Capítulo 10



El sonido del timbre de llamada de mi teléfono hace que mi corazón se acelere en un abrir y cerrar de ojos. La ansiedad es tan grande, que lo único que deseo hacer en este momento, es responder la llamada; sin embargo, me obligo a tomar un par de respiraciones profundas antes de estirar mi mano sobre el escritorio para tomar el aparato que descansa a poca distancia de mí.

Mis manos se sienten sudorosas y temblorosas. No puedo creer cuán ridícula estoy siendo. Es sólo una maldita llamada y pareciera que estoy a punto de sufrir un colapso nervioso.

La pantalla brilla y las palabras "Número Desconocido" se iluminan con tonalidades verdes y mi pulso retumba en la parte trasera de mis orejas. Trato, desesperadamente, de aminorar el nerviosismo de mi sistema, pero es imposible. El agujero en mi estómago es tan grande ahora, que no puedo hacer otra cosa más que apretar los dientes y respirar profundo.

"¿Por qué demonios me siento tan ansiosa?..." Digo, para mis adentros, pero de antemano sé la respuesta. Sé por qué -quién- estoy así.


Sé que hay muchas posibilidades de que se trate de otra persona, pero aún así no puedo evitar tener que tragar antes de deslizar mi dedo por la pantalla para responder.

— ¿Diga? —Mi voz suena más ronca de lo usual, pero no puedo evitarlo.

— ¿Maya Bassi?, soy Douglas Schneider, ¿me recuerda? —La voz amable del abogado con el que me reuní hace casi una semana, llena el auricular de mi teléfono y la decepción invade mi sistema.

No es él.

Sé que no debería sentirme como lo hago, pero es imposible arrancar la sensación de vacío que ha dejado la voz del abogado; sobre todo cuando Harry se ha encargado de acostumbrarme a sus constantes llamadas telefónicas.


Desde aquella vez en la que llegó borracho al apartamento que comparto con Kim, nuestra relación se ha vuelto bastante... extraña.

Me llama todos los días sólo para saber cómo me encuentro. No hay día en que no pregunte si no he notado algo sospechoso en mi entorno; tampoco hay día que no se ofrezca a pasar por mí a mi trabajo sólo para asegurarse de que llego sana y salva a mi destino.

He descubierto, también que suele aparcar su auto afuera del edificio donde vivo y montar guardia.

Al principio me ponía los nervios de punta que hiciera eso último, pero he aprendido a acostumbrarme a todo este asunto de él siendo sobreprotector. Hacía mucho tiempo que nadie se comportaba de ese modo conmigo y no sé cómo sentirme al respecto.


Nuestras conversaciones telefónicas, por otro lado, son extrañas y un tanto incómodas. Cientos de preguntas se han arremolinado en mi cabeza desde aquella vez en la que el alcohol se encargó de aflojar su lengua y lo hizo hablar de más; sin embargo, no me he atrevido a externar ninguna de ellas. A decir verdad, no hemos hablado acerca de lo que ocurrió esa noche en lo absoluto.

A la mañana siguiente, ni siquiera tuve oportunidad de hablar con él porque seguía dormido y yo debía venir a trabajar. Sabía que no iba encontrarlo cuando saliera del consultorio esa tarde. Tenía la esperanza de poder hablar de todo eso que dijo y que no alcancé a comprender del todo, sin embargo.

Él, sin embargo, se ha limitado a mantener nuestras conversaciones en sitios seguros. Sé que recuerda retazos de nuestra conversación, porque cada que hago hincapié a alguna de las cosas que dijo, cambia el rumbo de la charla. No estoy segura de cómo me siento respecto a eso.

Si yo estuviese en su lugar, es probable que tampoco querría hablar acerca de eso. No después de que prácticamente confesó que aún le afecta mi presencia de algún modo u otro.


— ¿Maya?, ¿me escucha? —La voz del abogado me trae de vuelta a la realidad, y tengo que aclararme la garganta para que la sensación de pesadez en mi paladar se disipe un poco.

—Lo siento —murmuro, al tiempo que niego con la cabeza y trato de poner atención a lo que dice—. Estoy un poco... distraída.

—No se preocupe. Lamento mucho importunar. Imagino que debe estar algo ocupada —dice—. Es sólo que necesito informarle que el juicio en contra de su padre se llevará a cabo el viernes por la mañana. Usted está en mi lista de testigos. Estoy contando con su presencia —un nudo se instala en la boca de mi estómago sólo porque no sé qué demonios va a resultar de todo esto.

Oh... —no sé qué decir. Mi cabeza es una maraña incoherente de pensamientos sin sentido alguno.

—No hago esto con el afán de incomodarla, Maya —dice el abogado—. De hecho, lo hago con la intención de prepararla psicológicamente para lo que se viene. A decir verdad, me encantaría que pudiese venir a las oficinas del despacho donde trabajo para poder mostrarle el tipo de preguntas que voy a hacerle y el tipo de preguntas que puede hacer el abogado defensor. Es mi deber prepararla para todo, puesto a que la persona que defienda a su padre hará todo lo posible por deslindarlo del delito que cometió en su contra.


—D-De acuerdo —trato de sonar segura y tranquila, pero sueno como una pequeña niña aterrorizada. No quiero hacer esto. No quiero revivir toda esa mierda una vez más. No tengo la fuerza suficiente.

— ¿Le parece bien si la agendo para el día de mañana? —Pregunta—. Recuerde que de aquí al viernes apenas nos quedan tres días. Es imperativo que hablemos con calma de cómo se lleva a cabo el proceso penal al que su padre será sometido y de cómo son realmente los juzgados.

—Mañana está bien —digo, en un balbuceo temeroso. Sigo renuente a participar en un evento de esa magnitud pero, si no lo hago, nunca voy a perdonármelo. Necesito cerrar el ciclo de Leandro Bassi de una vez por todas—. Salgo a las seis de la tarde del trabajar, ¿está bien para usted si nos reunimos a esa hora?

—Yo me desocupo a las cinco —suena contrariado—. ¿Le parecería antiprofesional si paso por usted a donde trabaja y vamos a tomar un café mientras charlamos sobre esto?, no quiero quedarme en la oficina hasta después de las seis. No me malentienda, pero la zona donde se encuentra el despacho no es la más pintoresca. Sobre todo durante la noche.

—No tengo ningún problema con que venga por mí —aseguro.

—No se diga más —Douglas suena decidido y resuelto—. Le enviaré un mensaje de texto con mi correo electrónico para que me envíe la dirección de donde trabaja. Estaré allá con la mayor puntualidad posible. Estamos en contacto.

Entonces, sin darme oportunidad de responder, finaliza la llamada.

Un suspiro cansado brota de mis labios en el momento en el que dejo el teléfono sobre el escritorio, mientras que trato de mantener la preocupación a raya.

No puedo dejar de pensar en el hecho de que Harry no me ha llamado desde ayer y dijo que lo haría. Empiezo a preocuparme, a pesar de que sé que no debería hacerlo.

Cierro los ojos y presiono mis palmas contra ellos, al tiempo que me digo a mí misma una y otra vez que debo parar lo que sea que esté surgiendo. No puedo volver a caer. No cuando Harry es un hombre completamente diferente al que yo conocí.


El resto del día pasa a una velocidad impresionante. El trabajo en el consultorio nunca falta, así que he podido mantenerme ocupada la gran mayoría del tiempo. Eso es algo que realmente agradezco. Mantener mi cabeza en otros asuntos, aleja la oleada de pensamientos fatalistas que no me ha dejado dormir durante los últimos días.

El asunto de Leandro, el regreso de Harry, la aparición de Tyler... Todo es demasiado abrumador. Es más de lo que puedo soportar. No sé cómo demonios voy a lidiar con todo esto sin desmoronarme en cualquier instante.


Al salir de la oficina me encamino hacia el lado contrario de donde se encuentra la parada del autobús. Esta tarde iré a entregar unos documentos a la Universidad para poder ingresar el semestre que viene. Jeremiah se ofreció a acompañarme y no tuve corazón para negarme. No cuando ha andado como alma en pena por todos lados.

Al parecer, las cosas con la chica que le gusta no van bien. No me ha contado del todo, pero creo que ella lo rechazó definitivamente. Él dice que se encuentra bien, pero lo cierto es que luce bastante decaído. Ella realmente le gusta.


El sonido de la bocina de un auto me hace saltar en mi lugar. Mi vista busca el familiar auto de mi amigo. Sé que ha sido él quien ha hecho sonar el claxon.

Tras unos segundos de escrutinio, soy capaz de mirar su coche. Ha aparcado su coche en la acera de enfrente, a unos metros de distancia de donde me encuentro; así que, sin perder el tiempo, cruzo la acera y trepo a su vehículo antes de mascullar—: Eres un idiota.

—Gracias. Me lo dicen todo el tiempo —él sonríe, pero noto un destello triste en su mirada.

— ¿Estás bien? —Pregunto, aunque sé que va a decirme que todo está perfecto.

—Mejor que nunca —dice.

— ¿Has hablado con tu chica?

—No es mi chica —masculla, al tiempo que clava la vista en la calle. No enciende el auto, sin embargo.

Hago un gesto desdeñoso con la mano sólo para restarle importancia a sus palabras, y digo—: Sabes a qué me refiero con "tu chica".

Él niega con la cabeza y un suspiro entrecortado brota de sus labios.


—Maya, no sé qué diablos hacer —dice, tras unos segundos de silencio. No me pasa desapercibida la forma en la que sus hombros se hunden y el tono desesperado que tiñe su voz—. No después de haber hablado con aquella chica de su curso.

— ¡Espera, espera!, ¿qué? —La confusión se detona en mi sistema a una velocidad impresionante—, ¿qué chica?, ¿de qué me perdí que no entiendo una mierda?


Otro suspiro lo asalta y noto cómo sus manos se aprietan en el volante del vehículo. Los músculos de sus brazos lucen tensos y apretados y sé que está a punto de perder los estribos.

Jamás lo había visto así de angustiado. Luce completamente diferente al tipo desgarbado que yo conozco, y no sé cómo sentirme respecto a la chica que lo tiene en este estado.

Una parte de mí la detesta por hacer que mi mejor amigo sea un pequeño niño indefenso, y otra simplemente está intrigada por saber el motivo de su rechazo.


—Hay... rumores sobre ella rondando en la universidad, pero nunca quise saber nada sobre eso porque no es algo que me importe, ¿sabes?, lo que la gente pueda o no decir acerca de ella me importa una jodida rebanada de pepino —una inspiración entrecortada es inhalada por sus pulmones antes de que continúe—: Pero, ayer que fui a buscarla para hablar, me abordó una chica y me dijo cosas...

— ¿Qué clase de cosas?

Jeremiah duda y muerde su labio inferior antes de bajar la mirada. De pronto, luce como si estuviese a punto de echarse a llorar. No hay lágrimas en sus ojos, pero su expresión es tán abatida, que temo que pueda fragmentarse en cualquier momento.

—D-Dicen que... —traga duro y se detiene en seco. De pronto, es incapaz de decir nada. El silencio es tan pesado, que ni siquiera me atrevo a respirar demasiado fuerte para no romperlo.

— ¿Qué dicen, Jeremiah? —Pregunto, en un susurro.

—Dicen que Emma es VIH positivo.


Por un segundo, no logro conectar los puntos. Me toma unos instantes darme cuenta de que Emma es el nombre de la chica que le gusta y me toma unos momentos más darme cuenta de lo grave de la situación.

Oh, mierda...

Sus puños se aprietan con fuerza.

—No quiero creerlo, ¿sabes?, pero todo encaja. No tiene amigos en la Universidad, es solitaria, hostil y siempre está a la defensiva. Se la vive diciéndome que no es buena para mí y hace todo lo posible por alejarme —niega con la cabeza y una risa amarga brota de sus labios—. Todo tiene sentido ahora que lo pongo en perspectiva. Ella trata de alejarme porque padece... —se detiene abruptamente y noto cómo aprieta la mandíbula con fuerza.


Uno...

Dos...

Tres segundos pasan..., y, de pronto, su mirada encuentra la mía. El brillo ansioso, angustiado y desesperado en sus ojos, me quiebra por completo. Sé que busca consuelo, pero no puedo dárselo. No sé qué decir. No sé qué hacer. No puedo imaginar cuán miserable debe sentirse en este momento. ¿Qué demonios haría yo en su lugar?..., no lo sé.

No sé de qué manera reaccionaría si la persona de la que estoy enamorada me ocultara algo así. De pronto, la sola idea de él enfermo de algo así, hace que mi estómago se revuelva. No quiero que esté cerca de ella porque desde que era una pequeña me dijeron que una persona con VIH era una persona con la que no debía estar; sin embargo, tampoco quiero alentarlo a alejarse sin saber la verdad sobre las cosas. No quiero alentar un prejuicio que el mundo se ha encargado de ponernos. Después de todo, no sabemos si esto es cierto y, si así fuera, no soy nadie para juzgarla por eso.

Además de que, hasta donde yo tengo entendido, el Virus de Inmunodeficiencia Humana, no es el SIDA, en sí. La gente suele llegar a confundirlos y asumir que una persona con VIH es una persona que padece de SIDA, cuando la realidad es otra. Una persona puede tener VIH sin tener SIDA. La chica es portadora del virus que transmite la enfermedad, sin embargo, no está enferma.


— ¿Qué piensas hacer? —Susurro, con la voz entrecortada.

—No lo sé —su voz suena ronca y derrotada—. No sé qué mierda pensar ahora mismo, porque eso no es todo lo que dicen acerca de ella —su ceño se frunce en un gesto angustiado—. Dicen que contrajo el virus porque es... tu sabes... activa con muchas personas.

— ¿Y tú crees eso?

Él niega con la cabeza.

—No —dice, con seguridad—. Ella no es así. Si lo fuese, se habría acostado conmigo a la primera oportunidad, ¿no?

Asiento, porque tiene razón. Cuando una chica gusta de pasar el rato con los chicos, no deja escapar la oportunidad de hacerlo. Jeremiah tiene ya tiempo intentando cortejarla. Si sus intenciones fueran sólo pasar el rato, habría accedido a todo con él casi de inmediato.


— ¿Qué si todo lo que dicen es mentira?, ¿qué si todas esas habladurías fueron inventadas por alguien que desea hacerla quedar en mal? —Digo, porque de verdad creo que existe esa posibilidad, y estiro mi mano para posarla sobre su hombro en un gesto conciliador—. Tienes que hablar con ella respecto a esto. Es tiempo de que sea sincera contigo y te hable con la verdad acerca de todo. Si ella realmente es portadora, tienes derecho a saberlo.


Un músculo salta en su mandíbula debido a la presión que ejerce en ella, pero asiente en acuerdo.

—Tenía pensado ir a buscarla esta noche a su casa —dice, con un hilo de voz. Suena asustado hasta la mierda—. ¿Crees que sea una buena idea?

—Creo que es la idea correcta —digo, en el tono más tranquilizador que puedo imprimir—. Ya verás que todo saldrá bien.

—Eso es lo único que espero —dice, en un suspiro entrecortado y entonces, enciende el auto. No necesita hacer más para hacerme saber que la conversación ha sido finalizada y que, por más que quiera consolarlo, no va a permitirme hacerlo—. Tengo hambre. Después de entregar tus papeles, vamos a comer algo. Yo invito.

Una pequeña sonrisa triste se dibuja en mis labios, y asiento.

—Será un placer desfalcarte, como siempre —bromeo y él sonríe de vuelta. Entonces, avanzamos por la calle vacía.



~*~



— ¡Ya llegué! —Medio grito al pasillo cuando entro al apartamento donde vivo, y lo primero que hago una vez cruzado el umbral, es lanzar los zapatos altos fuera de mis pies. No sé en qué momento se me ocurrió que era buena idea ir en zapatillas al trabajo cuando apenas sé andar en ellas.

Supongo que mirar cuán formal se viste la asistente personal del doctor Johansson me hizo ser un poco más consciente de lo poco que cuido mi aspecto en la oficina. No es como si fuese en fachas al trabajo pero, si me comparo con ella, soy un vago.

Tampoco es como si me importara demasiado verme un poco menos arreglada que esa mujer; sin embargo, no puedo evitar sentir que desentono un poco con el lugar cuando llevo zapatos de piso o pantalones de vestir.


Avanzo a paso lento al tiempo que deshago los primeros tres botones de mi camisa de vestir y despeino el moño que hice en la cima de mi cabeza esta mañana antes de salir de casa. Entonces, llego a la sala y me congelo en mi lugar.

Toda la sangre parece agolparse en mis pies en cuestión de segundos y mi pecho se contrae con violencia en el instante en el que mis ojos se encuentran con los suyos...


Harry Styles lleva a Hayley entre sus brazos y la imagen que me otorga, es tan dolorosa como maravillosa. Apenas puedo soportarla. Una antigua fantasía invade mi cabeza y un agujero se abre en mi tórax. No puedo evitar pensar en todas esas veces en las que fantaseé con un futuro a su lado y con uno o dos pequeños niños corriendo por los pasillos de una casa lejos de toda la mierda en la que estuvimos envueltos...

Todo mi cuerpo se estremece con la mera idea de eso que pudimos ser y que nunca fuimos y, de pronto, lo único que quiero hacer es torturarme con la imagen de Harry cargando a una bebé que no es nuestra entre sus brazos. Entonces, él posa su atención en ella.


Duele. Todo dentro de mi cuerpo duele porque luce hipnotizado por la belleza inocente de la hija de Liam y Kim. Duele porque ella duerme como si de un ángel se tratase; como si estuviera segura de que en los brazos protectores de ese hombre absolutamente nada malo pudiese pasarle.

— ¿Qué estás haciendo aquí? —Digo, casi en un susurro.


Sus ojos se demoran unos instantes más en el semblante de Hayley y no puedo evitar preguntarme cómo demonios consiguió que Kim le permitiera cargarla cuando es tan sobreprotectora con ella. Entonces, su vista me encuentra y barre la extensión de mi cuerpo con lentitud.

Mi aliento se atasca en mi garganta, de pronto y mi pulso se acelera cuando nuestros ojos vuelven a encontrarse.

Una media sonrisa dulce se desliza en sus labios y un hoyuelo se dibuja en su mejilla.

—Vine a ver cómo te encuentras —su voz es tímida y baja. Sé que trata de no despertar a la niña entre sus brazos—. Lamento no haberme reportado ayer. Estuve rastreando el paradero de Tyler y tuve que salir de la ciudad de improviso. Dejé a alguien cuidando de ti, sin embargo. ¿Pudiste notarlo?

Yo niego con lentitud, mientras que me acerco al sillón más cercano. Necesito sentarme. Mis piernas tiemblan demasiado y no quiero que él lo note.


— ¿Lograste averiguar algo? —Sueno insegura y vacilante.

Harry niega con la cabeza.

—No demasiado —el pesar en su expresión, es sincero—. Sé que contactó a uno de los más allegados clientes de Rodríguez y que ambos están trabajando juntos, pero sigo sin entender por qué demonios no han hecho ningún movimiento. A estas alturas, era para que hubiesen intentado asesinarme.

— ¿Crees que Tyler sabe dónde te encuentras? —El filo asustado en mi voz, pinta sus facciones de diversión.

—Es lo más probable —asiente, pero no luce nervioso en lo absoluto.

— ¿Crees que sabe dónde me encuentro yo? —Sueno más nerviosa que antes. De pronto, toda la diversión se va de sus facciones; sin embargo, niega una vez más.

—Si lo supiera, ten por seguro que ya habría intentado hacerte algo. Él sabe que la única forma que tiene de herirme de alguna forma, es lastimándote a ti —la facilidad con la que dice esas palabras, me saca de balance. No puedo creer que haya dicho eso tan a la ligera.


De pronto, mi corazón late con tanta fuerza que temo que pueda hacer un agujero en mi pecho para escapar. La naturalidad con la que pronuncia esas palabras, sólo hace que los recuerdos de la última noche regresen a mí.

Todas las cosas que dijo aún están firmemente arraigadas en mi cabeza, y no sé qué demonios hacer para arrancarlas de ahí.


El silencio se apodera del ambiente, pero no es incómodo. La familiar forma en la que solíamos convivir en su apartamento vuelve a mí y la opresión en mi pecho incrementa.

Harry nunca ha sido un chico expresivo. Su lenguaje corporal se ha encargado de decir todo lo que siente. Al principio, interpretarlo era una proeza; pero con el paso del tiempo, supe leer qué había detrás de todos y cada uno de sus gestos.

Ahora mismo, puedo jurar que se encuentra cómodo y nervioso al mismo tiempo. La manera en la que muerde la parte interna de su mejilla y el modo en el que su espalda se encorva hacia adelante, lo delatan.


— ¿Puedo confesarte algo, Maya? —Su voz suena baja y tímida, y me trae de vuelta al aquí y ahora.

Su atención está fija en la pequeña entre sus brazos, pero sé que puede sentir mi mirada sobre él.

—Claro... —sueno más tímida que nunca.

—Soy yo quien desea comprarte el apartamento —suena avergonzado y temeroso.


Un suspiro brota de mis labios y digo—: Lo sé —es cierto. De algún modo, siempre supe que así era. Las piezas embonaban a la perfección.

Una risa corta lo asalta y, de pronto, luce como si quisiera enterrar la cara en la tierra debido a la vergüenza.

—Soy un idiota, ¿no es así? —Sonríe, pero hay un destello de tristeza en su expresión—. Sigo aferrándome a todo aquello que me lleva de vuelta al pasado —toma una inspiración profunda—. Sigo aferrándome a tu recuerdo a pesar de que sé que ya no somos los mismos —su mirada encuentra la mía y un nudo se instala en mi garganta sólo porque está mirándome como solía hacerlo. Me mira como la primera vez. Como si fuese el ser más bello del planeta..., y no puedo soportarlo—. La otra noche me di cuenta de muchas cosas, Maya...

—Harry...

Aparta la vista de mí y niega con la cabeza.

—Recuerdo todo lo que dije, ¿sabes? —Susurra—. Recuerdo cada palabra de nuestra conversación.


No puedo hablar. No puedo respirar. No puedo hacer nada más que mirarlo fijamente porque no sé qué es lo siguiente que va a decir.

—Voy a ser honesto contigo, ¿de acuerdo? —Comienza—. Voy a decirte la verdad, porque estoy cansado de tener que fingir que todo me importa una mierda. Voy a contarte la verdad de las cosas porque prefiero que me odies por ser un cobarde, a que me odies por ser un hijo de puta... —Una inspiración profunda es inhalada por sus labios y deja escapar el aire con mucha lentitud.


—Nunca me entregué, Maya —Dice, tras un largo momento de silencio—. No tuve las agallas para hacerlo. Creí que si escapaba y tú creías que me había entregado, me olvidarías y reharías tu vida —niega con la cabeza, pero aún no me mira. Yo ni siquiera sé qué mierda estoy sintiendo en este momento—. No pasaron más de tres meses antes de que los jefes de Rodríguez me localizaran. Me dieron a elegir entre morir o hacerme cargo... —su voz suena cada vez más ronca—. Supongo que ahora que estoy aquí debes saber qué fue lo que escogí —moja sus labios con la punta de su lengua, pero hay algo que no se siente correcto en su historia.

No creo ni una sola palabra de lo que dice y no sé por qué. Todo suena bastante lógico, pero aún no le creo

"¿Por qué?..."


—Estuve trabajando para esta gente en New Jersey hasta que, eventualmente, se me pidió que me hiciera cargo del negocio en San Francisco —su voz suena casi mecánica. Como si hubiese practicado esas palabras una y otra vez frente a un espejo para así no tener que estrujarse el cerebro en busca de algo para decir—. Sabía que si volvía te enterarías de alguna u otra manera, así que decidí que cuando ese momento llegara, me comportaría como el más grande de los idiotas para que me odiaras y te alejaras de mí para siempre —noto cómo su nuez de Adán sube y baja cuando traga duro y, entonces, me mira—. Esa es toda la verdad, Maya.


Está mintiendo. Puedo sentirlo en cada una de las células de mi cuerpo. ¿Por qué demonios está mintiendo?, ¿será acaso que estoy desesperada por escuchar otra cosa y es por eso que no soy capaz de aceptar lo que dice?...

— ¿Por qué se siente como si no estuvieses siendo honesto del todo? —Mi voz suena más ronca que de costumbre—, ¿por qué no creo ni una sola palabra de lo que has dicho, Harry?

De pronto, luce como si hubiese sido golpeado en el estómago con mucha fuerza.

—Estoy diciéndote la verdad —se las arregla para decir, pero suena ansioso y nervioso.

Niego con la cabeza y desvío la mirada.

—Sé que ocultas algo —sueno dudosa e insegura—. Te conozco lo suficiente como para saber cuándo mientes. ¿Qué es eso que no me estás diciendo?...

—Esta es toda la verdad, Maya. No hay más —dice, y el destello frustrado que invade el tono de su voz, me pone la carne de gallina—. Lo siento mucho, pero no soy el Harry valiente que siempre creíste que era. La verdad es que soy un maldito cobarde. Lo siento.


Mi vista se posa en él y siento cómo las lágrimas se agolpan en mis ojos.

—Sé que estás mintiendo —sueno obstinada, pero estoy segura de que no está siendo honesto—. Estoy cansada de que me mientas —susurro, con la voz entrecortada por el nudo en mi garganta—. Estoy harta de que pretendas que crea todo lo que dices.

—Maya...

—Detente, Harry —suplico, con un hilo de voz—.Deja de confundirme de una maldita vez por todas. Por favor, deja de lastimarme...

Su vista se posa en mí y noto cómo sus facciones se contorsionan en una mueca cargada de dolor y angustia. Entonces, antes de que pueda registrarlo, se pone de pie y coloca a Hayley sobre el pequeño portabebés que se encuentra sobre la alfombra.

Acto seguido, se yergue sobre su cuerpo y se gira para encararme.

Todo pasa tan rápido, que ni siquiera me doy cuenta de en qué momento avanzó hacia mí. Ahora se encuentra acuclillado frente a mí y me mira con desesperación y tristeza.


¿Cómo?... —La angustia en el susurro de su voz, hace que las lágrimas nublen mi vista—. Por favor, dime cómo puedo dejar de lastimarte; porque cada vez que intento hacer algo bueno por ti, termino arruinándolo todo. Por favor, dime, ¿cómo?... —Niega con la cabeza y sus ojos esmeraldas se clavan en mí. Luce más allá de lo angustiado y, por un doloroso instante, creo que él mismo es quien va a echarse a llorar en cualquier momento—. Haré lo que sea, Maya, pero por favor, no llores. No llores más por un hijo de puta que no vale la pena.

Mis párpados se cierran con fuerza y cubro mi boca con mis manos para ahogar el sollozo que amenaza con abandonarme.

¿De verdad está siendo honesto?, ¿soy yo quien no puede aceptar el hecho de que él volvió a elegir de manera equivocada?, ¿puedo acaso culparlo por no haberse entregado a la policía?...


— ¿P-Por qué no te quedaste conmigo? —Las palabras salen en un sollozo entrecortado y las lágrimas finalmente me vencen. No puedo dejar de llorar. No puedo dejar de ser una idiota patética que aún no logra superar que su ex novio se marchó y la abandonó después de hacerle el amor.

Sigo siendo esa chiquilla estúpida que lo ama a pesar de todas las cosas. Sigo siendo esa Maya idiota que no entiende que el amor no son las migajas que el otro quiere darte; y sigo aquí, rogándole al cielo que diga esas palabras que deseo escuchar, aunque no sean reales.


Siento sus manos temblorosas sobre mis mejillas, pero no hago nada por apartarlo.

—No llores —suplica, con la voz entrecortada.

Trato de decir algo, pero no puedo hacerlo. Las lágrimas no ceden y la quemazón en mi garganta provocada por el nudo que hay en ella, apenas me permite respirar.


El aroma a perfume y desodorante de hombre llena mis fosas nasales y, de pronto, siento la frente de Harry pegada a la mía. Su aliento caliente golpea mi mejilla derecha y siento cómo sus dedos se enredan en las hebras de cabello que hay en mi nuca.

Las lágrimas caen a raudales por mi rostro y me siento más patética que nunca.

—Por favor, Maya. No llores... —ruega y trato, desesperadamente, de calmarme.

Balbuceo algo inteligible y él acaricia mis mejillas con sus pulgares.


—No llores, amor —susurra, y besa mi pómulo—. No soporto verte así, pequeña. No llores —dice, y besa mi mejilla—. Por lo que más quieras, no llores...

Entonces, sus labios se unen a los míos.





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