Capítulo 30

—No sé tú, pero yo me estoy muriendo de frío —dije abrazándome a mí mismo.

Ella suspiró.

—También tengo frío, no sé en qué momento llegó la noche, aquí el tiempo no existe —respondió mirando la brillante luna, también lo hice y sentí esa paz que nos trasmitía.

Me causa tristeza saber que solo en un lugar como este puedo sentirme cómodo, quisiera que así fuese en la ciudad, salir a la calle confiado y seguro, pero la realidad me golpea y me dice:

nunca serás aceptado, eres un monstruo y las personas los odian como a nadie”.

Lo he repetido muchas veces, pero de verdad sueño con cambiar, quizás algún día lo logre o continúe siendo lo que soy, un desalmado que trata de buscar la felicidad, pero le cuesta respetar la vida de los demás seres humanos.

—¿Falta mucho para llegar al refugio? —dijo Elsa sacándome de mi ensimismamiento.

—Creí que te sabías el camino —enarqué una ceja.

Ella puso los ojos en blanco con fastidio.

—Pues si lo supiera no te estaría preguntando —cruzó los brazos y desvío la mirada.

—Oh, lo siento mucho, señorita —pronuncié ofendido. Claro que era fingiendo.

Caminamos por el bosque, alertas a cualquier movimiento, no queremos ser interceptados otra vez por algunos de esos sujetos, aunque es obvio que podremos contra ellos, si pudimos una vez por qué no otra.

El ambiente se puso tenso cuando dejamos que solo se escucharan las voces de las luciérnagas. Ese incómodo silencio se hizo presente, yo tenía que romperlo de alguna forma, así me tocase decir algo estúpido.

—Y... ¿Qué tal tu familia? —fue lo primero que se me ocurrió.

Elsa se mantuvo en silencio, sentí que este tema era delicado para ella así que cerré la boca. Aunque, no quise dejar las cosas así, por lo que tuve que excusarme.

—Mmm... Si no quieres hablar de eso entenderé —mencioné para no hacerla sentir mal —No quiero molestarte.

Ella suspiró.

—No lo haces. Es... Un poco difícil hablar de ellos —bajó la mirada con vergüenza —Pero no voy a dejar que el pasado me afecte. En fin... Mis padres murieron en un accidente cuando yo tenía ocho años, realmente fue duro para mí —Su ojos se cristalizaron y me arrepentí de haberle preguntado —Al principio querían separarnos a mí de mi hermana, pero una de mis tías intercedió y se hizo cargo de nosotras hasta que cumplí los dieciocho años, después, me liberé de ella.

Guardé silencio atento a su relato.

—Mi hermana y yo no teníamos una buena relación —continuó —Es más, por un momento creí que me odiaba. Todas estas peleas comenzaron en la  adolescencia. De niñas éramos inseparables, hasta que yo lo arruiné todo.

Una lágrima salada se deslizó por su mejilla. Me acerqué a ella y con mi dedo pulgar limpié esa lágrima.

—Hey, no estés triste. Sé que habrá un momento en el que puedas hablar con ella. Creeme.

—No la he visto en seis años —dijo con la voz rota y comenzó a sollozar rompiéndome el corazón de una manera sorprendente. Al parecer, conservo muy dentro de mí algunos buenos sentimientos.

No pude reprimir el impulso y la abracé, por un instante se quedó congelada, pero luego, para mi sorpresa, correspondió el abrazo.

—Llora todo lo que quieras —le dije consolándola mientras que la estrechaba entre mis brazos.

—No me gusta hacerlo —contestó apretando con sus puños mi camiseta —Me siento culpable. Yo la alejé de mí. Estoy segura que me sigue odiando y que jamás querrá verme.

—Yo hice algo peor, dejé que mi pequeña hermana muriera. No sabes el dolor que experimenté, apenas la conocía y en un nanosegundo la perdí —confesé —Pero bueno, la idea es tratar de superar ese tipo de situaciones que nos lastiman cada vez que las recordamos.

Sus lágrimas empaparon la tela de mi camiseta, estuve cerca de llorar junto a ella, pero me coloqué mi máscara y no dejé que los sentimientos dolorosos se apoderaran de mí. Uno de los dos debe lucir fuerte o juntos nos dejaremos vencer por el sufrimiento.

—No puedo creer que estemos así, abrazados. Jamás pensé que tuvieras sentimientos. De verdad me equivoqué —se separó de mi pecho sin soltarse del refugio que creaban mis brazos. Su mirada azul hizo contacto con la mía, mandándome una extraña electricidad por todo el cuerpo —En el fondo eres una buena persona —colocó una de sus manos en mi mejilla.

Sonreí como idiota ante su comentario, era la primera vez que me sentía emocionado con lo que me dice una mujer como Elsa.

—Wow, eres la primera persona que me dice algo bonito —su risa sacudió todo mi ser —Quién lo diría, tú y yo teniendo una conversación en la que no nos estamos golpeando o insultado.

Reímos juntos.

—Hemos progresado —Susurró cerca de mi rostro. Pude sentir su respiración mezclándose con la mía.

—¿Crees que algún día podríamos tomarnos un café? —le pregunté divertido. Observé sus rosados labios con un anhelo de saborearlos, pero me controlé antes de arruinar todo.

Ella enarcó una de sus cejas ante mi anterior comentario.

—¿Eso es una cita, Jack? —me mostró su más tierna sonrisa, parecía una niña chiquita.

—¿Qué? No, es decir sí, bueno no lo sé —tartamudee como un adolescente. Sentí que mis mejillas se calentaban de vergüenza.

Demonios, Elsa me hizo sonrrojar. Una mujer avergonzó al indomable Jack Frost.

Alejé esos pensamientos tontos de mi cabeza.

No sé en qué momento sucedió, pero cuando me di cuenta tenía mis brazos envueltos en sus caderas, muy cerca de su trasero, de inmediato los retiré de allí.

—Oye. Pero no te sonrojes —Pronunció Elsa con burla.

—No estoy sonrojado —mentí. En realidad sentía mi rostro caliente, otra vez.

Ella no hizo más que reírse de mí.

—Te gusta reírte de mí ¿verdad? —me acerqué a su rostro y sentí su aliento fresco rozar mis labios. Amaba esa sensación.

No sé qué me sucede, pero de verdad quería besarla. Algo tiene esa chica que hace que me sienta bien a su lado. Es en ese momento en el que me arrepiento de haberla lastimado, ahora es cuando me doy cuenta cuán valiosa es.

—Jack... —susurró mi nombre con anhelo.

Estaba tan cerca de estampar mis labios con los de ella, pero se separó abruptamente de mí.

—Esto está mal. No... No quiero que te vuelvas acercar a mí de esa forma nunca más —dijo confundiéndome.

—Pero... —balbuceo, luego me di cuenta que no valía la pena iniciar una discusión por algo tan tonto —Bien. Si así lo deseas respetaré tu decisión.

—Que no se repita de nuevo ¿entendiste? —frunció el ceño y me señaló con uno de sus dedos.

—Sí —dije seco.

Toda la magia que fluía anteriormente se fue a la mierda. Mejor, así no hubiese cometido un error.

—Vámonos rápido. Moriré de frío en cualquier momento —me ordenó como si yo fuese su esclavo.

Claro pero eso no decía mientras que estaba en mis brazos. Típico de las mujeres.

Retomamos nuestro camino como si nada hubiese sucedido. Que buena es Elsa para cambiar de un momento a otro, toda una actriz.

Después de un rato escuché ruidos y gruñidos.

Ahora no.

Nos detuvimos unos segundos para observar todo el lugar por si de los árboles saltaban algunas bestias. Los ruidos se repitieron, ya es común escucharlos. Apreté mis puños a mis costados, no me gustaba para nada sentir esa incertidumbre de no saber qué puede llegar a suceder.

Esta vez no fueron hombres salvajes los que nos interceptaron, sino unos grandes lobos. Algo realmente nuevo para mí, estas bestias eran gigantes y nos mostraban los filosos colmillos que poseían.

—Mierda —espetó Elsa con enfado.

Los animales eran muchos, toda la manada, seguro estamos invadiendo su territorio, pero de algo si estoy seguro, no quiere nadie vernos aquí en esta isla.

Vayanse —dijo un lobo blanco en mi mente.

Abrí los ojos como platos, no es posible, de verdad estoy delirando.

—¿Lo escuchaste? —le susurré a Elsa.

—¿A quién? —dijo confundida.

—Al lobo —respondí como si nada.

—Los lobos no hablan, Jack —afirmó. Eso quiere decir que mi mente me traicionó de la peor forma.

Sacudí mi cabeza para ordenar mis ideas. Quizás la mala comida de este lugar me esté afectando hasta el punto de estar delirando.

No queremos humanos aquídijo nuevamente la voz del lobo. Haciendo que mi boca se abra considerablemente —Tenemos suficiente con los caníbales.

¿Caníbales? —pregunté con desconcierto. Di un paso hacía el formidable animal, sin embargo, este me gruñio, molesto.

—¿Qué? —interfirió Elsa, pero la ignoré.

Tragé saliva y luego dije:

—¿Quiénes son ustedes? —pregunté a los animales, uno de ellos me veía con recelo.

Somos los guardianes del bosque y no queremos a humanos aquí dañándolo, por eso vayanse o de lo contrario acabaremos con sus vidas.

Jack ¿Qué está sucediendo? —mencionó Elsa desesperada porque no entiende nada. Sus manos y labios tiemblan.

—Ellos quieren que nos larguemos de aquí. Qué de lo contrario nos matarán —ella abrió la boca, pero luego la cerró.

Aunque sonó absurdo, parece ser que ella entendió. Los lobos comenzaron a inquietarse por falta de respuestas.

—No te creo absolutamente nada, te dejaré “hablar” con tus amigos —comentó Elsa haciendo comillas con sus dedos.

Se alejó de mí, sin embargo algo en el ambiente me decía que nada iba a salir bien.

—¡Elsa, detente! —grité, pero fue demasiado tarde, uno de los lobos mordió su pierna. Ella cayó al suelo.

Su grito sacudió todo el bosque.

Odiamos a los que no creensusurró el lobo blanco —Alejense ahora mismo.

De acuerdo, no los molestaremos más —caminé hacia Elsa y la sostuve entre mis brazos.

—¿Qué paso? —dijo ella con molestia y dolor.

—Nada, solo vámonos —Murmuré.

Me transformé y a toda velocidad partimos lejos de esos extraños seres.

Mi mente era un completo caos. Este día ha sido el más raro que he pasado, y no sé si esta isla nos tiene algo más preparado.

—Jack, para —me ordenó Elsa.

Me detuve un momento y la miré a los ojos confundido.

—¿Qué sucede? —pregunté frío. Si ella quiere que me aleje de ella, pues seré frío y distante.

—Me duele mucho mi pierna —se quejó. Su rostro se contrajo en una mueca de dolor.

Dejé su cuerpo en el suelo con cuidado y luego revisé su herida. Tenía el pantalón roto y de su piel abierta fluía sangre.

Ella gimió cuando toqué su herida con mis dedos. No tenía forma de curarla.

Coloqué mis dedos en mi barbilla pensando qué podría hacer.

—¿Por qué me atacó si no le hice daño? —chilló enojada.

—No quisiste creerme y eso les enfadó —respondí.

—Entonces... Sí era cierto que te hablaban.

Creo que fue demasiado tarde para aceptarlo

Da igual —contesté en el mismo tono seco.

Elsa miró hacia otro lado sin saber exactamente qué decir.

Sin previo aviso, rompí otro pedazo de mi camiseta y sujeté con ella su pierna, gritó de dolor y por poco me golpea por apretarla demasiado, pero ¿qué quería? ¿qué la dejara morir? Luego me puse en pie y le extendí la mano. A regañadientes la sujetó con fuerza y la tuve a mi lado.

—Regresemos a la cueva —dijo Elsa.

—Por acá ya no es seguro. Será mucho mejor si buscamos otro lugar.

***

—Jack, tienes que descansar —comentó Elsa después de una eterna hora corriendo con ella en mi espalda.

Por más que camine no encuentro un lugar seguro donde quedarnos. Este maldito lugar está lleno de peligros.

—Tenemos que encontrar dónde poder dormir —miré hacia las montañas que se nos asomaban.

—Lo sé, pero de verdad debes estar cansado y yo también —dijo cerca de mi oído.

—Bien. ¿Qué propones?

—Quedarnos por aquí y turnarnos para hacer guardia —Elsa me suplicó con la mirada.

Después de un rato discutiendo por quién se quedaba despierto, tuve que aceptar que ella lo hiciese, pero de verdad no creo que pueda defenderse así como está, pero como es tan terca, no manera de decirle que no.

Decidí dejarla hacer lo que se le diese la gana. Busqué un lugar mediamente cómodo y me quedé dormido recostado en un árbol, confiando en que Elsa sería buena vigía, solo espero que no se le ocurra hacer algo estúpido.

Cuando llegó mi turno Elsa ya estaba cabeceando por el sueño, me agradeció cuando le dije que velaría su sueño y que nada le sucedería.

Una vez más observé la luna con fascinación, hasta que Elsa comenzó a decir incoherencias estando dormida. Balbuceaba nombres y una capa de sudor cubrió su rostro. Pensé que solo era un mal sueño hasta que comenzó a enterrarse las uñas en su propia piel.

—Elsa —la llamé sacudiendo su cuerpo con insistencia. Sin embargo, no atendía a mi llamado.

Ella comenzó a forcejear conmigo y a lastimarse.

—¡Despierta! —le grité consiguiendo que abriera los ojos.

Su mirada denotaba miedo y tristeza, de un momento a otro abrazó mi cuerpo sin ningún por qué.

—T... tengo miedo —susurró con la voz ahogada.

Yo me mantuve en silencio mientras que ella trataba de calmarse.

No le preguntaré qué le pasa porque no quiero que llore de nuevo, prefiero que ella guarde esos sentimientos para contárselos a otra persona que no sea yo. Estoy cumpliendo lo que me pidió hace un par de horas.

Esperé unos minutos y luego la alejé de mí con cuidado.

—De cuerdo, como ya estás bien, es hora de seguir nuestro camino, en poco tiempo amanecerá —ella abrió y cerró la boca pero no emitió nada, solo asintió con la cabeza.

Durante el camino no hablamos, como ya es costumbre. La ayudé a moverse pero nunca le dije nada, ni le pregunté cómo se sentía. Comienzo a perder un poco el interés en ella. Me molesta sus constantes cambios de opinión y de humor, ella es un enigma para mí, pero no estoy dispuesto a perder el tiempo preguntándole qué es lo que quiere.

De la nada escuchamos aviones sobrevolando la isla.

—Pueden ser ayuda —mencionó con un brillo especial en sus ojos azules zafiro.

Nos ubicamos en un lugar donde no habían árboles para que pudieran vernos. Tratamos de llamar su atención de alguna forma pero no nos atendieron. Era de esperarse.

Abrí mis ojos como platos cuando uno de ellos destruyó al otro con un misil. Después siguió su camino como si nada.

Pero todo no acaba ahí, un pedazo del avión caído salió volando peligrosamente hacia nosotros. Una gran pieza de metal pretendía golpearnos.

—¡Cuidado! —le grité a Elsa y ella se quedó estática...

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