Capítulo 21

Todo luce tan blanco e impecable que me provoca una ceguera parcial. Observo mi anatomía cubierta por un vestido cuyo color es similar al violeta y yazco descalza sobre un cerámico perfectamente limpio.

Lejos de estar asustada el lugar me trasmite una paz inexplicable. Como si de alguna u otra forma ya lo conociese. Recorro lentamente el perímetro, intentando descifrar el porqué de mi estadía aquí hasta que un arrebato de emociones me ataca cuando oigo un pequeño susurro lo suficientemente fuerte como para que desee hacerme pequeña.

—Te mintió. —dijo aquella voz distorsionada.

Giro la cabeza frenéticamente, buscando indicios de alguien más que se encuentre conmigo. Más solo somos yo y mi acelerada respiración provocando ecos delirantes alrededor.

—Te mintió. Te mintió. —nuevamente lo mismo sucede.

— ¿Quién eres? —espeto con un hilo de voz, acercándome a una de las tantas paredes y apoyando mi peso en ella.

La voz ya no suena como una, si no como miles, repitiendo aquella infame frase que no soy capaz de comprender. Cubro mis oídos, intentando de alguna manera detenerlas y siendo testigo de como poco a poco la habitación se vuelve oscuridad.

Te mintió. Te mintió. Te mintió. Te mintió. Te mintió. Te mintió. Te mintió. Te mintió. Te mintió. Te mintió. Te mintió. Te mintió.


Y como si un balde de agua fría me cayera encima, abro los ojos tremendamente confundida, horrorizada y bañada por un sudor friolento. De un segundo a otro me hallo de pie al lado de la inmunda cama, jadeando en busca de oxígeno y, a la vez, colocando mi palma sobre los latidos acelerados de mi corazón.

Solo fue una pesadilla.

Aprieto los párpados, intentando controlar mi frenética respiración y con las desesperadas ganas de encender la luz. Sin embargo, mantengo una postura impasible y quieta, pues lo que menos deseo ahora es estar cerca de uno de ellos.

Desorientada, vuelvo a recostarme sobre la colcha, sin ser capaz de discernir la hora ni el día debido a que el cuarto donde me encuentro carece de una maldita ventana. El estómago me exige algún tipo de alimento y mi garganta se encuentra seca, por lo que el acto de tragar es una tortura.

Durante los siguiente minutos me detengo a pensar en aquel sueño. A lo largo de mi vida siempre fui una persona que sufría de constantes pesadillas e incluso cuando tenía catorce años tuve que consumir pastillas para combatir el insomnio producto de las mismas. Así que no me parece raro que vuelvan, como ahora por ejemplo.

—Tendrás que darte un baño y cambiarte. Yoongi te traerá comida y no quiere verte así. —ella ingresa de imprevisto al cuarto con una media sonrisa colgando de sus labios. No puedo pasar por alto ese gesto, es la primera vez que la veo así de... feliz.

—Ajá. —digo sin tomarle demasiada importancia. La muchacha entorna los ojos.

—Apresúrate. —contesta de vuelta —. Te estaré esperando fuera. —anuncia y se va.

Reuniendo toda la fuerza de voluntad que me queda, a duras penas me estiro y verifico como va la cicatrización de la herida, notando que ha marchando muy bien.

Cuando mis pies tocan el piso por segunda vez, las piernas me flaquean debido a la poca movilidad que he presentado durante este tiempo indefinido. Caminar es tarea complicada, sobre todo por el hormigueo que recorre mis extremidades inferiores, así que al comenzar a dar los primeros pasos, pequeños quejidos brotan de mi garganta, sintiendo como la puerta se hace cada vez más lejana a medida que avanzo.

Hallándome frente a la misma, la abro poco a poco hasta lograr ver por un pequeño espacio el pasillo largo y lleno de iluminación que conforma el lugar. Insegura, la abro por completo admirando las muchas habitaciones ubicadas a cada lado de las dos paredes.

— ¿Ya? —la muchacha se asoma por una de las puertas contiguas. Asiento débilmente y me aproximo —. Aquí esta el baño, y rápido. —se aleja de la entrada, dándome la oportunidad de poder acceder al cubículo iluminado por la molesta luz amarillenta.

Es un cuarto sumamente pequeño y estrecho cuyas únicas cosas que posee es un simple retrete, toallas, mi supuesta ropa de cambio y la ducha. No hay nada más, ni espejos, ni ventanas, ni siquiera un jodido producto de limpieza.

Malditos.

Desesperada, comienzo a sollozar mientras me deshago de la ropa sucia, dejándola en el piso. Esto es desagradable. Se siente como si cayera en el pozo de la miseria una vez más. Abro el grifo de agua e ingreso, deslizándome por la pared cubierta de baldosas blancas hasta que mi trasero da con el frío suelo de la ducha, aferrándome a mí misma y negando con la cabeza.

¿Cuándo acabará esto?









Por mucho tiempo que estuve bajo el agua. Por mucho que rasguñé, rasqué e incluso por mucho que lloré con tal de desaparecer ese sentimiento de impotencia e ira, no se pudo ir.

Aunque, ¿de que servían todas esas acciones? Era ridículo siquiera pensar en que algo así lograría mermar un poco el dolor interno que llevaba sobre los hombros.

Y ese malnacido. 

Me compró una playera sumamente corta junto unos shorts negros. La vestimenta a penas me cubre, sin mencionar que debajo no traigo ropa interior.

—Te ves preciosa. —mi respiración se detiene en seco al escucharlo.

Los músculos de mi cuerpo se contraen y trato de cubrirme con la manta encima del colchón viejo. Alzo la vista solo para encontrarme su silueta a centímetros de mí, cargando una bandeja entre sus brazos.

—Te traje comida, debes estar hambrienta. —su voz enronquecida eriza cada vello de mi piel. Coloca el objeto sobre una esquina de la cama, observándome directamente a los ojos.

Aparto la mirada, concentrándome en el plato y su contenido. Un trozo de carne acompañado por una ensalada corriente. No quiero ceder ante la tentación y constantes deseos de probar la comida por mucha hambre que tenga, seguro que algo se trae entre manos, pues de reojo veo como esboza una media sonrisa al verme tomar el tenedor.

—Dormiste demasiado. —comenta, sentándose a mi lado —. Come. —no fue una sugerencia, fue una orden. La paranoia fue in crescendo a medida que lo miro de reojo.

Algo no me agrada. Algo está muy mal.

—No. —respondo tajante, alejando la bandeja. Yoongi nuevamente sonríe sin dejar ver sus aperlados dientes.

—Le puse todo mi amor. —bromea. Frunzo el ceño, apretando los puños y regalándole una de mis tantas miradas fastidiadas.

—Estás loco. —mascullo sumamente cabreada por su personalidad burlesca e irónica. Ya no lo soporto, es demasiado para mí y verlo encontrarle el lado gracioso a todo me perturba.

—Nada nuevo. —articula seriamente, impregnando en sus rasgos delicados y ojos gatunos la neutralidad.

—Eso es lo que eres. —pronuncio. La ansiedad es mi fiel compañera en este momento, negándose a escuchar mis pedidos de que se largase.

—Solo traga antes de que pierda los estribos. Hoy no estoy de humor. —noto como su mandíbula se aprieta con violencia, su mirada se torna como un témpano y se limita a mantener los ojos fijos en mí. Me quedo estática por la violencia de sus palabras, viendo como él suspira pesado —. Dulzura, será mejor que comas esa mierda o quedarás sin cena por el resto de tus días.

Dudo unos instantes. Me preocupa demasiado que sus amenazas sean reales, pero no puedo arriesgarme a descubrirlo así que sin oponerme, cojo el plato y lo coloco sobre mis piernas. Preparada para dar el primer bocado, siendo plenamente consciente de la mirada del mayor sobre cada acción que realizo con mi cavidad bucal. Quiero ir lo más lento que pueda. Quiero estar segura de que mi decisión no haya sido la equivocada.

El silencio es incómodo, o tal vez es solo así por el hecho de que Yoongi mueve su pierna frenéticamente mientras observa la nada misma. No sé como esa chica soporta estar cerca de este ser lleno de maldad y toxicidad que corroe su sangre.

Después de unos minutos, me termino el plato por completo y bebo todo el vaso cuyo contenido es agua fría. Al dejar el vidrio sobre la bandeja de madera, llamo la atención del pelinegro que de inmediato esboza una sonrisa.

— ¿Te gustó, dulzura? —cuestiona. Un sentimiento comienza a florecer dentro de mí al notar un cierto grado de emoción en su hablar.

— ¿Eso importa? —contradigo, tragando saliva.

—Solo por curiosidad, ¿no se te antoja más? —frunzo el ceño, tragando saliva y empezando a temer por algo desconocido.

— ¿Qué le pusiste? —la preocupación se escapa por cada poro de mi cuerpo.

—Nada, nada... —una sonrisa tira de sus labios para luego transformarse en una sonora carcajada que retumba las cuatro paredes grises que nos rodean. Sorprendida y un tanto confundida lo veo descojonarse. De pronto, esta situación se ha transformado en un espectáculo incoherente, pues observarlo reír de esa forma tan estruendosa me atemoriza a sobremanera.

—Yoongi, ¿qué hiciste? —él detiene por unos segundos sus risillas, para mirarme directamente antes de relamerse los labios y hablar. Dándome una de las respuestas más devastadoras y repugnantes que jamás oí. 

—Nada, solo es que... —se detiene para tomar una gran bocanada de aire—. Te acabas de comer a tu perro. 

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