Capítulo 8
1
Eran las cinco de la mañana, luego de una noche intranquila en la cual no pudo conciliar el sueño ni siquiera por unos minutos, Liam bebía una taza de café sentado en la mecedora en el pórtico de la casa. Mientras daba pequeños sorbos a su humeante y caliente bebida, observaba como el cielo se iba aclarando poco a poco y el estridente sonido de los grillos se iba acallando con las primeras luces del alba.
Oscuras ideas pululaban por su perturbada mente. Ni siquiera estaba seguro de lo que había sucedido la noche anterior. Quizás se estaba volviendo loco. Quizás la culpa finalmente había degradado tanto su cordura que ya no podía distinguir lo que era real de lo que no lo era.
Intentó aplacar su tristeza recordando el rostro sonriente de su esposa, pero no lo consiguió, solo pudo recordar la imagen de su débil cuerpo postrado en aquella cama de hospital, ataviada con mangueras y dolorosas agujas que penetran en su brazo, con sus ojos llenos de miedo al darse cuenta que su vida se le escapaba mientras daba su último suspiro.
El lejano sonido de un vehículo que se acercaba lo sacó de su meditación. Mientras terminaba de beber su café vio como la camioneta de la Policía se acercaba.
―Buenos días viejo amigo. Por lo que veo has tenido una noche difícil. ―Saluda Tom mientras baja de la camioneta acomodándose el correaje con la pistolera.
―Lo mismo para ti Tom. ¿Qué haces tan temprano? Siéntate. Traeré un poco más de café.
―Te lo agradezco.
―Dime Tom. ¿Ha sucedido algo? ―Pregunta Liam mientras le alcanza una taza de café a su amigo y se sienta junto a él.
―Ha sido un día complicado. El muchacho Smith ha desaparecido. Lo he buscado por cada rincón del pueblo, pero no he tenido ninguna noticia de él.
―Quizás solo se ha escapado.
―Lo mismo pensé. Después de todo, su madre es una verdadera loca. Créeme, yo también escaparía. Pero, aun así, me parece extraño que nadie lo haya visto. Y lo más extraño de todo es que ahora la señora Smith también ha desaparecido.
―Quizás solo ande por ahí buscando a su hijo. Por más loca que sea una persona, siempre tendrán una debilidad por sus hijos.
―Es posible. Pero de todos modos debo buscarla.
―Lo entiendo, es tu trabajo.
―En efecto.
―Pero supongo que no has venido hasta aquí a beber café a las cinco de la mañana.
―No. Anoche tuve una horrible idea. Pensaba que quizás debería buscar en el cementerio. Me da escalofríos de solo pensar que dentro de aquella sepultura encontremos al pequeño y a su madre, pero debo contemplar todas las posibilidades. Es por ello que he venido a preguntarte. ¿Has visto u oído algo extraño en el cementerio estos días?
Liam quedó en silencio por un momento. Pensó en decirle lo que había sucedido anoche, pero tuvo miedo de que su amigo pensara que se estaba volviendo loco.
―No. Nada fuera de lo normal.
―Bueno. Supongo que solo nos queda echar un vistazo. ¿Me acompañas?
―Claro. Vamos antes de que Abby se despierte.
Mientras iban caminando, Tom no pudo evitar ver la tristeza en la mirada de su amigo.
―Te encuentras bien Liam? Sabes que puedes hablar conmigo de lo que sea.
―Estoy bien. Son solo cosas del pasado que intento dejar atrás pero que insisten en volver.
―Entiendo por todo lo que has pasado. Pero eres una buena persona, no dejes que lo que te ha sucedido te defina.
― ¿Soy una buena persona? No Tom. No lo soy. He hecho cosas terribles, cosas que ni yo mismo puedo perdonarme.
―Puede ser. Jamás olvidamos las cosas que hacemos y eso es algo bueno. Porque sabiendo lo que has hecho mal, no las volverás a hacer en el futuro. Ahora debes dejar de mirar el pasado, tienes que ver tu presente. Ahí tienes a tu hija. Debes pensar en ella. Eres lo único que tiene en la vida.
Liam permaneció callado. En ese momento se dio cuenta de que, si el ya no estuviera, Abby estaría devastada. Había perdido a su madre, ya no podría soportar otra perdida.
Caminaron en silencio la corta distancia que los separaba del cementerio. Una fina capa de neblina todavía persistía entre las tumbas, como si se resistiera a desaparecer con los primeros calores del día. Todo lucía extremadamente tranquilo. El sonido de las aves cantando alegremente le daba un aire de paz a aquel lugar que siempre tenía apariencia tétrica.
―Bueno al parecer nada ha sucedido por aquí. ―Dijo Tom mientras miraba a su alrededor sin observar nada fuera de lo normal. ―Solo nos resta revisar aquel horrible lugar. ―Dijo señalando hacia la última sepultura.
Liam asintió con la cabeza. Caminar hacia allí. Al llegar las grandes puertas metálicas estaban cerradas.
Tom apoyó su mano sobre la perilla preparándose para entrar. Una gruesa gota de sudor recorría la frente de Liam mientras las palpitaciones en su pecho aumentaban. El comisario abrió la puerta lentamente. Allí estaba de nuevo el espeluznante chirriar de las puertas. La luz del exterior penetra las sombras del interior de aquel lúgubre nicho. No había nada. El lugar estaba tal como lo habían dejado aquel día en que removieron el pequeño cuerpo putrefacto.
―Bueno. Afortunadamente el muchacho no está aquí. ―Dijo Tom dando un suspiro.
Liam miró hacia todos lados confundido. No había el mínimo rastro de perturbación. Quizás, después de todo, si había alucinado con lo que había ocurrido anoche.
―Mejor vámonos de aquí. ―Indicó el comisario.
Mientras se marchaban Liam volteó y dio un último vistazo. Aquella sepultura tenía un aspecto aterrador aun a plena luz del día. Parecía como si alguna fuerza siniestra emanara de ella. ―No seas tonto. ―Se dijo a sí mismo y continuó su camino.
2
El ensordecedor canto de un ave en la ventana de su habitación despertó a la pequeña Abby. El canto era extraño, diferente a cualquiera que hubiera oído antes. Parecía casi como un silbido. Por un breve instante sintió como si aquel canto la estuviera llamando. La niña permaneció acostada, con la mirada puesta en las cortinas que ondulaban y dejaban entrever el bosque por la ventana abierta. Observó durante por un momento intentando ver aquella extraña ave, pero lo que vio la horrorizó. Una silueta encorvada pasó tras la cortina. Otra vez el canto del ave volvió a sonar. Su melodía era casi hipnótica. Cuando estuvo a punto de levantarse y salir corriendo en busca de su padre oyó un leve susurro.
―Abby... Abby. ―La llamó una suave voz de mujer.
La pequeña fue hacia la ventana. Corrió las cortinas lentamente. De pronto en su rostro se dibujó una sonrisa. Allí, parada junto a un gran árbol desde el bosque estaba aquella anciana que había conocido. La mujer la saluda agitando su mano. La pequeña le hace señas para que se acerque, pero la anciana se niega gentilmente y pone su dedo índice sobre sus labios indicando que hiciera silencio. Al escuchar las voces de su padre y el comisario Abby comprendió que aquella señora no se acercaría mientras hubiera alguien más en la casa. Al dar otro vistazo por la ventana, aquella adorable anciana ya no estaba.
―Abby! ―Oyó de repente la voz de su padre llamándola.
―Si papá. Aquí estoy. ―Le respondió volviendo a acostarse.
―Hija. Debo ir hasta el pueblo a ayudar en algunas cosas a Tom. Vendrás con nosotros y te quedarás en su casa hasta que pase a buscarte.
―¿Sabes papá? De verdad me gustaría quedarme en la casa. Me agrada estar aquí y necesito terminar de ordenar mi habitación.
―No hija no puedo dejarte sola. No con las cosas que están pasando.
― ¿Qué cosas están pasando?
Liam quedó en silencio. No quería asustar a su hija con las horrendas cosas que sucedían en el pueblo.
―Papá. Estaré bien. No te preocupes. Cerraré la puerta con llave y me quedaré adentro hasta que regreses.
―Está bien hija. Volveré pronto. ―Le dijo a la pequeña dándole un beso en la frente.
La niña continuó en la cama hasta que escuchó el sonido de la camioneta alejarse. Estaba sola en aquella silenciosa casa cerca del cementerio. Cuando esa realidad vino a su mente, de repente sintió una sensación de angustia y de ahogo, como si las paredes de su cuarto se acercaran más y más y estuvieran a punto de dejarla atrapada. Se lamentó no haber ido con su padre. Cuando la angustia se transformó en miedo, Abby dio un salto fuera de su cama y corrió hacia afuera. Al salir cerró la puerta tras ella. Era algo extraño, era la primera vez que tenía aquella sensación, como si allí hubiera una presencia que la observaba. El tranquilizante sonido y la claridad del día en el exterior la calmaron. El miedo se iba poco a poco, pero aun así no se atrevía a entrar. Decidió que era mejor esperar que su padre regresara sentada en la vieja mecedora. Pero de ninguna manera se sentaría en el pórtico, tan cerca de la puerta. Arrastró la silla hasta el medio del patio, alejada lo más posible de la casa. Se sentía una tonta y una cobarde, seguía sin entender aquella horrible sensación.
Pronto su estómago comenzó a hacer sonidos. Había salido tan apresurada que ni siquiera se había detenido en pensar que no había desayunado y ni siquiera se había aseado.
De pronto allí estaba nuevamente ese extraño canto de ave, a medida que aquella misteriosa ave que no lograba ser vista cantaba, su canto se parecía cada vez más a un silbido lastimero. Entonces vio emerger de entre los arbustos a aquella señora. La pequeña corrió hacia ella y le dio un fuerte abrazo mientras la anciana le acariciaba sus cabellos.
―Que sucede mi niña? ―Preguntó la anciana.
―Que gusto verla Anna. Pensará que soy una niña tonta, pero tuve miedo de estar sola.
―Oh mi pequeña. Es normal que tengas miedo, eres solo una niña. No deberías estar sola tan lejos de todos.
―Lo sé, pero quise quedarme para poder verla.
La anciana sonrió y tomando su mano caminaron juntas. ―Ven pequeña. Quiero mostrarte algo.
―No puedo. ―Respondió Abby preocupada. ―No puedo irme. Si mi padre regresa y no me encuentra se enojará muchísimo.
―Será solo un momento mi pequeña, volveremos antes de que tu padre vuelva.
―Está bien. ―Contestó Abby sonriente.
Juntas se internaron en el bosque. Caminaron por un estrecho sendero. El viento soplaba y mecía las copas de los altos pinos sobre ellas. Las ramas crujían y se rompían. Si uno estuviera solo, en completo silencio, podría pensar que aquellos sonidos eran producidos por enormes seres que se movían y murmuraban sollozos espectrales entre los grandes árboles del antiguo bosque. Abby apretó con fuerza la mano de la anciana.
―No temas mi niña. Nada te hará daño. Voy a mostrarte un lugar mágico.
Luego de caminar un largo trecho, observan a lo lejos la resplandeciente luz del sol que brillaba al final del sendero. Caminaron hasta allí. Al llegar Abby quedó maravillada. Allí había un inmenso claro en el bosque, surcado por un arroyo cristalino. El suelo estaba cubierto de hierba de un verde intenso y flores, muchísimas flores de distintos colores decoraban el hermoso suelo. Allí en el centro del claro había un gran árbol repleto de rojas y jugosas manzanas y bajo él había un tronco caído, con rosas blancas que sobresalían de sus ramas marchitas.
―Este lugar es hermoso. ―Dijo la pequeña asombrada.
Juntas fueron bajo el árbol de manzanas y se sentaron sobre el tronco caído.
―Este lugar es muy pacífico. ―Dijo la pequeña mientras cerraba los ojos. Una suave brisa acariciaba su rostro, el canto de las aves y el relajante sonido del correr del agua la llenaban de tranquilidad y paz.
―Aquí es donde siempre vengo. Es mi lugar especial y quise compartirlo contigo desde el momento que te conocí mi pequeña amiga.
―Gracias Anna por compartirlo conmigo. ¿Pero por qué vives aquí sola? ¿No tienes miedo?
La anciana sonrió. ―Claro que tengo miedo, pero no de vivir aquí. He sufrido mucho, me han lastimado como no tienes idea. Por ello he decidido alejarme de todo. Vivir en paz, rodeada de la naturaleza.
― Pero ¿qué te han hecho?
―Eso no importa mi niña. Todas mis penas se han ido hace mucho tiempo. Han pasado tantos años que he perdido la noción de cuantos.
― ¿Siempre has estado sola?
― Uno nunca realmente está sola mi pequeña. ―Dijo la anciana mientras extendía su mano.
De entre la maleza emergió aquel conejo blanco y corrió hacia ella. Mientras pasaba la mano sobre la cabeza del pequeño animal la señora sonrió.
―Este es un lugar mágico como ya te he dicho. Un lugar donde las almas en pena pueden encontrar la paz. Todos aquellos que son puros de corazón y han sufrido los horrores más inimaginables son bienvenidos. Y tu mi pequeña, tu eres la persona más pura que jamás haya visto. No mereces seguir sufriendo.
―Gracias Anna. Es verdad he sufrido mucho con la muerte de mi madre, pero ahora debo estar bien para ayudar a mi padre. Él es una persona buena.
―Con el tiempo aprenderás que hasta las personas que más queremos pueden lastimarnos. En el fondo todos llevan un monstruo en su interior.
―Mi padre no es así. Un día lo conocerás.
–Hay mi niña. Un día tú lo conocerás de verdad.
La pequeña se molesta por las palabras sobre su padre y se levanta dispuesta a irse, pero la anciana la toma de la mano con ternura y la hace sentar nuevamente.
–Siéntate pequeña. Tu eres realmente especial, aunque aún no lo sepas.
–Porque lo dices?
–Quiero que extiendas tu mano.
–¿Para qué? –Preguntó la pequeña dudando.
–Solo hazlo.
Abby extendió su mano.
–Ahora cierra los ojos.
La pequeña así lo hace.
–Ahora deja tu mente en blanco. Solo siente los sonidos de la naturaleza. Siente la brisa acariciando tu rostro, siente el agua corriendo, el césped creciendo con lentitud emergiendo del suelo.
Abby respiraba con lentitud, la paz de aquel lugar la había envuelto. Estaba en una especie de trance profundo, sentía su cuerpo totalmente relajado.
–La sientes Abby. ¿La energía fluyendo en tu interior?
–No siento nada. –Dijo de repente la pequeña y abrió sus ojos. –No entiendes que quieres mostrarme.
La anciana sonrió. –Hay pocas personas en el mundo que tienen algo en su interior que las hace especiales. ¿Tú crees en la magia mi pequeña? ¿Crees que hay algo más que no puede explicarse con términos terrenales? ¿Crees en el más allá?
–Si lo hago. Debe creerlo. Me aterra pensar que mi madre haya muerto y simplemente haya desaparecido por completo. Sé que, en algún momento, en algún lugar la volveré a encontrar.
–No he sido honesta contigo. Lo que vez no es lo que soy en verdad.
–A que te refieres.
La anciana agachó su cabeza. Su cabello fue cambiando de aquel color gris a un dorado resplandeciente. La postura encorvada y cansina fue cambiando hasta estar erguida y elegante. Su rostro cubierto de arrugas fue convirtiéndose en el rostro más bello que la pequeña hubiera visto en su vida.
Abby se espanta y levantándose rápidamente se prepara para correr. –¿Que está pasando? –Pregunta aterrada.
–No te asustes mi niña. –La tranquiliza aquella mujer. –Esto es quien soy en verdad. Siéntate. Tengo mucho que enseñarte. Puedo ayudarte a que vuelvas a ver a tu madre. Solo toma mi mano y siéntate a mi lado.
La niña observa la mano extendida de la mujer. Un gran anillo resplandecía en su dedo.
–¿Eres una bruja? –Preguntó todavía demasiado asustada como para intentar escapar.
–No lo soy. No soy una simple hechicera. He vivido en estos bosques durante siglos. He visto como el hombre ha llegado y ha acabado con todo a su paso. He visto como el mal los ha consumido. He visto el sufrimiento que se causan entre ellos. Y te he visto a ti mi pequeña. Tu corazón puro es lo que me ha llevado hasta ti. Tu eres especial. No hay maldad en ti. Solo toma mi mano y déjame enseñarte. No volverás a sentir miedo ni pena.
La imagen de su madre postrada en aquella cama de hospital dando su último suspiro vino a la mente de Abby. Una lagrima corrió por su mejilla hasta caer en el verde césped.
–Sé que la extrañas mi pequeña. Yo puedo hacer que la vuelvas a ver. Solo toma mi mano.
La pequeña dudó por unos instantes, pero luego acercó su mano lentamente hacia la mano extendida de aquella mujer que la miraba con ojos hipnóticos.
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