espalda está intacta, de modo que puedo percibir con más facilidad cada ondulación de los músculos debajo de esa parte de su piel.
Él mira por encima del hombro y me regala una sonrisa electrizante.
—Si cambias de opinión, estaré en el baño —dice y sin darme tiempo de nada, se encamina fuera de la habitación, vestido sólo con sus vaqueros y la ropa interior que lleva debajo de ellos.
El calor de mi cuerpo ha aumentado considerablemente, pero estoy segura de que no tiene nada que ver con la temperatura del ambiente. Las imágenes corren a toda velocidad por mi cabeza y, de pronto, me encuentro visualizando a Harry, desnudo por completo y empapado hasta la médula. Mi pulso se acelera y trago duro.
"¡Deja de pensar en eso!" Me reprimo, pero no puedo arrancar la imagen que he creado.
Cubro mi rostro con una almohada y reprimo un gemido frustrado. Un centenar de emociones se arremolina en mi cuerpo y, de pronto, en lo único en lo que puedo pensar, es en la forma en la que las manos de Harry se sienten en mi piel; la manera en la que sus caricias me dejan sin aliento, y la forma en la que sus besos me llevan a un punto sin retorno.
Una parte de mí quiere ponerse de pie y correr hasta la regadera, pero la vergüenza y el pudor son más fuertes en esta ocasión.
En ese momento, trato de alejar los pensamientos extraños lejos de mí, mientras que me pongo de pie y me dispongo a salir de la habitación. Voy descalza por el pasillo, en dirección a la cocina para preparar algo de café, cuando escucho la voz de Harry a través de la puerta del baño.
Tararea una canción, mientras que el sonido del agua cayendo lo inunda todo. El eco del lugar hace que el suave canto se escuche un poco más dulce de lo que debería y mi corazón se calienta porque jamás lo había escuchado entonar algo.
Su voz ronca y afinada arranca una sonrisa de mis labios y vuelvo sobre mis pasos antes de recargar mi sien contra la puerta. La melodía es desconocida para mí, pero la letra es preciosa. Tanto, que no puedo apartarme del lugar en el que estoy.
Mis párpados se cierran mientras que dejo que la música que sale de sus labios se cuele en mis huesos y sane heridas que ni siquiera sabía que tenía. Dejo que el sonido se filtre en lo más profundo de mi pecho y haga un nido ahí, al centro de todo, donde nada ni nadie puede alcanzarlo...
No sé cuánto tiempo me quedo aquí, de pie, con un costado de la frente pegado a la puerta y los ojos cerrados en su totalidad. No es hasta que su voz deja de cantar y el sonido del agua se detiene, cuando vuelvo al aquí y al ahora, y me alejo del material.
La vergüenza me hace retroceder un par de pasos, pero ni siquiera tengo tiempo de encaminarme hacia la cocina, cuando la imagen de un Harry vestido únicamente con una toalla alrededor de sus caderas, aparece frente a mí.
Su cabello largo cae mojado hacia atrás de su cabeza y un montón de pequeñas gotas de humedad corren por su abdomen firme y fuerte. Sus ojos se clavan en los míos y, durante unos segundos, luce confundido.
Entonces, el entendimiento se apodera de él.
— ¿Ibas a entrar? —La incredulidad y la emoción se mezclan en el tono de su voz—, porque si es así, puedo regresar y pretender que aún no he terminado.
El rubor se extiende por mi rostro aunque no estoy tan avergonzada.
—Sólo estaba escuchándote cantar —me justifico, pero mi voz suena ahogada y débil por el bochorno.
Una sonrisa avergonzada se dibuja en sus labios, pero niega con la cabeza.
—De haber sabido que estabas aquí afuera, me habría detenido —masculla.
Es mi turno de sonreír.
—No sabía que podías cantar —digo, y sueno tímida.
Él niega una vez más.
—Yo no soy capaz de sostener una nota. Gemma, en cambio, cantaba como los jodidos ángeles —su sonrisa pasa a ser triste—. Me habría encantado que la conocieras.
—A mí también me habría encantado conocerla —digo, porque es cierto.
Harry me mira durante unos instantes antes de apartarse de la entrada al baño.
—Eres libre de utilizarlo —dice—. ¿Quieres desayunar algo en especial?, te advierto que no soy bueno en la cocina, pero...
—Lo que sea está bien —lo interrumpo—. Lo que sea que quieras preparar para mí será maravilloso.
Él asiente, pero luce nervioso.
—Será un desastre —admite—. Probablemente vaya a quedar asqueroso, pero me esforzaré.
El calor en mi cuerpo aumenta y, de pronto, lo único que puedo hacer es sonreír como idiota.
—Eres increíble —digo, sin siquiera pensarlo.
Él me guiña un ojo.
—No más que tú, amor —dice y, entonces, se echa a andar en dirección a su habitación.
~*~
El aroma a huevos revueltos inunda todo el apartamento y mi estómago ruge en respuesta.
Avanzo por el pasillo con los pies descalzos mientras que trato de quitar el exceso de agua de mi cabello con una toalla. La ducha me ha caído de maravilla y ahora me siento fresca y despierta.
Al llegar a la cocina, lo primero que noto, es que Harry lleva puesta un short tipo bermuda que le llega debajo de las rodillas y nada más. Su torso está desnudo y sus pies están tan descalzos como los míos. En ese momento, me alegro de haber elegido un short y una playera holgada como vestimenta.
Durante unos instantes, me quedo procesando la escena. Jamás había visto a Harry así de... relajado. Ni siquiera cuando vivíamos juntos en su antiguo apartamento llegué a verlo de este modo. Es como si hubiésemos llegado a un nuevo nivel de confianza. Como si el viejo Harry -ese que era casi tan inseguro como yo-, estuviese un poco más a gusto en su propia piel.
Una sonrisa se desliza en mis labios cuando lo escucho soltar una maldición y meterse un dedo a la boca. Decido, entonces, que es tiempo de ayudarle un poco.
— ¿Te encuentras bien? —Digo, en medio de una risa boba.
Él vuelca su atención hacia mí, aún con el dedo entre los labios y me dedica una mirada avergonzada.
—Lo tengo todo bajo control —dice, una vez que ha dejado ir el dedo que se ha lastimado.
— ¿Te quemaste? —Pregunto, aunque ya sé la respuesta.
—No fue nada —masculla, pero mueve la mano con violencia; como si eso fuese a ayudar a que el dolor se vaya.
Me acerco y le quito la espátula que sostiene con su mano sana antes de darle un pequeño empujón con mi cadera.
Él masculla una protesta, pero le dedico una mirada condescendiente antes de remover el huevo que se cocina en la sartén. Una vez que está listo, apago la hornilla y me giro para encararlo.
—Déjame ver —pido, pero suena más bien como una orden.
—No pasó nada —él dice, avergonzado. En ese momento, disparo una mirada cargada de irritación.
—Déjame ver, Harry —repito y él me mira con cara de pocos amigos antes de extender su mano en mi dirección.
La punta de su dedo está completamente enrojecida, y una pequeña ampolla ha comenzado a formarse debajo de su huella dactilar.
Niego con la cabeza.
—No puedo creer que puedas empuñar una pistola con una facilidad aterradora, pero no puedas cocinar unos huevos sin quemarte los dedos —bromeo, al tiempo que inspecciono la herida.
—Lo de la pistola se me da natural —bromea de vuelta y mi sonrisa vuelve. En ese momento, sin embargo, alzo la cara y entorno la mirada.
—No eres gracioso, Styles.
—Tú tampoco, Bassi —me guiña un ojo y mi corazón hace un giro mortal hacia atrás. Entonces, se inclina hacia adelante.
Su cabello -aún húmedo por la ducha- cae hacia enfrente y roza mi mejilla y parte de mi cuello. Mi respiración se vuelve irregular.
—Deberíamos desayunar... —hablo en voz tan baja, que apenas puedo escucharme.
—Comer —apunta él, con el mismo tono que yo—. Ya son las tres de la tarde, así que técnicamente, esto es ya una comida.
Se acerca un poco más y trago duro.
— ¿Tienes pendientes en el trabajo? —Digo, mientras que se inclina un poco más. Su aliento caliente golpea de lleno en la comisura derecha de mi boca.
—Un montón —los dedos de su mano sana trazan un camino por mi brazo hasta llegar a mi hombro. Entonces, empuja el cabello húmedo hacia mi espalda. El fugaz pensamiento de mí sosteniendo una toalla me atraviesa. No recuerdo dónde la puse. Sólo sé que ahora no la sostengo y que mi cabello estila unas cuantas gotas sobre mi blusa holgada.
— ¿Irás a la comisaría? —Pregunto, a pesar de que sé que lo hará.
—No ahora mismo.
— ¿No?
—No.
— ¿Por qué no?
— ¿De verdad estás preguntando eso? —Suena medio indignado y medio irritado—. No iré ahora mismo porque quiero pasar tiempo contigo. Además, aún no te he besado y era una de las cosas que se encontraban dentro de mi lista de 'cosas por hacer' en nuestra fatídica cita. Muero por besarte, Maya.
Mi voz muere en mi garganta en ese momento.
Un brazo firme se envuelve alrededor de mi cintura y me atrae más cerca. Mis pies descalzos y los suyos se tocan y estamos tan cerca, que los vellos de sus pantorrillas me hacen cosquillas. Me doy cuenta, en ese momento, que su abdomen firme y caliente está pegado al mío y que su aliento huele a menta y café.
Todo mi cuerpo se estremece debido a la anticipación y mis manos se posan en sus hombros antes de deslizarse hasta su nuca. Nuestros ojos se encuentran una última vez y la determinación que veo en su rostro, me hace anhelar el contacto más que cualquier cosa en el mundo.
—Bésame —pido y él lo hace.
Me besa con fuerza. Me besa y el contacto es profundo, intenso y pausado.
Su brazo libre se coloca en mi nuca y me atrae más cerca mientras que inclina su cabeza para saquear absolutamente todo de mí. Para que las caricias dulces de su lengua me aturdan por completo y me dejen temblorosa y débil, como siempre suelen hacerlo.
Mis manos se deslizan hacia abajo, por su pecho desnudo y se asientan sobre sus pectorales. Él se aparta un segundo y mis ojos se abren para encontrar los suyos. Su nariz y la mía aún se tocan.
—No sabes cuánto extrañaba esto —dice, en un susurro inestable.
Asiento, casi sin aliento.
—Se siente surreal estar de esta manera contigo —admito, en un murmullo tímido.
Él desliza hacia abajo la mano que mantenía en mi nuca y me envuelve con ese brazo también.
—Soy un hipócrita de mierda —dice, mientras que me aprieta contra su cuerpo—. Te dije que no quería que tuvieses miedo de esto y soy yo quien está aterrorizado.
Alejo el rostro un poco más para mirar la expresión de su rostro. Mi ceño está ligeramente fruncido en confusión.
— ¿Por qué estás aterrorizado? —Sueno preocupada. La sola idea de él dudando acerca de esto, me envía al borde del colapso nervioso.
—Porque no quiero arruinarlo —dice—. Me da miedo que algo suceda y esto se vaya a la mierda una vez más. Me asusta la idea de volverme dependiente de ti y no ser capaz de manejarlo todo si esto se acaba una vez más. Me niego rotundamente a pasar de nuevo por el infierno que fue perderte.
Mi corazón se hincha y se estruja al mismo tiempo. El montón de emociones encontradas que me invaden, me hacen querer abrazarlo y golpearlo al mismo tiempo.
—No tienes una idea de lo mucho que deseo que esto funcione —dice y es entonces cuando me doy cuenta de que la parte de mí que quiere abrazarlo, es más fuerte que la que quiere golpearlo. Es entonces cuando me doy cuenta de que quiero aferrarme a su cuerpo y hacer promesas peligrosas. Del tipo de promesas que calan y pesan porque no sabes si podrás cumplirlas.
No quiero ser negativa y pensar en que algún día esto se va a ir a la mierda; pero tampoco quiero decir que será para siempre. Porque 'siempre' es una palabra muy poderosa. 'Siempre' no está en mis manos. El destino y la vida tienden a burlarse de mí cuando pienso que todo puede funcionar. El universo parece conspirar para conseguir que mi vida sea un poco más jodida que antes. Es algo que no puedo controlar.
—No quiero hacer una promesa —admito, con un hilo de voz—. Tampoco quiero asegurarte que esto durará por el resto de nuestros días. No quiero mentir y decir que todo será bueno y que ya no habrá más mierda..., pero sí quiero que sepas que no voy a rendirme así de fácil. No voy a dejarte ir, así esté asustada hasta la mierda. Estoy cansada de huir de lo que siento por ti. Estoy harta de mentirme a mí misma y decir que no significas todo para mí. Estoy hasta el culo de correr lejos y volver a caer en tus brazos a la primera de cambios. No estoy dispuesta a seguir huyendo.
—Pero yo soy una mierda de persona, Maya —Harry habla, tras un largo momento de silencio—. Tengo un carácter del culo y nunca he sido bueno para hablar de lo que siento. Llevo mucha basura sobre los hombros y no sé si algún día podré deshacerme de ella. Soy un imbécil la mayoría del tiempo y, por si no lo has notado, tengo una tendencia patológica a meterme en problemas sin siquiera darme cuenta. Es normal que quieras huir de alguien como yo.
Una sonrisa se dibuja en mis labios en ese momento.
—Por si tú no te has dado cuenta, yo soy un manojo de nervios, miedos e inseguridades, digo sólo una milésima parte de todo lo que me pasa por la cabeza; tiendo a ahogarme en un vaso de agua cuando tengo algún problema y también tengo una tendencia patológica a meterme en problemas. En cualquier caso, tú también deberías estar huyendo.
Una risa corta brota de sus labios y une su frente a la mía.
—No quiero sonar como un pesimista hijo de puta, pero esto va a ser un jodido desastre —dice—, ¿no importa?
Tomo una inspiración profunda.
— ¿Sueno como una completa idiota si digo que no lo hace?
—Un poco —bromea y golpeo su brazo con brusquedad. Él esboza una mueca de dolor y yo trato de apartarme. Entonces, me detiene tomándome por la muñeca y tira de mí para quedar de nuevo dentro de su abrazo apretado.
—Déjame ir —forcejeo, pero en realidad no quiero que me suelte.
—Nunca —dice, pero el tono de su voz ha dejado de ser juguetón.
Una promesa no dicha cuelga entre nosotros y el miedo a arruinarlo todo regresa. No me da tiempo de decir nada, sin embargo, ya que vuelve a besarme.
No sé cuánto tiempo pasa antes de que nos separemos. Su aliento cálido golpea mi mejilla cuando recarga su frente en la mía y mi corazón se siente lleno y completo por primera vez en mucho tiempo.
—Te amo, Maya Bassi —susurra—, y me importa tres kilos de mierda si tu no sientes lo mismo.
Una carcajada se me escapa en ese momento y envuelvo mis brazos alrededor de su cuello.
—Te amo, Harry —susurro de vuelta—. Nunca he dejado de hacerlo.
~*~
Un puñado de miradas se posa en nosotros en el momento en el que entramos en la reducida oficina. Mi vista barre la estancia rápidamente y, entre el montón de caras desconocidas, me encuentro con la familiar visión de Thomas y Paula -quien, por cierto, no ha dejado de mirar los dedos de Harry entrelazados a los míos-.
David Ferguson, el comandante -y jefe de Harry-, nos estudia a detalle durante unos segundos antes de hacer un gesto en dirección al chico de las cicatrices, para que se acerque al escritorio que hay al centro de la estancia.
Mi chico avanza sin soltar mi mano, pero yo me quedo quieta donde estoy antes de soltar sus dedos para que se marche. Él, sin embargo, me mira con gesto extrañado. Una sonrisa tranquilizadora se dibuja en mis labios y hago un gesto de cabeza para que continúe sin mí. Acto seguido, me recargo en la pared junto al marco de la puerta.
Harry comprende de inmediato que trato de darle algo de espacio para que trabaje en paz y me regala un breve asentimiento antes de caminar hasta estar frente al escritorio.
El comandante me mira fijamente mientras que Harry lo encara y, como si pudiese leer su mente, dice, en tono tajante—: Ella se queda aquí.
Ferguson posa su mirada en Harry antes de negar con la cabeza. Entonces, como si yo no estuviese ahí, dice, en dirección a Harry—: Hemos interrogado al dueño del Sedán. Su nombre es Robert Griffin y vive en Bayview-Hunters Point, el barrio donde residías antiguamente. De hecho, dice que te conoce. Él sabe que trabajas para la policía. Él mismo se ha delatado al decir esto; sin embargo, asegura que no estaba siguiendo a nadie.
Casi puedo imaginar a Harry frunciendo el ceño en ese momento.
—No me suena —Harry habla—. No recuerdo haber conocido a ningún Robert Griffin por esos rumbos.
—Yo también tengo algo de información —Thomas habla ahora—. Hemos descubierto que Tyler era su distribuidor de sustancias cuando tú trabajabas para Alexis Rodríguez.
—Eso explica el hecho de que haya dado positivo a sustancias en las pruebas de orina y sangre que se practicaron en él —Paula acota.
—De hecho, hemos podido retenerlo porque encontramos cerca de cinco kilos de marihuana dentro del Sedán —Tom continúa—; sin embargo, además de eso, no hemos logrado encontrar nada que nos diga que ha seguido en contacto con Tyler.
— ¿Dónde está él ahora? —Harry pregunta.
—En una de las celdas de la Sección B —es el turno del comandante de hablar.
— ¿Tenemos alguna foto de él? —Pregunta—. Quizás pueda reconocerlo si lo miro.
Thomas empuja una fotografía impresa hacia Harry, y él la toma entre sus dedos para estudiarla a detalle.
Finalmente, después de un largo momento, la pone sobre el escritorio mientras dice—: No. No lo conozco.
— ¿Y ella? —El comandante hace un gesto hacia mí—, ¿no crees que lo conozca?
En ese momento, todos los presentes me miran. Yo, instintivamente, me encojo en mí misma.
Harry duda unos instantes, pero termina haciendo un gesto para que me acerque al tiempo que toma la fotografía y la extiende en mi dirección.
Cuando estoy lo suficientemente cerca, lo tomo entre mis dedos y observo la imagen.
—Oh, Dios... —las palabras se me escapan casi por voluntad propia.
— ¿Qué? —Harry pregunta.
Niego con la cabeza porque no puedo creer lo que veo. No puedo creer a quién veo...
La imagen de un chico afroamericano se extiende delante de mí y la familiaridad es tan grande, que apenas puedo soportarla. Una intensa sensación de pesar se instala en mis huesos y, de pronto, un recuerdo en particular viene a mi cabeza.
Él con Jeremiah. Él queriendo fumar dentro del coche de Jeremiah. Él jugueteando y riendo con el grupo de amigos de mi mejor amigo...
—Es amigo de Jeremiah —digo, con un hilo de voz—. Le dicen Rob.
El silencio se instala con pesadez en la reducida habitación y levanto la vista para mirar al puñado de detectives que me miran con expresiones inescrutables grabadas en sus rostros.
Un suspiro brota de los labios de Harry.
— ¿Qué va a proceder con él?, ¿qué vamos a hacer?, ¿cuáles son nuestras opciones? —Pregunta.
El silencio se extiende largo y tirante durante lo que parece ser una eternidad y, al cabo de un largo momento, el comandante dice—: No podemos andarnos con medias tientas. Ofrézcanle un trato para que hable —habla, pero mira a Tom y a Paula. Ellos asienten. Saben que la orden ha sido para ellos—. También, hay que interrogar de nuevo a la chica que asesinó a Liam Payne e investigar qué relación hay entre Robert Griffin y ella —dice, mirando a otros dos agentes. Estos también parecen saber que ha sido una orden dirigida a ellos—. Respecto al asunto mayor —mira a Harry ahora—, hay mucho que discutir, es por eso que he llamado a una reunión urgente con el fiscal Schneider. Ahora mismo nos está esperando en su despacho —entonces, me mira—. Me temo que ella no podrá acompañarnos, pero es libre de quedarse aquí mientras que resolvemos todo este embrollo —dice.
Un destello de preocupación me asalta, pero trato de no hacerlo notar demasiado.
—Manos a la obra, entonces —Tom dice y todos los demás asienten antes de encaminarse fuera de la oficina.
Paula me dedica una mirada desdeñosa al pasar a mi lado, pero yo me limito a mantener la mirada fija en el comandante para no tener que encararla.
En ese momento, Harry se gira para mirarme.
— ¿Me esperas aquí? —Su voz es un susurro bajo, pero suena preocupado—. Trataré de no demorar demasiado.
—Si —asiento, al tiempo que esbozo una sonrisa amable—. No te preocupes. No me moveré de este lugar.
Él asiente antes de acariciar un lado de mi cara con el dorso de su mano.
—Hazme un favor —pide—. No le digas nada a Jeremiah aún, ¿vale?, aún no sabemos cuál es el papel de ese chico en todo esto. No lo preocupes antes de tiempo.
—De acuerdo —digo—. Ve con cuidado.
—Volveré lo más pronto que pueda —promete y, sin importarle que nos esté mirando el comandante, deposita un beso casto en mis labios.
— ¿Listo, Styles? —David Ferguson habla y nos hace mirarlo.
Harry asiente al tiempo que se aparta de mí.
—Bien —dice el hombre—. Vámonos, entonces.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top