Capítulo 26



—Pensé que no vendrías —la voz de Harry irrumpe el silencio tenso en el que se ha sumido la estancia.

Una sonrisa ansiosa tira de las comisuras de mis labios, pero me encojo de hombros, en lo que pretendo que sea un gesto despreocupado y relajado.

—Te dije que lo haría —digo y doy un paso dubitativo en dirección a la cama donde se encuentra recostado. Estamos en su habitación y no puedo evitar sentirme intimidada por eso.

Él no aparta la vista de mí, mientras que crispa sus dedos en puños.

—Mamá dijo que perdió de vista el coche de tu amiga —sus palabras me saben a reproche.

—En realidad es el coche de Jeremiah —puntualizo, aunque sé que no hay necesidad de hacerlo—. Le pedí que me llevara a casa a recoger un cambio de ropa, por eso demoré un poco.

Él asiente, pero no luce muy satisfecho con mi respuesta. Tengo la impresión de que cree que estaba acobardando. No está del todo equivocado. Consideré más de una vez la posibilidad de quedarme en la comodidad de la ducha caliente de mi apartamento, con los pensamientos tortuosos como compañía.


— ¿Cómo estás? —Pregunto, para desviar la conversación a un lugar más cálido y fácil de llevar.

Harry toma una inspiración profunda.

—He estado mejor —dice y una sonrisa irónica se dibuja en sus labios—. Por increíble que parezca.

Doy un paso para estar más cerca.

— ¿Piensas en Liam? —Mi voz es un susurro tembloroso, pero no se necesita ser un genio para saber qué lo atormenta.

—Todo el tiempo —admite y no me pasa inadvertida la manera en la que su voz se quiebra ligeramente.

Muerdo la parte interna de mi mejilla y me estrujo el cerebro para encontrar las palabras adecuadas para aliviar su dolor. Sé que nada de lo que diga va a hacerlo sentir mejor, pero no puedo evitar querer consolarlo. No puedo evitar buscar y rebuscar las palabras exactas y precisas para eliminar un poco del remordimiento que sé que siente.


—Nunca me di cuenta de cuán unidos eran —mi voz suena baja y suave, mientras que me atrevo a acercarme otro poco.

Estoy casi a punto de alcanzar el colchón, pero no me atrevo a sentarme. No cuando mi corazón late de este modo. No cuando todo mi cuerpo es plenamente consciente de la presencia de Harry a mi alrededor.

Una sonrisa débil se pinta en sus labios.

—Él era... —traga duro—. ¡Joder!, fue la única persona que conocía la verdad además de Louis. Era el único en quien pude confiar durante mucho tiempo y ahora él está... —se detiene en seco. Su mandíbula se aprieta con tanta fuerza, que un músculo sobresale en su sien.

—Protegió a su familia —apenas puedo hablar. La opresión en mi pecho hace que mi garganta se cierre casi por completo—. Protegió a Kim y a Hayley hasta el último momento.

—Él aún la amaba, ¿sabes? —Harry posa su vista en la mía y el dolor que reflejan sus ojos me cala en lo más profundo del cuerpo—. Liam aún amaba a Kim. Sólo pensaba y hablaba de ella y de su bebé. Vivía por y para ellas.

"Y murió por ellas..." Susurra la voz insidiosa de mi cabeza.


Una punzada de coraje e ira me recorre la espina dorsal en ese momento. La imagen de Kim viene a mi cabeza y un sentimiento oscuro y pesado se cuela en mis huesos. Los recuerdos del funeral pasan a toda velocidad frente a mis ojos y el resentimiento aflora. Kim ni siquiera se presentó. No puedo creer que no haya tenido el valor de ir a despedirse de él. No puedo creer que no haya sido capaz de agradecer lo que Liam hizo por ella.

Ese día, cuando volví a casa, noté que había desaparecido. Todas sus cosas desaparecieron. Creí que jamás volvería a verla, por eso, cuando tuvo el descaro de aparecerse por el apartamento y comenzó a gritarme, no pude contenerme. Tuve que gritarle de vuelta para liberar todo el rencor acumulado.

No puedo creer lo mucho que cambió. No puedo creer lo mucho que cambiaron las cosas y lo mucho que duele que, lo que alguna vez fue remotamente bueno, ahora está más desgastado y roto que nada en este mundo.

Solía admirar a Kim. Solía desear ser un poco más como ella a la hora de tomar decisiones. Ahora no puedo pensar en ella sin sentir la cantidad más horrible de sensaciones desagradables.

—Liam merecía algo mejor —digo, en voz alta y noto como la mirada de Harry se llena de tristeza.

—Lo sé...

El silencio se apodera de la estancia mientras que digerimos el hecho de que Liam ya no está y que Kim ha decidido ser una completa cobarde y ha huido de todo.

No quiero sentir empatía por ella pero, de cierto modo comprendo el hecho de que se haya marchado. Si yo hubiese estado en su lugar, también habría empacado mis cosas para largarme. Lo único que no puedo dejar de reprochar, es el hecho de que ni siquiera estuvo ahí para despedir a la persona que dio la vida por ella.


—Me dijo Tom que te habló de mi... situación —Harry interrumpe el silencio una vez más y agradezco el cambio repentino de tema. No estoy lista para seguir hablando del chico amable que perdió la vida a manos de una loca con un arma de fuego.

Mi vista se alza en ese momento y se encuentra con la de Harry. Hay algo en la forma en la que me observa, pero no logro identificarlo del todo.

—Lo hizo —asiento. Trato de lucir serena y relajada, pero la sombra de los recuerdos del funeral aún me mantiene presa.

—Necesito hablarte de todo eso —dice Harry, con la mirada fija en la mía.

—Él ya lo hizo. Me lo explicó cuando recién te dispararon —digo, porque es cierto.

—Sí, pero no te lo dijo todo. Lo que te contó es un buen inicio —dice—, pero creo que no es suficiente. Necesito explicarte...

—No hace falta que lo hagas, Harry.

—Por supuesto que lo hace, Maya —suena duro y determinado—. Necesito contártelo todo.

Mi pulso se acelera un poco al escuchar la determinación en su voz y mis manos han comenzado a temblar ligeramente. No sé si estoy lista para escucharlo hablar, pero sé que no voy a poder detenerlo de hacerlo, así que asiento.

—Adelante, entonces... —digo, a pesar de la ansiedad. Entonces, él cierra los ojos.


Un suspiro brota de la garganta de Harry, pero se toma unos instantes eternos antes de comenzar—: La noche en que... —se detiene en seco y abre los ojos para mirarme. Un atisbo de arrepentimiento tiñe sus facciones, pero no comprendo el motivo hasta que continúa—: La noche en la que me marché, llegué a la comisaría y lo confesé todo —su voz suena cada vez más ronca y pastosa—. Les dije a los oficiales quién era y a qué me dedicaba. Les conté sobre ti, sobre Rodríguez, lo ocurrido en la bodega y la mentira de Jeremiah para salvarme. Lo dije absolutamente todo, porque era lo que creía correcto; porque todo lo que escribí en esa carta era lo que quería en ese momento. Tenía convicción plena de que enmendar lo que hice era la única forma de vivir en paz conmigo mismo y... —se detiene abruptamente. El ritmo ansioso que habían tomado sus palabras se corta en seco, antes de que tome una inspiración profunda para relajarse y continuar—. Y fue entonces cuando conocí al comandante David Ferguson. Tuve que volver a contárselo todo a él antes de que me encerraran en los separos. Creí que iniciaría un proceso legal en mi contra después de eso, pero en su lugar me encontré siendo citado una y otra vez por distintas personas para contar mi versión de lo ocurrido —de pronto, parece sumido en sus recuerdos—. Un psicólogo y un psiquiatra fueron a evaluarme; me hicieron exámenes de sangre para detectar si no consumía drogas y, además, me sometieron a la prueba del polígrafo —su gesto luce cansado y deteriorado; como si el proceso hubiese sido lo peor del mundo—. Después de casi una semana dentro de la delegación, tuve una reunión con el comandante y Douglas Schneider, el abogado que llevó el caso de tu papá. Fue entonces cuando me hicieron la oferta de trabajar como detective encubierto.


En ese momento deja de hablar.

Me mira como si esperase que dijera algo, pero no tengo nada que decir ahora mismo. Necesito seguir escuchando lo que él tiene que contar.

Al cabo de unos segundos, él parece captar el mensaje, ya que se aclara la garganta y continúa—: Todo este asunto tuvo condiciones, por supuesto. No podía revelarle a nadie nada de lo que estaba haciendo y tampoco podía hacer nada que no me fuese ordenado. No podía realizar llamadas telefónicas porque todas eran monitoreadas y tampoco podía escapar del detective al que pusieron a cuidarme: Thomas —rueda los ojos al cielo y una sonrisa se desliza en mis labios—. Era un dolor en el culo, por cierto.

Mi sonrisa se ensancha. Él sonríe un poco, también, y sacude la cabeza.


—Después de eso, pasé los siguientes nueve meses de mi vida encerrado en una Academia de Policía en Chicago. Muchas cosas cambiaron para mí en ese momento —su sonrisa se desvanece poco a poco—. Cuando hice el acuerdo con el comandante, la perspectiva de tener la oportunidad de volver a ti como un tipo completamente nuevo y renovado, era la gloria —mi corazón se estruja cuando pronuncia esas palabras, pero me trago la emoción para seguir escuchándolo—. Pero, cuanto más tiempo pasaba, más me impacientaba. Quería salir corriendo de ese lugar para contártelo todo y rogar de rodillas porque me aceptaras de regreso... —niega con la cabeza y una sonrisa triste se apodera de sus labios—. Pero el tiempo pasaba. Andaba y yo estaba ahí, atrapado en un edificio del cuál no podía salir. En un lugar donde mi única compañía eran tipos con aspiraciones mayores que salir corriendo de ahí para contarle a una chica que ya no era el tipo malo que no la merece... —sus párpados se cierran y, de pronto, luce abrumado—. Cuando finalmente me gradué de ese estúpido instituto, ni siquiera me enviaron de vuelta a San Francisco. Fui trasladado a una operación de prueba en Carolina del Norte, donde fui asignado como compañero de Thomas y Paula; quien también acababa de graduarse —escuchar el nombre de ella en sus labios, me provoca ganas de gritar, pero me las arreglo para mantenerme inexpresiva—. La misión duró casi dos meses, Maya —sus ojos encuentran los míos—. Para ese entonces, toda mi fe se había ido al caño. Yo ya te había abandonado once meses. No sabías absolutamente nada de mí y era probable que ya hubieses rehecho tu vida con otra persona.

—Fue entonces cuando comenzaste a salir con ella... —digo, en voz alta, porque quiero que lo confirme. Quiero escuchar de su propia voz lo que Paula me dijo en el hospital. Por mucho que duela, quiero saberlo.


El silencio que le sigue a mis palabras es tenso y pesado. Harry no aparta sus ojos de los míos y, después de una eternidad, responde—: Sí.

Asiento, a pesar de que mi corazón se ha detenido una fracción de segundo. A pesar de que todo mi cuerpo duele como el infierno. Él baja la mirada.

—Salimos un par de veces, pero yo... —me mira, como si buscase en mis ojos algo que indicara que debe callarse—. Simplemente, no estaba listo, Maya. No podía dejar de compararla contigo y eso estaba volviéndome loco.

Duele un poco más. Todos los huesos de mi cuerpo recalan con la sensación amarga que me invade y un dolor intenso se ha apoderado de mi pecho.

— ¿Estuviste con ella, Harry? —Pregunto, porque necesito saberlo. Porque necesito que me confirme eso que ella dijo.

— ¡No! —El horror se desata en sus facciones, de pronto—, ¡maldición!, ¡no!, no me acosté con ella. Te lo dije antes y te lo digo ahora: No estuve con nadie más —sacude la cabeza en una negativa—. Nos besamos. Muchas veces. Pero no pasó a más. Nunca pude llegar a más.


—Ella dijo que la follabas —no pretendo que suene como un reclamo, pero lo hace.

En ese preciso instante, la expresión se Harry se llena de enojo y repulsión.

—Yo nunca la toqué, Maya. Jamás le puse un dedo encima con esa intención. Lo juro.

—No está mal si lo hacías —fuerzo una sonrisa, pero estoy a punto de resquebrajarme—. Hace mucho tiempo que dejamos de ser algo, Harry. Si estuviste con ella, está bien. Estabas en todo tu derecho. Sigues estándolo.

— ¡Pero no fue así, joder! —Estalla—, ¡Maya, por Dios!, ¡no le puse una sola mano encima!, ¡¿cómo se supone que iba a hacerlo cuando te amaba como lo hacía?!

—Pasó casi un año, Harry. Casi un año entero. La gente supera. El pasado queda atrás y...

—Pero no lo que sentí, Maya —me interrumpe—. Lo que sentí por ti no se había ido del todo. Aún no lo hace. ¿Cómo iba a follar a otra chica cuando pensaba en ti todo el tiempo?, ¿Cuándo me obsesionaba la sola idea de pensar que alguien más podía estar abrazándote por las noches?, ¿Cuándo mi vida entera giraba en torno a tu existencia?, no, Maya. Las cosas no funcionan así para mí. Yo te amaba.

Un centenar de emociones diferentes se arremolinan en mi pecho. Calor, frío, dolor, alivio... todo se mezcla y se funde en mi interior, y me hace difícil pensar con claridad.


—Yo también lo hacía, Harry —digo, al cabo de unos segundos en silencio, y con la voz entrecortada—. Te amaba tanto, que dolía. Te amaba lo suficiente como para no querer estar con nadie más durante el tiempo en el que estuviste lejos... Y te odié. Te detesté con cada fibra de mi ser por no haber pensado en mí cuando te marchaste. Porque creí que todo lo que pasamos en ese entonces había sido en vano si al final del día habías decidido abandonarme —las ganas que tengo de llorar son intensas pero logro mantenerme serena mientras continúo—: Sé que es egoísta decirlo en voz alta. Sé que es horrible decir que hubiese preferido que no te marcharas a que te entregaras, pero es la verdad. No sabes cuánto te reproché y cuánto te eché de menos —Una risa carente de humor brota de mis labios—. Y trataba de convencerme a mí misma que te había superado, pero lo cierto era que dolía. A cada maldito segundo. Tu ausencia era una jodida tortura y... —trago el nudo que se ha formado en mi garganta—. Y cuando llegó Jeremiah diciendo que había escuchado rumores de que habías vuelto, me sentí el ser más miserable del mundo. Me sentí abandonada, ultrajada... —niego con la cabeza—. Sentí como si me hubieses visto la cara de idiota todo ese tiempo y que las noches de insomnio en las que trataba de convencerme a mí misma de que habías hecho lo correcto, habían sido en vano.

Harry baja la vista al edredón que cubre la mitad inferior de su cuerpo antes de decir—: Quería decírtelo, Maya. Quería contártelo todo, pero... —un suspiro brota de su garganta—, cuando volví a San Francisco y me reencontré con Liam, dijo que estabas bien, así que no me atreví a buscarte —sus ojos y los míos se encuentran—. Supe que habías aplicado para entrar a la universidad, que tenías un empleo mejor, que habías ido a terapia y que, incluso, se te veía mucho mejor de lo que se te había visto nunca —sacude la cabeza—. Yo no podía llegar a arruinar tu vida una vez más. No podía llegar a decirte: "¡Hey, Maya!, ¿adivina qué?, estoy trabajando para la policía", cuando tú lo tenías casi todo resuelto. Se sentía incorrecto —se detiene unos segundos—. Prefería aferrarme a la idea de que estabas bien y de que no podía decirle nada a nadie sobre el trato con la policía. Prefería anclarme de esa cosa extraña que tenía con Paula para ya no pensarte —sus ojos se cierran con fuerza—. Estaba hecho un desastre. Aún lo estoy.


El silencio se extiende en la habitación durante unos instantes. Las palabras de ambos recaen en el ambiente pero, sorprendentemente, me siento ligera, aliviada...

—Sólo quiero saber algo... —digo, en voz baja, al cabo de unos instantes. Harry me mira expectante, y me obligo a continuar—: Si yo no me hubiese enterado que habías vuelto, ¿no habrías vuelto a buscarme?

Él me sostiene la mirada.

—No —dice, y la revelación me escuece el cuerpo entero—. Y no porque no hubiese querido, sino porque, a esas alturas, yo estaba convencido de que estabas mejor sin mí.

— ¿Y tú? —Mi voz sale en un susurro tembloroso y débil—, ¿estabas mejor sin mí?

Una emoción intensa y dolorosa surca sus facciones en ese y noto cómo su mandíbula se tensa. Está más que claro que no esperaba esa pregunta de mi parte.


—Mi vida ha sido siempre un infierno, Maya —dice, después de unos instantes de silencio, y soy capaz de notar cómo la frustración se dibuja en sus facciones—, pero, cuando estaba contigo, no podía recordar toda la mierda del pasado, ni los problemas que me atormentaban, ni el remordimiento de conciencia... todo se disolvía cuando te miraba. Todo se disuelve cuando te tengo cerca. Incluso ahora —noto cómo sus ojos se humedecen ligeramente—. Espero que eso responda a tu pregunta.

Una inspiración profunda es inhalada por mí nariz y dejo escapar el aire con lentitud, para aminorar la tensión que se ha acumulado sobre mis hombros.


—Yo... —trato duro—, te debo una disculpa, Harry.

Su ceño se frunce.

—No me debes nada, Maya.

—Por supuesto que si —asiento—. Te traté como la mierda. Te dije cosas hirientes. Cosas de las que me arrepiento como no tienes una idea...

—Tú no lo sabías —niega con la cabeza—. No sabías nada. Para ti yo era el hijo de puta mentiroso que sólo jugaba contigo. No puedo culparte por haber dicho lo que dijiste cuando no sabías la verdad.

—Aun así, no debí decir todo eso. Por muy enojada que estuviese, no debí tratarte así.

Harry suspira con frustración.

—Eres tan terca...

Una sonrisa tira de las comisuras de mis labios y bajo la mirada para que no pueda notarla.

—Gracias —mascullo y noto como ríe por lo bajo.

—Ven aquí... —su voz es suave y dulce cuando habla y no puedo evitar mirarlo de reojo antes de dar un paso dubitativo en su dirección.


Él hace un gesto que indica que desea que me acerque más y espera pacientemente a que me decida a acortar la distancia que nos separa para sentarme a su lado en el colchón de la cama.

Una sonrisa dulce se desliza en las comisuras de sus labios y un precioso hoyuelo se pinta en su mejilla izquierda.

— ¿Cómo te sientes? —Pregunto, porque no sé qué otra cosa decir.

Su sonrisa se ensancha tanto, que muestra sus dientes.

— ¿Es en serio? —Medio ríe—, ¿es lo único que quieres saber?, ¿no tienes dudas?, ¿no quieres que te responda algo en específico?

Niego con la cabeza.

—Con saber cómo te encuentras me es suficiente.

—Me duele todo el puto cuerpo —dice, sin dejar de sonreír—, pero jamás me había sentido así de bien conmigo mismo. Jamás me había sentido así de tranquilo. No tienes idea de lo bien que se siente decir la maldita verdad de una vez por todas.

Es mi turno de sonreír. Él estira una mano y la coloca sobre una de las mías. Siento la presión de sus dedos largos y cálidos en ella y mi corazón acelera su marcha en ese momento.


— ¿Y tú? —Pregunta—, ¿cómo te sientes?

Niego con la cabeza, y poso mi vista en nuestras manos. La suya es claramente más grande que la mía.

—No lo sé —admito—. Últimamente, mi estabilidad emocional pende de un hilo. Hace unas semanas lo único que hacía era tener miedo. Miedo de que tu cuerpo se cansara de luchar, miedo de las consecuencias que podía traer el disparo... —mis ojos se cierran con fuerza—. Hace más de una semana, me sentía devastada por lo ocurrido con Liam, la manera en la que Kim se marchó y tu falta de consciencia —un nudo se instala en mi garganta—. Hoy, lo único que quiero es cerrar los ojos y olvidarme de todo y de todos. Estoy tan cansada...

Siento cómo sus dedos se aprietan aún más.

—No sabes cuánto lamento todo lo que ha pasado —dice, en un susurro ronco—. No tenías porqué vivir todo esto. No lo mereces. No después de todo lo que ha pasado.


Mi vista se alza para encontrar la suya y, entonces, permito que las dudas respecto a lo que me contó salgan a la superficie poco a poco—: ¿Qué va a pasar ahora?

— ¿Con el asunto de la policía? —Dice—, aún no lo sé. Tom no ha querido decirme mucho. Lo único que sé es que necesitamos atrapar a Tyler antes de que lo joda todo —un atisbo de coraje se filtra en el tono de su voz—. Si ese imbécil no se hubiese metido en el camino, ya habríamos capturado a Johan Lasserre y toda esta mierda se habría acabado. Entre él e Igor nos los están haciendo todo más difícil.

—No entiendo una mierda de lo que estás diciendo —digo, medio divertida, medio asustada por el coraje impreso en su voz.


Harry toma una inspiración profunda antes de comenzar a explicar—: Cuando volví a San Francisco, el comandante, Tom y yo ideamos un plan: yo volvería a los suburbios y citaría a los antiguos distribuidores de Rodríguez para anunciar que había vuelto para tomar el lugar que robé y así comenzar a relacionarme con la gente correcta. El comandante consiguió hacerse de un montón de drogas para comenzar la distribución en la zona y que así se corriera la voz —dice—. En menos de un mes, ya estaba recibiendo llamadas de uno de los hombres de Hassan Khal, el antiguo proveedor de Rodríguez. Acordamos de reunirnos para hacer negocios pero, como era obvio, el tipo no se presentó. Envió a su mano derecha, un chico llamado Daniel Lewis —su ceño se frunce ligeramente, como si tratara de concentrarse en el recuerdo para no perder ningún detalle—. Cerramos un trato con él y, en menos de un mes ya nos habíamos convertido en la mejor red de distribución de los barrios bajos. Entonces, vino la primera redada. Todos los antiguos distribuidores de Rodríguez, mis ex compañeros, fueron arrestados y reemplazados por agentes encubiertos.

—Entre ellos Tom y Paula —decir su nombre me provoca meterme el dedo por la tráquea hasta vomitar, pero trato de no hacerlo notar demasiado.

Harry asiente.

—Nuestro segundo golpe fue Hassan Khal. Aún no lo hemos encarcelado; sin embargo. Lo que ocurre es que no queremos levantar sospechas —Harry explica—. ¿En qué estaba?, ¡oh!, ¡sí! —Sacude la cabeza—. De Hassan conseguimos que nos proporcionara el nombre de su superior: Aaron Luhrman y, para ese entonces, ya nos habíamos adueñado del negocio de la mitad de la ciudad.

—Fue demasiado rápido —observo, en voz baja. El asombro tiñe mi voz y me siento un poco avergonzada por ello.

Harry sonríe ligeramente, pero continúa hablando—: Llegar a Aaron fue bastante sencillo. Es más descuidado que Hassan, pero lo es con justa razón: su gente era bastante eficiente.

—Él también está libre aún, me imagino.

—Así es —Harry asiente—. Será capturado una vez que Johan Lasserre caiga.

— ¿Y quién diablos es Johan Lasserre?

—El distribuidor más grande de todo California, ¿tienes una idea de lo asquerosamente poderoso que es? —Niega con la cabeza—. Ese hombre es mi pez gordo. Si logramos capturarlo, tengo un pie afuera de la cárcel. Si capturamos a Lasserre, todo esto habrá valido la pena.

— ¿Te has reunido con él? —Pregunto—, ¿con Lasserre en persona?

Harry asiente.

—Me reuní con él una semana antes de que el imbécil de Tyler secuestrara a la hija de Kim y Liam. El día que ocurrió toda esa mierda, su gente iba a entregarnos un cargamento de drogas en la costa, pero no pude llegar a recibirlo. Tampoco he tenido oportunidad de hablar con él.

— ¿No has hablado con Lasserre desde entonces?

Harry niega con la cabeza.

—Tom ha seguido en contacto con su gente. Les ha dicho que estuvieron a punto de jodernos un negocio y que estoy escondiéndome hasta que las aguas se calmen. Está costando un mundo mantener oculto el hecho de que estuve en el hospital durante todo este tiempo, sin embargo.

— ¿Qué hay de Tyler? —Pregunto—, ¿cómo es que Tyler tiene ahora un negocio de distribución?

—Tenemos un infiltrado en las filas de un hombre llamado Igor Poliakov. El tipo es un antiguo socio de Lasserre, y, hasta donde tengo entendido, Tyler acudió a él para decirle que se encargaría de sacarme del camino. Que teníamos una venganza pendiente y que él se desharía de mí para que Igor se consagrara con Lasserre y éste le concediera volver.

— ¿Volver?

—Al parecer, Igor cometió un error imperdonable, no tengo idea de qué clase de error haya sido, debo agregar; pero Lasserre prescindió de sus servicios. Lo único que Igor busca es volver al juego y, al parecer, Tyler le prometió eso exactamente.

—Hay que detener a Tyler, entonces, para que no le diga a Igor que trabajas para la policía y que este no vaya a decirle a Lasserre.

—Exacto —Harry asiente—. Es una carrera contra reloj. La policía está cazando a Tyler y vigilando a Igor las veinticuatro horas. No podemos permitir que Tyler lo arruine todo. No cuando estamos tan cerca de acabar con uno de los proveedores más importantes del país.


Nos quedamos en silencio otro largo momento mientras trato que de asimilar toda la información que acabo de recibir. Estoy tan abrumada, que no puedo dejar de darle vueltas a lo que Harry acaba de decir.

—No puedo siquiera imaginar cómo te sientes en este momento —digo, en voz baja—. Todo esto es tan... estresante.

Él esboza una sonrisa.

—Te acostumbras con el tiempo —medio ríe.

Sé que está bromeando, pero no puedo reír. No cuando hay un millar de sensaciones encontradas dentro de mi pecho.

— ¿Por qué haces esto? —Pregunto, en un susurro angustiado—. No deberías de estar pasando por esto. No después de todo lo que te ha tocado vivir.

—Por ti, Maya —me mira a los ojos y su sonrisa pierde fuerza hasta convertirse en un gesto triste—. Siempre ha sido por ti.

Mi corazón se estremece, mi cuerpo entero parece responder a esas palabras y mi pulso se acelera cuando nuestros ojos se encuentran.

—Y ya sé que lo nuestro no tiene remedio. Ya sé que no puedo pretender que nada ocurrió e intentar tenerte de vuelta porque te hice daño. Porque te mentí y perdí tu confianza; porque no fui capaz de hablarte con la verdad desde un principio... —hay dolor en su mirada, pero no deja de sonreír—. Pero esto no ha dejado de ser por ti.


—No lo merezco —sueno pequeña, vulnerable y torturada—. No merezco que hagas esto por mí. Deberías hacerlo por ti, por tu madre... —niego con la cabeza—. No hagas esto por mí, por favor.

—Lo hago por ti porque lo mereces, Maya —dice—. Porque aunque me odies y no quieras saber nada sobre mí, sigues siendo quien me mantuvo a flote cuando sentía que no podía más.

Siento un agujero en la boca del estómago. Todo mi cuerpo duele con cada palabra que pronuncia.


—No te odio, Harry —digo, porque tengo la necesidad de aclarárselo.

—Pero tampoco me amas.

Una risa corta y amarga brota de mi garganta.

— Ni siquiera sé por qué estamos teniendo esta conversación —digo. Sueno agotada.

—Porque necesitamos aclarar esto también, Maya —Harry responde, con la voz enronquecida—. Porque necesito saber qué va a pasar entre nosotros ahora que lo sabes todo.

—Harry, tú mismo lo has dicho, esto está roto. No tiene remedio. No podemos pretender que el tiempo no pasó y que las heridas no existen. Las cosas no funcionan de esa manera —mi voz suena cada vez más inestable—. Ya no siento nada por ti. Ya sientes nada por mí. Esto es sólo... —niego con la cabeza y trago para aminorar la presión que ha comenzado a formarse en mi garganta—. ¡Dios!, ni siquiera sé qué es lo que es. Sólo sé que nos hace daño. Nos lastima. No podemos estar juntos, Harry. No es sano.

— ¿Entonces esto es todo? —La mirada de Harry es serena y dura al mismo tiempo—, ¿vas a rendirte así como así?, ¿después de todo lo que ha pasado?

Sus palabras me hieren y me escuecen en lo más profundo del alma, pero me las arreglo para sostener su mirada.

—No puedo rendirme a algo que nunca ha sido lo suficientemente fuerte para ser real, Harry —el aliento se atasca en mi garganta, pero continúo—: Yo necesito paz, tranquilidad, calma; y tú eres tempestad, fuego, demolición, tinieblas, peligro... Yo sólo soy cenizas. Cimientos caídos, destrozados y rotos de algo que nunca llegué a conocer del todo.


De pronto, la mano de Harry abandona la mía. Mi vista baja a mi mano vacía y vuelve a subir para mirar al chico que se encuentra recostado frente a mí, sin embargo, lo único que soy capaz de ver, es su mirada verde esmeralda.

No soy capaz de procesar lo que ocurre hasta que sus dedos se enredan en mi nuca y sus labios chocan contra los míos. Su lengua se abre paso en mi boca sin pedir permiso y mi corazón da un vuelco en ese preciso instante.

Un sonido ahogado brota de mi garganta y trato de apartarme, pero él no me lo permite. Trato de empujarlo lejos, pero mis manos traicioneras terminan aferrando el material de su playera dentro de mis puños.

No se supone que esto debería estar ocurriendo. No se supone que debería estar correspondiendo sus caricias ávidas, urgentes y desesperadas.

El sabor de su beso es dulce, mentolado y trae mil y un recuerdos a mi sistema. De pronto, no soy capaz de apartarme. No soy capaz de apartar mis dedos de sus mejillas ásperas por el vello afeitado...


No sé cuánto tiempo pasa antes de que sus labios abandonen los míos con brusquedad y su frente se una a la mía.

—Está bien, Maya —susurra, casi en un gruñido—. Lo acepto. Si quieres marcharte... Si quieres irte, no voy a impedir que lo hagas. Sólo... —su voz suena temblorosa, ronca y débil—. Sólo déjame amarte una vez más. Déjame fingir que aún soy el tipo del que te enamoraste y hacerte mía una última vez, Maya. Por favor, déjame...

No le permito continuar. Mis labios se unen a los suyos con brusquedad y mis dedos se enredan en las hebras largas de su cabello. Un gruñido brota de su garganta en ese momento y, entonces, las palabras acaban y somos caricias. Somos suspiros. Somos urgencia, fuego y ardor.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top