Capítulo 9

Abro los párpados a tope, anonadada por lo que acabo de escuchar. Llevo una mano sobre mi boca entreabierta hasta retroceder unos centímetros.

Mi cuerpo no para de temblar producto de la impresión, yazco inmóvil por unos segundos antes de volver a la realidad y salir lo más prudente posible de la biblioteca, olvidando la razón que me trajo hasta aquí e ignorando a la dependienta Won llamándome.

Hasta que decido correr.

No puedo respirar, cada bocanada de aire es un martirio necesario, y mis pupilas pican mientras esquivo como puedo a todo aquel que se me atraviese en el camino.

A pesar de que el trayecto es relativamente corto, se convierte en una eternidad hasta llegar por fin a la azotea del edificio, dónde apoyo todo mi peso en la barda, luchando por llenar de oxígeno mis pulmones.

Observo a ambos lados siendo precavida, procuro que nadie me vea en semejante trance, y ya estando en zona segura, dejo a las lágrimas escapar de su cárcel.

No sé porqué. No sé porqué tuve que quedarme escuchando. No sé porqué me siento culpable de ello.

Jimin. El chico con el que he compartido prácticamente toda la vida desde que éramos pequeños, está...

Ni siquiera me atrevo a decirlo.

Me deslizo hasta frío del piso, las manos cubren gran parte de mi enrojecido rostro e intento parar las corrientes calientes que brotan de mis cuencas, pero es complicado. La cabeza comienza a darme vueltas incesantes y maldigo sollozando.

¿Seré yo de causante de esto, tal vez?

Yo no estoy enamorada él. Para nada, es mi mejor amigo maldita sea.

¿Ahora como lo voy a ver a la cara?, ¿qué se supone que tengo que hacer?

Obviamente tengo que actuar como si nada, es mi única opción o al menos, la más razonable.

Una vez que el llanto cesa, me incorporo del suelo. El aspecto que tengo ahora mismo no es una prioridad, el dolor instalado en mis músculos faciales es insoportable. Me seco las mejillas con el dorso del uniforme oscuro, marchándome.

Desciendo las escaleras y, cuando creo estar en soledad absoluta, choco contra la persona que menos quería ver en ese momento.

— ¡Yeseo! —exclama, elevo la vista y noto una sonrisa en su apacible rostro, pero esta desaparece cuando se percata de mi estado —. Bonita, ¿qué pasó?

—Me tro-tropecé. —tartamudeo al tratar de explicar mi mentira. Estoy nerviosa, mucho la verdad ahora que sé lo qué siente por mí.

— ¿Segura? No sueles llorar muy se... —me apresuro a interrumpirlo.

—Tengo que ir a clases. —paso a su costado. No quiero seguir el hilo de esta conversación, pero él me toma del brazo, girándome.

— ¿Qué te sucede? Llevas días comportándote extraña. —habla, y noto un poco de frustración en su voz —. No me gusta que me ocultes nada. —no soporto tanta presión, literal estoy en mi punto culmine y la situación no ayuda en absoluto.

Estoy entre la espada y la pared. Aunque si razono un poco, Jimin no tiene porqué molestarse conmigo por algo insignificante como mi falta de motivación para seguirle la plática.

—Tú no estás en condiciones de reprocharme nada. —afirmo segura, y el familiar nudo en mi garganta vuelve a aparecer. La expresión de Jimin cambia radicalmente haciéndome sentir incómoda, encaja sus dedos en mi brazo izquierdo para comenzar a jalarme hacia un lugar aleatorio e intento por todos los medios apartarme sin éxito.

Para mi mala suerte todo el alumnado yace en clases. Él empuja mi cuerpo dentro de uno de los baños esparcidos por el recinto, y entre la confusión adrenalínica que corroe mi torrente sanguíneo, noto como traba la puerta.

¿Qué mierda le pasa?

Nunca se había comportado de esa manera conmigo. Puedo ver a través de su ropa la rigidez que emana. Da unos cuántos pasos contundentes, aproximándose a mi cuerpo de modo que quedo entre su pecho agitado y la pared.

— ¿Es por ese tal Yoongi, cierto? —hago el intento de alejarlo, esquivando sus penetrantes ojos oscurecidos. Puedo sentir su respiración acompasada muy próxima junto a los ecos de mis pulsaciones desbocadas y en lo único que puedo pensar es en librarme de él.

—Jimin, en serio no comprendo de qué hablas. —pronuncio, fingiendo estar desorientada. Puede que esté celoso, da todas las señales de que efectivamente es así y me da cierto resquemor. Cuando me escucha decir aquellas palabras todo rastro de amabilidad desaparece de su rostro ligeramente ensombrecido.

— ¡Contesta! —lo observo unos instantes con mis sentidos en alerta, para luego dar rienda suelta a mis emociones totalmente revueltas. A continuación, reúno fuerzas de quién sabe dónde y lo empujo lejos, ofreciéndole una mirada llena de rabia mientras él intenta recuperar la compostura.

— ¡A mí no me grites! —le escupo con remordimiento invadiendo cada célula de mi sistema, siendo testigo de como lo he dejado pasmado por mi repentina acción —. Maldición Jimin, ¿qué te pasa? —pregunto de forma retórica, pues no pretendo recibir una respuesta de su parte, solo quiero desahogarme. Estoy cansada tanto física como mentalmente de todo y todos.

Él abre la boca para contestar, pero no le permito seguir —: ¿Por qué estás tan obsesionado con Yoongi?, ¿por qué llegas hasta este extremo tan absurdo de traerme al baño de hombres para cuestionarme sobre él? —sigo con mi indagación, cuyo único objetivo es hacer que se replantee sus actitudes. Intentar que reaccione. Su postura y rasgos cambian, noto un ligero sentimiento de culpa lapidario que tiñe su expresión y no puedo rehuir a las lágrimas que se agolpan en mis ojos —. Mira, no sé cuantas veces tengo que repetirlo, pero yo y ese tipo no somos nada. Lo detesto como no tienes idea y esto que acabas de hacer solo me recuerda su maldito carácter. —odio las comparaciones, sin embargo, en este preciso instante solo puedo pensar en ese estúpido pelinegro narcisista que llegó a mi vida para arruinarlo todo.

Mis fuerzas se desvanecen en un abrir y cerrar de ojos, reanudando el llanto que hace minutos atrás creí haber abandonado porque mis pensamiento lastiman muchísimo. Siento a mi propia mente conspirar en mi contra sin piedad, proceso todo tan rápido que apenas puedo discernir en dónde me encuentro y solo me dispongo a sollozar en silencio con la vista borrosa clavada en el piso, aislándome de todo estímulo externo mientras que con las manos me acaricio los brazos, proporcionándome algún tipo de apoyo físico. Y no es hasta que siento un ligero toque en el brazo que puedo volver a la realidad.

—Yeseo yo... Para serte sincero no sé que rayos me pasó. —levanto despacio la cabeza al oír su voz ligeramente entrecortada. Limpio mis párpados húmedos para poder analizar mejor su rostro lleno de algo que no puedo descifrar —. Lo lamento tanto, no tengo excusas para haberte tratado así. —niega repetidamente al mismo tiempo que intenta volver a tocarme. Mis reflejos son veloces, pues apenas distingo sus intenciones doy un paso atrás.

—No. —afirmo, sintiéndome en otro plano dimensional completamente distinto. Noto el dolor en sus pupilas al escucharme susurrar esa simple palabra.

—Lo siento. —murmura contrariado. Sus mejillas yacen humedecidas y su voz denota preocupación, pero aún así no consigue hacerme flaquear por lo que decido después de unos segundos dejarlo solo, camino hasta la puerta, saco el seguro y salgo rápidamente sin mirar atrás.









—Yeseo.

Escucho en la lejanía una voz que reconozco fácilmente, reprimo un quejido al moverme sobre la cómoda colcha que resulta ser un bálsamo para mi anatomía dolorida y abro los ojos hasta que la luz antinatural del foco me da de lleno en las pupilas —: Realmente necesito que hablemos. —tengo que pestañear repetidas veces, acostumbrándome a la iluminación cegadora de mi habitación.

Al termina mi tarea soy capaz de discernirlo sentado al borde de la cama igual de destrozado que yo. Acopio toda la calma que puedo encontrar en mi interior y reprimo el pequeño impulso que tengo de levantarme y correrlo. Soy humana, es decir, al menos yo me encuentro en un dilema gigantesco porque la parte incoherente de mi moral, dice que debo olvidarme de todo este embrollo, borrarlo de mis recuerdos, pues yo también cometí el grave error de reaccionar irracionalmente. Sin embargo, la parte sensata pide que no deje pasar esto por alto.

No quiero hablar. No aún, pero no puedo detenerme a ignorarlo por siempre y negarme al diálogo abierto, sobre todo porque no sé cómo se siente él en su posición y en lo que respecta sus sentimientos por mí. Lanzo un suspiro profundo y hablo —: Hazlo. Te oigo.

—No sé por dónde empezar.—articula sincero —. No fue mi intención lastimarte ni mucho menos hacerte sentir que me debes una explicación sobre tu vida privada. En serio que no puedo todavía explicar mi comportamiento, pero tú sabes que yo no soy así. —manifiesta sin mirarme y totalmente concentrado en el movimiento ansioso de sus dedos —. No sabía como te sentías respecto a él y lo mal que lo estabas pasando. —veo un dolor atravesarlo cuando menciona aquello y siento que algo se estruja dentro de mi pecho y aprieto los labios, tragándome la bola demoledora de angustia.

En realidad, no me esperaba ese grado de compresión, sin embargo, no me extraña que esas palabras provengan de él. Esta es su verdadera esencia, la única que es capaz de reconfortarme hasta el punto de querer perdonarlo sin pensarlo dos veces.

—Yo también te debo una disculpa. —lo dicho parece afectarlo, su rostro finísimo se desfigura en una mueca de auténtico estupor, como si no hubiese estado aguardado por mi respuesta, girando ligeramente la cabeza en mi dirección. Algo que describe al pelirubio a la perfección es que no puede ocultar sus emociones, expresándolas con características muecas o mohines que son fáciles de analizar —. No debí responder así, quería mantener la calma, pero fracasé y te comparé con ese tipo. —reprendo a mi inconsciencia a la vez que hilo aquellas palabras.

—Ambos fuimos unos idiotas. —esboza media sonrisa para aliviar el tenso ambiente que se ha formado entre nosotros y lo imito sin imaginarme lo medicinal que resulta esto para mi alma ciertamente descontrolada.

—Tienes razón. —acepto, sin contradicciones —. Voy a pretender que nada ocurrió.

—Opino igual. —responde con seguridad, volviendo a sonreír.

—Bien. —le ofrezco mi meñique, entrelazándolo con el de él. Es un juego absurdo que tenemos, sin embargo, la costumbre no se puede reemplazar de la noche a la mañana.

—Te quiero mucho. —trago saliva al sentir la garganta seca, y porque ahora sé que ese "querer" no es para nada lo que yo considero querer. Un poco redundante, lo sé.

—Yo también. —me fuerzo a contestar, incómoda.

Luego de un par de minutos, comenzamos a charlar de otros temas. Entre dicha conversa, me cuenta que al final no saldrá con Doyeon, aunque ya estaba enterada.

Jimin, en algún punto de la tarde se va del cuarto a hacer algunas cosas pendientes de la escuela, entonces aprovecho el momento para darle explicaciones a Namjoon sobre mi ausencia, diviso el aparato telefónico encima del velador y extiendo un brazo para alcanzarlo. Digito el número del castaño, esperando contestación hasta que la consigo.

El día transcurre rápido. Mi madre me trae de comer una ensalada junto con un batido natural de arándano, pues nota mi bajo estado de ánimo y de alguna manera planea hacerme sentir bien con comida.

La amo.









Yazco en la puerta un tanto nerviosa, espero no haber errado con la dirección de lo contrario, pasaría una vergüenza digna de la historia universal. Y no sé cuánto tiempo ha trascurrido que empiezo a impacientarme, vuelvo a llamar y me cruzo de brazos.

Finalmente la puerta se abre de golpe, entonces, me paralizo por completo ante la figura imponente del pelinegro, cuya piel pálida y ceño fruncido me hace entorpecer. Mis manos comienzan a exudar.

Diablos, es que simplemente parece una pesadilla.

Su expresión es seria y cautelosa, mirando fijamente la curiosidad que embargan mis ojos —: ¿Qué haces aquí? —parece haberme leído el pensamiento. Su voz ronca me da escalofríos centelleantes, el brillo particular en sus orbes negros da paso a la inquietud creciente dentro de mi pecho.

— ¿Conoces a Namjoon? —contradigo, él levanta una ceja, riendo divertido.

—Es un colega mío, ahora tú. —responde simple, ¿en serio son amigos?, ¿cómo alguien tan amable puede llevarse con esta cosa?

—Vengo por un trabajo en grupo del instituto. Con permiso. —trato de entrar, pero él coloca su brazo en el marco de la puerta impidiéndome seguir.

—Hablemos. —sin que pueda detenerlo, mi vista decae en la suya y un escalofrío me recorre el cuerpo.

—Olvídalo, Namjoon debe estar esperando. —me las arreglo para soltar.

—Está dándose un baño ahora mismo, así que tenemos para rato.

— ¿Por qué no hablamos dentro? Muero de cansancio. —Yoongi da un paso, quedando a unos centímetros en evidente señal de ventaja, marcando terreno.

—Hay una chica y.... —susurra inexpresivo —. No deseo que nos escuche.—aclara, pasando una mano por su cabello azabache, alborotándolo. Termino accediendo, porque no tengo otra opción entonces él cierra la puerta tras de sí, analizándome de pies a cabeza sin disimulo —. Sigues igual de guapa, ¿cómo lo haces? —ese comentario viene acompañado del familiar coqueteo sugerente, adornado por una sonrisa gingival que, en otras circunstancias, consideraría tierna.

—Sí, sí. Escúpelo ya. —ruedo lo ojos.

—Dios, que ruda eres. —balbucea — ¿Por qué le tuviste que pasar mi teléfono a ese imbécil? —cuestiona molesto, y yo de inmediato capto a quién se refiere.

Así que sí se lo entregó.

—Porque no volvías del baño y además me estaba aburriendo. —contesto borde viendo su mandíbula apretarse.

—Tuve un percance, y déjame comentarte que repudio ese tonito que usas. —articula con voz grave.

—Joder, no tengo tiempo para esto. —lanzo una risa sarcástica, empujándolo con el único fin de abandonar la escena.

—No he terminado contigo. —espeta, tomándome del brazo. Yazco petrificada en mi lugar, con la vista al frente, preparándome para voltear y observarlo directo a los ojos. Sin duda no fue una equivocación pensar que aquello me restaría puntos en extraversión, pues esa maldita sensación que percibo cuando lo veo me descompone.

—Supongo que ya dijiste todo, técnicamente terminaste conmigo Yoongi. —él se me queda observando sin decir nada, aumentando mi nerviosismo y ganas de apartar la vista, pero continuo con la labor.

— ¿No crees que me debes algo? —suelta de pronto, aumentando la firmeza de su agarre en mi antebrazo.

— ¿Quieres el dinero del cine que perdiste por mi culpa? Puedo hacerte una transferencia bancaria. —por enésima vez consecutiva intento soltarme, asustándome por mis propias declaraciones. Mierda, aún no puedo superar la creciente molestia de ayer y este bastardo solo entorpece mis intentos de ser pacifista.

Siento flaquear ante él cuando arruga el entrecejo mientras percibo un ligero, pero para nada soportable dolor precisamente donde me sostiene. Mantengo como puedo la compostura, notando que no está acostumbrado a ser enfrentado e intenta procesar mis palabras cargadas de ira contenida.

De acuerdo, es intimidante.

—Yeseo. —murmura, tensando la mandíbula. La manera en la pronuncia mi nombre, casi saboreándolo me trasmite vibras tan negativas que dominan todo mi sistema —. Retira lo que dices.

La indignación me quema el pecho, aprieto los nudillos hasta que estos se vuelven blancos. Estoy tan cegada por el coraje que niego lentamente mientras le sostengo la mirada —: No.

Es entonces cuando, sin cambiar la postura actual, inclina toda su anatomía para contestar un simple y llano —: Te arrepentirás, dulzura.

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