Capítulo 36

14 de noviembre 2005


Yoongi 10 años.

Taehyung 8 años.

El menor, cuyos ojos marrones observaban al pelinegro con admiración no podía creer la gran habilidad para el balón que poseía su amigo. Era como aquellos jugadores profesionales de la televisión que tanto anheló imitar alguna vez, pero consideraba que era demasiado torpe para incluso intentar un truco sin hacer el ridículo.

Ambos chiquillos pasaban los minutos de recreo que les otorgaba la institución en el patio de atrás; era el lugar favorito de Yoongi por ser el menos frecuentado del recinto. Más no del castaño, quién constantemente se quejaba del mal olor proveniente de la basura descompuesta que arrojaban los cocineros. Sin embargo, para Tae, acompañar al mayor era sumamente relevante y esencial. 

— ¡Es muy bueno! —aplaudió desde su posición y el pelinegro formó una sonrisa sin mostrar los dientes. Sostuvo la pelota entre los brazos mientras observaba al castaño tomar impulso para levantarse de donde estaba acomodado.

—Gracias. —respondió tan seco como siempre. Al pequeño le brillaron sus ojitos cuando sintió los dedos del pelinegro sacudirle los cabellos.

— ¡Te quiero mucho hyung! —exclamó, y no logrando administrar emociones desbordantes como es correcto, envolvió los brazos alrededor del cuerpo del mayor, escondiendo su rostro avergonzado en el pecho del mismo.

Yoongi gruñó, apartándolo sin tener cuidado y él lo volteo a mirar estupefacto. De pronto, sus mejillas se sonrojaron al recordar la repetitiva frase que se deslizaba por los labios del mayor cuando ocurría eso —: Odio que me abraces. —lo notó rodar los ojos mientras empezaba a botar el balón repetitivamente contra el asfalto.

Taehyung a diferencia de Yoongi, era un niño sin maldad. Un chiquillo muy dulce e hiperactivo, uno muy distinto a la mayoría de los que habitaba el orfanato. Al ser catalogado como alguien de bajo perfil, inocente y tímido era víctima de múltiples abusos por parte de los más grandes.

— ¿Por qué? —se atrevió a preguntar confundido. Le gustaba repartir cariño, y más si era para él, pero le dolía no poder acercarse sin recibir a cambio palabras hirientes. El chico detuvo sus acciones para cruzarse con el puchero lastimero del castaño, sin embargo, lejos de producirle lástima solo le irritaba.

—Es de maricas. —escupió serio e imparcial. 

— ¿Maricas? —ya había oído ese término. Constantemente se lo decían, pero nunca supo que significaba. Yoongi inspiró profundo, no creyendo que tenía que explicar algo tan básico y corriente como eso.

—Van a pensar que somos novios. —soltó asqueado, ocasionando dudas en el contrario.

— ¿Y es malo? —la expresión del pelinegro se horrorizó — ¿No puedo ser su novio? —terminó por decir con simpleza. 

—No, porque somos niños. —resopló, un tanto incómodo por la constante insistencia del contrario. Dentro de su mente infantil repleta de erróneas ideas homofóbicas, le resultaba repulsivo imaginarse a dos hombres amándose y expresando lo que sentían libremente.

Odiaba tener que dar argumentos para respaldar las cosas que decía porque para él todo resultaba muy claro.

—Ahh. —asintió con una enorme sonrisa cuadrada adornando su rostro — ¿Entonces cuándo seamos adultos lo seré? —balbució emocionado. No le parecía mala idea, lo que creía sentir por el chico de piel pálida era amor puro y sincero, aunque, ¿en verdad lo era?

Claro que no.

—Ni ahora, ni mañana, ni nunca porque a mí me gustan las chicas. —el pequeño borró el gesto en su rostro, intercambiándolo por una mueca.

Las niñas eran chillonas, crueles y no lo invitaban a jugar con ellas a esas entretenidas dinámicas que realizaban en medio de la cancha. Entonces, le parecía extraño que a su hyung le gustase algo así. No obstante, si él lo decía no tenía porqué contradecirlo —: Entendido.

Luego de esa conversación, los dos escucharon al  unísono la campana resonar por todo el recinto, avisando que la hora del desayuno había comenzado. Yoongi miró a Taehyung, cuyos ojos yacían anclados a sus desgastados zapatos negros mientras movía frenéticamente sus dedos entrelazados —: Ven, vamos. —ordenó, sacándolo del trance. A veces se percataba del comportamiento anormal que adquiría el menor, parecía que se desconectaba de su realidad y por ello prefería entretenerlo con juegos o chistes sin gracia para aislarlo de esas actitudes.

—Espere, iré por mi osito. —anunció felizmente y se marchó a una escondidilla que se ubicaba justamente entre el susodicho patio y una cerca de concreto.

Taehyung acabó llegando al lugar, pero no vio rastros de su juguete preferido. Por un segundo, se imaginó al señor Teddy siendo lanzado a la basura por uno de los conserjes y eso lo llenó de tristeza. Era el único recuerdo que conservaba de su mami. Iba a comenzar a llorar cuando notó a un chico lo bastante más grande para sobrepasarlo mientras sostenía el peluche.

— ¿Se te perdió esto? —cuestionó divertido, agitando el objeto frente a él. El pequeño se acercó hasta el chico con los ojos aguados, debido a que sabía lo que se avecinaba.

—Si, dámelo por favor. —trató de alcanzar su peluche, pero la diferencia en altura era evidente. El mayor carcajeo lleno de malicia, viendo al niño idiota dar saltos ingenuos para lograr su objetivo. Él arrugó el entrecejo, sintiendo náuseas al no poder concebir como compartía el mismo oxígeno con esa cosa.

—No se me da la gana.

— ¡Devuélvemelo ya! —ese arranque de valentía le costaría caro, pues al chico no le agradó que un inmundo le levantara la voz.

— ¡A mí me respetas maldito asqueroso!  —gritó enrabiado, exaltándolo. Taehyung suelta las primeras lágrimas cuando es cogido por el cabello con fuerza.

—Me du-duele. —lloriquea, sintiendo temblores por todo el cuerpo y cerrando los párpados con fuerza. El ardor se expandió por todo su cuero cabelludo, y solo quería que se detuviese. Decidió que gritar por ayuda era ridículo, siempre lo hacía y nadie venía a rescatarlo. Excepto su hyung, aunque estaba seguro de que ya se había marchado.

— ¿Crees que me importa? —protestó, tirando cada vez más, disfrutando humillar al débil muchacho —. Pídeme perdón.

—Lo-lo siento mu-mucho.

—Mmm... aún no me convences. —lo empujó bruscamente y al ser soltado intentó mermar el dolor, acariciando la parte afectada mientras sollozaba en silencio.

— ¿Qué-qué puedo hacer en-entonces? —el temor no lo dejaba contestar.

—Lame el piso.

Se dedicó a mirarlo atónito pensando que era una broma, pero al examinar el gesto carente de empatía del chico supo que iba en serio. Taehyung bajó la mirada y quiso vomitar al notar la suciedad que ennegrecía el perímetro. Tenía mucho miedo, no quería enfurecerlo más, así que se dobló lentamente provocando la satisfacción del mayor de inmediato.

—Ni te atrevas. —interrumpió un relajado Yoongi casi por milagro. Había apreciado todo desde lejos con sigilo, esperando cual león el momento perfecto para atacar a su presa.

Bin no le ocasionaba ninguna emoción fuera de la vergüenza ajena. Era el típico niñito que humillaba a los demás, pero en realidad también era una rata que se meaba en la cama y lloraba porque sabía que lo castigarían.

—Hyung. —susurró el menor con la voz entrecortada. El pelinegro le extendió la mano que fue tomada al instante para levantarlo y llevarlo detrás de su cuerpo a modo de protección. Le impresionaba la capacidad que tenía para meterse en problemas. 

Yoongi no lo quería en absoluto. Era empalagoso, raro, lento, aniñado y... Sumiso. Manipularlo era sencillo en todos los aspectos porque estaba por y para servirle a él. Lo que claramente significaba un privilegio debido a que si hacía maldades tenía la certeza de que con unas palabras cariñosas junto a una insignificante distorsión de las mismas, Taehyung asumiría la culpa sin pensarlo demasiado. 

Agradecía la oportunidad que le dio el destino para salvarlo aquel día antes de que recibiera una brutal golpiza.

Sin embargo, odiaba con toda su humanidad no ser el causante de su sufrimiento —: Bin, terminemos con esto y ya dame el maldito oso. —el castaño aferró sus dedos intranquilos a la capucha extra grande de su mayor. 

—No, este es mi territorio. Territorio que fue invadido por esa mierda de ahí. —escuchar aquellas palabras estrujó su corazón por enésima ocasión. No eran nada parecidas a las frases que le decía su mami antes de abandonarlo aquí para nunca regresar. 

—Vuelve a llamarlo así y te mando a la enfermería.

Amaba que su hyung lo amara, se sentía protegido cuando lo tenía a su lado. La primera vez que lo vio creyó, sin exagerar, que aquel pálido niño era un ángel. Y sin esfuerzos por evitarlo, comenzó a seguir cada paso del mayor, observándolo sigilosamente detrás de los arbustos porque temía ser descubierto. Apreciaba cada movimiento que hacía estando pensativo, comiendo o durmiendo porque sí, para su suerte le había tocado como compañero de cuarto. Para esa época, aquel sentimiento inmaduro por él se agravó tanto que sin duda sería difícil de olvidar.

—A mí no me intimidas rarito. Eres solo palabras.—la respuesta de Bin lo volvió a la realidad. A sus diez años le frustraba en demasía que otros no se tomarán en serio sus amenazas, le comía la cabeza que solo lo vieran como un chico delgado e insípido, así que no dudo ni un segundo en aproximarse al muchacho centímetros más alto que él para verlo fijamente a los ojos.

—Púdrete. —seguido de su respuesta, Yoongi elevó la rodilla para colisionarla en la entrepierna contraria sin darle tiempo suficiente a defenderse. Bin reaccionó inmediatamente, tirándose al piso y quejándose en voz alta mientras posaba sus manos en la zona afectada.

— ¡Ahh!, ¡maldita sea! —gimoteo, cerrando los ojos con fuerza al mismo tiempo que se retorcía por el impacto.

El pelinegro le tomó alrededor de unos instantes idear un plan para dejarle en claro que le debía respeto —: Todavía no termino contigo. —se agachó veloz, tomando entre sus manos una piedra de tamaño considerable. El chico todavía tirado observó temeroso al otro, que tenía evidentes intenciones de lastimarlo con eso.

— ¡Espera, no! —imploró entre lágrimas. Yoongi sin pensarlo dos veces, caminó hasta el cuerpo tendido de Bin que intentaba arrastrarse lejos y miró enardecido la escena.

Por su cabeza rondaba la idea de poder golpearlo con el macizo una y otra vez hasta verlo desangrarse. Imágenes violentas cruzaban su mente casi diario y no lo dejaban en paz, por lo que ahora aquellas iban en ascenso, sin la intervención de su propio control. Deseaba romperle la boca. Le gustaba su miedo. El terror dibujado en su expresión y el como gritaría si hiciera realidad sus retorcidos pensamientos le agradaba. Sin embargo, era consciente de que no serviría dejarse llevar porque las monjas del recinto terminarían dándose cuenta.

Así que optó por lanzarle el objeto directamente a la cabeza, el contrario se tocó la parte dañada y gimió al notar sangre manchar sus dedos. Pocos segundos bastaron para que Bin cayera desmayado producto de su hematofobia. 

El pelinegro se encogió de hombros, tomando el objeto por el que todo comenzó para devolvérselo a su dueño, quién yacía a unos metros del suceso.

—Pero él está... —musitó para luego ser arrastrado por los hombros.

—Ya vámonos. —fue lo único que pudo decir Yoongi durante todo el día.









05 de julio 2009


Yoongi 14 años.

Taehyung 12 años.

Los años han transcurrido lentamente para el ahora joven preadolescente de cabellos negros como el azabache. Estar dentro del mugroso recinto significaba una tortura. Las pocas personas adultas que "cuidaban" de ellos no hacían más que abusar de la integridad física de los menores, de aquellos que no obedecían sus órdenes o no cumplían con las tareas que se les asignaban.

Eran aproximadamente las dos y media de la tarde y él estaba sentado admirando el cielo cubierto por un enjambre de nubes grises a través de la ventana. Un hombre joven que apenas llegaba a sus cuarenta lo observaba en silencio con una media sonrisa. Yoongi suspiró hastiado, anhelando largarse de una vez y sinceramente el tipo le colmaba la paciencia al esmerarse por sacar un tema conversación. 

— ¿Cómo va tu día? —cuestionó con voz pacífica el adulto. El chico de ojos felinos se encogió de hombros sin dirigirle la mirada —. Y tu amigo, ¿alguna novedad?

—Es un idiota. —al psicólogo no pareció sorprenderle el tono despectivo que usó para mencionarlo.

— ¿Qué ha pasado ahora? —acomodó la planilla que había estado rellenando últimamente con información de él. 

—Nada. —rodó los ojos como si fuera evidente porque lo decía —. Es solo que ahora llora más que de costumbre y eso es desesperante.

—Debe haber una razón por la que llora. —explicó, intentando percibir algún atisbo de pena en el muchacho, alguna mueca mínima que le permitiera saber que sus hipótesis son falsas — ¿No le has preguntado?

— ¿Por qué lo haría? Seguro es por algo ridículo. 

—Déjame entender, ¿te parece ridículo llorar?

—Yo nunca he llorado. —admitió sin problemas —. Si Taehyung lo hace no me interesan las razones. —el profesional asintió en silencio para volver a anotar en la ficha correspondiente. 

Luego, carraspeo y se acomodó en la silla sin apartar los ojos del inexpresivo Yoongi —: Llevamos la mayor parte de las sesiones hablando sobre él, ¿qué te dice eso? —el menor frunció el ceño, percatándose de que el risueño sujeto estaba en lo cierto. Aunque ni él sabía el porqué, tenía desarrollada sus teorías, y una de las muchas correspondía a que el castaño se había convertido en una especie de amigo. Se acostumbró tanto a su compañía y persona que ya no le parecía tan molesto. Era innegable que odiaba algunos comportamientos y actitudes de él, pero los soportaba por extrañas razones.

El psicólogo pudo notar que había logrado ponerlo en un dilema, o eso creía. 

— ¿Que es mi amigo? —preguntó, no estando seguro de lo que decía. El hombre murmuro un breve "sí" y entonces el chico volvió a inquirir — ¿Y? 

—Tal vez deberías considerar escuchar lo que tiene que decir. —lo guió con legítima intención, percatándose de lo verdaderamente perdido que lucía. Siendo realistas, sus años de estudio y práctica le otorgaron los conocimientos suficientes para intuir que este caso iba a resultar más que complicado. Cuando vio entrar a Yoongi al reducido despacho que le prestaron de forma temporal supo que "ese" diagnóstico resultaría inevitable —. Así como él te oye a ti. 

Taehyung.

Su patrón de comportamiento ya daba señales inequívocas de una personalidad límite junto a un tipo de apego que todavía no lograba dilucidar. Sus esfuerzos por evitar el abandono, sus esporádicos cambios de humor y por supuesto, sus intentos por buscar la aprobación de los demás lo convertían en un paciente peculiar. Nunca, en sus más de diez años de trabajo, tuvo que hacer un diagnóstico como ese a tan temprana edad.

— ¿Y qué gano con eso?

—Cuando haces sentir a los demás que estás para ellos, te ganas su confianza y aprecio. Y no solo eso, sino que formas vínculos afectivos. —contesta, ocupando ese tono relajado que lo caracterizaba —. Las relaciones sociales son necesarias.

—O sea que, ¿debo ser amable para que los otros me tengan confianza? 

—Claro que sí, ¿crees que puedes serlo? 

—Sí... —estuvo de acuerdo y el mayor interpretó aquella contestación como una esperanza, lo cuál era absurdo porque estaba todo sellado —. Supongo que con eso puedo conseguir lo que quiero. —continuó con voz monótona, tiñendo de frialdad cada palabra. Al menos sirvió de algo asistir a terapia, había aprendido una cosa nueva y necesaria para él.

Jisung al escucharlo expresarse así, eliminó todo rastro de ese presentimiento inconsciente. Bajó la vista para posarla en la hoja sobre sus piernas cruzadas, posicionando el bolígrafo sobre una casilla cuyo título era "Cierre del día". Allí debía colocar si su cliente había presentado un avance, en general, un cambio relevante —: ¿A que te refieres?

—Si finjo ser amable podré obtener la confianza de los demás y al mismo tiempo, puedo sacarles provecho cuando se me plazca, ¿no cree? —una sonrisa lasciva que no pasó desapercibida se abrió paso por sus labios mientras observaba al hombre con inocencia. Inocencia de ser ajeno al calibre de sus propios pensamientos expresados de manera sumamente apática.

— ¿Podrías ser más concreto?, ¿qué significa sacarles provecho? —no tardó en rodar los ojos por enésima vez, cruzando los brazos. Por supuesto que este idiota no entendía su punto y tampoco tenía que explicarle.

— ¿Acaso tiene retraso mental o qué? —dijo casi con rabia —. No voy a repetirlo de nuevo porque ya me cansé de ver su estúpida cara. —expulsó con veneno, levantándose de la incómoda silla provocando que un ruido seco y chirriante se expandiera por el perímetro —. Adiós. —sin siquiera mirar atrás, se aproximó a la puerta para salir, azotándola.

El psicólogo suspiró, viendo que nada marchaba bien y las riendas del asunto se le escapaban. Dejó caer la vista en el historial de él:


" Min Yoongi no posee datos evidentes de problemas motores u cognitivos. 

- Su lenguaje no es acorde a la etapa en la que se encuentra.

- Constantes episodios explosivos e impulsivos, sin tomar en cuenta las consecuencias. 

- No hay distorsión de su realidad, alucinaciones o delirios de ningún tipo. 

- Muestra claros síntomas de superioridad, apatía y arrogancia. Su capacidad de juicio y razonamiento se encuentran alterados de acuerdo a su posible TPA. "


"Sin avance" escribió.




Al entrar se encontró a Taehyung. Parecía que había estado aguardando por su llegada pues ni bien lo visualizó irrumpir en el cuarto, se levantó inmediatamente. Se mostró preocupado por la expresión del pelinegro y dio diminutos pasos hasta tenerlo a una distancia prudente —: Hyung. —susurró temeroso de causarle alguna reacción negativa, pero frunció el ceño al notar el tenso cuerpo del chico — ¿Qué hace? —preguntó.

— ¡Me voy! —le espetó furioso, sacando del pequeño cajón sus escasas ropas maltratadas.

El menor sintió una opresión en el pecho, un horrible sentimiento que comenzó a propagarse por su anatomía —: ¿Te han a-adoptado?

—No seas ingenuo niño, voy a huir. —manifestó sin detenerse a mirarlo —. Ya no soporto todo esto. Quiero libertad, quiero alejarme de los maltratos, de las jodidas monjas y del puto loquero de mierda. —el castaño desaliñado comenzó a hiperventilar, sus piernas flaquearon y una lágrima recorrió su mejilla violácea, producto del golpe que le propinó su profesora.

— ¿Y-y yo? —susurró entrecortado, le dolía el pómulo y otros sectores del cuerpo, pero eso no importaba pues su chico estaba decidido a irse. No quería estar solo. 

—Te quedarás. —creyó desfallecer cuando lo oyó, quedando completamente paralizado por el shock.

— ¡No, no, no! —gritó de pronto, asustando al pelinegro. Tuvo que parar de ordenar sus vestimentas para observarlo perderse en sí mismo — ¡Lléveme, por favor!, ¡seré bueno, seré bueno lo prometo!, ¡no me deje aquí solo! —suplicó con el rostro enrojecido, pellizcando la piel sensible de sus brazos en busca de liberar esa tensión infernal.

El contario pestañeó un par de veces, ignorando lo que el otro estaba haciendo —: Eres un jodido estorbo y no quiero que arruines mis planes. —echó un puñado de vestimentas dentro de una bolsa plástica bajo la mirada desesperada del menor. El castaño negó rápidamente, tomándolo del brazo.

— ¡Hyung, no lo seré lo juro!, ¡ayudaré en lo que pida! —sentía que si no lo agarraba con fuerza más tarde se arrepentiría. A duras penas podía ver mas allá de la máscara trasparente que crearon sus lágrimas —. No me abandone. —pidió con un hilo de voz, tembloroso. Yoongi miró la escena, analizando la situación y los sollozos del contrario tuvieron que ser acallados por su mano sobre la boca del menor.

—Óyeme con cuidado. —con la extremidad libre, elevó su mentón y aproximó sus labios hasta el oído de él —. Hoy, a la media noche, nos iremos. Pero no digas nada a nadie, actúa normal y todo saldrá perfecto, ¿oíste? —al adolescente no le pasó desapercibido el gesto emocionado de Taehyung cuando cruzaron miradas —. Y ya deja de lloriquear. —se apartó.

— ¡Si, si, si! —abrazó a su hyung, sonriendo en medio del llanto —. Seré bueno, muy bueno.

—Ya, ya... Te he dicho mil veces que odio esto.

—Te quiero.

—Ya sé, pero no vuelvas a decirlo en voz alta.









15 de octubre 2013


Yoongi 18 años.

Taehyung 16 años.

—Joder, que día. Estoy agotado. —cayó rendido al lado del chico de expresión aburrida. Acababa de cerrar un negocio muy importante y para rematar eso había sido lo mejor en toda la bendita semana.

—Yo también.

— ¿Hiciste lo que te pedí?

—Junkyu se quejó de la mercancía, sin embargo, termino aceptándola igualmente. —Taehyung encendió la televisión, cambiando de canal no porque quisiera ver algo en concreto, sino por costumbre. 

—Hijo de puta. —farfullo el pelinegro con desdén — ¿Y que tal te fue con Lee? —alcanzó una lata de cerveza negra que descansaba sobre la mesa desgastada frente al sillón, abriéndola para beber un profundo sorbo. El chico lo vio de reojo, maldiciendo por lo bajo.

Detestaba cuando se emborrachaba. Su semblante cambiaba, su personalidad también y se volvía agresivo y grosero. A veces llegaba a tanto que sólo podía recurrir a encerrarse en la habitación para evitar discusiones. 

—Todo en orden, sólo pidió que a la próxima se lo entregáramos en un lugar más discreto. —contestó —. Dejé el dinero en la caja, para que lo cuente.

—Aghh, ese es mi muchacho. —las mejillas del él se colorearon de un tono carmín leve por ese cumplido.

Los años han cobrado las vidas de aquel par de jóvenes. Ambos eran exitosos en el mundo bajo de las drogas y el narcotráfico clandestino y esporádico. Populares entre las chicas más despampanantes por ser unos galanes cotizados e inalcanzables, pero obviamente el que más destacaba por su narcisismo y confianza era Min Yoongi.

En contraste tenemos al tímido y analítico Taehyung. Hace bastante dejó de ser el niño indefenso que era objeto de burlas para pasar a ser una persona repleta de inseguridades, emociones irracionales, inexperto en la vida y manipulado por la mente retorcida del pelinegro.

Polos opuestos solían llamarles. Aceite y agua. Blanco y negro. 

— ¿Cerveza? —agitó el objeto metálico frente a sus ojos.

—No, gracias. —declinó la invitación respetuosamente, por quinta vez en la noche. El mayor gruñó ofuscado. 

—Tae, ya eres un adulto. Compórtate como tal y deja de ser un maldito cobarde. —exclamó, extendiéndole una lata nueva a su acompañante. Quiso corregirlo con respecto a lo último, pero no era el momento. Nunca lo era —. Vamos, tómate un trago conmigo y sé hombre. —ordenó otra vez con la voz arrastrada. El castaño sonrió nervioso ante la insistencia de su hyung, una sonrisa que ocultaba dolor también por las hirientes palabras de él.

—Yo-yo en serio no te-tengo ganas. —impuso un trecho de lejanía bastante considerable solo por las dudas. Yoongi suspiró hastiado, y segundos después lanzó la lata dorada contra el piso, sobresaltando al menor.

—Lárgate. —habló fastidiado, ¿y como no estarlo? Si el malnacido de su compañero ni siquiera era capaz de compartir con él.

—No se sienta mal.

— ¡Ya, ya! —gritó indignado —. Llamaré a Soyeon. —cogió su celular, marcando teclas.

¿Otra vez ella?

Se abstuvo de hablar, tragándose la molestia contenida en su garganta. Odiaba a esa mujer.

En una de sus infinitas visitas, entró sin permiso a su habitación drogada y ebria. Se le lanzó encima con segundas intenciones mientras lo tocaba hasta donde sus cinco sentidos se lo permitieran. Aquella acción atrevida lo enfadó muchísimo, no le encantó en absoluto y ni siquiera fue consensuado. 

Él no la amaba.

La corrió como pudo con todo el respeto posible y hasta el día de hoy nunca ha querido comunicárselo a su mayor. Era una situación triste y no deseaba recordarla, sobre todo porque si se animaba a confesarlo con toda seguridad el pelinegro se reiría, haría bromas e invalidaría sus emociones. Como siempre.

—Me voy a mi cuarto, buenas noches hyung. No beba demasiado. —se despidió. Yoongi ni siquiera lo miró por estar embelesado en la pantalla touch de su móvil. Dios sabe que lo tenía tan hipnotizado.

—Ajá.

Frío y distante. Sus intentos por cambiarlo eran en vano, a veces se planteaba cuáles eran las razones por las que seguía a su lado y siempre obtenía la misma respuesta.

Lo quería.

Después de todo fue él quién le extendió una mano cuando la vida lo estrelló contra el suelo y estaba agradecido por ello. Se sentía en deuda con él.

Al llegar a su cuarto se preparó mentalmente para la oleada de gemidos y jadeos que pronto vendrían del exterior, y como parte de una rutina casi diaria conectó los auriculares al teléfono, colocando ambos extremos sobre sus oídos.

Se acomodó en los brazos del colchón, navegando por las diferentes aplicaciones mientras parloteaba una canción de Paul Anka. Entró a YouTube y en el buscador tecleo el nombre de su película favorita, presionó la lupa y no tardaron en aparecer resultados.

Sonrió satisfecho al encontrarla entre los primeros vídeos, subió el volumen y se dedicó a ver la animación.

Allí estaba otra vez... Siendo él mismo. 

En esos momentos privados y efímeros era cuando se daba el lujo de volver al pasado, cuando era genuinamente feliz junto a su madre. Sin embargo, también se derrumbaba por no entenderse ni entender al mundo, lloraba por no recordar el rostro de quien le dio la vida y se lamentaba por no ser más fuerte.

¿Algún día podré volver a serlo?

Se preguntaba.

No Taehyung. No lo mereces.

Respondía otra voz.









09 de mayo 2016


Yoongi 21 años.

Taehyung 19 años.

Ya era suficiente.

Por más que le rogó no venir la paciencia del pelinegro rebalsó el vaso que se había estado llenando de aguas intranquilas.

Prometió ser bueno, comportarse, pero no supo cumplir. Sabía que sus actitudes eran terribles, ni siquiera llegó a dilucidar que tan profundo estaba cavando su tumba como para acabar arremetiendo contra sí mismo.

Ya van tres intentos de suicidio. En solo este año.

Al llegar su turno, colocó ambos codos sobre el escritorio marmoleado saludando con una seriedad soberbia y distante —: Buenos días.

—Buenas, ¿en que puedo ayudarle? —la dulce anciana sonrió, dejando a relucir sus perlas blancas perfectas. Para tener sesenta y seis años, mantenía una impecable imagen de profesional actualizada.

—Mire, hace pocos días llamé para solicitar una hora con la psicóloga. — frunció el entrecejo, intentando hacer memoria —. Min Siyeon si no me equivoco. —dijo todavía inseguro.

—Correcto, deme su cédula de identidad. —suspiró aliviado al coincidir con la hora exacta. Durante el trayecto se atrasaron unos minutos, y todo por los berrinches del menor.

—En realidad no es para mí, es para otra persona. —aclaró, carraspeando. La mujer se acomodó mejor en su silla de cuerina, sin borrar la expresión risueña.

—Bien, entonces deme la suya y la del paciente. —el muchacho asintió, extrayendo lo pedido del bolsillo trasero de su pantalón.

—Tome.

—Deme un segundo. —dejó ambas identificaciones sobre la mesa, tecleando en el portátil frente a ella —. Efectivamente, la persona que llamó es... ¿Min Yoongi? —esperó una respuesta positiva —. Disculpe, ¿usted tiene algún parentesco con el joven Kim?

—Ambos venimos de un orfanato. Somos amigos. —sin duda la aclaración del joven removió su corazón, dedicándole una mirada lastimera. Si venían de un lugar tan espantoso no era extraño que fueran a parar a un consultorio mental.

Pobre anciana, estaba empatizando con el peor de los demonios.

—Oh entiendo. —le ofreció otra sonrisa, volviendo su vista al ordenador dónde se tardó varios minutos traspasando información al sistema de pacientes. El pelinegro notó por el rabillo del ojo el nerviosismo irradiando por cada poro del cuerpo de Tae, obligándolo a rodar los ojos —. Todo en orden. Le devuelvo lo suyo y tiene que aguardar hasta las nueve y media, es su hora.

— ¿Nos llamarán?

—El señor Kim será atendido individualmente. —contradijo poniendo en aprietos al chico —. Y si Min lo ve necesario lo llamará a su despacho, pero por el momento mantendrán una charla privada. —aquello no le gustó para nada, pues el castaño terminaría por cagarla seguro —. Cualquier duda que tenga acérquese, lo ayudaré.

—Gracias. —dijo en tono amargo.

—Oh, casi lo olvido. —lo detuvo antes de que diera un paso —. La ficha de atención se la haré cuando salga, ¿bien? —él asintió sin ganas.

Puso todo en su lugar, caminando por la sala hasta sentarse al lado del tembloroso cuerpo que lo observaba sigilosamente.

Se preguntó si estaba haciendo lo correcto, haber traído al desvariado mental a un lugar estrechamente relacionado con el gobierno público parecía una locura, algo impropio de él. Sin embargo, investigó a través de Google que esos medicamentos requerían de una prescripción médica y justamente no conocía a nadie que pudiera facilitarle la receta.

Menuda mierda.

—Hola joven, ¿este lugar está ocupado? —una voz femenina interrumpió los pensamientos de Yoongi. Alzó la mirada y segundos después volvió en sí, agitando la cabeza.

—Adelante. —respondió cambiando su semblante por uno más relajado mientras el menor lucía impasible mirando a la mujer sentarse con una sonrisa.

—Gracias, vengo agotada. —bufó a su lado, acomodando sobre sus piernas el bolso que llevaba —. Tuve que dejar a mi hija en la escuela y venir corriendo hasta aquí, una locura. —carajo, lo que le faltaba. Una demente parlanchina.

—Los niños nos absorben tiempo. —murmuró, tomando una de las innumerables revistas que se encontraban sobre un buró.

Muebles, decoración, estética... ¿Qué mierda era esto? Basura que solo le podría gustar a alguien con trastorno obsesivo compulsivo, pero buscaba una distracción que lo alejara del molesto ruido de alrededor.

—Oh no, no es así. Es una adolescente muy activa. —continuó hablando —. Lo que pasa es que el padre de su amigo no pasó por ella, y como iba atrasada sacrifiqué un par de minutos míos. —el veinteañero a pesar de mostrar un genuino desinterés, no desanimó a la madre para que siguiera con su parafernalia —. Pero que modales tengo disculpe, no sé cuando callarme. —admitió avergonzada —. Soy Rena.

—Min Yoongi. —puso su mejor gesto de desagrado, esperando resultados positivos. Si no fuera porque estaban en un lugar conglomerado hace bastante la hubiera hecho callar de un golpe en la quijada.

— ¿Es su primera vez?

—En realidad vengo acompañarlo a él. —señaló con la cabeza al retraído castaño que miraba intranquilo sus manos —. Es muy tímido. —cambió de página, negando.

—Mi hija es igual, estos jóvenes de hoy en día se retraen muchísimo. —río por lo bajo — ¿Cuál es tu nombre jovencito? —agradeció que la atención de esa pesada hubiera ido a parar al menor. Pero aún así mantuvo a raya la incómoda situación con una mirada fugaz, que en su idioma significaba: "O lo arruinas o te mato."

—Me llamo Kim Taehyung, para servirle. —se impresionó al no oírlo tartamudear, hasta extendió la mano el cabrón. La voz chillona de la mujer se apagó tan pronto como el educado castaño se presentó, levantando un deje de extrañez en él. Así que la vio directamente, y el gesto teñido en sus rasgos preciosos era parecido a cuándo te dan una noticia horrorosa. Su mandíbula se encontraba entreabierta, los ojos abiertos de par en par, y ni hablar de la maraña de temblores que atacaron su sistema.

Igual era su imaginación, no conocía a la tal Rena, pero si conocía muy bien esa mirada.

Miedo.

—Per-perdona, no entendí, ¿qué dijiste? —su tono bajó tres decibeles, parecía no creerse estar pronunciando aquel nombre en particular e indudablemente tampoco estar conversando con su amigo ahora.

Interesante.

—Kim Taehyung es mi nombre.

— ¿Se encuentra bien? —la burla bailó en las palabras expulsadas de su boca. Ella miró a ambos lados, nerviosa y sonrió como pudo, tragando saliva sonoramente antes de levantarse.

—No, yo... —negó, sacudiéndose el cabello—. Con permiso, lo la-lamento.

— ¿Habrá olvidado algo? —se cuestionó el menor, sin apartar la mirada del pasillo por dónde la dichosa mujer salió corriendo.

—Déjala, está loca.

¿O no?

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