Capítulo 2

El sol volvió a salir implacable en el horizonte. Aunque apenas eran las seis de la mañana, su intenso calor comenzaba a sentirse. Liam se despertó sintiéndose raro aquella mañana. Se levantó con dificultad. Sobre él había una pesadumbre fuera de lo normal, como si algo se hubiera llevado todas sus fuerzas.

Al lavarse el rostro, mira hacia el pequeño espejo colgado en la pared, el reflejo que ve allí es el de un hombre cansado, con grandes ojeras formando bolsas bajo sus ojos color café. Se peinó con cuidado su corto cabello color negro con un marcado estilo militar como estaba acostumbrado desde hace años. En su rostro comenzaba a crecer una tupida barba. Se miró con detenimiento. Estaba a punto de afeitarse prolijamente como le habían exigido durante sus años de servicio.

―Al demonio. No lo haré nunca más. ―Se dijo a sí mismo, despeinándose por completo, y dejándose la barba. Después de todo se había marchado para dejar todo atrás. Era tiempo de cambiar.

Eran apenas las seis treinta. Habiendo terminado de desayunar huevos revueltos y café, se dirigió a la habitación de la pequeña.

―Hija. Despierta.

― ¿Que sucede papá? ―Preguntó ella adormilada.

―Solo quería avisarte que iré a hacer mi trabajo. ¿Puedes quedarte sola un momento? Prometo que no tardaré.

―Claro papá. Tarda todo lo que quieras. Yo estaré aquí durmiendo. ―Le contestó, para luego darse vuelta y envolverse con las sabanas.

Al salir de la casa, Liam sintió la suave brisa en su rostro como una suave caricia. Las aves cantaban alegres en las copas de los árboles. Inhalo y exhalo profundamente aquel aire tan puro, había vuelto a sentir aquella paz que tanto ansiaba.

Caminó a través de aquel camino hacia el cementerio. Al llegar siente una mezcla de fascinación y desolación. Es que. Aquel cementerio, ubicado sobre una lomada, era un lugar privilegiado para observar el sol saliendo con todo su esplendor sobre los verdes bosques que parecían extenderse hasta el horizonte. La belleza de aquel paisaje contrastaba tremendamente con el aspecto tétrico que le otorgaban aquellas viejas tumbas, algunas de ellas abandonadas desde hace décadas. Velas derretidas por completo y flores marchitas y deshojadas indicaban las tumbas de los afortunados a quienes sus seres queridos aun no los habían olvidado.

Liam encendió otro cigarrillo y comenzó su recorrido por el cementerio que se extendía por más de dos manzanas completas, repletas de un sinnúmero de lapidas y sepulcros. Caminó durante largo rato mirando a través de los vidrios rotos de algunas bóvedas. Cajones cubiertos por grandes cantidades de polvos y viejos retratos colgados en las paredes repletas de humedad, era lo único que habían dentro de ellas. Todo estaba dentro de lo normal, al menos considerando el lúgubre sitio en el que se encontraba. Siendo un perfeccionista, Liam no pudo evitar notar que el césped crecía alto y descuidado. Recordó que mientras ordenaba las cosas el día anterior había visto una cortadora de césped. Volvió a su hogar y la buscó. Controló que el pequeño tanque del artefacto tuviera un poco de gasolina y regresó al camposanto. Intentó arrancar con insistencia aquel pequeño motor de dos tiempos, hasta que, luego de varios intentos, finalmente encendió. Comenzó su metódico trabajo de podar el césped, quería que, al menos pudiera dar una mejor imagen al último lugar de descanso de tantas almas. Se imaginó pintando el viejo portón de entrada y los muros blancos. Intentó pensar en otras cosas, en empezar a escribir nuevamente, en que cenarían aquella noche, pensó en tantas cosas, pero los recuerdos de su horrible pasado volvían insistentes a su atormentada mente.

Mientras cortaba el césped, el fuerte sonido del motor lo comenzó a irritar. El que parecía ser un hombre tranquilo tuvo un sorpresivo ataque de furia. Tomó la máquina y la arrojó con fuerza. ―Maldición! ―Gritó con fuerza, apoyándose la mano derecha sobre su frente como si esto pudiera ayudarlo a aplacar aquellos sentimientos de culpa e ira.

―Solo cálmate. ―Se tranquilizaba a si mismo intentando respirar lo más pausadamente posible.

Entonces algo llamó su atención. A lo lejos creyó ver a alguien caminando entre las tumbas más lejanas, aquellas que lindaban con el bosque mismo. Miró su reloj, eran apenas las siete de la mañana, sin dudas era demasiado temprano para ser alguien que visitara algún familiar fallecido. Aquella persona parecía ser una mujer, aunque la perdió de vista cuando esta pasó tras un lejano y antiguo nicho con techo en forma de cúpula.

Liam quedó intrigado. Comenzó a caminar lentamente hacia el fondo del cementerio. Allí los altos arboles del bosque cubrían con su sombra el sector haciéndolo aún más tétrico. Allí se encontraban las tumbas más antiguas, cubiertas por el césped crecido, con las lápidas casi destruidas y con tan solo algunos nombres visibles. Inmediatamente sintió un fuerte escalofrío.

―Hola! ―Dijo en voz alta intentando encontrar a aquella mujer, pero nadie respondía.

Cuando llegó al precario alambrado que separaba las ultimas lápidas con la espesura del bosque, Liam no pudo evitar sentirse cautivado. Los árboles se mecían de manera hipnótica y el sonido de las ramas resquebrajándose daban la impresión de que el bosque completo estuviera vivo y estuviera llamándolo. Permaneció allí contemplando la penumbra entre los enmarañados árboles que parecían dibujar sombras y seres tenebrosos, hasta que un leve sollozo llamo su atención

―Hola! ¿Hay alguien ahí? ―Llamó nuevamente. Nadie respondió.

Regresó sobre sus pasos. El suave lamento continuaba. Era un apenas audible llanto que se entremezclaba con el sonido de la brisa matinal. El sonido provenía de detrás de aquel siniestro nicho, aquel que sobresalía entre el funesto paisaje del camposanto.

Liam caminó hacia aquel sepulcro teniendo cuidado de no pisar alguno de las apenas identificables tumbas. Pero por más que lo intentó posó sus pies sobre un pequeño hundimiento del suelo, al mirar vio una pequeña placa que rezaba "Aquí yace Adrián López 1916-1917 tus padres te amamos y nunca te olvidaremos". No pudo evitar sentirse mal por aquel pequeño que murió prematuramente. Por un momento intentó imaginar cómo habría sido aquel infante y que pudo arrebatarle la vida de manera tan trágica a tan corta edad.

―Perdóname pequeño. ―Dijo lamentándose y acomodando la pequeña placa para que vuelva a ser visible, luego siguió caminando con mayor cuidado.

Cuando pasó frente a las puertas de aquella imponente construcción no pudo evitar sentirse asombrado. Aquel nicho era enorme, sus puertas eran de metal decoradas con el diseño de San Pedro hecho con trozos de vidrios de colores. Sus altas paredes tenían más de tres metros de altura y finalizaban en un techo abovedado decorados con puntas en las esquinas. No lograba verse ninguna identificación de la familia a la que pertenecía, pero por el gris de sus paredes agrietadas parecía tener al menos ochenta años. Las puertas estaban semi abierta, podía verse a través de la hendidura entre ambas el funesto interior. Liam se acercó. Cuando acercó su rostro a aquel estrecho espacio para observar, aquel llanto desconsolado nuevamente llamó su atención. Miró a su alrededor hasta que junto a una tumba había una mujer arrodillada. Estaba de espaldas, solo podía ver su largo y rubio cabello. Estaba vestida con pantalones claros y una camisa marrón. Sus manos estaban apoyadas al costado de su cuerpo y su rostro estaba inclinado hasta casi tocar la tierra.

― ¿Se encuentra bien señorita? ―Preguntó con preocupación. Aquella joven no contestó, siguió llorando de manera desconsolada.

Liam se acercó despacio. Algo no estaba bien con aquella joven. ―Oiga señorita. ―Insistió.

Continuó aproximándose paso a paso. Cuando estuvo a apenas un metro de distancia, el llanto de la muchacha cesó de manera repentina.

― ¿Necesita ayuda señorita?

― La necesitaba. Ahora es demasiado tarde para eso. ―Respondió la mujer sin voltear a mirarlo con la voz atravesada por el llanto.

― ¿A qué se refiere? ¿Le ha sucedido algo malo?

―Me ha sucedido lo peor que puede pasarle a una persona. He soportado el sufrimiento más terrible.

―¿Que le han hecho señorita? ¿Quien la ha lastimado? ―Preguntó pensando que la muchacha había sido víctima del ataque de algún depravado.

La mujer permaneció en silencio.

―Señorita. ¿Quién le ha hecho daño? ―Volvió a preguntar.

La joven se puso de pie. Permaneció de espaldas sin decir una palabra.

―Señorita. ―Dijo mientras se acercaba. Extendió su mano lentamente hacia el hombro de la muchacha.

De repente la joven se dio vuelta de manera lenta y siniestra. Liam se horrorizó.

― ¡Tú lo hiciste! ¡Tú me mataste! ―Gritó la mujer con una voz siniestra y enfurecida.

Liam cayó de espaldas atemorizado. ― ¡No puede ser! ¡No puedes ser tú!

Frente a sus ojos atónitos y pávidos estaba aquella joven a la que hace muchos años había dado un final desesperante y atroz. Su rostro era increíblemente pálido y sus ojos celestes resplandecían, pero a la vez carecían del más mínimo indicio de vida. Aquellas pupilas solo reflejaban un profundo vacío, la nada misma.

El terror más profundo invadió al pobre hombre, quien todavía en el suelo intentaba gritar, pero ningún sonido salía por su garganta, como esas horribles pesadillas en la que se trata de despertar, pero no se logra por más que se intente.

―He esperado por ti durante tanto tiempo. ―Dijo la muchacha con una siniestra sonrisa plasmada en su rostro. ―Todos hemos esperado por ti Becher.

De pronto la voz de aquella joven no era la única que se escuchaba. Murmullos comenzaron a oírse desde el bosque, cada vez con más intensidad.

―Todos esperamos por ti! ―Repetían una y otra vez tenebrosas voces.

Liam miro a su alrededor, de pronto se encontraba rodeado por decenas de personas con rostros pálidos. Sus ropas manchadas con oscura sangre reseca y lodo, como si hubiesen estado enterradas.

―Hay un espacio en el infierno con tu nombre. Pronto sufrirás como hemos sufrido nosotros. El día en que pagarás por tus pecados está muy cerca. ―Amenazó aquella joven.

―Lo siento. Siento mucho todo lo que hice. ―Imploraba clemencia al borde del llanto.

Las voces continuaban diciendo una y otra vez ― ¡Esperamos por ti! ¡Esperamos por ti! ―Cada vez con más fuerza hasta que el sonido se volvió insoportable. Liam se cubrió los oídos con sus manos y cerró sus ojos con fuerza. ―Por favor! ―Suplicó.

Las voces en un instante se detuvieron de manera intempestiva. Liam abrió sus ojos lentamente. Se encontraba solo, tendido en el suelo de aquel cementerio. Su garganta estaba atravesada por un nudo que parecía estrangularlo. Una angustia como nunca antes había sentido lo invadió de repente. Respiro pausadamente intentando calmarse. No lograba comprender lo que había pasado. Entonces oyó una voz familiar que le heló a sangre por completo.

―Liam. ―Lo llamaba alguien desde detrás de aquel nicho.

Para ese instante un terrible temblor se expandía por todo su cuerpo. Frías gotas de sudor recorrían su frente. Preso del pavor se incorporó y con absoluto temor camino al encuentro de aquella voz.

Cuando finalmente estuvo del otro lado de aquella sepultura vio a un hombre y una mujer de espaldas. El hombre se dio vuelta lentamente.

―No puedes ser tú. ―Exclamó aterrado. ―No puedes ser tú.

Aquel hombre era alto, con cabellos oscuros y una tupida barba. La mujer junto a él tenía un vestido floreado y el vientre prominente producto de un embarazado en estado muy avanzado.

―Esto no puede ser real. Esto está en mi cabeza. ―El llanto afloro incontrolable. ―Lo siento. Lo siento mucho. No quise que eso les sucediera. ―Suplicaba de rodillas ante aquella pareja que lo observaban con aquellos ojos vacíos.

―Pronto vendremos por ti. Hermano. ―Dijo aquel hombre con la amargura impregnada en su voz.

De pronto todo se vuelve negro y Liam cae desvanecido.

2

El incesante canto de un ave en su ventana despierta a la pequeña Abby. El reloj de la sala le mostraba que eran las ocho de la mañana, sorprendentemente temprano para alguien acostumbrado a dormir hasta casi el mediodía. No había rastros de su padre.

Abrió la nevera y solo pudo encontrar un poco de leche, huevos y carne.

―Creo que solo beberé leche. ―Dijo con resignación.

Mientras tomaba su vaso de leche con un trozo de pan, la pequeña se percató del silencio absoluto de aquel lugar. De repente la casa parecía enorme, oscura y vacía. Un sentimiento de claustrofobia y ahogamiento la invadió, como si le costara respirar. Aquella sensación de angustia se tornó insoportable al punto de que dejó el vaso sobre la mesa y salió de la casa casi corriendo.

Cuando finalmente estuvo afuera volteo a mirar su hogar. No había nada amenazante allí. El cielo celeste y el verde de los arboles le daban al lugar un aspecto encantador.

―Soy una cobarde. ―Dijo sonriendo.

Cuando se disponía a volver a entrar algo llamó su atención. Algo se movía entre las malezas junto a la casa. El movimiento de ramas era brusco. Abby pensó que algo enorme se escondía allí. Estuvo a punto de echar a correr cuando un pequeño conejo blanco emergió de entre las plantas.

El conejo miró a la pequeña y se acercó hasta ella.

―Oh. Eres hermoso. ―Dijo Abby enternecida por aquel conejo regordete y de ojos cafés.

El pequeño animal se detuvo justo frente a sus pies y alzando su vista miró fijamente hacia los ojos de la niña.

Para Abby, esto resultó muy extraño. No podía comprender como aquel conejo no tenía miedo de ella. La niña se agachó y acarició la pequeña cabeza del animal. Con sus dedos estrechó con suavidad aquellas simpáticas y largas orejas. Pero cuanto intentó levantarlo, el conejo corrió.

―Oye espera! ―Dijo la niña y fue tras él.

El conejo se alejaba más y más hasta que entró en un pequeño sendero entre los árboles. Abby se detuvo. Aquel estrecho camino se habría paso entre la espesura del bosque, el césped brillaba reflejando los rayos de luz que penetraban las copas de los árboles, hermosas flores blancas crecían a sus lados. La niña quedó maravillada, el lugar era bello y pacífico. Allí en medio de aquel sendero, estaba el conejo mirándola fijamente, como si estuviera invitándola a seguirlo.

La pequeña, como si estuviera bajo el efecto de algún hechizo lo siguió. Caminó durante un largo trecho. Las coloridas mariposas volaban a su alrededor, las aves cantaban en lo alto y el cálido abrazo del sol la reconfortaba. Se sintió tan feliz que perdió la noción de la distancia que había recorrido, hasta que de un momento a otro perdió de vista a aquel conejo.

― ¿Conejito? ―Llamó.

De repente aquel lugar ya no parecía tan bello. Una gran nube ocultó el sol y el sendero se volvió tenebroso. El sonido del resquebrajar de las ramas y las sombras entre los arboles dieron un aspecto siniestro. La pequeña comenzó a sentir profundo miedo al darse cuenta que estaba sola en medio del bosque. Intentó regresar, pero no pudo encontrar el sendero tras de sí, era como si se hubiera desvanecido.

Caminó lentamente, temerosa. Miraba hacia todos lados, cada sonido que escuchaba parecía aterrador. Caminó durante largo rato sin poder encontrar su camino de regreso.

La pequeña se sentó sobre un gran tronco caído y comenzó a llorar desconsolada. ―Soy una tonta.

― ¿Porque lloras? ―la sorprendió de repente una dulce voz de una anciana.

Abby se sobresalta. Al mirar se alivia al ver a una señora mayor, apoyada en un bastón hecha con una rama. Llevaba puesto un vestido que parecía ser antiguo. Sus grises cabellos llegaban hasta sus hombros. Su rostro cubierto por arrugas daba lugar a una sonrisa amable.

―Es que me he perdido. ―Le responde Abby secándose las lágrimas.

―Oh pobre niña. No deberías andar sola por el bosque.

―Lo sé. Es que estaba siguiendo a un conejito y me perdí. ¿Puede ayudarme?

―Claro que voy a ayudarte niña. Ven conmigo. ―Le dijo la anciana extendiéndole la mano.

La niña tomo la mano de la señora y caminó junto a ella.

― ¿Usted vive por aquí?

―Así es pequeña. Desde hace largos e incontables años, tantos que no me es posible recordar.

― ¿Cómo se llama? Mi nombre es Abby.

―Abby es un lindo nombre. Yo me llamo Anna.

―Anna era el nombre de mi madre. ―Contestó la pequeña con tristeza. ―Pero ya no está con nosotros.

―Oh es una pena oírlo. ¿Fue algo reciente?

―Fue hace unos meses. La extraño mucho. Nos mudamos hace un día con mi papá.

―Siento mucho lo de tu madre pequeña. Espero que San Antonio resulte de tu agrado.

―Es un lugar muy bonito. Pero aquí no tengo amigos. Solo tengo a mi padre. Él ha sufrido mucho y solo quiero que se ponga bien.

―Tu padre parece ser un buen hombre.

―Lo es.

―Bueno niña. Aquí está el sendero de regreso.

La anciana señalo con su bastón aquel estrecho camino que volvió a aparecer ante los ojos de la niña.

―Gracias señora. ¿Usted se encuentra bien estando aquí sola en el bosque?

―No te preocupes pequeña. Ahora ve con tu padre.

―Se lo agradezco nuevamente. Adiós. ―Se despidió para luego caminar por aquel sendero. Camino unos pasos y se detuvo. ―Oiga. Señora. Si usted quiere puede venir a visitarme cuando quiera. Me ha salvado hoy y quiero que podamos ser amigas.

―Claro pequeña. Muy pronto nos volveremos a ver. ―Se despidió la anciana con aquella amable sonrisa dibujada en su rostro.  

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