Capítulo 38


—Renuncio a toda esta mierda, estoy cansada y lastimada por dentro. No quiero seguir así, no me siento preparada para enfrentar cosas como las que ya he pasado. Ustedes no se imaginan lo que tuve que sufrir allí perdida. No lo saben —dije tratando de que mi voz no se rompiera.

Todos me miraban espectantes, Honey lo hacía con pena, Flynn con ira, y Hiro simplemente me veía de reojo como si yo fuera una desconocida para él.

—Mira, Elsa, nadie te dijo que vinieras aquí, nadie te obligó. Y si estás muy cansada, pues lo siento, pero aquí todos hemos pasado por cosas mucho peores, tuvimos que separarnos de nuestras familias y no estamos quejándonos como tú. Aprende a ser fuerte y déjate de shows —mencionó Gogo, y por primera vez acepté que tenía razón.

Desvíe la mirada y respiré profundo para no hecharme a llorar delante de ellos.

—Además, sabes que no puedes irte, eres una agente y posees demasiada información —añadió Flynn con el ceño fruncido.

Quise refutar, pero Wasabi habló primero.

—Elsa, entiendo que te sientas mal, pero de verdad necesitamos al equipo unido. Tenemos un nuevo enemigo que hará todo lo posible por destruirnos. ¿Comprendes?

No, no comprendía y ellos tampoco lo hacían, ellos no han pasado por lo que yo y por eso les es fácil decir que no me puedo ir.

—Ustedes no entienden ¿verdad? Dije que quiero irme y no pueden forzarme a estar en este lugar —dije con enfado.

—Ya tuvimos esta conversación antes, ya te dije. No puedes salir de aquí —espetó el castaño de ojos color miel.

En ese momento quería gritarle en la cara que no soy su esclava, pero alguien me interrumpió.

—Parece que nuestra compañera Elsa está afectada psicológicamente y será mejor dejarla sola con sus problemas. No la necesitamos en ese estado. Que se tome unos días para pensar en todo lo que ha hecho, después regresa y se comporta como una verdadera agente de este escuadrón —mencionó Hiro con acidez y odio. Mi corazón se estrujó al escucharlo hablarme de esa forma, me dolió y mucho.

Todos nos sumergimos en un incómodo silencio. Me topé con la mirada de Hiccup y él sonrió para hacerme sentir mejor.

—¿Estarás de acuerdo con que te demos unos días para recuperarte? Porque es eso o quedarte aquí —propuso mi superior —Claro que tendrás que mantenerte alerta, por si te encuentras con Baymax. Además contarás con una cámara de vigilancia para saber dónde te encuentras. Ni creas que te dejaremos a la deriva con tanta información.

—Ya sé que no confían en mí. Pero acepto tu propuesta. Gracias —fue lo único que pude decir antes de salir de la habitación.

No pasaron ni dos minutos cuando Honey me alcanzó.

—Elsa, ¿Te sientes bien? —me preguntó la muy hipócrita.

—¿Sabes? Lo que pase con mi vida es cosa mía. Mejor mántente al margen y deja de fingir que eres una buena amiga —ella abrió la boca con desconcierto.

—Yo solo quería saber cómo estabas, no pensé que me responderías de esa forma tan grosera. Y, no estoy fingiendo, yo si te considero como una amiga —reacomodó sus lentes y su ceño se frunció.

Suspiro derrotada.

—Honey, gracias por preocuparte por mí, pero ahora lo único que quiero es estar sola ¿sí? —dije más calmada.

—Bien, si eso es lo que quieres, no hay problema. Espero que algún día podríamos charlar como amigas. Cuídate.

Asentí y me alejé de ella.

***

Estoy parada frente al edificio en donde vivía antes. Todo parece estar bien. Suspiro y subo a mi departamento. No pude evitar saludar a un par de vecinos con una sonrisa falsa.

Abrí la puerta de mi vivienda y todo estaba ordenado y limpio, como si yo no me hubiese ido nunca.

Tiré mi chaqueta al sofá, luego abrí las ventanas para dejar entrar un poco de aire frío de la ciudad. Miré el panorama y mi mente recordó como cada mañana Tadashi me preparaba un café caliente antes de ir a trabajar. Todo este lugar está lleno de recuerdos de él.

Decidí preparar algo de comer y dejar que la soledad de mi departamento me consumiera. Busqué en la despensa algún alimento, pero lo único que encontré fue una botella de vino con la cual deseaba celebrar con Tad nuestro tercer año de noviazgo. Pero como ya no está tendré que celebrar sola.

Serví en una copa un poco de vino, sin pensar en el daño que me puede ocasionar. Tomé un sorbo recordando el sabor que tiene el dolor y lo mucho que deseo embriagarme y olvidarme de toda esta mierda.

Han pasado un par de horas, y yo estoy aquí en medio de la oscuridad de mi apartamento, con la botella de vino en mi mano y un sin fin de recuerdos agolpados en mi cabeza, ya no sabía qué hacer con mi vida, es como si hubiese retrocedido un par de años, solo me faltaba hacer una cosa...

Lancé la botella de vidrio contra el suelo hasta que se hizo pedazos, luego tomé uno de ellos y lo observé con detenimiento. No sé qué es lo que me sucede, pero ahora lo único que quiero es hacerme daño.

Puedo recordar a aquella chica de dieciséis que se lastimaba en el baño de su antigua casa, mientras que su hermana menor reía con sus amigos. Siempre hemos sido tan diferentes, quisiera volver a ver su rostro y pedirle de nuevo perdón.

Cierro los ojos y disfruto del dolor que me produce el filoso vidrio contra la piel de mi muñeca izquierda. No soy estúpida, no pienso suicidarme, solo necesito un poco de dolor y ya. Hago lo mismo con la otra muñeca y miré como unas gotas de sangre resbalaban por mi brazo. Ya que más da. Es solo una marca más en mi cuerpo.

En esta noche sí puedo asegurar que no lloraré, porque ya lo he hecho muchas veces. Me dejó caer en la alfombra y observo mi sangre mancharla. No me alcanzan los dedos para contar cuantas veces hice esto, dejé de hacerlo después de la terapia, pero la psicóloga no supo hacerme entender que no debo hacerlo y después de tantos años he de hacerlo otra vez.

***

Al otro día, el sonido de la puerta me hace despertar. Pero antes de abrirla me levanto del suelo y busco el botiquín de primeros auxilios para vendar mis heridas. Siguen insistiendo, pero no salgo hasta tener mis muñecas cubiertas y enjuago mi cara para despertarme por completo.

—Elsa, sé que estás aquí. Ábreme, necesito hablar contigo —dice la persona que llama tras la puerta.

Resoplé con fastidio y me encaminé a la puerta. La abrí encontrándome con la persona que menos esperaba.

—Mérida... —susurré al ver a mi amiga pelirroja.

—Els, pensé que nunca volvería a verte —sollozó y luego la envolví en mis brazos, la extrañaba mucho. Ella es como una hermana para mí.

La ayudé a llegar al sofá y ella dejó a un lado el bastón con el que se ayuda a andar.

—¿Cómo has estado? —le pregunté con una sonrisa, aunque sé que ella no puede ver.

—Podría decir que bien, pero no, he estado muy preocupada por ti. No había sabido nada de ti en meses, en meses Elsa, he tratado de dar contigo, pero cada vez que venía a tocar tu puerta nadie me atendía. Incluso, le pregunté a Rapunzel sobre ti, pero ella negó haberte visto. ¿Qué pasó contigo? —su voz sonó rota e hizo que mi corazón se estrujara al verla así de mal, por mi culpa.

Pasaron unos segundos hasta que me atreví a hablar:

—Siento haberte hecho preocupar, lo que pasa es que... Estuve ausente estos últimos días, ya sabes, el trabajo y eso...

—Elsa, tu renunciaste a tu trabajo. Me lo dijiste la última vez que charlamos —mencionó indignada.

Diablos, tiene razón.

—Dime la verdad, sabes muy bien que puedes confiar en mí —colocó su mano sobre la mía. Y frunció el ceño al sentir un pedazo de mi venda —¿Qué te pasó?

—Nada —alejé mi mano de la suya con brusquedad.

—No... Dime que no lo hiciste, dime que no te hiciste daño —susurró.

Se me hizo un nudo en la garganta al ver sus ojos claros llenarse de lágrimas. Mordí mi labio inferior para alejarlas de mis ojos.

—T... tú no entiendes lo que me pasa —dije con la voz rota —No estoy del todo bien.

Mérida es la única persona que conoce que me he hecho daño. Ella es la que me ayuda en momentos como estos.

—¿Por qué lo hiciste? —una lágrima descendió por su mejilla, rompiéndome el alma en pedacitos —Cuéntame. Soy ciega, pero soy muy buena escucha.

Quise contarle todo absolutamente todo por lo que he pasado, pero me limité a decirle un par de medias verdades.

—E... extraño a Tadashi —susurré. Y no pude evitar llorar. Ella me abrazó con fuerza, y sentí como si mi madre lo hubiese hecho. Es que su calidez, me hacía sentir cómoda —Mi vida está hecha mierda.

Mi amiga acarició mi cabello con cariño y luego dijo:

—Entiendo tu dolor, pero hay que seguir adelante y no dejarse caer. Sé que eres fuerte y podrás con esto. Solo... no te lastimes ¿sí?

Lloré en su hombro hasta que mis lágrimas se secaron, desahogue todo mi dolor. Y ahora me siento mucho mejor.

—G... gracias por venir —limpié mis lágrimas con las yemas de mis dedos —Y por estar junto a mí, en mis momentos de debilidad. Te quiero amiga.

—Yo también. Pero bueno, dejemos de lado este momento de lágrimas y dolor, ¿Has buscado otro trabajo? —cambió de tema.

—La verdad no. Y tampoco creo que Norte quiera darme una carta de recomendación —ella río por mi comentario —¿De qué te ríes?

—Pues de cómo le estrellaste la computadora, de verdad estás loca. Además él no te dará ni recomendación para ser mesera —se burló, yo solo hice una mueca de fingido enfado.

—¿Cómo vas con lo de tu tratamiento? —cambié de tema. Ella se encogió de hombros.

—Pues, mi ceguera no tiene cura como tal, lo único que se puede hacer es que alguien me done sus córneas, pero lo veo difícil —dijo con pesar.

—Tranquila. Ten fe, estoy segura que habrá alguien que pueda ayudarte —sujeté sus manos dándole apoyo.

Mérida dibujó una sonrisa en sus labios.

—Ahora eres tú la que me alienta ¿no? —dijo en broma.

—La verdad es que... Aguarda un momento —corrí hacia el baño y vomité todo lo que había consumido.

Las arcadas cada vez eran más fuertes y mi cabello se alcanzó a ensuciar con mis desechos.

—Elsa ¿Te encuentras bien? —dijo Mérida desde la sala.

—Sí —grité de vuelta y vomité otra vez.

Después de vaciar todo mi estómago. Me senté juntando la espalda a la pared. Luego me puse en pie y lavé mi boca con el agua del lavamanos y limpié mi cabello.

Salí por la puerta y me encontré con Mérida de brazos cruzados y el ceño fruncido.

—Estuviste bebiendo ¿cierto? —me reprochó, puse los ojos en blanco.

—Claro que no —mentí.

—No me mientas. Hay fragmentos de una botella en el suelo, además el hedor es notorio —contraatacó —Seré ciega, pero no estúpida. Elsa no te hagas esto, ¿acaso no vez que te estás haciendo muchísimo daño?

Caminé hasta los restos de la botella, los recogí con un recogedor y una escoba ignorando su comentario.

—Responde —ordenó.

—Mérida, solo quise desahogarse un rato. No le veo nada de malo en tomar un par de copas de vino. Sé que tú también lo has hecho.

—Claro, cuando era una adolescente, pero ya no somos niñas y debemos comportarnos como adultas responsables. Y sabes muy bien que el licor no hace más que hacerte perder el control. Es que... Mira tus manos —refutó.

Pasé una de mis manos por mi cabello, sé que tiene razón. Aveces parece que ella fuese la mayor y yo no.

—No volveré a hacerlo. Te lo prometo —la miré fijamente, ella hizo una mueca de inconformidad.

—Eso espero ¿eh? ¿Ya comiste algo? —negué con la cabeza, pero como ella no puede ver mi gesto.

—No tengo nada en la despensa —dije, porque es cierto y además mi estómago ruge por el hambre.

—Pues no se diga más. Ven conmigo, compraremos un par de ingredientes y te cocinaré algo bien rico. Además, necesitas salir un rato —me animó. Sin embargo no estoy segura de querer salir.

—Oye, no es justo. Tú siendo ciega y cocinas mucho mejor que yo —hice un puchero.

—Já, ya ves. Es talento nato —se burló de mí —Vamos, alístate, ponte guapa. Tenemos que conquistar esta ciudad con nuestra belleza.

Vaya, ella nunca cambiará.

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