Capítulo 11

Llego prácticamente con el corazón en la mano. Me cuesta incluso mantenerme de pie, y cada bocanada de aire quema mi caja torácica.

Tomo una inspiración profunda para calmar mi ajetreada respiración antes de ingresar, busco desesperada a alguien hasta que veo a tres siluetas reunidas en la sala de estar y una vez los reconozco me precipito a ellos.

—Mamá. —musito en un susurro atormentado. Siento que el torrente cálido y húmedo se avecina, golpeando la parte posterior de mis ojos.

Los presentes se giran ni bien me escuchan y el rubio es el primero en reaccionar, aproximándose con los brazos extendidos a los cuáles me lanzo sin premeditación.

No puedo seguir posponiéndolo. Rompo en llanto y el nudo en mi garganta se aprieta, asfixiándome. Las palabras que Jimin dice tienen como propósito calmarme, pero lejos de hacerlo me hunden aún más en esta cruda realidad.

Él fue parte importante de mi vida, crecí prácticamente a su lado. Lo quería bastante y ahora jamás podré volver a verlo, mucho menos aquella sonrisa divertida que esbozaba cuando me hacía una de sus bromas o cuando sabía que al final lo terminaría perdonando.

—Bonita, creo que deberías hablar con tu tía. —menciona en cuanto nos separamos. A pesar de que tengo la vista nublada, limpio el camino que han trazado mis lágrimas para dejarme llevar por mis pies moviéndose hasta posarme en el sillón mullido.

— ¿Cómo pasó esto?

—Están investigando todavía. —mi tía Haneul contesta, hipando —. Lo en-encontraron cerca del rio Nakdong, según los de la jefatura estaba investigando un caso, pe... —frena súbitamente devastada, al mismo tiempo que de sus ojos miel brotan lagunas trasparentes.

Vuelvo a negar, llevando las manos a mi rostro, restregándolo.

¿Por qué, por qué?

Me niego a indagar más, no quiero enterarme el como murió, basta con solo imaginarlo y es insano.









Yoongi


— ¿¡Que hicieron qué carajos!? —escupo enrabiado. Lo que mis oídos escuchan no tiene nombre.

Dirijo mis encolerizados ojos al par del año y me dan unas increíbles ganas de cogerlos por el cuello para estamparlos contra la pared.

—Usted nos...

— ¡Se lo que dije, inútiles! —golpeo la mesa de roble con fuerza, volteando un vaso de vino que empapa distintos papeles, pero me vale una hectárea de mierda.

Estoy tan jodidamente emputado ahora mismo.

Me levanto de la silla, tirando de mi cabello sin cuidado alguno mientras paseo por el perímetro.

Ellos tiemblan desde sus posiciones, tiemblan ante mí y con razón, la violencia que irradio por cada poro es tangible, corroe todo mi sistema nervioso provocando que el ritmo cardíaco aumente a una velocidad alarmante.

—Él se rehusó a dar cualquier tipo de pista, hicimos lo que pudimos e incluso lo amenazamos, pe...

— ¡Silencio! —no pretendo oír más excusas baratas. Observo al par de enclenques que tengo por ayudantes con recelo, incrementando mi rabia contenida.

En mi mente, hay escasez de espacio para estudiar como entre los dos no suman ni una puta neurona.

— ¿Saben que este error puede costarles la vida? —pregunto fingiendo calma, intentando empujar dichos malos pensamientos, pero su silencio me exaspera —¡Hablen! —grito, y ellos se retraen en sus puestos.

— ¿Q-qué podemos hacer para so-solucionarlo? —Han observa a su compañero, angustiado.

Suelto una inspiración profunda, frunciendo los labios al mismo tiempo que estrujo mi cerebro en busca de respuestas.

Si hay algo que me caracteriza, es que jamás cruzo los brazos en momentos críticos, menos al descubrir alguna cagada perpetrada por mis hombres.

Y para poner la cereza sobre el pastel, puedo ir a la cárcel por su maldita culpa si de casualidad alguien, quién sea, llegó a verlos. Nadie juega en mi equipo, y no tengo ganas de pisar ese asqueroso lugar.

Tal vez debo matarlos yo mismo. Sería completamente razonable, sin embargo, no valdría la pena, deseo verlos sufrir sin necesidad de mover un dedo.

 Y de pronto, la idea llegó.

Sonrío de lado, relamiéndome los labios y chasqueo la lengua antes de hablar —: Quiero que jueguen a la ruleta rusa. —sentencio soberbio e impaciente. Los dos se giran al oírme, y el miedo instalado en sus ojos es como una anestesia divina.

La situación pinta interesante.

—Estás loco Min. Yo no voy a participar en esa porquería. —exclama apresurado Minho. Río entre dientes, acercándome hasta quedar frente a su rostro invadido por el temor.

—Vas a jugar y se acabó, porque no creo que elijas morir por mis métodos, ¿cierto? —susurro a solo centímetros de él, quién se aferra al borde del asiento —Lo suponía. —lanzo otra risotada, volteándome para observar inquisitivo al sujeto de cabello castaño oscuro — ¿No tienes nada que objetar? — el susodicho clava su vista en el suelo, acción que interpreto de manera positiva —. Magnífico.

Abro un cajón, extrayendo un revólver junto a la bala respectivamente. Preparo todo despacio, aumentando su nerviosismo. Ellos saben a lo que están a punto de atenerse.

Saben que no tengo piedad.

—Suerte. La necesitarán. —giro el tambor del arma, cerrándola. Les extiendo el objeto ennegrecido, animándolos con un movimiento de mentón y Han entre temblores e inseguridad la termina por tomar.

Vuelvo a acomodarme sobre el respaldo del sillón reclinable, ganándome una privilegiada vista de lo que sería sin duda, un espectáculo.

—Relájense. —digo irónico, me encanta verlos tan vulnerables. Es una sensación de adrenalina absoluta, extraordinaria.

Su pecho sube y baja frenético, la respiración es pesada incluso al llevarse el cañón directo a la sien. Cierra los ojos con fuerza y aprieta el gatillo.

Nada sucede.

Este suelta un suspiro aliviado y como si el revólver le quemase los dedos enseguida se lo traspasa a Minho. La habitación se llena pronto de jadeos, maldiciones y susurros provenientes de ellos.

Él coloca el arma a un lado de su cabeza imitando a su compañero y cierra los párpados quedándose estático. No mueve ni un músculo y eso comienza a cabrearme otra vez.

— ¡Dispara ya!

Preso del susto, se sobresalta y jala.

Pero aún nada.

La expresión de nervios, y algo más se le relaja. La cosa se pone tensa, el pesado objeto va parar en las manos del otro chico, aunque ahora se nota más confiado.

Grave error.

El sonido estruendoso provoca un eco en la habitación. El castaño horrorizado espeta una exclamación en cuanto ve colisionar el cuerpo inerte de su compañero contra suelo, dejando a su alrededor un charco lleno de sangre.

Me levanto de la silla seriamente, esquivo el escritorio, deteniéndome a un lado de Minho, quien se mantiene tenso ante la escena.

—Abre los ojos, estúpido. —tomo su mandíbula bruscamente, obligándolo a obedecer —. Esto es lo que provocaron tú y ese bastado malnacido. —le palmeo la mejilla —. Agradece que fui benévolo. —menciono en su oído para luego reír en el mismo.

Empujo con los pies la anatomía sin vida del idiota para apartarlo del camino, me dirijo a la salida y detengo mis actos para soltar un par de frases.

—Deshazte del cuerpo y si quieres, vete a tomar por culo.

Al hallarme fuera de la habitación, me encamino al automóvil para montarme en el. Harto y encabronado con todo y todos.

Manejo lejos hasta dejar atrás aquel inmundo sitio, intento despejar la nebulosa nube oscura que cubre mi mente para llegar a un plan especifico. Estoy en la nada, cada vez que doy un paso sucede algo en concreto que me retrocede otros tres.

Kim Jun-myeon.

Mi posible llegada al paradero de Joon ya no existía.

— ¡Carajo! —aprieto la mandíbula. Presiono el acelerador, aumentando la velocidad del vehículo.

Creo que solo hay una cosa que debo hacer en estos momentos.

Necesito ver a Yeseo.

Tomo rumbo hacia su casa mientras un montón de pensamientos me perturban, y debo decir que la mayoría son imágenes descabelladas.

Cuando me estaciono fuera de su hogar, lo hago con la idea de que tal vez tendría sus cortinas cerradas -como siempre- pero no es así.

Ella está observando el cielo invadido de penumbra absoluta, murmurando cosas inaudibles.

Me doy el privilegio de pasear los ojos por todo su cuerpo, percatándome de la bonita pijama corta que trae puesta. Atrapo mi labio inferior entre los dientes para después sonreír a medias.

Dios, me entran unas ganas terribles de subir a su habitación para arrancar esa fina tela que la cubre y follarla de mil maneras posibles mientras beso su boca sin descanso. Estoy experimentando estragos que revuelven todo mi interior y con el pasar de los segundos un calor comienza a invadirme.

—Si tan solo supieras todo lo que planeo. —recargo la cabeza sobre la ventana polarizada.

Yeseo se recuesta sobre el vidrio también, casi como si me estuviese imitando, pero naturalmente no tiene ni la más mínima idea de que la estoy espiando.

La castaña me trae loco, pensaba en ella la mayor parte del tiempo y cuando no la podía ver simplemente enloquecía. Esta semana fue una tortura total, pero no había tenido tiempo de seguirla por estar tan ocupado en algunos trabajitos y por supuesto, investigando al policía ese. No obstante, después de ese tiempo tan largo, la espera valió la pena.

Igualmente verla en casa de Namjoon hablando y coqueteándole al niñito marica no me gustó para nada, suficiente tenía ya con Jimin.

No sé en que momento capturó mi atención. No era el tipo de chica que solía pretender, no lo era en absoluto.

Pero demostraba inocencia. Pureza que hace bastante no veía y pedía a gritos ser corrompida, como lo hice con él.

—Serás mía completamente, en cuerpo y alma, dulzura.

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