capítulo 6
1
Las campanas de la iglesia del pueblo retumbaron en cada rincón de San Antonio aquella cálida mañana de domingo. En la Comisaría, Tom se preparaba para otra aburrida jornada de trabajo. Se acomodó en su sillón y emitió un fuerte suspiro al ver la cantidad de papeles en su escritorio. El realmente odiaba las tareas de oficina, pero sabía que era algo que inevitablemente debía hacerse. Luego de servirse una gran taza de café, se dispuso a organizar los informes y denuncias.
Por la ventana de su oficina observaba a la gente que se dirigía a la misa dominical.
Pensaba en lo mucho que le hubiera gustado ir junto a su familia, pero para él su prioridad era el trabajo, esto le había acarreado más de una discusión con su esposa. Mientras daba un gran sorbo a su bebida caliente unos gritos desde el recinto de la guardia llamaron su atención.
―Por favor señora. Tiene que calmarse. ― Suplicaba el obeso Sargento Vega a la señora Smith quien a los gritos y sumamente alterada exigía hablar con el comisario.
―Qué sucede aquí? ― Pregunta Tom, molesto por aquel alboroto.
―Tom debes ayudarme. Algo se llevó a mi hijo.
― Sara. Por favor tienes que calmarte. ¿Qué se llevó a tu hijo?
―Anoche algo se llevó a mi hijo. Parecía una mujer, pero no lo era. Era algo monstruoso. Era el diablo. El diablo se lo llevó.
―Sara acaso has bebido? ―Pregunta al sentir el inconfundible aroma etílico en el aliento de la mujer.
―Si he bebido, pero juro que estoy diciendo la verdad. Algo se llevó a mi hijo. Tienes que creerme.
―Seré honesto contigo. Hemos recibidos muchas quejas. Tus vecinos se han quejado de tus gritos. Qué siempre insultas y golpeas a tu hijo. Ahora dices que algo se lo llevó. ¿Pero no es más probable que solo haya huido de ti?
― Es verdad. Anoche lo golpee por llegar tarde. Pero no estoy mintiendo. Sé que es difícil de creer, pero es la verdad. Algo se lo llevó. No puedo explicar que era, solo vi su horrible rostro alejándose junto a mi hijo.
―Te diré algo. Buscaré a tu hijo y lo traeré de vuelta. Ahora porque no vuelves a tu casa y duermes un poco. Creo que eso despejará tu mente.
―De ninguna manera. Yo iré contigo.
―Ya has hecho suficiente. Es mejor que te vayas. Te diré la verdad. Odio a las personas que maltratan a sus hijos. Si dependiera de mi hasta ayudaría a tu hijo a mantenerse alejado de ti, pero lamentablemente no puedo hacerlo. Cumpliré mi tarea como Policía y lo traeré de nuevo. Pero escúchame bien. Si vuelves a ponerle una mano encima, si vuelvo a escuchar otra queja por maltrato, juro que haré todo lo que esté a mi alcance para que termines tras las rejas.
La mujer permaneció en silencio, con una mezcla de desasosiego y enojo. A pesar de que quería gritarle en la cara de Tom lo grosero que estaba siendo con una mujer, permaneció callada. La preocupación por la desaparición de su hijo pudo más que su carácter volátil.
Sara se retiró en silencio. Caminaba de manera apresurada hacia su hogar. Tenía la esperanza de que su hijo estuviera allí. Que Tom tuviera razón y todo hubiera sido producto de su ebriedad, pero las cosas difícilmente suceden como uno lo espera.
Tom permaneció observando como la señora Smith desaparecía de su vista bajando por la calle Cisneros.
―Que haremos jefe? ―Pregunta el Sargento Vega mientras se secaba la transpiración de su regordete y enrojecido rostro.
―Esa mujer está loca, pero debemos buscar a su hijo. Lo más probable es que solo esté por ahí escondido. Yo también huiría sin pensarlo si tuviera una madre así.
Tom subió al patrullero y comenzó su recorrido. Primero comenzó por el centro del pueblo. Observó atentamente las bancas de la plaza principal, pensó que allí podía haber pasado la noche escapando de una segura golpiza de una madre alcohólica. Luego recorrió una a una todas las calles. No hubo ningún resultado. Continuó su búsqueda hacia los caminos rurales. Golpeó una a una las puertas de las familias de agricultores. Preguntó infructuosamente si alguien había visto al hijo de la señora Smith. Nadie lo había visto.
Las horas fueron pasando. El sol se elevó hasta el centro del cielo y luego comenzó a descender hacia el oeste. El día se iba escurriendo con el implacable paso del tiempo. Finalmente, cuando el ocaso era inminente, Tom abandonó su búsqueda.
La inmensa luna llena, redonda y amarilla emergía desde el horizonte cuando se dirigió hacia la casa de Sara Smith, esta se encontraba en el pórtico, caminaba de un extremo al otro como un animal enjaulado. Al ver el rostro cansino del Oficial de Policía, la madre inmediatamente comprendió que su hijo no había aparecido. Lanzándole una mirada de aflicción, ingresó a la casa dando un sonoro portazo.
Completamente extenuado, y pensando que había fracasado, Tom se retira. Desde la ventanilla entreabierta del patrullero observa la enorme luna. Una sensación inexplicable, como esas que se tienen cuando se siente que algo terrible está a punto de suceder, recorrió todo su ser. Las cosas se habían vuelto muy extrañas en el pueblo.
2
Aquella noche, fue la noche más tortuosa que hubiera vivido en toda su miserable vida. La sola idea de que su hijo estuviera en peligro, hacían que Sara se retorciera de desesperación. Su ausencia le hicieron comprender lo horrible que ha sido con su hijo. A su mente vinieron todas aquellas veces en que deseó que su hijo desapareciera, como lo culpaba por todos los males de su vida, como había hecho que su infancia estuviera llena de infelicidad.
―Perdóname hijo. ―Decía entre llantos profundos.
El viejo reloj que colgaba sobre la puerta de la cocina indicaba que ya habían pasado de la medianoche. La angustia se hizo insoportable. Sara recurrió a la única cosa que siempre pudo calmar sus nervios. Destapando la botella de wiski, se sirvió un vaso repleto y lo bebió rápidamente. El ardor del alcohol pasando por su sedienta garganta la hace toser descontroladamente. ―Pero que estoy haciendo? Debería estar buscando a mi hijo y en lugar de ello me encuentro aquí bebiendo. Soy una maldita ebria, eso es lo que soy.
Arrojando la botella con ira, la hace estallar contra la pared. El líquido transparente se escurre desde los muros hasta el sucio piso de la sala.
Entonces la puerta trasera de la casa se abre con pasmosa lentitud. Allí estaba Ariel, mirando a su madre con ojos perdidos. La expresión seria y sombría en su rostro lo hacían ver como un enfermo terminal, débil, pálido, casi sin atisbos de vida.
―Hijo. ¿Qué te ha pasado? ―Dijo su madre mientras corría hacia él. ―Te encuentras bien? ―Le preguntó mientras lo estrechaba entre sus brazos con fuerza. Pero Ariel no reaccionó. Con gélida indiferencia permaneció en silencio mientras su madre se deshacía en lágrimas.
―Respóndeme hijo! ¿Qué es lo que te sucede?
Pero su hijo no respondió. Su cuerpo lucía extremamente pálido. El brillo de sus ojos parecía haberse evaporado.
―Debemos ir al médico.
―Necesito que me acompañes madre. ―Fueron las palabras que respondió Ariel, con una voz suave y serena.
―Donde quieres que te acompañe?
―Tienes que venir conmigo. ―Le respondió mientras tomaba su mano con suavidad y caminaba hacia el exterior.
―No entiendo hijo. ¿Dónde vamos?
Su hijo no contestaba y ella, en una mezcla de alegría y preocupación, lo siguió a pesar de que todos sus instintos le gritaban que lo tomara por la fuerza y corriera en sentido contrario. Caminaron durante un largo rato. Las opacas luces del pueblo iban quedando atrás y la impenetrable oscuridad a los lados del viejo camino terroso que se dirigía hacia el cementerio del pueblo fue lo que pronto percibieron sus ojos.
El desquiciante silencio de su hijo y la tenebrosa penumbra en la que se encontraban inmersos hicieron que por fin quisiera reaccionar.
―Terminemos con esta locura. Es hora de volver a casa. ―Le dijo la madre a su hijo intentando jalar de su brazo, pero este ni siquiera se movió. Aterrada, se dio cuenta que la mano de su hijo se estrechaba sobre su muñeca con una fuerza arrolladora. En vano intentó soltarse. Ariel comenzó a caminar tirando de su madre. El dolor que la mujer sintió en su muñeca la hizo gritar, pero Ariel ni siquiera se inmutó ante el dolor de su madre. Continuó su paso continuo y desesperantemente firme mientras su madre erra arrastrada sin poder oponerse. Fueron en vano los golpes que intentó darle a su hijo, este apretaba más y más de sus muñecas hasta que casi pudo oírse el sonido de las articulaciones a punto de romperse.
La madre intenta resistirse, pero luego cede. Continúa llevando el paso de su hijo intentando convencerlo sin éxito.
Sara se horrorizó al darse cuenta que se encontraban en el mismísimo cementerio. Ese lugar aterrador al que siempre intentó evitar. Su hijo continuaba con un silencio sepulcral, tan solo continuaba caminando y jalando de su mano. Había algo extraño aquellas pequeñas manos, ya no tenían la calidez del cuerpo de un inquieto niño, en lugar de ello, eran frías, gélidas, como si carecieran de toda vida.
En absoluto silencio, caminaron entre las sombrías tumbas. La luna emergía y se ocultaba de manera intermitente entre las oscuras nubes que comenzaron a salpicar el oscuro cielo de diciembre. Pronto habían recorrido todo el camposanto hasta llegar al último y gran nicho. El hijo se detuvo. Continuó enmudecido, mirando hacia las puertas de aquella sepultura.
―Hijo. Por favor. Solo Vámonos a casa. ―Suplicó la madre jalando el brazo de su hijo, pero este permaneció firme, como si los fuertes tirones de su madre fueran hechos por una niña pequeña. Su mano apretó con fuerza la mano de la mujer, quien inútilmente intentó zafarse.
―Hijo que estás haciendo? Por favor déjame ir...
La puerta del sepulcro comenzó a abrirse lentamente. El chirriar del oxidado metal produjo un sonido aterrador que interrumpió el silencio imperante entre las tumbas. Horrorizada, la mujer vio como desde dentro emergía aquella mujer. El pálido rostro de aquella dama vestida de manera antigua, resplandecía con una macabra sonrisa.
Sara no pudo evitar quedar atónita por aquellos fulgurantes ojos. El rostro de la mujer vuelve a cambiar. Allí estaba de nuevo aquel ser demoniaco de dientes puntiagudos. De pronto todo se vuelve negro, el absoluto terror hizo que la madre cayera desmayada, con su mano todavía sujeta a la de su hijo.
3
Cuando Sara despertó no pudo ver más que tinieblas. No entendía dónde estaba. Intentó levantarse, pero horrorizada se percató que sus manos y pies estaban atadas en una gran mesa hecha de roca. Gritó con todas sus fuerzas una y otra vez, pero nadie respondió.
―Dónde estoy? ―Se preguntaba al borde del llanto.
A lo lejos observó un leve destello. Parecía la cálida luz de una llama encendía en la oscuridad absoluta. ―Auxilio! ―Gritó nuevamente.
La luz brilló con más intensidad. Luego fueron dos. Luego de unos instantes eran más de diez las luces que brillaban a lo lejos. A medida que se acercaban, pudo ver que eran antorchas.
―Auxilio!! ¡Estoy aquí! ¡Alguien que me ayude por favor! ―Clamaba la aterrada mujer.
Continuó gritando hasta que el pánico la hizo callar. Las antorchas se acercaron y pronto rodearon aquella mesa que la hacía prisionera. Allí, sosteniendo las antorchas estaban personas. Personas vestidas de negro con capuchas ocultando sus rostros. La negrura de sus mantos solo era interrumpida por un dibujo. Un pentagrama invertido dentro de un circulo, brillaba bajo la luz de las llamas. con un rojo intenso en los pechos de lo que parecían ser túnicas.
― ¿Quiénes son ustedes? ¡Déjenme ir! ―Suplicó Sara.
De pronto el círculo de personas se abrió y de la oscuridad emergió su hijo.
―Ariel que está pasando? Déjame ir por favor. Siento mucho todo lo que te he hecho hijo. ¡Perdóname! ―Dijo la madre llorando desconsoladamente.
Ariel se acercó a ella y poniendo su dedo sobre los labios de la mujer la hizo callar.
―No temas madre. Pronto terminará todo.
Tras el muchacho apareció nuevamente aquella diabólica mujer. Las personas vestidas con túnicas se arrodillaron ante ella.
―Esta noche serán testigos del poder del señor de las sombras. Esta noche se le concederá a este joven un gran poder, pero todo poder exige un sacrificio.
Ariel toma un gran cuchillo, cuya afilada hoja destelló ante la luz de las llamas.
―Que estás haciendo hijo por Dios! ―Gritó la madre.
―Oh señor de la oscuridad. Tu que todo lo ves. Tu que todo lo sabes. Guíanos hacia tu gracia. Acepta este sacrificio en tu honor y concédenos ser partícipe de tu infinito poder.
El muchacho levantó el enorme puñal de hoja curva sobre el cuerpo de su madre y lo bajó con fuerza penetrando en el pecho de la desdichada mujer. La sangre comenzó a correr de manera incontenible.
―Por la sangre de esta mujer te pedimos que liberes a tu hijo Amon! Toma el cuerpo de este muchacho, tu sirviente y haz que sea su receptáculo. ¡Tráelo de nuevo a este mundo para desatar todo el mal que la humanidad pecadora se merece!
El silencio del lugar fue reemplazado por atemorizantes gritos y alaridos demoniacos. El lamento de miles de almas en pena, venidas desde las mismas profundidades del mismo infierno, retumbaron entre las frías y oscuras paredes de aquel lugar.
Sara se retorcía de dolor mientras sentía que la vida se le escapaba de su cuerpo. Aterrada vio en sus segundos finales como su hijo deslizaba el cuchillo de manera despiadada abriendo una gran herida. Las frías manos del muchacho se introdujeron en ella y extrajeron el corazón todavía palpitante de su madre.
Sosteniendo el órgano frente a él, observó cómo lentamente dejaba de latir. ―Oh señor oscuro, toma a tu humilde siervo. Hazme instrumento de tu venganza.
Ariel tomó el corazón de su madre y lo devoró sin contemplación. Con su rostro empapado de sangre sonrió. Los sonidos infernales cesaron de repente. Luego se pudo oír otro sonido más aterrador, capaz de helar la sangre del más valiente. El horripilante gruñido de una bestia enorme estremeció aquella oscuridad absoluta solo interrumpida por el brillo de las llamas.
Algo horrible había sido desatado aquella noche de diciembre en el pequeño poblado de San Antonio.
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