Capítulo 22
Esto es frustrante, en serio que lo es. Me he ganado un premio por ser el idiota más grande del mundo.
Trato de mover mis muñecas, pero las han dejado tan apretadas que quizás ni siquiera me esté circulando bien la sangre. Me han amordazado y amarrado a está maldita silla de metal.
—Jack, nos has causado muchos problemas, amigo —mencionó el director del hospital. Si pudiera hablar le gritaría que es un hijo de perra infeliz.
Los hombres que me habían atacado consiguieron reducirme con su puto sedante de mierda. Muchos de los pacientes también se salieron de control, cosa por la cual estoy aquí. En una habitación oscura y desconocida para mí, jamás había estado aquí antes.
—Esto te enseñará a obedecer —el médico que acompañaba al director se me acercó y pude ver sus amarillentos dientes —actívelo Hank —le ordenó.
El médico loco bajó una palanca activando las luces y el sistema de energía. Sin esperarlo la silla en la que estaba comenzó a electrificarse causándome un fuerte dolor en todo el cuerpo.
—Incremente el voltaje doctor —mencionó el hombre canoso con una sonrisa maliciosa pintada en sus labios.
Mi piel comenzó a quemarse, la cabeza me daba vueltas y de mi cuerpo salía humo.
—Que fuerte es. Aguantará otro poco.
Dos horas, dos malditas horas permanecí en esa habitación de tortura. Cada descarga era más fuerte que la anterior. Tanto que mis quemaduras sanaron después de dos días. Mi cuerpo estaba completamente rojo, creí que iba a perder mi cabello, pero no.
Hoy, tendido en esta cama de duro colchón veo mi piel, ya ha tomado su color blanco natural. He caído demasiado bajo, pero sé muy bien que el ave Fénix renace de las cenizas, de igual manera lo haré yo.
Estar en completa quietud me sirvió para planear un fabuloso plan de huida. Solo tendré que buscar a ese anciano.
En la tarde, salí de mi habitación y busqué la que estaba más alejada de esta planta, allí estaba mi querido amigo.
Abrí la puerta con cuidado y allí lo encontré.
—Hola, Jhon —lo saludo con fingida amabilidad. Él está sentado en su silla favorita al lado de la ventana.
No obtuve respuesta por parte de él, siempre es así. Por lo cual utilizaré otro método para hacerlo hablar.
—Lindo peluche. Es de tu nieta ¿verdad? Lo tomaré prestado —se lo arranqué de las manos, cosa que lo hizo enojar mucho.
Lo tiré hacia el ventilador de arriba y éste se destrozó en segundos. Reí a carcajadas.
El anciano empezó a descontrolarse rompiendo todo a su paso, desde mesas hasta su propia cama, también trató de golpearme pero no logró alcanzarme. Aproveché su momento de descontrol para irme.
Varios enfermeros entraron a la habitación, todos los de esta planta. El anciano se ha reconocido por ser el paciente más fuera de control, es como una bestia indomable.
Ya que no hay vigilancia aquí arriba, mi propósito es llegar a la cocina del tercer piso, yo me encuentro en el décimo piso. Será fácil llegar ¿no?
Un hombre va corriendo a toda prisa por el pasillo, no lo pienso dos veces y lo adentro en el cuarto de limpieza, lo noqueo y le robo el uniforme.
Me introduzco en el ascensor y allí me encuentro con una enfermera que traía un paciente en silla de ruedas.
—Yo lo llevaré —le digo y ella me entrega al paciente sin ningún problema, la mujer ni me miró solo me dejó al enfermo.
—Cuarto piso —me indica antes de irse.
Presiono el botón del ascensor y comenzamos a bajar. Sonrío como un loco esquizofrénico porque sé que todo me está saliendo a la perfección.
Al llegar buscó las escaleras más cercanas, y las encuentro, las del servicio. Sin ningún remordimiento lanzo al enfermo por ellas. De inmediato corro a gran velocidad hasta llegar a la planta que deseaba.
—Chicas. Un paciente se ha tirado por las escaleras —aviso al entrar a la cocina. Ellas corren a toda prisa dejando la cocina solo para mí. Pero qué tontas.
Me acerqué a los quemadores de las estufas y las enciendo todas. En una mesa encuentro un cuchillo. Que oportuno. Lo guardo en un bolsillo.
Observo cada rincón de la estancia, tengo poco tiempo para largarme. Y, para mi buena suerte hay una ventana, y lo mejor de todo sin rejas. Todas y cada una de las ventanas del hospital tienen rejas porque los enfermos se han tirado por ellas en varios ocasiones, menos esta, lo sé porque en una de mis escapadas encontré un mapa del hospital.
Tomo impulso y me lanzo contra el vidrio, no sin antes haber tirado un fósforo en la habitación.
La caída podría matar a cualquiera, pero yo no soy cualquier tipo, por lo cual no me hice ningún daño al caer, pero sí hice mucho ruido, pero no más que el que hicieron las estufas del tercer piso.
Todo estaba en llamas, todos gritaban. Los guardias de la entrada se adentraron al edificio dándome la oportunidad de largarme. Sin embargo, antes de irme aseguro las puertas para que nadie pueda salir.
Atravesé el tramo que me quedaba de donde estaba hasta el portón de la entrada. Torcí un par de rejas y salí de allí tan rápido como podía.
El fuego no tardo en propagarse por los doce pisos, fue un espectáculo tremendo. Pero no es momento para alabarlo. No tengo en qué irme. Este hospital está a kilómetros de la ciudad.
Corrí a toda prisa por la carretera. Es cuestión de tiempo para que los bomberos lleguen al hospital, por lo cual debo ir más rápido.
Como bien lo dije, el carro de los bomberos venía a una dirección contraria a la mía. Me escondí en la espesura del bosque y caminé por entre él.
Descansé un poco y seguí con mi camino hasta encontrar nuevamente la carretera. Me hice en medio de ella y detuve un auto negro que allí transitaba. El conductor bajó la ventanilla de su auto.
—¿Puedo ayudarlo, señor? —me preguntó.
—Oh, claro que sí —tomé sigilosamente el cuchillo y después se lo clavé en la garganta.
Él se comenzó a desangrar, abrí la puerta y lo saqué del auto. Su cuerpo hizo un sonido sordo al chocar con el suelo. Para mi fortuna venía sólo.
Encendí el auto y lo puse en marcha. Debo volver a la ciudad. Agradezco al universo que recuerde cómo conducir.
Dejé atrás el cuerpo de ese hombre y el hospital incendiado. Observo mis nudillos están llenos de sangre, pero no me importa.
Soy libre ahora.
Elsa
Llevo tiempo buscando a Baymax, pero me es... Imposible hallarlo. Tratamos de rastrearlo, pero no funcionó, ha bloqueado su ubicación, no es idiota.
Sé que el equipo está decepcionado de mí, de como en un santiamén dejé que inmovilizaran al robot. Hiro está enojado, Flynn está enojado, todos lo están.
Me han otorgado la importante misión de encontrar a mi amigo Baymax, he podido salir a la ciudad varias veces, y no solo a hacer esto, sino también buscar a cierta persona que anhelo encontrarlo y enfrentarlo.
Camino por entre las calles oscuras, todo es tranquilo, pero sé que eso es solo una capa de humo, un escondedero para vándalos. La prensa no ha vuelto a mencionar en sus noticias el nombre de Baymax, tampoco se han reportado asesinatos recientes, algo extraño, ya que cada día trae consigo una muerte más, una lápida más en el cementerio.
Comienzo a frustrarme, llevo días buscando y nada. No me gusta volver a cuartel con una información nula sobre la ubicación del robot.
—¿Valoras tu vida lo suficiente? —escucho su voz, sé que es él.
Me dirijo hacia donde provenían las voces. Tenía razón.
Él estaba sujetando el cuello de una mujer, que canalla. Veo como le roba la cartera y le golpea el rostro, cosa que me enfadó muchísimo. Luego la chica salió corriendo.
—Quiero que estés cerca —le susurro a la otra persona de la otra línea y después guardo mi teléfono nuevo.
Sigo al sujeto sin que se percate de ello. Trae puesta una camiseta negra con una chaqueta de cuero roja, una gorra, unos jeans negros y unas zapatillas deportivas. Camina tranquilo y sin ningún miedo.
Sin querer, me tropiezo con un bote de basura, causando un gran sonido que le llamó la atención.
—Quien quiera que sea, será mejor que se muestre o lo pagará —amenazó. Volteó pero no pudo verme gracias a la poca luz que había.
Se detuvo un instante y luego regresó por donde venía, pasando muy cerca de mí. Aproveché eso y lo golpeé con una vara de hierro.
—¡¿Pero qué mierda?! —gritó. Creí que con el golpe había conseguido noquearlo pero no.
—Ahora los papeles se invierten ¿no es así? —salí de mi escondite. Se quedó estático al verme de nuevo.
—¿Cuánto tiempo sin verte? —se colocó frente a mí mientras masajeaba su nuca que sangraba —No has cambiado mucho. Sigues siendo la misma chiquilla.
—Y tu sigues siendo una mierda.
—Oh, gracias. Me alagas con eso —colocó su mano en el pecho dramáticamente.
—Si piensas que estoy aquí para alagarte estás muy mal —le dije. No estoy dispuesta a ser la víctima está noche.
—¿Entonces a qué has venido? —dio tres pasos acercándose a mí.
—A hacerte pagar todo lo que me has hecho —mencioné con enfado.
—¿Y qué me vas a hacer pequeña zorra? —contestó grosero.
—¡No te atrevas a decirme eso otra vez! —grité y le acerté un puñetazo en su perfecto rostro, lo cual lo hizo enfadar.
—No te creas valiente ahora —tomó mi cuello entre sus manos. Pero está vez no iba a ser una completa estúpida, pateé su pecho alejándolo varios metros de mí —Has aprendido a defenderte ¿no? Pero eso no te va a salvar de lo que te voy a hacer.
Su rostro cambió al igual que sus ojos, esto ya se me es familiar. En esta noche no hay miedo en mí, solo rencor.
Se puso en pie y estampó mi cuerpo en un muro de un solo golpe como si yo fuese un simple muñeco, mis huesos tronaron, pero no le daré el placer de verme débil. Saqué mi arma de la cinturilla de mi pantalón y le disparé, él esquivó la bala con facilidad. Disparé unas cuantas veces hasta que acabé con todas las balas y no conseguí darle.
—Necesitarás más que eso para salir viva hoy. Esta vez no seré benevolente contigo —Apretó sus puños.
Me puse en pie. Saqué otra de mis armas, en esta ocasión era un cuchillo. Corrí hacia él, intente clavárselo, pero él colocó su brazo de escudo. No conforme con ello, sentí su puño en mi rostro y me derribó. Desde el suelo le lancé una patada y término tendido en el suelo, me coloqué encima de él inmovilizándole los brazos y piernas.
—¿Qué se siente ser sometido por una mujer? —le miré a esos peculiares ojos dorados —Que te tengan así, acorralado —le susurré en el oído.
—¿Qué esperas? ¿Qué te aplauda? No eres más que una estúpida —contestó molesto.
—Así no se trata a una dama —coloqué mi cuchillo en su cuello —Tengo tu vida en mis manos.
De imprevisto se soltó de mi agarre y terminé siendo yo quien estaba debajo de él.
—¿Quién es el que está acorralado ahora? — me susurró de la misma forma que yo lo hice —¿Sigues siendo la valiente damisela? —dijo muy cerca de mi rostro, esta invadiendo mi espacio personal.
—No me das miedo —mencioné.
—¿A no? —sentí su respiración en mis labios, él los observó y luego volvió a ver mi rostro —Lindo cuchillo ¿Si cortará bien? —tomó el cuchillo que tenía en mis manos y lo acercó al escote de mi camiseta, luego, comenzó a cortarla poco a poco, mis alarmas se encendieron.
—¡Ahora! —grité.
El cuerpo de Jack cayó sobre mi completamente, asfixiándome.
Lo moví a un lado, estaba inconsciente.
—Creí que te haría daño —dijo mi amiga Rapunzel quien lo había golpeado con un bate de béisbol.
—Bien hecho, Punzie. No te lo voy a negar, pero en serio estaba asustándome, pensé que iba a...
—Shh, ya estás bien. ¿Qué haremos con él? —cuestionó Punzie.
—Debemos subirlo al auto —le respondí. Ella hizo un gesto de no estar muy segura con mi idea.
Lo cargamos las dos hasta el auto que estaba en la otra calle.
No iba a trabajar sola en esto. Llevo días cazándolo, tengo el lugar indicado para tener una charla amena con él.
—Si que es pesado —se quejó mi amiga.
Dejamos su cuerpo en los asientos de atrás. Mientras que ella y yo íbamos adelante, yo manejando, un amigo de mi padre me había enseñado a hacerlo cuando tenía quince.
—Dime la dirección del lugar que te pedí —le dije a Punzie.
—Cerca a la playa hay una casa que les pertenece a mis padres, está abandonada ¿Qué piensas hacer con este tipo?
—Ya lo sabrás —encendí el auto y tomé la dirección que Rapunzel me había dado.
En el camino Jack comenzó a moverse de un lado a otro.
—Elsa, este hombre en cualquier momento despertará —susurró Rapunzel.
—Oh mierda. Toma el volante.
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