Capítulo 24
A Valentina, por estos hermosos trailers que siempre te tomas el tiempo de hacer. ¡Te quedó increíble! Te quiero mucho. Gracias por todo.
No ha dejado de doler.
No sé si algún día dejará de hacerlo...
Hace casi una semana que fue el funeral y aún se siente como si estuviesen a punto de sacarme el corazón con unas pinzas. Aún se siente el escozor tortuoso en mi pecho y, todas aquellas cosas que pude haber dicho, se sienten como un puñal en el estómago.
El llanto ha disminuido considerablemente, pero aún no se va del todo. No he dejado de lamentarme todos los días por todas aquellas cosas que pude haber hecho diferente.
Sé que llorar no va a traerlo de vuelta, pero aun así lloro de vez en cuando. Lo hago porque alivia la presión que me ahoga todos los días, porque el remordimiento de conciencia es más llevadero y las pesadillas disminuyen considerablemente.
En el transcurso de estos días, he funcionado de forma extraña y mecánica. Aún no logro hacerme a la idea de que las cosas han cambiado y de que ya nada es igual.
Nada volverá a serlo.
No cuando Kim se ha mudado y se ha llevado a Hayley. No cuando el mundo entero parece haberse olvidado que hubo alguien que no debió morir de la forma en la que lo hizo...
Se siente irreal saber que nunca más voy a poder mirarlo a los ojos, que nunca más voy a escuchar su voz. No sé por cuánto tiempo voy a ser capaz de dibujar su rostro en mi memoria sin perder alguno de sus rasgos, y tampoco sé cómo voy a hacer para superar el hecho de que murió cuando aún tenía tanto por hacer.
— ¿Maya? —La voz de Jeremiah inunda mis oídos y mi vista se alza de golpe para mirarlo entrar al lugar donde trabajo—, ¿estás lista?
Trago duro, en un intento de aminorar el dolor que recubre mi paladar y mi tráquea, y asiento con torpeza.
—Sólo dame un momento —digo, mientras que apago el ordenador de mi escritorio.
Mientras que la pantalla se oscurece, aprovecho para recoger mis cosas. Una vez listas, me encamino hasta la puerta del consultorio de mi jefe y llamo a la puerta con suavidad.
—Adelante —escucho y me adentro en el espacio.
—Ya me voy —anuncio y el hombre de cabello entrecano alza la vista para mirarme. Una sonrisa amable se dibuja en sus labios en ese momento.
—Ve con cuidado, Maya —dice—. Nos vemos mañana.
—Hasta mañana —le devuelvo el gesto y hago un movimiento de cabeza a manera de despedida antes de abandonar la estancia y cerrar la puerta detrás de mí.
Jeremiah me espera en la puerta con gesto impaciente y sé que eso sólo puede significar una cosa: ha quedado de verse con Emma.
—No tienes por qué hacer esto —digo, mientras avanzamos por la acera en dirección a la parada del autobús—. Soy perfectamente capaz de ir por mi cuenta.
Mi amigo se encoje de hombros.
—Lo sé, pero últimamente casi no hablamos —dice, con aire casual. No me pasa desapercibido el tono triste en su voz, sin embargo.
—Ha sido una semana bastante difícil —sueno temblorosa e inestable.
—Lo sé. Es por eso que quería pasar a saludar y ver cómo estás. Tu nueva rutina apenas me permite seguirte el paso.
Una sonrisa tensa se dibuja en mis labios. Un suspiro brota de su garganta cuando nos detenemos en la parada del autobús. Sé que está preocupado por mí, pero no puedo hacer nada para tranquilizarlo. No cuando ni siquiera puedo calmarme a mí misma.
Los minutos corren mientras que esperamos la ruta indicada en silencio. No hablamos en lo absoluto mientras lo hacemos, y tampoco pronunciamos palabra alguna cuando subimos al camión y nos sentamos en los reducidos espacios de los pasajeros.
—No veo la hora para que me quiten esta mierda —masculla Jeremiah, tras un largo momento. Mi vista se posa en él justo a tiempo para mirarlo hacer un gesto en dirección al yeso que lleva en el brazo—. Esto de no poder conducir, apesta.
—No es tan malo —una pequeña sonrisa real se dibuja en mis labios.
—Por supuesto que lo es —dice, con irritación—. Hago el doble de tiempo en todos mis trayectos. Siento que el día no me rinde para nada.
—Te acostumbrarás con el tiempo —hago un gesto desdeñoso con una mano, para restarle importancia a su queja—. Además, no es como si no fueses a conducir nunca más. Será apenas un par de meses mientras tu brazo se recupera.
—Dudo mucho que pueda acostumbrarme —masculla, antes de sacudir la cabeza y suspirar—. Como sea... —siento cómo su vista se posa en mí—. ¿Cómo lo estás llevando?
Mi pecho se estruja, mi estómago se revuelve y mis manos se cierran en puños en ese momento.
—Bien —digo, porque es cierto. No lo llevo tan mal como al principio; además, no puedo dejar que eso me paralice. No cuando hay alguien que aún lucha por su vida en el hospital.
Un silencio tirante y tenso nos invade. Hay tantas cosas que me encantaría decir en voz alta. Tantas disculpas que debí pronunciar en su momento...
— ¿Aún no despierta? —Jeremiah interrumpe el hilo de mis pensamientos.
Niego con la cabeza.
—Los médicos dicen que, en este punto, todo depende de él.
Siento cómo unos dedos tibios se posan sobre mi mano. La opresión en mi pecho aumenta un poco más, pero me las arreglo para mirar a mi amigo.
—Styles es fuerte, Maya. Despertará.
—Liam también era fuerte —mi voz se quiebra ligeramente—. Era demasiado fuerte y... —"Y murió". El miedo atenaza mi estómago con el hilo de mis pensamientos. No me atrevo a continuar. Me niego a terminar esa frase porque aún duele como el infierno. Dudo mucho que algún día deje de doler.
—Harry será diferente, Maya. Harry va a vivir. No va a rendirse. No cuando sabe que tú ya estás enterada de que no es un narcotraficante —Jeremiah trata de alentarme, pero su comentario no hace otra cosa más que aumentar mi angustia.
—Ya debería de haber despertado —sueno ansiosa, nerviosa y asustada hasta la mierda.
—Deben darle su tiempo —él dice, pero suena más bien derrotado—. Harry no va a morir. No puede hacerlo. No después de todo lo que ha pasado. Se lo he prohibido.
Sé que trata de hacerme sonreír, pero no lo consigue en esta ocasión. Por el contrario, un nudo de impotencia se aprieta en mi estómago y me provoca un retortijón.
—Daría lo que fuera por verlo despierto una vez más —mi voz sale susurro tembloroso—. Daría todo lo que tengo por verlo sano y salvo. Lo único que quiero es que... —el nudo en mi garganta me impide continuar—. Sólo quiero que Harry despierte, Jeremiah. Estoy dispuesta a venderle mi alma al diablo con tal de que se recupere.
—No digas esas cosas —me reprime—. Se recuperará, Maya —dice, pero sé que no está del todo convencido—. Tiene que hacerlo, ¿de acuerdo?, hay que ser positivos. No ha empeorado. Sólo necesita un poco de tiempo. Ya verás que dentro de unas semanas estará como nuevo y todos podremos salir por fin de esta horrible pesadilla.
—Eso espero —susurro, pero ya estoy luchando contra las ganas que tengo de echarme a llorar.
—Así será, Maya. Tú confía.
~*~
Mis párpados pesan tanto, que tengo que acelerar el paso mientras que avanzo por el pasillo. Mis labios se abren en un bostezo y mis ojos lagrimean un poco. Trato de ignorar la sensación de cansancio que me agarrota los músculos y giro el cuello un par de veces para liberarlo de la tensión que me invade.
Mis manos se colocan sobre la manija de la puerta y entro a la habitación sin pensarlo demasiado. En ese momento, mi vista se posa en el hombre recostado en la cama de hospital y me congelo...
La imagen de Harry en ese estado me hace sentir miserable. Luce indefenso y vulnerable; un claro contraste con el chico duro y salvaje al que estoy acostumbrada. Está cubierto del pecho hacia abajo con una delgada manta que huele a antiséptico y lleva puesta una bata de hospital.
Su cabello luce enmarañado y sucio y su piel está más pálida de lo común. Las cicatrices en su rostro le dan un aspecto duro, pero la cantidad de aparatos a la que está conectado, hacen que pasen desapercibidas a la vista. Hay un tubo en su tráquea y un montón de sondas y agujas en sus brazos. Las máquinas que están acomodadas alrededor de la cama zumban y pitan con su ritmo cardíaco, y su pecho sube y baja al ritmo acompasado y lento de su corazón.
Un estremecimiento me recorre de pies a cabeza en ese instante. De pronto, la opresión en mi pecho se vuelve insoportable. Verlo de esta manera me quiebra de mil formas diferentes y, al mismo tiempo, me llena de una impotencia dolorosa.
El horrible nudo en mi garganta se aprieta en cuestión de segundos, pero me las arreglo para avanzar en su dirección a paso lento.
—Hola... —susurro, cuando me detengo junto a su cama. Sé que no puede escucharme, pero no puedo evitar saludarlo. Siempre lo hago—. Ha sido un día horrible. No veía la hora de venir a verte —mi voz se quiebra ligeramente, pero me las arreglo para esbozar una sonrisa temblorosa—. No tienes una idea de lo aliviada que me siento ahora que estoy aquí.
Mi mano se desliza sobre la suya con mucha delicadeza. Apenas si me atrevo a tocarlo.
—Jeremiah me acompañó todo el camino —trago el nudo de sentimientos que amenaza con impedirme continuar hablando—. Él también desea que te recuperes pronto. Todos lo hacemos...
Las lágrimas me inundan la vista, pero me las arreglo para seguir hablando. No dejo de pronunciar palabras sin cesar, porque hablar se siente bien ahora mismo. Hablar llena el espacio vacío que su silencio deja en el aire. Desvanece un poco el sabor amargo de las charlas sin respuestas que establezco todos los días.
Al cabo de un rato, me encuentro relatando la forma en la que Kim se fue del apartamento que compartíamos. Le hablo acerca de las cosas horribles que me gritó y la manera en la que le grité de vuelta. Le cuento, también, acerca de lo enojada que me sentía y de lo poco consciente que fui al espetarle que era la peor amiga que había tenido jamás y que no quería volver a verla nunca en mi vida.
Liam también se cuela en mis palabras y, cuando me doy cuenta, no puedo dejar de hablar sobre mi falta de valor para ir a visitarlo al cementerio. La última vez que estuve ahí, fue el día del funeral. Desde entonces, no he podido poner un pie ahí.
Mis pláticas sin sentido continúan y, de pronto, me encuentro hablando acerca de los planes que tengo de mudarme a un apartamento más pequeño porque sé que no podré pagar los gastos del lugar donde vivo durante mucho tiempo.
Estoy a punto de comentarle que Jeremiah me ha ofrecido compartir conmigo el alquiler del apartamento donde vive con Niall, cuando la puerta de la habitación se abre con brusquedad.
Mi atención se vuelca hacia ella y todo mi cuerpo se tensa en el instante en el que Paula Sanders aparece en mi campo de visión.
Ella se congela cuando me mira y noto cómo sus facciones se endurecen en un abrir y cerrar de ojos.
Ninguna de las dos dice nada. Nos limitamos a observarnos fijamente, en un reto implícito. Es ella quien aparta la mirada primero, sin embargo. De pronto, sus brazos se cruzan sobre su pecho y su mandíbula se tensa cuando pasa el peso de su cuerpo de un pie a otro.
— ¿Ya te vas? —Suelta, con brusquedad y una punzada de coraje me invade.
—Acabo de llegar —miento.
Una risa carente de humor brota de su garganta en ese momento.
—Siempre haces esto —sisea, al tiempo que me mira a los ojos. No me atrevo a apostar, pero creo que hay lágrimas humedeciendo su mirada—. Siempre vienes, te apoderas de la habitación y no dejas que nadie más venga a verlo.
Mi ceño se frunce, en confusión.
—Tom viene todo el tiempo —digo, con toda la calma que puedo imprimir en la voz—. Anne, su madre, también lo hace. Incluso Louis, su mejor amigo, ha venido a verlo. No le he impedido a nadie que venga a visitarlo.
Ella niega con la cabeza.
—Sabes que no me refiero a eso.
—No voy a dejar de venir a diario, si es eso lo que te molesta —sueno más irritada de lo que pretendo.
—Eres una hipócrita de mierda —sisea y se gira sobre sus talones para salir.
El destello furibundo en mi pecho se enciende a toda velocidad.
— ¿Cómo me llamaste? —Me pongo de pie en ese momento.
Ella se detiene en seco.
El coraje incrementa poco a poco y calienta mi pecho de forma desagradable. Entonces, me encara.
—He dicho que eres una hipócrita —escupe—. ¿Primero lo tratas como la mierda y ahora estás aquí, velando por él?, eso es ser una perra hipócrita, si me lo preguntas.
Mis puños se aprietan.
—Yo no sabía que...
— ¡Aun así debiste confiar en él! —Me interrumpe, casi en un grito—, ¡que no supieras nada no es pretexto alguno para tratarlo como lo hiciste!, ¡no lo mereces!, ¡no te mereces a alguien como Styles! —Su pecho sube y baja con su respiración dificultosa; sin embargo, se las arregla para negar la cabeza y decir, con voz más tranquila—. Él se merece a alguien mejor que tú.
Sus palabras calan y escuecen con violencia porque sé que tiene razón. Sé que Harry merece a alguien mejor que yo.
—Tienes razón —digo, con la voz entrecortada por las emociones—. Harry merece a alguien mejor que yo. Merece a alguien que cuide de él, porque él no ha sabido hacerlo por sí mismo. Merece a alguien que se preocupe, que lo escuche, lo aconseje, le demuestre cuán valioso es y le recuerde cuán fuerte y maravilloso puede llegar a ser —mi pecho duele—. Merece una mujer que esté dispuesta a darlo todo por él. Que sea valiente, dedicada y que esté dispuesta a andar con él en este camino tan mierdero que ha elegido para sí mismo —una sonrisa tensa se dibuja en mis labios—. Sé que no soy todo eso que él merece en la vida; sin embargo, no pienso marcharme. Estoy dispuesta a quedarme a su lado hasta que encuentre a la indicada —trago duro—. Es más... Estoy dispuesta a intentar convertirme en eso que él se merece porque, Paula, él es el amor de mi vida y quiero que sepas que, aunque él me odie y no quiera estar más conmigo, voy a seguir queriéndolo con todas mis fuerzas, como siempre lo he hecho.
—Te engañó todo este tiempo —suelta, con sorna—. Se acostó conmigo. Me dijo que te había olvidado. Se enredó en mi cama y susurró mi nombre sin cesar mientras me follaba.
Se siente como si me hubiesen abofeteado. Como si me hubiesen golpeado en el pecho con mucha fuerza y no existiese oxígeno suficiente en el mundo para recuperar el aliento.
Los ojos de Paula siguen fijos en los míos y sé que busca un destello de dolor en mi mirada.
— Él no estaba conmigo cuando estuvo contigo —me las arreglo para decir, mientras que le regalo un encogimiento de hombros, en lo que pretendo que sea un gesto desdeñoso—. Creo que deberías tenerlo en cuenta—. No puedes decir que me engañó cuando nunca hubo algo entre nosotros en ese entonces.
—No voy a dejar de luchar por él —dice, de pronto. Suena temblorosa y furiosa.
Una pequeña sonrisa se desliza en mis labios y niego con la cabeza mientras que la observo.
—La diferencia entre tú y yo, Paula, es que yo no voy a pelear por él, porque el amor no se pelea ni se gana. El amor nace y crece por sí solo y no se obliga de ninguna manera. Si Harry quiere estar contigo al final del día, voy a aceptarlo —la miro a los ojos—; pero si quiere estar conmigo, te juro por lo más sagrado que tengo, que no voy a dejarlo ir. Y tampoco voy a dejar que nadie me aparte de su lado.
La mirada de la chica frente a mí se llena de algo irreconocible, pero ni siquiera me inmuto.
—Sólo espero que Harry se dé cuenta de que no vales la pena.
—Y yo sólo espero que sea feliz.
Su mandíbula se aprieta, pero no dice nada más. Se limita a girar sobre sus talones y echarse a andar por el corredor del piso del hospital.
Cuando desaparece, mi cuerpo entero comienza a e temblar. El eco de sus palabras aún retumba en mi cabeza como una horrible tortura; sin embargo, me obligo a tomar una inspiración profunda y girarme para mirar al chico inconsciente en la cama de la habitación.
Una punzada de dolor me recorre el cuerpo sólo de pensar en que estuvo con ella cuando yo me lamentaba por su partida, pero me obligo a empujar los pensamientos perturbadores lejos de mi sistema.
Sé que no puedo recriminarle nada porque no somos nada, de cualquier modo. Si él estuvo o no con Paula durante ese año en el que no tuve noticias sobre su paradero, no es algo que deba afectarme. No es algo que deba dolerme como lo hace.
Mis párpados se cierran con fuerza y tomo una inspiración profunda. Trato de alejar el hilo de mis pensamientos de ese lugar tan oscuro; sin embargo, no lo consigo. No puedo dejar de imaginarlo besándola y tocándola como lo hacía conmigo. No puedo dejar de torturarme con la imagen de él en una cama con ella...
El aliento me falta y el dolor en mi caja torácica es cada vez más fuerte y asfixiante. Las paredes de la habitación se sienten reducidas y el aire en mis pulmones es denso y pesado. No puedo soportarlo más. No puedo estar ni un minuto más aquí dentro. Simplemente, no puedo...
Me vuelco de manera precipitada hacia la salida y avanzo a zancadas temblorosas y largas. Entonces, mis dedos se cierran sobre la perilla de la puerta, cuando lo oigo...
El pitido de una máquina se acelera y una más cambia su ritmo un segundo después y, de pronto, todas las demás comienzan a chillar de forma escandalosa.
Toda la sangre se agolpa en mis pies en ese momento y me giro a toda velocidad para mirar a Harry.
Mi corazón se salta un latido, mis rodillas flaquean y un sonido similar a un sollozo escapa de mis labios en el instante en el que veo cómo Harry trata de incorporarse de la cama, mientras que tira del tubo que tiene incrustado en la garganta.
El llanto viene mucho antes de que pueda correr a toda velocidad para alcanzarlo. Hay sangre en los dorsos de sus manos, ya que ha arrancado las sondas de su cuerpo, y una de las máquinas chilla escandalosamente debido a eso.
Trato de detener sus movimientos violentos, pero él no deja de luchar contra el aletargamiento de su cuerpo. Una arcada brota de su garganta cuando saca el tubo de su boca y trata de bajar de la cama mientras que yo alcanzo a ahuecar su rostro entre mis manos.
— ¡Harry!, ¡Harry, estás bien! —Miento, porque no tengo el corazón para decirle que no es del todo verdad—. Estás en un hospital. Estás a salvo. Todo está bien.
Sus ojos color verde esmeralda me miran con aire desorientado, pero noto el reconocimiento en ellos cuando encuentran mi cara. Una fina capa de sudor frío cubre su rostro y sus manos se sienten temblorosas cuando imita mi gesto y ahueca mi rostro entre sus manos.
—Debes recostarte, Harry. Vas a hacerte daño.
Él pronuncia algo, pero su voz suena tan ronca y lastimada que no logro entender ni siquiera la mitad de lo que dice.
—Te dispararon —explico, al ver su mueca confundida y aterrorizada—. Has estado en el hospital desde hace casi dos semanas. Necesitas recostarte, Harry, por favor. Por favor...
—T-Tyler... —dice, en un gruñido espeso y adolorido.
—No pienses en eso ahora —aparto el cabello húmedo lejos de su cara.
— ¿Estás b-bien? —Jadea y hace una mueca de dolor.
— ¡Dios mío, Harry!, ¡estoy bien!, ¡ahora recuéstate, maldición! —La angustia y la preocupación me invaden por completo en ese momento y asiente, mientras que se deja caer poco a poco al colchón.
En el momento en el que su cabeza toca la almohada, me precipito fuera de la habitación para pedir un médico. En menos de un minuto, la estancia se llena de ellos.
De pronto, la habitación se convierte en un caos. Todo mundo revisa los aparatos y se cercioran de que Harry esté en óptimas condiciones, mientras que una enfermera me pide que abandone el lugar para dejar a los médicos trabajar tranquilos.
Mis ojos se clavan en la puerta de la habitación cuando salimos de ella, y mi corazón se estruja.
Lo primero que me viene a la mente, es: ¿cómo diablos voy a decirle a Harry que Liam murió?, No sé cómo va a tomar el hecho de que Tyler escapó de nuevo y que Nadine, si antigua aventura, fue la asesina de uno de sus mejores amigos.
No sé cómo voy a enfrentarme a él cuando trate de contarme toda la verdad acerca de su trabajo en la policía y cómo es que vamos a tratarnos cuando todo sea dicho.
Me siento extraña. Una parte de mí se siente aliviada y dolida al mismo tiempo. Otra, sin embargo, está llena de desazón.
De pronto, me encuentro preguntándome porqué me siento como lo hago. No debería querer largarme de aquí. No debería querer poner distancia entre Harry y yo. No cuando estuve tanto tiempo angustiada por su bienestar; pero entonces, ¿por qué me siento de este modo?, ¿por qué no quiero mirarlo ahora que despertó?, ¿por qué no puedo dejar de pensar en lo que dijo Paula y olvidarme de una maldita vez de todo lo que una vez nos hizo daño?...
No sé cómo voy a poder mirarlo a los ojos sin imaginarlo con Paula y tampoco sé cómo es que voy a reaccionar si trata de ocultarme algo como eso. No sé si soportaría un engaño más. No sé si...
— ¿Maya Bassi? —Uno de los médicos más jóvenes sale del lugar y me dedica una mirada amable. No sé cuánto tiempo ha pasado desde que salí de ahí—. El paciente desea verla.
Yo asiento, incapaz de confiar en mi voz para hablar, pero no me muevo de donde me encuentro. Soy consciente del desfile de doctores que abandona la habitación de Harry, pero sigo sin moverme. Sigo sin saber cómo respirar del todo...
"¡Deja de ser una jodida cobarde!" Me regaño mentalmente. "¡Debes ir ahí y enfrentarlo!, ¡debes decirle toda la puta verdad!"
Una inspiración profunda es inhalada por mis labios y doy un paso.
"¡Vamos, maldita sea!, ¡muévete de una jodida vez!"
Entonces, mis pies avanzan. Esta vez, no me detengo hasta que abro la puerta.
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