Capítulo 1

1

Una extraña mezcla de sensaciones se agolpaban en la mente de Liam Becher aquella calurosa tarde de verano. Mientras observaba el sol asomarse desde el horizonte a través de la ventanilla del autobús, no podía evitar pensar en todo lo que dejaba atrás. La duda lo invadió por un momento.

―Dios espero estar haciendo lo correcto. ―Dijo en voz baja al observar el cartel en la carretera que decía "San Antonio 10 km".

Una pequeña mano sujetó la suya en ese momento, haciendo que todas sus dudas se evaporaran.

― ¿Que sucede papá? ―Le preguntó una pequeña niña fregándose los ojos luego de pasar una incómoda noche viajando.

― Por fin despiertas Abby. Ya casi llegamos. ―Le contestó Liam con una sonrisa.

Al mirar por la ventanilla, la pequeña ve algo a lo que solo había visto en aquellos documentales que miraba junto a su padre en la televisión. Un hermoso e intenso color verde penetró sus retinas. Espesos bosques de altos árboles y ramas que sobresalían invitando a las aves a que se posaran sobre ellas, rodeaban aquella remota carretera. Al mirar el cielo teñido del naranja del amanecer, no pudo evitar sonreír. Se podía sentir una profunda paz, tan diferente de la tumultuosa y gris ciudad donde había pasado sus nueve años de vida.

―Esto es realmente muy hermoso papá.

―Me alegra que te guste. ―Sonrió Liam mientras apretaba la mano de su pequeña. ―Sé que nos irá muy bien aquí. ¿No te arrepientes de dejar nuestro hogar?

―Papá, a donde quiera que vaya, mientras estés conmigo, ese será mi hogar. ―Le contestó sonriente abrazando a su aliviado padre.

El autobús recorrió el último tramo de la carretera. Un gran arco con un cartel que decía "Bienvenido a San Antonio", anunciaba que ya habían llegado. El autobús se detiene en una precaria parada, que no era más que un pequeño tejado sin paredes con un pequeño asiento hecho con una tabla y dos troncos que la sostenían.

Ambos descendieron del viejo y maltratado vehículo. Tomaron sus bolsos donde solo llevaban un par de prendas de vestir cada uno y se sentaron en aquella parada a esperar. A su alrededor no había más que un par de casas, con chimeneas humeantes y grandes extensiones de cultivos. Abby se alegró mucho al ver un par de caballos que pastaban plácidamente frente a uno de aquellos lugares.

―Papá. ¿A quién estamos esperando? ―Preguntó al darse cuenta que transcurrían los minutos y continuaban en el mismo lugar.

―Esperamos a un viejo amigo. Él nos llevará a nuestro nuevo hogar.

― ¿De dónde lo conoces? Nunca he oído hablar de él.

―Bueno hija. No suelo hablar mucho sobre esa etapa de mi vida. Junto a él, hicimos el servicio militar muchos años antes que tu nacieras. Fueron momentos muy duros. Allí lo conocí. Y durante dos largos años nos apoyamos.

― ¿Y porque no lo has vuelto a ver?

―Bueno. Al terminar el servicio, él tuvo la inteligencia suficiente para dejar el ejército y se volvió Policía en este lugar tranquilo. En cambio, yo continué. Continué hasta que.... ―Liam hizo una pausa. Su mirada de repente quedó perdida en el horizonte. Recuerdos de espantosas imágenes vinieron a su mente. Un sonido fuerte y persistente era todo lo que podía oír, el sonido de disparos y gritos desgarradores, se volvieron insoportables a tal punto que Liam debió cubrirse los oídos.

― ¡Papá! ¡Papá! ¿Te encuentras bien? ―Lo llamaba con desesperación la pequeña mientras lo sujetaba con fuerza de sus hombros intentando que reaccionara. ―Por favor papá. ¡Reacciona!

Luego de unos instantes que parecieron eternos, las imágenes comenzaron a disiparse. Liam levantó la mirada y vio el rostro de su hija al borde del llanto.

―Lo siento hija. Lo siento mucho. ―La consoló con un abrazo.

―No papá yo lo siento. No debía preguntarte sobre eso. Mamá me dijo muchas veces que te hacía mal hablar sobre eso.

Ambos permanecieron en silencio. Era la primera vez que la nombraba desde que ella se había marchado de este mundo en aquella fría camilla del hospital hace apenas dos meses.

― La extraño mucho papá.

― Lo se hija. Yo también la extraño. Pero escucha, yo siempre estaré contigo. Piensa que desde el cielo ella está protegiéndonos.

Pasaron otros diez minutos hasta que a lo lejos aparece un viejo Land Rover pintado de azul con una sirena colocada sobre su techo.

― Mira hija. Creo que allí viene nuestro transporte.

El vehículo se acerca con lentitud, un espeso humo oscuro emerge por el escape indicando que el patrullero estaba en peores condiciones de lo que se veía. Cuando finalmente se detiene, un sonriente hombre desciende con los brazos abiertos.

―Pero mira nada más. ¡Mi gran amigo Liam Becher está aquí! ―Dice el hombre vestido con el típico uniforme de policía, un pantalón negro, borceguís lustrados a la perfección y una camisa azul perfectamente planchada. Una insignia con forma de dos pequeños soles dorados colgaba del bolsillo de la camisa indicando que era el Comisario.

― ¿Tom Peterson es el Comisario? ―Dice Liam sonriente al ver la jerarquía de su amigo.

Ambos se funden en un cálido abrazo.

―Cuantos años han pasado Liam. Cuando recibí tu llamado no lo podía creer. Es muy bueno verte.

―Gracias por ayudarme Tom. De verdad te lo agradezco. Oh casi lo olvido. Esta es mi hija Abby.

―Hola Abby. Me llamo Tom. Soy amigo de tu padre desde hace mucho.

―Hola Tom. ―Respondió la pequeña con mucha timidez.

―Bueno suban. Los llevaré a su nueva casa, pero antes les daré un pequeño recorrido por el pueblo.

La vieja camioneta se puso en marcha dando un gran ronquido y despidiendo una gran humareda. ―Creo que este viejo cacharro ya está en sus últimos días. ―Se lamentó el comisario. El pueblo era un lugar hermoso y tranquilo. Rodeado de granjas y extensas plantaciones de maíz y otros vegetales. En el centro del pueblo había una gran plaza donde se veían niños jugando en las hamacas y toboganes. Junto a la plaza estaba la antigua iglesia, su aspecto era imponente, con una arquitectura que hacía recordar a las grandes catedrales de Europa.

―Sabes. Esa iglesia fue el primer edificio de San Antonio. Fue construida hace más de doscientos años. Sus cimientos están hechos con los grandes bloques de piedra de las ruinas jesuíticas que habían por aquí. El pueblo es realmente muy antiguo. Aquí la mayoría vive de la agricultura, así que no esperes los grandes lujos de la ciudad.

― Es precisamente lo que buscamos. Tranquilidad lejos de la ciudad.

― Si es por tranquilidad, entonces el pueblo les encantará. Solo me preocupa algo.

― ¿Que sucede Tom?

―Bueno. No me habías dicho que tenías una hija. Y verás, el trabajo y la casa que te he conseguido... bueno, digamos que no es recomendable que haya niños.

― Si es un problema nosotros....

― No. No. No. No me malinterpretes. No es un problema esta pequeña adorable. Es solo que, como te había dicho, el trabajo es cuidando el cementerio del pueblo y la casa, está justamente alado.

― Si me lo habías dicho, y lo pensé mucho antes de decidirme. Abby es una niña muy valiente, no tendremos problemas para adaptarnos. Solo ansiamos tranquilidad. ―Dijo mirando hacía el asiento trasero donde la pequeña se había quedado dormida nuevamente.

―Solo pensaba que han sufrido una gran pérdida, y vivir cerca de un cementerio no sea lo mejor en este momento.

―Lo sé, pero estaremos bien. El trabajo es tranquilo y puedo dedicarme a escribir.

Tom esbozó una sonrisa. ―Me alegra que sigas escribiendo. Aún recuerdo aquellas historias que escribías durante tus guardias y luego me las dabas para que las leyera. Eran realmente muy buenas.

―Hace mucho tiempo que no lo hago, pero quiero comenzar de nuevo. Quizás me ayude a sacar toda la pena que llevo dentro. Sabes... La culpa a veces se vuelve insoportable.

―Amigo. Lo que ha sucedió. Lo que te han obligado a hacer no fue tu culpa.

―Lo sé. Pero ha muerto tanta gente y no hice nada para impedirlo y luego, la guerra. Si algún rastro de humanidad quedaba en mi hasta ese momento, la guerra se lo llevó. Sé que un día pagaré por lo que he hecho. Quizás ese día mi conciencia esté tranquila de nuevo. He pensado muchas veces en terminar con mi pena, pero mi pequeña solo me tiene a mí, por lo tanto, debo seguir adelante.

―No puedo ni imaginarme por lo que has pasado Liam. Quizás con el tiempo puedas contarme. Pero quiero que sepas que cuentas conmigo.

La camioneta policial siguió recorriendo el pueblo. La única avenida asfaltada dio paso a un polvoriento camino de tierra. Las casas cada vez eran más distanciadas las unas de las otras, separadas por los sembradíos de maíz que resplandecían bajo el sofocante sol de verano.

Al pasar la última casa, el camino volvió a estar rodeado de bosques. La camioneta continuó andando otros tres kilómetros hasta que finalmente, en lo alto de una colina, rodeado de unos altos pinos, plantados prolijamente con una separación de dos metros entre cada uno, estaba el antiguo cementerio de San Antonio. Tom detuvo el vehículo frente al camposanto.

Un enorme portón hecho de lanzas de metal, abierto de par en par, daba la bienvenida a los visitantes. Un camino largo y con escalinatas serpenteaba entre las antiguas tumbas y nichos. Algunas tumbas, ni siquiera tenían placas, no eran más que cruces de madera inclinadas sobre la tierra que se hundía al colapsar los antiguos cajones con el paso del tiempo. Las construcciones más antiguas tenían más de cien años. Muchas de las personas allí enterradas fueron de los primeros habitantes del pueblo, olvidados hace tiempo por sus descendientes no han recibido visitas, flores ni velas en décadas.

―Bueno este será tu lugar de trabajo. Está un poco alejado del pueblo, pero no es una gran distancia para ir caminando. Además, vendré a verte seguido.

―Es un lugar muy tranquilo. ―Dijo Liam mientras escuchaba el canto de las aves y el crujir de los pinos mecidos suavemente por la brisa. ―Es justo lo que necesito. Pero dime. ¿Por qué este cementerio necesita un cuidador?

―Bueno. Como verás está alejado del pueblo, y muchas de las tumbas tienen placas o elementos de plata y bronce. Últimamente hemos tenido casos de vandalismo. Se han saqueado nichos e incluso se han abierto cajones. Todavía no he arrestado a nadie por ello. Así que el pueblo ha decidido contratar a un cuidador. Y cuando les dije que tenía un ex compañero militar, todos estuvieron de acuerdo.

―Te lo agradezco mucho amigo.

―Espera. Todavía no te he enseñado la casa. ―La camioneta avanzó por el camino. Luego de haber pasado el cementerio nuevamente el bosque cubría los alrededores. Allí, distante a solo cincuenta metros de las rejas de la entrada, una entrada se habría paso entre los árboles. Las hojas caídas de los pinos cubrían el sendero que desembocaba en la vieja casa que sería el nuevo hogar de los Becher. La vivienda era enorme, construida con madera prolijamente barnizada. Tenía dos grandes ventanales y una gran puerta de aspecto macizo. Un pórtico adornado con flores y dos sillones hamaca les daba la bienvenida.

― ¿Este es nuestro hogar? ―Dijo Abby quien se despertó cuando la camioneta se detuvo.

―Así es pequeña. ―Le contestó Tom. ― ¿Te agrada?

―Es enorme y muy bella. Me encanta.

―En ese caso. Entremos.

Los tres descendieron de la camioneta y caminaron hacia la casa. Abby quedó maravillada al ver el aljibe del cual debía sacarse agua con una cubeta y una cuerda. El sonido de los pájaros y la tranquilidad del lugar contrastaba tanto con el fastidioso sonido del tránsito al que estaba acostumbrada.

Al abrir la puerta, fueron recibidos por un fuerte olor a encierro. El lugar estaba completamente lleno de polvo y telarañas.

―Hay que hacer una gran limpieza. Nadie ha vivido aquí en años. ―Les comentó Tom mientras buscaba el interruptor de la luz.

―Creo que este es. ―Dijo Liam accionando un pequeño botón junto a la puerta. La luz se encendió.

―Bueno al menos funciona. ―Dijo Tom. ―Esta casa perteneció al viejo Narciso Clemente. La salud del pobre hombre fue empeorando hasta que, finalmente, pasó sus últimos días en el asilo de ancianos de San Antonio. Como nunca tuvo hijos ni parientes cercanos dono su casa para uso del pueblo y como tú serás el cuidador del cementerio, se te la ha concedido. La casa es antigua pero tiene todas las comodidades. Espero que puedan pasarlo muy bien aquí.

La casa era enorme. Los grandes ventanales estaban cubiertos por cortinas de un color azul oscuro. Había una gran mesa de madera con sillas de fino tapizado. Había un gran sofá y hasta un televisor. En la cocina había una pequeña cocina a leña y una nevera. Realmente tenían todo lo que necesitaban. La casa contaba con dos habitaciones y un gran baño.

―Creo que nos vamos a adaptar muy bien aquí luego que limpiemos. ―Dijo Liam sonriendo.

―Oh casi lo olvidaba. Ahora regreso. ―Dijo Tom mientras se dirigía nuevamente a la camioneta. Cuando regresó trajo una gran caja con provisiones.

―Les he traído algunas cosas para que puedan comer mientras se acomodan.

―Gracias Tom. Realmente no sé cómo agradecerte.

―Pues si quieres pueden venir esta noche a cenar con mi familia. Les encantara conocerlos.

―Te lo agradezco Tom, pero creo que primeros nos instalaremos y limpiaremos aquí. Hay mucho por hacer. Ya tendremos tiempo para ponernos al día.

―De acuerdo. Entonces creo que los veré mañana.

―De acuerdo Tom. Nuevamente te agradezco todo lo que estás haciendo por nosotros.

Luego de otro cálido abrazo, el comisario se alejó en la destartalada camioneta. Liam y Abby permanecieron bajo el pórtico observando como la única persona que conocían en el pueblo se marchaba. Una extraña sensación de soledad y melancolía los invadió. Era el primer día de su nueva vida. Solo esperaban que todo mejorara para ellos.

El sol se elevaba en lo alto. Eran casi las tres de la tarde y el calor era cada vez más sofocante. Habían pasado horas limpiando su nuevo hogar. Al ver la cara de felicidad con la que su hija ordenaba su nuevo cuarto convencieron a Liam que había tomado la decisión correcta. Luego de haber acomodado la sala, la cocina y la habitación de la niña, finalmente llegó el momento de ordenar su propio cuarto.

Al entrar, todo estaba oscuro. Intento encender la luz, pero no funcionaba. Yendo hasta la ventana del cuarto, la abrió en su totalidad. El resplandor del sol penetró de manera brusca que Liam debió cubrirse los ojos. Luego de que su vista se acostumbrara a la intensidad de la luz exterior, miro hacia afuera y lo que vio lo horrorizo.

A través de la ventana observo un camino que conectaba directamente hacia el cementerio. Desde allí podía ver con toda claridad las tumbas y nichos que se emplazaban de manera tétrica a tan solo cincuenta metros de la casa. Un potente escalofrío recorrió su cuerpo en ese momento. Nunca se imaginó que al despertar lo primero que vería sería aquel tenebroso paisaje.

―Papá! ¿Dónde estás? ―Escuchó a la pequeña llamar.

―Aquí estoy hija. ―La llamó cerrando rápidamente la cortina. No quería que su pequeña tuviera aquella lúgubre primera impresión.

―Mira lo que he encontrado. ―Le dijo a su padre cargando con dificultad una pesada y vieja máquina de escribir cubierta de telarañas. ―Con esto podrás escribir historias como lo habías pensado.

Una sonrisa se dibujó en el rostro de Liam. ―Gracias hija. Creo que con un poco de limpieza funcionará perfectamente. ―Dijo mientras tomaba la pesada máquina y la apoyaba sobre una pequeña mesa que había en la habitación.

La alegría de su pequeña y el entusiasmo que tenía le hicieron olvidar aquella sensación siniestra que sintió al ver el cementerio. Quizás, después de todo, había tomado la decisión correcta.

2

Aquella era su primera noche en su nuevo hogar. Abby se había quedado completamente dormida en el sofá, exhausta del largo viaje y de luego limpiar las inmensas cantidades de polvo y suciedad que había en la casa luego de años de abandono. Liam la cargó con delicadeza y la llevó hasta su habitación. La acomodó con cuidado sobre la almohada y luego de cubrirla con la sabana, le dio un beso en la frente. ―Te quiero hija. ―Le susurró al oído, y salió del cuarto intentando hacer el menor ruido posible.

En el silencio sepulcral de la noche resalta aún más la lejanía en la cual se encontraban, pero precisamente eso era lo que había ido a buscar, paz. Sentándose en la mecedora del pórtico encendió un cigarro y permaneció sumido en sus pensamientos. La luna en cuarto creciente brillaba en lo alto del cielo estrellado, visible entre las copas de los pinos que se mecían con suavidad. Era una noche agradable y fresca, muy distinta del caluroso día que habían soportado.

Cuando terminó su cigarro, Liam permaneció meciéndose en aquella cómoda silla hasta que sus párpados comenzaron a pesarle. Un incontenible cansancio dio paso a un profundo sueño, hasta que finalmente la silla dejó de mecerse. Liam se había quedado dormido abrigado por el silencio y la soledad de la noche.

Liam abrió sus ojos, pero ya no se encontraba en su nuevo hogar. Estaba en un lugar diferente. Al mirar hacia abajo notó que ya no tenía puesto sus pantalones desgastados y su camisa a cuadros, en su lugar tenía su antiguo uniforme militar. Sus borceguís estaban cubiertos de un espeso lodo, que también salpicaba sus pantalones. Al mirar a su alrededor, se dio cuenta que no estaba solo. A su lado había una hilera de otros diez soldados, todos preparaban sus fusiles. Liam miró su mano y se percató que el también sostenía un fusil. Lo observó con detenimiento, grabado en el frio metal pudo leer "FAL 7.62", y la numeración "07469", el mismo que había usado durante sus años en el ejército.

Sin entender lo que estaba sucediendo, miró hacia el cielo cubierto por oscuras nubes, los relámpagos iluminaban toda la escena con intermitencia. Entonces, entre los estruendos provocados por los rayos que caían con preocupante cercanía, oyó algo que intentó enterrar en lo más profundo de sus recuerdos.

― ¡Por favor! ¡Déjennos ir! ¡No hemos hecho nada! ―Suplicaba entre llantos una joven. Su rostro es algo que Liam nunca olvidará. No tenía más de veinte años. Allí estaba ella arrodillada en la suciedad el fango, su cabello rubio prolijamente arreglado y su cara de niña no representaban amenaza alguna. Pero no había espacio para la piedad. Junto a ella, arrodillados, estaban otros veinte jóvenes. Algunos miraban hacia el suelo, resignados al cruel destino que tenían ante ellos, otros lloraban desconsoladamente intentando obtener piedad. Los soldados solo reían de manera macabra y descorazonada.

Frente a los jóvenes había una profunda y oscura fosa, cavada por ellos mismos, como una última y siniestra tortura.

De pronto se escuchó una vos cavernosa que grito. ―Preparen!

Los saldados levantaron las armas. Liam, no quería hacerlo, pero su cuerpo no le respondía. En ese momento comprendió que era un recuerdo, algo que no podía cambiar por más que lo intentara. Levantó su arma, la cargó y quitó el seguro.

―Apunten! ―Volvió a gritar aquella voz.

Liam apuntó el cañón de su arma en dirección a la joven que lo miraba suplicante. Su pálido rostro cubierto de golpes y lodo que se escurría junto con sus lágrimas no bastó para infundir en el más mínimo sentimiento de culpa o lástima.

―Fuego! ―Finalmente gritó aquella voz.

Una potente ráfaga de disparos retumbó esa fría noche. los desgarradores gritos de dolor de los jóvenes solo duraron uno segundos. Los cuerpos fueron cayendo pesadamente uno a uno en el interior de aquella fosa que los esperaba como un animal hambriento. Liam observa el humo que sale de la boca del cañón. La joven ya no estaba frente a él. Su cuerpo había caído en aquel agujero infernal.

―Ahora tapen esa maldita fosa! ―Se escuchó gritar nuevamente

Liam tomó una pala y se acercó al foso. Miró dentro de él y vio la pila de cuerpos amontonados unos sobre otro. La sangre se escurría por grandes heridas y se mezclaba con el fango. Algunas cabezas habían explotado ante el paso de los grandes proyectiles. La imagen era macabra y grotesca. Sin poder dejar de mirar, tomó una gran palada de tierra y la arrojó sobre los cuerpos. Los demás comenzaron a hacer lo mismo. La tierra debía cubrir la maldad de sus repulsivos actos hasta que no quedara ningún indicio de ellos. Cuando estaba a punto de arrojar una segunda carga de tierra oyó un leve quejido entre los cuerpos.

―Por favor. Ayúdenme. ―Pudo oírse como apenas un susurro.

Retorciéndose de dolor, atrapada entre dos pesados cadáveres que estaban sobre ella, estaba aquella joven a la que únicamente podía verse su pálido rostro. Sus ojos celestes resplandecían cubiertos de lágrimas y terror. Sin siquiera conmoverse, Liam sacó su pistola 9 mm y le apuntó directamente a su rostro. Para el esto era la piedad, sacarla de ese horrible sufrimiento. Puso el dedo en el gatillo y se dispuso a disparar, pero aquella voz macabra lo detuvo.

―Becher. ¿Qué cree que está haciendo? Ellos son el enemigo. El enemigo no merece nuestra piedad.

Liam volvió a enfundar el arma. Tomó nuevamente la pala y continuó arrojando tierra. Pesadas cargas caían sobre la joven quien, con horror, sentía como cada vez le era más difícil respirar. Las paladas fueron cayendo una a una de manera desesperante y desalmada. La joven intentó gritar, pero su cuerpo estaba tan aplastado por el peso sobre él, que apenas pudo emitir un leve susurro. Su rostro también fue cubierto por la tierra hasta que, finalmente, solo quedó un ojo viendo como su verdugo arrojaba la última carga de tierra y todo se volvió oscuro para ella.

Liam contempló lo que había hecho. No sentía culpa alguna. En él no había ningún sentimiento o lástima para con sus víctimas. Una macabra expresión de satisfacción se dibujó en su rostro.

Liam se despierta sobresaltado. Al mirar hacia abajo, se tranquiliza al ver que tenía puesta su malgastada ropa. Miró hacia arriba y allí estaba la luna brillando entre los pinos. Todo había sido un sueño. Un atroz sentimiento de angustia lo invadió. Aquellos recuerdos que intentó sepultar en lo más profundo habían surgido nuevamente.

Encendió otro cigarro y se meció lentamente intentando tranquilizarse. No podía quitarse de su mente los ojos de aquella joven suplicando su piedad, piedad que él le había negado. Por años intentó convencerse de que no había sido su culpa, que lo habían obligado a hacer aquellos terribles actos, pero aquel sueño le hizo percatarse de la verdad, él lo había disfrutado.

Luego de terminar su cigarro entró a la casa. El viejo reloj de pared colgado en la sala, indicaba que ya eran las tres de la mañana. Pasó por la habitación de la pequeña. La miró desde la puerta entreabierta para asegurarse que estuviera bien. Ella dormía plácidamente abrazada a su almohada.

Luego se dirigió a su habitación. Al entrar se dio cuenta que las cortinas estaban corridas. Cuando se dispuso a cerrarlas, vio a lo lejos las oscuras siluetas de las tumbas al final de aquel tenebroso camino. Las observó por unos minutos incapaz de despegar su vista de aquellas lápidas, como si estuviera bajo el efecto de algo hipnótico. Entonces creyó ver algo que lo horrorizó, creyó ver algo que pasaba velozmente entre aquellas tumbas. Una silueta de lo que parecía ser un hombre enorme pasó de manera veloz. Aunque fue solo un segundo alcanzó para asustarlo. Continuó mirando, pero aquella silueta no volvió a pasar.

Por un instante pensó en ir a ver, después de todo ese era su trabajo. Pero luego se convenció de que no había sido nada. Había tenido una mala noche y su imaginación le estaba jugando una mala pasada. Cerró las cortinas y se acomodó en su cama intentando dormir. Algo en aquel lugar había despertado sus recuerdos más atroces. Todavía no se había dado cuenta, pero había algo maligno en aquel lugar. Pronto lo descubriría. 

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