Capítulo 1

— ¿No quieres ir a la fiesta?, ¿estás segura? —pregunta por enésima vez. Yo pongo los ojos en blanco, negando con la cabeza.

—Completamente. No me apetece pasar el fin de semana con resaca, además hoy me espera una noche ajetreada. —musito mientras preparo un capuchino.

—Como quieras, después no te estés quejando de que te la pasas aburrida. —me señala con el dedo, de forma acusadora. Carcajeo al notar la decepción en su delicado rostro, apuesto lo que sea a que está ideando mil y una maneras de doblegarme ante sus súplicas, pero también estoy segura de que prefiere callar antes que perder contra mí. 

—Estoy hecha polvo, ¿crees que tendré energía para ir a una fiesta?

—Dieciocho años, Yeseo. Eres joven aún y deberías salir más con tus amigas o sea, yo. —la persuasión en el tono de su voz no tarda en aparecer así que me giro, dándole una mirada despectiva.

—Olvídalo. —digo, tomando entre las manos una taza de porcelana e ignoro las acusaciones de Jeongyeon a mis espaldas. Me dirijo a la mesa para entregar la orden correspondiente, el hombre mayor esboza una media sonrisa y yo me inclino levemente para después volver al puesto detrás del mostrador.

Trabajo en un restaurante como mesera. Paso la mitad del día restregando suciedad, tomando órdenes y soportando críticas destructivas de personas que solo por tener un porcentaje razonable de dinero en los bolsillos se creen la última coca-cola del desierto. 

Durante la noche, tomo turno intermedio en una estación de servicio hasta las tres de la madrugada. Suena exagerado, incluso lo es hasta para mí, pero necesito el dinero con urgencia debido a que tengo pagar colegiatura en la mejor escuela de la zona, es un capricho personal más que nada, además de que me niego a aceptar ayuda por parte de ajenos. 

Soy bastante independiente respecto a esos asuntos.

Por ahora solo estoy completamente dedicada a los estudios en compañía del trabajo que, si bien es una carga pesada, la paga es decente.

—Yeseo, ¿puedes ir a entregar esto a la mesa tres? Mis manos están ocupadas. —me dice Jeongyeon. Observo con atención la situación, asintiendo. Tomo la bandeja con cuidado de que la orden no se me resbale, caminando hasta el destino prescrito.

—Aquí tiene, ¿se le ofrece algo más? —ofrezco una sonrisa al muchacho de tez pálida postrado en la silla, quien se mantiene cabizbajo y no parece notar mi rígida presencia sino hasta luego de extensos segundos. Él suelta un suspiro profundo, dedicándose a contemplar cautelosamente los alimentos colocados sobre la mesa.

Un tipo de angustia apabullante me cala hondo cuando cruzamos miradas mientras un escalofrío arrebatador recorre cada recoveco de mi interior. El sujeto no retoma postura distinta a la actual, quedándose así durante unos momentos.

—No, vete. —su tono frívolo e inquietante revuelve mis entrañas, pese a ello preservo el gesto forzado enmarcado en los labios, deteniendo a duras penas la grosería que cosquillea mi garganta, y me marcho ni bien tengo la oportunidad. 

Un mal sabor de boca perturba el buen humor que tanto me costó labrar, todo por ese pelinegro poco educado. Hay formas de pedir las cosas, y una de ellas no es la que utilizó —: Tonto. —murmuro entre dientes. De reojo volteo, viéndolo verter azúcar al café con expresión seria.

—Cuida tu lenguaje jovencita. —masculla a un costado y no me pasa desapercibido la burla que usa. Bufo hastiada.

—No pienso volver allí de nuevo. —rezongo de mala gana.

—Bueno, ¿qué hizo? —cruza los brazos, desconcertada al percatarse de mi ceño fruncido.

—Estoy harta de ser amable con personas así, ¿por qué les cuesta tanto dar lo mismo que reciben? —doy por finalizado el discurso, poniendo distancia entre la encimera y yo.

—Otro cliente a la lista negra. —no puedo evitar soltar una risa aireada, pues el matiz de su voz tiene aquel poder. Ella da un vistazo rápido al patán para después comentar —. Se ve imponente, y un tanto aterrador.

—Ni que lo digas. —concuerdo.

Seguimos con nuestro trabajo hasta que Jeongyeon se encamina a él y poco después vuelve con una neutralidad impropia de ella.

— ¿Qué pasó?, ¿te dijo algo? —pregunto susurrante, jugando con el elástico que envuelve mi muñeca. La castaña trata de tranquilizar el ambiente  con una sonrisa, sonrisa que flaquea dando como resultado un gesto horrorizado.

—Sí. Dijo que fueras tú a pedirle la cuenta. 

La confirmación me deja pasmada, varias emociones reflejan lo inesperado que ha supuesto el anuncio desagradable, así que procuro no verme en extremo nerviosa, sustituyendo cualquier rastro de inseguridad por una mueca.

— ¿Por qué? —sueno más retraída de lo que pretendo. Si llega a ponerme una queja ante la jefa, estoy jodida.

Se encoge de hombros —: Ni idea, pero estaré atenta ante cualquier cosa rara que haga. —entrecierra los ojos. Rasco la parte posterior de mi cuello, soltando todo el aire acumulado en los pulmones, preparándome para lo que sea que quiera ese hombre.

Esquivo el obstáculo que supone la encimera, aproximándome a paso ligero hasta llegar al susodicho. Aclaro mi garganta, atrayendo su incómoda atención.

— ¿Me llamaba? —la cortesía debía ponerla ante cualquier circunstancia, incluso en este fatídico y peculiar suceso. 

Bebe el contenido de aquella taza blanca, apartándola de sus labios, y posteriormente pronuncia  —: Sí. —se toma el tiempo que requiera necesario hasta que vuelve abrir la boca —. Eres muy linda para trabajar en este lugar tan... Deplorable. 

La indignación me quema las entrañas al escucharlo hablar de esa forma petulante y engreída. Me esperaba cualquier cosa menos esta y tenía tantas cosas que soltarle ahora mismo.

Joder, solo hemos cruzado un par de palabras, no es como si le haya pedido su opinión de todas formas. Si hay algo en esta vida que personalmente odio son la gente similar a él.

— ¿Disculpe? —espeto recelosa.

—Oh linda, no me trates de usted, me siento viejo. —su voz pastosa rebosa en diversión e incluso me atrevería a decir que camufla una pizca de picardía, haciéndome enfadar mucho más de lo que ya estaba, si era posible.

—Lo siento, pero son políticas del local, y si no va pagar o no se le va a ofrecer nada, es mejor que me retire. —declamo. Estoy a punto de echarme a andar cuando siento una mano enredarse en mi brazo, sobresaltándome.

— ¿Qué haces? Yo no he ordenado que te vayas. —su agarre y determinación me impiden seguir adelante. Trago saliva, fijándome en su rostro y está igual que hace un instante, totalmente hosco, como si esta situación no fuera en lo absoluto angustiante.

—Señor. —balbuceo aturdida por el atrevimiento.

—Min Yoongi. —mi expresión seguramente debe ser un poema épico, siento mis mejillas enrojecer a tal punto que anhelo hundirme en aguas heladas para calmarlas, ¿dónde se hallaba Jeongyeon? —. Así me llamo.

—Ah. —como si fuera a interesarme.

—Ahora dime tu nombre. —dice suscitando el mandato, y quiero golpear ese perfecto rostro que carga para bajarlo de aquella nube de arrogancia en la que está cómodamente recostado.

—Si me suelta, tal vez se lo diga. —indico mi antebrazo, en donde él no ha apartado ni disminuido su cálido toque.

—Mmm... No, ¿qué pasa si huyes? 

—No sé si se ha dado cuenta, pero mis posibilidades de escapar son nulas. —afirmo irónica. Al parecer cae en cuenta y deja que una sonrisa se le escape de entre los labios rojizos. Poco a poco me va soltando, y yo por fin puedo respirar con normalidad.

—Me llamo Kang Yeseo. —mantengo la compostura ante la clase de chico al cual estoy enfrentando — ¿Ahora me puedo marchar?

—Que modales tienes, ¿eh? —muerde el interior de su mejilla, continuando poco después — ¿Cuánto es?

—5.200 —respondo amargamente, él sonríe y busca en su bolsillo lo que supongo es la billetera, extrayéndola para segundos más tarde tenderme unos billetes junto a un par de monedas —. Enseguida le traigo su vuelto.

—No hay problema Yeseo, quédate con el cambio. —guiña el ojo y yo me sorprendo tanto que no puedo ocultar demostrarlo con mis gestos. Es una cantidad considerable de dinero, sin contar que se nos tiene prohibido aceptar propinas. 

— ¿Es una broma, verdad? —suelto entre risas nerviosas, Yoongi analiza mi rostro desde su posición antes de negar con la cabeza.

¿Te parece que estoy bromeando? 

De pronto, se levanta de su sitio y queda tan cerca que mi cerebro dispara todo tipo de alarmas apabullantes en múltiples direcciones. No tardo en temblar cual hoja de papel, consumida por el aroma fresco que su anatomía emana. Es unos centímetros más alto que yo, su cabello negro azabache hace resaltar aun más su piel nívea de porcelana y sus orbes negros penetrantes bailan en un sentimiento que es incognoscible. Creo que es una locura, pero pareciera que ya lo he visto antes.

Por acto de reflejo, me alejo unos cuantos pasos para contemplarlo a plenitud, y tal parece que disfruta ponerme incómoda —: Eres más linda de cerca. —la mirada se le ilumina e inclina la cabeza.

—Debo volver al trabajo. Que tenga buena tarde. —deseo evadir sus comentarios a toda costa. Una risa carente de humor brota desde su garganta para luego ensanchar su sonrisa.

—Ahora si la tendré, Yeseo. —eso último lo murmura tan bajo que apenas tengo la capacidad de oírlo. Yoongi pasa a mi lado, llevándose consigo esa aura misteriosa y atrayente ni bien termina de abandonar el lugar poco conglomerado.

Quedo de pie, intentando ordenar mis ideas al mismo tiempo que proceso tal cantidad de información.

¿Qué fue todo eso?

—Oye. —salto por la fortuita aparición de mi compañera, quien hasta ahora se había mantenido alejada. Coloco una mano sobre mi pecho palpitante y con la otra golpeo su brazo — ¡Auch!, ¿y eso por qué?

—Casi me da un infarto.

—Es que te quedaste como idiota viendo a la calle, creí que ese chico te había robado el alma.—trata de imitar mi expresión facial, pero la empujo lejos de mí. Luego de aquello, nos dirigimos al baño. 

—Si, sobre eso, ¿por qué no viniste? Dijiste que ibas a rescatarme.

—Lo siento, me distraje con otro cliente. —responde mientras arregla su corto cabello en el espejo. Me miro también, viendo que no hay mucho que arreglar. 

—Solo espero que ese chico no vuelva a aparecer por aquí. Me dio miedo.

—Yeseo, a ti todo te da aterra. —suelta una risa encantadora.

—Si, tienes razón. —ambas reímos y después salimos al exterior.

El día, o mejor dicho la tarde, transcurre normal, aunque he de admitir que no me puedo sacar a ese chico de la cabeza. 

En fin, la noche cae repentinamente sin darme cuenta, lo que significa que ya es hora de ir a mi segundo empleo. A estas alturas ya he adoptado la apariencia un zombi en busca de alimento, pero lo cierto es que en verdad busco es una cómoda cama donde poder pegarme una siesta.

Me despido de Jeongyeon con un beso en la mejilla y salgo del restaurante, el frío cala mis huesos desde la raíz a pesar del abrigo que me cubre, pero poco me importa. Camino a paso ligero sobre el asfalto aunque tengo la posibilidad de irme en un taxi, sin embargo, prefiero ir a pie, ya que solo de esa forma mi cuerpo es capaz de entrar en calor absoluto.

Llevo un buen rato andando hasta que oigo unos gritos provenientes de un callejón. Breves segundos pasan en los que mi mente divaga entre ir y saber qué ocurre o simplemente optar por seguir mi camino, así que me concentro en contestar el pequeño debate formulado por mí y finalmente decido acercarme al lugar de los hechos, pues alguien podría requerir ayuda.

¡Tan solo tienes que decirme donde mierda está ese idiota! —escucho a un hombre gritarle enfurecido a otro que yace tendido en el piso. A simple vista parece ser una típica pelea que suelen trascurrir por estos lares. Sin embargo, una voz dentro de mí aúlla lo contrario, por lo que me quedo expectante.

Te juro que no tengo idea. —contesta de forma arrastrada el contrario. Trato de observar bien la silueta del sujeto que claramente posee ventaja, pero la poca iluminación le suma dificultad.

Sé que lo sabes y te conviene abrir tu maldita boca antes de que esto termine muy mal para ti. —seguido de su advertencia a todas luces prometedora, lo coge del cabello, sometiéndolo a un dolor que lo obliga a expulsar un quejido. Luego, y de manera muy discreta, extrae desde la de la cinturilla de su pantalón un objeto que no consigo vislumbrar con claridad hasta que aquel se acomoda a un lado de la sien del sujeto.

Llevo una de mis manos a la boca, asombrada por lo que mis ojos ven. 

Dios, va a matarlo.

¡Ya te dije todo lo que sabía!, ¡déjame ir! —suplica entre obvios llantos y gemidos exasperados. Ni siquiera supe en que momento comenzó a llorar.

Niego con la cabeza. Estoy a punto de presenciar un asesinato a sangre fría y lo último que quiero es ser una cómplice, así que poco a poco me voy alejando sin levantar sospechas. Y, como si el universo estuviera en mi contra, tropiezo precipitadamente y caigo de lleno al suelo. Mis latidos se aceleran con alevosía y me siento desfallecer cuando el hombre que empuña el arma de fuego se gira.

Me está mirando.

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